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La zorra de mi cuñada

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Mi nombre es Esteban. Soy profesor de literatura, tengo 35 años y, hace dos años atrás, un bonito jueves de marzo el amor me puso en frente de la mujer de mi vida. Desde entonces Milagros y yo somos novios. Ella es 8 años menor que yo, tiene un especial encanto para sorprenderme siempre y es profesora de idiomas. Además me encanta que mis amigos se ratoneen con mis tetas impactantes. Se hacen los boludos, pero puedo ver cómo se emboban sus ojos en el escote de Mily en las reuniones o juntadas. Solo uno de ellos, Ramiro, me sinceró que un par de veces se pajeó imaginando que las tetas de Mily eran succionadas por sus labios. Recuerdo que me puso al palo cuando me lo contó.

La cosa es que, hace unos seis meses tuve que tomar la decisión de mudarme a la casa de Mily. No podía seguir pagando el caprichoso alquiler de mi modesta casa, y me había jurado no volver a lo mis padres. Ellos me recriminarían todo el tiempo que no los visitaba, olvidando seguramente que fueron ellos quienes me echaron como a un perro cuando abandoné la carrera de medicina.

En la casa de Mily fui coronado y bendito entre todas las mujeres. Allí vivía Irma, mi suegra, una señora solitaria que dedicaba horas a la docencia universitaria. También Beatriz, la tía de Mily, que se desempeñaba en el área jurídica como fiscal. Y, como si fuéramos pocos, vivía Florencia, mi cuñada, una pendeja de 18 que recién terminaba el secundario y se enorgullecía con su año sabático.

Allí todos complacían mis gustos en la comida o en la bebida. Yo tenía permiso para reparar, organizar o remodelar lo que quisiera.

Mily trabajaba todo el día. Yo en cambio solo por la mañana. A la tarde, a eso de las 6 nos reuníamos todos para merendar. También compartíamos la cena. Pero la única que vagaba siempre por la casa era Florencia. No me molestaban sus insolencias hacia su madre, o que no colabore de ninguna forma con la casa, o que se levante a cualquier hora, o que usara desmesuradamente el teléfono para concertar sus encuentros. Lo que me perturbaba era que se paseara todo el día en bombacha y remerita por toda la casa. Apenas yo llegaba a almorzar tenía que despertarla, y desde entonces comenzaba mi tortura. Ni siquiera se vestía para sentarse a la mesa conmigo.

No es que fuera linda o tuviera algo superlativo. De hecho es gordita, tiene pecas en la cara, su pelo está bastante mal tratado a causa de las tinturas, es re mal educada y le cuesta bañarse seguido. Supe por Mily que fuma mariguana desde los 15, que nunca fue buena alumna en el colegio, y que está peleada a muerte con una de sus primas por querer cogerse a su novio.

Con estos antecedentes, yo no podía evitar algunas veces que se me pare la pija al verla. Para colmo, al tiempo de mi estadía allí, algunas noches la oíamos con Mily desde nuestro cuarto con su huesito de turno. Una vez ella se levantó avergonzada para pedirle que controle sus gemidos.

Su madre y su tía ya no le prestaban atención, hartas de sus desobediencias. Una vez la vi arrodillada en el patio de la casa cabeceando encima de la pija de los pibes del barrio, el que solía traerle buenas flores. Esa vuelta sentí que era mi pija la que se interponía a sus gemiditos y hacía que su lengua juguetona la recorra por todos lados, hasta que mi leche le empache la pancita. Me pajeé viendo todo sin censura, y cuando el flaco le abrió bien la boca para que su semen comience a fluir en su garganta, yo me acababa en la mano derecha como un nene inexperto. Corrí al baño y luego, como si nada la llamé a almorzar.

Ella también se sentó a mi lado a comer fideos con manteca, con la remera salpicada y con una bombacha blanca que se le caía al caminar. No me provocaba necesariamente. Pero hacía cosas para que yo la mire.

Otra siesta por ejemplo, apenas oyó el silbato del heladero en la calle me dijo: ¡a que salgo así y le compro un helado, y no me lo cobra… vos querés uno?!

Sonrió y salió a la vereda en calzones y musculosa. También recibía así a Sofía, su mejor amiga, al vecino de las flores, a su sobrino de 15 años que a veces venía con asuntos escolares para que le demos una mano, al pibe de al lado que siempre la invita a fumar o al guacho que luego la haría gozar en su inhabitable dormitorio. No tenía escrúpulos.

Cierto mediodía la encontré llorando tirada en el sillón, sin consuelo y con su celular hecho añicos en el piso.

¡Vamos Flopy, todo tiene solución… no sé qué te pudo haber pasado, pero…!, tartamudeé intentando animarla. Ella dijo entre mocos y palabras apretadas que está hiper caliente con el pibe del kiosko, pero que él no le da bola. La trata como el culo cuando le compra o ni la saluda cuando ella se desvive por hacerlo si lo ve en cualquier lado.

Compré unas pizzas y le insistí para que comamos juntos. Sabía que le gusta el vino. Así que abrí uno y, hasta le permití que se fume un fasito. No le acepté cuando me convidó por más que hasta me lo arrimó a los labios. La sensación de su fría mano en mi cara, más la visión de sus gomas desnudas y sus piernas completamente abiertas con la tanguita transparentando su vulva rosada hicieron que mis testículos quieran revelarse en su boca fresca. De inmediato levanté la mesa y me fui a recostar un rato, ya que no quiso abundar en su tema amoroso. Igual me agradeció por escucharla.

Al otro día me acompañó a mi habitación a ver una película, pero el stress de los indisciplinados alumnos en mi cabeza me instaron a quedarme dormido a los 15 minutos. De repente siento su mano en mi abdomen.

No podía tener la cabeza tan desencajada, pero mi pene elevaba la sábana y mi slip al saber que aquella manito andaba muy cerca de anidarlo, apretarlo o acariciarlo. Opté por fingir que dormía y hacer de cuentas que era un sueño absurdo y punto. Aunque en segundos la palma de su mano subía y bajaba por mi tronco con especial sutileza. No había forma de ocultar mi erección, y ella tampoco reprimió suspiros y jadeos tenues, mientras intuyo que se tocaba por el movimiento de sus piernas. Además su otra mano no andaba por mi cuerpo. De pronto se levantó como una bala y corrió al baño. No aguanté y me hice una paja burda en su ausencia. Ya no me importaba si me descubría a su regreso, aunque éste no se dio.

A los dos días, ella trajo una peli de suspenso y, a pesar de mi poco tiempo para corregir exámenes fuimos a verla. Me daba apuro rechazarle los alfajores de cacao y café que había comprado con tanto cariño. Realmente la peli era un bodrio rotundo. En 20 minutos mi mente ya viajaba en un sueño profundo, el que fue interrumpido cuando la oí decir entre dientes: ¡qué pija tenés guacho, uuuuuuy!

Allí noto que el glande transgrede el elástico de mi bóxer y mi erección es admirada por sus ojos rojos por todo lo que había fumado a la mañana con su amiguita. Estaba sentada, en tetas, con una mano en la vagina y la otra alternando dedos en su boca.

¡flopy, por favor, esto es una locura, y no vuelvas a destaparme así, o no más pelis conmigo!, le dije sin convencimiento.

Pero ella se sacó la bombachita roja de un salto y me la acercó a la cara repitiendo varias veces: ¡te gusta el olor a concha de tu cuñadita?, te gusta mirarme las gomas?!

La olí con culpa aunque mordiéndome la carne por no violarla ahí nomás. Le vi la conchita depilada como un resplandor inocente, con su botón frenético visible y al rojo vivo. Vi cómo se pegaba en la cola mientras relojeaba mi dureza y continuaba sujetando su calzón a mi nariz extasiada.

¡dejame oler tu pija, y te juro que no le digo ni una palabra a la Mily!, dijo osada y sin prejuicios. No esperó mi respuesta. Corrió un poco mi bóxer y acercó su cara a mi pene indomable, gimió en cada inhalación mientras se colaba dos dedos en la vagina, y al parecer se moría de ganas por chuparlo.

Pronto un grito ensordecedor le hizo temblar las piernas, le llenó de brillo las pupilas y de un pequeño huracán de flujos a sus laboriosos dedos. Se fue con signos de arrepentimiento, desnuda y bamboleante, al tiempo que yo me bañaba el pecho y el abdomen con una incesante lluvia de leche.

El tema fue que por la noche, cuando yo me lavaba los dientes Mily me llamó intranquila desde nuestro cuarto.

¡¿De quién es esta tanguita?!, preguntó con semejante objeto en la mano. Le dije que seguro es de Flopy, y le expliqué que vimos una peli en la siesta. Por supuesto, me vi en menos de lo que canta un gallo en la calle, sin laburo, en tribunales intentando demostrar mi inocencia y, sin novia. Otra vez a lo de mis padres, sin un mango y arruinado.

Mily, tras un silencio de velorio me preguntó si quedaban tostadas para mañana, si vino el repartidor de sodas y si me había acordado de pagar los impuestos. Nada hacía pensar que algo pudiera estar mal. Pero apenas me acosté me dijo:

¡ojo con Flopy en la cama, es re toquetona, te va a tocar a vos, y yo la voy a tener que reventar!

Pronto Mily estaba encima de mí con sus tetas presionando mi pecho y con su conchita pugnando por atrapar a mi pene incrédulo pero tan hinchado como siempre. Cogimos así un rato, y apenas le acabé adentro abandonó su posición para mamármela haciendo toda esa clase de ruidos que logran las peteras audaces. En cuanto la tuve dura otra vez volvió a subirse mí, y mientras le amasaba el culo y ella se movía como para prenderse fuego me hizo oler la bombacha de Flopy.

¡¿te gusta mucho esto no, te excita el olor de la mugrienta esa, te calienta mirarla semidesnuda todos los días, fumada, con olor a pichí, el pelo sucio, verla ir y venir de un guacho al otro, tenerla en la cama como a una nenita sin pañalines, te excita esa zorrita eh?!, decía mientras acababa exultante, agitada y confundida por la rabia, desquitándose con cachetadas y metiéndome la bombacha de su hermana en la boca. Cuando todo terminó le dije que mañana lo hablábamos, pero que nada es como ella cree.

Mily me calmó como a un niño con un beso de lengua fatal, y se dio vuelta para que la abrace como todas las noches.

Al otro día Flopy brindó su espectáculo gratis en la cocina y, yo tuve que ser su espectador. La piba estaba arrodillada con dos pendejos que le intercambiaban las pijas a su boca. No tenía más que un top manchado y una bombacha cuando uno de ellos le apoyó las nalgas en la mesa y sin un tipo de cuidado le ensartó la verga en la concha. Ella gritó un poco, pero al rato el gordito le tapaba la boca sin dejar de penetrarla, y el otro se pajjeaba.

¡llename toda de leche guachito, si sos re putito vos, te encanta que te hagan la cola como a las putas!, le gritoneó Flopy cuando su inteligencia al servicio de la calentura le hizo notar que el pendejo se la largaría toda. Enseguida el cuerpo de Flopy se desmoronó en la mesa y el gordito retiró su ejército de su escondite para vestirse y esperar. Ella se incorporó mientras le chorreaban borbotones de leche de la concha y se arrodilló para fregar sus tetas contra la pija parada del tal Runi. No pasó ni un minuto que el gil se fue en seco sobre sus gomas, que divisaban algunas quemaduras de faso. Los pibes se esfumaron cuando Flopy se ponía lo mismo que traía, y sin lavarse nada descongeló unas salchichas para que yo arme unos panchitos.

Fue imposible almorzar a su lado. Cada vez que la miraba decía cosas como: ¡ahora que estoy cogidita me voy a echar flor de siesta… qué buena que soy viste?, me tomo toda la lechita y no pongo cara de asco!

No era saludable prestarle atención, ni aconsejarla, ni mucho menos desafiarla. Mily me preguntaba por las noches cuál se había mandado su hermana. Su madre discutía encarnizada con la infame de su hija por los gastos desmedidos en la tarjeta de crédito, y su tía vivía rogándole que se bañe y se vista con decencia. Pero Flopy no escuchaba.

Al fin una noche de sábado frío y gris, Mily y yo invitamos a Flopy a ver una peli argentina que se había estrenado recientemente, y al parecer cosechó buenas críticas. A las 9 de la noche los tres estábamos en la cama, entre las sábanas, tomando un espumante y riendo con la peli. Yo estaba en el medio de las dos, en bóxer y camiseta. A mi derecha Mily ya tenía los cachetes colorados, ya que en general no tomaba alcohol, y se sentía cómoda con su vestidito transparente.

Flopy fumaba su pipa a mi otro costado y, ni con el humo de la hierba quemada disimulaba su olor a poca higiene. Solo tenía una bombacha de algodón blanca y un corpiño deshilachado. En la mitad de la peli Flopy se reía pícara posando su mano en mi pene que reaccionaba. Empezó a moverse, y justo cuando Mily le pidió que se quede quieta, había logrado librar mi verga de mi bóxer. Yo no sabía cómo pararla.

Mily se dio cuenta que yo le pegaba codazos en las costillas a Flor y que la miraba con un odio irrefrenable, aunque también con una temerosa lujuria.

¡Qué hacés guachita de mierda, le estás tocando la verga a mi novio!. Explotó Mily ya sentada en la cama y habiéndonos destapados para comprobarlo. Ella no soltaba mi pija, ni Mily la detenía.

¡Supongo que ahora se la vas a chupar, no flor de trolita?!, averiguó Mily viendo a su hermana apoderarse de mi pija. Se la introdujo en la boca y, con cada lametazo me hacía volar, al punto que no reprimí mis jadeos.

Mily miraba ya con sus tetas al aire, hasta que le ordenó paso a paso lo que debía hacer a su hermana, que le obedecía en todo.

¡soltá eso y acóstate… pajealo despacito, y lamele la oreja… dale, acariciale los huevos y apretale la verga nena, abrí las piernas y no pares, decile que estás calentita y mordete los labios!

No sabía cuál era el fin de Milagros, pero yo sentía que la sangre se me desintegraba por dentro.

Mily le arrancó el corpiño, le dio una tremenda chupada a mi pija, le mordió la mano a Flopy y siguió dictaminando:

¡acostate arriba de él y frotale la cola en la pija, metete la bombachita bien adentro del orto, así mi amor, saltá, cacheteale la poronga, tocate las tetas, chupate los deditos y ponéselos en la boca, dale perrita, gozá guacha, estás contenta bebé?!

De pronto le escupió las tetas, se sacó el vestidito y le pasó la lengua por toda la cara.

¡Ahora ponete al revés y comele la pija con esa conchita de zorra que tenés, ahora, y sacale la leche mamita!, y Flopy lo hizo mientras Mily le marcaba los dientes en las piernas, la cola y los brazos, le quemaba la espalda con un encendedor, le arrancaba mechones de pelo y la ahorcaba con su viejo corpiño.

Flopy parecía disfrutarlo más todavía. Mi pene gobernaba sus paredes vaginales que no me lo presionaban demasiado, y en varios momentos estuve por inundarla entera, con cada vez que llegaba al fondo de su profundidad. mily le sacó la bombacha y me privó de su cuerpo empujándola al suelo.

¡¿A vos te parece bien cogerte a mi hermanita con el olor a culo y a pichí que tiene esta bombacha?... levantate puta, y petealo, ya pendejita, y más te vale que te tragues todo!, le gritó Mily dándole algunas patadas en las piernas. Yo no quería acabar por miedo a las represalias de la furia de Mily. Pero la guacha se arrodilló para petearme mientras Mily se acomodaba en mi pecho para que mi lengua vaya y venga desde su culo exquisito a su clítoris, prevaleciendo bastante en su vagina mojada como nunca. Luego, tras una fricción insoportable de su pubis en mi cara, Mily parecía desvanecerse.

Sus gemidos se apagaron con como sus fuerzas que amenazaban con desfigurarme la mandíbula de tanto frotarse, rozarse y saltar con su conchita desde mi nariz a mis tetillas. Su ira comenzaba a diluirse con cada de su orgasmo que me empapaba hasta el cuello y deleitaba a mi lengua selecta. Entretanto Flopy se quedaba con una flor de acabada en la boca. Mi leche se le escabullía de los labios, y en cuanto se la mostró a Mily, ésta se levantó y le comió la boca con el resto de dignidad que encontró.

¡Dame esa lechita Flopina, que es mía, y esa pija también es mía chancha de mierda, y lávate la conchita puta!, le decía palmoteándole la entrepierna, incrustándole la lengua casi hasta la garganta, y de vez en cuando le lamía un pezón.

Apenas bajaron las pulsaciones Mily echó a su hermana del cuarto, ordenó la cama, prendió un sahumerio y me dijo acurrucándose en mi pecho como una gatita: ¡tengo muchas ganas de hacerte el amor, que me llenes de leche como lo hiciste con Flopy, querés?!

Esa noche diluvió sostenidamente mientras Mily y yo cogíamos. Fueron tres los lechazos que le fecundaron cada centímetro de su intimidad. Al otro día nada hacía pensar que las cosas pudieran cambiar. Florencia seguía en pelotas por la casa, cogiendo con alguno con la puerta de su habitación abierta de par en par, fumando y vagueando sin un propósito. Mily y yo ahora cogíamos incluyendo a Flopy aunque no estuviese físicamente.

Solo que la muy zorra de mi cuñada habló con mi suegra y le contó su versión de los hechos. Según ella Milagros y yo la forzamos a tener sexo con nosotros a cambio de comprarle flores. A pesar de su insolencia, sus mentiras y su carita de mosquita muerta, mi suegra y su hermana le creyeron.

Hoy Mily y yo vivimos temporariamente en lo de mis padres. ¡No nos quedó otra!      

Fin

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