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Violada por una mujer

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Mireya bajaba al bar del portal de su casa casi todos los días. Allí estaba Susana que la atendía con mucha amabilidad y cortesía de frente, pero en su mente lo que quería era tratarla como la puta que pensaba que era. Susana, se sabía sus gustos y en cuanto entraba por la mañana, le ponía su barrita con tomate, café con leche en vaso y zumo de naranja. Si entraba de tarde, le ponía una sin alcohol y su tapa. Si era de noche, le ponía un gin and tonic.

Mireya era una preciosidad, un poco gordita, y con una cara hermosa. Tenía tetas grandes, muslos potentes y un poco de barriguita. Su carita redonda y sus labios carnosos eran irresistibles. Susana era muy alta, mujer de huesos grandes, pero manos delicadas. Tenía el pelo largo, rubio, parecía una vikinga. Su cara no era dulce, pero tenía un atractivo especial que volvía a todas locas, según entraba en el garito lez de moda.

Esa noche Susana estaba sola en el bar, porque su compañero había llamado que no podía ir porque tenía su niña enferma y era el día libre de su jefe. Era una noche de martes, que no pasaría gran cosa, así que el jefe decidió seguir disfrutando de su día libre. Sabía que Susana se las podría apañar muy bien sola. Susana llevaba varias semanas sin acostarse con nadie, porque lo que había encontrado no le había llamado la atención. Era increíble ver como Chueca se llenaba de yogurinas que no pintaban nada. Más de una se le había acercado, pero les había echado para atrás mandándolas a que se fueran a cambiar el pañal a donde sus mamis. Le gustaban las mujeres hechas y derechas, no las crías. Estaba cansada de masturbarse con los videos lésbicos de kinkys y le apetecía comer coño urgente.

Mireya llegó esa noche tranquila al bar y Susana le puso su copa regular.  Comenzaron a hablar del día, como había sido su trabajo y de lo vacío que estaba el bar en un martes. Los chicos de la partida de Mus ya se habían ido y sólo quedaba el típico borrachuzo del barrio, pegado mirando la copa de licor de hierbas que tenía en frente. Cuando dieron las doce, Susana decidió echarlo y cerrar. Mireya se iba a ir, pero Susana le dijo que se quedara a tomarse la penúltima.

-No te vayas, quédate un rato más en lo que yo recojo todo esto y cierro

-Vale, no tengo nada que hacer y mañana tengo el día libre.

-Perfecto, te pongo otra copa.

Mireya asintió y con una sonrisa medio ida, se volvió a sentar en el taburete que ocupaba. A Susana le pasó por la cabeza una idea, que descartó de inmediato por soez. Pero, no obstante, le hizo una pregunta a Mireya.

-Mireya, ¿has estado alguna vez con una mujer?

-No, pero lo he pensado muchas veces. Aunque si te digo la verdad, a mí me gustan demasiado las pollas y que una polla grande y gorda me folle salvajemente. Me parece a mí que el sexo lésbico es mucho más suave y delicado.

-No te creas, contestó Susana, hay de todo.

-Pues ahora mismo no me apetece probar, lo que tengo ganas es de un macho que me monte y me dé bien.

Con esta conversación Susana se había puesto más cachonda de lo que ya estaba y la idea soez que había tenido, cobró vida de nuevo y ya no podía pensar en nada más que llevarla a cabo.

Pasaron los días y la calentura de Susana no remitía y llegó el momento apropiado para realizar su fantasía. Era sábado de madrugada, aún estaba oscuro en esa fría noche de invierno y ella estaba cerrando el bar, le acompañaba su mejor amiga. Estaba muy cansada y muy cachonda y la oportunidad de oro llegó. Susana, que le había contado a su amiga Patricia, su fantasía, se miraron a los ojos cuando a lo lejos se dieron cuenta de que venía Mireya, aparentemente un poco contenta, bajando la avenida. Al lado del bar había un zaguán oscuro y se escondieron en él y cuando la tuvieron al lado, se le echaron encima y tapándole la boca la metieron al zaguán. La felicidad que traía por las copitas de más, había desaparecido dando paso a un miedo atroz por lo desconocido.

Patricia estaba servida, tenía pareja y era feliz con ella, pero no tenía ningún reparo en ayudar a su amiga a conseguir lo que quería, aunque fuera a la fuerza. Patricia tenía a Mireya agarrada con una mano y tapándole la boca con la otra. Se le acercó al oído y le dijo,

-Hoy sí que vas a gozar puta.

Mireya se resistía, tratándose de librar del brazo de Patricia, pero esta era otra vikinga, pero mucho más fuerte y ni usando toda su fuerza podría librarse de semejante mujer. Susana pensaba en cómo hacerlo, reaccionó de repente y buscó en el bolso de Mireya, las llaves de su piso.  Se fue y abrió el portal y Patricia llevó a Mireya casi a rastras dentro.

-Te voy a quitar la mano de la boca, pero como grites, te mato puta. Le dijo Patricia a Mireya

-Dime cuál es la llave de tu casa, para no perder aquí media madrugada.

-Es esa, la cuadrada grande.

-Sigues viviendo en el tercero izquierda, ¿No?

-Si, por favor no me hagas nada Susana, somos amigas.

-Yo no soy tu amiga, soy la dependienta de un bar al que vas todos los días, pero no soy tu amiga. Y hace tiempo que te tenía ganas y hoy se me van a cumplir. Y saldremos satisfechas las dos, porque en mi mochila traigo un arnés con un pollón que compré para ti, para cuando este momento se diera. Te voy a dar polla hasta por las orejas, puta.

Llegaron al piso, abrieron la puerta y Patricia soltó a Mireya y esta salió corriendo. Se metió en su cuarto y cerró la puerta. Patricia, que era la típica lesbiana marimacho, y de adolescente había entrado y salido de reformatorios, más que del colegio, sacó unos alambres de la mochila y abrió la cerradura sin ningún problema.

-Qué estúpida eres, puta de mierda.

-Ahora, por idiota, vas a sufrir en lugar de gozar. O quien sabe, a lo mejor descubrimos a una puta masoca en ti.

-Agárrala Patricia

Patricia la agarró por el pelo y con unas bragas de ella misma, que había recogido del suelo, le tapó la boca metiéndoselas hasta el fondo.

Le agarró los brazos dejándola expuesta a Susana, que le arrancó la ropa. Ya desnuda, le dio dos bofetadas en la cara.

-Esto es para que aprendas zorra

-Pero mira que tetas más apetecibles tienes. Te las voy a comer todas

El miedo se veía en la cara de Mireya que movía la cabeza de un lado a otro negando lo que le iba a pasar. Susana fue directa a sus tetas y comenzó a chuparle una y a retorcer el pezón de la otra. Las lágrimas bajaban por el rostro de Mireya y se notaba que no estaba gozando nada.  Susana siguió chupando y lamiendo todo su cuerpo, hasta que llegó al coño. Ahí se esmeró con dedicación y comió y comió de ese coño deseado. El cuerpo de Mireya respondía al estímulo, pero sus lágrimas decían que no disfrutaba, lo cual ponía a Susana más cachonda aún, porque muy dentro de ella, siempre había querido violar a una mujer, poseerla en contra de su voluntad. Las zorras lesbianas ya no le ponían, ahora quería estrenar heteropetardas de estas que se ufanaban de decir lo mucho que disfrutaban de las pollas.

Le chupaba, le mordía, le soplaba el coño a Mireya, le metía los dedos, el puño, lo sacaba y vuelta a empezar. Estaba seca, no se mojaba, estaba sufriendo, pero eso era suficiente para Susana. Luego sacó el arnés, se quitó la ropa y se lo puso. Al ver semejante pollón, Mireya abrió mucho los ojos.

-No decías que te gustaban mucho las pollas? Pues aquí tienes una y gorda.

-Patricia, ponla a cuatro patas.

-Enseguida

La puso a cuatro patas y Susana comenzó a tocarle el coño con vicio, se veía en sus ojos lo que estaba disfrutando. Con los dedos le abrió los labios vaginales a la putilla y le metió la polla de golpe. Se agarró de sus tetas y comenzó a bombearla con fuerza.

-Así me dijiste que te gustaba puta, que dieran duro por el coño, ¿no?

-Te estoy dando como quieres, pero no te mojas, ¿te hago daño? Pues te jodes zorra.

Cuando Susana estaba a punto de correrse por quinta vez, le sacó la polla del coño, le ordenó a Patricia que la pusiera bocarriba en la cama y le quitara la braga de la boca y acto seguido se sentó en su boca y comenzó a frotar su coño empapado con su cara. Mireya tenía la boca cerrada, pero no importaba. Lo que Susana quería era llenarle la cara de sus jugos en contra de su voluntad.

Finalmente, Susana se corrió en la cara de Mireya y se tumbó a su lado para recuperar el aire. Mireya no podía decir nada, se sentía asqueada y sucia. Susana se levantó y recogió su ropa, se la puso y cuando iban de salida ella y Patricia, Mireya les gritó: ¡Esto no se va a quedar así, mi hermano que es policía te va a meter presa!

Susana soltó una carcajada y le dijo,

-Mejor, así tendré más putas a mi disposición o me convertiré en la puta de alguien. No me asustas, idiota.

Salieron las dos del piso de Mireya y abrieron el bar de nuevo, para esperar a la policía. Hablaba en serio Susana cuando decía que no le daba miedo. A la media hora de estar ahí esperando, mientras se tomaban unas copas. Llegó la policía, subieron al piso de Mireya, esta le contó a su hermano lo que le habían hecho la zorra que trabajaba en el bar de abajo y su amiga. El hermano, que había visto el bar abierto, le dijo a su colega que bajara a detenerlas y las llevara a comisaría.

Mireya comenzó a sentirse más tranquila, y su hermano le comentó que se vistiera para que le acompañara a la comisaría a poner la denuncia. Mireya no quería volver a encontrarse con Susana, pero accedió a ir.

-Ven hermana, vamos a poner la denuncia para que esa zorra pague por lo que ha hecho.

-Sí, eso es lo que quiero hermano.

Llegaron a la comisaría, a donde ya estaban Susana y Patricia. Esteban el hermano de Mireya, la empujó para que entrara rápido, y una vez adentro, agarró a su hermana y la metió en la celda en la que estaban las otras dos. La miró risueño y condescendiente y le espetó.

-Ay hermanita, por fin alguien ha podido cumplir mi sueño. Esto no ha hecho más que empezar.

-Cómansela Susana y Patricia.

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