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Crónica de una seducción anunciada

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Como en la obra de García Márquez Crónica de una muerte anunciada, yo supe que te quería follar la primera vez que te vi, y tú supiste lo que yo quería en ese momento. Pero, casada digna, esposa fiel de mi reciente socio en la empresa, lo nuestro no podía pasar en esas fiestas de miradas y algún comentario pícaro. Pero el crecimiento de la empresa hizo que tu marido tuviese que empezar a viajar más a ver clientes y supe que era mi momento de atacar.

Es un juego muy antiguo: yo te invito a cenar, copa y baile y ambos dejamos sin decir que hay sexo al final. Es un clásico, lo sé, pero es un clásico porque funciona y con las esposas mal atendidas más. Tú supiste que la seducción estaba en marcha cuando recibiste mi invitación, y yo que tú como mínimo estabas dispuesta a dejarte querer cuando aceptaste. El resto, era la danza antigua.

La cena siguió como debía: alegre, fluida, regada por buenos caldos y algún comentario jocoso de doble sentido. Aunque lo cierto es que lo que más recuerdo es la sonrisa de tus labios, prometiendo cosas si jugaba bien mis cartas. Bailar es el territorio de los roces, las miradas sugerentes y las palabras al oído que apenas se oyen sobre la música. El reino de los sentidos, más que de las razones, y la forma en que bailabas conmigo era más que sugerente, no era un mostrador sino una promesa. 

Cuando aceptaste con una sonrisa que te llevase a casa en el coche, la promesa fue básicamente confirmada. Risas, algún roce juguetón con el cambio de marchas y algunas risas más tras la invitación a esa última copa que nunca nos tomamos. En realidad, no pasamos del pasillo de entrada antes de que mis manos estuviesen en tus tetas y tu lengua en mi boca. La ropa desapareció en algún momento camino del aparador que tienes en la entrada de la cocina, porque cuando llegamos a él tú estabas desnuda en mis brazos con mi polla enterrada en tu interior. Los gemidos llenaron el corredor tanto de tu boca como la mía mientras ambos cuerpos se acompasaban y exploraban el uno al otro. 

La entrega de ambos estaba completada, solo quedaba sellarla con el semen que cubrió tu estómago.

El resto, como quien dice, es historia: un matrimonio que se siguió hundiendo a medida que tu marido viajaba más y tú pasabas más tiempo conmigo, un divorcio problemático, una empresa vendida a un conglomerado chino y una boda tranquila en una bahía de Cancún. Quizás debería haber dicho que era la crónica de una boda anunciada.

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