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Anoche soñé contigo ¿Ah, sí? ¿Y que soñaste? (Parte 2)

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Renunciamos al pudor, quedamos vestidos únicamente con nuestra propia piel, tu desnudez se convertía en lo más sagrado que había tenido delante de mi vista; podría quedarme horas observándote, admirando lo extenso de tu belleza, y entonces comenzamos a besarnos y a tocarnos con frenético deseo, como si se tratara de una estampida mi boca y mi lengua recorrieron tu cuello, tu espalda, tus muslos y tus pies, oh tus pies.

Tú sentada a la orilla de la cama, yo frente a ti, con una solemnidad que anunciaba el comienzo de una ceremonia introduje mis dedos índice y medio a tu boca, los recibiste como se recibe algo querido, algo anhelado; tu saliva en mis dedos era un buen pretexto para que estos visitaran tu intimidad, era momento de explorar mediante el tacto, mi ritmo cardiaco se agitaba mientras tocaba tu vulva, pronunciaste un leve gemido, mordiste otra vez tu labio inferior y me mirabas como seguramente mira un ángel hambriento. Al tocar esa región de tu cuerpo la sentí húmeda y se despertó la necesidad en mí de conocer el sabor de la miel que de ahí surgía, así que te recosté, separe tus piernas, y me incliné tal como lo haría un lobo al encontrar un dulce arroyo. Mi boca entre tus piernas probando ese exquisito manjar, mi lengua en estaxis al probar el monte de venus, mientras te escuchaba gemir. Llego tu turno, tu boca repitió el mismo ejercicio, solo que esta vez no con mis dedos sino con esa parte de mi cuerpo que se había endurecido.

Ya quería estar dentro de ti, me recosté y te extendí mis brazos invitándote a subir encima de mí, y así lo hiciste, había entonces que unir nuestros cuerpos, debía entrar en ti y así lo hice. Tú arriba de mí te movías de tal manera que yo salía y entraba en ti, una y otra vez, al ritmo que el placer dictaba, mientras jadeábamos y gemíamos yo apretaba tu cuello con máxima dulzura.

Te separaste de mí, diste la media vuelta dándome la espalda y postrándote, me coloqué detrás de ti para penetrante, una y otra vez, acelerando el ritmo, dejando que el choque de nuestros cuerpos produjera ese sonido particular, nuestros gemidos eran cada vez más fuertes mientras tomaba tu cabello para jalarlo hacía mí con ternura.

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