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Roxana, violada por un conocido

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A Roxana la conocí allá, hace casi una década, cuando trabajaba en el supermercado del barrio Laferrere. En esos días, yo apenas estaba saliendo de la adolescencia. Resultaba muy estresante para un chico de mi edad pasar los días encerrado, embolsando la mercadería de los clientes, escuchando siempre los mismos comentarios, las mismas quejas, los mismos chistes… es decir, la vida rutinaria era asfixiante en ese trabajo.

Sin embargo, teníamos algún que otro entretenimiento. Uno de ellos era disfrutar de la hermosa vista de un cuerpo femenino.

Las mujeres, siempre iban bien vestidas a hacer las compras, se arreglaban como si fueran a una cita. Entonces nosotros, los cadetes y los repositores, nos desvivíamos por darle la mejor atención posible. Todo con tal de ganar su simpatía.

Ninguno logró tener algo con las mujeres que desfilaban todos los días por el supermercado, pero de todas formas era un placer que se aparezcan todos los días, era lo único que rompía con esa monotonía insoportable. Claro que había mujeres trabajando junto a nosotros. Pero la mayoría era o muy vieja, o muy gorda. Y las pocas que estaban medianamente buenas, tenían una historia con algún encargado o gerente, por lo que eran intocables. Así que nosotros sólo nos conformábamos con mirar a las clientas.

Estaba María, una chica de apenas unos años más que yo, con las tetas más enormes que vi jamás. Sin embargo tenía un carácter difícil y no era muy simpática con nosotros, tal vez debido a que notaba nuestra calentura. Otra clienta regular era Mariana, una veterana cuarentona, con las piernas largas y un culo que no coincidía con su edad. Realmente, viéndola de espaldas parecía veinte años menos. Esta mujer se dejaba decir piropos y era muy amable, pero nunca daba más confianza que esa, además, estaba casada con un remisero famoso por su violencia. En fin, había toda una cantidad de caramelitos visitándonos todos los días, mujeres inaccesibles por un motivo u otro. Nosotros debíamos conformarnos con cogerlas sólo en nuestra imaginación. 

Pero había una más, que era la preferida de todos. No puedo hablar por el resto de mis compañeros, pero Roxana tenía las características que más me calientan en una mujer. Petisa, culona, simpática, y su carácter tenía una dosis equilibrada de señora educada, y putita fiestera. No me pidan que explique esta última descripción, pero así era. No sabíamos su edad, pero rondaba los treinta, en todo caso tampoco es que nos interesara ese detalle. Roxana llegaba al Súper, siempre bien maquillada, con algún pantalón que más que vestirla, parecía desnudarla, y alguna blusa o remera escotada. Sus pechos eran bellos, de un tamaño normal, redondos. Se los veía deliciosos. Pero no era su fuerte. Lo que más llamaba la atención, era el culo, grande, redondo, macizo. Ahora que lo pienso, su físico era bastante similar al de Ana, y para quienes leyeron los cuentos que escribí sobre esta última, notarán que no es lo único que tienen en común. Pero no nos adelantemos. Roxana tenía un trasero escultural que nos hacía perdernos en él. Más de una vez me encontré con una erección espontánea apenas la vi, cosa que me costó interminables cargadas de parte de mis compañeros, porque era imposible ocultar la dureza de mi pija que luchaba por escapar del pantalón. Más de una vez me tuve que encerrar en el baño de vestuario, para hacerme una paja y así hacer que la dureza se ablande. En fin, Roxana no era más que una conocida, de la que apenas sabía más que su nombre y sus características físicas, sin embargo me acompañó en la imaginación durante muchos años, ya sea, cuando aparecía en mi mente, en medio de una paja nocturna, o cuando inconscientemente buscaba en otras mujeres algo que me recordara a ella. Una vez que renuncié mi vida fue en otras direcciones, ni siquiera volví a pisar aquel barrio donde trabajaba, nunca más volví a ver a Roxana, hasta ayer.

……

El tren iba repleto, parecía que no cabía un alfiler, pero cada vez que paraba en una estación entraban más pasajeros, y en cambio bajaban muy pocos. De estar apretados unos con otros, pasamos a estar pegados, casi mezclados. Había olor a transpiración, a porro, a gracitud de cabello, a perfume barato. En medio de aquella asfixia, la vi, agarrada del pasamanos. Tenía el pelo castaño, lacio, igual a como la conocí. El tiempo apenas pasó para ella. Sólo alrededor de los ojos tenía, apenas unas marcas, que ni siquiera podían llamarse arrugas. En medio de esa congestión de gente se las había arreglado, para pararse muy sensualmente, flexionando un poco la pierna derecha, apoyando su peso en la izquierda, lo que la hacía sacar el culo, el cual se conservaba tan erguido como lo recordaba. Detrás suyo, un afortunado disfrutaba del tacto casual entre sus   caderas y los glúteos de ella.

Me pareció extraño verla viajar con la gente común. Siempre pareció de buena situación económica, usaba ropa de marca, y manejaba un auto último modelo, que estacionaba en la playa del supermercado.  Sin embargo ahí estaba, era inconfundible, era Roxana.

En Haedo hubo un recambio de pasajeros. Temía alejarme de ella e intenté ir en su dirección, sin embargo la marea de gente me llevó cerca de la puerta de salida. Me sentí frustrado. La busqué con la vista. No la encontraba. ¿Cuándo iba a verla de nuevo?

Cuando me resigné a aquel fracaso, sentí un olor exquisito que opacaba todos aquellos olores desagradables. Era un perfume de marca, suave, dulce. Era emanado de un cuello blanco que estaba justo delante mí. Delicioso. Observé detenidamente a la mujer que olía tan bien. El cabello estaba recogido, y era castaño. Se me aceleró el corazón. Para confirmar que se trataba de ella, sólo necesité bajar la vista. Ese culo era inconfundible. Roxana estaba justo frente a mí. Es más, mi pierna rozaba una de sus nalgas.

Concentré toda mi sensibilidad en aquella pierna que se encontraba pegada a ella. A pesar de que no es la mejor parte del cuerpo para sentir el tacto de otro, a ella la sentí muy bien, y cada vez que debía moverme, porque alguien se preparaba para bajar, aprovechaba para frotarme aún más con ella. Roxana seguía indiferente, mirando por la ventanilla, como buscando algo con qué entretenerse. Era imposible que diferencie aquel toqueteo premeditado, del contacto obligatorio que teníamos todos. Es más, su indiferencia, me animó, y ya no conforme con sentirla con la pierna, cada tanto metía mi mano en el bolsillo, para agarrar mi celular, y al estar tan pegados, aprovechaba para deslizar las yemas de mis dedos, dentro de mi bolcillo, y sentir, ahora sí, con mi mano, el culo de Roxana. Era hermoso. No podía hacer abuso de la situación, pero la recorría unos milímetros, y sentía su forma, y su firmeza. No lo pude evitar. Se me paró la pija.

En Morón entró más gente. No quise perderla de vista así que me pegué aún más a ella. Fui muy torpe, porque no consideré que los empujones me harían cambiar de posición, y de hecho, eso fue lo que pasó. Tuve que girar un poco a la izquierda y ahora, en lugar de tocarla con mi pierna, era mi pija la que hacía contacto con sus nalgas. Era imposible que no notara mi erección. Yo sé que ante situaciones como esa, las mujeres suelen reaccionar de dos maneras: algunas hacen un escándalo, exponiendo al tipo que las manoseó o apoyó. Otras, en cambio, soportan la humillación, y por vergüenza no dicen nada, sino que esperan a que aquella situación termine. También existe un tercer grupo minoritario, que son las mujeres que simplemente no le importan este tipo de cosas, y un cuarto grupo que incluso lo disfrutan. Yo deseaba con temor, a que Roxana perteneciera a uno de estos dos últimos grupos. Todavía la apretaba con mi pija. Era imposible moverme, por lo que simplemente me relajé y disfruté de la situación. Hacía fuerza hacia adelante, apretando justo entre el medio de sus nalgas, casi sentía penetrarla. Roxana giró cuarenta y cinco grados la cabeza. Se había puesto colorada, tenía cara de enojo e incomodidad. Yo empalidecí. ¿A qué grupo de mujeres pertenecía? A los dos últimos seguro que no. ¿Entonces, qué haría? ¿se daría vuelta a darme un cachetazo, y a acusarme delante de todos, o sentiría más vergüenza que enojo y no diría nada? Pasaron segundos eternos y su silencio me inclinó por lo segundo. Aun así esperé expectante, con mi miembro todavía duro, y todavía invadiendo su cuerpo.

No dijo nada. Pero empujó hacia adelante como queriendo librarse de mí. Una actitud en vano, porque no podía ir a ninguna parte. Entonces, ya más envalentonado, le pellizqué el culo sin miramientos. De nuevo giró levemente la cabeza. La mirada de enojo me decía que pare, a lo que respondí metiendo mano nuevamente, esta vez con la palma de la mano bien abierta, abarcando lo más que podía ese culo grande, apretándolo, deslizando mis dedos hacia la zanja, escarbando a través de su pantalón, como queriendo agujerear justo ahí donde estaba el ano, en fin, violándola con la mano. Era una suerte que hayamos viajado en el mismo tren. Quería volver a verla y se me ocurrió una idea para hacerlo. En medio de ese manoseo, usé la otra mano para hurgar en su cartera. Ella no notó nada, sólo sentía la mano en el culo la muy puta, hasta parecía que le empezaba a gustar porque ya no intentaba escapar.

Llegando a Castelar el vagón se descomprimió bastante. Se puso al lado de la otra puerta, y su mirada ya no transmitía enojo, pero sí indignación. No me importó. Ya conozco a esa clase de putas que fingen no querer y se dejan hacer de todo.

……

Lo que había sacado de su cartera era el celular y la billetera. Revisé todo lo que había en el teléfono antes de que lo bloquee. Lamentablemente no tenía nada con lo que la pueda chantajear. Aun así hice un intento de atraerla a mí. Le mandé un mensaje por Facebook, con una cuenta falsa diciéndole que encontré su documento y sus tarjetas de crédito tiradas en la calle. No mencioné que tenía en mi poder el celular, ni el dinero que guardaba en  su billetera, porque la idea era hacerle creer que otra persona le robó las cosas, y yo encontré el resto. Conversamos un rato por chat, y me pidió mi número. Se lo di sin problemas, no creía que reconocería mi voz. Se la veía recelosa, seguramente sospechaba que podía haber algo raro.

— gracias por comunicarte. — decía Roxana. — ¿cómo podemos hacer para contactarnos?

— yo trabajo en Córdoba 3185, piso 3 oficina A — le mentí, esa es la dirección de un departamento que tengo en el centro, en un edificio chico, que sólo comparto con otros cuatro departamentos que se emplean como puteríos.

— mmm bueno, ¿y hasta qué hora estás?

— Hasta las siete — respondí — pero decime masomenos a qué horas pasás así te espero, porque a veces salgo a hacer trámites.

—Mmm —dudó Roxana. — ¿no lo podés dejar con el portero? —preguntó, precavida, yo no había contemplado esa pregunta, pero por suerte el edificio carecía de portero.

— No hay portero — respondí.

— bueno. Paso a eso de las cuatro ¿sí? Voy con una amiga. — dijo a lo último.

— si, si. No hay problema. — respondí. Esperando que no pueda conseguir quien la acompañe.

Mientras escribo estas líneas son las cuatro menos cinco. Roxana está por llegar. Si viene acompañada, voy a fingir que no escucho el timbre y después inventaré una excusa. Si viene sola, la haré pasar y me la cogeré. No tengo nada que temer, seguramente actuará como en el tren. Se dejará hacer de todo. A esta clase de putas las reconozco a mil kilómetros de distancia. Ahora que lo pienso, incluso cuando la veía entrar al supermercado supe que era una putita sumisa. Suena el timbre. La veo por el monitor de la cocina. Se la ve sola, aunque podría haber alguien detrás, fuera del alcance de la cámara. Me tengo que arriesgar. Levanto el tubo del intercomunicador.

— Hola.

— Hola, soy Roxana. ¿bajás?

No le respondí, colgué y apreté el botón que abre la puerta. Empujó la puerta al escuchar la chicharra, pero se quedó unos segundos, dudando, hasta que finalmente entro.

……….

Roxana tocó el timbre del departamento. Fui rápido a abrirle, no quería que escuche los gemidos de las prostitutas que trabajaban en los otros pisos, y huya. Cuando me vio, quedó paralizada, pero no sorprendida.

— Vos…— dijo con rencor.

— si, nos conocemos del tren, pasá que te doy el documento y las tarjetas.

— No, acá te espero acá. — dijo, firme en el umbral de la puerta.

— pero por favor, como vas a esperar ahí — dije, yendo a su encuentro, tomándole de la mano, y tirando de ella para hacerla entrar.

— no, no hace fal…— pero a pesar de todo entró.— Yo te conozco — me dijo, una vez adentro. Vestía una elegante pollera negra, una camisa blanca con botones grandes y negros, y un saco que hacía juego con la pollera. Se notaba que recién salía de trabajar de alguna oficina.

— si, nos conocimos ayer en el vagón. — le dije. —¿te acordás? — le pregunté refiriéndome a todas las veces que la apoyé y manoseé.

— No — dijo ella, para mi sorpresa. — yo te conozco del supermercado.

Era increíble que se acordara de mí, y yo que pensaba, que cuando trabajaba ahí, apenas podía diferenciarme de mis compañeros.

— así que te acordás de mí — le dije, contento.

— Si — respondió. — mirá, yo no sé qué habrás pensado, pero si ayer cuando me tocaste no te dije nada, fue sólo porque no quería hacer un escándalo.

— ¿ah si? — dije burlón.

— sí, así que si tenés mis documentos por favor dámelos y me voy.

Se había puesto seria. Su pelo recogido y peinado prolijamente, y ese uniforme pulcramente planchado la hacían ver demasiado sensual. La camisa, tenía dos botones desbrochados, y a mí me dieron ganas de desabrochar el resto. La pollera, coqueta, la tapaba hasta unos centímetros por arriba de la rodilla, la medida justa, para hacerla ver elegante y sexy al mismo tiempo.

— te voy a dar tus documentos. — le dije — y te voy a dar algo mas también. — la agarré de la cintura y la tiré hacía mí.

— Nooo —  gritó. Poniendo sus manos entre nosotros. De poco le sirvió. Era muy débil, y cuando la apreté contra mi pecho, sus brazos quedaron atrapados entre nosotros, pegados a mi pecho, sin poder separar su cuerpo del mío.

 Le chupé el cuello.

— noooo! — gritó

— No sabes cómo nos calentaba este culo — le susurré al oído, mientras volvía a sentir el glúteo firme con  la mano.

— por favor, no.

— dale, si te gusta putita. — dije. Le arranqué los botones de la camisa de un tirón. Quedaron al descubierto las tetas con el corpiño blanco. Enterré mi cara en ellos. Mientras ahora metía la mano por debajo de la pollera, sintiendo las medias negras que ya estaba rompiendo usando mis dedos como garras.

Me empujó con fuerza y me dio un cachetazo. No me importaba que me pegue, ni que grite. Las putas de los otros departamentos estarían muy ocupadas haciendo su trabajo y si escucharan algo, no les llamaría la atención, acostumbradas a ambientes turbios.

La agarré y la abracé. No hacía falta que use la fuerza. Pronto cedería.

— mirá Roxana, yo conozco a las putas como vos apenas las miro, así que déjate de hacer de la boluda y chúpame bien la pija.

Apoyé mis manos sobre su hombro e hice fuerza hacia abajo, obligándola a arrodillarse. Me miró desde abajo con los ojos lagrimeando. Me dio un poco de lástima.

— no te preocupes —dije, acariciando la mejilla, por donde resbalaban las lágrimas— no te voy a lastimar.

Algo cambió en ella, se limpió los ojos, y asintió con la cabeza. Ya estaba dispuesta.

—Bajame el cierre despacito. — ordené. Titubeó. Seguramente esperaba que yo haga todo, pero no, la puta tendría que hacer su parte.

— bajame el cierre despacito. — repetí. Estiró el brazo. Buscó el cierre con delicadeza, como no queriendo tocarme la pija mientras lo habría, cosa que era ridícula porque penas lo terminó de bajar mi orden fue:

— sácame la pija afuera y chupámela bien hasta acabar. Pero bien como una puta eh.

Tiró hacia abajo el bóxer y se encontró con mi falo erecto. Se lo metió en la boca. La pajeaba mucho y se concentraba en el glande. Quería terminar rápido. Pobre ilusa. Apenas acabara le esperaban muchas otras cosas. Su boca tenía sabor a menta y me tiraba el frescor del aliento cada vez que se lo metía en la boca, lo que aumentaba aun mas el placer. Era zarpadamente rico. De la calentura la agarré del pelo, tirándoselo con fuerza mientras mamaba. No puede contenerme mucho, pija estaba más sensible que de costumbre.

— Tomá la leche yegua. — abrió la boca y recibió el semen. Unas gotas le ensuciaron la cara.

— yo te limpio putita. — pasé el dedo juntando la leche que quedó sin tragar llevándosela hasta la boca, metiéndole el dedo adentro. — chupá como un chupetín puta. — y ella succionó el dedo absorbiendo hasta el último miligramo de mi leche.

— Dame hilo y aguja que tengo que cocer los botones, no puedo salir así.

Me daba gracia su ingenuidad. Le seguí la corriente. Le traje hilo blanco y una aguja para que cociera sus botones. Una vez que lo hizo, se paró para salir.

Entonces me acerqué, le levanté la pollera, hasta verle el culo, arranqué lo que quedaba de la media, hice a un lado la bombacha.

— no, basta.

— que no, puta. —  le di un chirlo en las nalgas. La llevé al cuarto. La tiré en la cama. Ya no decía nada. Sólo me miraba con rencor y miedo.

— ya te dije que no te voy a lastimar. — le aseguré. — ponente en cuatro.

Así lo hizo. Ese culo era hermoso e imponente. Imposible no besarlo. Lamí con gusto los cachetes y el ano. Ella ya no oponía resistencia. Se la metí sin compasión en el ano. Ese culo habrá comido muchas pijas, porque la mía entró como si se tratase de una vagina.

— aayyyy!

— si, gritá puta, gritá. — y embestía con mas fuerza.

— aayayaaaa aaayy

— si, tomá — la agarré de las nalgas y la traía hacia mí y la alejaba a mi antojo. Dándole cachetazos. — yo sabía que eras una puta. Tomá. Tomá.

— aayyy ayyy ahhh aahhahhy

— ¿te gusta no? — le gritaba mientras le daba más duro.

— aaaaaaayyy  aaaaayyhy noooo aaaaay.

Acabé adentro de su culo. Cuando se paró para vestirse le chorreaba el semen por la pierna. La dejé ir así, con mi esencia impregnada en ella.

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