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Venganza de mujer (de la serie crónica de una infidelidad anunciada)

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No se puede pasar por el trastero, ahora le ha dado por la bicicleta estática y la cinta de correr aunque tampoco se lo achaco, ha tenido sus motivos, sin embargo, está dichosa obsesión ahora, yo pensaba que se le habría pasado pero no, pague con creces mi devaneo; sí, siempre se cometen locuras, locuras de maduro, las cuales quedé desengañado.

En la oficina siempre tenemos reuniones con compañeros, lo que muchas veces conlleva a cenas y, por qué no decirlo, salidas nocturnas, de las cuales confieso que he terminado en alguna que otra cama con prostitutas. No puedes evitarlo lo conlleva este mundillo y, encima llegó una secretaria nueva, la cual ya fue la gota que colmó el vaso de mi matrimonio; sí, ella, paciente, entregada, trabajadora, vivaz, dulcemente inocente; casi lo dejé todo por ella, me hice falsas esperanzas de una nueva vida junto a ella, ya que me decía que era el hombre cabal y maduro que ella adoraba, que le satisfacía mi personalidad.

A las dos semanas, ya se me entrego en un apartamento, la gocé placenteramente, me creía un hombre nuevo. Por eso, al oír confidencias en la oficina —y pensando que eran sobre mi persona, para con mi secretaria—de parte de uno de los empleados, con un tono varonil “ayer me cepillé a la nueva, fuimos a la disco y después la follé toda la noche; tenía razón el segurata del edificio”. Si bien me invadió rabia contenida, también lo atribuí a mentiras de jóvenes –treintañeros- aunque por otra parte nombraron el de seguridad; el Rubén, un cachas algo presumido aunque eficiente.

Pese a mi reticencia a rebajarme ante tal subordinado  y, siendo él, amigo de un amigo mío de la filial de nuestra empresa, los cuales van al gimnasio juntos —el cual había sido recomendado por el último—, me arme de valor y le dije que le sonsacara algo, como simple curiosidad, ya que la chica venía desde dicha filial. Aquel día quedamos para tomar algo, hablamos de trabajo, como de pasada le pregunte por lo que le había pedido “ no te habrás liado con ella, bueno jejeje” él también estaba a la expectativa, contestándole simplemente, que era pura curiosidad, ya que yo nunca me metía con la plantilla contestando “entre nosotros, hasta yo me la he tirado y, el de seguridad me dijo que a los dos días de haber empezado ya se la había calzado; y, es más, tenía fama de ser una ‘coño fácil’ ya que se la habían levantado bastantes.

Me sentía engañado, defraudado; podía haberlo previsto, pero, no terminaron ahí todas mis desavenencias existenciales, al cabo de poco tiempo, mi mujer me lleno de reproches, sabía de mis devaneos, echándomelos en cara de modo despectivo y llena de ira, aunque nunca pensaba que a partir de ese día maquinaba su desafío. Nunca hubiera pensado que esos silencios rotos, miradas de desdén, ansias de ir al gimnasio, coquetería, orgullo; ella, que siempre había sido tan superficial, como un florero en casa me retaría a lo que ella me dijo “lo veras con tus propios ojos”. A continuación vino su sentencia irrevocable: la vería con otro y de esta manera sabría lo que es estar en su pellejo. Perplejo al principio, creyendo que era pura palabrería, me di cuenta de su convencimiento. En efecto, fijo un día, el cual sería el sábado por la noche, saldría y según ella “se comportaría como una promiscua” y para no despertar mucho la atención pensaba en un lugar apartado de la ciudad.

Faltaban dos días, su actitud era altanera, caminaba majestuosa, holgada y alta; yo de mi parte me sentía perdido, yo no sabía de qué era capaz, tenía una segunda personalidad, parecía una mujer completa; estando Clara y Javi, los mellizos en su segundo año de universidad estábamos solos en casa hasta las vacaciones. Me contestaba con voz socarrona y con aires de suficiencia. En vísperas del acontecimiento —si puede decirse así— salió de compras, llegando con cara de satisfacción; a continuación y estando yo presente ya que me estaba afeitando, ella aprovecho para depilarse; me sorprendió que me pidiera una maquinilla de afeitar ya que se depilaba con cera, si bien tenía la intención de depilarse el coño sin ningún rubor delante de mía, cosa que en su vida había hecho. Semejante actitud me impresiono, y admito que era puro morbo ver como se enjabonaba la vagina y se la rasuraba completamente. El sábado estuve todo el día con incertidumbre y tensión, sin embargo ella, era todo confianza, seguridad y aplomo ¡una mujer decidida, vamos!.

Llego el día, de mi parte estaba nervioso, expectante; de su parte ella mostraba el mismo aplomo y desenvoltura, parsimoniosa, con una mirada retadora y profunda hacia mi persona; en una palabra rebosaba lujuria. Aprovecho que yo me duchaba y descaradamente empezó a acicalarse: se quitó la bata quedando desnuda, su media melena morena suelta le daba aire salvaje, pasó a pintarse los ojos de azul, quedando una mirada intensa, eléctrica y vibrante; sus labios de rojo intenso. Le daban un aspecto lascivo a ese rostro gastado, un aire a buscona ninfómana, sería la palabra. Sus pechos rebotaban en sus movimientos, grandes, caídos, aunque no descaradamente conservando sus pezones firmes, pareciendo dos peras. Su culo altivo, totémico, pero firme, como júpiter; sus piernas musculadas y largas le daban ese aire corpulento, ajamonada pero no gorda, sin restos de celulitis. Ese cuerpo supuestamente iba a entregarse a un cualquiera, no había nada dispuesto; un acontecimiento inesperado ante el cual estaba yo descompuesto, pero dispuesto a sobrellevar lo que pudiera acontecer. En estos pensamientos estaba cuando salí de la ducha, ella se había colocado el sostén negro con transparencias y se estaba entangando quedando un culo casi al completo, solo un ligero hilo por su parte trasera y en la delantera completamente transparente. Acto seguido se enfundo un vestido negro, la falda por encima de la rodilla con escote que ponía de buen humor. Concluida la puesta en escena —para mí obviamente— con un ladeo de cabeza me indico que era hora de salir.

Mientras nos dirigíamos —siempre por indicaciones suyas— a la otra punta de la ciudad —yo conduciendo— ella mostraba un rostro impasible, con seguridad, callada y distante. Aparcamos, ella salió, se encamino hacía la entrada de lo que parecía un local de música cutre; el local se llamaba “la cueva”. Avanzo con paso decidido como si conociera el lugar, donde había una pequeña pista de baile, en la barra los clásicos bebedores, en la pista alguna que otra pareja. Por su parte se puso en la barra y se sentó en un taburete, pidiendo un mojito; yo me puse a su lado y pedí lo mismo. Sonaba música de los 80, el ambiente era abigarrado, gente hortera, sin clase, miradas descaradas. Por su parte ella se fue a la pista de baile, la cual quedaba justo a nuestro lado; su rostro palpitaba, sus movimientos eran precisos y seguros, estereotipados, sin duda ensayados, comportándose como un robot.  Bailaba patosa, desligada, pero con esa sensualidad bizarra, chocante diría yo. No tardaron en acercase los clásicos ligones cuarentones, acercándose e intentando entablar conversación. Entonces me di cuenta que un individuo habría paso como si fuera un pistolero entrando en la llanura con su caballo; alto, soberbio, estirado, solo pudiendo distinguirlo por su físico, por el blanco de sus ojos y por su dentadura blanca ya que su piel era completamente negra; vestía camisa con motivos africanos, muy coloridos con un pantalón vaquero. Acabada la puesta en escena del personaje, ella, mi mujer, quedo frente a él bailando.

Mi mente estaba absolutamente confusa, pero funcionaba a una velocidad que casi me provocaba dolor. Todo había empezado vi cómo se acercaba lo que nunca hubiera creído posible; me dirigí al lavabo, tenía ganas de vomitar, una vez allí expulse todo lo que llevaba en el estómago, me sentía perdido. No sé cuánto tiempo pasó, me sobresaltaron los ruidos del lavabo, dos fulanos habían entrado en el baño por lo que deduje; eructaban, vaciaban la vejiga y uno echaba pedos sonoros, su conversación era vulgar:

—Has visto la tipa esa, pide polla a gritos la cabrona, madura pero tiene polvo, encima se muestra puta —dijo uno

—Ya, pero está el hijo puta del senegalés que ya se la está levantando, el cabrón se folla a toda la peña que aparece de estas suertes —dijo el otro.

Después de que se hubieran ido me marche, me dirigí otra vez a la barra, por otra parte mi mujer estaba sentada junto al fulano, los dos estaban abrazados; al verme, él, seguramente a sabiendas de que yo era su marido, la morreo a torniquete, sus gruesos labios succionaban la boca de ella, en sus mejillas se notaba movimiento, señal evidente de los lengüetazos, su negra mano ya estaba en sus muslos. Ella me miró y me hizo una señal chulesca de que fuera hacía ellos. Me senté, el porte de él era desafiante, su mirada de desprecio; llevaba la camisa desabrochada, llevaba un colgante de oro falso —seguramente— con el nombre de Mamadou.

 Ya nos vamos, te esperábamos, te has hecho de rogar —dijo ella— por cierto, te gusta mi nuevo amigo —risa sarcástica—, pues bueno, vamos a ello, sabes, quiero probar la potencia de un negro, ya puesta a ponerte los cuernos que no sea por macho.

Nos levantamos, yo tras ellos. Salimos y caminamos por un callejón oscuro, lúgubre; él mientras le iba levantando la falda y tocando el culo, lo hacía con descaro, para que lo viera. Al final del callejón subimos unas escaleras sucias y el edificio señal de abandono; todo era grotesco, no parecía real. Llegamos al tercer piso, allí entramos en un pequeño antro, el cual consistía en un pequeño sofá y una cama sin hacer, máscaras colgadas de la pared, cajas con relojes, pulseras y demás parafernalia que seguramente vendía el individuo. Nada más entrar en una demostración de poderío agarrándola del culo y la morreo; le masajeaba las nalgas, las apretaba, les daba cachetes. Acabada la entrada triunfal, se pusieron más cómodos, yo de mi parte me senté en el destartalado sofá, por indicación del chulapo, el cual ni siquiera había articulado ninguna palabra; parecía una máquina programada la cual iba con piloto automático. Ella se sentó en la desecha cama esperando, de su parte Mamadou quedó de pie y en un gesto carente de ternura y romanticismo le dio a entender que se quitara el vestido, por su parte él empezó a quitarse la ropa y tirarla al suelo, quedándose simplemente en calzoncillos—con topos de leopardo-, los cuales se vislumbraba un considerable bulto; al mismo tiempo ella quedaba en tanga y sujetador, los cuales fueron quitados rápidamente por Mamadou con tirones rápidos de sus grandes manos. Hizo dos pasos atrás y la miró de arriba abajo, como un examen rápido de lo que iba a usar y haciendo alarde de masculinidad y chulería se cogió el paquete y me miró desafiante a los ojos, una vez hecha la intimidación ocular a mi persona se los quitó, saliendo rebotado un cipote de considerables dimensiones, algo curvado, con unos testículos también de dimensiones considerables. Era un animal que sabía su superioridad y demostraba su poderío desafiante y, no bastándole la mirada pasó a darse unos meneos al cipote mirándome a la cara. La maquinaria ya estaba en marcha, mi mujer volvía a estar sentada en la cama, tenía expresión de entrega. Y así fue, como Mamadou se dirigió hacia ella—su polla estaba a la altura de la cabeza de mi mujer— y sin mediar gesto alguno hizo conexión de polla con boca, la cual la entro hasta medio tronco, quedando ella prácticamente sin respiración y vislumbrando unas mejillas hinchadas, estaba paralizada sin movimiento, aunque se reactivó y empezó a lamer el glande echando atrás la boca para acto seguido lamer el cipote de arriba abajo; la troncalidad fálica era impresionante, sus venas se traslucían a pesar de su negrura, sus huevos recubiertos de piel porosa le daban un aire animal impresionante, su estado de rigidez dejaba ver a las claras que era asaz receptor de mamada. Ella intentaba absorberlo todo pero no podía, era un querer y no poder, se atragantaba, babeaba, de su parte él emitía suaves ronroneos, señal de disfrute, tras el cual volvió a echarse atrás y en una señal de él, ella se tumbó de espaldas. Volvió a mirarme triunfante y con los dedos pulgar y índice hizo un redondel y con el índice de la otra mano lo entraba y sacaba, como un sarcasmo. Después de este gesto de grandeza ya estaba en posición de combate y ella con las piernas separadas a modo de recepción. Como jinete avezado se puso encima y en un ligero arqueo de sus caderas—debido al arqueo de su cipote antes mencionado seguramente— la penetro de una tacada, sin miramientos iniciando un bombeo ligero de tanteo de vagina hasta que acomodo el miembro, tras el cual paso a un bombeo continuo y constante con descanso de modulaciones pendulares en tacada fija (el clásico movimiento en círculo de culo) hasta encontrar un ritmo alto y continuar con el, en cada mete-saca se podía oír el choc, choc del chapoteo del coño, así como el rebotar del huevamen al tocar fondo, señal que su coño si admitía el taladro fálico. Ella le rodeaba con las piernas, mordía esa piel negra, le arañaba; en una palabra, gozaba hasta el infinito y más allá hasta que ella estallo en orgasmo, las embestidas y clavadas de Mamadu hicieron que se viniera, para él posteriormente en un alarde de ritmo y bombeo sonoro sacara su vergajo y le vaciara su esencia liquida en toda la cara y parte de tetamen para posteriormente restregarlo con su miembro y esparcirla, al mismo tiempo que su respiración era acelerada, en un acto que dejaba a las claras sus dotes de macho completo en todas sus facetas realizadas. Nada más haber vaciado se levantó y se dirigió al pequeño baño, y orino abundantemente con la puerta abierta; sus maneras eran de como si no hubiera nadie allí, su naturalidad y desenvoltura eran apabullantes. Por otra parte ella seguía acostada, exhausta aún sin haberse limpiado el esperma que la cubría; de mi parte yo, estaba desencajado, desubicado y sobre todo sorprendido por lo presenciado, dejándome ese poso de frustración interior, ese desgarro anímico de mi interior. No me dio tiempo a reaccionar, tanto a mí, como a ella, cuando Mamadou volvió a la carga, solo vi que llevaba más de medio empalme; ella buscaba algo con que limpiarse, aunque Mamadou con un gesto le dijo que se pusiera a 4 y, con sus manos como garfios le abrió las nalgas, quedando los agujeros anal y vaginal al descubierto, acto seguido se puso en posición de ataque y retro activándose inicio el arqueo que dio lugar en la embestida, dejándola clavada a fondo en el primer envite; desde mi posición podía observar que la penetración era total, sus testículos estaban colgando en yuxtaposición de la vagina, por parte de ella emitió un suave ronroneo señal evidente de gozo. Cuando hubo acomodado el falo en la vagina volvió a empezar mete sacas de menos a más, parecía un taladro percutor: choc, choc, choc y el plaf, plaf, plaf del rebote de las nalgas. Al poco tiempo quedo parado en seco, abrió la cavidad anal e introdujo un dedo, escupiendo al mismo tiempo; entraba dedo, sacaba dedo; hasta que introdujo dos y vio que era factible la entrada de retaguardia, lo cual aprovecho para entrarle la punta, después unos centímetros más; debido a las dimensiones del aparato ella misma se abrió con las dos manos su ano y fue más factible la introducción a pesar de que no llegaba a penetrar a fondo. De parte de ella, se friccionaba el clítoris, gozaba, se le notaba, él iba lento; en un reflejo cambio de improviso al clítoris metiendo mete sacas salvajes —choc, choc, choc, plaf, plaf, plaf— hasta ir reduciendo la intensidad, con clavadas a fondo en señal evidente que se iba a correr, para dejarla clavada al mismo tiempo que emitía un rugido sonoro; ella, de su parte emitió gritos “Sí,sí,sí, um, um, ah” quedando relajada y automáticamente parada en posición de 4, su cara denotaba placer, lo cual era deducible que se había venido. Sacando él su polla quedo a la vista la lefada en la vagina, le goteaba por los muslos interiores y como en su primera entrega Mamadou, le restregó el glande por su ano y nalgas esparciéndolo.

De su parte ella quedó tendida al lado de Mamadou, el cual en un gesto de desprecio se levantó y nos señaló la puerta de salida. Había conseguido su fin y ya no necesitaba más. Ya afuera, le pregunte si estaba satisfecha, contestándome con ese rencor suyo que “había sido la noche de su vida”.

Consumada ya su venganza solo añadir que me llamo Carlos, con C de cornudo.

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