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El mundo de Farlo (Historia Erótica)

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Prólogo

Hace muchos años atrás, donde el primer pensamiento recorría cada mente razonable “la tierra es plana” pues, más años atrás, cientos de décadas.

Se encontraba una región amplia y montañosa llamada ‘Farlo’ tierras rebosantes de secretos que gritan ser descubiertos. En estas tierras prevalecía la paz; un silencio ensordecedor que regocijaba cada rincón del planeta entero, donde el sonido de la lluvia era la música, la melodía, y el canto de las aves eran lenguajes que podías descifrar para saber o predecir eventos; el amanecer, las tormentas, forasteros…

Ya con esto supongo que sabrás que la tecnología le falta milenios para tener presencia en este paradisiaco mundo.

Lo más impresionante de todo esto era que podrías encontrar, con suerte, el animal más extraño, excepcional y difícil de explicar: el humano, por supuesto.

Desnudos rondando por los bosques y montañas, nadando en los lagos, cazando para saciar su hambre con armas que apenas comenzaban a descubrir que podían crear. No habían “desarrollado” el sentimiento de vergüenza por andar con sus cuerpos descubiertos a la vista de cualquier ojo… ni siquiera sabían que existía esa palabra.

Cada uno vivían distanciados entre ellos, tanto así que creían que estaban solos en la tierra, pero sin embargo todos tenían el mismo objetivo: ¿Cuál es el sentido de la vida? Aunque hay que admitir que hay algunos que ignoran esa incógnita y prefieren dejarse llevar por los hechos.

Hindoru. Un valle abastecido de todos los recursos que podrías encontrar en cualquier parte del mundo. Un pedazo de tierra rodeado de un gran muro, las montañas.

En ese valle, había un bosque conocido por sus exuberantes arboles azules, caracterizados por tener el comienzo de su tronco hueco, perfecto para adentrar en él y dejar de exponerse al exterior, ocultarse de las adversidades. Una diversa fauna de animales asombrosos vive en ese lugar, sin duda podrías conseguirte con algún humano en esa zona, y de hecho…

En unos de esos árboles, el más grande del bosque, se encontraba Paul, un chico lampiño de piel bronceada y cabellos castaños, quien poseía un cuerpo musculoso por el esfuerzo cotidiano de cazar; correr, saltar y otros movimientos que ayudaron desarrollar cada centímetro de su cuerpo.

Él está solo en la tierra, era lo que pensaba. Hasta que la única y última vez que vio a otro humano fue hace muchos meses atrás… ya no recuerda hace cuanto fue.

Tuvo su primer contacto visual en la zona montañosa de Hindoru. Estaba recogiendo con mucho cuidado frutos de un arbusto que cuenta con espinas muy filosas, cuando de repente vio, a lo lejano, la silueta de un animal de su misma especie subir corriendo a una montaña que le quedaba aproximadamente a tres kilómetros de distancia. La más alta.

Su impulso fue soltar las bayas, ser víctima de unas cuantas espinas y correr detrás de ese avistamiento extraordinario.

Corría entusiasmado esquivando con mucha agilidad cada obstáculo que se le atravesaba en su rocoso camino.

Pero, nunca tuvo un acercamiento. El humano se había desaparecido entre las farallones sin dejar rastro alguno rompiendo sus ilusiones, pero instintivamente llenándolo de esperanzas. Sabía que había alguien más casi cerca de él, sabía que no era el único.

Paul vive Solo. Con su madre estuvo hasta la edad temprana de los 9 años, apenas tiene recuerdos de aquel ser humano que lo cuidó, que le enseñó a caminar (hecho que el ignora). Ya no recuerda como era, no recuerda nada más que su silueta y su calor.

Desde entonces ha vivido defendiéndose el mismo, aprendiendo estrategias para cazar, cuidarse, conocerse y conocer cada rincón del valle Hindoru.

Para este humano, y en general, el vínculo madre-hijo era muy débil, casi inexistente, por eso el dolor de perder a su progenitora le duro poco.

Había otras cosas por las que preocuparse: sobrevivir.

I

El sutil canto de las aves acariciaba su oído. Se levantó de las hojas de sandalia que acostumbraba colocar todos los días para dormir y aclaró sus ojos, estiró sus extremidades y dio un último bostezo para comenzar el día.

El tiempo contaba con nubes dispersas y los arboles irradiaban claridad y aire fresco, señalando que sería un gran período.

Como su rutina diaria; se desplazó por un camino de césped hasta un lugar celestial que lo vio crecer, desarrollarse, este camino daba conexión a un manantial, un paraíso custodiado por el bosque.

Entró en ella para saciarse y posteriormente darse un baño en las cristalinas aguas.

Sus indelebles pensamientos se dividían en tres partes: La ilusión de encontrar a otro humano, lograr encontrar comida y cuál es el sentido de la vida.

Pero siempre terminaba vinculando si el sentido de la vida era siempre tratar de encontrar comida, o si el sentido de la vida se basaba en encontrar a un humano y poder dialogar, descubrir el misterio que esto trae.

Sacudió su cabello con su mano para escurrir el agua y terminó de limpiar su cuerpo. Caminó por la espesa maleza, saliendo del bosque, esperando que la brisa secase su piel.

Paul estaba aburrido de la rutina, quería hacer algo nuevo, estaba cansado de hacer siempre lo mismo, de sentir siempre lo mismo. Quería salir de su zona de confort.

Pasó su mano por la cabeza y como una centella se le introdujo, nuevamente, la idea de ir a la zona montañosa a ver si la suerte le sonreía y lograba encontrarse con alguien de su especie ¿Qué podría perder?

La trayectoria era más o menos larga. Primero se encontraba el Bosque, luego una gran sabana que se extendía a medio camino, luego, un pequeño rio que divide estas tierras con la zona montañosa, su destino.

Sus fuertes piernas podrían aguantar largos caminos, eso no le preocupada.

Su mirada posaba en la alta e imponente montaña que abrazaba el horizonte mientras caminaba por un camino entre la maleza, por el gran cielo que se extendía en la tierra, la sabana.

Cada día veía como el sol se escondía detrás de ellas, absorbiendo cada pedazo de claridad, y se preguntaba cómo era ese lugar donde aquella bola de fuego se apagaba, en las noches imaginaba que había un gran pozo de agua donde esta se sumergía y dejaba de resplandecer.

Desde su existencia solo había visitado ese intimidante lugar dos veces. Cuando vio al humano y cuando regresó esperando volverle a ver. Todo esto antes del anochecer, de lo contrario pondría en riegos su vida. Tenía el pensamiento de que como el día brindaba varios tipos de especies, la noche ayudaría emerger animales extraños y muy peligrosos.

Llegó al pequeño riachuelo que se encontraba en la mitad del camino, este alimentaba y daba vida a la fauna de ese lugar. Era una parada obligatoria, siempre se detenía a tomar un poco de agua, y aprovechaba en pescar con una lanza que había fabricado posteriormente y guardado en un árbol que poseía una pequeña abertura en su tronco, para así saciar el hambre.

Por suerte, el conocimiento del fuego ya estaba vigente. Juntó varias hojas secas y ramas que había recogido bajo un árbol. Y con ayuda de dos piedras y la técnica empleada para darle vida a los destellos de calor que creaba. Encendió una fogata, y en seguida colocó los peces que previamente había pescado.

El tiempo era oro, no podía darse el lujo de esperar. Ya tenía suficiente energía como para seguir en marcha.

<Qué maravilla de cosa> pensaba, al tener la montaña a sus pies. Volvió a sentir aquella sensación de ser observado por ella, como si lo sintiera. Se había quedado paralizado, observando tal paisaje vigoroso, pero sabía que las cosas no eran así, tenía que empezar a tocarla, subirla.

La naturaleza era diferente, sus árboles eran mucho más finos y altos pero propinaban un frio escalofriante que estremecía cada musculo.

Estaba en tierras ajenas. Sus sentidos se habían agudizados un mil por ciento. Su oído podía percibir el más mínimo sonido creado por algún roedor y sus ojos atentos a cualquier movimiento.

Las rocas iban aumentando de tamaño mientras más avanzaba. Mientras más ascendía.

La montaña contaba con varios caminos naturales, pero siempre recordaba el lugar por donde el humano había pasado, y volvió a transcurrir esa trayectoria.

Paul se sentía invulnerable. Su corazón latía muy deprisa a la perspectiva de lo que encontrará. Era una especie de felicidad y miedo, algo así como cuando mezclaba bayas con trozos de pescado. Algo que primera vez sentía y pensaba que podría enfermarse.

El lugar donde desapareció aquella fantasmal especie fue en un arco de rocas que la montaña poseía. Donde Paul había regresado dos veces, sin ir más allá.

<No está> Pensó.

Nada se movía, todo estaba silencioso.

¿Debería caminar varios metros más después del arco? Decidió hacerlo, teniendo en cuenta que el miedo a lo desconocido lo cegaba.

Caminó sin parar.

De pronto se detuvo. Alzó la mirada.

Había una gran pared de piedras que obstaculizaban su camino. ¿Hasta allí llegaba la montaña?

Se acercó más y la tocó. Recorrió cada extremo, sintiéndola, analizándola y concluyó que era imposible de escalar, era plana y su altura era como la inmensidad de la sabana pero en vertical. Por su mente recorrió la posibilidad que detrás de esta se encontraba el hogar del sol, el fin del mundo.

¿Puede ser posible que se haya desaparecido en este lugar? Pero ¿Cómo?

En seguida pensó que debería recorrer los otros caminos antes de darse por vencido. Cuando caminó alejándose del muro para volver a la encrucijada de caminos, escuchó

varios pasos en el muro. Sonidos de pisadas muy bruscos que hacían eco entre las rocas. Sus sentidos se estremecieron. Volteó de manera muy rápida, atento.

¿De dónde proviene ese sonido? No hay lugar alguno que sirva de escondite ¡es una gran pared!

El mural contaba con grandes arbustos en sus pies, y uno de este empezó a moverse. Sus hojas caían por la fuerza en la que se agitaba.

<Es un animal> pensó mientras se ponía en posición de ofensiva. El denso matorral dejo de moverse.

Un silencio se apoderó del camino sin salida.

Paul estaba en peligro. Desconocía el animal que se ocultaba dentro de la gran planta. Miles de formas, colores y tamaños se le venían a la cabeza.

Dio leves pasos hacia atrás… Dio otros más…

Muy despacio...

De repente una figura negra que duplicaba su tamaño salió de su escondite. Era un enorme oso con filosas garras. Poseía ojos sin brillo, pelaje desaliñado y la dentadura amarillenta expresaba furor e inminente peligro.

El tiempo se detuvo.

El oso comenzó a dar pasos cortos hacia Paul, sin expresar algún sonido. Los ojos del animal masticaban el vulnerable cuerpo que se encontraba a 5 metros de distancia.

Paul contrarrestaba la distancia alejándose con la misma velocidad del enorme carnívoro.

Era una batalla perdida, tal tamaño podría emplear una fuerza que lo mataría en segundos.

La única salida era zafarse de él, huir.

Ambos se miraban sin el más imperceptible pestañeo.

El oso se detuvo y sus músculos empezaron a contraerse, anunciando que en cualquier momento podría abalanzarse sobre Paul.

Es ahora o…

Como un relámpago se apartó rápido de su sitio. Empezó a desplazarse explotando sus piernas ya calentadas por el viaje, hacia el arco de rocas, alejándose del oso que posiblemente se encontraba detrás de él ansioso por alimentarse.

Sabía que no era momento de morir. Aun no lo era.

Mientras se movía ágilmente, volteó a ver la distancia del oso y este se había perdido entre las rocas y árboles. Pero aun así Paul no se detuvo, estar seguro era salir de ese lugar.

Abandonó la encrucijada, saltó enormes rocas y troncos, esquivó un árbol que se aproximaba en su camino y de pronto cayó sobre un barranco que se le hizo invisible en el camino.

Deprisa se sostuvo de las raíces que emergían del muro de tierra. Las sostuvo muy fuerte lastimando sus palmas. Como instinto las analizó y podrían soportar su peso por unos minutos.

Se quedó suspendido en la mitad del barranco. Observó hacia abajo y se encontraba a cuatro metros del piso. No quería soltarse, no porque podría salir lastimado, al contrario, había saltado lugares más altos como experiencia. Lo que le preocupaba era saber la ubicación de aquel animal ávido. Dudaba si aún se encontraba arriba o si ya había bajado lo que Paul le faltaba menos de 4 metros. Este podría salir en el momento cuando Paul se soltase y devorarlo.

No trato de moverse, Se quedó en silencio. Volteó hacia arriba.

Escuchó los pasos del oso... si… aún no había bajado.

Paul se soltó y cayó de pies con fuerza en el piso, lejos de lastimarse.

Siguió su marcha en la misma velocidad y logró bajar la montaña que definitivamente lo había sacado de su zona de confort.

Se detuvo con la respiración acelerada, a tomar sorbos de aire que oxigenaran, aún más, sus pulmones.

Se dio la vuelta y vio, arriba en la montaña donde se ubicaba el arco, el oso, observándolo sobre una respingada roca.

Transcurrieron unos segundos. El feroz animal le dio un último vistazo y se marchó desapareciendo entre los peñascos.

La experiencia que había vivido Paul lo habría marcado de por vida. Nunca había visto semejante animal. Indiscutiblemente había tachado la montaña como peligrosa y con ella la esperanza de ver a un humano, por lo cual se propuso no volver más.

Aquella travesía le generó una sed inhumana. Llegar al riachuelo era su próxima meta, y aprovecharía en pescar para tener que cenar. El viaje no habría sido en vano por completo.

Era increíble como las zonas de dividían en su naturaleza (fronteras) el suelo de la región montañosa eran mayormente piedras, tierra más clara y el clima más frio, y cuando se acercaba el riachuelo comenzaba el césped a brotar y los árboles frondosos comenzaban a rodear la vista con un aire más cálido. El comienzo de Hindoru, para Paul.

Apartó con cuidado varias ramas que caían de los árboles y quedó absorto. Había un animal tomando agua del riachuelo.

Paul se acercó más… en silencio.

…no era una especie distinta.

Quería compensar su cerebro de lo que estaba viendo… si… ¡un humano!

Se escondió entre los arbustos procurando no hacer algún ruido y espantarla. Se encontraba muy cerca del otro cuerpo, observando, estudiando los movimientos que aquel animal en descubrimiento empleaba. Estaba fascinado.

El humano se encontraba agachado, con las manos y las rodillas en el suelo, tomando sorbos de agua directamente con su boca.

Paul se encontraba a tan solo dos metros de distancia de aquella encantada criatura.

Pero algo sacó de sus pensamientos a Paul, como si lo golpease. Algo le llamó la atención.

Quitó la mirada del humano y empezó a estudiar su anatomía. Empezó a ver su cuerpo, se tocaba hasta llegar a su miembro viril y testículos.

Pudo notar que la otra persona también poseía testículos y un pene. Podía verlo con total claridad ya que tenía las piernas abiertas y estos se exponían con mayor ruido visual.

Esto lo confundió.

No era el único que poseía tales formas en su cuerpo ¿todos eran iguales?

Observó por un rato entrando en un trance astral, un espiral de pensamientos que detallaban cada parte de aquel cuerpo tan parecido como si fuera un animal exótico, un animal de las tierras donde el sol se ocultaba.

Piel blanca como las nubes, cabellos cortos de color castaño claro y también poseía una anatomía fornida; espalda ancha, piernas y nalgas grandes y definidas.

Paul comenzaba a sentir una grata sensación en su interior, era parecida a la emoción que sentía cuando despertaba en las mañanas; sentía su cuerpo un poco caliente.

Aquella vista lo tenía extasiado, pero, a pesar de tanto asombro hubo algo que le desviaba la mirada, era la vista principal, imposible ignorar tan insignificante detalle.

Arriba de sus enrojecidos testículos, más arriba del perineo, se encontraba un pequeño punto entre las voluptuosas nalgas de aquel humano, apenas visible. No sabía por qué, pero eso le llamaba la atención.

Lo miraba aturdido, perplejo.

<muy pronto dejara de beber y se marchará> reflexionó apartando aquellos pensamientos que empezaban a saturar su mente.

Repentinamente, salió del arbusto dejando de tener cuidado donde pisaba. Necesitaba hacer presencia. Exigía conocer aquel semejante.

El humano volteó.

De manera pacífica se puso de pie mientras secaba su boca con su mano.

Para la sorpresa de Paul no mostró señal de estar espantado o querer huir. Se acercó lentamente y levantó su mano en señal de paz. Sutilmente expresó:

― Hey…

Esperó unos segundos y no tuvo respuesta. El humano lo observaba intimidante, poseía cejas pobladas que acentuaban su mirada. Analizaba como lo había hecho Paul en un principio.

― ¿puedes… hablar? – preguntó Paul.

La persona se acercó más, y expresó con una voz grave:

― ¿vives aquí?

Paul se emocionó al poder entender lo que había dicho y mucho más aún que le había respondido la conversación. No tardó en responder:

― No, vivo más adelante, en el bosque… ¿tú de dónde eres?

― …de la gran roca. – respondió señalando el camino hacia la montaña.

― Vengo de ahí, pero hay una gran bestia peligrosa viviendo en ese lugar… - sonrió torpemente y añadió:

― ¿Cómo te llamas?

― Mi nombre es Helios. ¿y tu nombre?

― Paul…

Helios hizo una mueca con sus labios y desvió la mirada al agua, y expresó, comprimiendo el aura de dialogo que Paul quería crear:

― Vamos a pescar…

Sin esperar respuesta, se adentro a las aguas y empezó a cazar peces con sus manos, pero casi todos sus intentos fallaban.

Paul vio el esfuerzo que aquel desconocido estaba empleando y enseguida atravesó el riachuelo y buscó la lanza que había utilizado para pescar la última vez.

Entró en el rio y se acercó junto a Helios y en movimientos rápidos emergió la lanza con fuerza, y en segundos había cazado un pez gordo.

Esto le había llamado la atención a Helios, estaba sorprendido. En seguida Paul le ofreció la lanza para que aprendiera, el cual aceptó y en pocos minutos estaban sentados alrededor de la fogata junto a un gran banquete sobre esta.

El momento era perfecto para Paul, las horas habían pasado lentamente y lo más asombroso de todo era que por fin había conocido a un humano y no había huido ¡no lo podía creer! Procuró conocer del otro ser hasta donde Helios le permitía. Quería saber lo que pasaba por su cabeza.

― ¿Vives solo? – Preguntó Helios.

― Si… ¿y tú?

― Igual… - suspiró - ¿por qué nunca te acercabas con frecuencia a la gran roca?

― Es muy peligrosa… - frunció el ceño - y… ¿Por qué tu nunca te acercaste al bosque?

– preguntó Paul.

― Es muy peligrosa...

Ambos se miraron y se echaron a reír. Pasaron unas horas comiendo y platicando. Conociéndose entre sí. El ambiente se sentía cómodo, ambos habían creado conocimiento entre sí, por lo cual había una especie de confianza.

― ¿te gustaría conocer mi hogar? – propuso Paul apenas el ultimo pez había desaparecido en sus bocas.

Helios lo pensó muy bien y dijo:

― ¿hay bestias allá?

― No – respondió Paul, seguro.

― Podemos ir... pero tengo que regresar antes que anochezca – advirtió.

Ambos se levantaron y se acercaron al rio para asear manos y cara. Paul está feliz, veía a Helios a su lado y lo único que tenía en la cabeza era que iba a compartir más con él, ese día no iba a estar solo.

Ya limpios, Paul le enseñó a Helios el agradable camino hacia al bosque de Hindoru.

II

El bosque. Lugar de grandes árboles azulejos y mucha serenidad, es lo que representa esa zona de Hindoru. Helios se sentía seguro pisando esas tierras ajenas, inmediatamente se esfumó la mentalidad de que esa región era peligrosa, de lo contrario, se arrepiente de no haber visitado antes.

― Aquí duermo – dijo Paul, adentrando a su árbol y poniéndose cómodo sobre las hojas, mostrándole a Helios lo conforme que estaba.

― ¡Aquí duermes muy bien! – se agachó para observar por dentro – es muy agradable… - confirmó. Se retiró y se puso de pie.

Paul salió y le sugirió en mostrarle algo que existía en el medio del bosque.

Caminaron juntos y Helios le expresaba lo mucho que le gustaba su hogar, que tenía todo para ser un lugar seguro fuera de animales peligrosos.

Paul asentía a cada palabra. Sabía que le iba a gustar aún mas apenas viera el manantial.

― Mira… aquí es… - dijo Paul apartándole unas ramas que obstaculizaban la vista.

Mostrándole en su totalidad las aguas cristalinas.

Helios sonrió por el radiante paisaje y su impulso fue acercarse a la orilla para probar de aquellas aguas termales.

<Oh no…> pensó Paul, aquella posición en la que estaba Helios, como lo había conocido, le hacían sentir cosas muy adentro de su pecho. Pero ¿por qué?

Dejó de tomar agua, pero había permanecido quieto, observando el horizonte en la misma posición.

Paul se acercó sin pronunciar una palabra, el ambiente hablaba por sí solo. Se agachó en cuclilla a su lado, acompañando a Helios en su vista. Disimuladamente volteó hacia su costado para poder apreciar tal forma.

Aquella cintura conectada con sus definidas nalgas acariciaba su vista, y lo que había en medio, aquel punto misterioso, aquel sitio oculto, era un enigma que tomaba posesión del cuerpo de Paul.

Por instinto, sabía que también poseía uno de esos, pero poder verlo, detallarlo muy de cerca, era ver algo que acaba de nacer antes sus ojos.

Quería acercarse más. Quería tocarlo. Sentirlo.

― ¿sucede algo? – dijo Helios sorprendiendo a Paul con los ojos sobre su cuerpo. Paul se agitó. Se puso de pie enseguida y dio unos pasos atrás.

― ¿Qué te pareció? – preguntó desviando de tema.

― Tienes un mundo acá adentro. – contestó poniéndose de pies.

Sentía su pecho caliente, y la frase que rondaba su cabeza salió a floté sin permiso:

― Somos iguales.

Helios lo observó extrañado mientras se acercaba a él, con un gesto en sus ojos como si esperara oír algo más.

― ¿no te preguntaste lo mismo? – cuestionó Paul.

― si… pero ¿hay algo de malo en eso?

― No lo sé… es que… puede que esté un poco confundido – murmuró.

― En este momento no somos tan parecidos – observó Helios. Aquella frase le complicó las opiniones a Paul.

― …No entiendo. – respondió con incertidumbre.

Helios bajo su mirada y vio su pene, y luego tornó a verle el pene a Paul, este con una enorme erección.

― No sé qué me pasa… es solo la emoción a lo que está pasando – se excusó.

― No creo… – rechazó Helios –…está igual a como estaba en el riachuelo ¿es una larga emoción?

Se acercó y tomo la mano de Paul, y seguido de esto se la colocó sobre su pene. Paul lo sostuvo delicadamente sintiendo el calor de Helios, y en cuestiones de segundos vio como crecía en sus manos. Duplicando su tamaño, casi emparejando el de Paul.

Esto no le disgustaba, estaba experimentando algo que en el interior le alteraba los sentidos.

― Ahora si somos iguales – dijo Helios con una sonrisa satisfactoria al ver su pene en su total erección.

Como si tuviera vida propia su mano empezó a moverse, lo agasajaba.

Paul veía insistente lo que tenía en su mano. <Es suave> pensó. No se explicaba cómo aquello se apoderaba de él, tomaba control de su ser.

Se acercó más a Helios, dejándose llevar por el instinto.

Ambos se estaban intercambiando acaricias en sus flamantes penes.

Helios se acercó aun más y juntó su pene con el de Paul. Apenas podía sostener ambos miembros así que usó sus dos manos para hacerlo, dejando a Paul con las manos libres. Este solo se encargó de observar como su compañero hacia movimientos ascendentes y descendentes. Como si rasgara un nervio oculto que poseía su miembro cada vez que hacia tal movimiento, y la sensación de tener otro pene con una temperatura alta cerca el de él, creaba una sensación indescriptible.

Paul tragó fondo. Lo que estaba sintiendo estremecía aun mas sus fuerzas. Podía sentir el calor que emanaba el cuerpo de helios. Su pecho… su aroma...

Acercó su cara a su cuello y respiró fuerte de él llenado sus pulmones de aquel olor estimulante.

Helios le respondió el cumplido y empezó a besar el cuello de Paul. Sus rostros se acercaban cada vez más… quijada con quijada… mejilla con mejilla… y labios con labios.

Había descubierto algo, algo que naturalmente se había manifestado. No paraba de disgustar los labios de Helios. Quería sumergirse en ellos, quería que fueran de él. Quitárselos.

Había entrado nuevamente en un trance cósmico, donde los cuerpos experimentaban sensaciones jamás descubiertas.

Helios soltó los labios y se agachó frente de él. Paul quedó aturdido ante aquella acción <¿Qué pasó?>

Helios tomo nuevamente del pene de Paul y lo sostuvo muy cerca de su boca que se abría muy despacio.

Paul se asustó y se alejó un poco. Rechazando aquel acto.

― Espera… - dijo Helios –…no voy a herirte…

Paul lo observó y terminó de acceder a la perspectiva de lo que pasará.

Helios empezó a rozar el glande en sus labios. Sacó su húmeda lengua y empezó a lamerlo con movimientos circulares abrazando la cabeza de aquel pene grueso.

― Lo tienes muy grande – dijo Helios entre lamidas.

Abrió su boca y lo introdujo sutilmente hasta la campanilla de la garganta. Paul se conmovió.

Empezó a chupar de él, hasta el fondo, de arriba a abajo, sin parar.

Paul poseía la palabra placer dibujada en su rostro y eso a Helios lo excitaba aún más.

Con la mitad del pene en su boca y la otra parte del tronco lo masturbaba con sus manos, esparciendo su saliva, calentándolo con aquel líquido viscoso.

Paul se estremecía del gusto.

Le sostuvo la cabeza, le acariciaba en señal de estar disfrutando del trabajo que estaba haciendo su secuaz.

― Si… si… - Paul lograba pronunciar entre gemidos. Helios se lo sacó de la boca y se puso de pie.

Le sostuvo la mano a Paul y lo llevó hasta la orilla del manantial, donde habían estado inicialmente.

Los rayos del sol se escabullían entre las hojas de los árboles y la sutil brisa acariciaba ambos cuerpos en complicidad de lo que estaban sintiendo.

En seguida Paul vio como Helios se agachaba, colocando sus manos y rodillas en el suelo. Hundiendo su cintura y levantando sus caderas. Dejando a la vista aquello por el cual Paul alucinaba.

Se había quedado paralizado, observando atónito.

Helios volteo a verlo y expreso en voz baja:

― Ven… tócalo…

El corazón del Paul latía descontroladamente. Se agacho de inmediato detrás de él.

Tenía en frente de él una imagen que deseaba grabarse en la mente. Aquellas nalgas

voluminosas bordeaban aquel punto secreto.

Con sus fuertes manos tocó de aquellos glúteos macizos. Los acariciaba. Los apretaba. Los volvía acariciar, lo hacía con ganas.

Las apartó dejando a la vista su pequeño ano rosado. Llamativo… gustoso… Sentía que su pene iba a explotar por la presión de la sangre.

Lentamente deslizó entre ellas su dedo. Tocando aquel minúsculo agujero que inmediatamente se contrajo. Esto le fascinó aún más.

Con su otra mano apretaba una nalga y con la otra jugaba en aquella zona lineal, de arriba abajo. Llegaba a los testículos y jugaba con ellos, hipnotizado.

Estaba sintiéndolo.

Empezó a bordear el pequeño agujero, y en movimientos circulares empezó a sumergir su dedo, explorarlo por dentro. Pero Helios se meneó haciendo que lo que sacara.

Paul había entendido que por poco lo lastimaba. Aquel agujero era muy seco y duro, no podía deslizarse, a lo que maquinalmente se metió su dedo índice en la boca y lo empapó de saliva, luego prosiguió en introducirlo.

Su dedo comenzó a deslizarse suavemente por el pequeño orificio. Se sentía muy bien, se sentía esponjoso mientras avanzaba.

Estuvo conociéndolo, jugando con él, sacaba su dedo y lo volvía a introducir.

― ¿te gusta? – preguntó Helios.

― Si… se siente rico… me gusta – contestó Paul con la respiración pesada.

No pudo contenerse, quería tanto aquello que se acercó y pasó inconsciente su lengua entre aquellas montañas de delectación.

Le gustó. Sabía que le gustaría.

Su lengua comenzó a empapar aquel anillo misterioso. Lo saboreaba. Le encantaba el sabor. Reavivante. Sentía como su lengua le daba éxtasis al cuerpo de Helios, quien se encontraba disfrutando indudablemente de su cómplice, quien como un animal feroz se comía hambriento su musculoso trasero.

Toneladas de sangre hirviendo bombardeaban el pene de Paul. Tenía que hacer algo, sentía que debía estar cerca de Helios, estar dentro de él.

Escupió su dilatado ano, propinando humectación.

Se puso derecho y acercó su enorme miembro al pequeño agujero de Helios.

<¿Cabrá allí?> Pensó.

Muy despacio empezó a empujar.

Pausadamente el pequeño ano iba abrazando su pene, iba adaptándose a él.

Helios sentía un ardor de placer, sentía que estaba llenando un vacio. Necesitaba tenerlo todo adentro.

Paul sabía que tenía que hacerlo lento.

Sentía como se deslizaba lentamente dentro de Helios, sintiendo un calor que obligaba a introducirlo todo.

― Es tan estrecho, húmedo y caliente – pronunció Paul con sus ojos cerrados.

Describiendo cada textura.

― Métemela toda… que no quede nada afuera – respondió Helios excitado. Paul apretó sus nalgas.

Su pelvis estaba en contacto con Helios. Todo su pene se encontraba dentro de aquel pequeño espacio.

Poco a poco empezó a sacarlo y meterlo… ¡como le apretaba!... ¡qué gusto daba! Fue aumentando de velocidad.

Le sostuvo su cintura y empezó a envestirlo con mayor fuerza.

El sonido del choque entre los cuerpos definía el placer que generaba esa unión.

― Sí… así… ¡se siente rico! – exclamaba Helios.

Helios tenía un manjar entre sus piernas, no podía existir sin ser probado.

Aquel orificio estaba entre apretado y jugoso. Esas dos características se fusionaban creando una textura diversa, imposible estar satisfecho de ella.

La piel del excitado Paul se erizaba.

― Métemela toda… toda… - lograba pronunciar entre cortado por la respiración. Helios estaba disfrutando de aquel semental que estaba probando de su cuerpo. Sus nalgas se sacudían por la embestida que estaba recibiendo.

Paul se detuvo a observar cómo su pene se encontraba devorado por el esfínter de Helios. Ese calor que lo envolvía…

En eso Helios comienzo hacer movimientos, empezó a mover sus glúteos, sus caderas, satisfaciéndose el mismo.

Estos movimientos dejaban boquiabierto a Paul.

¡Qué maravilla de cuerpo! Nada dejaba de sorprenderlo.

― Que rico te mueves… sigue así… - suplicó Paul.

Sus manos volvieron a sostener la cintura de Helios, viendo como meneaba su gran cola. Paul empezaba a sentir algo más complejo. Sus gemidos prolongados advertían que estaba a punto de sentir algo más.

Su cuerpo de arrojó encima el de Helios. Apretó muy fuerte de su tronco y la respiración disminuyó de manera drástica.

Estaba a punto de expulsar su semen dentro de Helios.

Dio bruscas embestidas, apuntando a lo más lejano de la cavidad anal. Sentía como se acercaba…

Cada vez más…

Una explosión empujó a Paul a otra dimensión desconocida.

Chorros de semen fueron expulsados, llenando aquel angosto orificio, saciándolo. Ambos gimieron de un placer inigualable que sus sentidos desconocían.

Helios apretó sus ojos y se mordió sus labios, y empezó a correrse sin necesidad de tocarse ¡que perfecta anatomía!

Ambos compartían de su sudor, y Helios apretaba su esfinge… Paul aún permanecía adentro de él.

Ambos se quedaron en la misma posición por unos segundos, asimilando lo que había ocurrido. Recuperando la respiración que se había perdido muchos minutos antes.

Juntaron de nuevo sus labios como recompensa del trabajo magnifico que habían hecho.

― Quisiera dejártelo adentro… - murmuro Paul en la boca Helios. Helios le respondió con un prolongado beso.

La unión terminó.

Ambos se pusieron de pies y el semen de Paul se escurría por las grandes piernas de Helios.

― Vamos a tomar un baño – dijo Helios, caminando con sus nalgas rosadas, hacia la parte más profunda del manantial.

Dos cuerpos que habían vuelto a nacer se ayudaban a asearse, piel con piel. No querían perder el contacto que ambos habían descubierto.

Paul había conocido por primera vez el sexo. Había perdido, literalmente, su virginidad con un semental.

Se cuestionaba cómo fue posible que haya vivido antes sin practicar tan maravillosa práctica. Había quedado, En pocas palabras, embelesado del cuerpo de Helios. Miraba sus grandes piernas como algo venerable, como algo que merecía ser cuidado y atendido.

Esto le cambió la vida al igual que a sus preguntas permanentes que su cabeza tenia plasmadas.

Ya había conocido a un ser igual que a él, ya había dialogado, ya lo había descubierto…

¿había atrapado el sentido de la vida? ¿Hasta ahí llegaba?

Molesto no se encontraba, de lo contrario, había descubierto, aparte de las anteriores, una sensación de bienestar absoluta… pero… sentía que a pesar de ser absoluta no era completa, algo le hacía eco en su cabeza.

Un nuevo interrogante se añadió al listado de preguntas: ¿Qué pasará con Helios?

(9,60)