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Don Arturo un hombre con suerte

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Siempre que veo una mujer con una canasta en el mercadito de la esquina me acuerdo de una anécdota que viví. Les cuento que yo nací en un pequeño pueblo del interior, quizás demasiado tranquilo para mi gusto porque siempre había tenido el sueño de vivir en las grandes urbes donde cada tanto iba a visitar algunos parientes y todo ese ruido más el continuo movimiento de gente me daba la sensación de sentirme más vivo y seguramente sabía que buscaría mi futuro en ese lugar para cuando fuera más grande.

Pero por supuesto todos los pueblos chicos tienen algo mágico y cuando llegamos a adultos nos trae la nostalgia del recuerdo de nuestra infancia; donde las tardes de futbol con mis amigos y la tranquilidad de cruzar una calle sin apuro eran cosas simples pero inolvidables, donde toda la gente se conoce y las infaltables viejas chusmas que sabiendo vida y milagros de todo el mundo mantenían siempre las expectativa de toda la comunidad con algo nuevo para comentar. A veces resultaban rumores infundados pero otros estaban cargados con datos muy concretos que podían hacer trastabillar hasta el mejor detective del FBI.

Pero volviendo al motivo de mi relato, quiero contarles sobre el personaje más popular y querido del pueblo donde muchas veces habíamos degustado los mejores caramelos y masitas, quizás por no tener hijos tenía el don de hacerse querer por todos nosotros.

Él era Don Arturo, dueño del único almacén de ramos generales, y cita obligada de los tamberos  que no podían dejar de parar a tomarse una copita antes de volver a sus casas. Y los atendía con absoluta paciencia cualidad que lo caracterizaba como así también su aspecto robusto  y bien parecido como solían identificar las damas significando su pinta de galán maduro.

Y hasta se decía que con su carita de bueno guardaba un lado oscuro de sutil conquistador, lamentablemente estaba casado con una vieja gorda y fea, de muy mal carácter la que en varias oportunidades le había hecho pasar momentos incomodos y desagradables insultándolo en presencia de sus clientes, pero por suerte su presencia era bien poca en el lugar pues parecía no interesarle demasiado el negocio dedicándose de lleno a su taller de costura al final de la calle.

En aquel momento el pujante crecimiento del ferrocarril traía mucha gente forastera en busca de trabajo, que en poco tiempo se convertían en nuevos vecinos y por consiguiente nuevos amigos de mi edad para jugar.

María y Pedro eran un matrimonio joven de aproximadamente unos 30 años de edad, que se habían instalado cerca de casa en una vivienda propiedad del ferrocarril para el personal letárgico. Ella era una hermosa mujer de cabello rubio, de trato muy sensual y con un cuerpo espectacular al que no podía disimular con ropas holgadas pues tanto sus pechos como sus caderas delataban su impactante figura. Unos enormes ojos negros como luceros y una sonrisa cautivante adornada con unos labios carnosos siempre bien pintados de rojo  me hacían pensar que hasta podría haber matado por uno de sus besos en aquel momento.

En varias ocasiones había visto a mi padre relamerse ante su figura y buscando una sola oportunidad de comerse ese cuerpito pero no tuvo suerte ya que Pedro su marido parecía ser demasiado aprensivo con ella, le gustaba que se mantuviera al margen de toda conversación con los vecinos puntos que ella acataba parcialmente  y de allí supongo las continuas  discusiones que se oían al pasar.

Pedro trabajaba como capataz interino de los catangos, guarda hilos y cambistas de las vías y aparentaba ser un tipo demasiado recto, de pocas palabras y de un carácter poco amigable, algo que hacía sentir molesto a los demás siendo que todos o al menos la mayoría cultivaban una hermosa amistad.

A los pocos meses de su estadía comenzó a correr un rumor como reguero de pólvora en todo el pueblo y mientras las mujeres se paraban a conversar en las veredas, los hombres se babeaban por María cuando disfrutaba de sus eventuales caminatas matutinas  o realizaba sus compres en el almacén cuando estaba lleno de clientes.

Una tarde después de la obligada siesta para no molestar a papa me junte con unos amigos para ir a jugar a la placita, el sol aún estaba muy fuerte pero nosotros igualmente nos manteníamos entretenidos armando los improvisados arcos con algunas piedras.

Un movimiento entre las sombras de los frondosos árboles de enfrente atrajo mi atención, pero al mirar fijamente veo que es María que se encaminaba directamente hacia el almacén de don Arturo.

—Tan temprano? —me pregunte sabiendo que siempre hacia los mandados al caer el sol, pero un hilo de sospecha me surgió en aquel momento y sin alertar a los demás decidí seguirla.

Al llegar a la puerta el negocio aun permanecía cerrado pero el pequeño golpe de su manita alerto a don Arturo quien abrió de inmediato para hacerla pasar muy gentilmente.

Yo me llegue en silencio hasta la edificación, las cortinas metálicas estaban a media altura y aprovechando la sombra me ubique sobre el vidrio para ver qué pasaba en el interior del local. Sabía que don Arturo se desvivía por atenderla pero nunca imagine lo que pasaría después.

Desde allí no podía escuchar la conversación pero parecían disfrutar del momento por la reacción de sus caras, él tomo su canasta e inmediatamente comenzó a llenarla de mercadería mientras ella miraba los movimientos del hombre que iba y venia y al pasar muy cerca le rosaba sus cadera  o apretaba sus muslos mordiéndose los labios por una lujuria contenida y a punto de estallar.

Luego se pusieron de frente y el tomo de los hombros luego deslizo la mano por su espalda y ella con una sonrisa acepto la invitación para ir a la trastienda.

En ese momento yo hervía de curiosidad e imaginando lo que pasaría me excitaba sobre manera, así que corrí hasta el final del terreno y salte la ligustrina. Una vez adentro camine agachado buscando un lugar estratégico donde ubicarme hasta que oí voces y supe que se encontraban en el depósito, una especie de sótano donde muchas veces don Arturo nos había pedido que le ayudáramos a entrar la mercadería.

Los vidrios de la pequeña ventana estaban sucios y rotos pero un pequeño triangulo faltante en una de sus puntas fue suficiente para ubicar mi ojo que se salía de orbita mirando a la pareja ya abrasados y besándose sin ningún recato.

Las manos de don Arturo la recorrían toda mientras ella solo acariciaba su rostro buscando ese beso apasionado con el que yo había soñado desde el primer momento que la vi.

Mientras él levantaba sus faldas para bajar rápidamente sus bombachas y echarse con furia sobre su raja, ella se apuraba para abrir su blusa y liberar los dos enormes y preciosos pechos con pezones y aureolas rosadas que jamás había visto en mi vida.

Él abarcaba prácticamente todo el cuerpo de la mujer que gemía y balbuceaba incoherencias tratando de hundir cada vez más la cabeza de don Arturo dentro de su vagina. Mientras ella respondía con sacudidas ascendentes de su pelvis que encarnizaban aún más la acción de su macho que habría con todas sus fuerzas sus nalgas blancas hasta dejar la marca de sus dedos en ellas.

Yo nunca había tenido la oportunidad de ver un acto sexual en vivo, hasta ese momento solo algunas revistas que esporádicamente me mostraba algún amigo era la oportunidad de conocer la belleza interior de una mujer y de soñarla en mis brazos como todo joven adolecente.

Pero ahora mi pene sujetado por mi mano estaba sufriendo el deseo incontenible de explotar dentro de mi s pantalones. Cuando don Arturo se retiró para sacarse la ropa

Tuve la oportunidad de ver su hermosa vagina que era como una rosa recién florecida sobre el manto blanco de su piel. Mientras ella estiraba sus brazos impaciente hacia su hombre mis ojos incrédulos miraban su enorme pija  que brotaba de su entrepierna manejándola como un garrote y buscando la humedad que lo esperaba centímetros más abajo. Cuando la empezó a penetrar se unieron en un beso y aunque parecía resbalarse de su posición en la volvía a levantar para ensartarlas más a fondo mientras le arrancaba las suspiros y gruñidos de placer.

Aquello me estaba matando y ya no me importaba que me descubrieran pues mi pito estaba a punto de acabar.

Ella rasguñaba su camisa desprendida y yacía como colgada de su enorme pija mientras gritaba a media vos

—Hacedme tuya Arturo!!!! No aguanto más!!! Mientras gritaba lo que se le venía a la boca. En varias oportunidades le hacía recordar —Tene cuidado Arturo no quiero quedar embarazada... marido me mataría —Noo no, quédate tranquila, respondía él —Vos sabes lo que quiero!!!

Entonces en un momento no sé cómo, la dio vuelta con la agilidad y fuerza que le proporcionaba su morrudo cuerpo y así pude ver su hermoso culo, enorme y carnoso y comprendí que solo una tremenda pija como la de don Arturo podía llenar de leche aquel orificio tan hermoso  y oscuro.

Él le hablaba como ordenándole —Dame el broche de oro —y yo pensaba como no le grita así a su mujer?.... y a esta le dice todo eso? pero seguí escuchando sus pedidos

—Quiero acabar como siempre en él!! Cuando vi que se lo puso yo también explote dentro de mis pantalones  cantidades industriales de semen que inundaron mis bolas.

Al principio el movimiento era lento pero constante, por momentos sus gritos de dolor y sus decisiones me confundían porque por un lado parecía dolerle demasiado aquel enorme pedazo de carne y por otro pedía que no se la sacara. Y así estuvieron un largo rato unidos como dos perros alzados hasta que don Arturo irguiéndose un poco exclamas

—Ahora si mi amor hacerlo acabar!!! Y ella a la vez que movía su enorme trasero en círculos le decía —Dame la leche papi, dame la lecheee a lo que el apuro sus movimientos hasta que produciendo un fuerte quejido de liberación le lleno el culo de leche produciendo varios espasmos posteriores mientras María acariciaba su rostro feliz y satisfecha de tanto amor. Yo sin darme cuenta había tenido otro orgasmo mirando todo un espectáculo de sumisión y poder que lo recordaría para toda la vida.

Posteriormente la pareja disfruto un momento de su unión y luego él acariciando su pelo le dio un corto beso y se levantó para vestirse rápidamente. Como vi que todo había culminado me arrastre hacia atrás silenciosamente y luego salí caminando. Salte nuevamente el cerco y mirando entre mis piernas para ver si se me notaba lo mojado me aleje del lugar caminando casi con las piernas abiertas.

Después de algunos pasos me di vuelta para mirar hacia atrás y vi a María que salía con su canasta llena, tan esbelta y señorona como si nada hubiera pasado.

Dicen que no hay crímenes perfectos pues siempre hay alguien que te ve. Esa tarde yo había podido confirmar el rumor de las viejas chusmas pero quizás si hubiera sido otro lo hubiera contado pero como en este caso era don Arturo y todos lo queríamos por ser como era me guarde el secreto. Y sé que muchos hasta se hubieran puesto contentos porque a Pedro nadie lo quería.

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