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Una apuesta con mi profesora en la universidad

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He entrado a la clase de ciencias políticas en mi segundo semestre de universidad y voy mirando alrededor a todos mis nuevos compañeros de clase.  En cada pupitre hay un panfleto con los requisitos y expectativas que puede encontrar el estudiante en aquella clase, como también hay una pequeña biografía del catedrático que imparte la clase: Profesora Judith A. Robinson con dos post grados en historia y filosofía y en el momento también obteniendo en la misma universidad que ensena, ella es alumna para un doctorado en filosofía.  Quizá, como todos los demás que estaban ahí, me imagine a una mujer de edad, usando lentes y con esa aptitud de autoridad que dibujan para mantener la distancia entre alumno y maestro.

Para mi sorpresa, la catedrática Robinson estaba sentada entre todos los estudiantes y cuando llego la hora de introducir la catedra, mirábamos a una chica que parecía no tener más de 21 años, (aunque luego supimos que tenía 26), cabello castaño, cejas depiladas pero anchas, nariz larga y puntiaguda que iba bien con su fisonomía ovalada, y unos labios color rojos de donde se le escuchaba una voz bastante aguda pero dulce, quizá melosa o delicada. Sus ademanes eran finos, muy bien estructurados y le daban ese tono muy delicado y exquisitamente femenino.  Llevaba un vestido formal, simple, cuya falda cubría sus rodillas, pero de lo que podía ver de sus desnudas pantorrillas, se miraban bien trabajados por alguna rutina deportiva. Debería de medir quizá un metro y sesenta centímetros, quizá aparentaba más altura por sus zapatos de tacón, pero no debería de pasar más de 125 libras.  Quizá por el vestido, no podía apreciar el volumen de sus pechos y de su trasero, pero definitivamente la catedrática Robinson, llamaba la atención, pero lo que realmente me llamo la atención, más que todo por el momento que vivía, fue cuando dijo lo siguiente:

—Damas y caballeros, realmente entiendo el mundo en que vivimos: muchos aquí deben trabajar, algunos ya tienen familia, todos tenemos muchos compromisos.  Yo soy ese tipo de maestro que no me importa que vengan tarde o incluso que no vengan a la lección.  En mi clase solamente hay dos exámenes para evaluar el progreso y la calificación del estudiante: uno será en dos meses (y nos da la fecha), el otro al final del cuarto mes.  Si ustedes creen que tienen la capacidad e inteligencia para venir solamente esos dos días, yo no tengo problema. Y si a mí no me llega el reporte que has decidido cambiar la clase en los próximas dos semanas y no te veo en clase, asumiré que sigues matriculado en mi clase y están sujeto a mi evaluación, vengas o no vengas a mi clase.

Realmente para mí era una ventana, pues de esta manera tenia más tiempo para mí, y bueno este tipo de asignaturas siempre habían sido fáciles para mí, pues en realidad se trataba de la historia, el nacimiento de la nación de Estados Unidos y era más que todo leer el libro que en el panfleto mencionaba que debería adquirir. Al final de la clase y con un poco más de confianza con la maestra Robinson, pues durante aquella hora y media, me había hecho bromas y me había puesto a la luz por mi melena que por 4 pulgadas no llegaba a mis nalgas, decidí confirmar nuevamente lo que minutos antes había escuchado.

—Profesora Robinson

—Si, dime.

— Solamente quiero confirmar lo que usted acaba de decir.  ¿No necesito venir a clase y que solo necesito pasar los exámenes, si es que decido llevar esa ruta?

—Lo has entendido muy bien, pero realmente no te lo aconsejo: hay gente que viene a cuatro, seis clases y han obtenido grados pobres que les ha afectado su porcentual.  Dices que juegas futbol para la universidad, ¿verdad? Pues creo que lo sabes, pero para representar a la universidad, tienes un promedio definido que tener.  Así que piénsalo.

—¡Si, lo sé!

—¿Te aburre la historia?

—¡No! De hecho, me gusta la historia, lo único que pensaba tomar otra clase que interviene con este horario.

—Y mira si continuas en mi clase y vienes solamente al examen y lo fallas, ¿podría cortarte esa melena?  yo me pongo a reír.

—Bueno, acepto el reto. -le he contestado y le pregunto. - ¿Y si lo paso, hay algún otro incentivo?

—Bueno, si lo pasas con un promedio bajo, solamente para pasar la clase no hay incentivos, pero si tu porcentual es de 95% arriba, te dejo que me des una patada en el trasero.

Las palabras que usaba eran las palabras típicas sin ningún morbo alguno, o por lo menos así lo había apreciado, pero yo a mis 18 años me lance quizá un poco ingenuo, más que todo porque hay palabras, con su modismo en el idioma de Shakespeare, que todavía no dominaba bien por esos años, pues llegue a este país a la edad de 14.  Así que con esa ingenuidad le dije lo siguiente a la catedrática Robinson:

—Darle una patada a su trasero, es algo que nunca me atrevería, pero quizá, darle una nalgada le dolería menos.   Ella se ríe, pues creo que no sabe que mi manejo en el idioma ignora de estos modismos de hablar.

—Mira, mira, mira…  Ya me has hecho reír, pareces un chico serio y muy sensato, pero sabes eres un poquito atrevido… bueno, acepto tu apuesta, solamente si tu calificación es más del 95%.   Adiós y te veo en dos meses.

En realidad, regrese a esa clase dos meses después a tomar el examen, y tenía muchas cosas en la cabeza por ese tiempo, que lo único que me sacaba de la realidad que vivía, era en hundirme en los libros y estudiar. Vi a la profesora Robinson ese día, y ella estaba en unos pantalones negros ejecutivos y una blusa blanca, se miraba bonita, era una chica bonita.  Realmente no recordaba la apuesta y he llegado a concentrarme y tomar el examen.  Me despido y me voy.

Estos eran los tiempos que para saber cuál era tu grado deberíamos ir con el profesor, o algunos los ponían en el pizarrón haciéndolos públicos.  Así que el día que sabía ella los haría públicos, pues nuevamente me asome a su clase y vi que había obtenido un 100%.  Recuerdo que ya me retiraba cuando escucho su voz pronunciando mi apellido.  Doy vuelta y veo a la sonriente y juvenil profesora Robinson.

—Sabes, estoy impresionada contigo.  No sé si la promesa que me dejaría pegar una nalgada de ti fue tu incentivo, pero creo que se lo propondré a toda la clase, pues tú has sido el único con un 100%.  Me rio y continua.  Espera, no quiero que me nalguees frente a todos, que me moriría de mucha pena… deja que se vayan para que reclames tu premio.

—Profesora Robinson, no se preocupe.  le digo en voz baja y continuo.  le voy a dar revancha.  No la voy a nalguear, pero si en el final saco un 95% o más, no será una nalgada, será un masaje en sus nalgas.  -Ella me mira a los ojos, sonríe y solamente dice:

—Mira que eres atrevido pero déjame prevenirte, que el final es un examen más escrito y menos posibilidades que este que tenía el patrón de multi opciones.  Te aseguro que ese día traeré mis tijeras y volarte esa melena.

Debo decir que la profesora Robinson aquel día si me excito, pues a través de sus pantalones negros se le marcaban muy bien esos relieves de su prenda interior.  Tenía un trasero, sino extremadamente grande, pero lo suficientemente grande para ver esa curvilínea para considerarla sexi o sensual.  Yo me fui con mi verga erecta, y me aleje de ahí, para que la profesora Robinson no me lo notara, aunque sí creo que la diviso.  Dos meses más vuelan y de nuevo he llegado a tomar solamente el examen final, y bueno tener un receso de dos semanas antes de regresar a clases de verano.

El mismo protocolo, llego días después a ver cuál fue mi grado del examen final, y aunque esta vez no me sentía muy seguro, pues estas clases de historia y ciencias políticas, tienen esa connotación de objetivas, bien pudo haber considerado una respuesta mía, acertada o simplemente, aunque mis argumentos tuvieran sentido, ella podría simplemente tomarla como fallida.  Busco mi nombre en la lista y sorprendentemente veo un 99%.  Esta vez sí me recuerdo de la apuesta, pues esta vez lleva el suficiente morbo, pues ya no es una nalgada, es un masaje a sus nalgas.  Me mira con una sonrisa y se acerca.

—Definitivamente eres sorprendente.  Nunca me paso por la mente que lo podrías lograr…¡Felicitaciones!

—¡Gracias! -le añadía yo y pregunte.  - ¿Y la apuesta?

—Sabía que no me libraría, pero soy mujer de palabra, pero no crees que aquí no es el lugar adecuado.

Veo que la profesora Robinson tiene uno de esos cartones que uno usa para tomar notas, y me lo extiende diciéndome:

—Mira, aquí esta esté domicilio.  Procura llegar a las 7 en punto, pues no me gusta esperar, ni hacer esperar.  Estaré en el cuarto 210 y ahí puedes reclamar el premio de tu apuesta.  Sabes eres malo.  -decía.

Realmente, cuando me imagine masajear sus glúteos, siempre me lo imagine haciéndolo sobre su ropa, pero ella me estaba dando un domicilio con el nombre de un motel al cual yo ya había divisado en la zona de la universidad.  Aquel día aquella sensación me domino, pero a la vez no sabía si aquello era un encuentro sexual, si debería llegar preparado, realmente era tan ingenuo que no sabía que esperar.  A las 6:30 de la tarde estaba en sus alrededores, mato el tiempo oyendo música en uno de esos Walkie de casete de la época y a las 6:59 estoy tocando la puerta con cierto nerviosismo.

A tocar una segunda vez iba, cuando veo que la puerta se abre y esta sonriente la profesora Robinson y me dirijo a ella con el mismo respeto de llamarla por su apellido.  Me pide que simplemente le llame Judith y me hace pasar.  Hay una cama bien acomodada y veo su cartera sobre una mesa donde esta una lámpara, ahora viste de esos pantalones de mezclilla que la hacen ver aún más juvenil y una blusa floreada bastante ajustada a su escultural cuerpo.  Sabe que yo no estoy manejando bien la situación, pues realmente no hay esa confianza y mi platica es una trivial, cosas de la universidad.  Finalmente ella rompe el hielo:

—Bueno, a lo que venimos…¿Cómo me quieres?

Realmente no sabía cómo contestar, pues la apuesta era un masaje a sus nalgas.  Pero de alguna manera encontré el valor para decir que se acostara sobre la cama y así lo hizo; se acostó boca abajo.  Me he acercado algo dudoso y con cierto temblor en mis manos se las he puesto sobre sus glúteos aun cubiertos por sus pantalones.  Ella nota mi nerviosismo y me lo hace saber y creo que ella intuye que necesito de alguna manera de su asistencia para que nuestro encuentro trascienda.

—Sabes, eres un muchacho guapo, has de tener de mujeres. 

—Se equivoca, me interesa una, pero parece que yo no le intereso a ella.

—¿Eres tímido?

—Algo

—Lo digo, porque otro en tu lugar, ya hubiera intentado removerme los pantalones y la blusa.

—No quiero ser agresivo, ni tomar algo que no me corresponde- le contestaba mientras sobre sus pantalones seguía masajeando sus nalgas.

—¿Pero si lo has pensado?

—¿Pensar qué?

—Quitarme los pantalones.

—Claro, si lo he pensado.

—No lo pienses mucho, quítamelos.

Veo que toma la vertical, yo estoy sentado al filo de la cama y se pone frente a mí y me mira con sus bellos ojos oscuros y me vuelve a repetir: -Quítamelos.  Desabrocho, bajo el cierre, no sin antes oler el delicioso olor de su cabello, mezclado con el perfume que viste.  Veo que lleva un bikini pequeño, sin llegar a ser una tanga, de color blanco y tiene en bordado una pequeña rosa.  Bajo su pantalón con su ayuda, luego ha levantado sus brazos para remover su blusa y queda solamente en su sostén y calzón y me vuelve a decir: ¿Es suficiente así, o quieres quitarme más para que me des el masaje?  Le remuevo su sostén y poco a poco le he ido removiendo su prenda más íntima.

Estoy estupefacto, miro ese cuerpo esbelto, escultural, diría perfecto y me llama la atención un pequeño tatuaje de algún jeroglífico al cual le pregunto si tiene un significado y ella responde, pero no sé si a mi pregunta, o dio su respuesta por pura casualidad: Es todo tuyo. -dijo.

A la profesora Robinson quizá ha sido una de esas experiencias que pasamos los preámbulos y me he ido directo a besarle por sobre la zona del monte venus, y ya acostada me he ido directo a su conchita, y me encuentro con la sorpresa que esta sobre mojada. Por estar viendo su lindo rostro, no me percate que su bikini ya estaba bien empapado de sus jugos, y he comenzado a lamer su concha como un loco y ella gemir como una loca también, que creo que todos los de las habitaciones adyacentes nos podrían escuchar.  Le moví mi lengua de arriba abajo en su sexo que en ocasiones no podía ni respirar, como ella era más pequeña que yo, podía a la vez llegar a sus pechos y también masajearlos mientras yo me dedicaba con mi lengua a recorrerla toda.  No había pasado mucho tiempo de masajear sus pezones, cuando le llego un orgasmo tan explosivo, que la profesora Robinson lanzo un gemido profundo y largo, que se escuchó el aplauso en algunas habitaciones y hasta logre escuchar a alguien diciendo: Denle, denle más.

El rostro de la profesora Robinson se miraba espectacular, parecía que el estrés del último semestre desaparecía con aquel increíble orgasmo.  Me da una sonrisa y dice:

—Realmente me has sorprendido eres un buen estudiante y tienes un talento con esa lengua, que me has hecho acabar delicioso, que rico estuvo eso.

Yo estoy todavía vestido, aunque es obvio que tengo mi verga erecta y con esa mancha de humedad ya bien obvia, y ella me dice:

Pobrecito, ha de estar sufriendo allí encerrada.  Ven, la vamos a sacar al aire fresco.  Ella me toma de la cintura y desabrocha el pantalón, baja el cierre y vuelve a decir:

—Mira que tengo buen calculo, imaginaba que era de unos 18 a 20 centímetros, pero no la imaginaba gruesa, estas bien dotado.  Mira, te voy a deber el oral, pues eso para mí es muy especial y lo reservo para alguien muy especial.  ¿Traes un condón? Pregunto.

—No. -le he contestado.

—Ah y yo no estoy en ningún tratamiento.  Bueno… pero esta verga la tengo que sentir adentro.

Me ha tomado de las manos y me dirige en la cama, ella se pone frente a mi acostada de lado poniéndome sus ricas nalgas contra mi erecta verga.  Realmente espero que suceda lo que me estoy imaginando, pues por su personalidad de muy delicada, la idea de sexo anal con ella, no me paso nunca por la cabeza, pero siento que lleva la cabeza de mi verga y con ella creo que se masajea el ano.  Realmente no lo puedo distinguir, pues tanto ella como yo estamos tan mojados y todo parece se desliza delicioso con esa extremada lubricación. Después de algunos minutos me pide que le empuje con cuidado y me dice con palabras bastante explicitas y soeces, que le rompa el culo con mucho cuidado.  Debió ser un orificio muy pequeño, pues aun con la dilatación que ella se auto infringió con mi pene y sus dedos, tomo tiempo introducir mi miembro.  Obviamente ella lo sentía mejor que yo, pero finalmente me dice que empuje con mucho cuidado.  Siento como se desliza mi verga por dentro de su intestino, y puedo sentir esas paredes vibrar.  Ella gime, por placer o por dolor, pero ella quiere sentir mi verga adentro de su culo y lo ha logrado.  Ella comienza el ritmo del vaivén, y yo le continúo acompañándola.  Ella ha tomado mi mano y me dice con esa mirada de excitación, a que masajee su concha, luego me dirige uno de mis dedos directamente a su clítoris.  Yo le taladro el culo a su ritmo y pasan quizá algunos 7 minutos y ella vuelve a explotar, me pide que le meta un dedo en la vagina y ella gime con un placer exquisito y nuevamente vuelven a aparecer los aplausos de los adyacentes de nuestra habitación, sus gritos se prolongan exageradamente y quizá eso sea lo que me detiene a que me pueda venir junto a ella.

Ha gozado dos orgasmos fenomenales, y me vuelve a mirar con mi verga parada y me dice: Tienes aguante, creo que eres estupendo en la cama.  Sigue hablando y me dice que me hará liberar toda esa potencia que tengo y se pone en cuatro.  Que rico espectáculo, su culo ya está abierto, lo vuelvo a introducir completamente, ella gime, respira profusamente y se lo vuelvo a sacar, dejándome ver en algo, el interior de ese rico culo hoy rojizo.  Aquello se repite por algunos minutos y me invita ahora a que se yo sea quien me acueste sobre mis hombros, mientras ella se sienta en mi verga, dejándome ver sus ricas nalgas, ser atravesadas por mi verga. Sentada apoyándose en mis rodillas, veo como mi verga aparece y desaparece en su rico culo.  La sensación era deliciosa, pero el morbo de verlo tan libremente hizo a que solo lo disfrutara por unos tres o cuatro minutos, pues he eyaculado tan delicioso, y le he dejado ir toda mi esperma en su pequeño orificio.  Permite que vea como escurre de su ano, y creo que es la primera vez que no tomo pausa para reanimarme, aquello fue lo suficiente para montarme sobre de ella nuevamente y le he dado una cogida en el culo por más de 30 minutos donde por lo menos alcanzó dos orgasmos más y yo me he vuelto a ir en ella.

Estamos tan exhaustos que hemos dormitado juntos un par de horas.  Ella me mueve a eso de las 12 de la media noche y me dice: ¿me puedes dar un masaje en las nalgas.  Aquella escena la hemos repetido otra vez aquella noche y luego a través de aquel verano.

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