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Mi joven espía

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La princesa y la señora de sesenta y tantos años.

Sin duda alguna me arrepiento de lo sucedido. A consecuencia de ello he sufrido castigos tanto físicos como morales. Pero cuando recuerdo con detalle ese momento, no puedo evitar tocarme.

Mi nombre es Nancy McAllister. Tengo 28 años y vivo en Denver. Hace mas de cuatro años que estoy casada con un exitoso abogado. En los últimos años nuestra economía se ha visto bastante bien remunerada, y es por ello que hace poco más de dos años nos mudamos a un hermoso barrio privado a las orillas de la ciudad. El lugar se llama Chester Hill, y es un lujoso conjunto de casas de estilos extravagantes. Aquí me he sentido como una Reyna. La casa cuenta con dos pisos de techo alto, varias recamaras y baños lujosos. El patio trasero es muy bello y cuenta con una espaciosa piscina. Por todo esto, no cabe duda que, de la vida que me da mi marido no me puedo quejar. Y para redondear el asunto, de él tampoco. Él es un tipo bastante bueno. Es guapo a su manera. Formal, alegre, educado y me parece que no tengo dudas que también me es fiel. Me trata como a una princesa. Me compra todo lo que le pido y no puedo evitar sentirme súper chiflada. Es por eso que no puedo si no mas que reprocharme el porque me comporté así, el porque le fallé así.

No suelo tener muchas amigas. Y en estos momentos donde me he sentido tan confundida me he dado cuenta de que quizá no tenga ninguna. La única que recuerdo en los últimos años, o al menos la más cercana a serlo, fue una señora de sesenta y tantos años que fue mi vecina hace unos meses. Era una señora algo solitaria (a excepción de sus diez gatos), senil y sorda. Pero a pesar de ello, ahora estoy convencida de que extraño su compañía. Desde el momento que me mudé aquí, me recibió con un enorme pastel de fresa para mí y mi marido. Y regularmente me visitaba para asegurarse de que todo estuviera bien. Decía que aunque este fuera un barrio muy seguro, siempre existía la posibilidad de que una chica tan guapa y joven corriera peligro estando sola. Y es que a veces pasaba varias noches sola cuando mi marido salía de viaje. También he extrañado las mañanas de café con una rebanada de pastel (para variar) sentadas en la cocina platicando de todo un poco. Su compañía era la válvula de escape a mis cavilaciones, que ahora que estoy sola, muy a menudo me asaltan para tentar la razón. Y son estas las que echan a perder el trabajo que la virtud y la moral hacen en mí, hundiendo por las noches, lo que con tanto esfuerzo elevan estas en el día.

Tales pensamientos no son otros que los de poner en tela de juicio mi satisfacción marital. Si bien he dicho ya que mi marido es un hombre intachable en todos los sentidos, es en el aspecto sexual en el que el demonio siembra sus dudas.

De ninguna manera puede decirse que mi marido es malo en la cama. Él tiene todos los aspectos que pudiera otorgarse a un llamado buen amante; buen tamaño (que a mí sí que me importa), buena duración sin ser exagerada, delicadeza, condescendencia, en fin, es un caballero. Pero como todo caballero, hay ciertos tabúes que los dogmas morales que su familia implantó en él no lo dejan romper. Actos que, ahora mismo ya no se si afortunada o desgraciadamente pude conocer antes de casarme con algunos de los novios que tuve. A mi marido cosas como el sexo oral o el sexo anal no le gustan. Vamos, imagino que como todo hombre deben de gustarle, pero está resuelto a no faltarme al respeto de esa manera bajo ninguna circunstancia. El sexo oral le parece un acto sucio hacia mi boca, Jamás fui muy insistente en realizárselo, pero aunque se lo pedí alguna vez, se negaba y cambiaba de tema. Ahora me doy cuenta que realmente es una necesidad en mi. Sentir la carne entre mi boca es una de las cosas que mas caliente puede ponerme. Con el sexo anal pasa igual, a él le parece una aberración. Dice que soy su esposa, no una cualquiera. Y en este caso, aunque en mi época de soltera llegué a disfrutarlo mucho con un novio, no fue algo que le pidiera tanto como el sexo oral, puesto que no lo sentía como una necesidad (ahora enteramente sí) y por eso la única vez que se lo mencioné y se negó rotundamente, no se volvió a tocar el tema.

Mi debacle como esposa comenzó hace 1 año y meses. Mi vecina, la señora de sesenta y tantos, tocó la puerta de mi casa, abrí y la vi en el umbral como el día en que llegue a esta casa; con un pastel en las manos y 2 gatos rodeándole los pies. Minutos más tarde estaba contándome que se mudaba de la ciudad. Una casa tan grande para una señora de sesenta y tantos años era algo tanto deprimente como peligroso, así que había llegado a la conclusión de mudarse con una sobrina. En ese momento no me sentí triste. Después de los protocolarios; que le vaya bien y los hipócritas; te voy a extrañar, la acompañé a la puerta y la despedí sacudiendo la mano mientras se alejaba cojeando por la banqueta.

La vecina terminó de mudarse en 3 días, eso fue un miércoles, y la casa estuvo ocupada de nueva cuenta el domingo. Mis nuevos vecinos eran una típica familia americana. El jefe de la familia era un obeso hombre de negocios, con anteojos y severa calvicie a sus aparentes 50 años. Su mujer era una señora de unos 40 años, con una cara de culo, y unos modos de realeza que quedaban en el piso al ver el mal gusto que tenía en vestir. Al parecer eran una familia que hace no mucho tiempo que contaban con tantos recursos. El último integrante de la familia, si no contamos a un asqueroso y pulgoso perro (no me gustan los gatos, pero los prefiero a este animal), era un chico de 18 o quizá 19 años, aún no lo sé. Era esos críos que tenían toda la pinta de ser un ratón de biblioteca. Era al igual que el padre, alto, tenía un peinado de lo más nerd, era muy delgado (contrario al papá), llevaba gafas, tenia el rostro lleno de espinillas y aunque no era un monstruo, no era muy guapo. A grandes rasgos ellos eran mis nuevos vecinos.

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Bienvenidos

Al día siguiente, haciendo honor al recuerdo de la otrora mi vecina; la señora de sesenta y tantos, me propuse cocinar un pastel para los nuevos vecinos como la mencionada anciana lo hubiera hecho. Como no estoy acostumbrada a cocinar, esta empresa me llevó más tiempo que a muchas personas, pero cerca de las once de la mañana, tenía en mi mesa un aceptable pastel de vainilla, que si sabía como se veía, mi ex vecina estaría orgullosa de mí. La verdad, aunque me gusta que los hombres me miren, no suelo salir a la calle con poca ropa, pero como se trataba de la casa de al lado, y como mientras comenzaba a cocinar, cerca de las 9 de la mañana, había visto salir al obeso de mi vecino en su coche y aún no se veía en la terraza, decidí por pereza ir como estaba vestida. Tenía una ropa bastante cómoda para poder relajarme mientras cocinaba. Llevaba una blusa de tirantes muy ajustada color blanca y no usaba sostén, y unos shorts de tela color rosa bastante cortitos y que se me metían entre las nalgas apenas daba un par de pasos después de haberlo acomodado. Mi trasero no era ninguna enormidad, pero si era bastante generoso, respingón y redondeado. Mérito más por mi afición al ejercicio que a mis genes. También gracias al ejercicio, tenía unas piernas gruesas que lucían fantásticas con ese tipo de shorts. Eran de hecho los shorts que usaba para volver loco a mi marido cuando tenía ganas de sexo y quería provocarlo. No soy chaparra pero no mido mas de 1.67, y soy y he sido delgada desde niña. Esto hizo que en mi adolescencia cuando me empezaron a crecer los senos, resaltaran mucho más. Y esto, el tener unos pechos naturalmente considerables, es de las pocas cosas que no debo al ejercicio si no únicamente al bendito A.D.N.

Me calcé unas sencillas sandalias y con pastel en mano salí al patio. Era una mañana fantástica y soleada. Era mediados de mayo pero la brisa estaba un poco fresca así que me reproche por salir tan destapada. No tengo cabello largo, mi cabello es rubio y lacio, y siempre lo he llevado corto hasta medio cuello. Aún así, el viento lo revolvía en mi rostro y por tener cargando con ambas manos el pastel, tenía que agachar el rostro para poder ver. Llegué frente a la casa de a lado que tantas veces había visitado antes. Me enfilé a la puerta y toqué el timbre. El sonido sonó dentro de la casa tres veces y 8 segundos después, escuché pasos rápidos bajando las escaleras. Esta mujer tiene condición la muy perra, pensé. Escuché correrse 3 cerrojos (ya había dicho antes que la antigua propietaria era muy temerosa), y se abrió la puerta frente a mí. Parado frente a mi estaba el miope y cacarizo hijo de los vecinos. Tras sus muy graduadas gafas pude ver sus ojos abrirse como platos de sorpresa y deslizó la mirada rápidamente a mis senos para volver a verme a la cara después. Me olvidé del estúpido mocoso, pensé.

– Buenos días, soy Nancy McAllister, su vecina.-

Le dije mientras maniobraba el pastel con una mano para con la otra tenderle la mano. Él me dio la mano y me saludó despacio al principio y después afanosamente de arriba abajo. Mire que volvía a verme los pechos y entonces me di cuenta. Tus senos están botando estúpida, por eso te sacude así. Así que le solté la mano bruscamente y seguí hablando.

-¿se encuentra en casa tu mamá?

Le dije mientras en un acto de pudor intentaba con una mano subirme el escote, pero la gravedad y la falta de sostén hacían inútil el trabajo y volvía a bajarse quizá más que antes. Él me miraba alternando entre los ojos y los pechos y empezó a hablar entre balbuceos

-nnn, nnn, nnn-o, no se encuentra, Sa, sa, salió de compras.-

– oh! Lástima. les traje este pastel, es un regalo de parte mío y de mi marido para darles la bienvenida. Espero poder conocer a tu mamá en otra ocasión.-

-gra, gra, gracias.-

Soltó mientras miraba mis senos fijamente. Cuando notó de reojo que fruncí el ceño algo molesta, volvió a mirarme los ojos algo avergonzado y con la cara roja.

-¿y bien? ¿No vas a tomar el pastel?-

Le reclamé después de como 5 segundos donde solo estaba viéndome.

-si pe, pe, perdón. Gracias!-

Tomó el pastel y me sonrió

-de nada-

Le dije en tono molesta. Di la media vuelta y me fui sin más por el camino de entrada. Que mocoso tan desagradable me parecía aquel chico, de seguro jamás tendrá novia, me dije. Seguí avanzando y al llegar a la acera volteé a la puerta y ahí estaba aún el chico ese. Estaba mirándome fijamente el trasero. Con una mano sostenía el pastel y con la otra, me pareció ver, antes de que el marco de la puerta me tapara la vista, que estaba frotándose entre las piernas donde en su pantalón, se empezaba a notar algo abultado. ¡Ja!, que chiquillo tan insolente, me dije, y apreté el paso. Cuando cerré la puerta de mi casa tras de mí, pensaba que muy a pesar de quien fuera, el hecho mismo en su más pura esencia de ser deseada por otro, no era tan desagradable.

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Mi juego

Quizá una de las coincidencias mas fatídicas en este caso, fuera la que representó que en este tiempo, mi marido tuvo más viajes de negocios que nunca. Y las pocas veces que estaba en casa, estaba cansado. Jamás y aun ahora lo pienso así, he llegado a pensar que me era infiel, pero lo cierto es que antes nunca dejaba pasar una oportunidad para hacerme el amor, y ahora o estaba cansado o simplemente no estaba.

No busco con esto poner una excusa, pero pasar tanto tiempo sola hacia necesario sentirme una mujer atractiva. Mi marido sabía que no tenía familia ni amigas, y que comida y todo lo que necesitaba era llevado a la casa por una asistente de él. Por eso no podía salir casi nunca de la casa, porque aunque mi esposo no fuera un hombre celoso, sería sospechoso que su asistente que venia seguido sin avisar, le dijera que varias veces no me halló en casa. Además de que él podía rastrear mi teléfono celular y saber dónde me encontraba cuando él lo deseara. A así que hice de mi único admirador a mi alcance, mi juego de distracción.

Debo reconocer que el mocoso era muy inteligente al igual que insistente. Un par de semanas después de su llegada, se atravesaron las vacaciones de verano, y él pudo dedicarse día, tarde y noche a la tarea de observarme. Para estas fechas él ya había realizado un registro exacto de todos mis horarios y rutinas, así como un mapa completo de donde poder realizar todos los contactos visuales posibles conmigo. El primero de ellos era la ventana de mi habitación, ésta daba exactamente frente a la suya (además con suerte el estúpido). Sabía muy bien que todas las mañanas entre las 8 y 8 y cuarto de hora, abría las cortinas de mi ventana. Salía tal cual me despertaba, a veces con una bata muy escotada, o a veces solo con un diminuto sostén que se esforzaban en la titánica tarea de contener mis abundantes senos. Me asomaba en la ventana y dejaba que el viento me diera en el rostro.m, tomaba aire fresco y disfrutaba la vista. Todo este ritual me llevaba cerca de 5 minutos, y estos eran para mi espía, 300 segundos de oro molido. Tardé unos días en darme cuenta, 4 días después de que salieran de vacaciones para ser exactos. Ese día me deslumbró un reflejo en el rostro, traté de seguir el rastro del resplandor y lo encontré para mi poca sorpresa en la ventana de enfrente. Cuando sonreí en aquella dirección, las cortinas se movieron y cerraron más. Desde esa vez, no ha habido un solo día que el reflejo de sus gafas no me deslumbre el rostro por las mañanas.

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Mi espía

No recuerdo el momento exacto en el que todo esto empezó a parecerme divertido. Solo se que cuando descubrí que también me miraba mientras estaba en el cuarto de baño, el asunto comenzó a parecerme picante. Sucedió dos días después dé percatarme que me espiaba en la ventana por las mañanas. Mi cuarto de baño es muy amplio y lujoso. Tiene mosaicos color beiges con vivos cafés. En una orilla tenemos un hermoso jacuzzi de mármol, en el otro extremo un w/c de el mismo material y en el centro de la habitación se sitúa nuestra regadera. Ésta está elevada por un escalón, y está cerrada por un cubículo de cristal semi transparente. Cristal del tipo de visibilidad borrosa, semejante a un espejo al empañarse. La habitación tiene un balcón de unos dos metros de ancho por medio metro de saliente. Y este balcón está detrás de una puerta corrediza horizontalmente también de cristal pero limpio y transparente. Obviamente esta puerta del balcón esta siempre cubierta por unas elegantes cortinas doradas. Pero esta obviedad estaba dejando de serlo tanto.

No solía salir al balcón mencionado, desde que dejé el vicio de fumar. Ahora solo salía muy pocas veces y ya vestida, para respirar un poco cuando el vapor me sofocaba. Ese día lo hice. Llevaba puesto unas mayas deportivas blancas y un top ajustado negro. Recién me había cambiado y salí descalza a respirar un poco. Mirando la casa que me quedaba de frente, que no era otra si no la de el insistente mocoso, pensaba en que era lo que a una mujer le parecía interesante de ser deseada. Una mujer necesita sentirse bonita es verdad, pero el ego en sí mismo seguía siendo tan misterioso en las psiques humanas para mi corta capacidad filosófica. Estando entregada a estas ideas, un rayo de luz cruzó fugaz mi memoria y abrí los ojos como globos. Recordé las mañanas de café con la señora de sesenta y tantos, en aquellos días que mi marido estaba en casa. Solía estar preocupada porque mi marido se levantara y no estuviera el desayuno listo, no es que fuera a enojarse, pero tenía tantas atenciones de su parte, que no podía bajo ninguna circunstancia fallarle yo en alguna. Después de varias veces que mi vecina me vio nerviosa, me pregunto por qué salía hacia mi casa repentinamente y regresaba tantas veces. Le expliqué el caso y el porqué no podía simplemente llamarlo por temor a despertarlo. Me preguntó cuál era su rutina y le comenté que después de despertar, tomaba una ducha y bajaba a desayunar. Perfecto, me dijo; Solo tienes que ir una vez, corre la cortina que da al balcón de tu baño, y regresa aquí. Quise replicar que eso en qué ayudaría, pero insistió en que lo hiciera y regresara. Después de hacerlo y de paso constatar que seguía dormido, regresé con la vecina y le pedí que me explicara el asunto. Ella se limitó a levantarse y a pedirme que la siguiera al piso de arriba. En la primera habitación a la derecha se encontraba el cuarto de lavado, entramos y nos dirigimos a una pequeña ventana, ella corrió la cortina y quedamos de frente al balcón y a la puerta que da al baño de mi casa. Ahí está, me dijo. Puedes ver que no hay nadie en la regadera ni en la habitación, así que solo tienes que ver por aquí de vez en cuando, y así evitas dar tantas vueltas que te harán quedar exhausta.

Cómo no se me había ocurrido antes. Volteé y entrecerré los ojos para enfocar bien aquella ventana pequeña en la casa vecina. No tardé un segundo cuando pude distinguir un par de binoculares a un lado de la cortina. No quise asustarlo, así que desvíe la mirada rápido. Me parecía que ese mocoso estaba realmente enfocado en su trabajo de espionaje, así que pensé que no tenía nada de malo darle un pequeño premio por su empeño. Bajé la mirada hacia mis senos, y empecé a acomodarlos. Levanté mis dos manos y puse una en cada pecho levantándolos desde la parte de abajo. Después levante un pecho, luego lo baje y levante el otro, y repetí la operación cada vez más rápido. Sentía el peso y la carnosidad de mis pechos en mis manos. El escote de mi top era muy apretado así que no se bajaba de lugar por lo que me decidí a ayudar un poco. Bajé el escote con mi mano hasta que la sombra rosada de la aureola de mi pequeño pezón empezó a asomarse. Hasta ahí era suficiente. Quité las manos de mis pechos y me alisé las mayas. Me di la vuelta y simulé que algo se me había caído, entonces muy lentamente, de la manera más excitante posible, fui doblándome hacia abajo dejando mi trasero en lo alto. Ya estando completamente empinada, balanceé de un lado a otro mis glúteos simulando ganas de hacer del baño. Después me recompuse muy despacio y desaparecí tras las cortinas.

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