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Mi hermana me cura de una depresión
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Llevaba un buen rato dándole vueltas a la cabeza. Incapaz de concentrarme salí a la terraza y encendí un cigarrillo. Las volutas de humo ascendían realizando extrañas figuras antes de disiparse en la brisa vespertina. El sol se ocultaba en el horizonte produciendo reflejos rosas, rojos y malvas. Hacía solo media hora que me había levantado.

Tras unos minutos fumando en silencio, mirando sin ver los tejados que desde allí se divisaban, regresé al interior de mi apartamento. Me gustaba aquel sitio. Constaba de un gran salón, con pocos muebles pero de calidad, una cocina separada por una barra, un baño con todos los lujos, sauna y jacuzzi incluidos y unas escaleras que subían a un amplio dormitorio abierto sobre el cuarto de estar. Toda la pared izquierda era un enorme ventanal que daba a una terraza desde la que se dominaba casi toda la ciudad.

En una de las esquinas estaba mi escritorio donde el ordenador, encendido en un programa de procesamiento de textos, se moría de asco.

-Tienes que darme algo, por lo menos cuatro o cinco capítulos. No podemos aguantar tu ritmo. O me lo tienes para el viernes o te vas buscando a otro – Me había dicho mi editor.

Tenía razón. Se suponía que yo era un escritor de mediano éxito. Había escrito un par de novelas que se habían vendido bien, reportándome cierta fama y, sobre todo, unos pingües beneficios con los que me había costeado este apartamento… Pero era pasado…

Desde que ella me dejó no había sido capaz de escribir una sola línea, se había ido con mis ideas, me había dejado vacío

Me serví un güisqui solo y me senté frente a la pantalla. El cursor titilaba en una página en blanco, tan en blanco como mi inspiración. Bebí el ambarino líquido de un trago, quemándome la garganta. Los ojos enrojecidos, barba de varios días… Mi aspecto dejaba mucho que desear…

¿Qué había pasado realmente? Yo la quería, la amaba muchísimo, era mi musa; todo mi mundo giraba alrededor de ella. Y ahora… El éxito, la fama, las fiestas, las presentaciones, todas aquellas chicas que aparecían y se esfumaban sin saber siquiera sus nombres…

-¡Luis, esto es un ultimátum! ¡O cambias esta forma de vida o me voy! – Me había dicho después de una de aquellas fiestas. No la hice caso. Si yo la quería y ella a mí, ¿Por qué se tenía que ir? Bobadas…

Pero lo hizo, llegué un buen día a casa, de madrugada, y no estaba… Los armarios vacíos, ni un frasco en el cuarto de baño, ni siquiera una revista en el cajón de la mesilla. Había borrado toda huella de su paso por mi vida… La llamé, una y mil veces…

"El teléfono al que llama está desconectado o fuera de cobertura…"

Tres años… Tres años de teléfono fuera de cobertura. No había vuelto a saber nada de ella, ¿Y eso era lo que me quería? ¡A la mierda las mujeres!

Encendí otro cigarrillo, las colillas desbordaban el atestado cenicero, buscaba alguna idea entre la resaca y el humo espeso del tabaco negro.

El timbre del teléfono me sobresaltó, sacándome de mi abstracción…

-¿Diga? -D. Luis, por favor -Sí, soy yo, dígame -Le llamo de la librería. No ha pasado a recoger los libros que encargó. ¿Se los seguimos reservando? -Pues mire, guárdemelos un par de días y, si para entonces no he ido, dispongan de ellos como quieran. -Muy bien, muchas gracias. Adiós -Adiós.

¡Buf! La librería… Lo había olvidado completamente. Además, ahora tenía que empezar a controlar gastos. Si no conseguía escribir algo en estos días me iba a quedar en la puta calle. ¿Cuánto tiempo podría vivir con el dinero que tenía ahorrado? Tres o cuatro meses a lo sumo…

¡Joder, que perra vida! ¡Mira que dejarme…! ¡Al diablo! Me la tenía que sacar de la cabeza.

Puse las manos en el teclado…

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo caballero, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor… "

No… Si ya te vale Luis. Estás totalmente gilipollas. ¿No me había puesto a escribir El Quijote? Mi imaginación, otrora fértil y fecunda, era un terreno yermo y sin vida… ¿Por qué era incapaz de escribir algo coherente? ¿Por qué me había abandonado? ¡Yo la quería!

Ya estábamos otra vez. Era una auténtica obsesión. "No es amooor, lo que tu sienteees, se llama obsesióoon…" ¡Joder! Encima se me había pegado la cancioncilla esa…

Otra vez el teléfono. ¿Quién coño sería ahora? Cogí el aparato mientras me servía un segundo güisqui. Las resacas se pasan con alcohol, dicen…

-¿Si? ¿Quién es? -Hola Luigi, soy yo. ¿Qué tal estás? – Luigi era un apelativo cariñoso que usaba mi hermana Julia. -¡Hombre! Hola Julia ¿Qué tal? Yo bien, dentro de lo que cabe… – Mi voz sonaba aguardentosa

Mi hermana era una chica especial, a la única persona que permitía llamarme la atención. Nos queríamos de verdad y en este momento me alegraba escuchar su voz…

-¡Vaya vocecita tienes! – Continuó por el auricular – Has estado bebiendo ¿Verdad?. Eres la leche – Me sentía como un niño pequeño cuando me regañaba, y eso que era más pequeña que yo… – Ahora voy para allá y nos tomamos un café. Tenemos que hablar… Hasta ahora mismo – Y colgó.

¿Qué había dicho? ¿Qué venía? ¡Horror!. Rápidamente recogí el cenicero, unos cuantos vasos vacíos, ordené un poco el escritorio y puse bien los almohadones del sofá. Bueno, esto estaba un poco más presentable, no se notaba tanto la porquería. Mientras no subiera al dormitorio…

Fui corriendo a la ducha, me afeité y me puse ropa limpia. Parecía otro…

Justo llamaron al timbre del telefonillo. Era ella, mi hermana. Le franqueé la puerta y, pasando, fue a sentarse directamente en el sofá, habiéndome dado un beso en la mejilla, de refilón.

-Uy chico, creí que te iba a encontrar como la última vez, hecho un asquito… Veo que vas mejorando. Bien ¿Qué tal vas? ¿Ya escribes algo?

-Pues si – Dije sentándome a su lado – Precisamente estaba empezando un capítulo cuando has llamado.

-¿Ah, si? Voy a ver – Se levantó y fue hacia el ordenador, movió el ratón para aclarar la pantalla, leyó y se echó a reír…

-¿Esto es lo que has escrito? "En un lugar de la Mancha… "Estás un poquito "p'allá" ¿No?  Venga Luis, que a mí no me la das… No has escrito una línea en tres años.

-Mentira -Me defendí- He escrito esos artículos en tu revista… – Era una publicación semanal en la que trabajaba mi hermana. Gracias a ella tenía un pequeño dinerito extra. Les escribía un artículo de opinión literaria cada primero de mes

-Sí, vale, es verdad. Pero tú sabes a qué me refiero. Un articulito al mes no te da para vivir… Tienes que empezar con tu novela. Si ya te han dado un adelanto, joder. ¡Tienes que espabilar y olvidarla! ¡Ella se fue, te dejó y no va a volver! ¡Hazte a la idea!

Tenía razón, como siempre. Me había convertido en un imbécil llorón. Me daba pena de mí mismo… Me quedé abatido, sujetándome la frente con las manos. Julia vino a sentarse otra vez a mi lado. Me pasó un brazo por los hombros y me dio un besito en la mejilla.

-Venga, venga. Ya verás cómo lo consigues… – Me acariciaba el pelo a la altura de la nuca, produciéndome una sensación muy agradable. Me recosté sobre su hombro…

Me fijé en ella. ¡Qué guapa era mi hermana! Tenía el pelo castaño claro, algo ondulado, y unos ojos verdes que, como decía J. L. Martín Vigil en una de sus novelas, eran como un semáforo dándote paso.

Miré su pecho que subía y bajaba al compás de su respiración. No sé qué talla tendría, pero calculaba que una 90 o así. ¡Pecho perfecto, vive Dios! A su edad, rondando la treintena y sin haber tenido hijos, sus tetas conservaban todo su esplendor. Cuando éramos pequeños, en la playa y la veía en bikini, siempre le decía que tenía las tetas de plexiglás por la perfección que tenían. Bajé la vista a sus piernas, increíbles, largas y bien torneadas con unos tobillos finos que eran la locura, siempre llevaba una cadenita de oro alrededor del derecho. Unos pies chiquitines remataban su más que espléndida figura. Su cuerpo derrochaba sensualidad, lo que unido a una carita de niña angelical hacían de ella una mujer 10.

Secretamente siempre había sentido admiración por la figura de Julia.

Pero ahora no era admiración, me estaba excitando con ella. ¡Válgame Dios! Verdaderamente estaba mal. Debía ser la resaca y la cantidad de tiempo sin follar, si no, no me lo explico… Jamás había pensado nada con mi hermana, como mínimo, no era ético.

Me cogió una mano y me la besó. Le devolví una sonrisa de agradecimiento, por su compañía, por entenderme, por darme ánimo. Me apoyé en el respaldo del sofá, relajándome cerré los ojos. Julia seguía con mi mano entre las suyas.

Me serví un tercer güisqui, bastante cargado, y me lo ventilé de golpe. Dejé que el calor inundara mi pecho produciéndome la ya conocida sensación de bienestar. También un ligero puntillo, estaba en ayunas y tres güisquis pegan lo suyo.

-Bebes demasiado y esa no es la solución, Luis. – Me hablaba con preocupación en la voz. No sé por qué, siempre había despertado en mi hermana sentimientos maternales.

-Vale, vale, ya dejaré de beber, pero no hoy. Necesito cargarme las pilas y esto me ayuda… – Dije tomándome el cuarto. Quería engañarme a mí mismo. Realmente, el alcohol no me ayudaba en nada, bueno, sí, me ayudaba a relajarme. – Volví a reclinarme en el sofá, cerrando los ojos.

Sentía que me miraba, en silencio. Me gustaba sentirla a mi lado. Cada vez estaba más relajado… Noté como se movía pero no quise abrir los párpados. Sentí su respiración muy cerca de mí. ¿Qué estaría haciendo? Me gustaba imaginar los movimientos de la gente estando a oscuras, solo aguzando el oído. Se estaba aproximando más a mí, eso seguro.

Noté una caricia en los labios, muy tierna, con la yema de los dedos… Los pasaba de izquierda a derecha sin introducirlos en la boca. No parecía haber nada morboso en su gesto, pero a mí me estaba excitando… Ya no fue una caricia, fue un beso en toda regla, con pasión, con legua, recorriendo mis dientes, intercambiando saliva…

Abrí los ojos con sorpresa pero no abandoné el ósculo, seguí colaborando… Separándose de mí me miró ¿Qué había en aquella mirada? No lo sé, no sabía interpretarla… ¿Me estaría proponiendo algo? Si hubiera sido otra mujer creería que quería rollo conmigo ¿Pero mi hermana?

No me dejó pensar más, su boca volvió a posarse sobre la mía y su mano se introdujo bajo mi camiseta, jugando con el ensortijado vello del pecho. Con la otra me rascaba la nuca y acariciaba el cuello. Bajó la mano del torso, por mi tripa, hasta el borde de los pantalones, se detuvo allí un momento acariciando la zona del ombligo. Suavemente pero con decisión desabrochó el botón y bajó la bragueta, se introdujo debajo de los calzoncillos y agarró mi monumento a la virilidad…

Un gemido escapó de mis labios. Mis manos, hasta entonces inermes, volaron a su pecho y nalgas. Acaricié un seno sobre la ropa, solté los botones de su blusa blanca, lo liberé de la copa del sujetador y me fui a por él como un poseso. Era tal y como imaginaba, suave, terso, duro. El pezón, nunca visto hasta entonces, se mostraba tieso y excitado, coronando una pequeña areola de color rosado. Me lo introduje en la boca y jugué con la lengua, chupando y raspando suavemente con los dientes. Le arranqué pequeños jadeos de placer, su mano aceleraba sobre mi enhiesto miembro. Con maestría bajé la cremallera de su falda y ella misma me ayudó a quitársela arrastrando, de paso, sus pequeñas y frívolas braguitas blancas.

La tendí sobre el sofá, no tuvo más remedio que soltarme. Me cogió la camiseta y me la quitó, haciendo yo lo propio con mis pantalones y calzoncillos. Estaba desnudo entre sus piernas, con mi polla apuntándola directamente. Me dediqué, un momento, a contemplar su cuerpo de diosa. El pubis recortado, la cintura estrecha, el vientre plano, las tetas perfectas aún con sujetador y la blusa abierta. Le acariciaba la parte externa de los muslos mientras la observaba, ella levantaba las caderas, invitándome, no decía nada, solo me miraba fijamente. Con esa carita infantil y su cuerpo escultural era la viva imagen del erotismo, el propio Eros habría bajado del Olimpo para poseerla.

No quería entrar en consideraciones, la calentura y el güisqui hacían que pasara del vínculo fraternal que nos unía. Bajé la cabeza hacia su vientre y fui recorriendo con la lengua el camino que separaba su ombligo de su centro de placer. Me estuve entreteniendo en la parte interna de sus muslos, besaba y mordía suavemente… Lubriqué uno de mis dedos con saliva y fui dilatando con la yema su tierno anito, mi apéndice bucal recorría los labios mayores sin encontrar un solo pelo. Los fui abriendo poco a poco hasta encontrarme con los menores, una falange ya se había introducido en su agujerito trasero y realizaba círculos dilatadores.

Julia jadeaba más fuerte, su pubis se alzaba en clara insinuación, ataqué su clítoris con los labios… Chupé con desesperación hasta sentir que sus jugos inundaban toda la zona, hice círculos con la lengua en la entrada de su cueva, alrededor de su botón de placer, aceleraba continuamente…

Se corrió con frenesí, agitándose entera, llamándome por mi nombre… ¡Qué orgasmo! Aproveché para quitarle la camisa y el sujetador. Me tumbé en el sofá, no la dejé descansar, atraje sus caderas hacia mí y volví a chupar y lamer su vulva. Entendió el mensaje, cogiendo mi empalmado falo lo fue introduciendo en la boca, dando lengüetazos alrededor del glande, jugando con la punta sobre el dilatado frenillo. Con una mano daba suaves masajes a los testículos, mientras una de las mías excitaba sus tiesos pezones.

Lamí su tierno culito, hasta ahora solo ollado por uno de mis dedos, introducía la lengua buscando su interior, dilatar el anillo del esfínter en el que notaba cada latido de su corazón. Restregaba su coño sobre mi cara buscando un mayor placer sin dejar de trabajarme la polla con maestría. Me acercaba a un orgasmo a marchas forzadas, no quería, no quería correrme sin haberla penetrado, lo necesitaba, pero la boca de mi hermana pudo más que yo y empecé a soltar chorros de esperma en su interior que ella saboreaba y no dejaba de tragar. Me dejó el instrumento como una patena.

No me dio tiempo ni a pensar en nada, se giró y nos besamos largamente, intercambiando todo tipo de fluidos. Yo sobaba sus tetas y sus nalgas, duras y suaves, cada una en su estilo. Me mordisqueaba el cuello y las orejas y restregaba su vulva contra uno de mis muslos.

Cogió otra vez mi miembro, intentando una nueva erección, me jadeaba en el oído, se movía como una culebra encima de mí. Poco a poco iba alcanzando su objetivo y en cuanto lo vio cumplido, apuntó el capullo a la entrada de su hermosa vagina y ella misma se lo fue introduciendo hasta quedar sentada sobre mi pubis, ensartada hasta las pelotas.

Irguiendo el cuerpo me ofrecía una imagen sensacional de sus senos bamboleantes, realizaba movimientos con la cintura de auténtica bailarina de la danza del vientre. ¡Que bien lo hacía! Yo, de vez en cuando, levantaba las caderas de golpe para clavársela más dentro, haciéndola dar un botecito y soltar un pequeño gritito o un jadeo más profundo. Me miraba fijo a los ojos y echaba la cabeza hacia atrás. Sus mejillas coloradas, sus ojos verdes… Tenía cara de ángel.

No pudo aguantar mucho. Se tumbó sobre mí y realizó un rápido movimiento de mete saca antes de alcanzar un segundo orgasmo, más intenso que el anterior, si cabe… Me mordió en el hombro, me clavó las uñas y se corrió apretando su pubis sobre mi polla para sentirla en todo su tamaño. Tras unos segundos, relajó sus músculos y quedó toda sudada encima de mí. Levantó la cara y me volvió a mirar. Por primera vez sonrió mientras intentaba recuperar el aliento.

A mí me quedaba trabajo por hacer. La descabalgué, sus flujos escurrían a lo largo de mi pene, la di media vuelta y, situándome encima apunté a su prieto culito. Fui empujando con determinación. A pesar de la lubricación y de habérselo dilatado anteriormente con el dedo, le costaba entrar. Julia apretaba los dientes y no decía nada. Por el esfuerzo que me estaba costando, tenía la sensación de que era el primero que se lo estrenaba. Poco a poco iba cediendo, el esfínter se iba relajando permitiendo que la polla incestuosa de su hermano horadara sus entrañas. Con un poco más de paciencia me encontré con los cojones golpeando su rojo coñito. Estaba totalmente dentro.

Mis movimientos fueron pausados, muy muy lentos, haciendo que se acostumbrara a mi tamaño en su interior. Para estimular su placer, frotaba su clítoris con los dedos de mi mano derecha, ella misma, al cabo de pocos momentos, empujaba su culo contra mí.

Aceleré en mis embestidas, mi mano también aceleraba, sus movimientos de cadera eran incontrolados, jadeaba y gritaba con locura, me llamaba, llamaba a Dios, a su madre, a todos…

En el momento en que soltaba toda mi carga en el interior de sus intestinos, ella se corría como no había visto en ninguna otra mujer…

Diooosss, Luissss, Siiii, Asiiii, Asiii, Maaaamaaa…

Cayó derrengada y yo encima de ella. Rodé hacia un lado liberándola del monstruo que la había desgarrado, mi semen fluía hacia su coño mezclándose con sus flujos. Nos estábamos mirando, cierto sentimiento de culpa me embargaba, no sé si a ella también. Quería decirle algo, preguntarle por qué. Le di un besito en los labios, acariciaba su espalda perfecta, de piel suavísima, hasta llegar al comienzo de las nalgas. Estaba aturdido…

Me levanté del sofá dirigiéndome al cuarto de baño. El agua de la ducha caía sobre mí intentando aclarar mis ideas sin conseguirlo. Haber follado con mi hermana no era algo que tuviera previsto. Por un lado mi educación me hacía rechazarlo y arrepentirme, por otro, el placer obtenido y la actitud de Julia me hacían alegrarme por lo ocurrido.

Salí entre el vapor de agua, me puse un calzoncillo limpio y fui a reunirme con ella. Estaba sentada, vestida solo con bragas y sujetador. Bellísima. Era perfecta. Su cara, la más hermosa. No hay nada más maravilloso que la cara de una mujer satisfecha sexualmente. Fumaba uno de mis cigarrillos negros, me miraba con amor. ¿Desde cuándo habría planeado esto? ¿O habría surgido ahora espontáneamente?

Ocupé el sofá a su lado, volví a besarla… Serví un par de güisquis mientras esperaba que hablara, veía que no se decidía…

-¿Y bien? – Le dije…

-Y bien, qué. – No parecía que estuviera por la labor de compartir sus pensamientos…

-¡Joder Julia! Pues esto. ¿Por qué has follado conmigo? – No sé si se estaba arrepintiendo.

-Porque te quiero. Te quiero de verdad Luis. No sabes que mal lo pasé cuando te juntaste con Almudena – Almudena era mi exnovia, la que me había dejado – Cuando te dejó, lo pasé peor todavía, peor por ti, por lo que estabas sufriendo. La odié por ello.

-Pero si me dejó hace tres años… ¿Por qué ahora? – No pude menos que preguntar.

-Porque veo que estás tocando fondo. No sales, no escribes, solo bebes y fumas. ¡Eso no es vida! Eres un tío con talento y lo estás desperdiciando. No puedo soportar que tires tu vida a la basura.

-Mira Julia, sigo sin entenderlo. ¿Qué tiene que ver que tire mi vida al retrete con que folles conmigo. – Seguía sin ver la relación de todo ello.

-No me escuchas. Ya te he dicho que te quiero. – Hablaba con pena. Una lágrima rodaba por su mejilla.

-¡Toma! Yo también te quiero – dije, limpiándole la lágrima – Eso no significa que me acueste contigo. Yo no conozco hermanos que se acuesten juntos, y sí muchos que se quieren…

-Entonces es que nos queremos de forma distinta – Sorbía un poco por la nariz.

-Ah, ¿Pero es que hay varias formas de quererse entre hermanos? – Iba viendo hacia donde quería llegar… Se había sacrificado por mí echando un polvo para levantarme la moral. Lo malo vendría después, ¿Cuál sería nuestra relación en el futuro? Yo no estaba dispuesto a que se fuera a la cama conmigo cada vez que me viera hecho polvo…

-Imagina que no fuera tu hermana. ¿Qué pensarías?

¿A qué venía esto ahora? No terminaba de aclararme…

-Pensaría que eres la mujer más maravillosa del mundo, mi auténtica media naranja. Guapa, inteligente, cariñosa… ¿Quieres que siga?

-No, no, que me vas a poner colorada. En fin, si piensas eso de mí ¿Cuál es el problema? – Esta conversación estaba yendo por unos derroteros muy raros… Ya no sabía muy bien que es lo que me quería decir. ¿Qué iba a seguir follando? ¡Glups!

-¿El problema? Vamos a ver, vamos a hablar claro. ¿Tú qué es lo que quieres realmente? – Más directo no podía ser…

-Me da vergüenza… Me da mucha vergüenza decírtelo… – Bajó la mirada al suelo y se quedó callada.

-Venga Julia, no me puedes dejar así. Siempre he creído que nos teníamos confianza, no entiendo qué te puede dar vergüenza conmigo.

-Pues eso, que te quiero… – ¡Qué coñazo con el te quiero! Eso ya lo había dicho antes…

-¿Y?

-Veo que no lo pillas. QUE TE QUIERO. Que quiero vivir contigo, en tu cama, joder ¡Hala! ¡Ya lo he dicho!

¡Coño! ¡Así que era eso! ¿Y yo que le decía ahora…? Claro que quería a mi hermana, pero eso, como hermana… Ahora bien, si pensaba en el polvo que acabábamos de echar… Si ahora le decía que no, que esto había sido un suceso aislado que no podía repetirse se moriría de vergüenza y vete a saber cuándo la volvía a ver el pelo. Si le decía que sí…

-Veo que no contestas. Sabía que no lo ibas a entender… – Se levantó y empezó a vestirse colocándose la blusa. Lloraba quedamente, en silencio, solo unas lágrimas traidoras resbalaban por sus mejillas delatando su estado…

No la dejé continuar.

Me levanté rápidamente, no la dejé abrocharse los botones… La abracé apretándola contra mi pecho. Sentía perfectamente cómo se me clavaban sus erectos pezones…

Simplemente la besé en los labios. No sabía que contestar a su proposición pero no quería perderla. Después de los tres años pasados por el abandono de Almudena me sería muy difícil soportar la pérdida de mi hermana…

¡Buf, qué lío! Una cosa era acostarme con ella estando hasta el culo de güisqui y otra hacerlo estando sereno… A lo mejor no se me levantaba la polla. Si me tenía que tomar tres o cuatro copas cada vez que quisiera follar conmigo, vaya panorama…

Seguía besándola y acariciándola allí de pie para evitar responderle directamente. Necesitaba tiempo para pensar pero no lo tenía… Ella se excitaba con mis caricias restregándose contra mí. Tenía la cara roja y cada vez me comía la boca más furiosamente, con anhelo, como si yo fuera a escaparme de allí.

Que conste que lo deseaba. Estando ahora más lúcido, más reparos encontraba a enrollarme con ella, no es que me estuviera dando asco, pero casi. No podía olvidar que era mi hermana y ya se me había bajado la calentura…

¡Joder, joder! ¡Qué situación! Sin darme tiempo a nada más, Julia estaba de rodillas bajándome los calzoncillos, iniciando una mamada estupenda. A punto estuve de retirarme pero la dejé hacer, me daría tiempo a pensar más…

Julia se aplicaba con ahínco, chupaba, lamía, absorbía, jugaba con mis pelotas… Pero mi nabo no pasaba de un estado morcillón…

Sin embargo, apareció la inspiración. Sin venir a cuento dadas las circunstancias, mis ideas empezaron a fluir, era un torrente, un aluvión de pensamientos agolpados esperando ser plasmados en papel… Lo estaba consiguiendo, me estaba liberando… Solo podía ser por una cosa… Mi hermana me hacía olvidar a Almudena, me llevaba otra vez a visitar a mis musas, volvía a ser yo…

Con la euforia mi polla creció, creció hasta límites insospechados para mí, creció a la par que mi agradecimiento a mi hermana… Mis sentimientos habían dado un vuelco diametral en un segundo…

Tumbándola sobre la alfombra le abrí las piernas y, sin más dilación, la penetré hasta los cojones. No la besaba, no la acariciaba, solo metía y sacaba mi miembro de su húmedo coño. Ya no veía a mi hermana, miraba mi tabla de salvación, a la obradora del milagro. Viendo mi cara ella sonreía segura de su triunfo, jadeaba de forma enloquecedora haciéndome acelerar los envites, sus mejillas se arrebolaban, sus pechos se movían al son de mis entadas.

Empezó a levantar el pubis, a chocarlo fuertemente contra mí anunciando su orgasmo, apoyaba los pies en el suelo para darse más impulso, me quería más dentro… ¡Pues más dentro me iba a tener!

La puse a cuatro patas, se la iba a meter por detrás. Era la sublimación de mi liberación intelectual. Apoyé el glande en su entrada trasera y empujé de golpe. Aunque estaba dilatada había recuperado, prácticamente, toda su tensión. Le hice daño y más daño me hice yo. Si no me había roto el frenillo, poco le faltaba…

-aaah Luis. ¡Joder, coño joder! ¡Ten más cuidado, coño! ¡Me has hecho polvo, cabrón!

-¡Joder! ¡Yo sí que me he hecho daño, ostias!

-Vale, pero no la saques. ¡Espera un momento!

Hizo ligeros movimientos con su culo amoldándonos uno a otro… A mí me escocía, aguantaba estoicamente, se mezclaban las sensaciones de placer y dolor… No lo vi venir… El orgasmo de Julia me pilló de sorpresa. Había estado frotándose el clítoris con los dedos de forma frenética y, empujando fuerte hacia atrás, se corrió de forma escandalosa, apoyando la cabeza en la alfombra, sin dejar de pajearse en ningún momento.

Me hizo más daño todavía. Apreté los dientes e intenté correrme yo pero no pude, el dolor era demasiado fuerte y me cortaba todo el rollo, era incapaz de realizar un mete saca en condiciones. Cuando se relajó me salí de ella. No le dije que no me había corrido, tampoco preguntó. Tenía algo de sangre en el capullo, pero no le di importancia, eso sí, escocía un montón.

-Sabía que me querías – Dijo Julia. -Ya verás como no te arrepientes. Pienso hacer de ti el hombre más feliz del mundo.

Di la callada por respuesta. Para ella, este segundo polvo había sido mi aceptación tácita a su proposición. En efecto, así era…

Pocos días después Julia estaba instalada en mi apartamento. Mi desorden ordenado pasó a ser su orden desordenado. Yo antes sabía dónde estaba todo, ahora, con mi hermana, todo estaba recogido y en su sitio. Lo malo es que yo no sabía nunca cuál era el sitio de nada.

Pero no hay mal que por bien no venga. Ahora estoy cuidado y atendido, follo muy a menudo, más por ella que por mí, sigo viendo que es mi hermana y me cuesta… Y, eso sí, he vuelto a escribir, incluso, basándome en esta experiencia, le he dado título a la novela "Un clavo saca a otro". No es muy original, pero es el homenaje a la aparición de Julia en mi vida.

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