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Cuando buscas lo mejor de lo mejor, una escort de lujo es la solución

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En términos generales, puedo afirmar que la vida no me ha tratado mal.

Al poco de terminar mis estudios de Derecho en la universidad de Barcelona, conocí a Rosana, una hermosa Malagueña que guardaba un gran secreto. Me costó un par de años descubrir que, oculto tras una máscara de dulzura y simpatía, ocultaba un carácter de muy señor nuestro. Fue demasiado tarde, después de casarme con ella en la iglesia, con una hipoteca en el banco y con la paternidad un año más tarde.

No es que Rosana fuera mala persona, más bien un poco borde y bastante chismosa. Esto último resultó a la postre lo más irritante. Cuando abría la boca para hablar, se hacía de noche, pasaban las semanas y cambiaban las estaciones. La muy puñetera era infatigable. Tanto que, tras sus largos soliloquios, y sin importarle lo más mínimo la audiencia, quien la escuchara quedaba con una idea muy clara de los pelos que me quitaba de la nariz antes de acostarme, de los gases que se me escapaban como a todo hijo de vecino, del tiempo que pasaba en el cuarto de baño o de las veces que me rascaba el ombligo; por no hablar de los gatillazos, fruto del hastío, que me dejaban con mal sabor de boca noche sí, noche también. Obviamente, cuando llegaba el turno de contar mis cualidades, los parroquianos bostezaban aburridos y ya no prestaban atención.

En estas condiciones recibí una inesperada llamada de Andreu, mi buen amigo y compañero de universidad. Me comentó que unos cuantos habían organizado una reunión de antiguos alumnos en Barcelona, a la que habían llamado “Cinco años después”, y me suplicaba encarecidamente que acudiera sí o sí, preferiblemente acompañado por mi mujer. Si “Cinco años después” ya me parecía la mayor de las gilipolleces, acudir con ‘la cotorra’ sería el summum de la estupidez. «No, bajo ningún concepto la llevaría a una reunión de esas», concluí después de meditarlo cinco segundos. Estos motivos esgrimí a la hora de dar largas a mi buen amigo, apuntillando que estaba desbordado de trabajo. No me sirvió de nada: insistió tanto, apelando al compañerismo y a la sagrada amistad, que no me quedó más remedio que pasar por el aro.

Resignado, tomé el avión de la mañana en el aeropuerto de Málaga, ciudad en la que Rosana se empeñó en que viviéramos pues no quería estar lejos de sus padres, y en un periquete me planté en la Ciudad Condal. Los acontecimientos se precipitaron a mi llegada al aeropuerto, donde Andreu esperaba para llevarme al hotel que me había reservado, luego a su casa a recoger a Inés, su esposa, y finalmente al restaurante donde tendría lugar la “comida de hermandad”, como él la llamaba. No puedo ocultar que me alegró pensar que tan solo se trataba de una comida y que todo pasaría rápido. Fue un sueño efímero del que me despertó Julián, el mayor cretino que ha parido madre. Yo había ido al servicio tras los postres, a evacuar el vino engullido entre gilipollez y gilipollez, provenientes de todas partes y que atormentaban mis oídos, cuando él me abordó.

—¡Hombre, pero si es ‘el moscardón’ —me dijo el muy cretino. Solía burlarse de mí con ese apodo debido a que, en mi época universitaria, yo estaba algo rellenito.

—Si supieras las pocas ganas que tenía de encontrarme contigo, subnormal, obviarías las bufonadas.

Mi respuesta fue muy similar a las que solía emplear cuando él me llamaba aquello.

—Venga, hombre, no te lo tomes así, que bien conoces lo bromista que soy —replicó él como si nada—. Por cierto, ¿dónde está tu mujer? Me muero de ganas por conocerla. Tu amigo Andreu me ha comentado que es un bombón, aunque yo de ese no me creo nada. Mira, allí está la mía —la señaló con el dedo—. No me digas que no es una pasada.

—¡Bah, es una de tantas; una del montón! —afirmé sin expresividad alguna, tragando para mí que estaba alucinante—. Ni punto de comparación con la mía.

—Sí, claro, del montón de las cojonudas —replicó Julián, antes de insistir—. Venga, ¿cuál es la tuya?

—Te vas a quedar con las ganas —le dije tajantemente—, porque anoche nos pegamos una mariscada entre pecho y espalda de muy señor nuestro, y se conoce que le sentó mal comer tanto. Lo siento por ti, pero se ha quedado en el hotel.

—¡No problem! —exclamó el muy odioso—. Imagino que ya estará bien esta noche. No tienes excusa para no traerla a la fiesta de esta noche.

—¿Fiesta? —pregunté atónito—. ¿Qué fiesta…? —Dudé un instante, luego reaccioné, aun no sabiendo a qué coño se refería— ¡Ah, esa fiesta!... Pues no sé yo. Tendré que preguntarle si le apetece mezclarse con determinados elementos.

Ahí quedó todo, con la fantasmada que saqué de la chistera solo para chincharle. Pero el que estaba chinchado era yo porque nadie me había hablado de fiesta alguna. Andreu tenía explicaciones que darme, y con esta idea fui a buscarlo.

—Muy bonito que tenga que enterarme por otros de no sé qué fiesta y no por ti —le dije claramente contrariado.

—Lo siento— respondió él, tragando saliva—. No te lo quise decir porque pensé que no vendrías. El caso es que los organizadores pensaron que una comida sería poco teniendo en cuenta que la mayoría venís de fuera. Añadir una fiesta suponía un aliciente extra.

—Pues ese detalle tan importante me ha metido en un buen lío —me lamenté antes de comentarle lo ocurrido con el cretino.

—Mira que eres, amigo —dijo como anticipo del sermón que venía después—. Veo que no cambias y que, por muchos años que pasen, nunca evitarás caer en sus provocaciones. Es algo superior a ti…

—¿Qué querías que hiciera si, de buenas a primeras, viene tocando las narices y presumiendo de hembra?

Andreu rio con ganas, con los ojos vidriosos. Luego alivió mi ánimo con un comentario más que sustancioso. Resultó que aquella mujer de la que presumía el cretino, no era sino una aprovechada que, después de engatusarle, le llevó al altar con la única intención de vivir del cuento a costa de su dinero, proveniente de su trabajo como abogado, en menor medida, y principalmente de los dividendos generados por su participación en la empresa familiar, que no eran moco de pavo. Este dato explicaba que siempre se comportara con esa prepotencia que suele caracterizar a ‘los niños de papá’.

—Pues estoy en un buen lío —me lamenté—, porque por nada del mundo pienso dejar que quede por encima de mí. Nunca lo superaría.

—No te queda otra —apuntilló Andreu.

—Tú no tendrás una amiga que…

—¡Olvídalo! —exclamó Andreu, intuyendo por donde iban los tiros—. Sí, tengo amigas que están muy buenas, conocidas más bien, pero dudo que alguna quiera hacerse pasar por tu mujer.

Yo no me resignaba. Por esto insistí en preguntar a Montse, su esposa, por si sonaba la flauta y sabía de alguien.

Ella se lo tomó a chufla al principio. Luego su rostro se tornó serio al ver que no se trataba de una broma.

—No sé qué decir —murmuró—. El asunto es peliagudo y solo se me ocurre que acudas a una profesional.

—¿Una puta…? —pregunté horrorizado por semejante disparate.

—No, hombre, no me refiero a una puta vulgar y corriente, sino a alguien mucho más sofisticada. Vamos, no me digas que nunca has oído hablar de las escort… Puedes contratar los servicios de una.

Una Agencia de Escort. La idea de Montse me pareció brillante. Sobre todo tras explicarme que su jefe solía recurrir a ellas, en lugar de a su esposa, como acompañantes cuando asistía a cenas o reuniones de negocios. Según afirmó, su profesionalidad y saber estar siempre le habían dejado en buen lugar.

Sin tiempo que perder, pues estimé que siendo sábado por la tarde estas mujeres estarían más que solicitadas, me fui pitando al hotel donde pasé un rato investigando con la tablet. Al final me decidí por una web llamada Sensuality Models, luxury Escorts —¡casi nada!— que disponía de  Escorts en Barcelona. Rápidamente contacté por teléfono. La persona que atentamente me atendió, tras explicarle cuál era mi situación, me recomendó a Blanca, una de las tres que yo había seleccionado previamente. Volví a mirar su perfil, con fotos más que sugerentes, y terminé contratando sus servicios por tres horas. Con 25 años de edad, 1.72 de estatura, 55 kilos de peso, medidas perfectas, cabello rubio, ojos de andaluza y carita preciosa, yo no podía creer que semejante mujer estuviera disponible para mí.

Puesto que la fiesta comenzaba a las diez de la noche y tendría lugar en un local reservado para la ocasión, tras avisar a mi amigo de que iría por mi cuenta, la cité a esa misma hora en la cafetería del hotel, donde llegó con absoluta puntualidad británica, acompañada de un empleado del hotel que iba más pendiente de ella que del lugar por el que transitaba. Y no era para menos porque su vestido de noche, corto y de color rojo Ferrari, se ajustaba como un guante a sus peligrosas curvas. Completaba su atuendo con un discreto bolso de mano, medias semitransparentes y zapatos negros con tacón de vértigo. El cabello lo llevaba recogido, el maquillaje era discreto y los labios dos pétalos de rosa a juego con el vestido. ¡Dios! Lo cierto es que Blanca estaba que crujía. Jamás de los jamases hubiera imaginado que pudiese aglutinarse tanta belleza y glamur en una hembra, dicho con total respeto y admiración.

—Buenas noches —me saludó como si me conociera de toda la vida, antes de darme un par de besos en ambas mejillas que alteraron mi ritmo cardiaco.

—Buenas noches, querida —respondí el saludo ante la atenta mirada del empleado—. Ya puede irse. Muchas gracias —añadí al tiempo que le daba una generosa propina que compensara alejarse de ella.

Así, tras sentarnos en una mesa apartada, lejos de miradas indiscretas, nos tomamos un par de copas de champán. La idea era conocernos un poco y hacer tiempo, ya que pretendía llegar tarde con intención de convertirme en el centro de atención cuando todos me vieran aparecer con aquel ángel bajado del Cielo. Pero, sobre todo, tenía en mente dejar al cretino con la boca abierta.

Llegamos al lugar a las diez y media, y no sé si el cretino se quedó con la boca abierta porque, de entrada, no le vi. Quién sí puedo asegurar que enloqueció fue mi amigo.

—¡Mira que tienes suerte, cabronazo! —dejó caer tras presentársela. Acto seguido fue más discreto cuchicheándome al oído—. Tienes que decirme dónde la has conseguido, porque yo quiero una como ella sí o sí.

Sus comentarios elevaron mi ego hasta límites insospechados. El cretino lo subió más cuando hizo acto de presencia.

—¿Esta es tu mujer? —preguntó sin dar crédito a sus ojos.

—Lo soy —saltó ella con total naturalidad—. Hola, me llamo Blanca y estoy encantada de conocer a los amigos de mi pichurri —añadió al tiempo que estrechaba la mano de Julián.

Luego, tras el saludo, Blanca se giró hacia mí, pegó su cuerpo al mío, me arregló el cuello de la camisa con ambas manos y remató la faena con un cálido beso en los labios. Tuve que hacer un gran esfuerzo para mantener la compostura y disimular el nerviosismo que atenazaba cada músculo de mi cuerpo.

—Tú sígueme la corriente —me susurró al oído—, que yo sé muy bien cómo lidiar a tipos como este.

¡Vaya si lo sabía! No tuve la menor duda tras la siguiente escena.

—Y dime, Blanca, ¿cómo es que una mujer como tú terminó con alguien como este? —preguntó el cretino mirándome fijamente.

—¿Te refieres a mi Quique? —preguntó ella abrazándose a mi cintura—. Lo cierto es que fue amor a primera vista. Una noche coincidimos en un local, él me miró con deseo, yo le miré con ternura, una cosa llevó a otra y cuando quisimos darnos cuenta estábamos delante del vicario y de un buen puñado de invitados.

¡Increíble! Yo nunca había conocido a nadie que recurriera a un tópico sin que se notara. Incluso mi amigo Andreu se lo creyó durante unos breves segundos. Pero sobre todo el que realmente había picado el anzuelo fue el otro.

—Pues no sé qué has visto en él —comentó visiblemente contrariado.

—Claro, tú no puedes saberlo porque no eres mujer —replicó ella, con mirada desafiante—. Para que te hagas una idea, hace apenas dos horas, en la habitación del hotel, me ha hecho gozar más de lo que puedas imaginar y, ya ves, otra vez vuelvo a tener ganas de él —añadió al tiempo que apoyaba la mano en mi entrepierna y oprimía el paquete. Pero no creas que todo se limita al sexo porque Quique, aquí donde le ves, además de buen amante, es guapo, inteligente, trabajador, cariñoso, atento, detallista, gracioso y… Bueno, no sigo porque la lista es interminable y seguro que tienes cosas mejores que hacer.

Nunca pude imaginar que una mujer diera en la diana enumerando mis cualidades. Blanca lo había hecho sin conocerme. Mi mujer, por el contrario, no la creía capaz de conseguirlo tras casi cinco años de matrimonio. Al menos yo no tenía constancia de ello. Este hecho, sumado al modo en que Blanca había lidiado con el cretino, con elegancia y cierta dosis de picardía, dejó claro que contratar sus servicios había sido una brillante idea.

De repente me sorprendí a mí mismo mirando el reloj con insistencia, mientras ella departía animosamente con el cretino, mi amigo y su esposa, quién se había unido al grupo sin darme cuenta.

—Si la agujita pequeña se mueve es porque funciona —bromeó Blanca tras situarse a mi lado. Yo sonreí con cara de idiota—. ¿Tienes prisa?... ¿Quieres que nos vayamos de aquí?

—Miro el reloj porque el tiempo pasa y no falta mucho para que se cumplan las tres horas —me lamenté como un niño pequeño. Luego me armé de valor para preguntarle lo que hasta ese momento no me había atrevido—. Dime, Blanca, ¿tus servicios son solo de acompañamiento?

Ella sonrió.

—No cielo. Soy tuya durante el tiempo contratado y para lo que tú quieras.

—¿En serio? —pregunté incrédulo.

—Claro que sí. Como indico en mi perfil, me gusta dejar a mis amantes totalmente satisfechos y no paro hasta conseguirlo. ¿No lo has leído?

Sí, lo he leído, pero solo por encima pues la urgencia era otra.

Entiendo. De todas formas, ahora ya lo sabes.

Volví a mirar el reloj y calculé que, descontando un cuarto de hora en taxi hasta el hotel, aún dispondría de poco más de una hora.

Despidámonos entonces, porque ya no aguanto más estar aquí concluí totalmente decidido a cumplir mi primera infidelidad.

Si la entrada con Blanca en aquel lugar había sido triunfal, la despedida fue apoteósica ya que a nadie pasó desapercibido el modo en que nos fuimos, con paso firme y abrazados como si realmente fuéramos un matrimonio feliz, percibiendo como a todos se les caía la baba, especialmente al cretino.

Durante el trayecto en taxi, reconocí mi total desconocimiento sobre el mundo de las escort de lujo. Blanca entendió y fue comprensiva, asegurando que poniéndome en sus manos nada debía preocuparme. Tan solo debía dejarme llevar.

Así lo hice apenas entramos en la habitación del hotel donde, siguiendo sus indicaciones, me senté en la cama con las piernas estiradas y la espalda apoyada en el cabecero.

Ella se situó junto a la ventana, se descalzó, apoyó el pie derecho en el asiento de una butaca cercana y, reclinando su cuerpo hacia delante, comenzó a quitarse la media muy lentamente. Nada nuevo ocurrió bajo mis pantalones, pues ya estaba empalmado desde el preciso momento en que subimos al taxi y sus prometedores labios se posaron sobre los míos por segunda vez. La otra media también cedió, luego la cremallera del vestido hasta que este cayó al suelo, quedando vestida tan solo con la ropa íntima, de color rojo, encaje y tremendamente sexy. Mis ojos estaban abiertos como platos, no parpadeaban. Mucho menos cuando Blanca se deshizo del sujetador y sus pechos, prominentes y tersos, quedaron al descubierto. Los pezones apuntaban hacia mí amenazantes, la boca dibujaba besos en el aire, sus ojos hechizaban los míos y el cabello amarillo como el oro adquirió rebeldía tras soltarlo.

Quiero que te tumbes, por favor sugirió mientras gateaba hacia mí desde el otro extremo de la cama.

Obedecí sin decir nada, admirando sus delicadas curvas, contemplando el balanceo de los pechos y la danza de los pezones.

—Ahora, si te resulta violento que enumere lo que puedo ofrecerte, es buen momento para que lo mires en mi perfil mientras te quito los pantalones.

Su voz había cambiado. Ahora su timbre era mucho más sensual y sugerente, casi una caricia para los oídos.

¿Qué significa “GFE”? pregunté.

Blanca sonrió.

Podría decirse que GFE es lo que ha sucedido hasta este momento. Traducido al castellano, viene a ser ‘comportamiento de novia’, o de mujer en tu caso.

Entiendo que se limita al tiempo que has fingido ser mi mujer delante de los otros afirmé sin demasiada convicción. Y, ahora que lo menciono, he olvidado darte las gracias porque lo has bordado. No se me olvidará la cara del cretino mientras viva.

No, no tienes nada que agradecerme. Pagas por ello. No obstante, sabiendo que es la primera vez que estás con una chica como yo, el trato de mujer también puede aparejar llevar la iniciativa en la relación sexual para que te sientas más cómodo. Solo debes decirme qué te gusta.

Quise echar un nuevo vistazo a la web, pero no pude, me resultaba imposible concentrarme porque ella había comenzado a acariciar mi miembro.

Lo dejo en tus manos dije entre jadeo y jadeo.

Entonces, si te parece bien, puedo comenzar con una felación, luego un 69 para que yo también caliente motores y podemos terminar con coito vaginal, eso sí, con preservativo. Ahora bien, si no quieres eyacular en el preservativo, puedes hacerlo en la boca.

Me parece bien.

En cierto modo la situación resultaba violenta para mi hombría. ¿Qué pensaría aquella diosa de mí por muy comprensiva que se mostrara?

Dejé de pensar en ello cuando mi verga se perdió entre sus labios. Ella no tardó en tragarla y escupirla una y otra vez, manteniendo un ritmo constante y prestando especial atención a las zonas más sensitivas, especialmente al glande, donde obtengo el máximo placer imaginable.

El asunto mejoró cuando ella, tras quitarse la braguita, se abrió de piernas sobre mi cara, dejando su rasurado, suave y delicioso coñito a merced de mi lengua, dientes y labios. De ese modo, animado por la mamada que me practicaba, di el do de pecho alternando la boca y un par de dedos para que ella también disfrutara. Si bien es cierto que con mi esposa he aprendido que los gemidos, jadeos y gritos de una mujer no siempre son indicio de un placer real, el expresado por Blanca si me lo pareció cuando empezó a manar una estimable cantidad de fluidos vaginales. Yo los recibí con algarabía, conmovido con aquel regalo inesperado.

¡Hazlo ahora! supliqué fuera de mí. Quiero tenerla dentro de ti. Nunca me perdonaría quedarme con las ganas por falta de tiempo.

Claro, mi amor respondió ella y sus palabras compusieron una dulce melodía en mis oídos.

La vi abandonar la cama, sacar un condón de su pequeño bolso, rasgarlo con los dientes y ponérmelo como si llevara toda la vida haciéndolo. Acto seguido se colocó sobre mí, tomó la verga con la mano derecha, la enfiló y terminó dejando caer su cuerpo hasta que sus nalgas se asentaron sobre mis muslos. Lentamente comenzó a cabalgarme. Sus pechos volvían a danzar con el movimiento, de los labios entreabiertos surgían gemidos desacompasados, los ojos marrones se entornaban y los músculos del rostro adquirían máxima tensión. Que síntomas tan diametralmente opuestos a los expresados por mi mujer cada vez que hacíamos el amor, porque con ella se hacía el amor, no se follaba. Sin embargo, con Blanca sí tenía la sensación de estar follando, jodiendo, fornicando o como se le quiera llamar.  

Miré nuevamente el reloj, angustiado por el maldito tiempo. Sonreí aliviado al ver que disponía de algo más de diez minutos, tiempo más que suficiente para alcanzar la cima.

Con esa intención le pedí que se pusiera a cuatro, mi postura favorita.

Ella aceptó de buen grado, especialmente sonriente.

Así la penetré, sin más gaitas. Sin embargo, antes de comenzar, una duda surgió en mi mente. Bueno, más que una duda era un sueño que quería hacer realidad.

Dime, Blanca, ¿no sería posible ‘un griego’?

Ella suspiró y me temí lo peor.

No, cielo, yo no lo practico. Otras si lo hacen, aunque es un extra, pero yo no.

No importa, preciosa dije resignado. El no ya lo tenía antes de preguntar.

No me quedaba otra que continuar con lo que había interrumpido. Coloqué las manos sobre sus caderas y estuve dándole matarile durante unos minutos, hasta que sus gemidos y movimientos indicaron que Blanca había alcanzado el orgasmo, otro regalo inesperado para mí.

Quiero correrme, Blanca. ¿Puedo hacerlo en la boca?

Ella tardó unos interminables segundos en responder. Comprendí que se recuperaba del orgasmo.

No hay problema, caballero.Interpreté su respuesta como un gesto simpático. Túmbate y yo hago el resto.

Nuevamente atrapó la verga entre sus labios y exprimió el glande hasta que varios chorros de semen se precipitaron contra su paladar. Acto seguido salió corriendo hacia el cuarto de baño. Comprendí que lo hizo con intención de escupirlo dentro del inodoro. Salió con el cuerpo mojado y secándose con una toalla un par de minutos más tarde.

¡Uf! Que tarde es dijo mientras se vestía con precipitación. Por si no lo sabes, el taxi corre por cuenta del cliente pasada la medianoche.

No importa respondí. Dime cuánto es todo, incluido el taxi.

Ella tomó el dinero y dijo algo que jamás olvidaré.

Siento tener que irme precipitadamente, pero en media hora tengo un compromiso y no debo llegar tarde. No te miento si te digo que has sido un maridito increíble. Pregunta por mí otra vez que vengas y nos organizamos mejor. Eso sí, hazlo con antelación porque nunca se sabe. Chao, guapo. Gracias por ser un caballero.

Me dio un beso en los labios y salió de la habitación como alma que lleva el Diablo, llevándose con ella parte de mí.

Puede resultar extraño que lo diga yo, sobre todo teniendo una esposa más que apetecible, pero aquella increíble mujer despertó en mí sensaciones largamente olvidadas. Y lo peor de todo es que me sentí más casado con Blanca durante tres horas, que con mi mujer en los últimos años.

 

No obstante, reafirmo que la vida no me ha tratado mal en términos generales. Y añado que ha mejorado después de aquel viaje a Barcelona. ¿Por qué? Por un lado, porque viajo a Barcelona los primeros fines de semana de cada mes, donde pasó un buen rato con Blanca, si está disponible, o con alguna de las otras chicas, si no lo está, pues me consta que todas son increíbles cuando buscas en Barcelona buena compañía, discreción y cero compromiso. Incluso mi amigo Andreu se ha animado más de una vez por su cuenta, y en alguna que otra ocasión hemos compartido a una escort de lujo, un placer altamente recomendado. Por otro lado, porque mi mujer ha experimentado un cambio drástico de un tiempo a esta parte. Es posible que le haya visto los cuernos al toro sospechando que mi felicidad se debe a otra u otras.

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