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Historia del chip 008 - El concierto - Kim 005

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1)    HdC 008 — El concierto — Kim 005

Iba a ser un día especial.  Uno más de la interminable lista. Roger había llamado el día anterior y le había dicho que irían a un concierto: a la zona VIP. Kim estuvo dándole vueltas al armario y a su cabeza, sin decidirse por el atuendo apropiado. Todavía no había estrenado ninguno de los tres vestidos nuevos y consideraba que ninguno le serviría en una sala repleta de gente.

Mary consiguió convencerla de que se pusiera el rojo con la elipse frontal. Kim acabó por aceptar al suponer que estaría sentada gran parte del tiempo y que Roger podría acariciarle los pechos con disimulo en la oscuridad. No le faltaba razón porque el vestido permitía a cualquiera acercar la mano desde abajo y atrapar los senos suspendidos.

Se maquilló con cuidado y buscó unos zapatos de tacón. Ya tenía tres pares. A Roger le encantaba verla de esa guisa y Kim se iba acostumbrado a oscilar y bambolear. Pero todavía no se atrevía a bailar un rato largo con ellos.

Iba toda de rojo. Faltaban unos pendientes. Molesta por su falta de previsión, rebuscó entre los de su madre. No encontró nada que realmente la convenciese, cogiendo sólo un pequeño bolso y un chal. Dudó sobre la conveniencia de ponerse unas braguitas, pero conociendo a Roger. le gustaría que se las quitase antes de subir a la moto, así que se colocó un tanga ridículamente estrecho por delante e inexistente por detrás.  Echando el último vistazo en el recibidor antes de salir, decidió dejar el chal. Sólo servía para cubrir la parte superior del pecho y los hombros, justamente las zonas cubiertas y no más abajo. Era inútil a todas luces.

Roger ya estaba en el callejón esperándola. Siempre quedaban allí aunque Kim tuviese que caminar un par de minutos. Roger nunca tenía prisa y solía llegar antes que ella. Resultaba más cómodo quedarse en la moto tranquilamente, sin molestar a nadie, más que en mitad de la calle sin lugar dónde aparcar.

En cuanto empezó a caminar con ligereza, Kim creyó sentir como el vestido se le subía. No sólo la parte de la falda sino el borde que peligrosamente trataba de cubrir los pechos por debajo. Ya estaba acostumbrada a bajarse intuitivamente el regazo y a apreciar la mirada inquisitiva de los hombres cuando lo hacía, solo que esto resultaba más embarazoso. Estaba obligada a usar la zona de la cintura dónde sí que había tejido que estirar.

Tuvo que hacerlo tres veces en el corto trayecto. Cuando llegó junto a Roger, se besaron apasionadamente. A los dos les encantaba ese primer beso. Siempre sabía distinto o así le parecía a Kim. Roger le había agarrado la cintura con las dos manos. Kim sintió el aire en la parte inferior de las nalgas, el vestido desconocía la existencia la gravedad y seguía subiéndose, ayudado por las manos que no sabían quedarse quietas. A modo exploratorio, Roger llevó las manos hacia arriba y rozó los pechos descubiertos en su escote inferior. Los pezones recibieron gozosos el contacto, ya hacía mucho tiempo que a Kim le resultaba imposible disimular su exuberancia. Roger se decidió a descubrir los pechos por completo. La tela que fragmentariamente colgaba de los senos se deslizó con facilidad hacia arriba. Y, por un momento, Kim no se dio cuenta. Solo cuando Roger abandonó los montículos sin dejar de jugar con los pezones un último instante, Kim notó que estaba a todos los efectos desnuda, salvo su espalda, los hombros y una pequeña área por encima del pubis y la zona que el tanga cubría. Cualquier viandante habría contemplado sus nalgas sin trabas pues daba la espalda a la calle. De un tirón se bajó el vestido hasta cubrir los pechos, estiró por la cintura hacia abajo la tirante tela todo lo que dio de sí y bajó todo lo que pudo la supuesta frontera en los muslos.

Fue entonces cuando recordó que debía quitarse el tanga y cumplir con sus obligaciones. Volvió a levantarse la estrecha faldita y se bajó la minúscula braguita que apenas cubría el triángulo púbico. Se la entregó a Roger que procedió a guardarla en la guarida acostumbrada. Aprovechó también para poner el bolso de Kim, que colgaba del manillar izquierdo. Kim esperó a que Roger se acomodase y se subió con rapidez, fruto de la práctica. No mostró ninguna duda. Descubrió la vagina completamente con ese gesto y pronto llegó el contacto de las nalgas, el interior de los muslos y los labios hinchados. Kim sonrió. Roger se había olvidado del trapo. Se lo dijo exultante, suponiendo que él estaba igual de aturdido que ella.

Roger sacó uno nuevo: una gamuza de quitar el polvo. Kim se incorporó levemente y la colocó entre las piernas sin titubeos, tratando de no quedar afectada por la sensación que producía en sus labios. Se ajustó el vestido para cubrir las nalgas todo lo que pudo, luego no podría con las manos agarrando a Roger. Hizo lo propio en la zona de los pechos pues ya se había subido el vestido parcialmente. Roger empezó a acelerar con suavidad.

*—*—*

Llegaron pronto, así que todavía no había demasiada gente. Con el pase VIP de Roger pudieron dejar la moto cerca de los camerinos. Kim se sentía inquieta. Su tanguita, -ya fuera de su alcance-, bajo llave. E igualmente el bolso, con el móvil y el dinero. Cuando se trataba de tener una aventura en el bosque ya estaba acostumbrada, ahora sería algo diferente. Imprevisible y también desconocido. Eran los detalles los que contaban. El vestido traicionero e incómodo. La casi arrogante manera de actuar de Roger. ¿Qué hombre no quiere exhibir a su hembra? Sus piernas desnudas, -montada sobre el minúsculo sillín trasero-, eran un vivo ejemplo de su manera de pensar.

Bajó sin mostrar ansiedad o titubeos. En algún momento seguro que mostró los labios vaginales o parte de sus nalgas. El vestido no estaba diseñado para llevarse en una moto. Eran las reglas del juego tal y como ya habían quedado establecidas. No era el momento de echarse atrás o sentirse mojigata. Al fin y al cabo, se trataba de unos instantes y podía ser considerado como un movimiento obligado por las circunstancias. Resultaba peor tener que ajustarse el vestido cada pocos pasos. De alguna manera, creía que estaba diciéndole al mundo: miradme, mientras que una parte de ella quería pasar desapercibida. Justamente lo que el vestido impedía. Y Roger, cuyo deseo era informar al mundo de que una hembra, -su hembra-, estaba ansiosa por ser magreada.

La testosterona tomó el mando. Y las ansias. En un largo pasillo la arrinconó junto a un estante por suerte fijado a la pared, y sin preámbulos, besos o adulaciones, subió el trozo de vestido que supuestamente cubría los pechos. De modo coordinado, la parte inferior subió y Kim ya estaba dispuesta a ser penetrada, manoseada y exhibida. Los pechos resultaron amasados, los pezones alargados, las nalgas apretadas. La inspección de rigor: la mínima imprescindible para que el falo se creyese el rey del mundo. Una mano quiso comprobar si los dedos eran deseados, -requeridos-, entre los muslos desnudos. Al cerciorarse, penetró de un solo golpe y eyaculó después seis o siete empujones. Kim disfrutó del ímpetu guerrero sin tiempo de ponerse en el estado adecuado para un clímax. Y añoraba estar desnuda, no con tacones y el vestido. Sobre todo, los tacones.

Roger ni se inmutó por la falta de reacción de su escotada novia. Le bastaba saber que estaba accesible y predispuesta con su vagina expectante. El resto era accesorio. Guardó su empuñadura a buen recaudo.

—Has estado fantástica. Mantén bien apretados los músculos de tu esponja, así no se saldrá el semen.

Kim no pudo dejar de pensar que si realmente tuviera una esponja no terminaría siempre viéndose su propio líquido vaginal recorrer los muslos, abrillantándolos y avergonzándola. Trató de mantener contraída su vagina, imaginándose que el pene duro de Roger seguía dentro. Roger cogió su mano y la conminó a caminar. Con la otra mano como único aliado, Kim se bajó como pudo la cortinilla que cubría los pechos y que a cada paso descolgaba un lado u otro el vestido por la cintura y la cadera. Llegaron al final del pasillo con celeridad y apenas tuvo tiempo de bajarse la falda una vez más mientras Roger le soltaba la mano para mostrar los pases.

Los guardas sonrieron al verles. A Kim le dieron un repaso visual exhaustivo propio de gorilas en celo encerrados durante años. Kim casi ni se dio cuenta, tan pendiente estaba de lograr que su vestido no se subiese más de unos centímetros.

Tenían que subir unas escaleras, lo que enfrió el ánimo ya de por sí helado de Kim ante la cercanía de la multitud. Roger la agarró del brazo a modo de ayuda. Cuando llegaron arriba, Kim ya estaba a efectos prácticos desnuda y tuvo que realizar los gestos de ocultación a toda velocidad. La ruidosa habitación estaba llena de gente de pie, ajena a ellos, -por suerte para Kim-, o hubieran apreciado las obvias disposiciones de su atuendo.

Subir las escaleras en esas condiciones, tacones demasiado altos, vagina bien apretada y pechos semidesnudos, no sirvieron precisamente para aplacar la necesidad de ser follada lenta y minuciosamente o rápida y salvajemente. A modo de rendición le dijo a Roger que tenía que ir al baño y limpiarse, adecentarse y respirar, no necesariamente en ese orden. Roger asintió.

—Bien, mientras yo voy a saludar al personal. Vigila al abrir las piernas.

Kim lo miró extrañada. Roger señaló al suelo: era como un espejo. Kim cerró las piernas como si un resorte se hubiera roto. Con el escote inferior no podía hacer nada, se vería a la perfección el borde inferior de los senos siempre tanteando el aire. Fue a buscar un aseo a toda la velocidad que le permitía su atuendo, bordeando la ilegalidad y las zancadas cortas que se obligó a dar. Muchas chicas llevaban minifaldas, lo que hacía que sus piernas solo fueran unos árboles más en un bosque plagado, pero no imaginaba que todas estuviesen contrayendo fuertemente el lugar dónde se encuentran los muslos ni que estuvieran tan excitadas. Para su espanto, supo que no siempre podría saber quién la estaba mirando o desde dónde: los reflejos permitirían a cualquier observador disfrutar sin ser visto. La luz quedaba absorbida parcialmente así que el suelo devolvía el reflejo algo atenuado. Fue el único consuelo que encontró. Sin esforzarse demasiado, pudo apreciar las preciosas piernas de las modelos y actrices, acostumbradas a sus tacones, sus vestidos provocativos y seguras de sí mismas.

Cuando volvió, Roger ya estaba demasiado bien acompañado por dos morenazas a las que probablemente había invitado a las copas que llevaban en la mano. Se acercó sonriendo. Roger, -en cuanto apreció su presencia-, dejó de ligar con ellas.

—Perdonadme. Ha llegado mi pareja. ¿Qué os parece?

Cogió la mano de Kim y la levantó hasta dejarla vertical. Kim se giró para permitir que la contemplasen a su gusto. El vestido, -siempre dispuesto a ofrecer más-, ayudó. El propio Roger se lo ajustó cuando acabó de exhibirla. A Kim no le hubiera importado volver al baño. Pero tuvo otra idea.

—Busquemos un lugar más discreto— le solicitó a Roger, que comprendió perfectamente la insinuación. Este buscó rápidamente un lugar menos densamente poblado, en un claro alarde de genes masculinos.

A esa velocidad el vestido no podía seguir el ritmo. Kim, -con sólo la mano izquierda libre-, lo iba bajando a trompicones, medio fascinada al ver sus piernas desnudas reflejadas en el suelo. Creía escuchar los tacones a pesar de la música, discrepando silenciosamente con lo que entendía Roger por discreto, aunque él no iba a quedarse casi desnudo. A estas alturas de su relación, Kim ya sabía que no llevaría puesto el vestido mucho rato. Tampoco pensaba que fuera a haber demasiada diferencia.

El sitio no era más que un pequeño cubículo que no tenía puerta, el típico lugar para las chaquetas. Había barras colgantes y perchas vacías. Un sofá desvencijado estaba casi en medio de la habitación, así que desde fuera les verían. O mejor dicho verían a Kim, que ya tenía los senos al aire y la falda levantada. Roger no perdía el tiempo. Estuvieron besándose un buen rato antes de que por fin la penetró con brusquedad. Kim olvidó dónde estaba y tuvo un par de orgasmos, casi antes de que Roger llegase a desparramar su esperma.

Cuando recuperó un estado menos caótico, miró hacia el hueco de la puerta. A lo lejos había gente moviéndose. Gente que la estaba viendo desnuda, gente que probablemente había contemplado cómo disfrutaba. Roger captó sus pensamientos.

—No rompas el encanto ahora— le pidió.

Kim le hubiera gritado, pero llamar la atención no parecía buena idea. Llevó un seno a la boca siempre hambrienta de Roger, tratando por todos los medios de no pensar en su cuerpo desnudo y en su hambre de sexo apenas aplacada después de la exigua sesión. A Roger no parecía importarle demasiado dar el espectáculo. Su falo, -ya encogido y escondido en los pantalones-, no participaba del acto de forma directa. Los senos y las piernas de Kim, sí.

Cuando se sació de pezón, Roger soltó la teta y con la mano acarició el otro pezón para dejarlo como el primero. Lo que consiguió en unos instantes. Kim se levantó. Por un momento, su desnudez fue más evidente. Roger, sonriendo al pubis reluciente frente a su cara, le bajó el vestido. Se quedó apreciando los muslos largos y voluptuosos.  Kim no se movió, dejando que contemplase a su gusto las piernas. Halagada. Embaucada. Le gustaba que no pudiese retirar los ojos. La había desnudado centenares de veces y seguían sin poder evitar extasiarse.

—¿No has tenido bastante? — preguntó.

Él no miró hacia arriba, siguiendo con la vista el borde del vestido, cuya indecencia le sorprendió.

—Nunca tengo bastante. ¿Por qué compraste este vestido? — preguntó de sopetón.

—Fue un regalo de mis padres— explicó Kim.

Roger no se tragó la historia y se quedó callado. Kim prosiguió medio suspirando.

—Lo eligió mi hermana Mary.

—Te queda fantástico. Es ...—. Que Roger se quedase sin palabras era un éxito. Kim se rio de él.

—Sí que es fantástico, pero estoy fuera de lugar. Y resulta tremendamente incómodo— le confesó sin negar que le encantaba, pero sin realmente admitirlo. Roger no estuvo de acuerdo.

—No estás fuera de lugar. A nadie le molesta tu desnudez. Mira.

Sin darle tiempo a responder, Roger llevó las manos a los pechos de Kim, medio estrujándolos. El vestido se subió dejándole una vez más las nalgas desnudas y el pubis al descubierto. Ahora estando en medio de un gran salón, Kim quedó turbada. Roger paró el manoseo y le ajustó el vestido. Fue todo tan rápido que Kim no llegó a saber lo que había pasado, salvo que comprendió que iba a necesitar otro repaso. El magreo y la exhibición no habían sido observados por demasiada gente, aunque Kim apreció caras de satisfacción entre los que sí se percataron. Se pegó a Roger. El movimiento fue demasiado brusco y los senos prácticamente volvieron a quedar desnudos. Kim no se separó para no mostrarlos del todo sintiendo como el vestido no llegaba a cubrir del todo las nalgas. No había llegado a comprender hasta ese instante lo diabólico que era el diseño de ese vestido. Por otra parte, la verga erecta que sentía entre sus piernas eran un buen afrodisíaco. Roger intentó por unos momentos tirar del vestido hacia abajo, tratando infructuosamente de cubrir las nalgas relucientes y elevadas de su amante. No lo intentó una segunda vez. Kim le susurró que lo dejase.

—Prefiero la humillación de mostrarlas a la humillación de que sientan que estoy incómoda.

Roger asintió. No se trataba de desnudez. Había alguna que otra mujer bailando desnuda o con un vestido trasparente. Y sabía que Kim no tenía problemas de ir a una playa nudista o llevar sólo un tanga en la playa. Le susurró: “Me gusta que esté así, al descubierto. Adoro el vestido. Te adoro a ti.”

Kim no había escuchado hasta ahora unas palabras tan aduladoras de nadie. En toda su vida. Como respuesta, agitó las caderas, lo que sirvió para ayudar a subir el tejido un poco más. Se quedaron así un par de canciones. Conectando la respiración. Cuando separaron sus cuerpos fue Roger el que, en un gesto ya común, le acarició los senos antes de bajarle el vestido, primero por arriba y luego por abajo. A todos los efectos, Kim había estado bailando desnuda.

A Kim le extrañó que la gente no se hubiera arremolinado. Tuvo una cierta decepción. Como si su pequeña gran exhibición debiera haber parado el mundo y creyó entrever cierta envidia en algunos de los hombres. Por otra parte, entendió que manifestaciones así eran algo corrientes en ese lugar.

—¿Me traes algo de beber... amor? — le pidió a Roger que fue presto a buscarle un Fra Angélico, su bebida favorita. Pero en vez de entregársela, le indicó unas banquetas altas del bar. Kim, que deseaba sentarse, no sabía cómo iba a poder hacerlo con ese vestido. Roger tenía sus propias ideas.

—Levántatelo y mira hacia mí.

Kim enrojeció de pensarlo, asumiendo que no tenía más remedio. Giró levemente la banqueta antes de levantarse la prenda y volver a mostrar el redondo culo que aplastó el asiento. No juntó las rodillas. Era consciente de que la raja desnuda entre sus piernas sería el centro de atención. Necesitada de una postura menos forzada bajó la pierna izquierda, extendiéndola al máximo y apoyándola exclusivamente con los dedos de los pies, el alto tacón flotando. La ventaja es que ocultaba su vagina al mundo, salvo a Roger o al barman, que por suerte no andaba por ahí. Con la otra pierna más elevada y abierta, la invitación era flagrante.

Roger le entregó la bebida, admirado por el aplomo de su acompañante. Kim se sintió en la gloria, pudiendo contemplar por fin al verdadero Roger. No estaba ansioso, sino complacido. La eterna desnudez de Kim sólo era un reflejo del anhelo del amante, de su necesidad de contemplarla, de poseerla. Era el ambiente distendido, el señuelo del baile, la excusa del concierto. Kim cayó en la cuenta de que faltaba mucha noche por delante. Mucha piel por descubrir, mucha seducción.

Roger fue incapaz de quedarse quieto y usó un dedo para acariciar el interior de un muslo y luego del otro. Kim se mantuvo inmóvil. Se sentía en la gloria, su cuerpo el centro de las miradas de su amante. Se hubiera quedado así toda la noche, el altavoz indicó que el concierto empezaría en diez minutos.

Kim se bajó del taburete, descubriendo las nalgas. Las ocultó mediante un gesto pausado, como si tratase de alisarse la falda. Roger asintió aprobando con la mirada. Kim llevó su cuerpo hacia él, obligándole a besarla. Sus manos fueron a los senos, a la zona inferior descubierta.

—Te amo, Roger. Y si lo que quieres es tenerme desnuda, me tendrás desnuda. Cuando quieras, cómo quieras y dónde quieras. Deseo hacerte feliz— le declaró, mientras Roger, incapaz de aguantarse volvió a descubrir los senos y juguetear con los pezones. Las nalgas quedaron nuevamente desenmascaradas, la vagina humedecida sin remedio, los senos hinchados. Kim era una hembra en celo, deseosa nuevamente de ser penetrada. Roger no estuvo más que un instante, sabedor de dónde se hallaban. Pero esta vez antes de bajarle el vestido, comprobó la vagina excitada de su amante. Luego le ajustó la tela por arriba y por abajo, encantado de saber a ciencia cierta que en unos instantes se subiría casi por sí sola.

Ni siquiera escucharon la música. Se pasaron todo el tiempo magreándose, bailando, tocándose. Roger, —hábilmente—, había buscado un lugar junto al pasillo, pegado a la pared, la gente de la sala mirando al tendido. Para verlos, tendrían que volver la cabeza hacia atrás. En cuanto las luces del habitáculo se apagaron, Roger le subió el vestido y se apoderó de las tetas que contemplaban el concierto con mayor atención que los oídos de Kim.

Con más sentido hacia los demás que hacia su pudor, Kim cubrió su pubis con una mano, la otra llevada hacia atrás a la nuca de Roger. Se apoyó en él y elevó la pierna izquierda, consiguiendo gravitar el tacón en la pared.

Roger, -sin preámbulos-, tapó los senos con sus manos y tironeó de los pezones con tanta fuerza que Kim a punto estuvo de gritar. Y probablemente lo hubiera hecho si hubieran estado en otro espacio más íntimo. Roger no se amilanó, al contrario, pareció gustarle su reacción y prosiguió pellizcándole los pezones.  La postura no era lo idónea para eso y pronto desistió.

Cambiaban de posición cuando se cansaban. Kim apoyada en la pared, toda su espalda en contacto, las nalgas desnudas apretando el muro mientras se besaban. Pero volvían con relativa rapidez a la posición original. Kim tenía los pechos doloridos, los pezones ardiendo y los músculos de las pantorrillas tensos, por la falta de costumbre.

No se dio cuenta, sus muslos se habían manchado del líquido vaginal que chorreaba, mezclado con el inconfundible semen. Roger la limpió con su pañuelo. Lo llevó a su nariz para olerlo y luego se lo ofreció. Kim aceptó el reto y aspiró con fuerza. El aroma inconfundible del amor.

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