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La vida de esclava, ¿la vida mejor?

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Cuando desperté me invadió un terror inmenso. ¿Dónde demonios estaba? ¿Y cómo demonios había llegado allí? Estaba tumbada en una cama sencilla, sin sábanas y con una cabecera de barras de hierro. La habitación era fría, húmeda, sucia, apestaba como el baño de un bar y no tenía ventanas. Había manchas de moho en las paredes y en el techo y junto a ellas colgaban látigos, cadenas y cuerdas. Lo más aterrador era que yo misma estaba atada. En las muñecas tenía grilletes de acero que me encadenaban al cabecero de la cama. En los tobillos llevaba otros dos grilletes, pero éstos unidos entre sí por una barra metálica que me impedía cerrar mis piernas.

Intenté liberarme, pero fue inútil. Los grilletes eran fuertes y estaban firmemente apretados. Si no fuera porque su interior estaba acolchado seguramente me habría lastimado las muñecas. Grité durante horas, hasta perder la voz. Primero pedí auxilio. Luego, llena de ira, insulté al desalmado desconocido que me estaba haciendo aquello. Por último, con los ojos llenos de lágrimas y la voz rota, supliqué piedad. No obtuve ninguna respuesta. Entonces lloré y lloré hasta quedarme dormida.

Desperté otra vez y descubrí con amargura que no había sido una pesadilla. Intenté recordar lo que me había pasado. Salí de la universidad con mis amigas, nos tomamos algo y después fui a la parada del bus, donde esperé sola un rato. Entonces… ¿Entonces qué? ¿Qué ocurrió después? Mis recuerdos se perdían entre la niebla. Sólo alguna sensación lograba llegar a mi mente: un empujón, un olor fuerte y nauseabundo que me dejaba sin fuerzas, un chillido de pánico… Pero nada más. Después de eso sólo estaba aquella habitación.

Entonces descubrí una mesita junto a la cama y sobre ella una botella de agua. La botella estaba a la distancia justa para que las cadenas no me impidieran cogerla. Tenía mucha sed, de modo que bebí sin pensarlo dos veces.

Mientras bebía me di cuenta de que necesitaba orinar. Miré a mí alrededor y debajo de la cama buscando un orinal o algo por el estilo, pero no encontré nada. Grité de nuevo suplicando que me llevaran al baño, pero no hubo respuesta. Pensé en hacerlo en la botella, pero aún había bastante agua y probablemente la necesitaría más adelante. Aguanté todo lo que pude, pero entonces empezó a salir. Pude ver como el color de mis pantalones se oscurecía desde mi entrepierna hacia sus alrededores. Sentí la humedad recorrer mi piel, cálida al principio, tibia después, y por último fría. Y así, tumbada sobre un charco de mi propia orina, volví a echarme a llorar.

En aquella mazmorra no había ventanas ni relojes, de modo que no tenía noción del tiempo, Pero a juzgar por las veces que había dormido yo diría que habían pasado tres días cuando por fin oí abrirse la puerta.

-¡Por favor!- Supliqué con voz débil- Suéltame por favor, ya he tenido bastante. Haré lo que sea pero suéltame por favor.

-Yo no puedo soltarte- Contestó una voz femenina, casi infantil. -He venido sólo a limpiarte.

No podía creer lo que veía. La persona que acababa de entrar era poco más que una niña, o por lo menos eso parecía. Era bajita y delgada, con una preciosa y bien cuidada melena recogida en dos coletas. Su pecho abultaba lo justo para no poder considerarla totalmente plana y en su pubis había una ligera mata de fino vello. Su única ropa era un collar de cuero bien ajustado al cuello con una anilla de hierro en la garganta. De sus brazos colgaba un cubo que parecía pesado. Lo depositó al pie de la cama.

-¿Dónde estamos? ¿Por qué estoy aquí encadenada? ¿Y quién eres tú?

-Estamos en una de las mazmorras de Amo. Yo soy Pipí. Amo me ha ordenado limpiarte porque aquí hay mucho pipí.

-¿Amo?

-Amo es nuestro dueño. Amo manda y nosotras obedecemos.

La niña sacó del cubo un gancho afilado. Me estremecí cuando sentí el frío metal en mi cuello.

-¡No! ¡No lo hagas! ¡Por favor!

-Tranquilízate. –Dijo ella mientras enganchaba el cuello de mi camiseta y tiraba para cortarla. –Amo mandó limpiarte y Pipí te limpiará.

Con su gancho afilado, Pipí rajó mi camiseta desde el cuello hasta la cintura, y luego rajó las mangas para poder quitármela sin desencadenarme. Del mismo modo rajó también mi sujetador, mi pantalón y mis braguitas, y me dejó totalmente desnuda.

-Eres preciosa. –Dijo al tiempo que acariciaba mi cuerpo. –Y hueles muy bien.

-Huelo a meados. Me habéis obligado a mearme encima. Esto es asqueroso.

-A Pipí le gusta tu olor. –Contestó ella mientras me olisqueaba la entrepierna

Guardó entonces el gancho y sacó una esponja chorreante, pero antes de limpiarme con ella deslizó su lengua por todo mi cuerpo. Lamió especialmente mi sexo, y lo hacía de una manera que de no ser por el miedo que sentía seguramente me habría producido un orgasmo.

A continuación, con un cuidado y una delicadeza enormes, me frotó todo el cuerpo con la esponja. Continuamente la llevaba de vuelta al cubo para llenarla de agua con jabón. El agua era tibia y agradable, y la dulzura con la que aquella niña me tocaba logró relajarme un poco. Pipí parecía especialmente empeñada en limpiar mis axilas, mis pechos y mi entrepierna. Cuando terminó, me secó con una toalla, cogió una de las cadenas del techo y la enganchó a la barra que sujetaba mis pies. Accionó una manivela y la cadena se empezó a recoger, obligándome a levantar las piernas y llegando incluso a levantar mi cadera unos centímetros. Sacó del cubo una pera de enema y la llenó de agua. Vació el cubo en un sumidero del suelo y lo colocó junto a mi trasero.

-No Has hecho caca en estos cuatro días- Dijo mientras me introducía la boquilla en el ano. –Eso no es bueno, tendré que limpiarte aquí también.

Pude sentir como el agua tibia se derramaba en mi interior. Naturalmente en este tiempo también había tenido ganas de defecar, pero eso si había podido contenerlo. En seguida un hedor apestoso inundó la habitación al tiempo que mis heces inundaban el cubo. A pesar de lo desagradable que era la situación, el alivio que sentí en aquel momento fue maravilloso. Pipí cogió de nuevo la esponja y me limpió bien. Incluso me metió un dedo en el culo para limpiarme por dentro. Cuando acabó, me abrió el ano con dos dedos, acercó su nariz y olisqueó fuerte para asegurarse de que estaba bien limpia.

-Amo no quiere que te ensucies más. –Dijo mientras desenganchaba la cadena de mis piernas. –Pipí estará escuchando. Si tienes que hacer pipí llámame y Pipí se encargará de todo.

-Espera, Pipí, no entiendo nada. ¿Por qué hacéis esto? ¿Por qué me tenéis encadenada? Me muero de hambre… Por favor… Quiero irme a casa.

-Estás a salvo ahora. Amo cuida de nosotras.

Me acarició el rostro y me besó en los labios antes de irse a vaciar el cubo. Al poco rato volvió con una bandeja llena de comida. Carne, pescado, pan, fruta, ensalada y agua. Lo devoré todo con ferocidad. Quizá fuera el hambre, pero me pareció delicioso. Cuando terminé Pipí se puso a recoger los platos.

-Ese Amo del que hablas… ¿También te secuestró a ti, Pipí?

-No. Amo me salvó. Me trajo aquí para obedecerle y para hacerme feliz. Tú también le obedecerás y también serás feliz.

-¿Cómo puedes decir eso? Mira lo que me está haciendo. Me duele el cuerpo de estar tumbada, estoy desnuda y humillada, casi muero de hambre…

-Lo entenderás cuando conozcas a Amo. Amo es bueno y amable con las chicas que le obedecen.

-¿Y cuándo le conoceré?

-Pronto. Dos días o tres. Yo cuidaré de ti durante ese tiempo. Te traeré comida y te ayudaré a Hacer pipí.

-Por cierto… tengo ganas de… hacer pipí.

Ella se tumbó en la cama boca abajo, con la cabeza entre mis piernas y la boca bien abierta frente a mi vagina.

-Adelante- Dijo –Estoy lista

-¿Cómo? ¿Quieres que lo haga en tu boca?

-Soy Pipí, así que está bien.

-¿Por qué no traes el cubo otra vez?

-Porque soy Pipí. No te preocupes, Amo me mandó cuidar de ti.

-“Dios mío”. –Pensé yo. –“¿Esto es real? ¿Acaso ese tal Amo ha lavado el cerebro de esta dulce niña? ¿Me hará lo mismo a mí? Tengo que escapar como sea…”

No quería orinarme en la boca de aquella chica tan dulce, pero ella lamió mi clítoris con suavidad al principio, y luego con más energía. Me introdujo dos dedos y los movía arriba y abajo dentro de mí, haciéndome gemir. Al final no pude contenerme. Me provocó un orgasmo y la orina comenzó a salir. Ella apretó sus labios alrededor de mi uretra y se lo bebió todo sin derramar ni una sola gota. Cuando terminé, me besó en la vagina, luego en el ombligo, en un pezón, en el otro y finalmente me besó en los labios y se fue.

Durante los tres días siguientes Pipí me lavaba a diario y me traía desayuno, almuerzo y cena. Siempre que lo necesitaba, gritaba su nombre y ella acudía a beberse mi orina. En la mañana del cuarto día llamé a Pipí, pero en su lugar entró un hombre de unos cincuenta años, gordo y medio calvo.

-¿Quién eres? –Le pregunté.

El me abofeteó.

-No te he dado permiso para hablar. Yo soy tu amo y tú me perteneces. Obedecerás o sufrirás.

-¡Suéltame! ¿Por qué me haces esto?

Él no contestó. Cogió la cadena del techo, la enganchó a la barra que mantenía mis piernas abiertas y accionó la manivela hasta que mis pies casi tocaban el techo, dejándome completamente colgada cabeza abajo. Del bolsillo de su pantalón sacó un collar como el que llevaba Pipí, de cuero con una anilla de hierro en la garganta y me lo puso bien ajustado.

-Como eres nueva aquí, sólo hoy perdonaré tu insolencia y te permitiré algunas preguntas. Hago esto porque eres mía y porque me place hacerlo.

-Por favor… Basta. Quiero irme a casa.

Amo cogió una fusta de la pared y me azotó con ella en las nalgas.

-Ahora esta es tu casa, y podrás elegir entre vivir en desgracia en esta mazmorra o complacerme y vivir conmigo en mi palacio.

-No, por favor, no quiero…

-¡Pipí!

La chica acudió inmediatamente a la llamada de Amo. Se arrodilló ante él, bajó su bragueta, sacó su arrugado pene y se lo metió en la boca. No pude verlo, pero por el sonido supe que se estaba orinando en ella.

-Pipí es una buena chica. Hace todo lo que le digo y a cambio vive como una reina, rodeada de lujos y comodidades. ¿No es cierto, Pipí?

-Así es, Amo. Amo es bueno y generoso y me hace muy feliz. –Contestó cuando terminó de tragar.

-Efectivamente, soy duro y cruel con las putas rebeldes, y hago feliz a las chicas dulces y obedientes. Así es el Amo, y tú vas a descubrir enseguida lo feliz que puedes ser conmigo.

De su bolsillo sacó un par de pequeños vibradores. Se acercó a mí y me introdujo uno en el ano y otro en la vagina. Cuando los activó un cosquilleo recorrió mi cuerpo. Pipí se arrodilló junto a mí y comenzó a masajearme los pechos y a succionar mis pezones. Mientras, Amo recorría mis labios vaginales con su lengua y hacía círculos alrededor de mi ano con un dedo.

-¡No! –Jadeé. –Hace un rato que quiero orinar, si me hacéis esto yo… no podré aguantar…

Me ignoraron. Continuos espasmos sacudían mi cuerpo colgado y nuevamente con el orgasmo se me escapó la orina. Amo se apartó, pero Pipí permaneció jugando con mis pechos. Mi chorro dorado salía disparado hacia arriba y volvía a caer mojándonos a las dos.

-Te ha gustado, ¿verdad? –Dijo mientras me descolgaba. –Ahora daremos un paseo, te enseñaré mi casa, y tú decidirás donde prefieres vivir, ahí arriba o aquí abajo.

-¿Por qué me haces esto a mí?

-¿Y por qué no? Eres hermosa. No hay ninguna razón en concreto, simplemente te atrapé.

De vuelta en la cama, Amo sacó de otro bolsillo una correa que enganchó a la anilla de mi cuello y una llave con la que soltó mis grilletes. Intenté levantarme, pero tras una semana atada a la cama mis músculos no tenían fuerzas y caí de rodillas.

-¿No puedes andar? Pues tendrás que ir a cuatro patas como una perra. Pipí, corre a traerme el disfraz de perra.

-Inmediatamente, Amo.

Poco después Pipí regresó con una diadema con orejas de perro y un tapón anal con cola de perro. Me puso la diadema y me hurgó en el culo para sacar el vibrador antes de meterme el tapón anal. Cuando estuve lista, Amo tiró de la correa para obligarme a gatear tras él. Salimos de la habitación, recorrimos un pasillo oscuro y sucio y subimos unas escaleras.

No podía creerlo. Encima de aquella mazmorra había una enorme y lujosa mansión. Recorrimos un pasillo con varias puertas a los lados. De una de ellas salían jadeos femeninos. Amo abrió la puerta y vi a dos mujeres haciendo el amor y a una tercera introduciéndose un consolador enorme. Nos miraron y saludaron al Amo sin interrumpir su actividad.

-Tetas, ven aquí

-Si Amo. A tus pies.

Una de las que estaba haciendo el amor se levantó y vino a arrodillarse ante Amo. Decir que sus pechos eran grandes sería quedarse muy corto. La que se metía el consolador fue a juntarse con la que acababa de quedarse sola.

-Vamos a la bañera a lavar a esta Perra sucia de meados. Acompáñanos.

-Como desees, Amo. Encantada de conocerte, Perra. –Dijo ella, y acto seguido me besó en los labios mientras me acariciaba mi pelo mojado de orina.

Seguimos por el pasillo. Yo aún tenía dentro el vibrador que Amo me había puesto en mi vagina, y con cada paso se movía y me excitaba cada vez más. Podía sentir como mis flujos vaginales brotaban y resbalaban por mi muslo. Llegó un momento en el que me temblaban las piernas y no podía seguir.

-Amo… -Dije

-¿Qué te pasa, Perra? Estás temblando.

-Mi… Mi… Vibra muy fuerte dentro de mí… Pero puedo… No consigo…

-¿No puedes qué?

-No consigo correrme. Si no me corro… no puedo gatear.

-Así que quieres correrte. Bien, pídemelo.

-Por favor Amo… Haz… Haz que me corra.

-Por desgracia, Perra, ahora mismo no puedo hacerlo. Mira, si tuviera mi polla dura, te la metía ahora mismo y tú te correrías como una loca, pero como ves ahora está blandita y no te la puedo meter.

-Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no, Perra?- Dijo Tetas.

Me arrastré hasta Amo y le acaricié la entrepierna, primero con las manos, y al ver que no conseguía nada, también con mi rostro.

-Así no la levantarás, Perra. –Dijo Tetas. –Amo necesita algo más estimulante.

Entonces le bajé la bragueta y le saqué la colita pequeña y arrugada. Deslicé el prepucio hacia atrás y lamí suavemente su glande. Me la metí en la boca y succioné mientras sacudía mi cabeza adelante y atrás. Entonces, poco a poco, su pene fue creciendo y poniéndose duro. Por fin Amo se puso detrás de mí, hurgó en mi mojado coño para sacar el vibrador y de un brusco empujón me clavó su polla hasta el fondo. Tetas se sentó delante de mí y empezó a masturbarse vigorosamente mientras miraba como Amo me follaba bien duro, como a una perra. Con una mano se frotaba rápidamente el clítoris y con la otra metía dos dedos en su coño y dos en su culo a la vez. Yo estaba tan caliente que no tardé en correrme, pero Amo aún tenía energías para rato. Mientras me follaba, me agarró mi cola y se puso a moverla de un lado a otro, con lo que el tapón que la sujetaba en mi culo se movía y me hacía gemir. Pude correrme otra vez más antes de sentir la descarga de semen de Amo en mi interior.

Continuamos nuestro paseo mientras la cálida leche de Amo se salía de mi coño y me recorría los muslos. Por fin llegamos al baño. Más que un baño, era un SPA. Había varias bañeras, jacuzzis, hidromasajes, una sauna, y no sé cuántas cosas más. Nos metimos en la bañera más grande, cuya agua estaba muy caliente. Tetas se sentó a horcajadas encima de Amo y éste empezó a chuparle los pezones mientras ella le acariciaba la cabeza.

-No suelo compartir la leche de Tetas a menos que sea para una recompensa. –Me dijo Amo. –Pero en esta ocasión, supongo que puedo hacerte un regalo de bienvenida.

Amo agarró un pecho de Tetas y lo puso con el pezón apuntando hacia mí. Entonces lo estrujó y un chorrillo blanco salió disparado de su pezón y se estrelló contra mi cara

-Vamos, Perra, ven a beber.

Me acerqué. Tetas pasó su brazo por detrás de mi cuello y empujó mi cabeza con dulzura hacia su busto. Amo estaba otra vez mamando de un pezón, y yo hice lo mismo con el otro. Nunca había bebido algo tan dulce, y las cálidas caricias de Tetas eran muy relajantes. Así, mientras mamaba y veía a Amo mamar con los ojos cerrados y una expresión plácida como un bebé, me puse a pensar. Pensé en la universidad, en mis amigas y en mi familia. Pensé en la mansión, en todos los lujos que había visto en ella. Pensé en Pipí, en Tetas y en lo amables y dulces que habían sido conmigo. Pensé en lo horrible que había sido la mazmorra y lo maravilloso que era aquel baño. En fin, pensé que quizá ser Perra no fuera tan malo, después de todo.

(9,05)