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Agreste [1] - Recompensa Sexual

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Las tablas del establo rechinaban manteniendo un tempo constante. Quien se escabullera lentamente en el precario edificio de madera no sólo escucharía este traqueteo sino que además llegaría hasta sus oídos la inconfundible respiración de dos amantes. De aventurarse aún más adentro llegaría a ver a una mujer de cabello color paja recibiendo todo el poder viril de un hombre fornido y sudoroso. Algunos de los animales que los circundaban coreaban con relinchos, graznidos y cacareos.

La matrona tenía la falda y las enaguas levantadas hasta la espalda y dejaba ver sus blancas nalgas regordetas que se sacudían con cada embestida. Ella disfrutaba en gran medida de las atenciones de su marido, aunque éste no lo supiera y sólo buscara la satisfacción propia dentro de la caverna húmeda de su esposa. Cuando se avecinaba el final, el hombre extrajo su pene y le permitió descargar su contenido sexual sobre la cara interna de las piernas de la mujer.

En ese momento la pareja de amantes escuchó el taconeo de un caballo aproximándose, el campesino apenas se apresuró a esconder su virilidad cuando vio aparecer por la puerta del establo a José Pereyra. El recién llegado ni se inmutó ante la escena, no le pareció extraño ver a su patrón con el cañón en mano y la esposa de éste enseñando su femenina desnudez. Reparó en su dilatado, velludo y húmedo sexo apenas lo suficiente como para que Don Avelino no considerada impertinente su actitud.

A Esperanza le importó poco que el joven peón le viera la intimidad, ella misma había visto varias veces la de la señora esposa de éste el día en que asistió el parto de su primogénito. La mujer ni siquiera se molestó en acomodar su ropa, su marido ya estaba caminando fuera del edificio para hablar con José.

-¿Qué es tan importante Pereyra? –sabía que el asunto era delicado porque del hombro de su peón colgaba un rifle.

-Faltan cinco cabezas, las vieron por última vez entrando en las tierras de los Güemes.

No fue necesario oír más. Tomó su fiel alazán por las riendas y montó sobre él de un salto, partió tan rápido que no le dio tiempo de reacción a José. El joven quedó con la vista fija en esa voluptuosa mujer que estaba decidida a terminar con los dedos lo que su marido comenzó pocos minutos antes. El peón no pudo reprimir una erección al ver esa exposición de autosatisfacción femenina, aunque la mujer lo doblara en edad. Esperanza creyó que el ruido del galope correspondía al caballo del muchacho marchándose, por eso continuó introduciendo sus dedos en su viscosa cavidad sin reprimir sus gemidos de placer, luego de unos segundos se sobresaltó al oír un segundo caballo partiendo, miró sobre su hombro y sólo vio volutas de polvo.

Volvió a palpar su carnosa entrepierna buscando los puntos que más placer le producían, ya estaba habituada a esa tarea porque era extraño el día en que su marido la satisfacía plenamente. Esto solía ocurrir cuando él estaba muy tomado y su erección se mantenía por más tiempo de lo habitual, por esa razón la matrona no se enfadaba si su marido regresaba ebrio de la pulpería. Esta vez le llevó varios minutos de inserción dactilar llegar al clímax y lo hizo rezongando como una yegua en celo mientras metía los dedos de una mano y con la otra sacudía ágilmente su hinchada protuberancia, que era el centro de todo su placer. Los dedos le quedaron cubiertos de hebras formadas por sus propios jugos, los cuales lamió disfrutando ese conocido sabor a mujer que le traía gratos recuerdos.

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Don Avelino Irizarry avanzaba tan rápido como podía a lomo de su corcel, no tenía tiempo de armarse con un palo siquiera, si las cabezas de ganado fueron vistas ya en la propiedad de los Güemes eso sólo podía significar que iban con rumbo directo a cruzar el vado del río Agreste y si lo hacían sería casi imposible recuperarlas. Debía confiar en la puntería de José, su joven peón. Lo consideraba un muchacho trabajador y confiable, por eso mismo le concedía más autoridad que al resto de los trabajadores bajo su cargo. En la veloz carrera, el patrón se cruzó con Augusto Lozano, no dudó en llamarlo con un agudo chiflido producido sólo frunciendo sus labios, permitiendo que el aire saliera entre ellos con fuerza. Lozano notó la prisa que llevaban los hombres y de inmediato reparó en el rifle a espaldas de Pereyra. Giró su caballo en dirección a éstos y se unió a la marcha.

El dueño de las vacas robadas lo puso al tanto de la situación, era sabido que Augusto cargaba su pistola hasta para ir al escusado y que no duraría en sumarla a las armas de cualquier buen hombre que la necesitara. Con destreza y sin reducir la velocidad, comprobó el cargador de su Colt 45, Peacemaker, según su opinión, la mejor arma jamás fabricada, aunque con su tosco inglés Lozano la llamaba “Pismeiquer” sin saber siquiera qué significaba el nombre.

Dejaron un largo camino de polvo levantado tras ellos pero en ningún momento voltearon para mirarlo. Soltaban nombres de bandidos conocidos casi de forma azarosa intentando adivinar quiénes podían ser los culpables pero cada uno de los nombrados era descartado por el astuto José Pereyra, quien parecía recordar siempre algún dato que posicionaba al bandido a muchos kilómetros del territorio de Don Avelino o detrás de unos gruesos barrotes de hierro.

La fortuna los acompañaba en el galope y lo corroboraron al ver a un reducido grupo de hombres haciendo toscos esfuerzos por guiar cinco novillos a través del vado del río Agreste. Como ya los tenían a la vista no se preocuparon, más aun si tenían en cuenta lo malos que eran para conducir el ganado.

-Son solamente cuatro –dijo Avelino Irizarry mientras reducían la distancia; el trote de sus caballos se confundía con el de los perseguidos y éstos no volteaban hacia atrás distados por los bovinos que intentaban cruzar el río.

-¿Qué me gano patrón? –preguntó José cruzando el rifle desde su espalda hasta ubicarlo de culata contra su hombro derecho.

-Tres días de descanso si le das al que lleva sombrero de paja.

-Esto es injusto –se quejó Augusto Lozano- mi revólver sólo sirve para distancias cortas.

-Te prometo una buena recompensa si tu revolver despacha a dos, la distancia no me interesa.

En ese preciso instante la onda sonora de un disparo se perdió en la inmensidad de la llanura y algunas aves abandonaron las copas de árboles cercanos, junto con ellas voló un sombrero de paja que cayó al suelo tan solo segundos después de que lo hiciera el hombre barbudo que solía llevarlo puesto. Espantados los otros tres bandidos intentaron emprender la retira.

-¡Van desarmados! –gritó Don Avelino a Augusto mientras éste aceleraba la marcha de su caballo.

La advertencia no servía para que se le perdonara la vida a los ladrones sino todo lo contrario, al no portar armas se exponían a una muerte segura. Los caballos de los que intentaban huir corrían sin rumbo fijo, Lozano persiguió a dos que corrían hacia el este, cuando los tuvo suficientemente cerca apuntó su Colt hacia ellos y cerró su ojo izquierdo para conseguir una puntería más precisa. Sabía que si sólo disparaba una vez podría perder una oportunidad inmejorable, los tenía a tiro y vació su cargador intentando repartir tres balas para cada uno. Ambos cayeron pesadamente sobre la hierba. Avelino gritó de júbilo levantando el sombrero sobre su cabeza sin dejar de avanzar hacia el cuarto ratero que intentaba escapar hacia el norte, río arriba.

Esta vez no había balas que pusieran fin a la carrera, aquí sólo se trataba de músculos y destreza física, la combinación entre corcel y jinete. El pobre muchacho se sacudía estrepitosamente con los ojos llenos de lágrimas aguardando por su inminente final y se preguntaba por qué no le disparaban. Don Avelino Irizarry tenía ya cuarenta y ocho años bien cumplidos pero su fibroso cuerpo aún le permitía hacer semejante esfuerzo y confiaba plenamente en su alazán. La distancia se hacía cada vez más corta entre ambos hombres y el terror desfiguraba el rostro del perseguido. Alguien disparó a lo lejos ni siquiera sintió el silbido de la bala, por lo que supo que sólo intentaban asustarlo. Apenas unos segundos después se desesperó al descubrir lo cerca que estaba aquel hombre de mirada iracunda y barba entrecana de varios días. Recibió un duro puñetazo en la quijada que lo hizo caer de su caballo y rodó por la hierba con la inmensa suerte de detenerse justo antes de que su cabeza se estrellara contra una roca. Estaba derrotado y ya no tenía fuerzas para oponer resistencia.

Cuando Augusto Lozano se acercó a los dos sujetos que él pasó a mejor vida se sorprendió enormemente al comprobar que había seis impactos de bala en total entre ambos cuerpos. Tres y tres, tal como él lo había calculado. Nunca había tenido disparos tan certeros y sabía que esto le otorgaría algunos tragos en la pulpería por cortesía de aquellos que quisieran escuchar su historia, pero para que ésta fuera creíble necesitaba testigos, por lo cual ató las piernas de los muertos a su caballo y los arrastró por la larga hierba hasta dejarlos junto al tercer cadáver.

-Seis balas, seis agujeros –se jactó ante el joven José Pereyra quien arqueó sus cejas sorprendido y asintió con la cabeza como felicitando al tirador- no estaré tan joven como tú lo estás pero aún conservo buen ojo y mano firme –agregó- ¡Hey! Pero si tú también has hecho un gran disparo –dijo al ver el cadáver de un hombre de barba cana con un gran agujero de salida en el centro de su frente- este hombre se fue a darle la mano al Señor sin saber que había sido invitado al reino de los cielos.

-Yo creo que se fue al infierno –aseguró Pereyra- espero que el patrón recuerde su promesa- vio como Don Avelino traía consigo al cuarto bandido quien parecía estar inconsciente sobre el lomo de su propio caballo.

-Lo recordará si lo mantenemos alegre –susurró Lozano- ¡Bien hecho patrón! No se le iba a escapar ni aunque viniera a rescatarlo el mismísimo Arcángel Gabriel –le encantaban las referencias bíblicas aunque conocía pocas y solía recurrir siempre a las mismas.

-Un día de éstos va a dejar sin trabajo al Comisario, patrón –agregó el joven peón.

-Ese viejo panzón no podría alcanzar ni aun rengo que estuviera saltando sobre su pierna mala –Avelino infló su pecho orgulloso, no sólo habían liberado para siempre a este mundo de tres cuatreros indeseables sino que también había tomado como prisionero a uno.

-¿Qué piensa que le harán? –preguntó José.

-Lo más probable es que lo encierren en “La Llorona” –se refería a la mayor prisión de la región que recibía ese pseudónimo debido a que, según la leyenda, allí rondaban almas en pena. Si los delincuentes no temían al peso de la ley, entonces temerían a los espectros del más allá.

-Cómo va a chillar el pobre infeliz cuando sepa a dónde va –Augusto se rascó la dura mata de pelos negros surcados por finas canas- aquí tiene los dos cadáveres que le prometí, patrón –a pesar de que él no fuera realmente empleado de Avelino, lo llamaba así por respeto.

-Venga esta noche a mi casa Lozano, vamos a tomar un poco de licor de caña y veremos qué se me ocurre para recompensarlo.

-La caña es suficiente recompensa para mí –sonrió modestamente mostrando una hilera de gastados y amarillentos dientes, pero aún conservaba todos y cada uno de ellos.

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Sólo la aguda risita de dos muchachas resonaba en el granero. Éstas se escondían de la mirada de y los oídos de todos al refugiarse en este aislado edificio donde era muy poco probable que las encontraran. Las risas eran provocadas por el cosquilleo y por los nervios inducidos por la situación. Ambas ya estaban bien desarrolladas y exhibían sus blancos y suculentos pechos que terminaban en puntas marrones. La más corpulenta de las dos tenía una mano entre las piernas de la otra y ésta llevaba su vestido levantado hasta el ombligo mostrando una jugosa vagina poblada de vellos negros y labios carnosos y arrugados. Los dedos de su amiga entraban y salían de su íntima cavidad haciendo que su risita nerviosa estallara una y otra vez. No era la primera vez que se divertían con este juego prohibido pero nunca antes habían llegado tan lejos. Estaban acostadas sobre una gran pila de paja seca que les servía como colchón. La joven y bella Flora separó más las piernas porque las inserciones dactilares comenzaron a agradarle más de lo que ella suponía, su risita se fue disipando de a poco mientras su rostro adquiría un tono cada vez más serio y su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración. Dolores aceleró el movimiento de su mano concentrándose en darle placer a su mejor amiga porque sabía que ella luego recibiría el mismo trato. Los jugos que fluían del centro femenino facilitaban mucho la tarea y dos dedos podían entrar fácilmente juntos provocando que la cavidad se ensanchara.

Esto le recordó a Flora aquella tarde en que uno de los jóvenes peones a cargo de su padre la tocó de la misma forma bajo la sombra de un gran árbol, en aquella ocasión el muchacho la había besado y quiso revivir esa sensación. Tomó por la nuca a Dolores, tal y como el muchacho lo había hecho con ella, y la atrajo hacia sí para que los labios se estrellaran en el centro. Acto seguido llevó esa misma mano que le sirvió de gancho hasta la entrepierna de su amiga, se asombró al sentir la gran humedad y tibieza que había en ella pero no titubeó, comenzó a frotar el clítoris de la joven intensamente mientras sus bocas jugaban y se entrelazaban torpemente. A Flora le había costado días convencer a Dolores que no había nada de malo en darse placer mutuamente, si de todas maneras lo harían solas.

-Mi madre me explicó que las mujeres tienen que hacerlo de vez en cuando sino la vagina se les resecará –le dijo aquella vez a su compañera- y ella es la mejor matrona de la región, sabe muy bien lo que dice.

Luego de varios días de roces y toqueteos a escondida por fin logró que le metieran los dedos, que era justamente lo que ella más deseaba, además de todas sus amigas Dolores era la que más le agradaba y la más hermosa. Todas envidiaban sus preciosos ojos verdes y lo brilloso que era su largo cabello negro. Ahora era ella quien por primera vez exploraba la intimidad de la chica, no dejaba de mover sus dedos, dando y recibiendo al mismo tiempo, iba acumulando sensaciones que no podía explicar pero que sí sabía disfrutar.

Las dos gozaban plenamente del momento cuando escucharon a tres muchachos hablando entre gritos y risotadas fuera del granero. Se sobresaltaron enormemente, por un instante pensaron que habían sido descubiertas y recordaron que, por más excusas que se pusieran, lo que estaban haciendo estaba mal y que, posiblemente, era pecado. Acomodaron sus densos ropajes y se sacudieron mutuamente la paja que había quedado prendida entre los pliegues de tela o enredada en sus cabellos. Salieron del granero por la puerta posterior sabiendo que el grupo de jóvenes cruzaría o entraría por la puerta frontal. Rodearon el amplio edificio de madera en dirección inversa a los muchachos, sabían que no podrían esconderse de la mirada de éstos por mucho tiempo así que la mejor opción era aparentar normalidad, aunque ambas aún sintieran el líquido de sus sexos fluyendo y bajando por la ladera de sus piernas.

-¿Qué hacen en la propiedad de mi padre? –preguntó Flora con el tono autoritario que heredó de su progenitor.

-¡Flora! –Gritó un joven de cabello rojizo y enredado apenas volteó para ver a la muchacha- casi me matas del susto.

-Ramón, ¿qué haces aquí?, el establo está para el otro lado –el muchacho era uno de los peones más jóvenes de la estancia pero aun así era dos años mayor que la hija de Don Avelino.

-Te estaba buscando a ti. Tu padre dijo que vayas de inmediato a la casa.

-¿Pasó algo? –preguntó ella asustada.

-Mataron tres cuatreros que intentaban robarle ganado a tu padre.

-¿Él está bien?

-¿Bien? –Intervino el muchacho más alto de los tres, quien era casi todo un hombre de piel oscura como la noche más cerrada- está celebrando como si fuera el nacimiento de su primer hijo varón –todo el mundo sabía cuánto había deseado Avelino que Flora fuera hombre o que al menos no fuera su única hija.

-Bueno, ya estoy avisada. Regresen al trabajo.

-No lo haremos –sonrió Ramón con bravuconería- tu padre nos dio la tarde libre a todos. Así de feliz está. ¿Por qué tienes las mejillas rojas?

-Porque me enfurece verlos holgazanear. No importa lo que diga mi padre, deberían estar trabajando. Él les paga por eso.

-Tú no das las órdenes pequeña –la voz del negro era grave y a veces podía intimidar mucho- es justamente tu padre quien nos paga y si él dice que tenemos la tarde libre, entonces libre la tendremos.

-Tal vez sea hora de contarle a mi padre dónde están esas gallinas que supuestamente desaparecieron misteriosamente. La última vez me pareció ver una de ellas entrando por tu boca, Malik –el descendiente de africanos se casi se vuelve caucásico ante la amenaza de la muchacha- o tal vez prefieran reforzar la cerca, si esos cuatreros robaron ganado es porque en alguna parte habrán cortado los alambres. ¿No creen? Imagino que mi padre agradecería enormemente que alguien tuviera la gentileza de sacrificar su tarde libre para repararla.

Los tres muchachos apretaron los dientes y los puños al mismo tiempo. Detestaban a Flora ya que ella podía ser más astuta y exigente que el propio Avelino. Ella se esforzaba porque todo funcionara perfectamente ya que intentaba cubrir la falta de un hijo varón que pudiera continuar con el apellido Irizarry. Dolores rio por el atrevimiento y el ingenio de su mejor amiga y juntas regresaron hacia la casa dejando a los peones atascados en un dilema. Sabía muy bien que esa cerca sería reparada, si su padre se llegaba a enterar de que ellos se habían comido dos gallinas la pasarían sumamente mal y éstas se les descontarían del salario, el cual ya era lo suficientemente bajo como para transformarse en deuda si se reducía más. La reacción de enfado de Flora se debía principalmente a que estos inoportunos muchachos habían interrumpido su momento de placer y quién sabe cuánto le costaría calmar los crispados nervios de Dolores para que ésta se animara a jugar de esa forma una vez más.

Con tan sólo veintiún primaveras a cuesta Segundo Cuevas se preparaba para dar el paso más importante de su vida, el sol de la mañana le inspiraba confianza y le permitía apreciar la bella figura de Rosalina, con su extenso cabello castaño ondeando con la suave brisa, pero lo que más captaba la atención del muchacho era lo que el ajustado corsé producía en los regordetes senos de la mujercita, éstos se inflaban y se levantaban hasta su punto máximo y Segundo no podía evitar pensar en lo bien que servirían como almohadas.

-Buenos días Rosalina –saludó quitándose el sombrero respetuosamente; la muchacha sonrió al verlo, la blanca sonrisa y los ojos pardos del muchacho la hacían olvidarse de todos sus problemas.

-¿Otra vez molestando tan temprano, Segundo? –lo llamaba por su nombre pues sabía muy bien que él lo odiaba.

-Sería incapaz de molestar a tan bella dama –ella soltó una tímida risita mientras simulaba estar contemplando las flores del jardín posterior de su casa- vine hasta aquí para hacerte una pregunta.

-¿No podías esperar hasta que cantara el gallo al menos?

-No es tan temprano, el gallo ya cantó hace un buen rato, mientras tú dormías con toda la cara pegada a tu almohada.

-¿Otra vez estuviste espiándome?

-No hace falta que te espíe todas las noches para saber cómo duermes. Hasta me puedo aventurar a decirte que has dormido sin ropa.

-Te estás pasando, Segundo –simuló molestia.

-¿Acaso no es lo más bello del mundo ver a una dulce y voluptuosa mujer durmiendo enseñando los atributos que Dios le dio? Esos pechos que parecen estar hechos de leche cuando les da la luz de la luna o esas piernas tan tibias y suaves que invitan a pasar a algún vigoroso amante.

-Me estás mareando con tus palabras, ya te dije que no me gusta que juegues de poeta conmigo –lo cierto es que le encantaba la complicada forma de hablar de su acosador, aunque no se lo admitiría.

-Pero todo esto no es nada comparado con esa cueva que se abre al son de las piernas y…

-¡Segundo! –se sonrojó- mi padre podría escucharte, te dije que no te pases. Además tú nunca tocarás esta cueva y sé que la llamas así porque ése es tu apellido. ¿Quieres ponerle tu nombre también?

-A eso venía justamente.

-No comprendo.

-Venía a ponerte mi nombre. Rosalina Aragón, ¿quieres casarte conmigo?

La jovencita se quedó tan quieta como una estatua y su piel se tornó tan pálida que daba la ilusión de estar tallada en mármol, sólo sus rojizas mejillas indicaban que aún estaba con vida. Miró fijamente a Segundo Cuevas con la boca y los ojos muy abiertos hasta que de pronto estalló en una carcajada. El muchacho sonrió nervioso, intentaba mostrar buen humor pero por dentro lo carcomía la incertidumbre.

-¿Casarme contigo dices? ¿Estás loco?

-Loco de amor por ti –estrujó su sombrero entre los dedos.

-Pero Segundo, si tú ni siquiera tienes un pedazo de tierra donde caerte muerto. Mi padre nunca permitiría que te cases conmigo… yo nunca permitiría que te cases conmigo. Tengo mejores propuestas de hombres con más estabilidad que tú.

-Pero ninguno te gusta tanto como yo –esto la dejó muda una vez más, ¿de verdad Segundo sabía que ella pensaba todas las noches en él? Incluso aquellas noches en que sus manos se ponían indecentes.

-Te repito, no me casaré contigo. No puedo casarme con un muerto de hambre que sólo trabaja por un mísero plato de maíz.

-Si consigo dinero ¿te casarías conmigo?

-Serías incapaz de conseguir…

-Dímelo. Si de alguna forma, no importa cual, yo consigo dinero, ¿te casarías conmigo?

-Sí. Si haces eso me casaría contigo –el corazón de la muchacha repiqueteó inquieto, ser desposada por Segundo Cuevas era algo que deseaba en sus fantasías más personales pero cuando bajaba a la realidad sabía que él no podía ser un buen esposo ya que no tendrían dónde vivir siquiera.

-Entonces no hay nada más que decir. Puedes ir buscando la fecha para nuestro matrimonio y ve avisándole a tu padre. Mañana vendré a pedir tu mano oficialmente, con dinero entre las mías.

Se puso el sombrero y enfiló en dirección contraria al sol, supo que no le quedaba más alternativa que aceptar la propuesta de trabajo que le hizo el “Roña”. No le agradaba ese viejo sucio pero no veía otra salida. Se maldijo por no tener caballo propio y tener que caminar casi cuatro kilómetros hasta la inmunda vivienda de barro habitada por moscas y demás insectos. El olor putrefacto le desagradaba casi tanto con el viejo, vio una pila de papas y tomates podridos que ocupaban ese mismo sitio desde su última visita, hacía ya una semana.

-¡Roña! –Gritó manteniendo la distancia, ni siquiera quería golpear la desprolija puerta de tablas- ¡Roña! ¿Estás ahí? –Aguardó unos instantes mirando con mala cara a un perro sarnoso que se paseaba por allí- ¡Roña! –gritó una vez más.

La rústica puerta chirrió al abrirse y un hombre poblada barba cana, que vestía una camiseta de algodón que alguna vez fue blanca, apareció en el umbral.

-¿Qué mierda quieres? Ah, Segundo. Eres tú. Pensé que era alguno de los hermanos Pérez molestándome otra vez.

-A los Pérez no los vi, supuse que ya los habías matado con tu peste.

-¿Viniste hasta aquí sólo para insultarme? –caminó hasta un árbol cercano y comenzó a orinar en él.

-No, vine porque necesito dinero –parecía el sitio menos apropiado del mundo para pedirlo, pero el viejo sabía a qué se refería.

-¿No era que tú no hacías ese tipo de trabajos?

-Ahora los hago.

-No te ofendas chiquillo, pero podemos hacer el trabajo sin ti. Los Pérez consiguieron la ubicación de las vacas, yo conseguí el comprador. ¿Tú que puedes ofrecernos?

-Los caballos –el viejo giró la cabeza con una rápida sacudida.

-¿De dónde vas a sacar cuatro caballos?

-Mi suegro me los prestará. Aunque él no lo sepa. Si trabajamos rápido ni siquiera se enterará que los tomamos prestados.

-Son cuatro caballos muchacho, cualquiera notaría la ausencia de ellos.

-Tengo un método para que él no se entere.

-¿Y qué método es ese?

-No te lo voy a decir. Eso es parte de mi trabajo. Dime si lo harán hoy y hoy mismo les traigo cuatro caballos de primera.

-Partes iguales para todos, si los traes para el medio día.

Segundo Cuevas regresó caminando a paso ligero hasta su propia casa y tomó dos botellas de vino que guardaba para una ocasión como ésta. De allí enfiló hacia la pequeña y humilde propiedad de los Aragón. En cuanto llegó al destartalado establo se cruzó con Patricio, un joven que se encargaba de cuidar los caballos de su patrón a cambio de comida y un sitio dónde dormir.

-Patricio, necesito pedirte un gran favor –le dijo al muchacho enseñándole las dos botellas- este vino es muy bueno y yo no me siento muy bien del estómago como para tomarlo todo, sería una pena que se desperdicie. ¿Me harías el favor de beberlas por mí?

-¡Gracias Segundo! ¿Qué me va a costar esta vez? ¿De nuevo quieres colarte en la propiedad durante la noche para espiar a Rosalina? Si la hubieras visto anoche… con el chochito peludo abierto por la mitad –un duro puño se estrelló contra el costado izquierdo de su cabeza.

-Estás hablando de mi futura esposa, así que respétala. Te prohíbo que vuelvas a espiarla durante la noche.

-Perdón Segundo, te pido disculpas. Error mío. Al fin y al cabo no vi casi nada, estaba muy oscuro.

-Oscuros te quedarán los ojos. Te dejo las botellas y me llevo cuatro caballos.

-¡Imposible! ¿Estás loco?

-Los traeré de regreso hoy mismo, sanos y salvos. Tú sólo tienes que cuidar que nadie entre a los establos. Puedes inventarte lo que quieras mientras te tomas este buen vino y mañana te traeré dos botellas más.

-Que sean tres más.

-Está bien. Tres. Pero que no me entere que siquiera estás mirando a Rosalina o te lleno la cara de dedos y te meto las cuatro botellas en el culo.

-Cinco. Si traes tres serán cinco.

-Lo mío son las lenguas, no los números. Vete a vigilar y procura silbar claramente si alguien viene, no seas tan maricón de hacerlo como niña.

Con los caballos en su poder se dirigió sin escalas hasta la vivienda del Roña, esperaba que el viejo al menos haya avisado a los hermanos Pérez. No quería ser visto deambulando por ahí montado a caballo y llevando tres más prendidos de las riendas. Sólo sería un trabajo de un día, luego utilizaría las ganancias para comprar herramientas o lo que fuera necesario para llevar una vida de trabajo honesta junto a su amada. También pensó en que podía comprar un pequeño espacio de tierra donde cultivar, pero tal vez el dinero no le alcanzara para tanto. Eso dependería de cuántas vacas consigan. Calculaba que debían ser al menos tres para que todo esto valiera la pena.

Los últimos preparativos para el trabajo los llevaron a cabo los propios hermanos Pérez, éstos eran gemelos y ya se habían ganado fama de cuatreros pero como nunca los habían atrapado con las manos en la masa, no había pedido de captura para ellos ni recompensa alguna por sus cabezas. Esto les permitía seguir trabajando con mayor libertad. Los cuatro hombres partieron con rumbo fijo hacia la estancia de Don Avelino Irizarry, conocido poseedor de numerosas cabezas de ganado. Los gemelos Pérez habían escudriñado la propiedad en busca de alguna cerca aislada que les permitiera rápido acceso y salida, cuando dieron con ella supieron que era sitio apropiado para el trabajo, les daba ruta directa hacia el vado del río Agreste, donde podrían perder el rastro por un buen tiempo si luego enfilaban río arriba. Los caballos les facilitarían mucho esa tarea.

Cortaron el alambre de púas utilizando cuchillos bien afilados, no era la primera vez que realizaban esta tarea por lo que no perdieron mucho tiempo. El viejo Roña se alegró enormemente en cuanto vio cuatro novillos pastando en las cercanías pero a Segundo Cuevas le pareció poco, sabía que con tres la ganancia sería buena, ya con cuatro sería muy buena, pero allí a lo lejos se veía un quinto bovino, con cinco el esfuerzo valdría realmente la pena. Ignorando las quejas de sus compañeros aceleró a lomo de su potro hasta que el novillo aislado notó su presencia, pero no se alteró hasta que el joven lo rodeó y comenzó a ahuyentarlo apelando al tamaño que le otorgaba el caballo y a enérgicas sacudidas de sus brazos. El animal comenzó a trotar en dirección opuesta a la que él deseaba, tuvo que posicionarse frente a él y le dio una patada en la frente, esto espantó al bovino quien dio media vuelta y comenzó a correr como loco, pero lo hacía justo hacia donde estaban Roña y los hermanos Pérez.

La tarea de acarrear las vacas no era tan fácil como lo suponían, éstas parecían estar más nerviosas de lo normal y no respondían a los estímulos. Los hermanos Pérez eran los más experimentados en la materia pero aun así ellos no conseguían que los bovinos caminaran en línea recta por más de diez metros.

-Yo creo que el viejo Roña los está espantando con el olor a podrido que tiene –dijo Segundo Cuevas.

-Cierra la boca pendejo, si no te hubieras ido a buscar la otra vaca ya estaríamos llegando a la propiedad de los Güemes.

-Me agradecerás la quinta vaca cuando nos paguen, viejo de mierda.

Pocos minutos más tarde Ricardo Güemes divisó a cuatro jinetes haciendo un tosco intento por guiar cinco cabezas de ganado, de inmediato supo de qué se trataba. Sin perder ni un instante envió a su hijo menor a lomo de su mejor caballo para que diera aviso a Don Avelino, por la marca de las vacas supo que éstas eran de él. El Roña y los gemelos Pérez no tenían idea de que su sentencia de muerte ya había sido dictada, sólo era cuestión de tiempo para que ésta se llevara a cabo.

Segundo Cuevas refunfuñaba intentando que su caballo caminara derecho pero éste parecía nervioso por tener que avanzar entre tantos animales, en ese momento vio algo que lo dejó atónito. El sombrero de paja del viejo Roña voló por el aire y medio segundo después un disparo resonó a sus espaldas. La sangre se le congeló en las venas y el corazón de le llenó de cristales de hielo, supo que lo iban a matar tal como habían hecho con el viejo, quien ahora yacía en el piso con una gran mancha roja en su nuca. Se maldijo a sí mismo y maldijo al muerto. No podía ser que lo mataran sólo por intentar robar unas mugrosas vacas, él no era mala persona, sólo había cometido un error, no quería morir por esto. Golpeo el lomo de su caballo con los talones y rogó que este corriera tan rápido como el viento, ni siquiera miró hacia atrás cuando escuchó una seguidilla de disparos, supo que éstos iban dirigidos a los gemelos y que posiblemente ya estuvieran muertos. Las lágrimas se agolparon en la comisura de sus ojos, alguien lo perseguía, podía notar la ira de ese hombre sin necesidad de mirarlo por más de un segundo. Se preguntó por qué no le disparaban de una vez así su vida terminaría y ya no sufriría este espantoso tormento. Cuando recibió un duro golpe en su quijada emitió un grito de dolor pero lo que más le dolió fue la caída. Su cabeza golpeó contra la tierra y rodó levantando el polvo. Miró hacia arriba cubriéndose con las manos esperando el disparo fatal pero éste nunca llegó. El hombre de anchos hombros descendió de su caballo y le propinó un duro golpe en la frente, esta vez la parte posterior de su cabeza se azotó contra el duro suelo y dejándolo inconsciente.

Don Avelino Irizarry estaba tan contento luego de haber detenido a los ladrones que le dio la tarde libre a la mayoría de sus peones. Esa noche hizo que su mujer matara una gallina gorda para asarla y cenaron en compañía de Augusto Lozano. Algunos en el pueblo habían llegado a pensar que estos hombres eran hermanos ya que había varias similitudes físicas entre ellos, la piel de Lozano era un poco más oscura y también era algo más bajo que Irizarry, pero sus narices rectas y el marcado ángulo que formaban sus cejas eran muy parecidos. El invitado se portó de forma cordial sabiendo que no podía ni siquiera hacer una broma aludiendo a los blancos pechos de Flora, la única hija de Avelino, por más que éstos se vieran escandalosamente apetecibles. Esperanza tampoco estaba nada mal, la mujer madura estaba en su punto, no pudo evitar mirar sus anchas caderas que se bamboleaban bajo la larga falda. Felicitó cordialmente al dueño de la propiedad por estar rodeado por tan encantadoras mujeres.

-En esta casa sobran mujeres –rio Avelino- pero siempre se les puede encontrar alguna utilidad. Los pisos brillan de limpios y nunca se acumulan los quehaceres domésticos.

-Me retiro para que puedan continuar conversando –dijo Flora poniéndose de pie- me imagino que tendrán asuntos de adultos para tratar.

-También me voy a dormir –Esperanza ya había recogido todos los platos de la mesa y podía dejar la limpieza para la mañana siguiente.

Los hombres se quedaron solos y se acercaron a la chimenea, a pesar de no estar encendida. Don Avelino trajo consigo la mejor botella de licor de caña que tenía y destapó para brindar con su compañero de caza.

-Porque haya más cuatreros dispuestos a morir ante el temible revólver de Augusto Lozano –dijo levantando un pequeño vaso repleto de líquido ambarino.

-Por la “Pismeiquer” –agregó el pistolero tomándose su ración de licor de una sola vez.

Las velas que iluminaban la sala ya se estaban apagando y el licor de la botella se estaba secando como por arte de magia, los hombres reían en voz baja procurando no despertar a las mujeres de la casa y repetían una y otra vez viejas aventuras vividas antaño.

-¡Qué culo tiene su mujer Don Avelino! –la borrachera le hizo hablar con la verdad sin medir las consecuencias.

-Eso que usted lo vio vestido. No se imagina lo que son esas posaderas al desnudo –Lozano se sorprendió por la respuesta, por un segundo creyó que se había pasado de listo.

-Seguramente son las mejores que se pueden ver por esta zona.

-¿Quieres verlas? –preguntó el dueño de casa intentando fijar su vista nublada por los efectos del alcohol.

-¿Verlas… de verdad?

-Sí hombre. Sería una buena recompensa por tus servicios. ¿Te gustaría o no?

-¡Claro que me gustaría!

Ambos hombres se pusieron de pie y caminaron hacia el cuarto en el que Esperanza dormía plácidamente. Encendieron una lámpara de aceite para poder verla mejor. Sólo estaba cubierta por las sábanas debido a que ésta era la mejor forma de dormir en una noche calurosa. Su marido se acercó y la dejó expuesta dándole un tirón a las sábanas. Ella estaba boca abajo y sus blancas y regordetas nalgas aparecieron ante los lujuriosos ojos de Augusto Lozano.

-Son preciosas –dijo el hombre acariciándose la entrepierna por acto reflejo, sintió que su miembro estaba creciendo, no podía apartar la mirada no sólo porque el culo le parecía hermoso sino porque podía ver la vulva dividida en dos que tantas veces habría fornicado Avelino.

-Si gustas puedes tocar -Irizarry disfrutaba ver a otro hombre deseando a su esposa pero ésta era la primera vez en que le permitía a uno llegar tan lejos.

Lozano no esperó a que le repitan las palabras, dio un bruto manotazo a una de las nalgas despertando a Esmeralda, ésta se sobresaltó pero de inmediato pensó en su esposo, giró la cabeza y lo vio parado junto a la cama. ¿Si él estaba allí quién la estaba tocando?

-No te asustes Esperanza. Sólo somos nosotros.

Por el “nosotros” ella comprendió que el segundo hombre era Augusto, no entendía nada, ¿por qué él la estaba tocando tan descaradamente frente a su marido? Hasta podía sentir los dedos hurgando alrededor de sus orificios más íntimos. No quiso contradecir a su marido por lo que no dijo nada, sabía que él debía estar ebrio, de lo contrario no permitiría semejante intrusión a su privacidad. Los toscos toqueteos estaban provocando que su vagina se humedeciera y allí recordó las ganas que tenía de que su esposo la penetrara, estuvo esperando por ese momento durante toda la cena.

-Le debo una buena recompensa a Lozano –la voz grave de Avelino resonó tan fuerte que despertó a la joven Flora en la habitación contigua- y él quiere cobrársela con tu culo.

Augusto nunca había pedido tal cosa pero la idea le agradaba enormemente, Esperanza había fantaseado cientos de veces con ser follada por un hombre que no fuera su esposo y los dedos entrando indiscretamente en su almeja la estaban poniendo cachonda a gran velocidad.

-¿Puede hacerlo? –preguntó su marido.

-Sí, si puede. Que me folle –al decir estas palabras su corazón se aceleró vertiginosamente; por un momento temió que esto fuera sólo una prueba de su esposo pero las siguientes palabras la tranquilizaron.

-Entonces hombre, dale por donde más quieras. Si hay algo en lo que mi esposa es buena es en recibir vergas.

Los dos hombres ya tenían una erección muy marcada, Augusto no se hizo rogar, se quitó el pantalón en pocos segundos mostrando un peludo pene que no era tan grande como el del dueño de casa pero que sabía cómo satisfacer a una mujer. Se montó sobre la regordeta señora y apuntó su pene al agujero de atrás. Esperanza no estaba tan acostumbrada a eso, no siempre permitía que su marido la follara por el culo pero esta vez era diferente, no era su marido. Era un nuevo amante, ese con el que tanto había soñado en sus noches más fogosas. Se había casado a temprana edad con Avelino y si bien él fornicaba como un caballo, ella siempre había querido probar otro pene.

-Mójalo con tu saliva –le sugirió la mujer al atolondrado Lozano- y métemela bien duro.

La aceptación a ser penetrada analmente de su mujer excitó enormemente a Avelino. Tuvo que liberar su duro pene para que éste no le doliera dentro del pantalón. No supo que una dulce y joven muchachita de blancos y redondos pechos se escabullía por el oscuro pasillo, como tantas veces había hecho en el pasado. Ella sabía muy bien que la oscuridad de la noche la refugiaba y que la lámpara del cuarto no llegaba a iluminarla. Supuso que se encontraría con la escena que tantas veces había visto, su padre follando a su madre, pero no. Allí había un segundo hombre. Le llevó unos segundos darse cuenta que se trataba de Augusto Lozano ¿qué hacía él allí?

La desnuda Flora quedó hipnotizada con lo que sus ojos veían. Al parecer el hombre entraría por detrás, su madre estaba levantando las nalgas apoyándose sobre su rodilla mientras Lozano presionaba hacia adentro. El apretado culo no le permitía pasar pero él no se quedaría con las ganas, dio duras estocadas hasta que en una su pene atravesó ese agujero que ya no pudo oponer resistencia. La verga se clavó en gran medida y Esperanza gritó de dolor, sabía que éste se reduciría luego de unos segundos por eso no le pidió al hombre que se detuviera, además, quería que la follen. Si hubieran venido la mitad de los peones de la estancia se hubiera dejado follar por todos, hacía meses, tal vez años, que su marido no la complacía como era debido y ella siempre había sido una mujer de poderosos instintos sexuales, pero jamás engañaría a su amado esposo. Al menos no con un hombre.

Separó sus nalgas tirándolas hacia los lados con sus manos y recibió una dura estocada en su interior, esta vez el pene llegó más adentro, ella emitió un quejido y esperó por la próxima, quería que entrara toda de una vez y que su ano se dilatara lo suficiente como para poder gozar plenamente. Sentada en el pasillo, con la espalda contra la pared de madera y las piernas abiertas, Flora tocaba su peluda conchita esparciendo sus jugos por toda la zona erógena mientras miraba cómo se la metían a su madre y cómo su padre se tocaba el largo pene con testículos peludos que colgaban como sacos de legumbres.

Augusto fue estableciendo un ritmo fijo para su vaivén cuando notó que ese agujero ya se estaba adaptando a la rigidez de su pene, su miembro nunca había recibido una sensación como ésta, pocas veces había podido probar el culo de una dama y ninguna de ellas gemía como Esperanza. La matrona sabía cómo calentar a un hombre y Avelino tenía mucha razón en algo, sí que sabía recibir una verga. La esperaba con la cola levantada y resoplaba como una yegua en celo con cada embestida. La mujer se llevó la mano a la entrepierna y comenzó a masturbarse tal y como su hija lo estaba haciendo en el pasillo. Castigando duramente el clítoris.

En cuestión de unos segundos ya estaba disfrutando a pleno del sexo anal, Lozano estaba mostrando que si bien no tenía el temperamento animal de Avelino, le ponía muchas ganas a la situación. Se movía rápidamente entrando y saliendo despreocupadamente mientras la mujer se llevaba de gotitas de sudor. Agradecía internamente que su marido le permitiera disfrutar esto y en cuanto volteó la cabeza hacia él se alegró al verlo con la verga dura, le hizo señas para que se acercara y cuando éste lo hizo, la mujer comenzó a mostrarle todo su agradecimiento con la boca. Se tragó el pene de su marido hábilmente y comenzó a succionarlo mientras recibía una y otra vez ese segundo miembro por el culo. Chupó vigorosamente moviendo su cuello de atrás para adelante, muchas veces había atendido a su marido de esa forma pero nunca en una situación como esta. Era más de lo que había soñado en su vida, tener dos para ella sola la volvía loca y quería expresarlo.

-¡Déjamelo bien abierto Lozano! Que luego será mi marido quien me dé por el culo.

Estas palabras entusiasmaron tanto al hombre que en pocos segundos se corrió en el interior de esa cavidad prohibida. Se prendió de los carnosos pechos de la mujer mientras expulsaba hasta la última gota de sus cargados testículos. Flora se metía los dedos sin detenerse ni un segundo, no sabía que una mujer pudiera follar con dos hombres a la vez pero su madre le estaba mostrando cómo hacerlo. Su padre retiró el pene de la boca de Esperanza muchas hebras de saliva colgaban de él. A Flora le pareció ver algo blanco saliendo del ano de su madre en cuanto Lozano se apartó pero tan solo un instante después Avelino tomó su lugar y penetró duramente a su amada esposa, él se tambaleó un poco al principio ya que el alcohol en la cabeza le dificultaba mantener el equilibrio pero si algo le encantaba era follarse a su esposa estando borracho y más si ésta la esperaba con el culito bien abierto y lubricado. Comenzó a darle duramente ensanchando el orificio. Augusto se fijó en cómo este poderoso pene penetraba a la matrona con tanta decisión y pensó si su hija sería tan puta como la madre, mientras veía esos grandes pechos bamboleándose tras las duras embestidas no podía dejar de pensar en el suculento cuerpecito de Flora, una muchacha que ya estaba en edad de merecer, hasta le sorprendía que ya no la hubieran casado con alguien.

Hacía mucho tiempo que Esperanza no disfrutaba tanto al fornicar con su esposo ni tampoco estuvo tan entregada a él. Mientras Lozano limpiaba los restos de semen de su pistola de carne utilizando las sábanas volvió a tener una imagen fija en su cabeza, ésta lo estaba desesperando. Las tetas de Flora podrían ser su perdición pero daría todo lo que tenía con tal de poder tocarlas una vez. Se percató de que Avelino sólo tenía ojos para las nalgas de su esposa y que ésta tenía la cara hundida contra la almohada para amortiguar sus gritos, en ese instante el pistolero se escabulló hacia la puerta.

Flora estuvo a punto de gritar por la sorpresa pero supo que tenía pocos segundos para reaccionar antes de ser descubierta. Corrió desnuda hasta su cuarto procurando que sus talones no chocaran con tanta fuerza sobre duro piso de madera. Entró a su cuarto, arrimó un poco la puerta y saltó sobre su cama para simular que estaba durmiendo. Pocos segundos después la puerta se abrió completamente y con los ojos entreabiertos la jovencita pudo ver a Augusto Lozano acercándose con el pene flácido en una mano y su pantalón en la otra. El hombre abrió cuidadosamente la ventana permitiendo que la luz de la luna y las estrellas ingresara a la habitación, se quedó maravillado cuando vio ese monte de venus peludo, el rígido y llano abdomen de Flora y lo mejor de todo, esas grandes tetas colgando hacia los lados. Aún podía escuchar los quejidos de Esperanza, seguramente su marido le estaba dando más duro que antes y esto le indicaba que nadie lo interrumpiría de momento, podía contemplar a la muchacha dormida todo lo que quisiera.

No le alcanzó con mirar ni por tan solo diez segundos. Esos pezones marrones lo atraían como una botella de buen vino a un alcohólico. Se acercó y extendió la mano, cuando sintió la tibieza del seno y la dureza del pezón su pene reaccionó al instante. La respiración de la chica se alteró pero él ni siquiera lo notó, continuó tocándola creyendo que ella dormía profundamente. La excitación y el alcohol se encargaban de restarle preocupaciones, hacía todo cuanto quería. Deslizó la mano hacia abajo hasta que tocó el abundante vello púbico de la muchacha, se detuvo allí sólo por unos segundos y luego tocó la cavidad virginal. Se sorprendió al encontrarla tan húmeda y dispuesta pero eso no le importó demasiado. Bajó su cabeza hasta que sus labios tocaron el pecho más cercano y de inmediato comenzó a darle despreocupadas lamidas al mismo tiempo que sus dedos jugaban con el clítoris.

Flora pasó del desagrado a la sumisión en pocos segundos. Estaba totalmente excitada y que alguien la tocara de esa forma la transportaba aún más adentro en el mundo de la lujuria. Pudo haber hablado, pudo haberle dicho a Lozano que no estaba dormida y pudo haberle pedido que la follara, pero no lo hizo. Sabía que esto le provocaría graves problemas con su padre, era mejor seguir fingiendo y si alguien descubría a Lozano, lo matarían y ella sólo debería llorar de angustia porque un degenerado se había propasado con su inocente cuerpecito.

La calentura desmedida del pistolero lo hizo bajar con su lengua hasta que se encontró con la salada y jugosa vagina de la joven. Comenzó a lamerla sin miedo a que ésta se despertara, de hecho ni siquiera se le pasaba por la cabeza que la muchachita podría despertar en cualquier momento, era lo suficientemente estúpido y estaba los suficientemente borrachos como para creer que podía follarla sin que ella se enterase. No lo hizo por miedo a dejarla embarazada, sin embargo siguió comiéndose su conchita con gusto al mismo tiempo que se toqueteaba el pene endurecido.

Esperanza seguía con las nalgas abiertas gozando de la dureza y el vigor de su marido, su ano estaba en éxtasis, nunca lo había sentido de esa manera, ser follada por detrás durante tanto tiempo era justo lo que necesitaba para satisfacer sus más oscuros deseos. Avelino estaba encantado con el culo de su esposa y debía admitir que Lozano había hecho un buen trabajo al abrirle el camino, ni siquiera se percató de que su compañero ya no estaba en la habitación pero si lo hubiera hecho jamás hubiera pensado que éste se encontraba chupando el coño de su hijita. A lo sumo creería que el hombre se había marchado a su casa.

Lozano succionó el clítoris de Flora y ésta sintió algo extraño en su cuerpo, era un intenso calor que subía y bajaba vertiginosamente por su interior, no sabía cómo controlarlo y se vio obligada a apretar las sábanas con sus dedos mientras expulsaba una cantidad mayor de líquido por su vagina, éste terminó en la boca de su intrépido amante pero él ni siquiera se percató del orgasmo de la joven, sólo estaba concentrado en su propio placer físico. Justo antes de que su pene le avisara que escupiría una vez más cometió otro barbárico acto impulsado por la lujuria, apuntó su miembro a la boca de Flora, que estaba lo suficientemente abierta como para que el semen pudiera entrar. No por puntería sino por mera casualidad el primer chorro de leche masculina cayó justo sobre la lengua de la joven, el segundo lo hizo contra su mejilla y ya no hubo un tercero, fueron sólo algunas gotitas que cayeron al piso.

El hombre se apresuró a ponerse el pantalón y por el apuro casi cae de cabeza contra la pared. Recordó que estaba borracho y debía medir sus movimientos, si Avelino Irizarry lo encontraba dentro del cuarto de su única hija, lo mataría, sin importar que la muchacha ya tuviera edad suficiente como para follar y ser follada.

Flora escuchó como el tambaleante hombre salía de su cuarto y casi de inmediato comenzó a masturbarse intensamente, no sabía qué le había caído en la boca pero supuso que se trataba de ese líquido blanco que a veces quedaba entre las piernas de su madre. Siempre había creído que eso lo producía la mujer al recibir un pene verdadero dentro de la vagina pero un día le pareció ver que este líquido lechoso salía del pene de su padre, aunque no pudiera afirmarlo. Esta vez no podía ver de qué color era lo que estaba tragando pero había algo sucio y prohibido en todo eso que la puso muy cachonda, se metió los dedos hasta que llegó a un segundo orgasmo, aunque ella no supiera que se llamaba así, a su entender eran simples reacciones del cuerpo que ocurrían sólo cuando el placer la desbordaba.

Avelino descargó grandes cantidades de semen dentro de la cavidad anal de su esposa y ésta, satisfecha y agotada, cayó pesadamente sobre la cama. A ninguno le importó que Lozano no estuviera allí, ya no lo necesitaban para nada. El borracho Irizarry se acostó al lado de Esperanza y se durmió casi al instante con su pene todavía endurecido. La mujer ni siquiera se molestó en limpiar sus nalgas y dejó que el tibio semen fluyera libremente hacia afuera y bajara por el canal que formaba su vagina.

Mientras Lozano caminaba hacia su casa bajo la luz de la luna que le sonreía con picardía, pensó que había recibido la mejor recompensa posible por matar dos bandidos. Se había follado el hermoso culo de la matrona, el que tanto deseaban los hombres de la zona y se había comido el coño de bella Flora, otro tesoro deseado por peones y campesinos. Avelino Irizarry era un buen amigo y Lozano sabía muy bien que los amigos se ganaban con buenas acciones y se conservaban con la discreción, por eso no diría a nadie sobre lo ocurrido aquella noche, tal vez de esta forma se repetiría.

 

Fin del Capítulo 1. 

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