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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 26)

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Causó sensación en el Tharsis cuando la vieron aparecer en el puente de vuelo. Llevaba una falda por las rodillas, una blusa del mismo tono y unos zapatos de tacón alto. Nada que ver con los sobrios uniformes de la flota. Estaba nerviosa, hacia tres meses que no la dejaban ver a Matilda, y por fin el momento había llegado. Embarcó en la lanzadera, junto a Neerlhix y se sentó repasando sus recuerdos, los buenos y los malos. Había estado casi dos meses recuperándose y aunque ya estaba restablecida y al mando de la nave, la quedaban algunas secuelas. Por el momento solo había recuperado la movilidad de la cola en un 70 %, y los dos dientes perdidos, todavía no se los habían podido  reimplantar. La lanzadera aterrizó en el patio central del monasterio, donde la reverenda madre, y la Princesa Súm, los esperaban.

—Que guapa estas, —dijo la Princesa, besándola afectuosamente.

—Si ya, mientras no me ría, —respondió sonriendo y enseñando la mella en sus dientes.

—¿Estás nerviosa, hija mía? —preguntó la abadesa.

—Un poco, reverenda madre. Esto es muy importante para nosotras y no quiero que algo salga mal.

—No te preocupes, hijita, —dijo la religiosa mientras entraban en uno de los larguísimos corredores del monasterio—. Lo peor fue cuando la obligamos a recordar lo que te había hecho. Para ella, era algo tan inconcebible, que lo enterró en lo más profundo de su mente. La Princesa ha sido de una ayuda inestimable…

—Y por eso sé que sus sentimientos hacia ti, están inalterados. Lo que la embarga ahora es un tremendo dolor, una terrible vergüenza, por lo que te hizo.

—Sé que Matilda es una mujer terriblemente sensible, dentro de su coraza de súper guerrera, —dijo Ushlas—. Una mujer que solo aparece cuando está a solas conmigo, o con Neerlhix.

—Matilda es más frágil de lo que parece, —añadió la reverenda madre, mientras Neerlhix asentía—. Ten en cuenta que ha estado muchos años soportando sobre sus hombros el peso de la coalición federal, que se consolidó sobre los fundamentos de Numbar. Al final, su psicología estalló en mil pedazos porque no meditaba, abandonó esa práctica que para ella es importantísimo. El detonante fue, que la Princesa la llevara la contraria en el consejo, y que luego discutierais con ella. Pero no os culpéis, podría haber sido por cualquier otro motivo.

—Y casi mejor que ocurriera en este momento de calma, —intervino Neerlhix—. Imaginaros si hubiera ocurrido en el asalto a Numbar, o en Evangelium, o peor aun, en el Sector Oscuro.

—Eso no nos debe preocupar en este momento, —dijo la Princesa—, lo más importante es que vuestro encuentro sea positivo.

—Hace ya dos semanas que no la ayudamos mentalmente, y ha reaccionado bien. Ahora todo está en tus manos hijita, tienes que saber manejar está situación convenientemente.

—Por eso no se preocupe, reverenda madre, —exclamó Ushlas parándose en medio del pasillo—. Le aseguro que nadie hay más interesada que yo en que Matilda se recupere y vuelva a ser la de antes, por eso me he vestido así, yo sé que a ella le gusta, —y con los ojos brillantes, añadió—. Yo… creo… que no podría vivir sin ella.

—Entonces todo saldrá bien, —dijo la Princesa abrazándola—. Ante todo no muestres temor…

—No tengo miedo, Súm, solo quiero estar con ella.

—Pues entonces no perdamos más el tiempo, —añadió la reverenda madre con una sonrisa. Abrió una pesada puerta que daba paso a un jardín interior de meditación y Ushlas accedió a él.

Matilda estaba sentada sobre un tálamo de piedra en posición de meditación. Vestía una larga tunica negra, semitransparente, que adivinaba sus curvas. Se acercó a ella por detrás y suavemente la toco en el hombro. Matilda la miro y bajo la vista en un atisbo de vergüenza.

—¿Ya no me quieres mirar? —dijo Ushlas levantándola la barbilla con una sonrisa.

—Yo nunca me cansaré de mirarte, mi amor, pero me da miedo que no puedas perdonarme…

—No tengo nada que perdonarte, solo quiero que me beses como tú me besas.

—Pero te hice mucho daño, y eso no me lo perdonaré mientras viva.

—Estabas enferma Mati. Lo que no debes volver a hacer, es encerrarte en ti misma cuando te comas el coco. La reverenda madre, la Princesa, tu hermano y yo, estamos para apoyarte.

—Si, lo sé. ¿Cómo te encuentras?

—Bueno, por el momento no puedo reírme mucho, —contestó sonriendo ampliamente y mostrando el hueco entre sus dientes, lo que provocó una mueca de dolor en Matilda—. Y la cola no es lo que era, pero lo será. Solo es cuestión de tiempo.

Matilda acarició con la yema de los dedos los labios de Ushlas, mientras dos lágrimas corrían por sus mejillas. Sujetó sus mejillas con sus manos y la beso en los labios. Se abrazaron metiendo Ushlas sus manos por debajo de la tunica hasta alcanzar sus pechos.

—Sigues teniendo las manos frías mi amor, —se quejó Matilda sonriendo—. Pero me da igual.

—Las monjas te han tratado bien, te noto los músculos más definidos.

—Estoy hasta las narices de estar aquí sin ti.

—Pues nos escapamos, así te puedo meter mano con más tranquilidad, —dijo Ushlas sin parar de sonreír.

—Me encantaría mi amor, pero no quiero salir hasta que me autorice la reverenda madre.

—Está ahí fuera, con tu hermano y Súm. ¿La llamo y lo hablamos?

—No sé nena, me da miedo.

—Venga Mati, lo tienes que hacer, así podré cuidarte yo personalmente, y amarte, y quererte como te quiero.

—Bueno vale, —dijo Matilda—. Pero hacemos lo que ella diga.

—Como diga que no, la ahogo, te lo prometo.

—Anda, no seas boba, —exclamó Matilda mientras veía como Ushlas se dirigía a la puerta. Observo su trasero, y sus estilizadas piernas elevadas sobre los taconazos—. Estás preciosa mi amor.

—Lo sé, y lo estoy para ti, —abrió la puerta y habló con los de fuera. Todos entraron, y rápidamente, Matilda extendió sus brazos hacia su hermano que la abrazó con ternura mientras la besaba. Después, su puesto lo ocupó la Princesa Súm.

—Reverenda madre, quiero llevarme a Matilda al Tharsis, pero queremos su autorización.

La abadesa se acercó a Matilda, y sujetándola la cara cariñosamente con ambas manos, colocó su frente contra la suya. 

—La tenéis, —contestó con una sonrisa mientras la colocaba el flequillo con cariño—. Pero nada de mandos, nada de responsabilidades, ni de batallas. Mucho ejercicio y mucha tranquilidad. Practicaras meditación profunda con tus doncellas todos los días. Ellas se trasladaran al Tharsis hasta que decida lo contrario. Dedícate a escuchar esa infernal música terráquea que tanto te gusta, y a amar a tu amor.

—¿Durante cuánto tiempo, reverenda madre? —preguntó Ushlas.

—Un mes mínimo, y no quiero que tenga contacto con Eskaldár. Guarda la espada en lugar seguro, —respondió mirando a Ushlas—. Y si no quiere verme mientras tanto, en un mes la quiero aquí como un clavo, Aunque tengas que traerla atada.

—Cómo no voy a querer verla reverenda madre.

—Ves, no has tenido que ahogarme, —dijo la abadesa mirando a Ushlas.

—¡Eh! No está bien escuchar tras las puertas… ni leer en las mentes de los demás, —exclamó Ushlas frunciendo el ceño. Todos rieron distendidamente ante su cara enfurruñada.

—Y otra cosa, —añadió la reverenda madre dirigiéndose a Neerlhix—. No te quiero ver cerca de las doncellas de tu hermana. Nos gustaría que siguieran siéndolo.

—¡Joder reverenda! ¿cómo puede pensar eso…?

—Porque nos conocemos hace muchos años, Neerlhix. Muchos años, no lo olvides.

El regreso de Matilda al Tharsis fue bastante tranquilo en general. Ushlas, a través de Moxi, había dado instrucciones precisas para que todo se desarrollara con naturalidad, sin agobios. Todos cumplieron las instrucciones, salvo la efusiva Camaxtli, que la estuvo achuchando un buen rato con sus cuatro brazos mientras las dos lloraban a moco tendido. Claro, que eso en Camaxtli, es lo natural.

Tal y como ordenó la reverenda madre, todos los días, Matilda meditaba con sus doncellas. Ellas la ayudaban a eliminar las pequeñas tensiones que iban apareciendo. Después entrenaba con la infantería y a continuación se machacaba en el gimnasio de la nave.

La primera noche fue crucial. Cuando por fin estuvieron solas en el camarote, Ushlas no la permitió que se comiera el coco. La desnudo y se tumbó con ella sobre la cama mientras la besaba con pasión, y estuvieron mucho tiempo. Ushlas se giró, y abrazándola por la cintura comenzó a chuparla la vagina.

—Mi amor, —dijo escupiendo unos pocos pelillos— ¿ya no te afeitas?

—Es que en el monasterio no hay nada para hacerlo, las sacerdotisas no se depilan.

—¡Joder!, pues a mí, las barbas, sabes que no me gustan, —salio de la cama y regreso rápidamente con los utensilios necesarios para eliminar los molestos pelitos. Colocó una toalla bajo su trasero. la separo las piernas, y la fue pasando lentamente la afeitadora láser por toda la vagina.

—¡Anda! Mira lo que aparece por aquí, —exclamó Ushlas limpiando los restos de pelillos con la toalla—. Mañana te daré un repaso por las axilas y las piernas.

—No te preocupes mi amor, mañana lo hago yo.

—Ni hablar, esto es cosa mía. Ahora a lo que estamos, —dijo riendo y sumergió sus labios en su ya despejada vagina. Fue el comienzo de una noche intensa: follaron hasta que quedaron exhaustas.

El tiempo fue corriendo, hasta que pasado un mes, las doncellas informaron a Ushlas, que la reverenda madre requería la presencia de Matilda en el monasterio con Eskaldár. En el salón de ceremonias, varias sacerdotisas profundizaron en la mente de Matilda y cuando dieron el visto bueno, la abadesa la entrego la espada. Durante varios minutos, medito en contacto con ella hasta que las sacerdotisas fueron aflojando el control y finalmente, Matilda, quedo sola con la espada.

—A fuerza de ser pesada, y aunque sé que lo sabes perfectamente, te lo voy a repetir para que se te quede grabada en esa dura cabezota medio española que tienes, —dijo la reverenda madre cuando, con los más íntimos, se quedaron a solas en una de las estancias del monasterio—. Eskaldár es un arma muy poderosa, y hay que saber controlarla. Es como una gran antena que capta la energía mística y la hace fluir hacia ti y hacia tu escudo. Tienes que meditar sí o sí, a diario y sin excusas. Lo que ha pasado no puede volver a pasar. ¿Está claro?

—Si reverenda madre, está claro.

—Todos los que la queremos estaremos pendientes, —añadió Neerlhix—. Incluso yo meditaré con mi hermana si es preciso.

Incluso la reverenda madre soltó una carcajada, ante la perspectiva de algo tal insólito.

—¿No será que te ha animado la presencia de las doncellas?

—¿Cómo puede pensar eso de mí, reverenda? —preguntó Neerlhix como si estuviera ofendido—. ¡Siempre está igual!

—Ya, ya. Pues has tenido mala suerte, estas, se te han escapado vivas. Ya no estarán en la Tharsis.

—¿A no? Pues es una lastima, eran muy… simpáticas.

—Simpáticas. Aun recuerdo hace años, cuando tu hermana estaba con nosotras, que cuando venias a visitarla, teníamos que encerrar a las novicias porque siempre alguna desaparecía.

Matilda retomó sus funciones al mando de la Tharsis. El primer día que entró en el puente estaba nerviosa cómo si fuera una novata.

—¡Comandante en el puente! —exclamó Ushlas cuando entraron en él. Todos los tripulantes y oficiales mayores, poniéndose de pie, se cuadraron.

—Descansen, —ordeno Matilda y uno a uno fue saludando a todos. Cuando termino, preguntó a Ushlas—. ¿Qué tenemos para hoy?

—Misión rutinaria de patrulla en los limites de los sectores 6, 7 y 8. Relevamos a la 3.ª Flota.

—Daq, por favor, fija rumbo al punto de encuentro. Informen a la flota. Todos los sistemas prevenidos para salto. Abran vórtice, —ordenó Matilda sentándose en su sillón de mando—. Maquinas. Prevenidos para salto.

—Reactores preparados. Núcleo místico al cien por cien. Impulsores listos para salto, comandante.

—Amortiguadores de inercia activados.

—Rumbo fijado, comandante.

—Todas las secciones en verde, todas las naves preparadas, comandante, —informó Ushlas—. Vórtice abierto. Saltamos a su orden.

—¡En marcha!

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