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La aspirante a recepcionista de la compañía: Elizabeth

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Recuerdo cuando conocí a Elizabeth, estaba en esas últimas semanas previo a mi retiro, el cual sucedía coincidentemente al cumplir mis 45 años.  Aquel día Beth vestía una blusa con suéter de color neutral con una falda oscura que le cubría buena parte de la rodilla, zapatos de tacón que le daban un realce a su ya pronunciada altura de aproximadamente un metro setenta, pero llamaba la atención su medias de licra blanca, y por esa suerte que ese día me brindo la naturaleza supe que también llevaba unas panti de color fucsia.

Aquel día yo iba entrando con mi coche al estacionamiento para la compañía donde trabajaba y divise a la rubia, que sorprendida por el viento, intentaba a toda costa mantener su falda en su lugar para no exponer su prendas intimas al público.  Fue imposible, pues la ráfagas de octubre terminaron por exponer no solamente sus lindas piernas bien torneadas y su trasero bastante pronunciado cubierto por su diminuto bikini.

Como el viento no cesaba y ella no sabía si continuar hacia las puertas de la oficina o regresar a su coche, yo como buen samaritano le ofrecí acercarla a las puertas principales.  Sin mucho preámbulo y sin conocernos se metió a mi coche intuyendo mi intención.  Nos presentamos brevemente, pero creo que ella estaba con ese sentimiento de pena, que creo que le importo poco como me llamaba.  Al contrario de ella, yo si pude admirar la belleza de su cuerpo, pero también al tenerla cerca, la delicadeza y belleza de su rostro: Ojos almendrados bien delineados, cejas bien recortadas y delgadas, una nariz con una simetría exquisita al compas de su rostro alargado, un sonrisa perlada que hoy hacía una mueca de pena mezclada con cierta apariencia de timidez.  Fue una breve plática, pues de donde la encontré, hacia las puertas principales me habrá tomado algunos segundos.

—¿Trabajas aquí? –le pregunté.

—¡No! Vengo a una entrevista de trabajo.  ¿Usted trabaja aquí?

—Si. –le he contestado sin dar más detalles.

—Bueno, deséeme suerte y quizá, a lo mejor seamos compañeros de trabajo.

—¡Te deseo la mejor de las suertes! – le he dicho.

La vi entrar a las oficinas apresurada y todavía sosteniendo su falda, pues las ráfagas de viento se volvían a cada segundo más huracanadas.  Yo he estacionado mi coche y me voy también en contra del viento, pero con la exquisita visión de haber visto a la bella Beth con aquella diminuta prenda de vestir color fucsia.  Debo decir que aquel día era un lunes, pues era tradición mía comenzar la semana de trabajo a las diez de la mañana y con las vísperas de mi retiro, aquello de ser el vicepresidente de ventas, se había vuelto una rutina más relajada y realmente me había vuelto un asesor mas para la compañía.

No sé cuánto tiempo paso, pues me estaba entreteniendo con los proyectos de publicidad cuando escucho la voz de mi colega y también vicepresidente de recursos humanos llamándome por el intercomunicador: -Tony, ¿tienes tiempo para una entrevista?  Sabía que aquello se trataba de admirar a alguna chica, pues Rivas siempre fue conocido como un don Juan y yo lo conocía desde que llegué a trabajar como recluta de gerente para esta compañía, pues él había sido mi mentor por decirlo.  Teníamos mucha confianza, pero aquello de entrevistar a futuros empleados no me correspondía a mí, así que intuí que se trataba de alguna belleza.  Le dije que la enviara a mi oficina en 20 minutos y así lo hizo dándome el detalle que se trataba de una aspirante a recepcionista principal del lugar. Por consiguiente también pensé que se trataba de la chica que había conocido con el nombre de Beth horas antes y aquello me llenó de morbo, al pensar que volvería a ver a la chica con esa sexi figura y sus diminutos calzones color fucsia.

Al entrar a mi oficina, me da esa juvenil sonrisa que hoy la hace con una mueca de sorprendida.  Rivas me la presenta y yo enfatizo que ya tuve la grata oportunidad de haberla conocido.  Mi colega se retira y me da también esa mirada de sorprendido.  Beth se ha sentado con sus piernas sensualmente cruzadas y puedo percatarme que se siente en algo incomoda.  Le pregunto:

—¿Todo bien Beth?

—¡Que pena señor Zena!  Realmente un poco apenada por lo que pasó… no me deja en algo sentirme incomoda ante usted.

—No te preocupes, no eres la primera ni serás la última a que le pase algo así.  –Yo me sonrío con ella.

Comenzando la plática con Beth estaba, cuando Rivas me llama esta vez por la bocina del teléfono.  Regularmente nos comunicamos en ingles, pero cuando estamos haciendo estas movidas, aunque no ilegales, pero no serias para la compañía que representamos, hoy me comunico en español con Rivas, aunque él si tiene un marcado acento con el leguaje de Cervantes.

—¿Ya la conocías?

—Si, hasta se de que color son los calzones que lleva puestos.

—¿A poco ya se los bajaste?

—Bueno, hay luego te cuento.

Beth me espera con su dulce sonrisa, pero ahora veo que la ha cambiado de aquella que parecía tímida y llena de pena, a la juvenil y picaresca de una joven de su edad, la cual estimaba en los primeros veinte. Hablamos alrededor de unos 20 minutos de muchas cosas: supe que estudiaba en la noche mercadeo, que acababa de cumplir 20 años, que no tenía mucha experiencia en aquello de contestar múltiples llamadas y se definía como un aprendiz muy eficaz.  Yo por mi parte le hice saber que estaba en mis últimos días con la compañía, que había decidido retirarme a temprana edad, y fue aquello lo que originó a que cuestionara mi edad.

—¡Perdón por mi curiosidad! Usted me parece muy joven para usar ese término de “retiro”. ¿Y qué edad tiene?

—Mira, este próximo viernes estaré cumpliendo 45.

—Pues le parecerá como un cumplido, pero no parece de 45.  Mi padre tiene 50 años, pero él si los demuestra, pues obvio, su trabajo ha sido más físico y todavía no habla de retiro alguno.

—Mira, yo tengo 23 años trabajando para esta empresa, desde que obtuve mi primera licenciatura y fue mi meta el retirarme a los 45.  En esta empresa, todos lo que tienen algún puesto de gerencia se pueden retirar después de 20 años de servicio con el 70% de su salario.

—Me parece fantástico.  Espero tener esa oportunidad y luego intentar acceder a otros puestos.

—Definitivamente mi colega Rivas le dará la consideración adecuada a tu aplicación.

—Señor Zena, y no me lo tome a mal, ni que pretendo con esta invitación intentar influir en usted, pero luego de esta grata conversación, me gustaría invitarlo a almorzar.  ¿Tiene tiempo? Lo digo por lo de su cumpleaños y luego lo de su retiro.

—Beth, no te sientas obligada por nada.

—No, no me siento obligada a nada, solo que me gusta su plática, la forma en que gesticula al hablar…¿quizá le parezca que estoy fuera de lugar?

—No, para nada… mira, dame algunos minutos. Quince a veinte minutos,  debo dejar algunas cosas en orden.  Dime, ¿en qué restaurante te busco?

Me da el nombre de un restaurante italiano que conozco muy bien y en menos de lo pensado estoy buscando estacionamiento en el lugar.  La recepcionista del lugar, quien me conoce muy bien me hace llegar a la mesa donde Beth aguarda.  La plática es trivial, más que todo la basamos en los estudios, anécdotas de trabajo, le doy a conocer que tengo un hijo, ella más que todo es la que hace las preguntas y yo me limito a responder lo más prudente.  De repente ella hace un giro y me da un elogio.

—Sabe señor Zena, me gusta la manera que usted toma los alimentos.  Me parece que tiene una manera muy delicada en hacerlo.

—¿Te parece?  Nunca nadie antes me ha dado esa observación.

—No se… le puede sonar ridículo pero me parece hasta sensual cuando lo hace.

—¿Sensual? – y creo que me he ruborizado.

—¿Usted es tímido verdad?

—Mira, que el que hoy se siente apenado soy yo.

—No se preocupe, que usted todavía no me ha mostrado sus calzones. – y da una ligera sonrisa.

—Ah… y yo intentando olvidar tu experiencia y ayudar a mitigar tu pena.

De repente siento que se ha despojado de sus zapatos y con sus pies me golpetea de una manera sugestiva por la entrada de la manga de mi pantalón.  Ella con serenidad y una mirada de confianza, intuyo que piensa que me ha puesto incomodo o inseguro con su proceder juvenil.  Reacciono con el profesionalismo que me caracteriza, pero más que todo con la sensibilidad que un adulto le habla a un joven.

—Beth, no sé si intuyo bien o quizá sea un poco ingenuo, pero me parece que estamos yendo por el camino equivocado.  Tu eres una chica mucho menor que yo y creo que fue un error haber aceptado almorzar contigo.

—Perdón señor Zena, no quise incomodarlo.  Quizá me equivoqué al pensar que le gustaba, pues escuche perfectamente cuando se jactó con el señor Rivas que me había visto los calzones.  No sé, me gustó como lo dijo y me gustó sentirme deseada por un hombre como usted.

—¡Perdón Beth!  No sabía que hablaras español…

—No se preocupe, a mucha gente le ha pasado.  Piensan que no hablo español por mi aspecto anglo y por mi apellido polaco.  Mis padres son de Venezuela.

—¡Una vez más, disculpa!

—Ya le dije que no se preocupe… simplemente me gustó como usted lo dijo y pensé sería una buena aventura para recordar.

—Bueno, siendo honesto eres una chica muy linda y honestamente despiertas un enorme deseo, pero eso de desearlo a tomar pasos para obtenerlo, es algo que no visualizo cuando se trata de una empleada o aspirante a trabajar en nuestra compañía.

—Bueno, pero yo no soy su empleada y si algún día trabajo para su compañía, usted dice que se retira en dos semanas.

Realmente siempre me comporté de esa manera cuando trabajaba para esta empresa, pero era realidad que yo ya iba de salida y Beth no era mi empleada. Realmente el morbo estaba presente; y como alguien no querría cogerse con todas sus ganas a tan joven y bella mujer.  De hecho, ya mi pene estaba totalmente erecto de solo pensar la oportunidad que tenia con esta bella rubia y que por casualidades de la vida conocía la reducida prenda interior que llevaba puesta.  Respiré con algo de nerviosismo, pues realmente no importa cuántas mujeres pasan por nuestras vidas, siempre están los duendes inquietos de lo desconocido.

Intento guardar la compostura, pues siento que mi corazón ha comenzado a acelerarse y quiero sonar con la confianza absoluta que intento siempre proyectar.  Se me viene la idea de proponerle a Beth algo descabellado, algo que se niegue a hacer y darme la oportunidad de salir de aquel ruedo con una mirada digna sin perder la marca de mi ética profesional.

—Beth, hablas de aventura…¿te gustan las aventuras?

—Nunca lo he pensado de esa manera… simplemente usted me cae bien e imaginé que algo podría pasar.

—¿Te gusto?

—Usted sabe que es un hombre muy guapo.

—¿Estarías dispuesta a hacer algo por mí?

—¡Depende!  Usted diga e inmediatamente tendrá una respuesta.

—¿Podrías removerte tus panti medias y regalarme esa prenda color fucsia que llevas puesta?

Ella sonrió y me iluminó con esa mirada de esmeralda de sus bellos ojos.  El restaurante estaba lleno y nosotros estábamos en una de las mesas más expuestas a todo el restaurante, y no sé si por el ajetreo de la hora pasó desapercibida la maniobra sensual de Beth, o simplemente los que estaban más cercanos a nuestra mesa decidieron simplemente ignorar o gozar del espectáculo que esta chica de 20 años nos estaba dando.  Casualmente su maniobra terminaba cuando la mesera, quien también me conocía, fue testigo cuando la rubia de ojos verdes ponía su diminuto calzón expuesto en el bolsillo cerca de mi pecho en el traje que vestía aquel día, pues Beth, con o sin intención lo dejaba colgando.

Aquella prenda interior llevaba el mismo perfume que el cuerpo de Beth emanaba y solamente imaginé estar saboreando su vulva, que también debería llevar algo de aquel perfume.  He pedido la cuenta y aquí he mostrado que tengo el control, pues la rubia intentó de todas maneras pagar aquella cuenta.  Le abro la puerta de mi coche y hemos salido de aquel centro comercial dejando el coche de Beth atrás, y nos dirigimos lógicamente a un hotel, que por suerte hay muchos por la zona donde trabajaba.

Hemos subido al quinto piso, Beth abre las cortinas del lugar, donde podemos ver en algo como el mundo frenéticamente se mueve a esta hora de la tarde.  Sin muchos preámbulos Beth se va sobre mí y comenzamos a comernos a besos.  Al principio un poco apresurado, para luego comenzar a saborearlos con una sublime delicadeza. Le he asistido en removerle su blusa y suéter, la falda toma un par de minutos en desaparecer y queda completamente desnuda, pues su prenda interior ha quedado perfumando mi traje del día.  Puedo ver su escultural cuerpo mientras ella sonríe con aires de seguridad, pues sabe que su cuerpo y su rostro me gustan.  Diviso su cuerpo de una piel blanca, con algunas pecas alrededor de su busto y espalda, también me doy cuenta que tiene pecas en el área de su rostro y simplemente están camufladas por su maquillaje, que es exquisito y delicado.  Me mira cuidadosamente y con esa mirada fija ha visto como me he removido mi camisa y pantalón; he quedado solamente con mis bóxer y calcetines y donde puede ver que mi pene esta erecto, e incluso ella puede observar que esta ya manchado de mis fluidos seminales.  Ella de repente parece se ve obligada a llenarme de cumplidos diciendo:

—Sabes, te imagine así… atlético, con piernas de jugador de fútbol, con las venas inflamadas en tu pene, pero nunca lo imagine que estuviera totalmente afeitado.  Se mira exquisito y apetecible.

Ella me ha tomado de mis nalgas y delicadamente toma mi pene con sus delicadas y blancas manos y comienza a masajearlo sin apartar su vista de él.  Me mira con esa mirada picara que me gusta como la dibuja y se restriega mi verga alrededor de su rostro y lo huele profusamente repetidas veces.  Finalmente se lo lleva a la boca y comienza a darme primeramente un oral con movimientos lentos, pausados, divinos.  Debo decir que el rostro de Beth es divino y no se distorsiona al tener mi verga en su boca.  Son pocas las mujeres que recuerdo cuyo rostro se mira rico, atractivo mamando verga.  Quizá sea simplemente mi absurda observación, pero hay chicas que dibujan una mueca no muy atractiva y uno se excita más que todo por el sentir de lo que está pasando y no viendo.  Al contrario, ver a Beth con mi verga en su boca y esos dos incisivos posteriores que parecían dos perlas adornando mi pene, era ver una obra de arte, era ver a la diosa del placer oral.  Aquella imagen me excito tanto y simplemente no tuve una eyaculación precoz, pues a mis casi 45 años he aprendido a manejar esa presión también.

Beth se ha dado gusto mamando mi verga y creo que ha pasado alrededor de media hora en aquella faena.  Me la ha mamado de todos modos y ahora le pido que sea ella quien se deje llevar por mis caricias. No me equivocaba, parecía que aquel aroma dulce Beth lo tenía por todo el cuerpo y hasta sus líquidos vaginales parecían tener ese sabor relacionado al aroma que emanaba: era un sabor y olor exquisito y Beth solamente jadeaba efusivamente cuando mi lengua se deslizaba desde su clítoris a la zona del perineo.  Beth se agitaba intensamente, como si deseara ya ser penetrada, pero sabía que contábamos con toda una tarde, que esto apenas empezaba. En aquella posición, con sus piernas abiertas tomándome por el cuello, le masajee su concha por largos minutos; algunas veces con intensidad y otras con menos ímpetu y con pausas. De repente comenzó a agitar su vulva contra mis rostro, al punto que elevaba toda su pelvis despegándola de la cama y fue la primera vez que me llamó por mi primer nombre diciendo: Méteme la verga Tony, que rico siento que ya estoy por venirme.  Sin mucho que pensar, con un movimiento felino estaba por sobre ella y mi verga se había hundido en aquel delicioso manjar, donde pude sentir el vibrar de su vagina, y como con esos músculos divinos me apretaba deliciosamente mi pene cuando ella llegaba a un delicioso orgasmo: Tony, que rico, que rico, que divina verga tienes.

Desde el momento que ella experimento la sensación de su orgasmo, le taladré su concha con un ímpetu salvaje por lo menos unos cinco minutos más, hasta que descargué mi arma, dejándole llena su vulva de mí liquido blanco, que vi como caía lentamente sobre las sabanas blancas de la cama.  Entonces llegó la pregunta lógica: -¿Te fuiste rico?

Era obvio que me había ido rico, que era delicioso estar cogiendo con una chica bella y escultural como Beth y que además solo contaba con 20 años.  Es el sueño de muchos hombres de mi edad y que yo por suerte o quizá por convencionalismos lograba obtener con facilidad.  Realmente me había cogido chicas mucho menores que yo, quizá la mayoría eran mucho menores que yo, pero algunas eran el extremo de llevarles por más de 25 anos como Beth.  Realmente creo que de alguna manera atraigo a chicas menores, pues he tenido ciertas aventuras donde la chica en turno no sabe ni como me llamo, ni a que me dedico… así que he de tener algún talento, algo que las atrae a mí.  Por mi parte, a mi no me interesa la edad y quizá lo único que me interesa, es que sean bonitas, con cuerpos bien cuidados, por lo menos estéticamente.

Beth en aquella ocasión, después del primer polvo que nos habíamos dado, de repente sacó una cinta de medir y quizá es la cuarta mujer que literalmente me mide la verga.  Me dijo con algo de sorpresa que tenia buen cálculo y que me la había estimado en seis pulgadas, algo así como 18 a 20 centímetros.

—¿A poco se las mides a todas tus parejas?

—¡No!  Casualidad que fui ayer a medirme un vestido a una boutique, y por error me he quedado con la cinta de la costurera.  Para ser honesta y aunque tú no me lo creas, tú has sido el segundo hombre con quien he tenido sexo en mi vida.

—¿Cómo?

—¡Si! Aunque tú no me lo creas.  Tu eres apenas el segundo.

—¿Y cuando pasó el primero?

—¿De veras te lo tengo que contar?

—Bueno, si tú lo quieres.

—Ocurrió después de terminar la preparatoria, hace dos años.  No era mi novio, al igual que tú, de repente se dio, aunque en aquella ocasión fue realmente una decepción.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, a que lo esperaba diferente… uno idealiza ese momento y lo pinta de magia, y la realidad fue otra.

—¿Espero no haberte decepcionado en tu segunda incursión?

—¡No!  Que va… un hombre como tú, sabe lo que hace.  Es por eso que decidí tomar esta aventura… se que los hombres mayores cuentan con esa experiencia.  Aunque debo admitir que por un momento pensé que eras impotente.  Me duelen las mandíbulas de tanto masajear tu verga con mi boca. – y sonreía de nuevo.

—Quería esperar a que me la pidieras tú misma.

—Mira que me has hecho acabar delicioso, espero que se repita de nuevo.  – y me da esa expresión exquisita de sus labios envueltos en una sonrisa coqueta.

Ha sido una faena de aproximadamente cuarenta minutos y me toma otros veinte en reponerme.  Realmente fue fácil reponerse, pues la juventud de Beth me inspira a hacerlo y bueno, el hecho de estar viendo sus nalgas donde descubro otras pecas, quizá lunares me ha vuelvo a excitar.  Se me antoja su culo, quiero penetrarle toda mi verga y venirme en él.  Le redondeo un poquito, mientras con mi mano le masajeo sus glúteos y ella me masajea con su manos mi pene que se ha vuelto a poner erecto.  Le digo:

—¿Quieres experimentar algo diferente?

—¿Cómo que se te ocurre?

—Tú dime, tú eres la que dices que no tiene nada de experiencia.

—Pues por eso, tú debes ser el que me enseñe.

—¿Eres abierta de mente?

—¿Ahora dime tu a que te refieres?

—¿Tienes algún tabú sexual?

—Bueno, no me visualizo con otra mujer, ¿si a eso te refieres?

—¿Qué tal, sexo anal?

—Lo he considerado, pero todas mis amigas me hablan con mucho pavor, que realmente me atemoriza.

—¿Quieres experimentarlo para que ya no te cuenten?

—No sé, me da miedo.  Si me dolió tu verga cuando me la hundiste en mi vulva, ahora imagino ese pedazo de carne en mi pequeño agujero.  Realmente tu verga no solo es larga, es ancha también.

—Inténtalo… te prometo no ser brusco y si es algo que no te gusta, que no encuentras placer, pues desistimos.  Lo importante es que lo experimentes y que nadie más te cuente.

—Tony, es que realmente me da miedo.  Si ya de por si al ver tu verga me dio miedo cuando sentí esa cabeza en la entrada de mi vulva.  No sé, realmente quiero, pero creo que no podré con ella.

—Mira Beth, la clave del sexo anal es la relajación.  Si estás tensa obviamente será doloroso, pero conmigo será diferente, yo me encargo a que sea una experiencia rica y relajante.

—Lo dices con mucha confianza.

—Bueno, si eres de mente abierta y con la disposición de experimentarlo aunque sea una vez en tu vida, puede ser que descubras zonas de cuerpo que te pueden dar tremendo placer.

—Tony, haz lo que quieras conmigo.  Me pongo como una cereza de pastel ante ti.  Cómeme con mucho cuidado.

Tan pronto dijo aquella palabras la invité a que se pusiese boca abajo y elevando las nalgas como si fuéramos a coger de perrito. Le he vuelto a lamer la vulva en aquella posición y me he quedado por algunos minutos chupando, succionando su clítoris y Beth solamente jadeaba.  Sé que podría sentir pena, o quizá cosquilla y sin mucha amenaza, le he asomado la punta de mi lengua en su culo y ella solamente gimió de placer.  Le he lamido el culo y se lo he dejado completamente ensalivado, con la idea que después mi verga gozará de ese delicioso orificio.  La cambio de posición y hago que se acueste a la par mía, ella frente de mi, pero con su trasero absorbiendo la punta de mi glande.  Tiene el culo tan ensalivado, que el chasquido de mi verga entre sus nalgas es evidente y muy excitante, que creo ella se excita también.  Aquella posición me permite tocarle la vulva, y Beth es un rio, un manantial de líquidos hirvientes y sé que goza con lo que está experimentando.  Sé que es el momento de amenazar entrar a ese culito y ella juega con mi amenaza.  Ella se mueve procurando el mismo afán, pues creo que a ella le excita el sentirme tan excitado, valga la redundancia.  Mi verga poco a poco se va introduciendo, siento cuando se desliza abriéndole su ano.  Ella solo gime con cierta excitación y solo me susurra al oído: Házmelo con mucho cuidado.  Le digo que se relaje, que visualice recibiendo mi verga, que la imagine que la esta mamando de nuevo, que sienta mis huevos como le golpean las nalgas, así como sentía que le pegaban en su perineo cuando se estaba viniendo.

Aquello pareció relajarla, pues con mis dedos tocaba su vulva y pude sentir que toda mi verga estaba en el culo de Beth.  En aquella posición podía chupar con mis labios su cuello, lo cual la ponía eriza y excitada.  La punta de mi lengua se metió en su oído, jugaba entre su oreja y cuello y mis manos masturbaban su clítoris.  En aquel momento se me ocurrió preguntarle:

—¿Te masturbas?

—Algunas veces.

—Hazlo hoy, mientras te como tu cuello y te cojo tu rico culo.

—Me da pena.  Nunca lo he hecho en presencia de nadie.

—Hazlo por mí.  Piensa en esa verga que has mamado y que ahora la tienes ensartada en tu rico culo.  Ese culito que le está dando enorme placer a ese hombre con quien decidiste tener esta aventura.

He tomado la mano derecha de Beth y hago que ella misma se masturbe.  Para  por un momento, pero yo le tomo la mano y le coloco los dedos sobre su clítoris.  Ella comienza a masturbarse lentamente mientras yo comienzo con un leve y pausado bombeo en su rico ano.  Ella gime y me lanza esa mirada como quien dice: Estoy excitada, estoy disfrutando tu verga en mi culo.  Oigo que no ha cesado de masturbarse, pues el sonido del chasquido de la fricción se ha hecho más que evidente.  Yo taladro su culo con más ímpetu y ella ha comenzado a gemir y decirme cosas al oído: Tony, que rico me estas culeando, siento que ya me vas a hacer acabar.  Yo sigo con mis besos en su cuello, taladrándole el culo literalmente y ella sigue masturbándose con más ímpetu.  Ha comenzado a mover su pelvis en ese vaivén de un ritmo sexual y salvaje.  Ella ya no se acerca a mi oído y solamente alcanza a decir: ¡Que rico, que rico, me vengo!  Y gimió con un aullido largo y profundo que se convirtió en gritos de placer cuando comencé a taladrar violentamente su rico ano.  Me fui en su rico culo y la he dejado temblando de placer.

Beth se ha acercado a mí y a pesar que no me he lavado la boca después de meterle mi lengua en su propio culo, a ella no le ha importado y me besa, como si se tratara de ser novios enamorados.  Me mira y hace una pausa con una sonrisa de sorpresa.

—Tony, que rico me has cogido.  Esa corrida fue rica, espectacular, divina.  ¡Que rico me has culeado!

Debo decir que aquella tarde no regresé a mi oficina y a pesar de mis 45 años, Beth con sus 20 años me inspiró divinamente a sacarle tres orgasmos más.  Me la cogí en todas las posiciones que pudimos imaginar, algunas por vía de su panocha y otras por su exquisito culo, pero debo admitir, que siempre que me recuerdo de Beth, la imagen de mi verga en su exquisita y tierna boca, es para volverme loco y querer repetir ese momento.  De hecho, aquellos encuentros los repetimos por algún tiempo, y de vez en cuando nos damos mutuamente esa sorpresa, pues a pesar que tres años han pasado y ella dice tener novio, nos damos tremendas cogidas para deshacernos de la monotonía. Ah… también, Beth consiguió aquel empleo de recepcionista y ahora es una secretaria ejecutiva en la misma empresa de donde yo me retire.

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