Nuevos relatos publicados: 18

Visitas a mi vecino - (el tío Enrique)

  • 10
  • 8.937
  • 9,35 (17 Val.)
  • 1

Ya sé qué es, lo que me más me gusta; y no es el fútbol. Mi culo, en especial, y todo mi cuerpo, han pasado a ser objeto de mi atención.

Procuro dejarme ver en las duchas, mientras las bromas van y vienen; y observo disimuladamente a mis compañeros.

Y también, me he pasado casi toda la mañana deseando que llegue la hora de la siesta, para ir a casa de Mario.

Esta mañana llegó el nuevo sustituto de Toni. Demasiada expectación, por parte de todos, para verle jugar. A mi me daba igual, yo estaba en otras cosas; y por eso, cuando ha entrado en el vestuario, no me he dado cuenta de que Edu (el masajista), según me han dicho, le ha estado tocando el culo mientras nos lo presentaba el entrenador, que es medio tonto y no se entera de nada. Así que, creo que debo que hacerme amigo del masajista y de Loren (el nuevo). ¿No os parece?

Con Chencho (mi compinche, en cuestiones delicadas) me magreo, de vez en cuando; pero, no pasamos de un buen pajote y punto. Aunque, me gusta mucho; y le he hablado a Mario de él, pero no sabe nada del rollo que tengo entre las manos ahora y, como llevo bastantes días que no quedo con él, pues… anda con la mosca detrás de la oreja. Así que, he decidido invitarlo a comer a casa de mi abuelo, para que conozca a Mario.

—¡Chencho! ¡Me ha dicho mi abuelo que quiere conocerte!; como siempre le estoy hablando de ti…

—¿Sii?, y ¿por qué?...

—¡Joder!, pues... porque eres mi amigo…

—Pues, no sé… no te dejas ver mucho últimamente, que digamos…

—Ya te contaré ¡joder!… confía en mí. ¿Te parece si llamas a tu casa y les dices que te quedas a comer en casa de mi abuelo?... que, tenemos que hacer un trabajo de clase para mañana y lo vamos a hacer esta tarde.

—No sé, no sé… me tienes muy abandonado.

—Venga ¡joder! enróllate, que me lo vas a agradecer…

—No sé… ¡bueno, venga!

Al llegar nos encontramos con Juanjo, que salía de casa de Mario

-¡Ay, que rico estás, cabrón!; y me dio un pico…

—¿Vas a venir esta tarde?… yo no puedo, tengo que hacer. ¡Me da una rabia!…

—Pues... me gustaría presentarle a Chencho. ¿Qué te parece?

—¡Hola!, me llamo Juanjo... que, este no presenta a nadie; y le ofreció su mano

—¡Hola, que tal!…

—Es que, hoy es el cumpleaños de su tío Enrique y ha preparado una fiesta para él. Si queréis ir, estoy seguro que le encantara verte... y más, acompañado de este chico tan guapo.

—¿De verdad?… ¿tú crees que podemos ir?

—Estoy completamente seguro. Además, la gente que viene es muy divertida (y me guiñó un ojo) … les encantará que estéis en la fiesta. Arreglaros un poquito, eso sí; para que vean que estáis de fiesta... y pasaros sobre las siete y media u ocho, que es cuando empieza la cosa. ¡Me tengo que ir chicos!

Chencho me miró atónito y con cara de interrogación

—Bueno, vamos a entrar; que casi son las dos y cuarto y mi abuelo nos estará esperando.

Abrí la puerta de casa y…

-¡Abuuuu!… pasa, pasa…

Mi abuelo estaba en la cocina con la comida. —¿qué hay de comer, abu?… hoy tenemos un invitado.

Afortunadamente, mi abuelo, que es mi cómplice en todo, me siguió el rollo con Chencho. Y nos dio de comer como él sabe hacerlo. Una tortilla de patatas (que tenía hecha), bacalao con tomate y una buena ensalada.

Luego, entramos en mi habitación... y tuve que explicarle, un poco por encima, a Chencho, de que iba el rollo.

Tuvimos que ver que nos poníamos y, por supuesto, asearnos a fondo.

Parece que mi amigo no estaba muy convencido, pero yo le dije que quería conocer a los amigos de Mario.

Nos estuvimos probando ropa hasta que, por fin, decidimos nuestros atuendos.

Nos enfundamos unos dockers; yo azul marino y él negros, yo una camisa blanca y él negra, y una chaqueta negra yo y el también... los pinkies y nuestras Adidas... y punto. Nos pareció aceptable.

Mi abuelo se hizo el tonto cuando nos vio salir: se le notó mucho… y nos dio saludos para las féminas.

Pero en cuanto cerró la puerta, subimos el piso que habíamos bajado en el ascensor; y, con mucho sigilo llamamos a la puerta de la casa de enfrente.

—¡Ay, Dios mio!, Dieguito. No sabes cómo me alegro de que hayas venido hoy… ¿y este chico tan guapo, quién es? dijo Mario

-¡Chsss! ten cuidado, porfa; que no quiero que nos oiga mi abuelo. Venimos a la fiesta. ¿Nos invitas?

—Pero. ¡por supuesto, mi niño! Tu siempre eres bienvenido a mi casa, ya lo sabes...

En el hall de entrada le presenté a Chencho; que también le gustó... y luego, nos hizo pasar al salón.

Al entrar, vimos en un rincón, junto a la puerta de la terraza, a un grupo de tres personas, todos hombres de, al menos, cincuenta años, diría yo; pero de muy buena planta, como diría mi abuelo. Todos con su copa en la mano y charlando animadamente y en el tresillo, dos amigos de Mario, que había visto en alguna ocasión, pero que no conocía, cogían unos canapés de la bandeja que les pasaba un chaval como nosotros, más o menos, o quizás un poco mayor; vestido con pantalón negro y chaqueta blanca, guapísimo. Un negrazo guapísimo.

—¿Has visto? Me dijo Chencho

—Es guapo, el cabrón ¿verdad?

—¡Ya te digo!…

Y nos acercamos a coger algo

El chaval nos vio y sonriendo nos acercó la bandeja para que cogiéramos un canapé...

 y, de repente, sentí una mano que me tocaba en el hombro y una voz muy cálida que me decía: Si queréis una copa, las están preparando en la cocina. ¡Venid conmigo!

—Tu eres Dieguito ¿verdad?

—Si, señor

—Ya me ha dicho mi sobrino que eres muy divertido. Te quiere mucho ¿sabes?

—Si, señor

—¿Y Ud.?, le dijo a Chencho

—Yo soy amigo y compañero de Diego en el equipo de fútbol, señor

—Ah, ¡qué bien! Eres muy guapo ¡eh!...

Entrando en la cocina, salía Mario con una bandeja llena de cócteles y

—¡Vaya!, parece que ya se conocen ¿no?

—Bueno, la verdad es que no me he presentado ¡eh!... pero si, ya sé que son Dieguito y su amigo Chencho…

—Es mi tío Enrique. El que cumple…

—¡Felicidades, señor!, dijimos al unísono…

Y nos echamos a reír los cuatro…

En ese momento entraban otros cuatro señores más y el tío de Mario se fue con ellos.

—Me parece que no hemos acertado hoy ¡eh!, le dije a Chencho

—¿Por qué dices eso?

—¡Míralos! Casi todos son viejos

Y entonces me di cuenta de que Mario estaba con nosotros

—Ya sé, son muy mayores… pero esperad un poco, y ya veréis... a lo mejor os sorprenden

En ese momento, no sé por qué, pero me dio por mirar a ver si veía a mi precioso camarero… y lo vi entre los tres señores del rincón, que le manoseaban discretamente. La chaqueta abierta, la bandeja sobre una mesita y uno de ellos, mas atrevido, le estaba tocando el rabo sin ningún disimulo.

Esto me excitó mucho y Mario se dio cuenta inmediatamente.

—¡Venid conmigo, chicos!, que voy a presentaros a los amigos de mi tío Enrique…

Nos acercamos a la mesa grande, en la que estaban los cuatro invitados que acababan de llegar hacía escasos minutos con su tío Enrique y nos fue presentando a todos, uno por uno. Su tío, encantador, nos ofreció otra copa... y, nos encontramos agradablemente sorprendidos con unos señores que no dejaban de halagarnos y que también empezaban a tocarnos con una gran sabiduría; pues, no opusimos la más mínima resistencia. Ni Chencho, ni yo. Todo lo contrario, nunca me había sentido tan excitado en manos de nadie.

No sé como, pero me encontré encima de la mesa sin pantalones y siendo manoseado por un par de señores que estaban empeñados en saborear mi culo. Con los calzoncillos a medio muslo, sentía sus manos cálidas acariciándome entre las piernas y, otro, que se había colocado debajo, acercó la cabeza con la intención de chupármela, mientras sentía los dedos de alguien, entrando y saliendo de mi ojete...

Sentí un placer inmenso… ¡que placer!

Al levantar la cabeza vi a Chencho, que solo tenía puesta la camisa y uno, un poco mas fuerte que los demás, se la estaba clavando por detrás. Mientras, otro le comía la boca.

Me sentía en la gloria y les pedía que me follaran… quería que me follaran a tope.

Alguien me puso un frasquito en las narices y me dijo que respirara profundamente, y enseguida note como alguien me la metía por el culo hasta el fondo y empujaba una y otra vez.

—¡Aaghhh!...¡follarme! ¡follarme, todos!… ¡quiero que me folléis todos!

Era un placer inmenso... y quería que se parara el tiempo, mientras todos me follaban…

Cuando salí de esa sensación tan placentera, me encontraba en el jacuzzi con Mario y con su Tío Enrique que me devoraban...

¡Que manera de comerme el rabo, el tío de Mario!…

Hubo un momento en que abrí los ojos y vi a Chencho, que entraba en el baño, acompañado de dos señores, completamente desnudo. Le metieron en la ducha y se desnudaron para estar con él y empezaron a explorar su cuerpo, cubierto con gel de baño.

Con sus manos accedían a todos los rincones de su cuerpo. Le manoseaban a fondo... y, en especial, se concentraron durante un buen rato, en ese precioso culo que tiene Chencho, al que no dejaban de meterle los dedos. Le chuparon la polla y disfrutaron de su agujerito hasta que decidieron volver a follárselo. Y se lo follaron, una y otra vez... bajo el agua.

Chencho no dejaba de pedir más.

¡Follarme cabrones!, ¡follarme!... ¡follarme!

Luego me llevaron de vuelta al salón; y, ya, todos estaban follando a saco, como perros. Una orgía en toda regla; y volví a sentir, otra vez, unas ganas locas de tener un buen rabo dentro de mí. Se me acercó el mas fuerte, el que se había estado follando a Chencho antes de entrar en el baño y me cogió en brazos. Me puso frente a él y me la ensartó hasta el fondo…

¡Gauu! ¡que rico!

¡Folladme, todos!… ¡folladme, cabrones!

No sé el tiempo que estuvimos follando a saco porque, yo, no terminaba de saciarme... y pedía más… y más. Y cuando buscaba a Chencho con la mirada, le encontraba en los brazos de varios, que se lo follaban sin descanso; pero, el, como yo, pedía mas… y mas.

¡Mmmmmmmmmmmmm!, ¡que rico!...

(9,35)