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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 25)

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Después de la batalla del sistema Kylios, era necesario restañar las heridas, y la flora fue pasando por los astilleros de Raissa y Mandoria. Para evitar contratiempos, la 4.ª Flota regresó apresuradamente una vez que limpió de naves imperiales los sectores exteriores, pero dejó atrás algunos sistemas con presencia de infantería regular del imperio, un problema que habría que eliminar más adelante. El Atlantis y el Tharsis, se turnaron para patrullar a lo largo de una zona fronteriza que estaba en calma.

Dos semanas después de la batalla de Kylios, se convocó una reunión del pleno del Consejo Federal en Numbar. Después de discutir y aprobar varias cuestiones de índole política, Inteligencia presentó un informe en el que se confirmaba que la Flota Imperial, había sufrido muchos daños y estaba en reparación. Se estimaba que no estaría operativa, al menos en seis meses, posiblemente más. Entonces se produjo un hecho, que hasta entonces nunca había ocurrido, por primera vez, hubo un desacuerdo entre Matilda y la Princesa Súm. Esta, propuso utilizar la potencia de los dos acorazados para perseguir y destruir a la flota enemiga, con la ayuda de la 4.ª Flota, y acorralar al emperador en el sector 1. Matilda defendió la idea de esperar, reparar las naves y consolidar todo lo conseguido, que era mucho. La reunión fue larga y tormentosa, y al final, por muy escaso margen, prevaleció la postura de Matilda.

—¡No entiendo su postura! —exclamó Matilda muy irritada cuando estuvo a solas con Ushlas y su hermano—. Ha dividido al Consejo.

—Eso no es cierto, hermanita, —contestó Neerlhix en tono serio—. No me puedo creer que pienses así de ella.

—Ella ve las cosas de otra manera, Mati, —añadió Ushlas—. Es normal.

—¡Es una cabezona…! —bramó Matilda.

—¡Mira Matilda, no me cabrees! —interrumpió Neerlhix enfadado—. Claro, tú vives en los mundos de Yupi. El gran guerrero místico en el puente de su poderosa nave. Pues ahí fuera hay más cosas…

—¡Cómo que no te cabree! —le cortó airada —. ¿Qué te has creído? He estado liderando la puta guerra, yo sola durante mucho…

—¿A qué viene eso ahora?

—A que nadie ha hecho más que yo por la puta Federación.

—¿Y eso significa que tienes que salirte con la tuya, aunque no tengas razón?

—¡En esto sí tengo razón!

—¡Callaros los dos de una puta vez! — intervino Ushlas—. A ver si la que se va a cabrear soy yo.

—No, si solo falta que tú, también le des la razón.

—Pues si, claro que se la doy. Ella tiene que sacar adelante un planeta con 600 millones de habitantes, que no tiene recursos suficientes después del ataque de Zorralla. Si te hubieras molestado en informarte, sabrías que, hasta dentro de tres campañas, no va a haber producción de cereal suficiente y hasta dentro de dos años, en el mejor de los casos, no recuperaran la producción de carne. ¿Quieres que siga? Súm, necesita terminar la guerra rápidamente para disponer de más fondos para Mandoria. Por si se te ha olvidado, ella es la jefe del estado de mi mundo, y no puede estar indefinidamente a expensas de la ayuda del Consejo.

—¡Iros los dos a la mierda! —gritó Matilda, y salio de la habitación dando un portazo. Con paso decidido, se dirigió al otro extremo del palacio presidencial donde estaban los aposentos de la delegación de Mandoria. Llegando, se encontró con Ramírez, que charlaba con dos mandorianos del grupo de escolta de la Princesa, en la puerta de su despacho.

—Me he enterado de tu ascenso, coronel Ramírez, —dijo estrechándole la mano—. Felicidades.

—Gracias mi señora.

—¿Puedo ver a la Princesa?

—¡Claro! —respondió mirándola con extrañeza—. ¿Cómo no vas a poder verla? Pasa, está con su secretaria.

Ramírez abrió la puerta y Matilda entró en el despacho. La Princesa estaba sentada detrás de una gran mesa, y frente a ella, también sentada, una mandoriana operaba tabletas electrónicas y se las tendía mientras le daba explicaciones. Se las veía muy atareadas.

—Hola Matilda, —saludo afectuosamente como siempre—. Siéntate aquí, a mi lado. ¿Puedes esperar unos minutos?

—Si, claro, —respondió Matilda un poco desconcertada. Mientras ella estaba más cabreada que una mona, la Princesa estaba afable como siempre. Esa circunstancia la hizo calmarse mientras veía como terminaba de despachar los asuntos de gobierno.

—¿Ya está todo? —preguntó la Princesa a su secretaria. Y ante la respuesta afirmativa de esta, añadió—. Acuérdate de decirle al canciller Uhsak que hable con los realianos, y si siguen con sus intenciones, que anule el contrato. Prefiero racionar el planeta antes de que esos hijos de puta se salgan con la suya.

—¿Qué te pasa con los realianos? —preguntó Matilda.

—Nos quieren vender su cereal, un 20 % más caro que el precio de mercado, y además nos quieren cobrar el transporte.

—¡Qué hijos de puta! —exclamó Matilda—. Yo creía que el Consejo os estaba echando una mano.

—El Consejo hace lo que puede, que es mucho. Ahora están cubriendo un 35 % de nuestras necesidades. Pero no somos los únicos a los que ayudan, hay sistemas, incluso peor que nosotros.

—Es vergonzoso que esos cabrones quieran sacar tajada de algo así.

—Son capitalistas ¿qué esperabas? En Realia, los campos de cultivo no son comunales, pertenecen a corporaciones.

—Si me hubieras dicho que…

—¿El que Matilda? —la interrumpió mientras la miraba—. Lo que me interese a mí, no tiene por qué interesarte a ti. Pero lo que si es cierto, es que el Consejo tiene unos gastos militares enormes, como es lógico, y ya te he dicho que hay muchos mundos devastados.

—No imaginaba que fuera tan grave.

—Ya lo supongo, nunca te han interesado mucho los informes de situación del Consejo. Yo me los trago todos, y en mi opinión, estamos al límite. Por cada mes que se alargue la guerra, aumenta un 5 % las posibilidades de que se empiece a pasar hambre. En algunos sistemas ya se está priorizando la alimentación de los niños.

Matilda guardó silencio unos segundos mientras miraba por la ventana del despacho. La Princesa, se levantó y se aproximó a ella, abrazándola por detrás.

—Ya sabes que nunca me ha gustado la política, —dijo Matilda.

—¡Joder ni a mí! Pero no me queda más cojones.

—¿Sabes que? —dijo finalmente Matilda—. Antes de venir aquí, he tenido una bronca de cojones con Ushlas y con mi hermano. Neerlhix me ha acusado de vivir en los “Mundos de Yupi”

—¿Y tu que les has dicho? —preguntó la Princesa soltando una carcajada.

—Los he mandado a la mierda, —contestó ruborizándose ligeramente—. Parece que tienen razón.

—No le des más vueltas, el Consejo ya ha tomado una decisión.

—Bueno, sigo pensando que un ataque rápido no es conveniente, pero prestaré atención a los trabajos en la flota para que terminen lo antes posible y no se duerman en los laureles, —y girándose, añadió—. ¿Creía que estarías cabreada conmigo después de lo del consejo?

—No seas boba, no tengo tiempo para esas cosas, y menos contigo, estoy muy liada.

—¡Joder! Pues yo venía con las pinturas de guerra.

—¿Pinturas de guerra? —preguntó la Princesa extrañada—. ¿Qué es eso?

—Que venia dispuesta para la batalla.

—Ya lo he notado, pero ya sabes que dos no pelean si uno no quiere. Y yo no quiero, —la dijo volviéndola a abrazar.

—Ese refrán es de la Tierra.

—Si quieres pelea, cómprate un tigre. Este también, —dijo riendo—. Por cierto, no sé lo que es un tigre.

—Como un gato terrestre pero mucho más grande, con rayas, de unos doscientos kilos. Te gustarían si existieran. Hace varios siglos que se los cargaron.

Regresó a su aposento paseando despacio, pensativa. Ahora, la dolía haber mandado a la mierda a las dos personas que más quería en este mundo. A su heroica visión de la guerra, de grandes batallas y grandes victorias, se había impuesto la cruda realidad. A las bajas, en el colosal campo de batalla de la galaxia, había que añadir el sufrimiento, la escasez, y posiblemente el hambre en las zonas de retaguardia. La habitación estaba vacía, Ushlas y su hermano se habían ido. Los llamo por el comunicador, pero no contestaron. Se quedó sola en la habitación, comiéndose el coco, y termino llorando tumbada en la cama, hasta que finalmente se durmió.

 

Se despertó, todavía no había amanecido y Ushlas no estaba con ella en la cama.  Seguía sin contestar al comunicador y llamó a la recepción, donde la dijeron que no había regresado al hotel. Entonces llamó a A2 que confirmó que Ushlas estaba durmiendo en su camarote del Tharsis, atracado en el puerto orbital. Hizo las maletas de las dos, y se dirigió a la lanzadera. Cuando llegó a la Tharsis, dejó las maletas en su camarote y se dirigió al puente.

—¿Estatus de la nave? —preguntó cuándo accedió a él. Moxi era el único oficial mayor que había en el puente. La estación científica la ocupaba A2.

—Todos los sistemas preparados, tripulación al 82 %. Cuatro oficiales mayores están en Numbar, —contestó A2.

—Está bien. Potencia a los reactores. Suelten umbilicales.

—Umbilicales fuera. Reactores al 10 %.

—Suelten amarras. Atrás un cuarto, —el Tharsis, fue deslizándose suavemente fuera de la dársena del puerto.

—Falta tu hermano, la comandante Johari, Daq y Camaxtli, que se va a poner como una furia por irnos sin ella, —dijo Moxi, desde el puesto del primer oficial. Viendo la cara seria de Matilda, añadió—. Y tienes a tu primer oficial durmiendo en su camarote. ¿Crees que es buena idea irnos sin ellos, Matilda?

—Posiblemente no, ni yo misma sé muy bien porqué lo estoy haciendo, —respondió en tono bajo, después de guardar silencio unos segundo. Después, con una leve sonrisa, añadió—. Posiblemente se me ha ido la olla, y me tengas que relevar del mando.

—Eso no va a pasar nunca, ya sabes que eres ni chica favorita.

—No te preocupes, ya lo solucionaré más tarde… de alguna manera, —y cuando la nave terminó de salir de la dársena, añadió —. Rumbo 297938, impulso, avante a toda.

—Rumbo fijado en impulso, avante a toda, capitán.

—Estas coordenadas corresponden a Konark, —dijo Moxi.

—Lo sé. Refuercen el campo místico. Preparados para salto.

—Todos los sistemas prevenidos, capitán.

—Amortiguadores de inercia.

— Amortiguadores de inercia conectados, capitán.

—Abriendo vértice de salto.

—Alarmas de salto, activadas.

—Saltamos. ¡Ya!

 

 

Las alarmas de salto despertaron a Ushlas en su camarote. Se incorporó rápidamente, miro por la ventana y comprobó que estaban en hiperpropulsión. Sin perder tiempo, se puso el uniforme y salio hacia el puente. Entro en él, y Moxi la cedió su puesto al lado de Matilda.

—No teníamos programada ninguna salida, —dijo Ushlas.

—¿Tiempo de llegada a Konark? —preguntó Matilda, ignorando a Ushlas.

—Tres horas, capitán, —Respondió Moxi.

—Estoy en mi camarote, avisadme cuando lleguemos. Primer oficial, tome el mando, —Matilda se levantó de su sillón y abandonó el puente. 

Ushlas y Moxi, se miraron pensativos, intentando entender que estaba pasando. Matilda, nunca había actuado de una manera tan extraña e irresponsable.

—Matilda ha desactivado la videovigilancia en su camarote, no quiere que la vea, —informo A2.

—Moxi, toma el mando, —dijo Ushlas—. Voy a hablar con ella. Manda un mensaje a los de Numbar para que no se preocupen.

Salio del puente y se dirigió al camarote. Llamó, y como nadie contestaba, entro. Matilda estaba de pie, mirando por el ventanal del camarote.

—¿Qué te pasa, Mati? —preguntó nada más entrar—. Has salido sin los oficiales mayores, y eso no es reglamentario, lo sabes muy bien.

—No me pasa nada, y no es buen momento para discutir, —respondió sin dejar de mirar por la venta—. Déjame sola.

—De eso nada, —la respondió cogiéndola del brazo para que se girara—. Vas a decirme ahora mismo que…

Matilda, la cogió de la guerrera y le dio tres puñetazos en el rostro que la dejaron casi inconsciente. Sujeta de la ropa, y como si fuera una muñeca de trapo, la levantó del suelo y la arrojó con violencia sobre la cama, golpeándola en la cabeza contra la pared. Con fuertes tirones, la fue arrancando el uniforme mientras Ushlas, con la cara ensangrentada intentaba defenderse con escaso resultado. Cuando la tuvo desnuda, y como seguía resistiéndose, la dio otro puñetazo en la cara y un segundo en el estómago que la dejó inerte sobre la cama. Con su cinturón, la ató las manos a la espalda y se arrojó sobre ella, morreando sus labios tumefactos y heridos. Ushlas, llorando sin parar, no se resistió más. Dejó hacer a ese ser que no reconocía. ¿Dónde estaba su dulce amante, su amiga? Había desaparecido, la persona que la estaba violando era una desconocida para ella. Matilda siguió pegándola, violándola, estrujando sus pechos, su vagina, mordiéndola presa de un furor incontrolable, hasta que desde el puente informaron de que habían llegado a Konark. Ordenó preparar una lanzadera y en ella partió rápidamente hacia el santuario.

 

Ante la falta de Ushlas, Moxi envió a A2 a buscarla. La encontró desnuda, inconsciente y atada sobre la cama. Llamo al médico de la nave e informo a Moxi, que rápidamente llamo a Neerlhix y le puso al corriente de lo que había pasado. Sin dar crédito a lo que Moxi le contaba, Neerlhix embarcó con el resto de tripulantes y oficiales mayores en una corbeta que los llevó a Konark.

 

—¿Cómo está Ushlas? —preguntó a Moxi cuando entró en el puente.

—En la clínica. Tiene fractura de pómulo y tres costillas, y la cola por dos sitios, aparte de una conmoción cerebral, dos dientes rotos y, magulladuras y erosiones por todo el cuerpo, principalmente en los genitales. Los médicos dicen que su estado es preocupante.

—¿Mi hermana está en el santuario?

—Sí. He hablando con la reverenda madre y la he puesto al corriente de lo que ha ocurrido. La tiene recluida en una celda en compañía de varias sacerdotisas de confianza. También me ha llamado la almirante Rizé. Está preocupada.

—¿Por el reglamento? —preguntó Neerlhix.

—Afirmativo. Las naves tipo crucero o superiores necesitan capitanes de navío, y Matilda y Ushlas son las únicas que tenemos. La almirante no quiere extraños en el Tharsis, está maniobrando para que te nombren capitán en funciones.

—Voy a ver a Ushlas a la clínica, y luego bajaré a hablar con la reverenda madre, —permaneció pensativo unos segundos, y añadió—. No me entra en la cabeza como ha podido suceder algo así. Tuvimos una pelotera muy gorda los tres y nos mando a la mierda, pero nada puede justificar lo que ha hecho… y menos a Ushlas, es… inconcebible.

—Ahora está en buenas manos, Neerlhix. Nadie la conoce mejor que la reverenda madre, la tuvo de pupila durante tres años.

—Lo sé, lo sé, pero estoy muy preocupado. ¿Se sabe algo de la Princesa?

—Afirmativo. Está de camino con una de las fragatas de su flota, —afirmó Moxi—. También está muy preocupada.

Abandonó el puente y en el turboascensor se dirigió a la clínica. La encontró inconsciente, intubada y en vigilancia permanente. Después de hablar con los médicos, en una lanzadera bajó al monasterio y se entrevistó con la reverenda madre, a la que conocía desde que era pequeño.

—¿Cómo se encuentra ahora? —preguntó.

—Ahora está estabilizada. La tenemos en meditación profunda y tres hermanas la mantienen controlada mentalmente.

—¿Ha encontrado alguna explicación a lo que ha ocurrido?

—Sé perfectamente lo que ha ocurrido y porque. Tú sabes que tu hermana es más frágil de lo que parece.

—Claro que lo sé, pero lo que ha pasado, no me entra en la cabeza. Casi ha matado al amor de su vida.

—Si, si, si, pero no te preocupes, la vamos a ayudar. Ella misma se dio cuenta de que algo pasaba, por eso vino aquí a toda costa. Las últimas veinticuatro horas las ha vivido como en una pesadilla, donde todos erais enemigos. Dudo incluso que reconociera a Ushlas como su pareja, y eso va a ser lo verdaderamente difícil.

—¿Qué va a ser lo difícil? —preguntó la Princesa Súm entrando en la estancia. En su rostro se adivinaba la preocupación que la embargaba. Se aproximó a la reverenda madre y las dos se fundieron en un fraternal abrazo. La pusieron al corriente de lo que habían estado hablando.

—Podemos entrar en su mente y ayudarla a organizarlo de nuevo. Pero el choque con la realidad, de lo que ha hecho a Ushlas, va a ser terrible, —y mirando a la Princesa, añadió—. Tu ayuda es imprescindible, los portadores tienen una conexión psíquica mucho más profunda entre ellos.

—Estoy a su disposición, reverenda madre.

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