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El cielo en Mar

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Había visto tus fotos en la red. De tanto verlas y descargar mi frenesí imaginando tu rostro, que era lo único que me faltaba para saber cómo eras, con los pocos índices que veía en los dejaban ver los manchones negros y en otro par desafocados, supe que eras tú cuando te vi pasar. Tu silueta regordeta, tu pelo, tus hombros y brazos que se mostraban con esa blusa ligera de tirantes delgados, más delgados que el tirante del sostén, la cintura y tus nalgas… ¡Sí, eras tú!

Atisbé hacia los lados, atrás o delante de ti y, al parecer, ibas sola. Decidí seguirte como un cliente más de ese tianguis semanal, donde abundaba la mercancía de frutas y legumbres, las cuales ibas echando a tu bolso conforme comprabas. “¡Hola comadre, otra vez nos vemos por acá!”, le dijiste a otra marchante que hacía compras. “¡Hola, Mar, ¿cómo estás?” te dijo como respuesta y dentro de mi cabeza dije “¡Sí, es ella!”. Me alejé un poco para, casualmente, tomar fotos de los puestos y unas “selfis” donde yo no salía completo ni enfocado, pero tú quedabas esplendorosa.  Me retiré más, sin voltear y comencé a acecharte. Supe dónde vivías. Me aposté en mi auto, al otro lado del camellón para seguir observando el movimiento y miraba las fotos que te había tomado comparándolas con las que estaban en el sitio de contactos. Me aguanté las ganas de masturbarme plenamente, aunque sí me daba pequeños apachurrones en la verga y en los huevos, por encima del pantalón al ver rus fotos.

Ese mismo día, antes de la hora de la comida entraron tus hijos, al parecer venían de la escuela y poco más tarde vi cuando llegó tu esposo, quien se bajó de una polvorienta pick up. Encendí mi auto y me fui, pero antes pasé cerca del vehículo de tu marido y pude ver que se dedicaba a la construcción.

Regresé el sábado en la mañana, muy temprano y seguí a tu esposo cuando salió. Fue recogiendo a otras personas, quienes se acomodaban en la caja de su camioneta. Al fin, llegaron a un fraccionamiento en construcción y se dedicaron a trabajar. Tu marido, el maestro de obras, comandaba a una cuadrilla de trabajadores, me seguí de frente y me estacioné donde estaba otra cuadrilla distinta. Allí le hice plática a quien la comandaba preguntándole sobre el fraccionamiento y otras cosas más. Logré saber a qué hora se retiraban y volví para hacerle plática a tu marido. No fue difícil, le dije que yo pensaba dedicarme a levantar construcciones para un cliente, pero aún no tenía claro cómo conseguir gente o cuánto debía pagarles, y por lo tanto cobrar. “Es muy variable, me dijo, pero otro día platicamos pues ya nos vamos, acabamos de “rayar” y hay que hacer algún pago “en líquido” para algunos compañeros a quienes se lo prometí, me dijo haciendo un ademán de que irían a tomar. Yo los acompaño, si me lo permite, pues también traigo sed, le dije, y sonriendo me tomó del brazo y me dijo “¡Vamos!”.

“Daniel, llévate la camioneta, llevas a los muchachos y, con los que quieran acompañarnos, nos alcanzas en el bar a las chelas, yo me voy con el ingeniero. No tengo que decirte lo que ocurrió después, se acercaron algunas mujeres para preguntarnos si queríamos bailar, lo cual hicimos, después nos sentamos con ellas en las piernas para seguir tomando y cachondeándolas, me tocó una tetona que era muy buena para el faje y me recordó a la puta de mi exesposa, sobre todo cuando me abrazaba acunando mi cara entre sus chiches. Se sacó una teta invitándome a mamar, ¡y claro que la mamé!, pues sus pezones guindas me invitaban al mezclarse los recuerdos de mi ex con las tetas abundantes y algo flácidas de la puta con piernas flacas, pero bien torneadas. Tomamos y metíamos mano hasta los pelos de sus cucas, pero no se dejaban meter el dedo, “después”, decían, “ahorita hay que bailar y tomar” provocándonos para tomar mucho. Sabido es que a ellas les sirven sólo refresco y agua mineral con poco o nada de alcohol, pero al cliente se la cobran como una cuba fuerte. Por mi parte, hice como que tomaba y le daba de mi vaso a la puta que lo tomaba con gusto y a cada trago se ponía más arrecha todavía, dejándome meterle los dedos en la vagina y jugar con su clítoris. “Qué rica la traes papacito”, me decía al bailar y sobarme la verga sobre el pantalón. “Me gusta el olor del perfume que tienes”, le decía cuando sacaba los dedos empapados en su jugo, cada vez que sacaba mi mano para olerla, y ella me los chupaba lascivamente. Tomamos, fajamos y bailamos hasta que nos cerraron el establecimiento. Le pedí a tu marido que me permitiera pagar lo que él se había comprometido a hacer con sus empleados ya que yo me la había pasado muy bien, además de encontrar nuevos y buenos amigos. “Está bien, inge, no me opongo”, me contestó dándome una palmada.

Pagué el consumo de todos en la francachela, le puse un billete de 200 en el seno a cada chica y dije “Esto cubre lo que prometió el maestro, el que quiera algo más con las señoritas lo tendrá que pagar cada quien”. Yo tomé muy poco, pero mi puta se emborrachó al tomar las bebidas que a mí me dieron. “¿Me vas a invitar a pasar la noche contigo, papito?”, me preguntó la puta. “Estás tan borracha como yo y no podríamos hacer mucho, nena, pero te la pago si me dices tu nombre real y los días que estás aquí”, dije dándole un beso en la mejilla y apretándole suavemente las tetas. “Me llamo Gloria, pero aquí me conocen por Tere. A veces descanso los lunes y martes”, contestó, tomando el bolígrafo que yo traía en la bolsa de la camisa y anotó su nombre y su teléfono en una servilleta, “Háblame cuando quieras acción” me dijo regresando el bolígrafo a su lugar, metiendo también la servilleta después de dejarla marcada con el carmín que se limpió de los labios. Por mi parte le di dos billetes más de $500, que fueron a parar al mismo sitio donde le había puesto el anterior.

Algunos de los trabajadores se fueron con las “damas” que nos acompañaron. Tu marido ya no se podía mantener en pie y aceptó que lo llevara a su casa y que Daniel se llevara la camioneta para regresársela al día siguiente.

Una vez en el auto, le pregunté si quería que la siguiéramos. Él me dijo, “Sí, eres a todo dar y te invito a mi casa, pero antes pasamos a ver dónde conseguimos unas botellas”. De eso no hay que preocuparse, en la cajuela traigo algunas y también refrescos. Me dijo cómo llegar a su casa, lo hizo tan mal que si hubiera seguido sus instrucciones no hubiéramos llegado, lo bueno es que yo sí sabía cómo llegar. Le pregunté por qué no se había querido ir con alguna de las mujeres, ya que andaba muy caliente. “No, esas no quieren hacer lo que más me gusta, ya hemos estado con ellas, mejor lo hago con mi vieja”, contestó arrastrando las palabras. “¡Ah, caray! ¿Pues qué es lo que te gusta?”, pregunté. “¡Que me la mamen hasta venirme!”, contestó casi gritando a la vez que se agarraba el miembro por encima del pantalón y cerraba los ojos disfrutando alguna escena que seguro él imaginaba contigo. Me quedé callado y eché a andar el auto, mientras tu marido seguía sobándose.

En el trayecto, caliente por el faje con Gloria, pero muy claro de lo que yo quería, imaginé tu rostro chupándome la verga y los huevos. Me atreví a preguntarle sobre ti. “Sí, tienes razón, algunas putas no quieren ni dar besos, sólo abren las piernas para que te las cojas y ya. ¡Qué bueno que tú sí tienes con quien hacer lo que te gusta!”, dije alegremente. “Sí, al rato la vas a conocer”, afirmó. “Oye, ahorita ya ha de estar dormida, mejor nos echamos las cubas sin despertar a nadie”, dije tratando de ser prudente. “No, ella y yo dormimos en la recámara de abajo, los niños en las de arriba y se sube por una escalera que está en el patio, ya que las construimos después. No se despiertan ni bajan, porque lo tienen prohibido”, me dijo e hizo un silencio breve antes de eructar. “Está prohibidísimo que bajen en la noche pues me gusta cogerme a mi vieja en la sala, en la cocina y hasta en la mesa del comedor”, confesó sin recato volviendo a sobarse el bultote.

Al llegar, se bajó del auto tambaleante, yo saqué de la cajuela una botella de buen ron y un refresco de cola de dos litros. Entramos al pequeño jardín y tocó la ventana. Tú asomaste el rostro entre las cortinas casi en seguida. En ese momento él resbaló y tú te asustaste. Lo fui a levantar en tanto que encendiste la luz y tras de la cortina me pareció verte desnuda colocándote una bata. Ya de pie, nos acercamos a la puerta, la cual se abrió y apareciste tú, esplendorosa, sin nada más que la delgada bata y me ayudaste para que lo lleváramos al sillón. “¡Mira cómo vienes!”, le dijiste cuando lo ayudábamos a sentar. “Gracias por traerlo, adiós y buenas noches” me dijiste dándote cuenta que admiraba tus encantos que se traslucían sobre la prenda y se te sonrojó la cara. “No, él es mi amigo y lo invité a mi casa. ayúdale a abrir las botellas, pero ya!”, gritó arrastrando las palabras. Fuiste a la cocina para traer unos vasos. “¿Tiene hielos?”, pregunté. Sí, dijiste volviéndote a meter en la cocina, pero me fui tras de ti.

Te sorprendiste cuando me viste tras de ti. “Perdón, yo le ayudo” te dije tomando el recipiente con los cubos de hielo y al darme la vuelta, te pasé el antebrazo por el pecho. Tu rostro cambió, cerraste los ojos y te quedaste parada. “Yo no quería venir a importunar, pero, dado su estado, decidí traerlo a su casa y me obligó a que lo acompañara a tomar acá, lo cual agradezco porque me permitió ver a una mujer encantadora”, te dije acariciando tu brazo y mirando al trasluz tu triángulo negro. Levantaste la mano para darme una cachetada, la detuve y te di un tierno beso que correspondiste metiendo tu lengua en mi boca. Supiste entonces que mi aliento no era de borracho, tu cara se puso más roja, tus pezones estaban erectos y te volví a besar, abrazándote con suavidad hasta bajar una de mis manos a tus nalgas y sentí que tu calor crecía pues tu lengua se enroscaba con la mía y me abrazabas fuertemente acercando tu pubis al mío restregándolo con sentida lujuria. Tuvimos que detenernos al oír que él gritó “¿Ya está la copa?”. “Sí, ya va”, le contestaste, y me diste un beso más. Sí, era cierto, lo que necesitabas era un trato con ternura y yo estaba dispuesto a dártelo...

Fuimos al comedor, servimos un trago con mucho ron y otro con poco ron y refresco, el cual rebajé con agua para que pareciera que estaba tan cargado como el otro, llevándolos a la sala. Tú trataste de ir a tu cuarto, pero su grito te detuvo. “¿A dónde vas?, ven acá con nosotros, sírvete un trago porque ahora vas a tomar al parejo nuestro. Te regresaste a la mesa y te ibas a servir solo refresco, pero él dijo “No, ten ésta y extendió su vaso” lo tomé y, dándole la espalda, te di el mío. Fuiste al sofá y te sentaste con el vaso en la mano en tanto que yo me serví uno como el que te di y me fui a la sala para darle a él el vaso con mucho ron. Ni cuenta se dio, los tres se veían iguales.

“¡Salud, inge; salud Mar!”, dijo y nosotros, mirándonos a los ojos, sólo dijimos “¡Salud!”.

“¡Ahh, está rico y los sirvió fuertecitos, ingeniero!” dijo tu marido saboreando el trago, en tanto que tú hacías un gesto engañador para dar a entender que sí estaba fuerte. “Ah qué mi vieja, sólo le dio un besito a su vaso y ya está de gestuda. ¡Tómate un buen trago, que yo la vea!, insistió y tú tomaste un gran trago, volviendo a hacer cara de disgusto. “Así me gusta mami”, te dijo cariñosamente. “Ven acá, a mi lado”, te rogó. “Allí no quepo”, respondiste. “En mis piernas, mamacita…”, te contestó abriéndolas y movió la cadera hacia arriba. “Estás borracho”, insististe en tu negativa. “Pues ahora te tomas todo tu vaso para que nos alcances y vienes acá”, exigió gritando. “Nos lo tomamos, para que no se nos caigan allí”, dijiste riéndote para simular que ya estabas alegre. “¡Eso, ya te estás entonando, salud!, hasta verle el fondo” dijo empinándose el contenido. Tú también lo tomaste y terminaste después que él, quien quedó convencido que tendrías con eso. “Ahora ven acá”, te ordenó extendiendo el vaso vacío, el cual tomaste y junto con el tuyo llevaste hacia la mesa del comedor.

Regresaste y te fuiste a sentar en sus piernas. “Así, mamita, me gusta que me obedezcas en todo”, dijo besando tu cara y de inmediato metió la mano bajo la bata y te acarició, sin ningún recato por mi presencia. “¡Lo que hace el alcohol, ya estás mojadísima y con los pezones duros!”, dijo cuando te abrió la bata de arriba para verte las tetas. Yo bajé la vista por si él se molestaba, justo en el momento en que volteó a mirarme. “Inge, mira que hermosa es mi mujer. ¿Por qué no quieres ver?”, preguntó levantando la voz. Levanté la cabeza, vi tu cara seria, pero expectante, y dije sí, es muy linda, te felicito. Apuré mi trago y dije, “creo que es hora de irme”. Lo dije en serio, a pesar de ver cómo esbozaste una sonrisa cuando di mi juicio, sabía que habría oportunidad otro día. Tú te levantaste y él trató de hacerlo también, pero cayó otra vez en el sillón. Permítame ayudarlo para llevarlo a su cama, te dije y lo tomamos entre los dos.

“¡Desvísteme!, te gritó cuando estuvo sobre la cama. y tú lo obedeciste inmediatamente, quitándole la camisa y los pantalones. Momento que aproveché para tratar se salir de allí. “Espérate, quiero que veas cómo me mama mi mujer, para que te quede claro que yo no miento”, me dijo y me detuve. “Encuérate”, te gritó quitándote la bata de un tirón. Vi tus hermosas nalgas y ya no quise salir. “Mámamela”, te dijo bajándose la trusa como pudo. Obediente, y sin voltear hacia mí, te inclinaste para hacer la felación; Me quedé boquiabierto mirando tu culo y tu raja. Cuando movías la mano para masturbarlo, en tus nalgas ondeaban pequeñísimas olas bajo la piel y mi pene crecía. “Acércate para que veas bien, inge”, pidió. “Sí, quiero ver bien”, dije abriéndome la bragueta y saqué el pene bien duro. Resbalé la verga en tu mojada raja y me asomé por tu hombro juntando mi mejilla con la tuya al tiempo que te metía la verga. Detuviste el movimiento de tu mano para lanzar un quejido y tu marido protestó. “No te detengas mami, ya va a salir la lechita que tanto te gusta”, gritó. Tú se la mamaste hasta que se vino, moviendo las nalgas en círculo para llegar al orgasmo junto con tu marido. Yo no me atreví a tomarte de las chiches y me conformé con acariciar tu cintura. Sentí los espasmos de tu vagina en mi verga, tus venidas me parecían interminables y tu jugo seguía manando hasta escurrir en un delgado hilo viscoso. Tu marido gritaba porque no te contenías en la mamada y su esperma brotaba llenando tu boca hasta escurrirte por las comisuras. Caíste sobre él dejando mi palo desnudo, el cual no pudo ver tu marido porque estaba con los ojos cerrados disfrutando la mejor mamada que le hayas dado. Como pude, me lo metí. y dije “Sí que lo hace muy bien tu mujer, qué envidia”.

Somnoliento, como si regresara de un viaje onírico, sin abrir los ojos dijo jadeante, tratando de tomar aire, “¡Está ha sido la mejor mamada…!”. “Sí, la mejor…”, repetiste sin moverte de tu sitio, gozando de mis dedos que jugaban en tu cueva. “¿Y tú también la haces gozar mamándole la panocha?”, pregunté jalando el clítoris con la otra mano y llevándome la primera a mi boca. Saboreaba tus jugos cuando escuché, primero fuerte y al final casi balbuceando, “¡Ni madres, su panocha apesta a puta! Seguramente todavía trae la leche que le dejé anoche, y hoy con el mañanero”. “No sé, quizás así sepa muy rica”, dije antes de agacharme a mamarte la pepa y jugar con mi lengua en tus labios. Tu marido se había quedado dormido y ya no contestó ni escuchó tus gritos que delataban una venida más cuando sentí que con tu mano apretabas mi cabeza contra tu grupa. Mi cara quedó bañada con el néctar de tu intimidad. Te levanté, tomándote del brazo y luego metiendo el otro para cargarte del pecho, logré que te enderezaras. Lo primero que hiciste fue abrazarme para darme un beso con fuerte sabor a leche…

Al terminar, salimos de brazo a la sala, me desvestiste y nos tiramos a retozar en el sofá. “Mira qué rico lo hago, me dijiste acariciándome de los huevos y metiéndote toda la verga en la boca. Antes de venirme, suspendiste tu labor y te ensartaste en mí, cabalgando, dándome la espalda, para que admirara tu trasero perfecto. Nos vinimos, descansamos un poco y pronto querías más, el miembro estaba flácido y, después de unos jalones, te lo metiste a la boca dejándomelo tieso. Te subiste en mí, ensartándotelo con maestría y vi que el cielo y el mar si se juntaban, mi mente estaba en blanco y salieron dos chorros más, ¡Qué rica verga!, gritaste al venirte y quedaste yerta sobre mí. No pudiste reposar pues desde la recámara se escuchó un grito que nos paralizó “Mar, ¿dónde estás?, ¿qué haces?” Te levantaste de inmediato y al entrar le dijiste “Estoy levantando los vasos”. “Ven, quiero cogerte, móntate en mí” con voz muy somnolienta. Alcancé a ver que te sentaste en él como lo habías hecho conmigo, sólo te veía a ti y a los pies de tu marido. “Muévete, hermosa nalgona” decía y te nalgueaba. Tú me mirabas sonriente y te movías para darle gusto. “Qué rica estás, mojadísima, ¡me vengo, me vengo, mami…!”, gritó y tú, después de mirarme y sonreír, te moviste más rápido, luego disminuiste el ritmo, volteaste a verlo. Te cercioraste que otra vez estaba dormido y te paraste, apagaste la luz, cerraste la puerta y saliste para abrazarme. Mientras me besabas te metías otra vez mi verga, cuando estuvo adentro, te colgaste de mí hasta que te viniste, escurriendo mis piernas con la mezcla de la leche de él, la mía y tus abundantes jugos. Al sentir que tu tono muscular te abandonaba y que mis piernas temblaban, te dejé caer en el sofá. Me hinqué y reposé mi cara en tu pelambre viscoso. ¡Sí, olías a puta muy cogida! No pude evitarlo y comencé a lamer tus dos pares de labios, luego chupé y sorbí el clítoris y, por último, a meter mi lengua para limpiarte la vagina, pero escurrías más, ¡Tenías un orgasmo tras otro! Con tus dos manos tomaste mi cabeza y tallaste mi cara en tu vagina hasta que volviste a quedar quieta.

Me vestí y cuando ya estaba listo para salir, me dijiste “Gracias, y no te preocupes, a mi marido se le olvida todo cuando pasa la borrachera”. Saqué el bolígrafo, tomé una servilleta de la mesa y te pedí el teléfono de tu móvil. Lo anotaste y con ella limpié tu vagina antes de echármela a la bolsa, junto a la de Gloria. Te di un beso en la boca, después lamí tus pezones, bajé mi cara y te di un beso en el vértice inferior de tu triángulo; hice que dieras media vuelta y di otro par más en tus nalgas, antes de salir. “Háblame”, dijiste sin pedir mi nombre.

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