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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 30)

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Diez días después del atentado, Matilda, Ushlas y Camaxtli, se encontraban de nuevo ante la pizarra, en compañía de la reverenda madre que se había sentado cerca de ellas. Durante la ausencia de Matilda, conocedora de los secretos que encerraba, había cerrado a cal y canto la celda, y dos sacerdotisas de máximo nivel custodiaban la entrada día y noche.

—Mira cariño, no te voy a marear con explicaciones técnicas que no vas a entender, —dijo Camaxtli con una sonrisa— además, todas estas ecuaciones solo me sirven a mí.

—Gracias nena por llamarme tonta…

—No es llamarte tonta, ¿cuánto sabes de mecánica cuántica de vectores colineales, y de física cuántica de campos?

—Bueno… eh…

—Recuerda hijita que es bueno saber los limites de cada uno, —susurró suavemente la reverenda madre con una sonrisa—. Posiblemente recuerdes ahora, cuando me obligabas a “cazarte” para que asistieras a las clases de ciencias.

—¡Es que eran muy aburridas! —exclamó Matilda frunciendo el ceño y mirando a sus amigas. Después, mirando a la religiosa la preguntó—. ¿Todos estos años has estado esperando para recordármelo?

—No Matilda, pero recuerda que el tiempo, lo pone todo en su sitio…, como hará con el traidor.

Las cuatro mujeres se miraron entre ellas y finalmente Matilda hizo un gesto con la mano a Camaxtli para que prosiguiera mientras la decía:

—Continua antes de que salgan más trapos sucios.

—Imagínate un montón de arena, y que con un palo golpeamos fuerte en su lateral. La arena, al recibir el impacto, por inercia sigue en el sentido del golpe. Nosotros vamos a recrear eso con las armas del Tharsis, —hasta la reverenda madre estaba con la boca abierta—. No podemos disparar con las torres principales desde la vertical, porque crearíamos un cráter de más de cincuenta metros de profundidad que encauzaría la energía hacia arriba como un embudo, y acumularíamos un montón de escombros. Lo que queremos es deshacernos de los escombros y no producir un cráter tan grande. ¿Hasta aquí está claro? —preguntó a sus oyentes que seguían con la boca abierta y que afirmaron con la cabeza—. Vamos a disparar de lateral, desde una distancia de no más de 200 kilómetros, para lo que tendremos que bajar al límite inferior de la estratosfera, casi en la troposfera, más o menos, a unos once kilómetros de altura.

—Yo pensaba que los acorazados no pueden bajar… —empezó a decir Ushlas hasta que Comaxtli la interrumpió.

—Ya veo lo que atendéis cuando explico las cosas. Lo que no podemos es aterrizar, pero si navegar. Eso si, con un gasto de energía brutal.

—A ver si te creías que te ibas a librar, que también hay para ti, —dijo Matilda a Ushlas sacándola la lengua.

—Tu tampoco lo sabias, —contestó Ushlas sacándola también la lengua.

—¡A ver formalidad! —exclamó Comaxtli con cara de resignación—. Dispararemos con las torres, conforme al patrón energético de está primera ecuación. Con ello, devastaremos totalmente la zona, después comenzaremos a disparar con las baterías secundarias para ir limpiando la zona conforme al patrón de está segunda ecuación.

—Vale, ahora dime las pegas, —dijo por fin Matilda.

—Muchas. Principalmente, que la nave estará muy expuesta a las defensas planetarias y que vamos a consumir energía a mogollón. Lo primero es cosa vuestra, lo segundo es cosa mía, y por supuesto lo solucionaré.

—“Lo solucionaré” —remedó Matilda. Después, dirigiéndose a Ushlas, añadió—. Ahora en serio, toma buena nota de todo para informar a la Princesa, o llévate a está “lista” para que se lo explique.

Hacia veinte días que habían atentado contra ella, y agarrada al brazo de Ramírez, con una acusada cojera, salía por la puerta principal del Palacio Real.

—Estas tenso, Ramírez, —dijo sonriendo—. Los médicos han dicho que pasee.

—Por los jardines del palacio, no por un parque publico lleno de gente.

—Esos cabrones no van a conseguir que me encierre en el palacio. Además, están los escoltas.

Bajaron las escalinatas y se adentraron muy despacio en el parque. Su presencia despertó inmediatamente la expectación de los ciudadanos que se acercaban a saludar a su Princesa mientras sus escoltas vigilaban con discreción. Cuando llegaron al centro de parque, visiblemente cansada se sentó en un banco rodeada de niños que querían darla sus “chuches”. Casi toda la mañana estuvo besando y acariciando niños, se la veía cómoda con ellos. Incluso llegaron los de los informativos y estuvieron retransmitiendo la excursión de la Princesa.

—Serias una buena madre mi señora, —dijo Ramírez cuando regresaban al palacio.

—¡Solo me faltaba también ponerme a parir! —exclamó la Princesa riendo aferrada a su brazo.

—No, mi señora. En serio. Tal vez seria bueno que buscaras otra…

—Ahora en serio, Ramírez, —dijo interrumpiéndole y parándose en seco—. No me interesa más pareja que tú, y no me importa que seas de color rosa.

—Pero conmigo no podrás tener hijos, y la descendencia es importante para los mandorianos.

—Pero para mí no. Yo estaré a tu lado mientras me dejes, —dijo la Princesa acariciándole la mejilla.

—¿Pero que gilipolleces estás diciendo? Yo estaré a tu lado siempre.

—¿Cómo osas hablar de esa manera a tu Princesa? —bromeó Súm—. Además, podemos adoptar algún niño, un circadiano estaría bien.

—¡Si genial! Tu azul, yo rosa y el niño verde. ¡Te cagas! —y después, con expresión triste, añadió—. La guerra te está cambiando, mi amor.

—No me digas eso.

—¿Recuerdas lo que nos dijiste al sargento y a mí antes de la batalla de Karahoz? —Ramírez la abrazó y ante la mirada ausente de Súm, añadió—. Nos hablaste de niños y de escribir cuentos infantiles.

—Cuando todo esto acabe, tal vez… ¿Sabes? No sé, me gustaría que la tripulación del Atlantis embarcara con sus familias, que embarcaran científicos, muchos científicos e irnos a explorar el Sector Oscuro, y olvidarnos de la Federación y de todo.

—Por fin vuelve a aparecer mi Princesa soñadora.

—Si, pero solo son sueños. Cuando todo esto acabe, hay mucho que hacer. Hay que organizar y consolidar la Federación, en Mandoria sabes que hay mucho trabajo pendiente… y el Atlantis… ¡Joder! Son demasiadas cosas.

—Tendrás tiempo para todo, no eres tan mayor.

—¡Eh! ¿Qué insinúas?

—Nada mi amor, nada.

Continuaron bromeando hasta que llegaron a los aposentos de la Princesa.

—Desea algo más mi señora, —preguntó Ramírez.

—Si, que me quites la jodida ropa y me folles de una puta vez.

—Ese vocabulario de Princesa barriobajera… ¡y salida! —dijo mientras empezaba a desabrocharla la guerrera—. Si te oyera tu pueblo, fliparía.

Cuándo todo terminó, recorrió con los dedos la nueva cicatriz de la colección de su adorada Princesa.

 —No pongas cara rara que de esa no tengo yo la culpa, —dijo riendo mientras le agarraba por el pelo—. Además, tú tienes más que yo.

—Tus cicatrices son tus condecoraciones. Detrás de cada una de ellas hay un acto heroico.

—No sigas que ya sabes que no me gusta, que luego me sonrojo.

—Recuerda que tu no te sonrojas, —dijo riendo. Y después de besarla, añadió—. Te pones… oscura.

—¡Ja, ja, ja! Me parto.

Veinte días después, y ya entrada la noche, Matilda y su nueva asistente llegaron al Palacio Real de Mandoria. Su asistente de toda la vida, se había casado con un capitán de fragata y se había ido, con todo el dolor de su corazón, a vivir con él a su nave. Su nueva asistente, era la esclava de color verde y raza desconocida, que liberó en Pétara.

Llegaron cargadas de planos, tabletas y papeles, imprescindibles para exponer sus planes a la comandante en jefe, a la Princesa Súm. Como ya estaba durmiendo, ordenó que no la despertaran y se alojaron en dos habitaciones contiguas en el mismo palacio. A la mañana siguiente, cuando la Princesa y el nuevo jefe del Estado Mayor, la almirante Rizé, entraron en el salón de reuniones, Matilda y su asistente ya lo tenían todo preparado. Se saludaron afectuosamente y comenzó a exponer pormenorizadamente todos los detalles de la operación. Durante más de dos horas, Matilda estuvo hablando exponiendo todo tipo de mapas, en papel y holográficos, datos, cifras, líneas de avance, objetivos y previsiones de bajas. Necesidades de intendencia. Cuando termino la exposición, comenzaron las preguntas. Durante casi otras dos horas estuvo respondiendo y aclarando dudas.

—¿Qué opinas, Rizé? —preguntó finalmente la Princesa.

—Con diferencia es la mejor planificación que he visto en toda mi carrera, —respondió la almirante.

—Yo opino lo mismo, —afirmó Súm.

—Pero lo que está claro, es que previamente tenemos que destruir a la flota imperial en su totalidad.

—Me preocupa el tema de los transportes de tropas, —dijo la Princesa mientras Rizé asentía—. Con el ejército que se unió a nuestras filas en Mordogam, pasaremos de largo de los seis millones de soldados, casi siete.

—No es ningún problema, está todo previsto, —afirmó Matilda—. Cómo ya he expuesto, todas las tropas estarán estacionadas entre el sector 2 y en los sistemas exteriores del 1. Los transportes harán varios viajes: los que hagan falta.

—Ese aspecto tiene que funcionar con una precisión absoluta.

—Entonces de acuerdo. Comienza a trasladar las tropas a sus puntos de partida, —y dirigiéndose a la almirante Rizé, añadió—. Que la flota comience a desplegarse en el sector 2. De hoy en diez días, en Axos.

Cuando entraron en el sistema, encontraron a la Flota Imperial dispuesta en dos grupos, corbetas y patrulleras, con el apoyo de los ahora inservibles transportes de tropas, protegían directamente el planeta, el otro grupo, integrado por cruceros y fragatas, presentaba dos formaciones de batalla a unos 100.000 km del planeta. La Princesa, que conocía de antemano la disposición enemiga, presentó su flota formando un único cuerpo central, como una lanza donde la punta eran los dos acorazados, seguidos por los cruceros ligeros y fragatas. Los cruceros pesados formaban la retaguardia. La Flota Federal, penetro disparando con todo lo que tenían por el hueco entre las dos formaciones, y dividiéndose en dos, con los acorazados como lideres, comenzaron una maniobra envolvente, mientras los cruceros pesados de retaguardia atacaban frontalmente a las desconcertadas naves imperiales que se agruparon más para protegerse unas a las otras. Las defensas de perímetro de ambas formaciones disparaban a pleno rendimiento, creando una maraña de fuego por la que parecía imposible navegar, pero por dónde los interceptores encontraban huecos por dónde lanzar sus ataques armado con torpedos y misiles.

Mientras, múltiples vórtices se abrieron en las cercanías del planeta, por donde surgieron las veloces corbetas federales, seguidas por cientos de interceptores que como avispas furiosas atacaron a las naves enemigas. Las naves de transporte imperial, fueron las primeras en caer, sus sistemas de defensa de perímetro no podían con un ataque tan nutrido por parte de los interceptores. Algunas, comenzaron a salirse de la formación imperial, para rendirse. Eso propicio que los interceptores pasaran a apoyar a las corbetas en su batalla particular con las corbetas y patrulleras imperiales.

Desde la sala de estrategia del Atami, buque insignia de la flota, la Princesa Súm dirigía la batalla rodeada de decenas de colaboradores. Sobre el gran mapa que ocupaba el centro de la sala, sus ayudantes movían las miniaturas de las naves según se desarrollaban las operaciones. En ocasiones, la nave se estremecía con algunos de los impactos que recibía.

—Princesa, cómo estaba previsto los cruceros imperiales no aguantan el poder de nuestros acorazados.

—Empieza a haber demasiados restos en está zona, nuestros sensores empiezan a tener problemas para fijar blancos. Recomiendo intentar empujar a las naves enemigas para sacarlas…

—Negativo. Si nuestros sensores tienen problemas, los suyos mucho más, —contestó la Princesa—. Están tirando a ciegas. Que las divisiones 2 y 4 presionen el centro de las formaciones enemigas.

—Algunas corbetas imperiales intentan huir, Princesa.

—Que se vayan todas las que quieran, —sonrío la Princesa—. Ya nos ocuparemos de ellas más adelante.

Cuatro horas después del comienzo de la batalla, los cruceros imperiales que quedaban empezaron a rendirse.

—Que todas las naves que se rindan, se dirijan a 101224.83 y que la infantería los ocupe, —ordenó la Princesa—. Contra el resto, fuego continuado.

—Las naves que protegen el planeta, se retiran o se rinden, mi señora.

—Que el Tharsis y su grupo de batalla se retire y entre en la orbita, —la Princesa sabía que la victoria era un hecho, pero no quería echar las campanas al vuelo—. Que comience el ataque a las defensas planetarias. La flota de asalto a los puntos de espera.

Cumpliendo la orden, el grupo del Tharsis entró en órbita y comenzó el bombardeo de los objetivos predeterminados. Desde la superficie, las defensas planetarias entraron en acción, pero no podían contrarrestar a la poderosa artillería de la Tharsis. El bombardeo sobre la zona de desembarco ecuatorial era brutal. A la zona de espera, los transportes comenzaron a llegar. Desde el puente de uno de ellos, Matilda presenciaba en directo, por fin, el curso de las operaciones. Sentada en un sillón al lado del comandante de la nave, buen amigo suyo, saboreaba una taza de café negro que su asistente la había traído. Como flases, en pocos segundos, por su mente pasaron muchos años de luchas, derrotas y perdidas de seres queridos hasta llegar aquí.

—Matilda, la Princesa Súm da por concluidas la primera fase de operaciones navales. Las naves ligeras se están ocupando de las naves que se han rendido, el resto, entra en órbita.

—Por favor, ponme con el general Kulaa.

—Mi señora, —la figura del general apareció en la pantalla principal.

—Mi general, en Mordogam le prometí que lideraría el asalto principal. Yo siempre cumplo mi palabra.

— Mi señora, no te defraudaremos.

—Lo sé mi general, lo sé.

Las unidades mayores, como estaba previsto continuaron con el bombardeo. El Tharsis y el Atlantis, maniobraron para ocupar sus posiciones y comenzar la demolición. Todo estaba preparado para dar comienzo a la batalla más brutal y decisiva de la historia de la galaxia.

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