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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 27)

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—¿Qué te pasa mi amor? —preguntó Ramírez mientras acariciaba la cola, que se movía en su mano como una culebra—. No estás en lo que estas, —la Princesa, estaba sentada sobre el regazo de Ramírez, desnuda, acurrucada en su pecho, mientras los dos miraban hacia la profundidad del espacio a través del ventanal de su camarote de capitán, en el Atlantis.

—¿Cuantas veces te he dicho que estoy harta?

—Muchas, mi amor.

—Pues cada vez lo estoy más.

—Siempre estas igual. ¿Qué ha pasado ahora?

—Lo de siempre, —contestó la Princesa con una sonrisa—. Los hijos de puta de los políticos.

—He oído algo, —dijo Ramírez incorporándola para hablarla de frente—. Tenéis que tener cuidado, el ambiente en el ejército está revuelto.

—También me ha llegado algo a mí, pero el problema no son los militares, son los hijos de puta de los políticos.

—Ya lo sé, pero el ejército no va a permitir que el Consejo deje de lado a Matilda. Ya ha habido reuniones de oficiales y suboficiales.

—¿Reuniones?… —exclamó alarmada—. Eso no lo sabía. ¿Tan grave es?

—Lo es. Nos enfrentamos a un posible golpe de estado contra el Consejo.

—¡Pero eso es absurdo! Además, todo el consejo no está contra Matilda, pero lo que si es cierto, es que durante estos años, ha cortado las alas a muchos que querían medrar en el Consejo. Se ha creado muchos enemigos.

—Mi amor, baja la cola, —dijo Ramírez con suavidad viendo como la cola de la Princesa estaba totalmente erecta—. Yo no soy el enemigo.

—¡Joder!, cuando hay políticos por medio me disparo. ¡Qué asco los tengo! —la Princesa se puso a horcajadas sobre Ramírez, y cogiéndole la polla con la mano se la introdujo en la vagina—. Cariño, fóllame otra vez, a ver si se me pasa el cabreo.

Ramírez comenzó a follarla mientras la daba mordisquitos en los pezones. La respiración de la Princesa se hizo más profunda y pronto comenzó a gemir y jadear. Finalmente, llego al orgasmo mientras Ramírez atrapaba sus labios y la besaba respirando sus gemidos.

—Ramírez, me matas. Eres una maquina, —dijo cuando se recuperó un poco.

—Contigo es fácil serlo.

—No quiero reuniones en el Atlantis, ni en mi flota, ni en mi ejército. Quiero…

—Ya nos hemos ocupado de eso. Didym, incluso ha sondeado a los capitanes de las otras naves y todos están contigo sin reservas. No te hemos dicho nada hasta ahora, porque estás muy liada, con Mandoria, la flota, Matilda…

—De todas maneras, esos consejeros no son los peligrosos. Otro grupo quiere negociar con el emperador la paz. Ven con recelo una posible alianza entre Mandoria, Numbar, Tardania y Ursalia. También critican que Matilda y yo estemos en el Consejo. En la práctica supone que mientras los demás sistemas tienen dos consejeros, Mandoria y Numbar tienen tres. Si se ponen de acuerdo, pueden dejarnos en minoría.

—Si decides hacer una demostración de fuerza, la 2.ª Flota y el 5.º Ejército, están a tus ordenes sin reservas, y si me apuras, las otras tres flotas, y al menos el 1.º y 2.º ejércitos, también.

—¡No, no, y no! El ejército no puede intervenir en política.

—Lo sé, lo sé. Solo quiero que conozcas las opciones que tienes, —y después de una pausa, añadió—. ¿Y que pensáis hacer?

—Tenemos que atacar al emperador, y tenemos que hacerlo ya. Y juro por lo más sagrado que Matilda estará al frente de las operaciones, —se recostó nuevamente sobre el poderoso pecho de Ramírez y prosiguió—. Casi echo de menos la campaña en el Sector Oscuro. Matilda dirigía, nos pedía opinión, y no había políticos hijos de la gran puta, solo camaradas de armas.

Varias semanas después, y coincidiendo con que Matilda estaba de patrulla, varios consejeros intentaron convocar una reunión para dejarla fuera. Se organizó una trifulca de categoría galáctica y no lo consiguieron. Finalmente, se decidió convocar al Consejo para dos semanas después, que Matilda ya estaría de regreso.

La reunión del Consejo fue extremadamente tormentosa y Matilda se mantuvo al margen en todo momento. Sabedora de que era el foco principal de atención, se limitó a votar las mociones que la Princesa Súm, y los consejeros amigos, defendían a voz en grito. Finalmente, se decidió en una votación muy ajustada, rechazar cualquier tipo de negociación con el emperador. También se decidió, iniciar las operaciones para el asalto final a los sectores centrales, y que seria el ejército quien decidiera quien lideraría la batalla. Terminada la reunión, para evitar más líos, Matilda se quitó de en medio, regresó al Tharsis y declino asistir a las reuniones del Estado Mayor para preparar el futuro de las operaciones.

—Hemos hecho algunas concesiones al Consejo para tranquilizar las cosas, —dijo la Princesa, cuando al día siguiente fue a verla.

—Ya lo supongo. Sé que estoy descartada para dirigir el final de la guerra. No te preocupes, yo siempre estaré a tus ordenes.

—Pues si estas a mis ordenes, toma buena nota de lo que te voy a decir, y no abras la puta boca hasta que te autorice. Lo primero, es que vas a dejar esa tonta aptitud sumisa que has adoptado desde que tuviste la crisis, a ver si voy a tener que darte dos hostias, que ya me estás cabreando. Lo segundo es, que dejas de tener el mando de la 1.ª Flota y del Tharsis. Ushlas será su comandante, y la almirante Rizé mandará tú flota.

—Pero… el Tharsis…

—¡Te he dicho bien claro que no abras la puta boca! —la cortó gritando—. Sabes muy bien que Ushlas es capitán de navío, puede mandar unidades mayores, pero no flotas, y si la ascendemos a almirante, significaría su salida definitiva del Tharsis. Lo he consultado con ella, y se ha negado categóricamente, —la Princesa hizo una pausa, mientras observaba el rostro sombrío y malhumorado de su amiga—. Y tercero, a partir de este momento, pasas a tener el mando absoluto de todas las fuerzas de infantería, siete ejércitos más las fuerzas auxiliares, 300 naves de transporte, casi cinco millones de soldados, 16.000 carros de combate, 26.000 piezas autopropulsadas, y 13.000 unidades de apoyo aéreo. ¿Sabes lo que eso significa?

—Si, que el asalto final a Axos, es mío.

—Exacto. Jamás, alguien ha dirigido un ejército tan descomunal como este, ni en la Federación, ni en el Imperio. Así que deja de tocarte la raja, y mueve el culo. Antes de llegar a Axos, hay que ocupar varios sectores…

—Principalmente el 2 y el 6.

—Y el 7. Es otra concesión que hemos tenido que hacer a los cunalianos. Toda la vida a la sombra del emperador y solo al final, se suben al carro federal y con prisas. Pero en fin, es lo que hay, —y entregándola una tableta electrónica, añadió—. Este es el plan estratégico de la flota para la campaña final. Ponte a currar, mañana por la mañana quiero un avance de tus planes de batalla para el 7. ¿Está claro?

—Perfectamente. A la orden comandante en jefe, —exclamó Matilda poniéndose de pie y cuadrándose.

—¡Qué payasa eres! —exclamó la Princesa soltando una carcajada. Se levantó y la abrazó antes de continuar—. Y ya sabes lo que te he dicho, no quiero a una muñequita, quiero a la fiera que conozco y que me gusta.

Dos semanas después, la descomunal maquina militar federal estaba en marcha. Matilda propuso a la Princesa Súm, atacar simultáneamente los sectores 6 y 7. La flota, en una hábil maniobra diseñada por la Princesa, acorralo y destruyo las naves de la flota imperial en esos sectores, en la batalla del sistema Citores. Con los dos sectores libres de naves imperiales, Matilda inició el arduo trabajo de liberar varias decenas de sistemas. Muchos se entregaron con escasa resistencia, pero otros, principalmente en los que había presencia de Guardia Imperial, la resistencia fue encarnizada. Finalmente, dos meses después del inicio de las operaciones en los sectores 6 y 7, estas se dieron por concluidas con la derrota de los últimos vestigios imperiales en el tercer planeta del sistema Asamúr.

Matilda estaba agotada, como los soldados que mandaba. Treinta y dos desembarcos planetarios, y cincuenta y seis batallas en total, de las que casi la mitad, dirigió personalmente. En cinco ocasiones, y desobedeciendo las ordenes directas de la Princesa, empuño a Eskaldár y lideró personalmente la batalla sobre el terreno. Y en tres ocasiones, tuvo que aguantar la bronca de la Princesa después de resultar herida. La campaña en los sectores 6 y 7 taparon muchas bocas. Matilda demostró sin lugar a dudas, su inmensa capacidad para dirigir un ejército tan desmesurado como el federal. Aprovechando está circunstancia, los consejeros afines, arrinconaron a los críticos definitivamente. Nadie volvería a poner en duda el liderazgo de Matilda ante lo que se avecinaba, el casi imposible asalto a la capital imperial, a Axos.

—Aquí te la traigo, —dijo la Princesa cuando bajaron de la lanzadera que las había llevado al Tharsis. Ushlas con una gran sonrisa, las esperaba al pie de la escotilla. Hacia dos meses que no veía a Matilda, que salio de la nave apoyándose en un par de muletas.

—¡Eh! Princesa, te la entregué en perfectas condiciones, y me la devuelves estropeada, —exclamó Ushlas frunciendo el ceño con los brazos en jarra.

—Pues no te quejes, que he estado a punto de estrangular un par de veces a está cabezona de los cojones, —respondió riendo.

Matilda y Ushlas se abrazaron mientras la Princesa la sujetaba la muleta. Como dos imanes, sus bocas se encontraron con pasión desenfrenada.

—¿Os va a dar tiempo a llegar a vuestro camarote? —preguntó la Princesa.

—Va a ser que no, —respondió Ushlas, sujetando la cara de Matilda con las manos mientras la mordisqueaba los labios—. Tengo una reunión con los jefes de servicio, —y a continuación le dijo a Matilda—. Tú, lo primero, a que te vean nuestros doctores, quiero saber su opinión. Segundo, pásate por maquinas. Camaxtli está como loca desde que se ha enterado que regresabas. Y tercero, a meditar hasta que yo este libre. La reverenda madre ha enviado a tus doncellas para que te ayuden. Por cierto, las tengo con escolta para evitar que tu hermano haga de las suyas.

—Hace años, cuando estaba de novicia en Konark, Neerlhix causaba estragos cuando venia de visita, —explico Matilda riendo—. La reverenda madre encerraba a las novicias en las antiguas mazmorras del monasterio, pero en ocasiones, alguna se la escapaba.

—¿Te quedas con nosotras? —preguntó Ushlas a la Princesa.

—No, no, tengo que regresar a Mandoria. Hay una montaña de papeles que tengo que firmar. El canciller Uhsak me está esperando con los brazos abiertos.

Finalizado el día, Ushlas regreso a su camarote y encontró a Matilda desnuda, meditando junto a sus doncellas. Estas la vieron, e inmediatamente se vistieron, abrazaron a Matilda y haciendo una reverencia a Ushlas salieron del camarote donde las esperaban sus escoltas.

La cogió de la mano y se sentó en el sillón frente al ventanal, poniendo a Matilda sobre sus piernas.

—¡Joder! Que ganas tenía de tenerte entre mis brazos, mi amor, —dijo mientras con sus manos, recorría detenidamente el cuerpo de Matilda—. Y estas recién depilada.

—Si, me han ayudado las chicas.

—Eso está bien, temía que regresaras con más pelos que Daq, —y mirándola con preocupación, añadió—. Mati, estás más delgada…

—Estos dos últimos meses han sido infernales…

—Lo sé, siempre que tenía tiempo leía los informes de operaciones para saber por donde estabas, y que hacías.

—Aburrirme sin ti. No tenerte a mi lado ha sido lo peor. Meterme en el camastro, yo sola, sin tocarte, sin olerte, sin besarte, —y enseñándole el dedo medio, añadió sonriendo—. Menos mal que tenía a este.

—Pues durante un tiempo lo vamos a poner a descansar, —y agitando la cola añadió—. Está ya está en forma.

—Genial mi amor…

—Pero primero quiero estar horas besándote, quiero recordar el sabor de tus labios, —las dos mujeres comenzaron a besarse como si nunca lo hubieran hecho. Presas del deseo, se levantaron y se tumbaron sobre la cama. Los gemidos, los jadeos, los orgasmos se sucedían mientras los dedos y la cola de Ushlas entraban en acción. Un par de horas después, unidas en un abrazo interminable, se durmieron mientras los besos, paulatinamente se hacían más tenues.

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