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El Campamento - Parte 2

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CAMPAMENTO – PARTE 2

El resto de aquella noche me la pasé pensando, tratando de explicarme a mí mismo porque no me había dado cuenta antes de que era gay…

Hasta ese momento había llevado una vida muy normal… Había tenido un par de enamoradas en la escuela, muchos besos con chicas y hasta una manoseada con una de ellas.

¿Cómo había pasado de ser un chico heterosexual ordinario a chuparle el pene a mi amigo borracho en sólo un día? ¿Qué había provocado aquel cambio? ¿Todo aquello era porque vi a Ángel follandose a Jordán? ¿Me había afectado tanto aquella imagen?

No sé en qué momento me quedé dormido, si fue en medio de mis recuerdos de aquella fantástica chupada o en mis intentos por buscar en mis recuerdos alguna pista de mi homosexualidad. Lo único que sé es que lo próximo escuché fue a alguien golpear la puerta de la cabaña con mucha fuerza, tanto que terminó por despertarnos a todos, incluyendo a los borrachos de mis amigos.

―¡Pero qué les pasó a ustedes!― gritó el director de la escuela, entrando furioso por la puerta.

―Nada, director… ―exclamé de inmediato, como reflejo.

―¡Es casi medio día! ―volvió a gritar.

Todos empezamos a mirarnos entre nosotros, asustados por lo que pasaría si el director se daba cuenta de lo que había dentro de los termos que estaba a sólo unos metros de él.

―Lo lamentamos, director. Nos quedamos hasta muy tarde anoche y nuestro despertador nunca sonó―mintió Arturo, tratando de disimular la tremenda resaca que se cargaba.

―¿Y cómo explican que Jordán si se levantó temprano y asistió a todas las actividades de la mañana? ―preguntó, haciendo que todos nos volviéramos hacia el pequeño muchacho que se encontraba medio escondido detrás de él.

―Jordán se durmió temprano ―intervino Pablo, tratando de salvar la situación.

Los cuatro estábamos a punto de entrar en un ataque de pánico, ya que si Jordán estaba con el director, significaba que le había contado lo que habíamos estado haciendo la noche anterior. Si eso era verdad estábamos fritos… El director no tardaría en expulsarnos y mandarnos de regreso a nuestras casas.

El irritado hombre se volvió por un momento hacia Jordán y luego regresó su mirada hacia nosotros.

―Ya que ninguno de ustedes me quiere confesar que fue lo que estuvieron haciendo anoche, todos estarán castigados y no saldrán de la cabaña hasta la cena, luego de la cual tendrán que lavar los platos y las ollas de todo el campamento.

―Pero director… ―intentó quejarse Cristian, pero aquel hombre lo fulminó con la mirada, haciendo que desistiera de sus intenciones.

El alterado director nos dedicó una vez más una de sus mejores miradas de ira y luego salió como un tornado de la cabaña, azotando la puerta.

Todos nos quedamos en completo silencio por unos minutos.

―Gracias por no delatarnos, Jordán ―dije entonces, haciendo que todos se volvieran de nuevo hacia el pequeño muchacho.

―No hay problema ―contestó sin muchas ganas y caminó lento hacia su cama.

―No, en serio ―insistí, volviéndome hacia los ingratos de mis amigos―. Después de cómo te hemos tratado, no merecíamos que nos cubrieras.

―Es verdad ―se unió Arturo―, gracias por eso bro.

―Si gracias ―dijo también Pablo.

Todos nos volvimos entonces hacia Cristian, quien permanecía callado sin mirar de frente a Jordán.

―No hay de qué ―dijo Jordán luego de unos minutos de silencio y luego se echó sobre su cama, cogió su libro y se puso a leer.

Arturo y Pablo volvieron a acostarse y se quedaron nuevamente dormidos en menos de un par de minutos.

Cristian, por otro lado, se dirigió en silencio hacia el baño, caminando torpemente debido a lo somnoliento que aún se encontraba.

―Hey ―dije, tomándolo del brazo antes de que pudiera llegar hasta el baño―, eso no fue muy amable. Jordán se portó muy bien al no delatarnos.

―¿Qué quieres que haga, Adrián? ¿Qué le dé un premio? ―contestó tajante, dejándome frio por la sorpresa. Luego siguió su camino hacia el baño.

Un sinfín de sentimientos encontrados empezaron a hacer fiesta en mi estómago cuando me puse a analizar las últimas veinticuatro horas, recostado sobre mi cama. No sólo había descubierto que era gay y había hecho mi primera mamada, también había estado a punto de ser expulsado por beber alcohol en un campamento de la escuela y me había topado con un lado de Cristian que no me gustaba para nada.

Eran muchas cosas para procesar…

Luego de un par de minutos más, Cristian salió del baño y regresó a acostarse en su cama. Rendido por el cansancio no tardó en quedarse dormido también.

Entonces me puse de pie y me dirigí hacia el baño, no sin antes darles una rápida mirada a todos para confirmar que nadie estaba prestando atención a lo que hacía.

Una pregunta había estado rondando mi mente desde anoche, desde el momento en el que Cristian me dio la nalgada.

¿Realmente tenia buen culo?

Para ser honesto nunca me había fijado en mi parte posterior ya que nunca había tenido la necesidad de hacerlo… Pero con toda esta nueva gama de experiencias, y las palabras y acciones de Cristian, se había despertado en mí la curiosidad por averiguar si era verdad lo que decía.

Con mucho cuidado tomé el espejo que se encontraba colgado en la pared del baño y lo puse en el suelo, apoyado sobre una de las paredes, apuntando directamente hacía la parte baja de mi cuerpo.

Luego, con algo de pudor, me bajé con lentitud el buzo que llevaba puesto junto con mi bóxer, quedándome completamente desnudo frente a aquel espejo.

Por el afán de examinar bien mis nalgas, empecé a cambiar de posiciones para poder verlas de varios ángulos, y luego de observarlas bien pude comprobar que lo que decía Cristian era verdad…

Mis nalgas eran blancas y lampiñas, con unas pequeñas pecas marrones que les daban un tono diferente, exótico. Nunca las había mirado de esa forma, como lo estaba haciendo en ese momento o como Cristian lo había hecho el día anterior. Su forma redonda llamaba la atención, algo de lo que nunca me había percatado antes.

Entonces los recuerdos de la noche anterior, de las manos de Cristian apretándome las nalgas, regresaron a mi mente, haciendo que mi cuerpo volviera a encenderse.

Al verme desnudo frente al espejo, mi mente empezó a volar y nuevos deseos empezaron a aparecer en ella…

¿Qué se sentiría tener algo dentro de mi culo?

Nunca antes me había metido nada por allí… ni siquiera se había cruzado la idea por mi mente, pero ahora sólo en eso podía pensar… Quería saber que se sentía…

Entonces empecé a mirar por todos lados, buscando algo que pudiera servirme como experimento, algo no tan grueso ni tan largo, que sea suave y no me haga daño, pero lo único que pude encontrar fue el cepillo de dientes de Arturo, que tenía un mango de goma bastante suave y lo suficientemente delgado como para que sirviera como primer experimento.

Una vez con el cepillo en la mano no supe realmente que hacer.

¿Debía metérmelo así como así? Realmente dudaba que aquello entrara tan fácilmente, a pesar de no ser muy grueso. No, necesitaba algo para lubricar mi ano, para que el cepillo entrara con mayor facilidad, pero lo único que se me ocurrió en ese momento fue usar un poco de jabón, ya que pensé que haría que el cepillo resbalara y entrara más suavemente.

Decidido a seguir con mi experimento, tome un poco de jabón y lo humedecí en el lavadero, luego levanté una pierna sobre el retrete y empecé a untarme el jabón directamente en mi agujero, mientras observaba mis movimientos a través del espejo que tenía en el suelo.

Luego de que mi ano estuvo bien húmedo, empecé a introducir el cepillo de dientes de Arturo lentamente, sintiendo como mi agujero oponía resistencia al inicio.

No puedo decir que fue dolor lo que sentí cuando los primeros dos centímetros del cepillo lograron entrar dentro de mí, fue más una incomodidad que un dolor, pero el morbo de ver a aquel cepillo entrar entre mis nalgas en aquel espejo me inspiraba a continuar introduciéndolo más y más.

A pesar de tener todo el cepillo ya dentro de mí no sentía ningún placer, ni ningún dolor, solo incomodidad, lo que me decepcionó un poco, ya que esperaba sentir algo del placer que vi en el rostro de Jordán.

Aún obstinado en querer sentir algo más, continúe metiendo y sacando el cepillo de mi culo, aumentando el ritmo poco a poco, a medida que la incomodidad empezaba a desvanecerse.

De pronto la puerta del baño se abrió de golpe, dejándome petrificado por la sorpresa. Entonces Jordán apareció por la puerta, quedándose helado al encontrarme con una pierna sobre el retrete, con el culo al aire y con el cepillo de dientes de Arturo metido entre mis nalgas.

―¡Mierda! ¡Que no sabes tocar! ―exclamé nervioso, maldiciendo en mi mente al idiota que diseño esas puertas para baño sin seguro.

―Lo siento… lo siento ―se disculpó Jordán, con el rostro pálido aún por la sorpresa.

De inmediato me saqué el cepillo del culo y me asomé por la puerta para ver si alguien más se había percatado de aquel incidente, pero todos parecían seguir durmiendo tranquilamente.

Con sumo cuidado cerré nuevamente la puerta y me volví hacia Jordán con una cara de pocos amigos.

―Deberías taparte con algo ―dijo Jordán, señalando discretamente con su mano mi cuerpo desnudo.

De inmediato recogí mi buzo del suelo y me lo puse, volviendo luego nuevamente mi atención hacia Jordán.

―No se te ocurra contarle de esto a alguien ―le advertí, mirándolo lo más serio que pude.

―Vaya… sí que me sorprendiste… Nunca pensé que te gustara… ―dijo Jordán, esbozando una sonrisa maliciosa.

Al parecer aquel chiquillo estaba disfrutando el control que pensaba tener sobre mí por haberme encontrado con las manos en la masa, y debía hacer algo al respecto para que las cosas no se salieran de mis manos.

―No me gusta tanto como a ti ―repliqué, haciendo que borrara su sonrisa de inmediato―. O al menos así parecía la otra noche cuando Ángel te metía su pene sobre la mesa de su cabaña.

El rostro de Jordán palideció al escuchar mis palabras, quedándose helado por la sorpresa.

―Como… quien… ―empezó a balbucear, pero no fue capaz de completar su frase.

―Te seguí aquella noche y los vi a los dos tirando en su cabaña.

Los ojos de Jordán se abrieron grandes al verse descubierto, poniéndose sumamente nervioso.

―Yo… bueno… ―empezó a balbucear nuevamente, apunto de entrar en pánico.

―Tranquilo, Jordán. No se lo he dicho a nadie ni pienso hacerlo ―dije, intentando tranquilizarlo―. Como ya viste estamos en el mismo equipo… No nos conviene andar de bocones.

Jordán relajó un poco su rostro, pero aún permanecía nervioso, como si realmente no confiara en lo que le acababa de decir.

―¿Cómo sé que no se lo dirás a nadie? ―preguntó entonces.

―Vamos, Jordán… me acabas de encontrar con un cepillo de dientes metido en el poto… crees que me conviene contarle a alguien lo que se de ti…

―No es lo mismo ―replicó él de inmediato―. Si yo le cuento a alguien lo que se sobre ti nadie va a creerme… pero si tú les cuentas lo que sabes de mí nadie dudará de tu palabra.

El pequeño tenía razón… su credibilidad y la mía eran muy diferentes, lo que me dejaba algo más tranquilo…

―Bueno, te prometo que no diré nada… puedes confiar en mi palabra.

―¿Puedo? No te conozco ―replicó desconfiado.

―¿Qué puedo hacer para que confíes en mí? ―pregunté, sin saber ya cómo convencerlo.

―No lo sé…

―Bueno entonces supongo que no te queda otra que confiar en mi palabra.

Jordán se quedó en silencio, no muy contento, pero más tranquilo que antes.

Un silencio incomodo se formó entre nosotros por los siguientes dos minutos, hasta que mi curiosidad pudo más que mi incomodidad.

―Oye, ¿puedo preguntarte algo?

Jordán me miro sospechoso, y luego asintió con la cabeza.

―¿Ángel es tu novio? ¿Cómo terminaste tirando con él?

Jordán soltó una pequeña risa, como si ya esperaba aquella pregunta.

―No, no es mi novio… sólo tiramos de vez en cuando.

―¿Entonces lo conoces desde antes?

―Claro… él es mi vecino. Yo soy la razón por la que él decidió ofrecerse como voluntario en el campamento. Se moría de ganas por tirar en un lugar diferente y arriesgado.

―Wow… ya veo… O sea que llevan tirando mucho tiempo…

Jordán vovió a sonreír.

―¿Estás buscando excitarte con mi historia? ―dijo de pronto, haciendo que me sonrojara por la vergüenza.

―No… no… claro que no… Lo que pasa es que soy algo nuevo en todo esto… y quería saber más de cómo son las cosas…

―Sí, ya me di cuenta de que eres nuevo ―dijo señalando el cepillo de dientes y sonriendo divertido.

Avergonzado bajé la mirada, sintiendo mis mejillas calientes por la vergüenza.

―Nunca hubiera pensado que serías pasivo ―continuó al ver que me quedé callado―. Por tu actitud hubiera jurado que eras activo.

Sus palabras me confundieron un poco, ya que no estaba muy familiarizado con ese tema.

―Pasivo es el que recibe y activo el que da ―explicó brevemente al ver la interrogante en mi rostro.

―¿Así? ¿Ósea que sabías que era gay? ―pregunté curioso.

―La verdad no. Te ves bastante varonil… mi radar no fue capaz de detectarte.

―¿Radar?

―Olvídalo... ―dijo esbozando una sonrisa algo burlona―. ¿Ósea que aún nadie te penetra? ¿Eres virgen?

Avergonzado asentí con la cabeza.

―Pero si has penetrado a alguien ya, ¿verdad?

―No… nada de nada… Apenas ayer me di cuenta de que era gay… no he tenido mucho tiempo para experimentar.

Jordán se sorprendió al escuchar mi declaración y luego esbozó una sonrisa amable que lo hizo ver bastante atractivo.

―Hiciste bien al empezar con algo pequeño ―dijo, mirando de nuevo el cepillo de Arturo―, la próxima vez podrías tratar con una zanahoria o un hotdog, depende del tamaño que prefieras.

Jordán hablaba con bastante confianza sobre esos temas, como si tuviera mucha experiencia, lo que me hacía sentir un poco intimidado.

―Si quieres le puedo hablar a Ángel para que te inicie… él tiene mucha experiencia en esos temas.

Mis ojos se abrieron grandes al escuchar la propuesta de Jordán…

¿Ángel? ¿Quería que Ángel me penetrara por primera vez?

A pesar de que me parecía una proposición descabellada, no podía negar que la idea me excitaba un poco. Ángel era un hombre muy apuesto y tenía un cuerpo muy rico… No estaba nada mal para iniciarme como pasivo…

―Nooo de que hablas… No estoy listo aún para eso ―mentí, tratando de recuperar algo de la dignidad que perdí cuando me encontró con el cepillo metido en el poto.

―Sólo fue una idea… él tira rico… lo disfrutarías.

Sus palabras me recordaron el rostro de placer que puso cuando Ángel lo penetraba, aquel placer que mostraba y que yo quería experimentar.

―Y dime… ¿Qué se siente cuando te la meten? ¿No te duele?

Jordán lanzó una pequeña risita y luego me miró directo a los ojos.

―Es la mejor sensación del mundo… Sentir como ese pedazo de carne hirviendo entra duro en mí es una las cosas más placenteras que eh sentido. El dolor se vuelve parte del placer… Es increíble, ya verás cuando lo pruebes.

Sus palabras y el brillo en sus ojos me hicieron empezar a reconsiderar su proposición sobre Ángel. Tal vez no era mala idea dejar que aquel chico me saque de virgen.

De pronto alguien empezó a golpear la puerta del baño, asustándonos a ambos.

―¡Hey! ¿Hay alguien allí? ―preguntó Pablo ― ¿Ya vas a salir? Necesito usar el baño.

―Sí, un momento ―exclamé, mientras me arreglaba y le daba una rápida lavada al cepillo de Arturo.

Tanto Jordán como yo estábamos muy nerviosos, temerosos de que Pablo hubiera escuchado algo de nuestra conversación.

Luego de tomar aire un par de veces, abrí la puerta.

―Todo tuyo ―le dije, y Jordán salió primero del baño, sin siquiera mirar a Pablo a los ojos.

―¿Qué estaban haciendo los dos allí? ―preguntó mi amigo, mirándome con una cara de sorpresa, con quien sabe cuántas malas ideas en su cabeza.

―Nada ―contesté tranquilo―, sólo conversábamos.

Pero Pablo no se tragó ese cuento, y me quedó mirando mientras me dirigía hacia mi cama.

Jordán y yo intercambiamos miradas desde nuestras camas, pero no nos atrevimos a acercarnos a conversar nuevamente, con todos los demás durmiendo a nuestro alrededor.

La idea de que Ángel me penetrara empezó a circular por mi cabeza nuevamente cuando me recosté sobre mi cama. La idea sonaba cada vez mejor y la erección que empezaba a crecer entre mis piernas era prueba de ello.

De pronto alguien empezó a golpear la puerta de la cabaña y luego el director del colegio entró nuevamente como alma que lleva el diablo.

―¡Es hora de levantarse! ―gritó, dirigiéndose hacia las camas donde Arturo y Cristian se encontraban durmiendo.

Ambos se despertaron de golpe al escuchar los gritos del director y se pusieron de pie inmediatamente.

―Necesito tres voluntarios para cargar agua del rio ―explicó y su mirada empezó a oscilar entre todos nosotros.

Al parecer aquel hombre seguía maquinando formas de como castigarnos por lo que habíamos hecho la noche anterior.

―Tú, tú y tú ―dijo luego, señalando a Cristian, Arturo y Jordán―, vengan conmigo.

Y así agitado como entró se fue, llevándose a los tres muchachos consigo.

Un segundo después la puerta del baño se abrió y Pablo asomó su cabeza.

―¿Qué fue lo que pasó? ―preguntó.

―El directo se llevó a los demás para cargar agua del rio ―expliqué.

Pablo asintió con la cabeza y luego me quedó observando por unos segundos, con una mirada extraña que no supe identificar.

―¿Qué sucede? ―pregunté.

―No nada ―contestó nervioso y luego volvió a entrar al baño.

A pesar de que la reacción de Pablo me pareció bastante extraña, no le di importancia y volví a echarme sobre mi cama.

Un par de minutos después, mi amigo salió semidesnudo del baño, llevando sólo una toalla cubriéndole de la cintura para abajo.

Era difícil no ponerse a mirar un cuerpo como el de Pablo, cuando se te presenta semidesnudo frente a ti. A pesar de no tener una figura marcada y formada, su contextura regordeta lo hacía ver muy apetecible. Sus piernas gruesas y su trasero grande empezaron a llamar mucho mi atención mientras se paseaba buscando su ropa.

Entonces de un momento a otro, Pablo se quitó la toalla y dejó al aire libre sus nalgas, a sólo unos metros de distancia de donde me encontraba echado, dándome una buena oportunidad para observarlas de cerca.

Aquel par de nalgas se veían mucho mejor al aire libre, sin nada que las cubriera.

Pablo no parecía tener ni un solo pelo en su trasero, a pesar de que era algo velludo en sus piernas y brazos. El color rosado de su piel lo hacía ver muy atractivo y la redondez de sus cachetes me resultaban increíblemente seductores… tal vez yo no era totalmente pasivo como pensaba.

―¿No has visto mi short negro? ―preguntó de pronto, sacándome de mis fantasías.

― ¿Ah?... No, no lo he visto ―contesté, desviando la mirada de inmediato.

― ¿Me ayudas a buscarlo por fa?

―Sí, claro ―contesté, sintiéndome algo nervioso de acercarme a él con ese par de nalgas al aire libre.

Ambos empezamos a rebuscar entre sus cosas en busca de su famoso short negro, o al menos él lo hacía, yo tan solo me dedicaba a levantar cosas y darle rápidas miradas a aquel hermoso trasero.

―Vaya sí que eres potón, Pablo ―dije sin pensarlo, tratando de sacar un poco la tensión que llevaba dentro, ―. Cualquier flaca queda chica a lado tuyo.

―Ya ya, no me hagas hora ―contestó él, sonrojándose un poco.

―Si fueras flaca, tendrías un montón de chicos detrás de ti ―continué, sin saber exactamente qué era lo que intentaba hacer.

―Tampoco es para tanto ―dijo entre risas.

―No, en serio. Ya quisiera yo comerme una flaca con un culo como el tuyo…

Pablo se volvió a verme, pero no se veía molesto por mi comentario, al contrario, parecía que le había gustado.

No estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero me excitaba.

―Vamos… de que hablas, yo soy gordo… tú tienes un cuerpo perfecto. Puedes tener a la flaca que desees.

Me sorprendió un poco el cumplido de Pablo, pero me agradó escuchar que le gustaba. Las cosas parecían estar yendo por buen camino.

―No estas gordo, así es tu contextura… a mí me parece que estas bastante bien, y con el culo que te manejas seducirías a cualquiera.

Entonces Pablo se volvió nuevamente hacia mí y me quedó mirando fijamente, con un brillo diferente en sus ojos.

―¿Te gusta? ―preguntó nervioso, mirando de reojo la puerta de la cabaña, como si temiera que alguien entrara.

Allí estaba mi oportunidad. La expresión tímida en el rostro de Pablo me indicaba que estaba nervioso, que quería llegar a algo más pero no se atrevía.

Sin titubear dejé la ropa que tenía en mis manos y me volví completamente hacia él.

―Me encanta… Tienes un culo muy bueno ―respondí, y sonreí ligeramente.

Entonces Pablo recorrió el espacio que nos separaba con dos pasos y me plantó un beso en los labios que me tomó desprevenido, dejándome congelado por la sorpresa.

Sus labios empezaron a moverse sobre los míos y su lengua a querer entrar en mi boca. Me tomó un par de segundos reaccionar y responder a su beso, pero cuando lo hice pude sentir como su cuerpo se relajó por completo.

Para ser el primer beso que le daba a un hombre, no estaba nada mal. Pablo besaba muy bien, además que tenía labios carnosos como me gustan.

―Oh Dios… Oh Dios ―suspiraba entre cada beso.

Sin querer perder mi oportunidad, empecé a bajar mis manos por su espalda hasta llegar a sus nalgas, aquellas hermosas y rellenitas nalgas que tanto había admirado hace unos momentos y que ahora tenía a mi disposición.

Las manos de Pablo, al sentir las mías en sus nalgas, empezaron a bajar por mi pecho hasta mi buzo, y se metieron dentro de él, aferrándose a mi pene con fuerza.

De inmediato Pablo dejó de besarme y me quedó mirando a los ojos, luego, sin que yo le dijera nada, se arrodilló frente a mí y de un tirón me bajo el buzo, dejando al aire libre mí pene ya erecto.

Sin pensarlo mucho, Pablo se metió mi pene en su boca y empezó a chuparlo con desesperación, como si estuviera perdido en el desierto y mi pene fuera su única fuente de agua.

Aquella era la primera mamada que me hacían, y a pesar de que no tenía previas experiencias con las cuales compararla, me parecía que Pablo estaba haciendo un excelente trabajo.

Con suma pasión, mi amigo chupó mi pene por un largo rato, jugando con mis huevos, lamiendo cada centímetro de mi piel hasta que toda mi entrepierna estuvo húmeda por su saliva.

Entonces Pablo se incorporó y me quedó mirando por un segundo, y en sus ojos pude ver lujuria pura.

―Métemela ―me dijo casi suplicando y luego se dio vuelta y se inclinó sobre la pared, dejándome sus nalgas a mi alcance.

Nunca me hubiera imaginado que Pablo tenía ese lado oculto, siempre hablaba de chicas y de todas las experiencias sexuales que había tenido con ellas. Quien iba a pensar que era un pasivo lujurioso.

Embelesado con sus hermosas nalgas, me incliné hacia ellas y empecé a besarlas, acariciarlas y a pasar mi lengua por su piel, haciendo que Pablo lanzara suspiros y gemidos ahogados.

Todo su culo olía a jabón, ya que recién salía de la ducha, por lo que me animé a ir más profundo con mis lamidas.

Apenas abrí sus nalgas y mi lengua tocó su agujero, Pablo dio un salto y lanzó un suspiro.

―Sí… sigue por favor… métemela ya… ―suplicaba entre jadeos.

Con mi lengua recorrí cada rincón de aquel rosado agujero, dejándolo lo bastante húmedo como para que mi pene pudiera entrar sin mucha dificultad.

A pesar de que era la primera vez que iba a penetrar a alguien no me sentía nervioso o preocupado, era bastante obvio lo que tenía que hacer.

Una vez que el ano de Pablo estuvo bien húmedo, me incorporé y coloqué mi pene a la entrada de su agujero, haciendo que su cuerpo se estremeciera nuevamente.

Poco a poco empecé a empujar mi pene, con suavidad para no lastimarlo, pero Pablo parecía desesperado por recibirlo y se dedicaba a empujar hacia atrás para que mi pene entrara más rápido.

No me costó ningún trabajo meterlo completamente, lo que quería decir que aquella no era la primera vez que alguien lo penetraba.

Pablo realmente estaba lleno de sorpresas.

Al ver que no le hacía ningún daño y que mi amigo se encontraba deseoso por sentirla toda, empecé a meter y a sacar mi pene con rapidez, aumentando mi ritmo a medida que los gemidos de Pablo aumentaban de intensidad.

―Sí… Métemela toda, Adrián… Así… Dámela toda ―decía entre gemidos, lo que me excitaba aún más.

Luego de un rato, y ya cansado de esa pose, sujeté a Pablo de la cintura y lo llevé hasta la cama, haciendo que se echara boca arriba para poder penetrarlo con sus piernas sobre mis hombros.

Cuando saqué mi pene de tu culo, noté que el ano de Pablo se veía más rosado de lo normal, y me preocupó que tal vez lo hubiera lastimado.

―Métemela de nuevo ―suplicó de pronto y me di cuenta de que aún si aquello le había dolido, mi amigo lo estaba disfrutando, así que decidí no preocuparme más por eso.

Con sus piernas en mis hombros se la volví a meter y pude observar su rostro contraerse de placer.

Sus gemidos se hacían cada vez más fuertes a medida que aumentaba la fuerza de mis embestidas. Pronto en la cabaña no se oía nada más que el sonido de mi pelvis chocando contra sus nalgas y sus gemidos y suplicas para que se la siguiera metiendo.

Luego de varios minutos de metérsela empecé a sentir que el orgasmo estaba cerca.

―Ya me vengo… ―susurré para avisarle.

―Vente dentro de mí… quiero sentir tu leche en mi culo ―suplicó jadeante.

Entonces mi cuerpo no pudo aguantar más todo el placer y mi pene explotó dentro del hermoso culo de Pablo, llenando sus entrañas con leche caliente.

―Oh Dios… oh Dios… ―gemía Pablo mientras mi pene lanzaba sus últimos disparos aún dentro de su culo.

Cansado por mi primera sesión de sexo, caí sobre la cama junto a él, respirando agitadamente, mientras acariciaba su rostro.

―Eso fue increíble ―exclamé.

―Me encantó… ―suspiró él y luego se volvió y me besó.

Ambos nos quedamos en silencio luego de ese beso, recuperando el aliento que habíamos perdido.

―Será mejor que nos demos un baño y nos cambiemos. Los demás no tardan en regresar y no quiero que nos encuentren así ―le dije, incorporándome.

―Sí, tienes razón ―contestó y luego se puso en pie ―Yo voy primero.

Pablo tomó su toalla y caminó desnudo hacia el baño, dándome una última visión de aquel hermoso trasero que me acababa de comer y que me había sacado de virgen, al menos de la parte delantera.

A pesar de que me sentía súper satisfecho por haberme tirado a Pablo, aún sentía mucha curiosidad por sentir un pene dentro de mí. Quería sentir lo que Jordán y Pablo sentían, ese placer que los hacía desbordar de emoción y lujuria.

Luego de aquella experiencia, estaba aún más convencido de que la idea de tirar con Ángel no era para nada descabellada.

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