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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 3

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----- CAPÍTULO 3 -----

 

            En ese tiempo me dediqué a enviar mi novela a varios concursos, infructuosamente, así como a alguna que otra editorial, sin recibir respuesta. Se me iba un pastizal, porque todos estos mamones quieren que les mandes, por correo certificado, tu obra impresa… para luego arrojarla al contenedor azul. Pero bueno, con el dinero que seguía teniendo me lo podía permitir.

 

            Se acercaba el verano, y con ello la dificultad de rellenar las dos habitaciones libres que quedaban. O eso creía yo. Pues una chica —de curioso acento— acordó en venir un viernes para ver la casa. Buscaba residencia para el próximo curso, y debido a lo difícil que era encontrar residencia (mejor dicho: encontrarla barata, en Madrid), acabó quedándose incluso el verano, por lo barato del precio.

 

            Se llamaba Ioana, y era una morena rumana de 19 años. Yo diría que incluso era un pelín más bajita que mi pequefresa (a quien yo le sacaba casi dos palmos). Una característica que me llamó mucho la atención de ella fue su pelo: era muy largo. De castaño muy oscuro, casi negro. Pero lo que más me llamó la atención de verdad fueron sus ojos: verdes e increíblemente bonitos. Daba un aire casi como oriental, pero no eran rasgados… eran las pestañas, no sé… La chica no era gitana, sólo rumana, pero los rasgos la delataban como procedente de Europa del este (sobre todo por su piel más morena de lo común). Ésta sí que tenía una voz femenina y delicada, acentuada además por su particular acento; os diré, como curiosidad, que cuando pronunciaba mi nombre (de ejemplo) no sonaba «A-dri-án» sino «Adi-ri-án». Yo me reía, con cariño, y aprovechaba para picarla con ello.

            En verdad era una chica genial, muy agradable y social. Sus padres, rumanos, estaban separados, y se había venido a vivir a España, donde ya residía su madre, que se había vuelto a casar. Y estaba muy contenta porque había podido ingresar a la universidad a estudiar filosofía (esto lo coge Almodóvar y lo peta fijo).

 

            Durante gran parte del verano mi niña había vuelto a casa con sus padres, los cuales verían raro que Sara no decidiera volver, si no fuera porque de vez en cuando ponía la excusa de los exámenes y el tener que estudiar; pero claro en pleno verano eso no colaba. Siempre quedábamos y dábamos alguna vuelta y acabábamos aquí en mi habitación, más o menos tiempo, pero no sería hasta el último mes cuando volvería a estar de vuelta completamente en la residencia.

 

            Una noche de sábado, no hacía mucho que había acompañado a Sara a la estación para que volviera a casa de sus padres, y me encontraba viendo la tele en el sofá con Ioana y Mari, cuando Marta llegó a casa.

            Habíamos estado hablando sobre cuestiones filosóficas y el comportamiento social de las personas, y Mari nos contaba cómo eso mismo se empleaba en la publicidad para manipular la mente de los consumidores. Ambas eran muy listas, pero Ioana destacaba bastante. Supongo que porque nadie se espera de una pitufina rumana que estudie filosofía en un país extranjero (malditos estereotipos, que nos hacen imaginarnos a todos los italianos de mafiosos o pizzeros…). Ioana era una chica muy inteligente. Algo normal en la gente que he conocido que estudia filosofía.

 

            Hay una frase sobre psicología que repiten mucho: «Los que cogen psicología son listos, pero en el fondo están locos y la cogen para buscar solución a sus problemas». Con filosofía supongo que podría ser al revés: «Los que cogen filosofía están locos, pero en el fondo son muy listos». Y es que la mayoría de estudiantes de filosofía parecen estar algo tocados, a priori; luego hablas con ellos y te alegras de ver gente con la que poder mantener una conversación —más si es mujer— e incluso alguien de quien puedas aprender.

 

            El caso es que llegó Marta y se la notaba bastante cabreada. Abrió el frigorífico, sacó una lata de cerveza y se la hincó de un trago. Luego se apoyó sobre la encimera y soltó un sonoro eructo.

 

            —¡Alaaa! —dijo Mari, mientras nos reíamos.

            —¿Todo bien? —pregunté intuyendo la respuesta.

            —No. Nada bien. ¡Estoy hasta los cojones del puto inmigrante de mi jefe!

 

            Yo tragué saliva, Mari desvió la mirada, y antes de que nadie dijéramos nada, Marta juntó ambas manos y se dirigió a Ioana:

 

            —No te ofendas, Ioana… —le dijo sosegándose.

            —Taranquila —le dijo esta calmándola con un gesto de la mano, quitándole hierro.

       —Es que es un cabrón… Yo creo que disfruta, contrata a dos españolas y nos roba en nuestra puta cara, y luego a los dos colombianos que tiene, nada —yo me levanté y me dirigí a uno de los pufs cúbicos—. No digo que les robe también, sino, joder… que deje de joderme a mí y a mi compañera. Es que encima el muy cabrón se ríe en nuestra puta cara.

            —¿Qué ha pasado? —le preguntó Mari, mientras Marta se encendía un cigarro.

 

            Yo había abierto el puf (lugar secreto, sí), que se levantaba la tapa por arriba, y dentro tenía tres botellas de alcohol. Saqué la de vodka y se la alargué a Marta.

 

            —Ten, necesitas una de estas.

            —Buf, sí, gracias —y procedió a coger los vasos. Preguntó a las demás si querían, pero ante su negativa, me sirvió un vaso a mí y otro para ella, y me devolvió la botella.

 

            —¿Escondes botellas de alcohol por casa? —me preguntó con una sonrisa la pequeña filósofa.

            —Bueno… pero sólo para que no os las toméis de un trago —respondí casi riéndome, mientras me tomaba el lingotazo y Ioana me hacía señas con los ojos.

 

            —Mira —continuó Marta—, desde junio llevo currando mañana y tarde, y ahora me entero de que sólo me está cotizando la mañana y que las horas de tarde no me las piensa pagar el muy mamón. ¡Encima me parece que mis horas trabajadas de por la tarde se las está contando cotizadas a los otros dos colombianos! El chaval creo que es sobrino suyo o algo de eso, pero la chavala que yo sepa no es nada.

          —Cuando tengo un mosqueo así, ¿sabes qué? Me pongo a hacer ejercicio, libero endorfinas y luego me doy un baño calentito y relajante.

            —Ya, pero eso no soluciona el problema —respondió Marta terminándose la copa.

            —Bueno, pero aiuda —me apoyó la rumana.

            —Además, ahora no tengo ganas de pedalear, sino de patear culos —dijo con brusquedad la Arisca (¿veis el mote?)

            —Vamos para abajo, y te enseño un par de cosas que hacemos en clase —me refería, obviamente, respecto a lo que entrenaba—. Así al menos sabrás cómo patearle el culo al cabrón de tu jefe si llega el momento.

 

            La convencí, y estuvimos liberando endorfinas rodando por el suelo y pateándonos el culo mutuamente, con suavidad, claro. Luego le enseñé a golpear para no hacerse daño al saco de boxeo. Le puse mis vendas, y la dejé ahí un buen rato hasta que se quedó más tranquila y se fue a darse un baño. Yo me duché arriba.

 

 

            A un mes de acabar el verano (que en resumidas cuentas, Sara y yo nos lo pasamos follando, o escribiendo mientras ella practicaba con el bajo, cuando venía por aquí casi cada día) vino otra chica a ver el sitio.

 

            Gloria, la nueva, tenía 19 años y venía de Córdoba para estudiar en Madrid (agárrate) astrobiología. Decía que era su sueño… y yo no sé cómo cojones alguien puede tener de sueño estudiar algo que ni siquiera puedo imaginar cómo se enseña. Tenía que hacer algo de aeroespacial o física o yo qué narices sé, antes de especializarse. En cualquier caso, era una chica muy preparada. Yo a su edad no sabía qué iba a hacer con mi vida (y ya veis… así acabé jajaja). Pero no era nada seria, al contrario, era muy alegre… casi diría hasta infantil, en el buen sentido.

 

            Cuando la recogí en la parada del metro y me vi a una delgaducha con gafas, poco más alta que Sara, pelo negro con mechas rojas recogido en dos coletas, y una camiseta que ponía Bleach (que al parecer no era «lejía» en inglés, sino el nombre de una serie de anime) me trajo recuerdos de mi época estudiantil y alguna compañera de clase. Yo sólo sé que seguro acabaría escuchando alguna palabra en japonés salir de su boca.

            Como Ioana se había quedado en la Nº 6, Gloria cogió la contigua Nº 7, y ya volvía a estar el tercer piso completo.

 

 

            Una tarde que Sara y yo no habíamos quedado, y que me había pasado la mañana sobando (pues en esa fecha no había clases de Krav Magá), estaba en el baño de la 1ª planta cuando sucedió algo curioso. Había estado haciendo pesas y estiramientos, para acabar con una hora de bicicleta, así que me preparé un baño calentito y puse un pequeño aparato de música que tengo que funciona con USB, a volumen bajito y música relajante.

            Yo estaba con los ojillos entornados cuando abrieron la puerta y la volvieron a cerrar. Pensé que alguna de las chicas habría abierto para entrar, y al ver que estaba ocupado había cerrado corriendo. Mmmm… sí y no. Habían cerrado, pero la chica, Marta, había entrado.

 

            Estaba tapada con una toalla larga, y llevaba sus ropas en una mano; estaba desnuda. Al comienzo ninguno de los dos dijimos nada (yo más que nada porque estaba como en otra realidad con la música y el agua calentita). Entonces habló ella:

 

            —Hostia, perdona —dijo mordiéndose el labio inferior—. Creía que estaba vacío y venía a darme un baño.

 

            En ese momento lo primero que pensé era en lo mucho que podría imaginarse eso como el argumento inicial para una peli porno; pero evidentemente Marta no iba a coger y a soltar ahora un «podemos compartirlo» para seguidamente meterse desnuda en la bañera. Y yo tampoco iba a decir tal cosa…

            Además, tampoco era tan raro. El baño de la 1ª planta apenas se usaba, y la limpiadora que acudía solía dejar las puertas cerradas al acabar, por lo que lo esperable es que no hubiese nadie. Aunque, no sé, tal vez la musiquilla que tenía… Aunque a bajo volumen… En fin.

 

            —Na… da, tranquila… —fue lo único que solté, mirando hacia la pared de azulejos de enfrente.

 

            Ella hizo como de acercarse a la puerta, y me dijo:

 

            —Creo que alguna está rondando por ahí, joder, si me ven salir desnuda van a pensar mal.

            —Mmmm —pronunciaba yo con la mirada perdida.

            —Y como sea la nueva —se refería a Gloria— esto va a quedar fatal… Te importa si… ¿me visto antes de salir?… Así al menos si alguna me ve saliendo puedo fingir que acabo de entrar y he salido al ver que estaba ocupado.

 

            Comprensible, sí… Aunque no me puse a dilucidar sobre por qué había entrado al baño del tirón con sólo una toalla, y la ropa ya quitada en sus manos.

 

            —Claro mujer, ¿por qué me iba a importar? —y es que, en parte tenía razón, visto la situación, y siendo lo más razonable para salir de ella, ¿por qué me  iba a importar que se vistiera?

 

            Pues, básicamente porque se quitó la toalla, la dejó sobre el retrete y empezó a coger sus prendas… Y en el baño no había mucho sitio para ocultarse, así que sí o sí la estaba viendo desnuda.

 

            —No mires, porfa —me dijo, casi como quien no quiere la cosa… Y yo al comienzo le hice caso, y seguía mirando fijamente la pared de azulejos de enfrente, aunque no podía evitar que se me colara por el lateral la imagen de una tía desnuda, de ya 26 años, vistiéndose a un metro a mi derecha.

 

            Lo que hizo definitivamente que ladeara mi cabeza (al principio con lentitud, y después mirando casi directamente) fue su acción.

            Lo normal, pienso yo, hubiese sido darse la espalda, ponerse las bragas, luego el sujetador, pantalón y camiseta… Ella, en cambio, estaba casi de frente a mí, y se colocaba el sujetador. Traté de no fijarme descaradamente en esas tetas, así que no vi demasiado, sólo percibí que tenía un par de tetas desnudas a un metro de mí… Pero el coño sí que lo vi, y como para no verlo, si lo tenía mirando hacia mí… Ese sí lo vi un poco mejor… Depiladito, excepto por una línea de pelo en el centro.

 

            No pude evitar tener una erección bajo el agua. Tenía a una tía delante de mí con el coño a poca distancia, y había decidido ponerse primero el sujetador antes que las bragas. Luego, la muy… ¡maldita!, se dio la vuelta, y cuando creí que iba a coger las bragas cogió la camiseta, y se la puso dándome la espalda. Mientras se la ponía por la cabeza aproveché para verle bien el culo que tenía, mientras con la mano izquierda me acariciaba la polla bajo el agua.

            Yo diría que tardó un segundo más de lo normal en colocarse la camiseta, pero igual eran imaginaciones mías, que se me había parado el espacio tiempo (efecto común que suele ocasionar el coño de una mujer), y que esperaba se retrasara todo lo que pudiera… Y si no, ojalá tuviera una puta máquina del tiempo para revivir esa escena.

            Joder, a mí nunca me habían pasado esas cosas. Joder, hasta estar con mi exnovia no había vivido escenas eróticas de ningún tipo con mujeres, salvo en mi imaginación y mis sueños donde deseaba que alguna profesora de inglés me diera clases particulares over me, y me la imaginaba mostrándome el conejo.

            Claro que, ahora tenía novia, y éramos muy sexuales. Pero me refiero a situaciones así «particulares», que no son comunes, que ocurren con alguna persona casual. Había venido a Madrid oyendo que en el metro a algunas les metían mano y esa te tocaba la picha… Pero lo cierto es que nunca había tenido ninguna situación similar, salvo que fuera con una novia (p.e. Sara, yo, y el autobús urbano camino de un almuerzo).

            No es que Marta me estuviera metiendo mano, pero lo erótico del momento sólo me había sido imaginable en sueños, y nunca pensé que me sucedería algo así en la realidad. No es que sea tampoco algo ultra especial… pero muchos tienen la suerte de haber vivido una situación así alguna vez, y yo no la había tenido. Supongo que la cosa era disfrutar de la vista…

 

            Y vaya si disfruté… Cuando, habiéndose vestido ya la parte superior, fue a coger las bragas y… no agachándose de cuclillas, para evitar que se la viera lo menos posible; tampoco agachándose levemente (pues la ropa la había puesto sobre el retrete, y no había que agacharse mucho), no… Ella dobló bien el cuerpo, pero dejando las piernas quietas, dándome una clara visión de su culo en pompa y el coño desde atrás… Una imagen harto calenturienta.

            Ahí ya no me acariciaba el nabo, estaba cosechándolo; eso sí, con cuidado de no hacer ruido en el agua.

            También me pareció que se entretenía más de lo aconsejable en coger la prenda, y yo mientras, con la polla cada vez más dura, me deleitaba con esa visión.

            Entonces se puso las bragas, y se acabó lo bueno. Luego el pantalón, y cogiendo la toalla que había traído me dijo:

 

            —Voy a salir, a ver si no hay nadie… —y guiñándome un ojo, mientras se apartaba con una mano su pelo castaño que le cubría la cara, continuó— Mejor no le digas nada a Sara, ¡o seguro que me mata! —concluyó con una sonrisa.   

            —Hm… eh… tranquila —atiné a decir con cara de póquer.

 

            Además… tú, Martita, ¿miedo de mi Sara? Vamos no me jodas… Maldita hijaputa… Y además, si Sara se entera, sí, tal vez la hubiera matado, pero desde luego yo iba a ser el siguiente. O si no, me hubiera visto en una posición incómoda de tener que echar a Marta del piso por petición de Sara (totalmente comprensible), y bueno… no había que sacar las cosas de balde, que tampoco había sido nada; y Marta nunca había dado la sensación de ser una golfa roba-novios de esas.

            Así que sencillamente continué con la paja cuando se marchó dejándome a punto de caramelo, tratando de pensar en Sara, pero sin sacar de mi cabeza la imagen de ese coño de toda una mujer, mujer… Y pensando en cómo estaría por dentro… Volviendo la mente unos segundos al pasado y elucubrando sobre qué había ocurrido y por qué. Como Marty McFly preguntándose sobre los cambios espacio-temporales.

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