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Las crónicas de Elena - Cap 3

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Elena se despidió dulcemente de Lucrecia antes de salir de la taberna para ir al encuentro de su padre, antes busco a su hermano pero este ya se había marchado temprano esa mañana. Antes de salir, Lucrecia le dio una bolsa con las partes de su armadura sonriendo divertida recordando la noche anterior.

“Mmm tendré que aguantar el sermón de mi padre, pero ha merecido la pena”- se dijo Elena para sí mientras recorría las calles atestadas de gente.

El recorrido hasta su casa fue lento, intentando retrasar lo inevitable, incluso se permitió entrar en una de las boutiques de la calle principal, quería comprar un par de vestidos, cuando entro los dependientes la miraron de arriba abajo, ella se miró y comprendió porque lo hacían, la verdad, así sin su armadura y con la camisa bastante arrugada y los pantalones no parecía muy noble. Ella sonrió divertida, mientras tanto uno de los dependientes se acercó altivamente.

—Desea algo, aunque no sé si lo que hay aquí pueda permitírselo- dijo mirando a la joven despectivamente.

Elena seguía sonriendo divertida

—Si necesito un par de vestidos nuevos, preferiblemente de fiesta, uno quiero probármelo ahora y para el otro vendrá mi asistente con unas indicaciones para que se lo deis a ella, Ah sí y un par de zapatos también de fiesta.

—¿Asistente?- pregunto el dependiente en tono burlón- bien y va a pagarlos ahora o lo hará su asistente- volvió a soltar el dependiente con tono despectivo.

—No, podéis cargarlo a la cuenta de mi familia.

—En esta boutique solo tienen cuenta las familias principales de la ciudad, y no creo que tu pertenezcas a una de esas- dijo el dependiente señalándola con el dedo.

—¡Señorita Elena!, me entere ayer de que había escapado de sus captores y había logrado volver a casa

Un hombre mayor salió de una de las estancias de la boutique y se acercó a Elena sonriente mientras le tendía la mano para saludarla. Mientras el dependiente miraba al hombre y después a Elena y su mueca burlona se transformaba en una cara de terror.

—Don Jorge, un gusto verlo, si, pude volver con los míos, veo que sigue tan activo como siempre- Dijo Elena sonriente mientras tomaba la mano del anciano entre las suyas.

—Uno hace lo que puede, pero los años ya empiezan a pesarme- dijo el señor con una sonrisa que hacía que se le marcasen las arrugas del rostro.

—Bueno entonces es hora de descansar- dijo Elena poniéndole una mano en el hombro al anciano.

—Sí debería de hacerlo pero aún no he encontrado a alguien competente a quien dejarle mi legado- dijo el anciano mientras miraba severamente al joven dependiente que en ese momento estaba pálido como un fantasma.

—Seguro que pronto encontrara a alguien- dijo Elena sonriendo.

—Y mi querida señorita, ¿Qué es lo que desea?

—Bueno, su dependiente me estaba explicando cómo funciona el crédito de las familias principales antes de que usted apareciese.

En ese momento la joven estaba conteniendo una carcajada, viendo como el nerviosismo del dependiente aumentaba a medida que avanzaba la conversación.

—Ah sí, pero eso no es necesario- dijo el anciano con una mirada de ira hacia el joven.

—Esto yo… yo no sabía de quien se trataba y como… como va así vestida pues pensé que…

Al chico estaba a punto de darle un ataque, mientras tanto Elena aguantaba, con todas sus fuerzas, la risa que quería salir.

—Tú no sabes nada pedazo de inútil- dijo el hombre propinándole un sonora colleja al joven que estaba completamente avergonzado.

—Oh, no es su culpa Don Jorge, poca gente de la ciudad nos reconoce si no vamos con nuestra armadura y reconozcamos que no vengo con las mejores prendas hoy- dijo Elena intentando exculpar al joven, que la miro agradecido mientras se sobaba la nuca.

—Sí, pero eso no es excusa para tratar a la gente de forma despectiva- dijo el anciano indignado y mirando furiosamente al joven, que solo esperaba asustado la siguiente reprimenda, bueno espero que pueda perdonar este atrevimiento de mi empleado, de ahora en adelante la atenderé yo personalmente- dijo el hombre mientras hacía un gesto con la cabeza para que su dependiente se marchase.

—Me parece perfecto- dijo Elena sonriendo.

—Y si me puede repetir lo que buscaba querida, se lo facilitare prontamente

—Sí, como ya le dije a su ayudante, estaba buscando dos vestidos de fiesta uno para probarme ahora y el otro vendrá mi asistente a buscarlo, no es para mí y no se la talla de su propietaria- dijo Elena un poco sonrojada al darse cuenta de que estaba comprando algo a Lucrecia y que sabía pocas cosas de ella- mi asistente también buscara los zapatos.

—Bien, sígame por aquí, le enseñare lo que tenemos, ya sabe que nuestros productos son de la mejor calidad, por eso su querida madre siempre confío en nosotros-dijo el anciano en tono melancólico- Era muy bella y usted ha heredado esa belleza querida Elena- dijo el hombre sonriente.

—Bueno, no puedo compararme con mi madre, ella tenía cualidades que yo nunca tendré- dijo la joven melancólica.

—Bueno guardemos esos recuerdos felices y busquemos algo adecuado para realzar esa belleza-dijo el hombre mientras se rascaba su cabeza pensando en algo.

El hombre comenzó a sacar vestidos y ponerlos en fila para que Elena los viera

—Este no es mi elemento- murmuro la joven un poco agobiada al ver tantas prendas de diferentes colores y formas.

Recordaba las tardes en la que su madre la sacaba de sus tareas como soldado de la guardia, para llevarla de compras. Elena siempre lo hacía a regañadientes, ya que su entrenamiento era muy importante para ella y no quería quedarse atrás de sus hermanos, pero su madre sabía que las hijas de los otros nobles se metían con ella, por ir siempre vestida con las ropas de soldado. Aunque Elena decía que no le importaba, su madre sabía que esas cosas le afectaban, así que cuando veía a su hija triste, interrumpía los entrenamientos y la llevaba a la boutique donde Don Jorge que la esperaba siempre con helado y bonitos vestidos para enseñarle. Claro que siempre era su madre la que la ayudaba a decidirse y ahora, después de tantos meses con poca ropa para cambiarse, los colores y las formas la abrumaban.

—¿Qué le parece este?- dijo el anciano sacándola de sus pensamientos.

—¡Guau es precioso!- dijo Elena mientras cogía el vestido y lo observaba más detenidamente.

El vestido era de un bello color azul de manga larga, con adornos en el cuello y un generoso escote en la espala.

—Voy a probármelo-dijo Elena metiéndose en el probador.

—Le traeré unos zapatos a juego.

Elena se probó el vestido, le quedaba un poco holgado esa era la talla que usaba pero parece que necesitaría una más pequeña, se dio la vuelta para ver su espalda y recordó sus moratones que estaban tomando un tono amarillento.

“vaya los había olvidado por completo “- pensó para sí dándose de cuenta lo bien que le había sentado pasar la noche con Lucrecia, solo ella era capaz sacarla de ese estado en el que se encontraba.

—Elena querida te traigo los zapatos- dijo Jorge sacando a la joven de sus pensamientos.

—Oh un momento - dijo Elena mientras se ajustaba el vestido para salir del probador.

—Querida definitivamente ese es tu color, tendremos que hacer algunos ajustes para adaptarlo a tu nueva figura pero si, has heredado el porte y a belleza de tu querida madre.

—Gracias Don Jorge- dijo Elena sonrojada.

—A ver pruébate estos zapatos y da una vuelta- pidió el anciano mientras pensaba que era lo que tenía que modificar del vestido.

La joven se puso los tacones, aunque su madre le hubiese enseñado de pequeña a caminar con ellos, seguía viéndolos como objetos inestables y poco útiles, comenzó a girar y el anciano logro ver sus moratones de su espalda.

—Oh querida debiste de pasarlo muy mal estos meses- dijo el hombre mirándola apenado- lo siento, debes de pensar que soy un entrometido pero bueno siempre le he tenido un gran cariño a tu familia y bueno, me duele ver lo que has sufrido.

—Descuide Don Jorge en mi familia lo sabemos todos y quería darle las gracias por su lealtad todos estos años- le respondió Elena con una cálida sonrisa.

—Bueno olvidemos las cosas tristes y centrémonos en tu belleza y no te preocupes por esos moratones que no hay nada que un buen maquillaje no pueda ocultar.

—Si, supongo que mi asistente puede hacer algo en mi espalda.

—Bueno pues déjame tomarte las nuevas medidas para ajustar el vestido, espero que pronto recuperes esos kilos que perdiste.

—Descuide Don Jorge ayer ya comencé la operación recuperar los kilos perdidos- dijo Elena guiñando un ojo.

El hombre sonreía mientras tomaba medidas a la joven.

Elena paso un buen rato en la Boutique de Don Jorge, hasta que al final se armó de valor para ir a ver a su padre, se despidió del anciano y salió en dirección a su casa, no quería entrar por la puerta principal ya que tendría que darle explicaciones a la guardia, así que se escabullo por una de las entradas el servicio y entro por la cocina. En ella había un montón de personas y un montón de comida preparada, todos la miraron extrañados al verla allí, la joven busco una cara familiar para poder hablar y encontró a una de las cocineras más veteranas, aunque no lograba recordar su nombre. En ese momento se maldijo a si misma por ser tan soberbia en el pasado, pero aun así quería pedirle algo a la mujer.

—Eh hola- saludo viendo como la mujer la miraba esperando que dijera su nombre, pero se rindió al ver la cara de confusión de la joven.

—Graciela señorita Elena, llevo trabajando 15 años para su familia- dijo la cocinera un poco indignada por el desconocimiento de su jefa.

—Ah Gabriela, de veras lo siento, antes no era la mejor persona del mundo- dijo Elena avergonzada- ¿toda esta comida es la de la celebración de ayer?- pregunto extrañada al ver que había sobrado tanta.

—Si, el señor decidió cancelar la celebración, la agasajada decidió no asistir-respondió la mujer mirando severamente a la joven.

—Eh… bueno yo…- Elena no sabía que responder a la mujer- y ¿Qué vais a hacer con toda la comida?

—El señor nos pidió que guardásemos la que durase y que la que no durase, podíamos hacer lo que quisiésemos con ella, mucha se perderá- dijo la mujer con pena.

Elena observo toda la cocina avergonzada por lo que había causado su actitud del día anterior, pero era con Lucrecia con la única persona con la que quería estar. De repente se le ocurrió algo para aprovechar la comida.

—¿Sabes si la comida puede aguantar hasta la noche?

—Si la ponemos en frio supongo que sí- respondió la cocinera.

—Pues Graciela, se me acaba de ocurrir algo para que vuestro trabajo no se pierda, más tarde te envío a Anna para que te informe- dijo Elena cogiendo a la mujer por los hombros y dándole un efusivo beso en la mejilla.

La joven abandono rápidamente de la cocina dejando a la mujer extrañada por su comportamiento tan cercano y efusivo con ella. Después de unos segundos Elena se dio cuenta de lo que había hecho y se detuvo un segundo para pensar en porque había actuado de esa manera. Sonriente entendió que era lo que había pasado, y es que pensar en Lucrecia la hacía comportarse de manera más cercana con la gente.

Caminando por el pasillo que se dirigía al despacho de su padre se encontró con su asistente, la joven la iba distraída mirando por el ventanal que daba a uno de los jardines del edificio.

—¿Qué te tiene tan distraída?- pregunto Elena sonriente.

—¡Ay señorita Elena!, me ha asustado- dijo la joven sobresaltada.

—Perdona Anna, no era mi intención asustarte, pero, ya que te veo quiero pedirte un par de favores

—Sabe que estoy a sus órdenes señorita- dijo la joven sonriendo.

—Ya te dije que no quería darte ordenes Anna, te pediré favores y tu decidirás si los haces o no y por favor, llámame Elena.

—Lo siento señorita… digo Elena, me costara mucho acostumbrarme…, pero dígame, ¿qué necesita?

—Bien, he pedido un par de vestidos en la boutique de don Jorge, uno es para mí y el otro… bueno el otro es para Lucrecia- dijo Elena agachando la mirada avergonzada- y bueno no se su talla de ropa ni de zapatos y bueno… quería pedirte si podías averiguarlos y decírselo a don Jorge.

—Vaya, va a regalarle algo a Lucrecia- dijo la joven mirándola dulcemente.

—Si, quería darle algo bonito y que mejor que algo para que luzca su belleza.

—Pues no tengo que averiguar sus medidas, ya las sé- dijo la joven sonriendo- llevo unos años haciendo sus vestidos, conozco todas sus tallas.

—¡vaya!, no sabía que también eras costurera- dijo Elena sorprendida.

—Si, lo hago en mis ratos libres para ayudar a mis padres con los gastos, y bueno, me gustaría diseñar vestidos tan bonitos como los que llevan las grades señoras- respondió la joven con voz soñadora.

—Es un sueño muy bonito –Dijo Elena cogiéndole de la mano - creo que podría ayudarte a cumplirlo, solo tengo que…

—¡No señorita, es algo que quiero hacer por mí misma! – respondió a joven sonrojándose al momento avergonzada por la forma en la que había respondido a Elena.

—Vale, si es lo que quieres, me parece admirable- dijo Elena sonriendo al ver la reacción de la joven.

—Bien, ¿entonces voy a la boutique y le doy las instrucciones a don Jorge?

—Sí, y recoges los vestidos y los zapatos cuando estén listos, ¿crees que podrán tenerlos para esta noche?

—¡Esta noche!, creo que va a ser complicado pero se lo preguntare a Don Jorge. Y si no es mucha mi intromisión, ¿por qué los necesita para esta noche?

—Aún estoy preparando las cosas pero quiero reparar mi desplante de ayer y ya que hay comida preparada y supongo que aún no recogieron las mesas para el banquete creo que bueno, no sería mala idea celebrar hoy y bueno… traer a Lucrecia conmigo.

—Oh eso sería maravilloso, ¿ya lo hablo con su padre?

—Bueno llevo toda la mañana intentando hacerlo- dijo Elena avergonzada de su cobardía- voy ahora para su despacho.

—Oh el señor Marcus no está en el despacho señorita… digo Elena, él está en el invernadero con las rosas de su madre, ya sabe el cariño que le tiene a esas rosas- dijo Anna con una dulce sonrisa.

—Oh, vale pues iré a hablar con el… ah y Anna, ¿puedes hacerme otro favor?

—Sí, claro, ¿Qué desea?

—Puedes llevar esto al herrero para arreglarlo- dijo Elena entregándole la bolsa donde llevaba las partes de su armadura.

Anna miro dentro de la bolsa

—Pero, ¿qué paso con su armadura?- pregunto la joven sorprendida.

—Digamos que… tenía prisa por quitármela- respondió Elena sonrojada.

—Entiendo- Dijo Anna con una sonrisa burlona en su cara- bueno, no se preocupe ya me encargo de llevársela al herrero.

—Gracias Anna, bueno, iré a hablar con mi padre- dijo Elena resignada.

—Descuide Elena, Don Marcus la adora, si usted le explica sus motivos, él la entenderá.

—Gracias de nuevo Anna- dijo Elena dándole un beso en la mejilla- has crecido un montón, como mujer y como persona.

—Oh, Elena no me diga esas cosas- dijo la joven avergonzada- y ¡vaya a ver a su padre de una vez!

—¡Está bien!, me voy

Elena se despidió sonriendo al darse cuenta de la gran amistad que podría entablar con su joven ayudante y lo especial que era, cosas de las que no se había dado cuenta en el pasado.

Entro en el enorme jardín central, estaba perfectamente ordenado y cuidado, había flores de todos los colores, blancas, amarillas, rojas, violetas. Elena tomo la dirección hacia el invernadero, el pequeño edificio de cristal era una réplica a escala de su casa, fue hecho a petición de su madre, la cual adoraba las rosas y quería un espacio suyo para plantarlas y cuidarlas, pero cuando murió, su padre decidió seguir con la tarea de cuidar el legado de su mujer.

Al entrar, el olor y la belleza de las rosas la cautivo y la llevo a tiempo atrás cuando venía y se quedaba observando admirada la delicadeza y el cariño con que su madre cuidaba sus rosas, pero cuando esta murió, el lugar solo se convirtió en un rincón de recuerdos dolorosos. En realidad no había vuelto a pisar ese lugar desde que su madre falleció.

En el fondo del invernadero se encontraba su padre cortando con delicadeza unos tallos de un rosal para hacer injertos con otras especies, o eso era lo que Elena recordaba. Era admirable, la destreza y el cariño con la que un hombre tan severo y rudo en la batalla tenía para con esas rosas, pero claro eran el recuerdo de la mujer a la que amó. La joven camino hacia su padre despacio temiendo lo que le esperaba.

—Vaya, por fin te has dignado a aparecer- dijo el hombre al notar la presencia de su hija, la conocía perfectamente y sabia como se movía cuando tenía que hablar con él.

—Esto…yo…- Elena no sabía que decir.

—Lo pasaste bien anoche con tu hermano, porque el también decidió ausentarse- pregunto el hombre en tono tranquilo- tengo tres hijos que tienen que dejar el buen nombre de la familia en lo alto y solo uno consigue su cometido, los otros dos prefieren pasar la tarde bebiendo y comiendo con borrachos y malhechores.

—Padre, ayer no estaba preparada para ver a las otras familias, solo quería estar en un lugar que me fuese familiar, solo quería volver a sentirme yo por un momento.

Las palabras salieron de la boca de Elena sin pensarlo y apenas lo hicieron, e arrepintió de decirlas.

—¿Y es que pasar el tiempo con tu familia no te hace ser tú?- pregunto su padre elevando un poco su tono de voz.

— No es eso padre, no sabes lo que os añore a todos durante estos meses, pero…-Elena se paró en seco, ¿acaso era eso lo que iba a decir?

—¿pero qué?- pregunto su padre más enojado aun- ¿es por esa joven?

Elena lo miro sorprendida

—¿Cómo es que tú… lo sabes?

—Por favor Elena, vi la forma en la que os comportabais cuando erais pequeñas y bueno siempre sospeche que pasaba algo entre vosotras por la forma en que os mirabais cuando erais adolescentes, esas miradas no se pueden ocultar- dijo el hombre con una sonrisa melancólica recordando la forma en la que él y su querida esposa se miraban cuando se enamoraron- pero dime una cosa querida.

—Dime padre

—¿La amas?, porque recuerdo la última vez que estuvo aquí, lo mal que la trataste, los culpaste a ella y a su padre de lo que había pasado, cuando ellos hicieron todo lo posible para salvar a tu madre.

—Sí, lo recuerdo- dijo Elena agachando la mirada avergonzada por su actitud hacia Lucrecia en el pasado- y por eso intente odiarla y hacerle daño durante años, intentaba pagar con ella el dolor que sentía por la pérdida de mi madre.

Los recuerdos comenzaron a llegar a la mente de Elena, las tristes memorias de esa fatídica mañana.

Lucrecia por aquel entonces vivía en casa de Elena, ya que su padre, el mejor galeno de la ciudad, se encargaba de la salud de la madre de Elena, que había caído enferma meses antes, debido a una extraña enfermedad. En todos los meses que pasaron las dos jóvenes se hicieron intimas amigas, pero su amistad se transformó en amor, a medida que pasaban los días, hasta incluso llegar a entregarse la una a la otra incondicionalmente. Lamentablemente la madre de Elena murió ante la impotencia del galeno que no pudo salvarla. Elena, con un dolor inmenso en su corazón, pago toda su frustración, su impotencia y su ira con el galeno y mucho más contra su hija, la mujer a la que ella amaba y de la que pensaba que la había traicionado. Así, con el paso de los años la relación de las jóvenes se convirtió en algo toxico, en la cual Elena queriendo hacerle el mayor daño a Lucrecia la seducía con palabras de amor y gestos bonitos, para llevarla a la cama y después despreciarla e irse sin decirle nada, tratándola como a un objeto. Lo que la hacía más infeliz, porque, aunque no quisiese admitirlo, aun la amaba.

—No me has respondido hija, ¿amas a Lucrecia?- Volvió a preguntar Marcus sacando a su hija de sus pensamientos- porque no me gustaría que esto fuese otro truco tuyo para hacerle daño.

—Creo que si padre, creo que nunca deje de amarla- dijo Elena sonrojada al darse cuenta de que estaba hablando con su padre sobre su… ¿novia?

Ese pensamiento le saco una sonrisa a la joven

—Pero padre, ¿no te importa que ame a una mujer?- le preguntó Elena extrañada por su actitud tan abierta hacia ese tema.

—Querida, nuestra especie llego a casi al punto de su desaparición, y casi toda la culpa de eso la tuvo el odio y la intolerancia hacia lo diferente, por miedo a los refugiados del cambio climático se cerraron las fronteras, por odio a las personas con la piel de otro color u otra religión se crearon grupos extremistas que sembraron el terror durante las peores décadas de los conflictos y por miedo a la gente que amaba a gente de su miso sexo se crearon leyes absurdas e incluso penas de muerte en los países más radicalizados. Todos estos motivos nos hicieron autodestruirnos y no voy a permitir que, ahora que intentamos recuperarnos de esta catástrofe, volvamos a cometer los mismos errores. Así que, si tu amas a esa joven y tu felicidad esta con ella, quien soy yo para juzgar vuestro amor.

Elena no pudo contenerse y abrazo a su padre fuertemente mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas, nunca se esperó esa respuesta de su padre, de repente comprendió lo mucho que lo había echado de menos.

—Padre te eche mucho de menos, pensé que nunca volvería verte.

—Yo también lo pensé querida hija, y una parte de mi murió el día que me dijeron que habías desaparecido, pero has vuelto a mí y no sabes la felicidad que siento ahora.

Padre e hija estuvieron abrazados durante un rato queriendo guardar ese momento en sus memorias.

—Bueno, veo que la razón por la que te ausentaste ayer fue mayor que tú deber, así que no puedo seguir enfadado por eso- dijo Marcus guiñándole un ojo a su hija.

—¿El amor es más importante que el deber?- pregunto Elena sorprendida.

—El amor es más importante que cualquier cosa hija, recuerda eso siempre- dijo su padre besándole la frente.

—Y hablando de lo de ayer… quería pedirte algo…

—Sí, ¿Qué deseas querida?

—Bueno, me gustaría saber si puede celebrarse hoy la fiesta de ayer, total la comida para el banquete y el salón ya están preparados, no se… puede ser una buena idea.

—Lo hare solo con una condición- la miró su padre severamente.

—¿Cuál?-pregunto Elena tragando saliva ante el cambio de actitud de su padre.

—Que dejaras de esconderte con Lucrecia en su posada y la presente ante la familia- dijo el hombre sonriendo al ver la cara de alivio de su hija.

—Tenía pensado hacerlo de todas formas- dijo Elena sonriendo.

—Ah,¿ y si te lo hubiese prohibido?- preguntó su padre fingiendo cara de enfado.

—Como dijiste antes querido padre, “el amor es más importante que el deber”-respondió la joven divertida.

—Bueno si es así, no puedo negarme

—¡Gracias padre!- dijo Elena dándole un efusivo abrazo a su padre- voy a encargarme de todo.

—Tranquila hija, ya me ocupo yo, tu prepárate para deslumbrar esta noche

—Oh, en serio, gracias de nuevo padre.

La joven se despidió de su progenitor con un dulce beso en la mejilla y salió del lugar con una eufórica sonrisa en el rostro, ¿cómo era posible tanta felicidad después de tantos meses de oscuridad?, aun no tenía todas las respuestas con ella, pero esa noche pensaba disfrutarla.

Elena paso la tarde preparándose para la celebración de esa noche, envió a uno de los criados con una carta para Lucrecia a la boutique de don Jorge, para que ayudase a Anna con las compras y le llevase el vestido y los zapatos a su invitada de honor, sonrío imaginando la cara de sorpresa de a pelirroja cuando Anna le entregase su regalo. Ahora solo quedaba esperar que su asistente llegase con su vestido nuevo, paso por delante de su espejo y vio su reflejo, sus moratones que estaban tomando un tono más amarillo, señal de que comenzaban a desaparecer, su tez normalmente más blanca, había tomado un tono más bronceado debido a pasar la mayor parte del tiempo a la intemperie, moviéndose de un lado a otro, ya que era peligroso quedarse mucho tiempo en un mismo lugar, ese recuerdo dio un escalofrío a la joven al recordar los sucesos de los días antes de su huida, pero el sonido de alguien llamando a la puerta la devolvió a su habitación.

 

—Elena, soy Anna, traigo su vestido

—Oh, Anna pasa- dijo Elena abriendo la puerta- ¿Qué tal ha ido todo?

—Oh, muy bien- respondió la joven con una enorme sonrisa- tuve que ayudar a don Jorge con los vestidos y escogí e color favorito de Lucrecia.

—Oh, no sé cuál es su color favorito ahora, recuerdo que de pequeña adoraba el verde, pero no sé si han cambiado de gustos.

—Pues en lo que se refiere a colores creo que si- respondió Anna con una sonrisa- pero será un secreto que descubrirá esta noche.

—Me parece muy bien.

—¿Necesita que la ayude a prepararse?

—Oh, sí por favor, necesito que me ayudes con los moratones de la espalda y bueno a estar presentable.

—Oh, descuide, con un poco de maquillaje cubriremos esos moratones y bueno… aunque no haga falta realzara su belleza- dijo la joven sonrojándose.

—Gracias Anna, la verdad es que me cuestan estas cosas de maquillaje, prefiero mil veces entrar en batalla- dijo Elena sonriendo avergonzada.

—Pues es mejor que nos pongamos a ello, si no se le hará tarde.

Anna ayudo a Elena a prepararse, cubrió con maquillaje sus moratones de la espalda y también la ayudo a maquillarse. Cuando terminaron la joven admiraba a Elena impresionada.

—Oh, Elena, está muy guapa- dijo la joven sonriendo al verla con el vestido y unos tacones a juego.

—Vaya me siento, rara- dijo Elena mirándose al espejo- no parezco yo.

—Pues es usted y hoy va deslumbrante, espero poder algún día poder diseñar vestidos tan bonitos como lo hace don Jorge, me ha dicho que podía ir a su tienda a ver cómo trabaja y cree que mi forma de trabajar es muy buena- dijo la joven ilusionada- pero con el trabajo aquí y los arreglos que hago fuera del trabajo no creo que tenga tiempo.

Anna bajo la mirada entristecida.

—Pero eso tiene solución, simplemente pasaras parte de tus horas de trabajo aquí, en la boutique.

—Pero Elena, yo no puedo, seria aprovecharme.

—No puedes aprovecharte porque es una orden- dijo Elena fingiendo una cara de severidad.

—Pues si es así, es una orden que acatare con mucho gusto- respondió Anna sonriendo.

—Entonces no hay más que hablar, por cierto, deberías de venir esta noche.

—Pero Elena yo solo soy una criada, no puedo ir a una fiesta con gente tan distinguida y además no tengo nada apropiado para llevar a una celebración de ese tipo- respondió la joven con un tono alterado al imaginarse en esa situación.

—Pero si es por la ropa no hay ningún problema, tengo un montón de vestidos que puedes llevar y también zapatos y complementos, de los cuales, la mayoría escogiste tú.

—Pero… yo no sé si encajare.

—Anna esta celebración es para estar con la gente que quiero y aprecio, y tu estas en esas dos categorías, así que, deja de darme excusas y ayúdame a buscar un vestido apropiado para ti.

—Está bien, pero si no me comporto a la altura, me lo dirá por favor.

—Anna tu estas más a la altura que muchos de los nobles que vendrán esta noche- respondió Elena apretándole la nariz- venga vamos a prepararte que se nos hará tarde.

Elena ayudo a Anna a prepararse para esa noche, escogió uno de los vestidos que solo había usado una vez y que la misma Anna había comprado y unos zapatos que le iban a juego, tuvieron suerte de que la joven calzase el mismo número. Cuando terminaron Elena se la quedó mirando con una sonrisa pícara en el rostro.

—¡guau Anna!, ¡estas preciosa!

—Oh, Elena no me diga esas cosas- dijo la joven agachando la cara avergonzada.

—Pero es verdad, hoy los vas a dejar a todos boquiabiertos y aquí entre nosotras, si no fuese porque solo tengo ojos para Lucrecia, intentaría conquistarte- dijo Elena bromeando y guiñándole un ojo.

—Oh Elena, no diga tonterías- respondió Anna aún más avergonzada que antes.

Elena soltó una sonora carcajada al ver la reacción de la pobre Anna

—Es broma chiquilla y mejor vámonos que se nos hará tarde, ¿enviaste a buscar a Lucrecia?

—Si, le dije al criado que envió que esperase a que estuviera lista para traerla, así que supongo que no debe de tardar en llegar.

—Pues vamos a recibirla.

Las dos jóvenes salieron de la habitación y se dirigieron a la entrada de la casa de Elena, el edificio era un burbujeante ir y venir de sirvientes uniformados y preparados con sus bandejas para atender a los invitados que iban llegando poco a poco, Elena vio a la entrada a su padre y sus hermanos vestidos de gala para la ocasión, estaban muy guapos los tres, Eric y Lucas habían heredado el porte de su padre, aunque Lucas, al igual que Elena, tenía las facciones y los ojos de su madre, algo normal tratándose de hermanos mellizos, aunque el joven se dejaba una varonil barba para ocultar su gran parecido con su hermana.

Elena y Anna llegaron a la entrada, cuando los tres hombres las vieron se las quedaron mirando impresionados, Marcus se acercó a Elena y le dio un dulce beso en la mejilla.

—Vaya hija, estas preciosa, eres el vivo retrato de tu madre, es como si de un golpe las hubiese recuperado a las dos- dijo el hombre con tono melancólico.

—Estas muy guapa querida hermana- se acercó Eric dándole también un beso en la mejilla.

—Eric… yo quería… pedirte perdón por lo del otro día- dijo Elena mirando apenada a su hermano mayor.

—No hay nada que perdonar, es más el que tiene que pedir perdón soy yo, pero pensé que aunque te hubiésemos recuperado ya te habíamos perdido para siempre.

—No me habéis perdido- dijo Elena abrazando a su hermano.

—Meh no estás tan mal- una voz burlona salió de detrás de Eric.

—Mejor que tu granuja- dijo Elena dándole con el puño al brazo de Lucas.

—¡Auch! Papá.

—Comportaros, hay invitados, no podéis estar juntos en la misma sala sin perder las formas- dijo Marcus con mirada severa.

—Perdón papa, nos comportaremos- respondieron Elena y Lucas a la vez

—Es divertido volverlos a ver bromear- dijo Anna sin pensarlo, hablando por primera vez desde que habían llegado con Elena.

Los tres hombres se la quedaron mirando extrañados, hasta que la reconocieron.

—¡Guau Anna!, estas… estas preciosa- soltó Lucas impresionado.

—Sí, mi hermano tiene razón, hoy estas radiante Anna- dijo Eric, acompañando la afirmación de su hermano.

—Así que hoy también serás nuestra invitada, será un honor tenerte con nosotros querida- Dijo Marcus con una sonrisa paternal hacia la muchacha.

Anna estaba totalmente avergonzada, no se esperaba la aceptación, ni los comentarios de los tres hombres, para los que había trabajado toda la vida.

—Esto… yo, Elena, digo la señorita Elena me dijo que quería que viniese y bueno… yo no pude negarme- dijo la joven aun con las mejillas encendidas por la vergüenza.

—Pues mi hermana ha tenido un gran acierto al invitarte- dijo Lucas acercándose a ella y ofreciéndole su brazo caballerosamente- si me permites acompañarte hasta el salón del banquete.

—¡Oh!, eso… sería un honor- respondió Anna sorprendida por el ofrecimiento del muchacho, cogió su brazo tímidamente y sintió una corriente que le recorría el cuerpo, cuando Lucas puso su mano sobre la suya, mirándola fijamente y con una cálida sonrisa en los labios.

—¿Vamos yendo no?, ya han llegado todas las personalidades y faltan pocos invitados por llegar- pregunto Lucas a sus familiares.

—Sí, será lo mejor- Respondió Marcus dirigiéndose con Eric hacia la zona de la celebración.

—¿sabéis si Lucrecia ya llego?- pregunto Elena a sus familiares.

—No, aún no ha llegado- respondió Eric.

—Pues entonces esperare a que llegue, y os alcanzaremos en el salón.

—Está bien hija, os esperamos allí- dijo Marcus despidiéndose.

Su padre, sus hermanos y su amiga se dirigieron al salón mientras Elena se quedó esperando la llegada de su invitada, los invitados que iban llegando se paraban a saludarla y a decirle lo contentos que estaban de su regreso, pero, Elena solo quería ver a una persona e ese momento y su tardanza la estaba impacientando un poco. Uno de los invitados se detuvo a charlar con ella, muy contento de su vuelta.

—Señorita Elena, no sé si usted me recuerda, mi nombre es Mario, mi esposa y yo somos los dueños de los cultivos de fuera de las murallas, usted y sus hombres nos defendieron de un ataque de unos salvajes que vinieron a robar nuestras cosechas, si no hubiesen aparecido, quizás esos monstruos nos hubiesen devorado.

Elena recordó ese suceso pero de otra forma, los salvajes peligrosos de los que hablaba ese hombre eran unos chiquillos que entraron en sus tierras a robar unas cuantas verduras para poder alimentarse y fueron perseguidos hasta que se internaron en el bosque, donde pocos se atreven a aventurarse. Se lamentó de su desconocimiento de los foráneos por aquel entonces.

—Sí, lo recuerdo, de todas formas, no creo que les hubiesen hecho algún daño, solo eran unos chiquillos con hambre.

—Pero unos chiquillos salvajes, lo que no entiendo es como esos monstruos pueden tener hijos sin comérselos- dijo el hombre poniendo cara de asco.

Los comentarios del hombre estaban comenzando a molestar a la joven que decidió terminar con la conversación.

—Creo que es mejor que vaya entrando al salón Mario, no tardara en comenzar la ceremonia- dijo Elena tratando de convencer a hombre para que se marchase.

—Oh si señorita, tiene razón, ¿usted no viene?

—En un segundo, estoy…

La joven se quedó sin palabras al ver a Lucrecia entrar por la puerta. Llevaba un hermoso vestido rojo liso, con un generoso escote, que caía pegado a su piel marcando sus curvas, llevaba el pelo suelto, dándole un toque salvaje que la hacía ver muy sensual, definitivamente Anna había acertado con su elección. Elena ignoro por completo al hombre y fue a recibir a su invitada.

—¡guau!, estas… ¡guau!- dijo Elena sin palabras que pudiesen describir la belleza de Lucrecia.

—Gracias, tú también estas preciosa- respondió Lucrecia al ver que a su amada le costaba formular las palabras.

—Si, ¿te parece?- pregunto Elena ruborizada- bueno, no todos os días tengo que llevar armadura, esto es más practico- dijo guiñándole un ojo pícaramente a la pelirroja.

—Sí, por cierto, siento la tardanza, tuve que dejar instrucciones en la taberna, no es costumbre que deje solos a mis empleados con todas las tareas.

—Pues vas a tener que enviar a alguien mañana con más instrucciones, porque no pienso dejarte marchar esta noche- le dijo Elena con una sonrisa pícara mientras la tomaba del brazo para guiarla al salón.

—Bueno, si esos son los deseos de la anfitriona, quien soy yo para negarme- respondió Lucrecia dándole un cariñoso beso en el hombro.

Las dos jóvenes se dirigieron hacia el salón, por el pasillo principal, donde se veía un goteo constante de invitados. Lucrecia acerco su boca al oído de Elena y susurro.

—Me gustaría saber que tan prácticos son estos vestidos- dijo sensualmente la joven mientras Elena sentía una corriente que le recorría todo el cuerpo.

—¿Quieres comprobarlo?- susurro Elena pícaramente.

—¿Ahora?- pregunto Lucrecia.

Elena tomo a su amante de la mano y salieron disimuladamente del pasillo principal, entraron en un pasillo que llevaba a uno de los jardines, allí había un cuartito donde los jardineros guardaban sus herramientas, Elena guío a Lucrecia dentro y cerró la puerta.

—Así que quieres saber que tan pacticos son estos vestidos- dijo Elena mientras agarraba a Lucrecia por la cintura y la atraía hacia ella.

—Sí, quiero ver sus posibilidades- Respondió Lucrecia agarrándole la cara y besándola apasionadamente.

Los besos de Lucrecia eran increíbles y en seguida incendiaron a Elena, la joven comenzó a acariciarle los pechos y bajo sus manos recorriendo totas sus curvas, agarro su trasero y la pego más hacia ella para excitarse con el roce de sus cuerpos, Lucrecia reacciono a este movimiento besando el cuello de Elena mientras masajeaba sus pechos. Elena excitada subió el vestido de la pelirroja y metió su mano dentro de su ropa interior, sintió la humedad de Lucrecia aumentando, al igual que sentía que lo iba haciendo la suya. Apoyo a Lucrecia contra la pared e introdujo sus dedos, lo que hizo estremecer y gemir a la pelirroja. Los movimientos de la mano de Elena hacían que Lucrecia no pudiese controlar su estabilidad, por lo que se abrazaba a su amada apretándola contra ella. Los constantes gemidos y jadeos de Lucrecia al oído de Elena hicieron que su excitación aumentase.

—Lucrecia, tócame por favor.

En silencio la joven acepto la petición de su amada, subió el vestido de Elena e introdujo la mano en su ropa interior, al ver lo húmeda que estaba su amada masajeo suavemente su vagina e introdujo sus dedos en su interior. Las dos jóvenes estaban completamente extasiadas, sus caderas se movían al ritmo que dictaban sus manos, que se movían cada vez más rápido, mientras se besaban apasionadamente, como si quisiesen fundirse la una con la otra, Elena comenzó a sentir en su mano cómo se acercaba el orgasmo de Lucrecia, la cual se agarró a ella para no perder el poco equilibrio que le quedaba mientras gemía de placer al oído de su amada. Esto excito mucho a Elena, que segundos después también abrazo a su amada mientras aguantaba las pequeñas sacudidas que el orgasmo producía en su cuerpo.

Las dos amantes estuvieron un rato apoyadas en la pared, recuperándose de la actividad, besándose dulcemente, mientras recuperaban el aliento. Pronto recordaron que tenían una celebración a la que acudir y que probablemente ya habría empezado sin ellas, pero es que era muy fácil olvidarse del resto del mundo mientras disfrutaban de esos momentos.

—Creo que tenemos que ir yendo a la fiesta- dijo Elena besando dulcemente a Lucrecia- no creo que sea buena idea faltar dos días seguidos a una celebración, y menos cuando se hace en mi honor.

—Sí, será mejor que nos vayamos – dijo Lucrecia cogiéndole de la mano- no te hagas esperar más.

—Tú también eres una invitada de honor- dijo Elena volviéndola a besar.

—Pues entonces, mayor razón para darnos prisa- dijo Lucrecia, ilusionada por las palabras de Elena.

Las dos jóvenes volvieron a entrar al pasillo principal y se dirigieron al salón para disfrutar de una gran velada, una de muchas que las dos esperaban poder vivir en su vida.

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