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Puta - Capítulo III

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 CAPÍTULO III

 

El camino recto va directo a la meta;
el sinuoso puede hundirte o ayudarte a superarla.
Uno es para los constantes, el otro para los valientes”Confucio.

 

La prudencia, el respeto, el espíritu de sacrificio y las férreas convicciones son, estimado lector, los valores que han motivado tan sana decisión. En nombre de Daniela, quien carece del carácter omnisciente que solo compartimos tú y yo, te doy las gracias.

Veremos, entonces, que le depara el destino a nuestra joven protagonista.

 

Daniela arrancó la hoja de la libreta que contenía el número de Carla y la estrujó con fuerza dentro de su puño cerrado. Luego tiró el papel arrugado en el cenicero, buscó el encendedor que siempre llevaba en su cartera, lo activó y arrimó la llama a una punta del papel. Éste ardió con facilidad, lenta pero inexorablemente, hasta quedar reducido a unas cuantas cenizas.

-Me gustaría ser como vos, Carla... -Dijo para sí misma mientras revolvía las cenizas con el dedo, como buscando algún fragmento vivo de aquel papel.- Pero yo me sentiría como puta todo el tiempo, a cada momento.- Terminó con lágrimas en sus preciosos ojos de miel y se fue a la cama exhausta.

Al día siguiente amaneció temprano. Aun tenía dos días antes del examen del sábado, pero con su nuevo empleo no dispondría de mucho tiempo de estudio. Lo venía llevando bien, pero solo le quedaban aquella mañana y la del viernes. De manera que tomó su desayuno y se sumergió en la lectura sin perder más tiempo.

Antes de salir a enfrentar su segundo día en la lencería, recibió un llamado de Marcos que quería invitarla a almorzar el mismo sábado, después del examen. Daniela aceptó y se fue a trabajar más entusiasmada de lo que ella misma habría pronosticado la noche anterior.

Marcos era un chiquilín, pero había algo en esa actitud infantil que a ella le divertía. No era especialmente bello. Sin ser gordo, estaba un poco pasado de peso. Era unos centímetros más bajo que ella y no había terminado aun su batalla contra el acné. No era el tipo de chico que uno espera ver al lado de una mujer como Daniela, pero a ella le atraía. Ambos tenían una onda hippie-chic en la forma de vestir que los emparentaba.

Aquella tarde, en la lencería, las cosas anduvieron mejor. La dueña se quedó junto a ella durante las primeras horas y le explicó todo lo referente al manejo del negocio, las tarjetas de crédito, las colecciones, los modelos, los talles, todo. Además le informó que ella iba a ser la responsable de cerrar el local y le entregó la llave. Por lo general solía cerrar a las ocho de la noche; si las ventas iban muy flojas podía estirar el horario, a lo sumo,  hasta las nueve. El local estaba ubicado sobre la avenida Cabildo, que es una arteria muy transitada del barrio de Belgrano, pero los días de semana después de las nueve de la noche, cuando la gente dejaba de circular, podía ponerse peligroso.

En su segunda jornada las ventas anduvieron mejor. Si los próximos días continuaban igual, el lunes podría pagar la renta del departamento a término. Con renovado entusiasmo, ese mismo día se quedó hasta las nueve en punto. Para su sorpresa, solo durante esa hora extra facturó casi un cuarenta por ciento del total de la jornada.

Aquella noche regresó a su departamento feliz. Se sentía igual de exhausta que en su primera vez, pero las cosas habían funcionado mejor. Podrían funcionar mejor. Había asumido que el sacrificio era grande. Despertarse a las siete; estudiar hasta la una o ir a cursar (dependiendo del día); después a trabajar; y regresar a casa al rededor de las diez. No era sencillo ni era lo ideal, pero la cosa podía funcionar. Y Daniela se fue a dormir llena de esperanza.

 

Estimado lector, imagino el regocijo de tu alma al saber que eres parte responsable de la felicidad que ahora vive nuestra protagonista. Felicidad por no haber traicionado aquellos valores que sus padres forjaron en ella; por haberlos honrado con su accionar. Accionar que tu mismo promoviste con tu cauta decisión. Pero la historia no termina aquí…

 

El viernes amaneció bajo una lluvia torrencial.

Aquella mañana no disponía de muchas horas de estudio porque debía cursar en la facultad de once a una. No asistir a la cursada era una locura porque era la última clase antes del examen. De manera que desayunó temprano, estudió durante tres horas sin descanso y luego partió hacia la facultad bajo un aguacero violento.

Llegó empapada y de pésimo humor, pero al cabo de unas horas recibió una grata noticia. Al finalizar la clase, el docente titular de la materia le consultó si podían conversar en privado durante unos minutos. Cuando el salón quedó vacío, el profesor Díaz Duref, un hombre calvo, de unos sesenta años, y uno de los psicoanalistas mas reconocidos de la academia, se sentó en un banco junto a ella:

-Señorita Szajha, discúlpeme que le robe unos minutos, pero no podía dejar pasar esta oportunidad. –Su tono era pausado, claro y algo solemne- Veo que está empapada y no quisiera afectar su salud.

Daniela miró su pecho y se ruborizó. Advirtió que la camisa clara que llevaba puesta, ahora mojada, transparentaba sutilmente su delgado corpiño. Además, al adherirse a su piel, contorneaba casi imperceptiblemente el doble relieve natural de areola y pezón. Se sintió algo incómoda y acalorada. 

-¡Ejem! No es molestia, Doctor… - Daniela intentó con torpe disimulo cubrirse el pecho con su chaqueta y se odió a sí misma por no haber advertido antes aquella vergonzante situación.- Es que… me toma por sorpresa.

-Seré breve. La semana próxima se abre un concurso para un cargo de “Ayudante rentado” y se me ocurrió ofrecerle esta oportunidad. Quiero decir: Me gustaría proponerle, si usted estuviera interesada, por supuesto, que se presente a concurso para el cargo.

La sorpresa era ahora ciertamente mayor,y mucho más grata.

¿Había escuchado bien? ¿Díaz Duref quería incorporarla a su cátedra? ¿Le estaba ofreciendo concursar por un cargo rentado para incorporarla a su equipo docente?

Daniela intentó controlar su euforia:

-¡Ejem!- Volvió a aclararse la garganta. -Gracias, Doctor… Por supuesto que me interesa, pero… ¿por qué pensó en mí?

-Bueno. Está a la vista. Quiero decir: usted es una estudiante modelo. Además creo que podría tener aptitud para la docencia.

-Sería algo maravilloso, Doctor, de verdad. ¿Qué tendría que hacer para concursar?

-Vamos con calma. Estas cosas suelen ser algo burocráticas. Por el momento, debería acercarme su CV.

-El sábado mismo, antes del examen, le traigo mi currículum. ¿Le parece bien?- Trataba de moderar su excitación, pero no lo lograba del todo y la erección que sufrían sus pezones eran la evidencia más directa. Por suerte ya se encontraban a resguardo bajo su chaqueta, fuera del alcance visual del doctor Duref.

-Bien. Igual quiero que comprenda que se trata de un concurso. Por el momento hay cinco postulantes más que no son de esta cursada y que aun no he comenzado a evaluar.

-No importa. Le agradezco de nuevo la oportunidad. En serio. Esto es muy importante para mí. Sobre todo en este momento…- Estaba tan exultante que estuvo a punto de largarle todo el rollo de su compleja situación económica, pero se contuvo a tiempo.

-Me alegra que le interese. Su entusiasmo es importante, señorita Szajha. Le prometo que lo voy a tener en cuenta a la hora de tomar una decisión. No puedo prometerle nada más por ahora.

-Es más que suficiente para mí que usted me haya tenido en cuenta, profesor. Le estoy muy agradecida.

-Bien. No hay nada que agradecer, señorita Szajha.- Y Duref se levantó dispuesto a marcharse. Tomó su paraguas y luego de colocarse el piloto que llevaba colgado de su brazo, se volvió sobre Daniela. –Perdón.  Algo más que no viene al caso… ¿Su apellido es… ruso?

-Húngaro, profesor. Mi padre es de Hungría.

-¡Ah! ¿Y conoces el significado?

-La verdad que no…- Daniela se quedó pensando un momento. Nunca había reparado en ello. –Quizá no tenga ningún significado en español.- Dijo finalmente por decir algo.

-Quizás… Tampoco creo que tenga demasiada importancia. –Y tras un gesto desinteresado, se despidió: -Nos vemos el sábado.

-Hasta el sábado, profesor. Y… ¡Gracias de nuevo!

Por el momento podría sobrevivir con su empleo temporario; tenía una cita con un chico que le parecía simpático; tenía la posibilidad de convertirse en docente y resolver sus limitaciones con el estudio: ¿Qué más podía pedir?

Estos pensamientos gobernaron su mente mientras se dirigía hacia la lencería.

-Pensar que en algún momento fantaseé con la idea de convertirme en puta.– Se dijo triunfalmente antes de entrar al local.

 

Un aporte más voy a pedirte, estimado lector, antes de arribar al final de este camino que, junto a Daniela, haz comenzado a dibujar sobre el insondable lienzo de la vida. Un detalle más, menor en su relevancia, aunque no necesariamente en sus consecuencias… Pero, ¿qué voy a explicarte yo, estimado lector, sobre los inciertos acontecimientos que puede desencadenar un hecho menor como el que aquí te tocará dirimir?

 

Eran ya las ocho de la noche. Recién ahora la lluvia parecía tentada a ceder. La poca gente que había comenzado a transitar por la avenida no demostraba interés en invertir su dinero en ropa interior femenina.

Daniela se había pasado toda la tarde acomodando mercadería nueva que había ingresado al local por la mañana. No había vendido una sola prenda. Las opciones eran cerrar ahora mismo el local sin haber facturado una sola bombacha, pero pudiendo aprovechar una hora extra de estudio antes de acostarse. O, probar suerte una hora más para mantener vivas las esperanzas de poder pagar el alquiler en término.

Daniela no terminaba de decidirse y ya eran las ocho y un minuto.

 

SI DECIDES QUE DANIELA CIERRE EL LOCAL AHORA MISMO, CONTINUA LEYENDO EN EL  CAPITULO VI.

SI PREFIERES QUE DANIELA PRUEBE SUERTE UNA HORA MÁS, CONTINUA LEYENDO EN EL CAPITULO VII.

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