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Historia del chip 004 - Daphne 002

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4)    HdC – Natural – Daphne 002

Le pareció ridículo ducharse con los tacones puestos. Y peligroso. Se agarró a una barra vertical que —quién sabe por qué— estaba estratégicamente situada. Cuando se sintió fresca y limpia, retiró el zapato derecho para limpiarse el pie, que estaba mejor de lo que indicaba sus sensaciones internas. Se hallaba algo rojo aunque, a dios gracias, intacto. Hizo lo mismo con el otro pie y esperó lo justo para que cayesen las últimas gotas. Cogió una pequeña toalla y acabó de secarse. Le hubiera gustado colocársela encima, no quiso tentar la suerte. Volvió desnuda hasta su taquilla, recorriendo de nuevo el pasillo que se le hacía eterno. Se puso el vestido negro, que resultó ser incómodo y demasiado ajustado. Empezó a sentir calor inmediatamente, le sentaba como un guante. No necesitaba sujeción. Pasarlo a través de los pechos fue más difícil de lo que se imaginaba. Parecía hecho a medida, salvo que debía tener tres o cuatro centímetros menos en cada curva de su cuerpo. No había manera de bajarlo, salvo descubriendo los pechos. Sentía el aire en la vagina. Se miró en el espejo de enfrente, junto al hueco de la inexistente puerta. Estaba atractiva y sexy, vestida para matar.

No era capaz de imaginarse como iba a sentarse. Decidió probarlo ahí mismo, pero recordó que no le estaba permitido, salvo para colocarse los zapatos. Al mover las caderas y probar el efecto vio brillar algo. Eran las letras H4. Estaban impresas en la cintura del vestido. De hecho, más abajo, justo donde empezaba las nalgas. Desde atrás era imposible no verlas. Sintió como se le enrojecían las mejillas.

Decidiendo obviar su malestar, guardó todo en la taquilla, cambió la combinación y cerró la puerta del pequeño armario. No se molestó en comprobar qué albergaba. Habría un mejor momento para examinar sus pertenencias. El vestido se le antojaba tremendamente incómodo, no sólo porque era pesado y se adhería al cuerpo como una lapa, sino también porque a cada paso los pechos amenazaban con saltar y la falda a subirse sola. El movimiento obligado por los tacones no hacía más que exagerar sus temores.

Las escaleras podrían suponer un nuevo reto y prefirió no otorgarse nuevos atisbos de duda. Subió los escalones sin pausa. A cada paso, los pechos se movían de arriba a abajo, llevando el vestido consigo sin traspasarlo. Casi agradeció que fuera tan ajustado, siendo incapaz de apartar de su mente el trasiego entre los senos y los pezones. Como si fuera un efecto mimético producido en su cerebro, los sintió arder como le ocurría a la planta de los pies, salvo que aquí no había aire que circulase a cada paso. Para colmo, las nalgas parecían quedar desnudas con cada peldaño. Sin dejar de agarrarse al pasamanos, -no quería desnucarse-, optó por bajar la falda lo máximo que pudo al menos del lado derecho. En un gesto poco elegante, hizo lo mismo del lado izquierdo no teniendo más remedio que tocarse el culo por detrás. Siguió subiendo tratando de no obviar el movimiento pendular de sus posaderas. Cuando llegó a la planta baja, había encontrado una solución de compromiso. Llevar las nalgas más hacia arriba y hacia atrás para impedir que a la vuelta el tejido se quedase bloqueado. Sin siquiera fijarse en quién pudiera haber por allí, siguió escalando peldaños. Al llegar arriba había empezado a sudar. Se quedó quieta para coger resuello y permitir a pechos y nalgas recuperar algo de frescor. Los pies se quejaron. La presión constante, —cuando dejaba de moverse—, les soliviantaba.

No esperó más y comenzó a caminar de nuevo. Su clase estaba justo enfrente de la escalera. Golpeó con los nudillos a la puerta. No pudo evitar pensar en el hueco para la inexistente puerta enfrente de su taquilla. Aquí si hay puerta. Esperó a que le diesen permiso para entrar mientras el calor recordaba a sus pies lo malo que era quedarse quieta.

—¡Adelante! — oyó aliviada. Puso una sonrisa en su boca. Cuidando de aparentar confianza, Daphne entró. Junto a la puerta se hallaba otra mujer despampanante, más si cabe que Louise. Que el jefe de recursos humanos era un hombre no podía resultar más evidente.

—Señorita Hamilton. ¡Qué alegría verla! Estábamos realmente preocupados por su pequeño contratiempo... Chicas, saludad a Daphne Hamilton. Daphne H4.

Sin darle tiempo a mirar a sus compañeras de clase, cogió su mano y la condujo hacia una mesa. Todas estaban apiñadas en torno a otra, circular y baja.

—Yo soy Miss Marple. Siéntate aquí conmigo.

Daphne obedeció sin pensar. El vestido se subió en cuanto comenzó a agacharse. Notó parte del culo desnudo apretar las vetas de la madera, que sintió rugosas. No estaban tratadas. Por otra parte, el ardor en las zonas cubiertas de su cuerpo era insoportable. Por suerte, los pies se relajaron. Le hubiera gustado corregir el vestido, pero no sabía cómo hacerlo sin que se notase demasiado.

—Eres realmente preciosa, querida. Verás como en esta escuela sacaremos partido a tu belleza— dijo su profesora, en lo que parecía un piropo genuino.

Daphne aprovechó para mirar alrededor. Sus compañeras eran todas excelsas. Pieles perfectas, piernas infinitas. Caras seductoras. Otra vez se sintió abrumada. Miss Marple adivinó que estaba pensando.

—No se compare con ellas, Daphne H4. Usted es una natural. Los hombres harán cola por sus huesos.

Se oyeron unas risas. Al final pareció que todo el mundo se reía, de ella o con ella. Daphne se sintió estafada. La mayor parte de las chicas llevaban atuendos cómodos y zapatos mucho menos altos que los suyos. Veía cuerpos embutidos en algodón o lino tratado. Había alguna que otra chica con un vestido extravagante, pero nada tan exiguo o manifiestamente corto e incómodo.

—Bien, querida. Ha llegado justo a tiempo. Estaba explicándoles a sus compañeras cómo comportarse en una pasarela. Antes de explicarle las pautas, me gustaría que se levantase, subiese a esta mesa y caminara durante unos minutos.

Miss Marple lo solicitó sin dar a entender que fuese algo peculiar, estrambótico o extravagante. Todo el mundo la estaba mirando. Se levantó y con toda la velocidad que pudo se bajó la falda, aún a sabiendas que durante un instante la parte inferior de sus nalgas habían quedado descubiertas.

No sabía cómo subir a la mesa. Era baja pero no tanto como para levantar la pierna y pegar un salto. Y menos con su vestido. Mientras dialogaba consigo mismo, los pies empezaron a arder, los centenares de minúsculas agujas solicitando reconocimiento. Daphne empezó a caminar de manera natural alrededor de la mesa. Sin darse cuenta, expuso su cuerpo desde todos los ángulos a cada una de sus compañeras de clase.

—No sé cómo subir, Miss Marple—, reconoció Daphne sin dejar de caminar. Una chica se ofreció.

—Yo te ayudaré.

Cogió una silla y la colocó junto a la mesa, así como un banquillo que trajo desde el fondo. Daphne comprendió lo que quería hacer. Hubiera sido fácil con unos vaqueros y una blusa, más unas cómodas bambas. Con su vestido y sus tacones, lo más probable es que se diese un costalazo. La chica pareció comprender sus reticencias.

—No te preocupes, es mejor hacerlo de un tirón— recalcó mientras le ofrecía su mano.

Daphne no tuvo más remedio que aceptar el ofrecimiento aunque todo su ser le decía que una piscina sin agua ofrecía menos peligro. Sin mirar a nadie levantó el pie derecho hasta el banquillo. La pierna desnuda prosiguió el movimiento. Luego la cadera. Daphne no necesitaba el aire fresco en la nalga para saber que la falda se había alzado. No tenía tiempo para remilgos. Llevó la otra pierna hacia delante y efectuó un movimiento similar. Aún a riesgo de perder el equilibrio fue bajando la falda o al menos impidiendo que subiera. Sólo tenía una mano libre, rezando que fuera suficiente. Las sensaciones que había percibido en la escalera se multiplicaron. Y esta vez había espectadores. El ardor en los pezones no sirvió de ayuda para concentrarse en la tarea. Volvió a elevar la pierna derecha y llegó a la mesa. Un paso más y estaba encima. Ya había soltado la mano de la compasiva chica. Dio un tirón a su vestido hacia abajo cuando recordó que los pechos podrían salirse y rectificó justo a tiempo. No quiso quedarse quieta, sobre todo porque sabía que sus pies protestarían sin demora. Pero moviéndose, se quejarían los pechos y las nalgas.

Lo peor era es que se sentía excitada. Sus pies estaban a la altura de los ojos de sus compañeras. Los humillantes tacones podían ser calibrados. Las piernas evaluadas sin ni siquiera elevar los ojos. Estas mujeres habían recibido un tratamiento definitivo. Nunca volvería a crecerle pelo en las piernas, Sus amantes acariciarían unas extremidades sedosas y sin mácula. Por lo que había podido observar alguna había transformado las piernas hasta convertirlas en objetos esculturales, las habían transformado en columnas curvilíneas, predispuestas al ojo masculino. Por su parte, ella tenía que hacer ejercicio continuamente para que su musculatura se mostrase tonificada. Se depilaba cada semana y cuando se tocaba vigilaba que ningún pelo hubiera escapado a su escrutinio. Una natural no podía usar un tratamiento láser.

La mesa era lo suficientemente grande como para poder dar unos pasos antes de girarse. Optó por ir a los cuatro puntos cardinales. Cuando vio que su compañera se colocaba junto a la silla, se decidió a bajar. Sus partes más femeninas protestaron. Y las plantas de sus pies parecían hornos. El peso es mayor cuando se baja. Necesitada de apoyo se sentó inmediatamente en una silla libre. Despreocupándose del vestido. Las nalgas en su totalidad tocaban la silla de madera. Y se sentía muy mojada. Dio un suspiro de alivio al ventilar la planta de sus pies. Mientras tanto, una chica ya se estaba encaramando a la mesa.

—Jennifer A1— escuchó decir a la profesora. Recordó las palabras de Louise. Los tacones eran sencillos: 7 centímetros. Y el 1 quería decir que debía notar la suela casi lisa. Tenía cuatro veces más de puntos de apoyo. Entonces, comprendió que había calculado mal. Eran dieciséis veces más: dos por dos por dos por dos.

Jennifer llevaba un sencillo vestido de algodón natural, fresco y de transpiración completa.  Sujeto al cuello. La espalda descubierta. Y las piernas, -cómo no-, desde la mitad de los muslos. Subió sin despeinarse, sin posibilidad de enseñar demasiado. Y era grácil y elegante en sus movimientos. La odió en cuanto vio como se movía. A la vez sentía enormes deseos de tocar esas piernas. Brillantes, torneadas y sexys a más no poder. Nunca había estado tan cerca de una chica modificada.

Daphne era de clase media. Cualquier operación de estética estaba fuera del alcance de las personas que conocía. Aunque las intervenciones eran rutinarias, los impuestos eran del 10.000% para cualquier operación. Existía un mercado negro, sin embargo, con un precio tan alto de partida, como mucho se conseguía a mitad de precio, lo que de por sí ya era el sueldo de varios años de su padre. No es que Daphne se quejase de su cuerpo, era realmente atractiva. Bien que lo sabía. En su colegio, todos los chicos se la habían tirado, para envidia de sus amigas. Ahora con el chip la cosa había cambiado. Hacía tres meses que lo llevaba puesto. Si antes se masturbaba varias veces al día, -una excepción entre sus amigas-, cuando no estaba con un chico, ahora no tenía más remedio que aguantarse o tocarse sabiendo que no habría clímax. Como todo pasó cuando quedaba poco tiempo para acabar el curso, no consiguió que ningún chico le otorgase el privilegio de codificar el chip para ella. La fama de frívola la persiguió. Tampoco ayudó su desesperación. Un día ya no hubo orgasmos. Llevaba su boca de pene en pene, ofrecía su culo sin pensar en nada a cambio. Por la leve esperanza de conseguir el ansiado compromiso de un chico.

Si esa chica le hubiera hecho una sola seña, se hubiera ido con ella. No porque se sintiera lesbiana, sino por saber que se sentía siendo tan perfecta. ¿Tendría el chip? ¿Podía tener orgasmos? ¿Y novio? Sus ojos se quedaron mirando las piernas perfectas que fueron desfilando. Cuando finalizaron, Daphne supo que era la única H4. Había una G3 y otra F3. Todas las demás llevaban zapatos mucho más cómodos. En total eran dieciséis alumnas.

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