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De Andrés a Andrea: Mi proceso de feminización (V y desenlace)

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Hablamos durante más de dos horas. Mi mujer asentía a cada cosa que decía y en realidad ella también opinaba que era lo mejor. No se sentía cómoda con la situación, hacía tiempo que había dejado de quererme y además quería volver a su antiguo trabajo. Acordarnos establecer un divorcio de mutuo acuerdo. Ella se quedaría con la casa y yo le pasaría una generosa pensión que le permitiría contratar a alguien para cuidar a nuestro hijo mientras trabajaba. Ella se encargaría de buscar un abogado competente.

Durante ese mes me dediqué a buscar apartamento para mí. Compré uno en la zona donde Carla tenía su gabinete, e hice la mudanza. Poca cosa, mi ropa, mis objetos personales, ordenador y nada más. Era un ático con un  gran salón, soleado, y dos habitaciones grandes, con acceso independiente, cada una de ellas con su baño incorporado (jacuzzi en la principal). Una cocina completamente amueblada y una terraza espectacular.

Mi vida estaba dando un cambio espectacular. No sabía cuánto tiempo podría conservar mi empleo, pero la verdad es que no me importaba demasiado. Quería ser una mujer  toda costa.

Seguí por supuesto con mi entrenamiento y acudí dos veces más a la consulta para ser hormonado. Volví también a ver a Inés y terminar el tratamiento laser, y a las chinas para que me arreglasen las uñas. Por entonces ya eran las mías naturales, y podía pintármelas y despintármelas cuando me apetecía.

Llegó el día de la cita. Llegué al gabinete hecha toda una mujercita. Aunque los pechos ya me habían empezado  a crecer, todavía eran demasiado pequeños y seguía utilizando los postizos, que casi estaban  punto de saltar.

Carla estaba radiante, en su papel de jefa de la casa de putas. Me recibió vestida con unos leggins ceñidísimos que marcaban todo, un corsé precioso y una blusa rosácea divina, con zapatos de tacón.

Pasa, Carla, hoy vas a tener trabajo. Mis amigos han organizado una orgía y participareis varias de mis chicas y ellos. Estoy segura de que te gustarán y disfrutarás como la perra que eres. ¿Qué te cuentas, puta?”

Solo al oírla ya me sentía excitado con la situación. Le expliqué mi conversación con mi mujer, mi traslado y mis ganas de convertirme en mujer. Ella asentía, satisfecha.

“Carla, cariño, lo sabía. Hoy terminará tu entrenamiento. Vas a portarte como la zorra que eres, vas a hacer disfrutar a mis amigos al límite y después hablaremos del futuro, ¿te parece?”

Yo ya estaba mojando las braguitas. Carla lo notó y me pidió que tratase de controlarme mientras me ofreció unas suyas para cambiarme. Salimos y subimos a mi coche. Volvimos a la misma casa del bukake y Carla volvió a vendarme los ojos mientras me conducía arriba. “Esta será la última vez que lo hagas así. A partir de hoy quiero que veas todo lo que haces, y disfrutes con ello”.

Entramos de nuevo en aquel salón. Me quitó la ropa dejándome en braguitas y sujetador, me colocó en el centro y se dirigió a los que allí estaban:

“Esta es Andrea, mi mejor putilla. Algunos de vosotros ya la conocéis de otras ocasiones: Andrea es una chica atrapada en el cuerpo de un chico. Está en tratamiento de hormonización y su deseo es convertirse en toda una mujer, en toda una zorra. Está dispuesta y preparada para hacer todo lo que deseéis, todo. Los que la conocéis sabéis que me quedo corta y los que no, tendréis una gran sorpresa con ella”

Me hizo dar un par de vueltas de su mano para que me viesen todos y después, por sorpresa, desató la venda.

Había mucha luz y parpadeé, cegado.

Aquel salón era inmenso. No había mucha gente y poco a poco, las siluetas comenzaron a perfilarse. Comencé a ver caras y sorprendido, las iba reconociendo. Estaban Carla, Inés, la chica que había conocido en la tienda de las chinas, ¡con la dos chinas! Estaban varios chicos de mi edad, ¡oh, no!, mi jefe, y de repente la vi. Mi mujer estaba allí, agarrada a un maromo y sonriendo.

Me quería morir. Yo allí, en ropa interior, como un puta, y ellos mirándome y sonriendo.

Después de un par de minutos, sin poder moverme y abrumado, Carla me cogió del brazo y me llevó a otra salita.  Me hizo sentar en un sofá, llamó a mi mujer y cerró la puerta.

“Andrés, cariño, no te esperabas esto, ¿verdad? Menuda sorpresita.” Yo estaba aturdido y no entendía nada.

“Andrés, esta situación te la has buscado tú mismo. Empezaste a irte de putas pero cuando volvías a casa ni siquiera te preocupabas por disimular ese olor a perfume barato. Te seguí una de esas veces y descubrí que me ponías los cuernos. No me importaba demasiado porque si tú pasabas de mí, yo hacía lo mismo pero, al menos, te era fiel. Se nos había acabado el amor, pero a ti te daba miedo reconocerlo, había que empujarte, puta.

Decidí hacer algo. Hable con Clara, tu jefa. La conocía del barrio, fuimos amigas antes de salir contigo, pero luego se estableció por su cuenta y dejamos de vernos. Yo le había seguido la pista, sabía a lo que se dedicaba y contacté con ella.

Desde el principio estuvo de acuerdo. Le hablé de ti, de tu pasividad en la cama, y ella decidió conocerte para ver el mejor modo de actuar. Yo sólo buscaba venganza, ¿sabes?, hacerte sufrir, avergonzarte, zorra.

Clara es una madame de lujo y se las sabe todas. Bastó con poner su tarjeta insinuante en el parabrisas de tu coche para que cayeras como un pardillo. Y descubrió pronto tu debilidad: Eras pasivo, pero porque tenías una vena femenina que ella sabía cómo hacer salir. Fue fácil, te empujó poco a poco hasta que te sentiste forzado a hacerlo, aunque en realidad lo deseabas, ¿verdad? Todas aquellas veces en que te vendó los ojos, todas, allí estaba yo, viéndote disfrutar como la zorra que eres. Alguna de las pollas que te comiste las dirigía yo, cariño. Al principio me sentí cabreada pero luego comencé a disfrutar de la situación yo también, soñando con ese momento. Te llevamos a donde quisimos, y nunca te diste cuenta de donde te estabas metiendo en realidad, ¿verdad? Hasta la chica del local de las chinas, Sofía, estaba allí para darte el último empujoncito, princesa, jajaja, ¿recuerdas?

En este momento estamos en casa de tu jefe, o ex-jefe. Ya se las chupado en la otra ocasión, igual que a alguno de sus amigos, y hoy repetirás”

No sabía dónde meterme. Todo había sido una maquinación de mi mujer y yo había caído en aquellas redes que ahora me impedían salir. Asentí con la cabeza y, casi llorando, les pedí perdón, supliqué, pero ellas no se apiadaron de mí.

“Verás, Andrea, porque ese será tu nombre para siempre; utilizarás el femenino cuando hables de ti, puta, siempre. Esto no va a acabar aquí. Al contrario, empieza. Carla, Inés y yo, las que hemos organizado esto, vamos a explotarte como puta. Ni se te ocurra protestar, tienes un hijo que no debería saber a qué se dedica su padre, ¿verdad? Y tu hermano Fidel tampoco, ¿no crees? Y tantos otros…

Carla te conoce y tiene grandes planes para ti. Trabajarás para nosotras, podrás mantener ese ático maravilloso que has comprado, siempre que consigas los suficientes ingresos para satisfacernos a todas. El 75% de ellos nos lo repartiremos entre las tres, según el acuerdo que hemos establecido. Con el 25% restante deberías tener dinero para tus caprichitos, tu transformación, para tu ropa y para mantener tu ático, que también utilizaremos como picadero. Al fin y al cabo, para eso te lo habías comprado, ¿no?

Los ingresos mensuales de una buena puta pueden llegar a 20.000 euros limpios y a cada uno nos corresponderían 5.000. Una buena cifra. Con tus 5.000 tendrás más que suficiente para vivir bien y mantenerte unos añitos, ahorrar, hasta que dejes de ser rentable. Entonces y sólo entonces podremos liberarte de tus compromisos. O, mejor aún, puede que te vendamos a una casa de putas y allí pasarás tu vida, trabajando. Calculo que nos podrás servir diez o doce añitos, no más, antes de que nos deshagamos de ti ¿Tu qué opinas, Carla?”

Carla asintió, riéndose, y mi mujer prosiguió. “Verás puta, otra cosa que me hace falta es tu dinero, todo tu dinero, el apartamento de Marbella y las tierras de Madrid y Salamanca. Lo quiero todo y ya. Mañana iremos a mi abogado y firmaremos nuestro acuerdo de divorcio en esos términos”.

El mundo acababa de hundirse para mí. No tenía otro trabajo, me quedaba sin nada y mi única salida era seguir lo que me ordenaban. Estaba desesperado, me sentía hundido y sólo quería escapar. Entonces Clara se acercó a mi oído, me achuchó y me susurró suavemente:

“Andrea, putita, te están esperando. Sal ahí fuera y haz tu trabajo”.

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