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El secreto de Rita Culazzo

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Su nombre es Rita y confieso que su cola siempre ha sido la musa inspiradora de mis pajas. Por tratarse de mi madre, muchos estarán tentados a llamarme pervertido, pero estoy seguro de que hasta el más moralista lo pensaría dos veces al observarla en su andar. Es que la muy hija de puta tiene un ojete que ni en las películas: grande, redondo, respingón, realmente monumental. Cada vez que puedo se lo fotografío en forma subrepticia. Debo de tener más de quinientas fotos de ese culote hermoso, el cual inevitablemente resulta siempre el centro de atención en todos los lugares a donde ella va.

Vale la pena mencionar que siempre ha sido una madre muy cariñosa, buena y abnegada. Ella me adora y yo a ella, pero la verdad es que cuando le miro ese orto divino que tiene me olvido de que es mi madre, me pierdo completamente y lo único que quiero es serruchárselo hasta que se me caiga la verga. En la calle no hay quien no se de vuelta a mirárselo. A mis amigos se les salen los ojos de la cara cada vez que vienen a casa. Algunos intentan disimular, otros se lo fichan con el mayor descaro.

Mi padre goza del privilegio de ser el envidiado dueño del tesoro que todos desean y, al mismo tiempo, sufre el estrés que le provocan los celos, consciente de que todos se babean con el cuerpo de su amada esposa. Ella es bastante recatada, sin embargo. Yo nunca la había visto haciendo ostentación de su particular abundancia antes de la última fiesta familiar en casa de mis abuelos maternos, a la cual mi padre, afortunadamente para él, no pudo asistir

La familia Culazzo había sufrido una suerte de diáspora y ya hacía bastante tiempo que no se reunía. La nostalgia de a poco comenzó a gestar el reencuentro y finalmente el septuagésimo cumpleaños de mi abuelo resultó la excusa perfecta. Mi padre estaba muy ocupado en esos días como para darse el lujo de viajar 600 km y alejarse de sus negocios todo un fin de semana para asistir al cumpleaños de su suegro, así que sólo viajamos mi madre y yo.

El viernes al mediodía tomamos el bus rumbo a la casa de mis abuelos. Mi madre vestía un pantalón de mezclilla muy ajustado que le hacía un culote descomunal. Como ya era costumbre, los hombres se desnucaban para mirarle el orto. Recuerdo que en la terminal uno se ligó un cachetazo de su mujer por atrevido. A mí todo esto me excitaba sobremanera. Mi madre se hacía la desentendida, como si no supiera que tenía un culo capaz de destruir cualquier matrimonio.

Llegamos al caer la tarde, casi al mismo tiempo que las dos hermanas de mi madre con sus respectivos esposos e hijos. Mi madre era la menor de las tres. El emotivo reencuentro estuvo plagado de fuertes abrazos y relatos de viejas anécdotas que generaron mucha risa en un ambiente cálido y distendido. Como era de esperar, con ese pantalón tan ajustado la cola de mi vieja no pasó desapercibida y fue motivo de broma para mis tías, las cuales protestaban con mucha gracia que mi madre era la que había salido beneficiada en el reparto de nalgas.

–Esta culona hija de puta se llevó todo lo que había para las tres –dijo una de mis tías, provocando la carcajada general.

Y tenía razón. Mi madre era la única de las tres que le hacía honor al apellido, ¡y de qué manera! Y no sólo era el culo: las cuatro tetas juntas de mis tías no llegaban al tamaño de una de las de mi vieja. Como si todo esto fuera poco, a diferencia de mis tías, mi madre era hermosa. Realmente parecía de otra familia.

Luego de instalarnos en la habitación que los abuelos nos habían asignado, mi madre se dio un baño y se puso un jean de color verde agua que yo no le conocía. Calculé que era nuevo. Era aún más ajustado y llamativo que el jean con el que había llegado. Cuando la vi quedé pasmado pues, como dije antes, ella no era de hacer ostentación de sus curvas, pero este pantalón le hacía un culo de exhibición. “Comeme” parecía leerse en el bambolear de sus enormes nalgas. ¡Qué delicia!

No pasó mucho tiempo para que descubriera a mis cinco primos, y aun a mis tíos, mirándole el orto, al principio con cierto disimulo, cada vez que mamá se paseaba por la sala. Quien más quien menos, todos se lo fichábamos. También descubrí que a medida que aumentaba la ingesta de alcohol, el mencionado disimulo iba disminuyendo, y esas furtivas miradas iniciales se transformaban en ojeadas verdaderamente descaradas. Este hecho me tenía tan caliente que tuve que ir al baño a hacerme una paja.

Mientras me jalaba la verga con ganas iba vislumbrando la hora de ir a dormir. Era la primera vez que iba a pasar la noche con ella en la misma habitación. Era la oportunidad en mi vida. Varias preguntas rondaban mi cabeza: ¿Se animará a desvestirse delante de mí con lo recatada que es? ¿Qué tipo de ropa interior estará usando? ¿Lograré ver por fin ver su culo desnudo? ¿Me animaré a tocárselo cuando esté dormida? pensaba justo en el momento en el que mi pija explotó como en una erupción volcánica de leche.

La noche se transformó en madrugada en un verdadero clima de fiesta. Comimos en abundancia, bebimos más de la cuenta, reímos, bailamos, le cantamos el feliz cumpleaños a mi abuelo no menos de diez veces, jugamos varios juegos y hasta hubo un improvisado karaoke. Aunque, en realidad, en todo momento hubo una secreta atracción principal que fue el orto de mi vieja, al menos para los hombres presentes.

El tiempo pasó volando. Quedábamos pocos en pie cuando me di cuenta de que ya había amanecido. Mi madre, completamente borracha, por fin decidió ir a dormir. Al verla arrancar tambaleando hacia la habitación, algunos de mis primos y mis tíos se ofrecieron a acompañarla con lujuriosa velocidad, pero les gané de mano anunciando mi voluntad de ir a descansar también.

–Yo la acompaño, no se preocupen –les dije notando sus miradas fulminantes, mezcla de envidia y deseo.

–Gracias amor –me dijo ella arrastrando un poco las sílabas.

Poco después llegamos a la amplia habitación, la cual tenía dos camas: una matrimonial y otra de una plaza ubicada a unos pocos metros. Recuerdo que me senté en la cama más chica y observé el cuerpo de mi madre con total admiración. Su voluptuosidad me abrumó. Quedé como hipnotizado contemplando su exuberante figura. Ella pareció no darse cuenta. Quizá producto del alcohol y el cansancio, dejó de lado todo sentimiento de vergüenza o timidez y comenzó a quitarse la ropa delante de mí, dándome la espalda. Ni siquiera reparó en que la habitación era de esas que no tienen puerta y que cualquiera que pasara por ahí la podía ver.

Lentamente comenzó a bajarse su ajustado pantalón con la dificultad que le imponía la borrachera, sumado al gran volumen de su increíble culazo. En ese momento mi corazón comenzó a latir en mi garganta. Mis ojos se abrieron casi hasta querer salirse de sus órbitas. Mis dientes mordieron fuerte mi labio inferior. A medida que sus delicadas manos iban bajando el pantalón, su monumental culazo fue quedando frente a mis ojos. Yo no podía creer lo que estaba viendo: la muy zorra llevaba puesta una diminuta tanguita rosada que no era más que un hilito que se perdía entre sus tremendas nalgotas. Estaba realmente hermosa con el culo al aire y sin ningún tapujo.

Cuando el jean estuvo por debajo de sus rodillas se inclinó hacia adelante hasta que prácticamente me puso el culo en la cara. Estaba divina. Sus nalgas desnudas lucían mucho más imponentes que con pantalones. Su piel era tersa. Ni pizca de celulitis. Un culo gordo y redondo con firmeza adolescente. A esa altura yo debería tener la lengua por el piso, mientras pensaba que nunca nadie había tenido un apellido tan oportuno. Ella como si nada: tiró el pantalón a los pies de la cama grande y se acostó a dormir, no sin antes darme las buenas noches (aunque ya era de día).

Yo temblaba de calentura. Creo que ni llegué a contestarle el saludo, sólo me tire en mi cama, con la verga hecha un fierro, a intentar digerir la visión de tanta carne. Me preguntaba si sería habitual que usara colaless o sólo lo hacía por esta ocasión. ¿Tan atrevida era en realidad? ¿Mi inocente madre era en verdad una puta? Yo me regocijaba imaginando que se había metido esa tirita en el orto sólo para mí.

Me acosté de lado para poder contemplarla durante su sueño. Ella se había acostado dándome la espalda, pero se había tapado completamente con una sábana, por lo cual sólo podía ver su larga cabellera. Entonces junté coraje, me acerqué a su cama y comencé a cincharle lentamente la sábana buscando destaparla sin que se despertara. Esta especie de falsa actividad paranormal me llevó un rato pero al final logré dejarla con el culo al aire.

El paisaje era soñado. Allí estaba mi vieja, durmiendo colita arriba, en hilo dental, sólo para mí. Estaba que se partía de buena. Yo la miraba una y otra vez y no podía creer que estuviera tan fuerte. Que tuviera ese culo. Se lo miré hasta quedar bizco. Luego acerqué mi mano con intención de tocárselo. Estuve a centímetros, pero no me animé, tuve miedo de que despertara o de que algún desvelado me viera. Y allí no aguanté más, tenía la pija que explotaba y salí disparado al baño a descargarla.

Cuando regresaba a la habitación me encontré con una sorpresa: mi primo Lautaro estaba parado en la entrada mirándole el culo a mi vieja mientras se manoteaba el bulto por encima del pantalón. Estaba como estúpido, seguramente la voluptuosidad de mi señora madre era demasiado para él. Cuando advirtió mi presencia se hizo el desentendido. Me saludó y se metió al baño, obviamente a hacerse terrible paja.

Yo entré a la habitación, le miré el ojete a mi vieja por enésima vez y comprendí al pobre Lautaro. Es que mamá estaba irresistible. Así que tuve la precaución de no reiterar mi descuido y la tapé con la sábana para evitar la tentación de otros que pudieran pasar por ahí… y la mía.

A media mañana me desperté y volví a encontrar intrusos. Esta vez era mi primo Daniel, el hermano mayor de Lautaro. Estaba con la pija afuera y parado al lado de la cama de mi madre, que se había destapado. El atrevido le estaba manoseando el culo con una mano mientras que con la otra se hacía flor de paja. Ella parecía estar en un sueño tan profundo que ni se enteraba de este hecho. El hijo de puta estaba haciendo lo que yo no me había animado. Terribles manotazos en el orto le metía. Le hundía los cachetes con todas las ganas. Su mano, que no era chica, no llegaba a abarcar ni la mitad de una nalga de mi vieja. Tal era el trance en el que estaba el tipo que ni siquiera advirtió que yo lo estaba observando. Entonces comencé a desperezarme como si todavía no lo hubiese visto y recién allí fue que se alarmó. Se fue corriendo pija en mano, seguramente a descargarla en el baño como antes lo habíamos hecho su hermano y yo. Tremenda pija tenía el hijo de puta.

Tras comprobar que mi vieja estaba fulminada, pensé que esa era mi oportunidad para tocar –por fin– su ojete divino. Pero justo cuando me disponía a tirar el primer manotazo amagó a despertarse: giró su cuerpo, balbuceó alguna cosa y luego siguió durmiendo. Yo tuve miedo de que justo despertara y encontrara mi mano en su nalga, así que volví a taparla y me dormí hasta a las dos de la tarde.

Cuando me levanté la familia estaba reunida en el patio dispuesta a comer un asado. El almuerzo fue tan largo que prácticamente se transformó en cena. Tanto fue lo que tomamos que a eso de las diez de la noche ya estábamos todos bastante ebrios. Por esas horas mi madre andaba desaparecida y se me ocurrió buscarla. Entonces comencé a recorrer uno por uno los múltiples ambientes de la gran casa. Recién ahí noté lo grande que era.

Cuando estaba por entrar en la cocina escuché a mis dos tías conversando por lo bajo. Estaban las dos en pedo. Me pareció que hablaban de mi madre, así que me quedé escondido tras la puerta y afiné el oído para escuchar qué decían. Confieso que hubiera preferido no haber escuchado nunca esa conversación. La primera sorpresa fue enterarme de que ellas sabían perfectamente que sus esposos, y sus hijos, estaban todos calientes con su voluptuosa hermana. El culo de mi vieja parecía ser el tema central de la charla. Allí me enteré, con estupor, de que ese fue el principal motivo de separación de la familia:

–No puede tener ese culo la hija de puta, ¿viste como la miran?, se les cae la baba.

–Y sí, acordate que fue por eso que nos mudamos bien lejos.

–Y encima cada vez lo tiene mejor la muy yegua. Ayer se anduvo pavoneando toda la noche. Le encanta que se lo miren.¿Viste el pantalón que se puso?

–Yo lo lamento por mamá y papá, pero mientras ésta tenga ese culo y lo ande mostrando de esa manera no vengo más a ninguna reunión familiar. Estoy deseando que llegue mañana para que nos vayamos y no verle nunca más la cara… y mucho menos el culo.

Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Justamente la familia Culazzo separada por el tremendo culazo de mi vieja. Me hubiera descostillado de risa si no hubiera estado tan perplejo. La charla prosiguió con más revelaciones y alguna que otra teoría conspirativa:

–Esta mañana casi que tuve que atar a mi marido para que no fuera a espiarla. Estaba desesperado.

–Sí, me pasó lo mismo con Juan. A cada rato decía que tenía ganas de ir al baño. Como si yo no me diera cuenta. Al final yo misma la terminé espiando y vi que la muy puta estaba durmiendo destapada y sin ropa interior.

–Tenía una tanguita rosa en realidad, pero era tan chiquita y la tenía tan metida que apenas se veía si te acercabas mucho.

–¡Ah! vos la espiaste también. Y de bastante cerca por lo que veo.

–Y sí… qué más remedio. Pasan los años y sigue teniendo un orto espectacular la yegua. Incluso mejor que antes, diría yo.

–Yo te digo que esto estaba todo planeado. Seguro que hasta papá está metido.

–¿Eh? ¿Papá?

–Pensá: qué casualidad que justo le dieron la habitación que no tiene puerta.

Yo no podía creer lo que estaba presenciando. Pero todo esto no era nada comparado con lo que estaba a punto de escuchar:

–Yo no sé cómo los pudiste perdonar. Yo los hubiera matado a los dos.

–No los perdoné, sólo me callé y seguí. Por mis hijos. Me tragué mi orgullo.

–Pensar que se hace la santita y le gusta la pija más que comer.

–¡Si le gustará la pija a la muy perra! Y Juan está bien dotado, por eso la yegua siempre le anduvo atrás. Pero no quiero hablar de eso. El pobre Julio no tiene la culpa, él ni sospecha que es hijo de Juan, y si es por mí, nunca se va a enterar.

Quizá este sea un buen momento para presentarme. Mi nombre es Julio. Debo admitir que la noticia me dejó estupefacto. Enterarme de esa manera de que era producto de un desliz de mi vieja... ¡De que era hijo de mi tío!

Ahí mismo salí corriendo a buscar a mi madre. Quería increparla, pedirle explicaciones, insultarla. Estaba realmente indignado. Pero no la encontraba en ninguna parte. Parecía que se la había tragado la tierra. Finalmente llegué hasta el lugar más recóndito de la casa: una pequeña habitación ubicada en los oscuros fondos de la casa que se encuentra, a su vez, en el fondo de la casa principal.

Allí encontré a la Sra. Rita Culazzo, mi santa madre, garchando salvajemente con mis dos tíos (o quizá debería decir con mi tío y mi verdadero padre). ¡Qué cepillada le estaban dando, por Dios! Era una doble penetración bestial.

Mi arrecha madre cabalgaba desesperadamente la pija de Juan, mientras que mi otro tío la enculaba sin piedad. Había que ver el tamaño de aquellas dos vergas. Sin duda medían más de veinte centímetros y eran tan gruesas que parecía difícil rodearlas por completo con una mano. Ella tenía una cara de puta viciosa que yo no me hubiera imaginado ni en mis fantasías más sórdidas. Sus enormes tetas se bamboleaban arriba y abajo en forma violenta. Todavía tengo la imagen grabada en mi mente de su carita de trola mientras se relamía y luego se mordía con desesperación el labio inferior. Realmente estaba gozando con aquellos dos monstruosos miembros.

Desde mi posición furtiva pude observar todo el espectáculo. Pronto mi furia fue sustituida por una gran excitación. Pronto mi verga estuvo en mi mano y pronto la descargué derramando unos buenos chorros de leche en el suelo. Mientras tanto, la escena adquiría su máxima temperatura. La velocidad con la cual mis tíos metían y sacaban sus pijas de los agujeros de mamá aumentaba vertiginosamente. Ella cambió sus fuertes gemidos por verdaderos gritos de placer.

–¡Me vengoooooo! ¡Me vengoooooo! –empezó a gritar mientras su cuerpo temblaba y sus ojos se ponían en blanco.

Mi tío, el que la enculaba, tras anunciar también su inminente culminación, procedió a inundarle el intestino de leche. Luego le sacó la pija del culo y continuó vaciándosela en su hermosa cara. Yo nunca había visto una acabada tan abundante. Gruesos chorros de esperma le seguían brotando de la pija y parecían no tener fin. Ella se la chupó con desesperación, tragándose hasta la última gota, mientras con voz de puta balbuceaba una breve teoría que relacionaba la cantidad de leche de la acabada de mi tío con el tamaño de su pija.

Mi tío se apartó satisfecho mientras mamá, lejos de amainar su lujuriosa cabalgata, siguió saltando violentamente sobre el miembro de Juan. Saltaba cada vez más alto y más rápido, hasta que el pobre hombre no aguantó más y no tuvo más remedio que llenarle la concha de leche. La batalla había terminado con el contundente triunfo de Rita Culazzo. Ella pedía más, pero las dos pijas ya estaban blandas y chorreantes, y sus dueños rendidos de tanto placer satisfecho.

Yo volví a la casa y, completamente atónito, me senté a reflexionar sobre el secreto de familia que acababa de descubrir, del cual yo era producto, y sobre la experiencia de ver a mi vieja cogiendo como perra en celo con sus cuñados. La puta no había dejado de sorprenderme en todo el fin de semana.

Al rato los tres volvieron por separado y por diferentes lugares. Mi madre llegó del fondo con paso sinuoso, y bastante desalineada. Siguió de largo sin emitir palabra, se dio un baño y se acostó a dormir, seguramente extenuada. Esta vez se puso una tanguita blanca, tan diminuta y enterrada en ese precioso orto –recién cogido– como la de la noche anterior.

En tanto para mí, pasar una noche más en esa casa fue un verdadero calvario. En vez de disfrutar del culo mi vieja, como había planeado desde el principio, me la pasé vigilando para que no lo disfrutaran los demás. Dormí con un ojo abierto. A cada rato recibíamos visitantes que venían a mirarle el orto. Parecía un desfile. Se iba uno y aparecía otro. Hasta a mi abuelo lo vi espiando en la entrada de la habitación, lo cual confirmó la teoría de mi tía.

El flap flap característico de las jaladas de pija de mis señores parientes se hizo tan frecuente como insoportable. Y fue así toda la noche. Yo trataba de controlar que el ostentoso ojete de mi progenitora estuviera lo menos a la vista posible. Pero, en el ajetreo del sueño, a cada rato la portentosa hembra se destapaba dejando su culazo expuesto a los ojos pervertidos que rondaban la habitación como buitres.

Apenas ella se destapaba yo corría a cubrirle el culo con la sábana. Pero a veces me dormía y cuando despertaba tenía a mi vieja con el ojete al aire, con tan solo una tirita blanca bien incrustada entre sus enormes cachetes, y a algún primo masturbándose en nuestras narices. A veces más de uno. Para colmo todos bien dotados. Era toda una familia de pijudos.

En una oportunidad me desperté y encontré a mi tía (la que el día anterior la había espiado de cerca) arrodillada a los pies de la cama de mi vieja, lamiéndole las nalgas con desesperado entusiasmo. Pude ver como la zorra tomaba la precaución de recorrer con su lengua toda la superficie de las nalgas de mamá, tratando de que no le quedara ni un pedacito de carne sin degustar. Después se las agarraba fuerte con sus manos y se las llenaba de besitos, y le hundía la cara en la raya. Tuve que pellizcarme para comprobar que no estaba soñando.

Pensé que la atracción que generaba ese culo perfecto era tan fuerte que se hacía irresistible para cualquiera y provocaba la violación de cualquier barrera moral por parte de sus víctimas, las cuales éramos atraídas como moscas completamente hipnotizadas. No nos importaba el carácter inmoral del acto, ni que se tratara de nuestra propia madre, hija, hermana o tía, ni que pudiesen descubrirnos, ni que otro ya estuviera espiando, no nos importaba nada.

El domingo de mañana me levanté temprano y, antes de que mi madre despertara, me dispuse a limpiar las viscosas humedades que mis parientes habían dejado por toda la habitación. Una por una, las fui eliminando del piso y de la cama. Por suerte el cuerpo de mi vieja no presentaba rastros blanquecinos; es que si alguno le había acabado en el ojete, seguro que mi tía ya se había encargado de limpiarlo.

A media tarde emprendimos la vuelta a casa, no sin antes participar de un gran show de hipocresía que incluyó abrazos y promesas de prontos reencuentros.

A los pocos días mi madre nos anunció que estaba embarazada. Mi padre saltaba de alegría mientras yo festejaba mesuradamente la llegada de un hermano… o primo.

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