Nuevos relatos publicados: 11

De Andrés a Andrea. Historia de mi feminización (I)

  • 6
  • 12.382
  • 9,47 (15 Val.)
  • 1

Mi nombre es Andrés. Tengo 28 años, no soy mal parecido, mido 1,75, peso 75 Kg y me mantengo en buena forma. Tengo un buen trabajo que me permitía a salir a visitar a Clientes, estoy casado y tengo un hijo. Gano mucho dinero, recibo muchas comisiones y ello me permite un tren de vida más que satisfactorio. Además he heredado un apartamento en Marbella y algunas tierras en lugares que se están desarrollando y cuyo precio sube sin parar. Mi situación económica es, por lo tanto, envidiable.

Mi matrimonio se volvió rutinario cuando nacieron nuestros hijos. Al principio lo hacíamos regularmente, pero poco a poco se fue espaciando y desde que nació nuestro hijo  simplemente lo hemos ido dejando y casi nunca hacemos el amor. No es una excusa para lo que os voy a contar, pero así están las cosas.

Hace unos dos años empecé a visitar a prostitutas. Mi horario laboral me lo permitía y yo disfrutaba haciendo cosas que ni me atrevía a plantear a mi mujer. Descubrí que me gustaban las mujeres activas y cuando no me convencían, simplemente cambiaba. Hasta que conocí a Carla…

Era una tía espectacular: Rubia, ojazos, media lo mismo que yo, 1,75, no estaba esquelética, tenía un cuerpazo de escándalo. Practicaba deportes de contacto, estaba en una forma física estupenda y era muy, pero que muy guarra en la cama.

Nuestras primeras veces fueron salvajes; ella poco a poco fue tomando la iniciativa y hacíamos de todo lo inimaginable. Sus felaciones me hacían explotar y cada día salía de su apartamento con ganas de volver.  Yo controlaba y me reprimía, de modo que mis visitas solían ser una vez al mes.

Al cabo de unos meses, ella era la que tomaba la iniciativa desde el principio y yo me dejaba hacer. En una de esas visitas, me hizo desvestirme y me llevó denudo de la mano a la habitación, mientras me excitaba a base de mordiscos, besazos hasta la tráquea, etc. Me propuso atarme a la cama y seguir con un juego salvaje. Caliente como estaba accedí. Ella me esposó a la cabecera de la cama y salió a prepararse. Volvió al cabo de unos minutos, me ató las piernas a las patas de la cama y me enseño un hitachi, con el que comenzó a masturbarme. Cada vez que yo estaba a punto de correrme ella paraba. Me puso a cien y entonces me propuso utilizar un plug en mi trasero. Yo estaba salido del todo y acepté.  Me lubricó el año con un sus dedos, introduciéndolos poco a poco untados con el lubricante, y cuando me vio otra vez excitado me introdujo poco a poco el plug, no muy grueso la verdad. Yo disfrutaba como una mala bestia con el mete saca y al cabo de unos minutos me corrí, sin que me tocase el pene. Fue algo inenarrable la sensación. Me desató, charlamos unos minutos de cómo me había ido, me duché y hasta la próxima.

Pasado un mes volvimos a quedar. Me dijo que se había cambiado de apartamento, me dio su nueva dirección y allá que fui.

Me recibió en un saloncito vestida (o desvestida) con un negligé semitransparente gris, que dejaba ver un tanguita y un sujetador minúsculos. Llevaba liguero, medias y botas. Nada más entrar me puse como una moto y comencé a besarla. Ella se apartó de mí, sonriendo, y me dijo:

“Antes de empezar te voy a poner un PowerPoint y una peli para ponernos a tono”. Aunque yo ya lo estaba, accedí. El PowerPoint eran fotografías de mi DNI, de mis tarjetas personales, de las profesionales, fotos de mi casa, de mi mujer y de mi hijo (le habían tapado la cara). Me imaginé de qué se trataba pero aun así, chillé: “¿qué te crees que estás haciendo, zorra?” “Tranquilízate y no me amenaces, Andrés, que todavía falta la peli”. Cuando la puso, yo era la estrella. Había grabado en video toda la escena de la cita anterior, todo, y me había fotocopiado los papeles mientras yo estaba atado en la cama. Entonces me di cuenta de que me había desvestido en el saloncito, la muy puta y cuando salió a buscar los aparatos me registró la cartera. Me levanté como un resorte y le pregunté que a qué venía aquello, que me largaba de allí ahora mismo.

“Andrés, lo sé todo sobre ti. Tengo copia de toda tu documentación. Además, te he investigado. Sé tu nombre, se tu dirección, sé dónde trabajas, conozco a tu jefe, tengo tu teléfono, tu correo. He visto tu casa, he conocido a tu mujer y a tu hijo, así que siéntate y tranquilízate si no quieres que ellos vean lo que tú acabas de ver.” Cabreado, la obedecí.

“Verás, Andrés, lo vamos a hacer a mi manera. Soy una mujer dominante y me gusta tener esclavos y esclavas. Este nuevo apartamento es para eso. Acompáñame.”

Salimos del saloncito y me llevó al salón. Era una sala de sado, con todos los instrumentos que podáis imaginar. Potros, espalderas, sillas, jaulas grúa, y todo tipo de accesorios.

“Y ahora escúchame con atención.  No quiero hacerte ningún daño, ni obligarte  hacer aquello que no quieras pero he pensado que tú puedes ser una buena puta. Noté el otro día como disfrutabas con el plug y creo que en realidad te gusta ser tratado como mujer. Yo necesito putas a mi servicio y tú vas a serlo. Seguiremos viéndonos de momento como hasta ahora, tú me llamarás para cada cita, pero espero que no pase más de un mes entre ellas y, por supuesto, seguirás pagando lo mismo. Considéralo el coste de tu entrenamiento... Te voy a preparar poco a poco para ser mi putita y creo que me lo agradecerás al final. De todos modos, no te queda otra salida que aceptar mis condiciones, ¿no crees?”

Estaba cabreado, mucho, por la trampa, pero no vi manera de escapar de ella y accedí.

“Vamos a empezar por lo principal, vestirte de lo que eres.”  Me puso un tanga, un sujetador  y unos panties. Me llevó a otra habitación donde tenía un armario lleno de ropa. Eligió para mí un vestido escotado y corto y unos zapatos de mujer con poco tacón. Después me puso una peluca corta y me maquilló. Como punto final, me puso unos pechos de silicona bajo el sostén.

Yo seguía enfadado pero también me excitaba la situación. Ella se dio cuenta y me dijo que diese unos pasos moviéndome como una mujer. Me enseñaba como hacerlo, y cuando no sabía o no me salía bien me exigía que la imitase. Me hizo fotos durante todo el proceso y me dijo que las guardaría para ella, riéndose. Cada vez me tenía más en sus manos, pero la situación me excitaba.

Después de media hora se dio por satisfecha. Me ordenó tumbarme en la cama de nuevo, me volvió a atar y me metió de nuevo el plug, haciéndome correrme como nunca. Me quité el maquillaje siguiendo sus instrucciones, me duché y antes de irme me dijo:

“Andrea, la próxima vez que vengas quiero que traigas puesta ropa interior femenina. Cómprala donde quieras pero tienes que traer braguitas, medias, liguero y sujetador puestos.”

Protesté pero no me dejó opción.

(9,47)