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Amigos gozando del intercambio en un plácido Balneario

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Pues, mira, todo empezó con parloteos intrascendentes en el jardín, mientras los cuatro (Floren, mi mujer; Charo, la mujer de Luis; éste y yo), tomábamos café. 

Luego por la noche, en la sala de juegos, durante varias partidas de Canasta y Pinacle, alegradas con whisky, nos atrevimos con frases hechas o de doble sentido, insinuaciones veladas, y chistes y bromas cachondas. Y al final, nos dimos cuenta de que nos caíamos bien, de que habíamos conectado. Tal vez por eso, a la mañana siguiente, en la piscina termal, relajados tras bañarnos y tomando el sol en las tumbonas, la charla se hizo cada vez más íntima y sorprendentemente más sincera. 

Así, según me contó mi mujer, Charo le explicó la de tríos e intercambios que había llevado a cabo con su marido. “Pero ahora, con los años, sólo alguna vez, de milagro... ¿Y vosotros qué?”, la sondeó Charo.

Floren me aseguró que se había limitado a sonreír y a cambiar de tema. 

Yo, por el contrario, medio en broma, medio en serio, le fuí confesando a Luis mis limitaciones sexuales actuales.

-¿Has probado con pastillas? -se interesó.

-No puedo. Tengo una insuficiencia cardíaca.

-Lástima... Puedo asegurarte que van de coña.

Finalmente, por la tarde, después de las sesiones de masajes, mientras nos tomábamos gin tonics en el jardín, entre carcajadas y sobrentendidos, las cosas iban a concretarse.  

En el momento oportuno, Charo, que había llevado la voz cantante, le susurró algo al oído a mi mujer.  Floren me miró, como confirmando lo que habíamos sospechado desde la noche anterior.  Y tal a lo que ambos habíamos convenido, sonriendo, le dio su total aprobación a Charo. 

Enseguida los cuatro hicimos un brindis teatral y luego subimos a la habitación de Charo y Luis. Allí, nos despojamos de los albornoces y de los trajes de baño y nos quedamos en cueros. 

Entonces, la primera en la frente: de golpe, exhibiendo la precaria gallardía de mi polla y la blandura muscular de mi cuerpo, me sentí totalmente ridículo e inseguro. Pero lo cierto es que los demás tampoco presentaban cuerpos mucho más espléndidos. La gran claridad que entraba desde la terraza iluminaba descaradamente los enormes culos de mi mujer y de Charo y sus tetas cayendo hacía la cintura, y, desde luego, el abultado barrigón de Luis y sus flacas y esmirriadas nalgas. 

Ante este panorama recuperé parte de mi autoestima. Pero lo más curioso fue descubrir que esos cuerpos imperfectos en vez de desagradarme me excitaban morbosamente.  ¡Dios!, hubiera dado mi vida por volver a tener una polla dura para follarme salvajemente el coño de Charo, o su culo, y, ya puestos a hacer, incluso el culo de su marido. Y claro, como siempre, a Floren.

Nuevamente, fue Charo quien tomó la iniciativa. Besó a su marido mientras le manoseaba la verga hasta que, muy pronto alcanzó cierta consistencia y cierta firmeza. Entonces le dio un par de azotes en el trasero.

-¡Tíratela! -le animó, empujándolo hacia mi mujer-.¡Fóllatela! ¡La pobre tiene telarañas en el cocho! -proclamó, sin la más mínima consideración por mi presencia.

Floren, sentada a la cabecera de la cama, se mantenía expectante. Se acariciaba el coño y me miraba como asegurándose de mi complicidad. 

Pero, en cuanto vio que Luis iba a por ella, se apresuró a tumbarse de bruces a lo largo de la cama; se arrodilló y se puso una almohada debajo del vientre para levantar su trasero fondón y facilitar así que el tío  la follase al estilo perro.

Luis se colocó de rodillas tras mi mujer, empuñando bajo su barrigón una polla más o menos tan vieja como la mía, pero todavía lo bastante firme para funcionar (“¡Mierda, mierda, mierda! ¡Qué envidia!”).  Sin respetos humanos, el tío se la hundió enérgicamente en aquel coño peludo que yo tan bien conocía. Y la sacó para hundirla a fondo otra vez... Y otra vez... Y otra vez...

Floren me miró de nuevo. Seguramente vio una expresión de recelo en mi cara. Pero hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de una verga de verdad. Debido a mi impotencia eréctil, se había tenido que conformar con diversos dildos y mis cunnilingus, para alcanzar sus orgasmos. Así que, muy pronto, comenzó a desmadrarse. Jadeaba, gemía, blasfemaba, gritaba, y soltaba toda clase de obscenidades, lo que estimulaba intensamente a Luis. 

El muy cabrón, resoplaba cada vez que su polla penetraba profundamente en el coño de mi mujer.  Se la metía hasta que su barrigón quedaba frenado por las gordas nalgas de Floren. La sacaba y se la volvía a meter, disfrutando como un cerdo.

Charo posiblemente se dio cuenta de mi estado de ánimo, porque me puso uno de sus pezones en la boca (“Chúpame las tetas, cariño”). Me acarició los genitales libidinosamente. Y, mientras yo le sobaba las tetas, comenzó a pajearme. Entonces, agarró una de mis manos, la llevó hasta su coño, grande y mojado y me obligó a meterle un par de dedos en la vagina para masturbarla. 

Muy pronto me puse tan caliente y rijoso que, ver a mi mujer follar y disfrutar (“¡Así, así...! ¡Más, más...!  ¡No pares, no pares...!”) con un tío, avivó mi morbo. Como resultado, mi picha se dilató y alcanzó una consistencia aceptable.

-¡Vaya! -exclamó Charo, aprisionándola en sus manos-. No te puedes quejar, cariño.

En un momento dado, entre gemidos de gusto, Floren me pidió que la besase. Me subí a la cama y me arrastré hasta ella. Cuando me tuvo a su alcance, me morreó con tremenda lujuria. Su lengua recorrió ansiosamente todos los rincones de mi boca y me la llenó de su saliva caliente.

-Hazle una mamada, putilla... Que tu hombre también disfruté -oí que le sugería Charo.

Floren se sonrió y me dijo que me pusiese de rodillas frente a su cara.

-La polla, cariño -me pidió entre jadeos ruidosos.

Se la metió en la boca y, de inmediato, sentí su chupada (“¡Hostia, hostia, qué gusto..., Dios!”) furiosamente lasciva que arrancó chispazos de placer por todo mi cuerpo.

Tal vez grité o me estremecí violentamente, o ambas cosas,  porque a mis espaldas  Charo aprobaba la mamada de mi mujer:

-Así... Así se hace-. Y a continuación, me ordenó: -¡Cómeme le coño, nene!

La muy puta me agarró por los hombros y me empujó hacia atrás lo suficiente hasta conseguir que cayese tumbado de espaldas sobre la cama. Luego, se puso en cuclillas sobre mi boca, con el coño al alcance de mi lengua.

-¡Dame gusto, cabronazo! -me exigió-. Yo también tengo derecho.

Su orden fue tan enérgica que automáticamente me puse a lamer aquel chocho de abultados y viejos labios mayores. Luego, le metí la lengua dentro de la raja y, al sacarla empapada de saliva y flujo vaginal, me resbaló por encima de su ojete. Charo (“¡Aaah, sí, síii, nene!”) gimiendo de placer, me agarró la cabeza, la empujó hasta su clitoris y me obligaba a lamerlo y a chuparlo.

Por un momento, me imaginé el cuadro sexual que formábamos: Luis se follaba a mi mujer a tergo, mientras ella me mamaba la polla y yo me comía el coño de Charo.  Y me sentí muy excitado.  Excitación que aumentó con cada chupada que Floren me daba a la polla.  O con los gritos de Charo pregonando cómo gozaba de mi comida de coño. Pero especialmente, ver a Luis bufando y hundiendo la verga en el chocho de mi mujer, que lo hostigaba (“¡Más, más...!  ¡No pares, no pares...!”), me puso supercaliente. 

De golpe, Charo rompió el cuadro. Se arrastró por la cama hacia Floren. Me empujó para hacerse un lugar frente a mi mujer, que tuvo que soltar mi polla. Y entonces se tumbó de espaldas, abierta de piernas, ofreciéndole a Floren su coño chorreante.

-¡Hala, putilla! ¡Dame gusto! ¡Cómeme el chocho, mientras te usa mi marido! -le reclamó con autoridad, humillándola para excitarla, al estilo masoca.

La verdad es que funcionó. Floren, de súbito, se amorró al coño que le entregaba Charo y se puso a hociquearlo repetidamente.

-¡Sí, nena, sí! ¡Síííí...!  -soltó entusiasmada Charo-. ¡¡Aaaay...!! ¡Qué bueno! ¡¡Qué bueno!!

Floren atacaba fogosamente y sin tregua aquel viejo chumino. Lamía los gruesos labios; metía la lengua dentro de la vagina y la agitaba chapoteando; le sorbía el clítoris y lo iba liberando lentamente; le buscaba el punto G follandola con los dedos.

-¡¡Qué gustoooo!! ¡¡Vas a matarme, cariño!!  -gritaba Charo - ¡¡Aaaay, aaaay!! ¡¡Me matas de gusto, cariño!!

A todo esto, yo había quedado fuera del juego. Charo me había desplazado para poner su coño (en vez de mi polla) al alcance de Floren.  Y ésta, a su vez, seguía disfrutando de las embestidas profundas de la polla de Luis.  

Yo, por tanto, había quedado al margen, sentado en la cama, como un espectador privilegiado, y masturbándome como un viejo sátiro. Me la machacaba enardecido, porque me excitaba el desparpajo de Charo, y el desenfreno con el que Floren le comía el coño. Pero especialmente, me la pelaba con furia viendo como Luis hundía la polla en el chocho peludo de mi mujer, una y otra vez... una y otra vez... una y otra vez... 

Hasta que de pronto el tío, con la verga metida a fondo en la raja de Floren, detuvo su vaivén. Y soltó una especie de bramido ahogado, mientras se estremecía ligeramente.

-¡¡No, no no!! -gritó Floren- ¡¡Ahora no!! ¡¡No pares, no pares ahora!! ¡¡Hijoputa, no te corras ahora!! ¡¡Joder, joder!! ¡¡No pares, cabrón!!

Por lo visto, el “cabrón” estaba eyaculando dentro de la vagina de mi mujer; estaba vaciando la leche de sus cojones dentro del chocho de Floren; evidentemente, estaba disfrutando de un espléndido orgasmo, pero por lo visto no recíproco. 

Casi enseguida, sacó de la raja de mi mujer su polla embadurnada y se dejó caer de espaldas a mi lado, con cara de gran satisfacción

-El muy hijo de puta siempre hace igual -pretendió consolarla Charo-. Pero no te preocupes, reina. Yo te acabo.

De inmediato, retiró la almohada que Floren se había colocado para apoyar la barriga y se acomodó en  posición de 69, debajo de mi mujer. 

-¡Nena, reina, qué chochito más rico...!   ¡Mmmmm...! ¡Y lleno de leche...! ¡Ja, ja, ja...! ¡Mmmmm...! ¡Qué gustito, reina...! -fue proclamando Charo, mientras, con su cabeza bajo los opulentos muslos de mi mujer, se daba un banquete con su coño peludo. A su vez, mi mujer se mantenía más o menos a gatas sobre Charo, quien con las piernas bien abiertas le acercaba su chocho chorreante a la boca para que se lo lamiese, se lo chupase, se lo comiese apasionadamente. 

Verlas disfrutando con sus maniobras lésbicas me puso enseguida de lo más lujurioso y respondí acelerando frenéticamente mi paja. 

-¡Vaya! -soltó Luis, que, sin que me diese cuenta, reptando sobre la cama se había sentado a mi lado. Y de golpe me agarró la verga (“Hala, déjame”) y se puso a mamármela.

Desconcertado por la sorpresa, confuso y vacilante, le dejé hacer. Pero te confieso que a la segunda chupada terminó mi indecisión, porque experimenté una sensación muy confortable y placentera. Esperé la tercera chupada con cierta ilusión. Y tras la cuarta, ya había decidido que aquello iba a llegar hasta dónde Luis quisiera que llegase.

El tío la mamaba como un Dios. Muy pronto, noté por todo mi cuerpo una sensación deliciosa que crecía ansiosamente a cada chupada. Enseguida, me sentí tan cómodo y gratificado por la felación que me abandoné en cuerpo y mente a las iniciativas de Luis, que alternaba o repetía sus acciones a su voluntad. A veces, el tío me frotaba con su lengua hábilmente el frenillo de mi verga.  A veces, me ceñía vigorosamente con los labios el capullo y, poco a poco, se iba tragando mi polla entera.  A veces, la ensalivaba y me mordisqueaba sutilmente el balano. Y a cada maniobra, sentía como aumentaba mi deseo de placer. Era una sensación de gozo maravillosa e incompleta que me hacía gemir de gusto.

Lo que más me excitaba era ver con la impasibilidad con que el tío me la mamaba. Actuaba casi profesionalmente, como si me dijese “es el precio por haber follado a tu mujer”.  Esa actitud me hacía disfrutar al máximo de su felación, ya que podía concentrarme solamente en mi gozada, sin tener que dar nada a cambio. 

Poco a poco, mi polla se fue haciendo más consistente. Sentí que la boca de Luís me estaba llevando inexorablemente al orgasmo. Esta sensación se disparó cuando el tío me metió dos o tres dedos por el ano (“¡Jooodeeer! ¡Dios, qué gusto, tío!”)  y empezó a follarme el culo. Me dejó unos segundos de adaptación y luego volvió a chuparme la polla enérgica y continuadamente.  

A todo eso, Charo y Floren seguían disfrutando de su 69 sáfico.

Hasta que, primero mi mujer e instantes después Charo, se corrieron estertóreamente, entre gemidos y carcajadas, como si hubieran hecho una travesura. 

Verlas extasiadas, regalándose placer con sus orgasmos mutuos, mientras Luis aceleraba sus maniobras en mi polla y en mi culo, fue demasiado. Sentí una gran excitación y perdí definitivamente el control de todo mi cuerpo, dominado por un ansioso gustazo sin posibilidad de resistencia ni retorno.

- ¡¡Aaaaajjj!! ¡¡Que voy!! ¡¡Aaaaajjj!! ¡¡Que voooyyy!! -resoplé.

Luis, de golpe, se sacó mi verga de la boca, aunque siguió masturbándome suavemente y maniobrando dentro de mi culo. 

Y entonces, inevitablemente, me corrí... me corrí... me corrí... Me sentí sometido a un agudo placer inasequible mientras mi polla, acariciada aun por la mano de Luis, soltaba tres o cuatro cuajarones de leche. 

Repentinamente perdí la noción de todo lo que ocurría a mi alrededor y quedé sumido a un aturdimiento voluptuoso. Me dejé caer de espalda sobre la cama y me mantuve sumido en una maravillosa gozada de apenas unos segundos.

-Vaya... -oí que exclamaba Luis, mientras se limpiaba el semen que le había pringado la mano-. Muy bien, tío...

-Ha sido increíble -murmuré sonriendo-. La de pollas que te habrás mamado, mariconazo -le comenté con cierta socarronería.

Charo, que se había zafado del 69 y sentado sobre la cama , soltó una gran carcajada y deslizó:  -Más o menos, tantas pollas como chochos yo me he comido.

-Pero ¿te ha gustado? -inquirió Luis.

-Me ha gustado -admití sin dejar de sonreír.

Floren, que también se había sentado sobre la cama entre Luis y Charo, besó a ésta en la mejilla y comentó: “Hacía tiempo...”  Luego, acarició la polla arrugada de Luis y repitió: “Hacía tiempo...”  A continuación se acercó a mí para darme un beso lingual y profundo. Finalmente, riendo, manifestó: 

-Somos un buen hatajo de guarros veteranos...

-¡Sí! -corroboró Charo-. ¡Muy guarros! -escandalosa como siempre, volvió a carcajearse estridentemente, y acabó invitándonos-:  Pero repetiremos, ¿no?

Espontáneamente, todos asentimos con un leve balanceo de cabeza y, por unos instantes, nos quedamos en silencio, como ensimismados, asimilando el alcance de lo ocurrido.

Fue entonces que, rompiendo este silencio, fuera de la habitación, en el pasillo de nuestra planta, se oyó un runruneo generalizado y el estrépito de algunas puertas al cerrarse. Fue tanto el bullicio que me puse el albornoz y salí al pasillo para ver que pasaba. Frente a algunas habitaciones, había algún grupito de huéspedes reunidos. Conversaban murmurando y, a veces, riendo, mientras echaban breves ojeadas hacia nuestra habitación. Pero, al descubrirme en la puerta, se apresuraron a meterse en sus habitaciones.

-Vamos a ser “trending topic” del Balneario -comenté el entrar- Por lo visto, nuestro jugueteo ha sido demasiado sonoro y ha escandalizado al respetable personal.

Y en efecto, durante toda la cena, tuvimos que soportar miradas indiscretas, muecas de desprecio y alguna sonrisa de envidia. A la mañana siguiente, antes del desayuno, el director se hizo el encontradizo con Luis y conmigo y muy amablemente nos pidió “discreción”.

Por la tarde, nos marchamos los cuatro y ya no volvimos nunca más a ese Balneario.

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