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El día que cambió mi vida II

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No tardo mucho en hacer uso y abuso de su poder. En cuanto tuvo el vídeo, me ordeno hacer un directo bajo la amenaza de mandar el vídeo a todos mis contactos. No me sorprendió. Una parte de mi lo esperaba y lo deseaba. La otra no callaba de llamarme tonta. Tenía que registrarme en una web cam de directos donde él o cualquier otro podría mandarme hacer todas las guarradas que quisiera. Me ordenó que sólo vistiera los zapatos y las medias que había comprado para mi. Ah, y que fuera obediente.

No voy a negar que me daba una vergüenza tremenda estar vestida así en mi propia habitación. Dios, solo el nombre que tuve que poner para registrarme ya era suficiente vergüenza para toda una vida. Como ya he dicho vestir esas ropas me hacían sentir sucia y la sensación se acrecentaba al estar en un sitio tan familiar para mí. Pero cumplí. Intenté ponerme en la posición más sexy posible, con mi larga cabellera tapando uno de mis pechos, y las manos entrecruzadas en mi espalda, y con el corazón a mil, encendí la cámara.

Al poco apareció el primer observador. Era él, tenía que ser él, porque ahora que caía, no me había dicho nombre.

-Ojala estuviera allí para poder tratarte como mereces.

Ese primer comentario me puso cachonda.

-Siéntate en la cama... No, no así no, con las piernas bien abiertas. Que se te vea bien el coño de perra que tienes.

“Toda una vida educada en cerrar bien la piernas y en 24 horas no hago otra cosa que mantenerlas bien abiertas”, pensé. Dios, me entraron unas ganas locas de masturbarme. Estaba deseando que me lo ordenará, pero el chat estaba en silencio. Recordé mi promesa, tenía que ser obediente. Me fije que el número de espectadores había subido a 10.

-Saca la lengua, enseña bien los pechos.

Eso simplemente significara que quitara mi pelo de la vista. Empezaron a hacer comentarios obscenos sobre las mamadas tan cojonudas que tenía que hacer con esa boquita o las pajas cubanas que se harían con mis pechos.

-Ponte a jugar con tus pezones.

Eso hice, me los acaricie, me los apreté y los retorcí sólo un poquito. Todavía estaban muy sensibles y ellos lo notaron rápido.

-Pínzatelos.

Aún recordaba el dolor de la mañana. No, no pensaba hacerlo, aparte de que no tenía nada a mano para poder hacerlo. Iba a negarme, pero recordé la amenaza de mi amo.

Salí a hurtadillas de mi habitación y tarde un momento en darme cuenta de que los zapatos que llevaba hacían mucho ruido. Y otro en darme cuenta de lo que estaba haciendo: recorrer desnuda mi casa en busca de pinzas para poner en mis pezones. El mundo se me vino encima y me derrumbé. Quería llorar, pero me tragué el llanto.

Me dirigí al sótano que era donde teníamos la lavadora y tendíamos la ropa, y ahí me coloqué yo misma las pinzas con sumo cuidado. Aún así dolían. El camino de vuelta lo hice como si fuera un zombie, sin percatarme de nada. Los mirones se dieron cuenta en seguida que algo se había roto dentro de mi, pero a los muy cabrones no les importaba una mierda. Querían que no me tapará y que estuviese bien abierta.

-Ponte a cuatro patas, perra, sobre la alfombra.

-Y enséñanos el culo y coño de perra que tienes.

Era la posición y la situación más humillante que había estado en toda mi vida. Y ahora sí, por fin, me ordenaron que me masturbará. Me force a mi misma a tocarme, primero suavemente, y al no conseguir nada, con ansiedad. Cada vez más y más deprisa, dejando que me dominará el placer para terminar corriéndome en un orgasmo salvaje. Ellos no querían que me detuviera y yo tampoco. Me corrí dos veces más, y y para llegar al tercero necesité meterme más y más dedos, hasta que al final me metí la mano entera dentro del coño y exploté.

El número de mirones se había disparado. Me pidieron que me lamiera los dedos y que me metiese algo gordo en el coño. Discutieron durante un rato que era exactamente lo que querían que me metiese mientras me olía a mi misma. Me dio asco. No estaba muy segura de que había expulsado, pero por el olor podía deducir que me había orinado encima. Comencé a chuparme los dedos.

En el chat apuntaron que lo mejor que podía hacer era meterme un dedo por culo para lamerlo después. Otro subió la apuesta y apuntó al tacón del zapato. Las apuestas sobre el objeto que me tenía que meter por el coño llegaron hasta un destornillador de mango bien gordo.

-No tengo nada de eso aquí.

-Pues sal a buscarlo, como antes, perra.

-Y busca otro para metértelo por el culo.

-No lo entendéis, no tengo herramientas en casa.

-Pues cómpralas en un 24h

-Ponte un abrigo y sal tal cual.

Volví a salir de nuevo de mi habitación únicamente con el abrigo puesto. Me fije que eran las cinco de la mañana, así que llevaba al menos cinco horas haciendo el directo y todavía esto no se había terminado. Gracias a Dios no me crucé con nadie por la calle hasta que llegue a la tienda. Para desgracia mía, el tendero era uno de los mirones. Tras abrirme el abrigo y ordenarme que arrodillará, se corrió encima de mi cara y tetas, impidiendo por supuesto que me limpiará lo más mínimo. Pero todavía quedaba el remate final. Me enseño dos vibradores, uno de ellos con pinza para el clítoris y otro para el culo.

-Eres una magnífica perra, tu amo va a quedar muy complacido.

No me di ninguna prisa en regresar a casa. Esos malditos chismes hacían muy bien su trabajo y apenas podía caminar con ambas cosas a su máxima potencia. Tuve que detenerme a mitad de camino porque me estaba corriendo o meando o vete a saber... Por supuesto cuando llegue a casa ellos quisieron ver el final del espectáculo.

Me metí los destornilladores que había comprado hasta que sólo se vieron las partes plateadas.

(9,11)