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Lalo, la flaca y yo

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No sé si existe laburo tan demandante, asfixiante y derrotista como el de cobrar en un pago fácil. Desde las 8 de la mañana y hasta las 7 de la tarde me enfrento a los lerdos ancianos, al malhumor de los que vienen con mil boletas, de las que por poco te hacen un piquete por no tener cambio, y a las mujeres acaloradas que se me re insinúan con tal de que les haga algún descuento en el minimarket de golosinas, cigarrillos y gaseosas. Solo paraba para comer algo.

Somos 3 personas, siempre y cuando la bella Mariela no falte por sus estudios universitarios. Si ella viene, al menos mi compañero Nicolás y yo nos motivábamos con su culo perfecto y sus comentarios sexuales acerca de los clientes. Se reía de las madres que amamantaban a sus bebés en la fila como si nada, de las histéricas y de la cara de mal sexo de algunos hombres. Cuando no había nadie la mina nos re calentaba franeleándonos, pero se hacía la ofendida si le manoseábamos el orto.

Uno de esos viernes de fin de mes hablé por teléfono con Lalo, mi mejor amigo para que venga a casa a cenar. Hacía un año que no sabía nada de él. Solo que al fin tenía su consultorio de radiología, y que se había divorciado.

Aquel día, por alguna razón estaba muy excitado, y el culo de Mariela no se paseaba por detrás del mostrador.

Me comuniqué con Eliana, mi esposa, para contarle lo de Lalo, pero ya estaba enterada. Él mismo le dijo que prefería unas buenas milanesas a la napolitana en lugar de pastas. A las 7 en punto cerré los balances y me fui a tomar el micro rumbo a Castelar, que es donde vivo.

A las 8 caminaba por una plazoleta desierta, en la que solo desafiaba a la crisis el puesto de revistas del negro García. No había un alma. Esa noche me dolían tanto los huevos de calentura que ni me resistí. Se sabía que el negro tenía un par de guachitas a su cargo, para apalear sus propias necesidades y las de los hombres con ganas de una buena mamada. Así que le golpeé la ventanita del kiosko y le di 50 pesos para que una morochita me baje el lompa y me chupe la pija con desgano, sufrimiento y algunas mordiditas que me hacían alucinar. Ella pensaría que me molestaba ese estilo. Pero, por el contrario, lograba que mi leche tardara en fluir furiosa y abundante en su boca.

Estuvo como 20 minutos mamando, oliendo, lamiendo, tragando y escupiendo saliva, jadeando cuando se la sacaba de golpe de la boca y asesinando a mis testículos cuando su lengua los saboreaba. Se la di toda sin ningún tipo de limitaciones cuando me mostró su bombachita sucia, negra y con agujeritos por todos lados, porque le pedí que se suba toda la pollerita. Se la tragó sin poner cara de asco, y le dejé 50 pesos más entre sus tetitas pobretonas.

Caminé 2 cuadras hasta mi casa. Toqué el timbre, todavía absorto por esa petera, y Eliana me abrió. Estaba histérica y tenía olor a cebolla en las manos. Me retó por demorar, por entrar con barro en los zapatos, porque no compré el postre, y porque Lalo ya me esperaba con cerveza y maní en el living.

Había perdido la noción de la hora. Pero el encuentro con Lalo fue más que emocionante. No sabíamos cómo ordenar todo lo que teníamos por contarnos. Abrimos un buen vino para brindar, hablamos entre cigarrillos y risas, pusimos la tele para mirar Racing & Belgrano de Córdoba, y aunque ambos compartíamos la misma pasión por la academia, el partido pasó a un segundo plano.

Eliana dijo que nos sentemos a la mesa, y le hicimos caso. Mientras ella servía las milanesas, Lalo colaboró abriendo 2 vinos y poniendo los cubiertos que faltaban. En un abrir y cerrar de ojos Eliana desapareció, y nos desorientó cuando la vimos de pie con un vestido semi transparente hasta un poquito antes de las rodillas, con el pelo atado, escotada y con una sonrisa peligrosa.

No era habitual que mi esposa se vista insinuante para cenar. Claro que no le di importancia. Supuse que la visita de Lalo ameritaba tales elegancias. Pero un ardor inescrupuloso subió desde mi estómago hasta mis sienes cuando, durante el pionono con crema y cerezas, Eliana expresó:

¡Che Lalito, la verdad, estás cada día más hermoso vos eh… el divorcio te vino mejor que a mi amiga Laura… además, esos ojos… y esos labios… no debe haber que se resista a ratonearse con vos!

Lalo parecía nervioso, pero respondió a todas las preguntas que Eliana le hacía, como si yo no formara parte de la noche ni de la mesa. Dijo que no quiere saber nada por ahora con encarar un romance, que vendió el auto, que su ex mujer se quedó con los perros, que el terreno lo vendieron y dividieron la guita, y que volvió a sus andanzas por los privados, aunque solo los fines de semana, y no todos.

Eso pareció atraerle a Eliana, que averiguó un poco más de aquello:

¡uuuuh, así que te acostás con chicas?, y les pagás?... imagino que debés elegir a las más pechugonas, y a las que tengan menos pinta de facilongas… y es muy caro che?!

Pensé que se estaba propasando, y le pedí que no lo incomode. Pero Lalo seguía respondiendo, ella bebiendo vino, y yo buscando calmar esa especie de celos mezclados con impaciencia.

Lalo explicó que sus preferidas son las que no exageran cuando acaban, las que se visten con cierta decencia y que, le fascinan las trolitas que fuman. Eliana hizo una pausa tras estallar de risa, y le largó:

¡Boludo, igual, te tengo que confesar que el sábado pasado soñé con vos, y la verdad, la pasé muy bien!

Ni siquiera mi cara de orto pudo frenar tamaña perorata. Lalo quiso saber más, y se sentó un poco más cerca de ella, aunque con un gesto más que formidable me dio a entender que no me preocupe, que él manejaba la situación. Entonces, Eliana lo largó todo, sin privarse el más mínimo detalle.

¡soñé que estábamos en un telo… vos me citaste… ese día yo tenía turno al dentista, y no fui… apenas nos vimos nos re tranzamos mientras yo te decía que estabas chiflado, que estoy casada y otras boludeces… pero vos pelaste una pija que, cómo te lo digo… era una verga de los dioses, y yo te la quería chupar… vos me tiraste en la cama, me re manoseaste las tetas y te me subiste arriba para clavarla en mi concha… lo loco era que me traspasabas la bombacha… ni te cuento cómo amanecí ese día… te juro que creí que me había meado de lo mojada que estaba!

Para mí fue demasiado, y aunque no sabía qué hacer, me paré de la silla y grité golpeando la mesa:

¡Basta Eliana, estás borracha, no sabés lo que decís, andá a la cama que yo levanto todo!

Pero ella se rio y agregó:

¡No amor, yo estoy bien… no sé vos cómo estás después de la peterita de hace un rato. El viejo García se lo contó a mi hermano, y le dijo que no fue la primera vez que te hacés chupar la pija… así que mejor cállate!

Me sentí un estúpido, y cuando Eliana dijo que iba al baño le pedí a Lalo que se vaya. Pero él me sugirió que no arme bardo, que no le haga daño ante todo lo que contó, y de la nada ya estábamos hablando de negocios.

En eso apareció Eliana, solo que ahora en bombacha y corpiño, con un frizze en la mano y 3 copas en la otra. No sé lo que me llevó a actuar como lo hice. Pero, en cuanto las copas se estrecharon en un brindis nervioso le dije a mi amigo:

¡hacele lo que ella te pida, cógela loco, quiero verla chuparte la pija!

Eliana casi se ahoga con su fondo blanco, pero en cuestión de segundos estaba arrodillada sobre el sillón. Lalo le dijo que prefería jugar un poco antes, y no ir a los bifes tan rápido.

¡Dale tarado, si desde acá te estoy viendo la pija, se te va a reventar el pantalón… vení ahora, dame esa chota en la boquita!, dijo Eliana sacando la lengua, meneando las lolas y juntando las rodillas.

Lalo se bajó el pantalón y le acercó el pubis a la cara. Ella no le bajó el calzoncillo hasta después de olerlo, mordisquearlo y pasarle varias veces la lengua. Vi cómo le tocaba los huevos por entre los costados, cómo se le nutría el mentón de saliva cuando sus labios, y cómo lagrimeó cuando le dio unas lamidas a su tronco y la carita de felicidad que le nació al tener la punta de su pija moviéndose entre sus labios. Lalo le pegó con ella en la cara, y ella se lo agradecía.

¡Así, pégame más nene, quiero pija, quiero conocer el sabor de tu leche, quiero ahogarme con tu pija, dame verga negro!

Le tocaba las tetas, y ella le pedía que se las apreté con fuerza, que le pellizque los pezones y le meta un dedo en la boca junto con su pene. Ella comenzaba a sentir las estocadas de mi amigo en la garganta, eructaba un poco y se reía de eso. Hipaba unas cuantas veces, y a pesar de la caballerosidad de Lalo en pedirle parar un ratito para que se recupere, ella no quiso detener su peteada.

¡¿Te gusta cómo le chupo la pija a tu amigo?, querés que le tome la lechita adelante tuyo mi amor?... un día traé a casa a una de las peteras de don García, así aprendo mejor si querés!, me dijo con sarcasmo mientras Lalo intentaba callarla con sus huevos, ya que ella lo estaba pajeando.

Entonces, Lalo no aguantó más y le abrió la boca con los dedos para que su pija vuelque un buen chorro de leche en sus adentros, el que la hizo toser y escupir para todos lados. Lalo gemía de satisfacción, y solo allí se le escapó un leve ¡tomá la leche guacha!

Ella la saboreó, lamió su cara y el cuero del sillón donde se derramaron algunas gotas. Gateó por la alfombra y me bajó el pantalón a mí, que permanecía parado contra la biblioteca. Se metió mi pija empalmada como nunca en la boca, después de decir:

¡le diste toda la leche a esa mocosita, o te quedó algo para tu mujer hijo de puta?!

Lamió mi escroto, escupió mis huevos y, subió y bajó por mi tronco con sus dientes y su babita encendida. Me pajeó entre la tela de su corpiño y sus tetas, me nalgueó con violencia, clavó sus filosas uñas en mi cintura y se esforzaba por hacerme acabar frotando su lengua en mi glande con uno de sus dedos en mi ano, aunque no lo introducía.

De repente gritó: ¡Lalo, vení a sacarme la bombacha y cógeme, que tengo la concha prendida fuego!

Lalo no se la quitó, pero se acomodó tras ella, que ya estaba sobre sus pies como en cuclillas y, durante unos minutos estuvo revolviendo su vagina con sus dedos para probar la temperatura de sus jugos.

Apenas mi semen comenzó a burbujear en su boquita incapaz de pronunciar palabras, pero sí de maravillar a cuanto pene se le cruzara esa noche, corrió hasta el sillón y se dejó caer boca arriba.

Lalo se aprovechó de ella. Le destrozó el corpiño, frotó sus huevos y su pija contra sus tetas luego de darle unos escupitajos que resonaban en la noche. Después se la dio en la boca para que se la mamara un ratito y, aquello me invitó a sumarme, luego de que dijera entre pete y lamidas a sus bolas:

¡Dame la mamadera, que soy una bebé todavía, mirá cómo me babeo, no sé ir al baño solita, ni chupar bien el pito, según mi marido!

Sabía que no lo decía de verdad. Pero le saqué la bombacha, me entretuve lamiéndole la conchita y, entonces le di paso a Lalo para que conozca el sabor de su clítoris, mientras ahora mi pija entraba y salía de su boca. Me la ordeñaba con una sed desconocida. ¡Nunca me la había chupado con tanta dedicación! Las veces que lo hizo fueron luego de emborracharse en alguna fiesta familiar.

Lalo escurrió su lengua entre sus flujos, y el sonido de sus lametazos me instaban a cogerle la boca con mayor rigor del que podía reconocer. Olí la bombacha de mi esposa y obligué a Lalo a que lo hiciera también en cuanto vi que colocaba la punta de su pija en la entrada de su vagina.

¡Olé el calzón de la flaca y penetrala si tenés pelotas!, le grité, seguro de que lo haría.

Le dio duro. Le arrancó unos gemidos tan agudos que tuve que cerrar las ventanas.

Yo entretanto le daba pijazos a sus gomas, le abría las piernas para mirar con mayor claridad el mete y sale de la verga hinchada de mi amigo, se la daba de mamar un poquito y trataba de meterle un dedo en el culo a Eliana, que no se olvidaba de la peterita de don García.

¡cogeme Lalito, haceme el amor como en tus sueños, dame pija, llename de leche turro, haceme gozar como a tus putitas de los privados!, decía Eliana cuando su cuerpo yacía sobre almohadones dispersos en el suelo, con mi pija pugnando por entrar de una vez en su boca y con Lalo detonando más y más presemen en su conchita.

Pero cuando logré meterle un dedo en la colita, ella gritó por fin:

¡No me digas que querés que tu amigo me haga el orto también!

Ninguno respondió. Ella me pidió que le extienda los brazos para ayudarse a ponerse de pie, y se dirigió a nuestra habitación. Lalo y yo nos miramos desconcertados, pero con cierta complicidad, pensando en que tal vez todo haya terminado, y me sentí culpable.

Pero la flaca apareció otra vez, con otra bombacha y con el pelo desatado. Se puso en 4 patas en los almohadones y movió la cola con un dedo yendo y viniendo del inicio de su rayita hasta su ombligo. Cuando pasaba por su conchita se lo hundía un ratito.

¡En el sueño no quisiste, pero ahora culeame toda Lalo, por favor, quiero toda esa pija en el culo!

Fue eso todo lo que debió decir para que Lalo acomode su pija entre sus cachetes, lubrique su ano con su saliva y algo de flujo que brotaba de su vagina, y junte su glande a ese agujerito afiebrado que tantas veces me había negado. No quiso sacarse la bombacha, y a Lalo no le importó.

Empujó un par de veces sin lograr que le entrara ni un centímetro. A Eliana le dolía y gritaba, pero quería más. Yo me acerqué a su boca para que me la chupe, y de paso la pajeaba. Frotar su clítoris mientras lalo le estimulaba el culo la hacía delirar de placer. En un momento la vi lagrimear, estremecerse, dar un alarido de dolor y tambalearse sobre sus brazos.

Lalo ya se hamacaba con su pija toda adentro de su orto precioso cuando sus dientes rasgaban el cuero de mi verga dura como un fierro.

¡haceme la cola perro, cógeme toda, rompeme el culo, dame leche, quiero que me duela cuando me vaya a sentar, cógeme el orto guacho!, decía Eli cada vez que mi pija era expulsada de su boca.

Sabía que no podía aguantar mucho más. Se me ocurrió enredar su anterior bombacha a la base de mi falo y volver a su boca para que me saque toda la leche que su lujuria creó para sí misma. Lo hizo, mientras se hacía pis y mi mejor amigo se la sacaba del culo para tumbarse sobre ella y, de esa forma terminarle todo en la conchita en un movimiento de pelvis admirable.

Cuando Eliana se levantó con el pelo enredado, con la bombacha goteando semen y pis de pura excitación, con la boca llena de mi acabada, y con los ojitos brillosos pensamos que se iría a dormir, luego de una ducha reconfortable.

Pero, por el contrario, preparó café y compartimos una charla de temas diversos. El olor a sexo que invadía la casa, su recurrente forma de volver a las peteras del kiosko y las preguntas que Lalo le hacía acerca de nuestras relaciones sexuales ya no me ponían incómodo. Me gustaba ver a mi mujer hecha una ramera insolente, desatada, en calzones, con ojeras y al lado de mi amigo, tan en bolas como yo.

Se nos paraba la pija, ella nos pajeaba un ratito a cada uno, y entonces nos la mamó hasta sacarnos otro lechazo. Esa madrugada coincidimos en juntarnos a comer más seguido, para que el tiempo no se nos escurra entre vanalidades del mundo superficial.

Lalo se despidió de Eliana con un par de besos en sus tetas, y en cuanto terminó de vestirse lo acompañé a la puerta. Al día siguiente yo le hice el culo a mi mujer, y ella después me hizo acabar en su boca a plena luz del día en nuestra terraza. Por supuesto que Lalo es el único que puede entrar a nuestra intimidad, hasta que ella decida cuál de sus amigas es confiable para unirse a nosotros.    

Fin

(9,09)