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Emilio

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La llegada de Emilio, pedaleando sobre su bici, a su casa, era observada por unos viejitos que estaban sentados en el escalón de entrada de una de las casas mas humildes del barrio.

Era inevitable mirarle...

—Me parece que llega de jugar al fútbol con los de San Nicasio, dijo Pedro…

—Que buen culo tiene el cabrón, dijo Sebas...

... ¿Sabes a que hora han quedado esta tarde?

—Creo que dijeron que fuéramos después de comer.

Era un bello ejemplar de macho, aunque no marcara musculitos, como los que visitan gimnasios; con un rostro agraciado y masculino y un pelo negro, que realzaba su mirada de pillín. Ya, a los catorce, poseía un hermoso cuerpo, que llamaba la atención en el barrio. Y ya, desde entonces, le había tomado gusto a disfrutar de su culito; seducido por algún depravado, que supo seducirle.

La mayor parte de las chicas de la zona estaban por sus huesos, pero él, prefería visitar a sus viejitos; que, poco a poco, iban en aumento.

Cuando se encontraba con ellos, les sonreía; y entonces ellos sabían que podían invitarle a su casa para gozar de él. Solo tenían que dejarle la puerta entornada… y al rato, entraría Emilín para jugar con ellos y dejarse hacer, a su antojo.

Nadie hubiera pensado que ese ejemplar de macho accediera a tales placeres.

Y, ahora, con 23 años recién cumplidos y sabiéndose un hombre deseado por otros, disfrutaba del placer que le producía saber que, en lugar de entregarse a hermosos hombres, prefería regalarse a sus viejitos (como él les llamaba).

Hoy tocaba en casa de Agustín.

Después de comer (a la hora de la siesta) y después de haberse duchado y preparado a fondo, se perfumó con su fragancia favorita y buscó sus calzoncillos preferidos; los blancos, que le había regalado Ricardo (el encargado Zara), que se lo cepillaba de vez en cuando. Se puso los pantalones cortos del equipo de fútbol, que ya estaban secos, y se calzó las chanclas de goma, con las que se sentía tan cómodo; después entró en el cuarto de estar, donde su madre veía la tele, y se acercó a una de las sillas que bordeaban la mesa grande para coger una camiseta, sin mangas, que había en ella…

—Pasaré la tarde en casa de Mauro, mamá. El viernes tenemos concentración y queremos hacer un poco de ejercicio, tenemos que estar preperados…

La madre siguió viendo la tele, como si Emilio no hubiera dicho nada; y él, salió del cuarto, como si eso fuera la cosa más normal del mundo.

Así, salió de su casa...

El sol pegaba a esas horas y fue buscando la poca sombra que había, hasta llegar a casa de Agustín. Empujó la puerta que daba al patio y, con sigilo, se coló dentro. Allí estaban esperándole: Ramiro, Pedro, Sebas y el anfitrión, sentados alrededor de un par de mesitas; charlando animadamente. La estancia estaba cubierta con un techo de cristal formidable, que permitía ver el cielo, a la par que disfrutar del aire acondicionado; lo que la hacía ser el sitio de reunión idóneo en esta época del año.

Fue Agustín quién le presentó a Pedro y a Sebas, que acababan de llegar y que habían sido invitados esa tarde a tomar café con éllos.

—¡Encantado, joven!, le dijo Pedro ofreciéndole su mano

—¡Mucho gusto, señor!…

A Sebas le parecía un chico maravilloso y, quizá por eso, se quedó un poco paralizado, dando la impresión de no saber que hacer… hasta que, por fin…

—¡Es un placer conocerte!... y también le tendió su mano

-¡Tanto gusto, señor!

—¡Bueno, bueno!, ¡pasa y siéntate aquí con nosotros!. Luego vendrá mi hermano, que hoy llega de Sevilla, acompañado de un amigo... ¿quieres algo Emilín?

—¡Si, un poco de agua, por favor!…

Hoy los viejitos , no lo eran tanto; oscilaban entre los 67 años de Agustín y los 73 años de Pedro, pero a Emilio le daba lo mismo; sabía que le harían pasar una tarde maravillosa.

Se quitó los pantalones y dejó esos maravillosos calzoncillos blancos a la vista de todos; y se sentó en un pequeño taburete que encontró en la sala.

—Mejor vamos retirar estas mesas y te colocas aquí, dijo Agustín, señalando un lugar que le situaba en medio de todos.

El accedió y se colocó donde Agustín le indicaba; y cogió su vaso de agua...

La imagen del muchacho en calzoncillos, con esa camiseta sin mangas y las piernas encogidas bebiendo agua resultaba una provocación difícil de poder evitar; y fue Ramiro (decidido, como siempre) el que alargó la mano para meterla entre las piernas del chico y hundirle los dedos bajo el pernil de los calzoncillos.

Emilio sintió los dedos, que empezaban a querer introducirse en su agujerito... y se dejó caer hacia atrás; abandonándose a unos brazos que le sujetaban para no caerse...

Agustín, que se había colocado detrás del chico, sujetó a Emilín por las axilas y le quitó el vaso de la mano; y aprovechó para empezar a chuparle la oreja y a darle besitos en el cuello, mientras le mantenía casi tumbado, para que los demás disfrutaran de su cuerpo.

Ramiro tiró de sus calzoncillos y levantó esas potentes piernas cubiertas de pelusilla para hundir su nariz en la raja de ese culo... y, snifar a fondo. Lo hizo, mostrando un gran placer, y miró a Sebas y a Pedro, animándoles a disfrutar de ese hermoso cuerpo que se ofrecía tan sumiso y complaciente.

Sebas, enseguida, le cogió de los cojones y sin dejar de mirarle a los ojos tiró de ellos suavemente para poder meterle un dedo en culo; el chico subió el culo pidiendo más y entre Pedro y él empezaron a trabajarselo con aceite.

Ramiro le comía la polla a sus anchas, sin ninguna prisa, como el que sabe que le tendrá a su disposición toda la tarde, y Pedro y Sebas, que le estaban preparando, ya empezaban a meterle los dedos en el culo con cierta frecuencia.

Ese cuerpo, parecía hecho para ese propósito y lucia como verdadero manjar para satisfacción de esos hombres.

Un maravilloso cuerpo, solo cubierto de esa camiseta sin mangas, que se había puesto para encontrarse con ellos, y que realzaba más su belleza y sobretodo su gran atractivo sexual.

El chico gozaba sintiendo sus manos y se encogía de placer con los chupetones que le daba Agustín.

Pero, de repente, sonó la puerta de entrada de la casa.

—Este debe de ser mi hermano, que ha llegado ya, dijo Agustín, dejando a Emilio tendido en el suelo. Emilio gateó, entonces, hasta el césped de una zona próxima a una fuente, situada en el centro del patio; y se quedó allí, esperando.

Mientras, los demás se quedaron a la expectativa...

Pero, no fue su hermano quien apareció acompañando a Agustín, sino su cuñado, que vivía en la otra punta, y había decidido acercarse, al enterarse de la ocasional reunión.

—Este es, Hermínio, mi cuñado, que se ha enterado y ha venido a pasar un ratito con nosotros.

El cuñado ignoraba cuál era el motivo que allí los reunía. Solo pensaba que se citaban allí, a pasar la tarde y tomar unos cafetitos, pero enseguida captó la presencia de Emilio, que esperaba sentado en la hierba y observaba toda la escena.

—Y ¿ese jovencito?, preguntó con los ojos abiertos como platos.

—Es Emilín, contestaron todos, casi al unísono.

—¿Emilín?

Si, se acordaba de algún comentario que alguien le había hecho, acerca de un muchacho muy hermoso que se ofrecía a los mayores del barrio, haciendo sus delicias.

Si, había oído hablar de Emilín, pero nunca imaginó que fuera tan hermoso.

—Ven Hermínio, dijo Agustín, que te voy a presentar

Emilio se levantó y se puso en pie

—N, no ¡de verdad! Agustín. No te voy a decir que no hubiera oído hablar de este hermoso joven, pero ignoraba que estuviese en tu casa. Solo pasaba por aquí y quise entrar e saludarte.

—De todas formas, ¡encantado! -dijo Emilio—y le ofreció su mano

—¡Encantado! —le respondió Hermínio-

Pero, enseguida volvieron a lo que habían abandonado; y entre todos colaboraron en que, poco a poco, el chico terminase en el suelo, patas arriba, y siendo disfrutado por ellos sin remedio.

Hermínio, no daba crédito al banquete que se le ofrecía y tardó un poco en reaccionar. Pero no estaba dispuesto dejar pasar la ocasión; así que, se abrió paso como pudo y empezó a lamer esa raja como un poseso.

El chico, sintió como hundía la lengua en su culo y…

—...¡Ahhy!… ¡si!, ¡mas!… ¡mas!

Ramiro tocó los hombros de Hermínio, y pidiendo paso, entró a matar con su considerable cipote

—¡si!, ¡asii!… ¡fuerte Ramiro!...¡dame fuerte!

Sebas y Pedro, le tenían bien sujeto por los pies…

Mientras, Ramiro iniciaba, con lentas embestidas, un suave bombeo, en el que introducía su miembro entre esas poderosas piernas para terminar en el interior del muchacho; de ese excitante culo glotón, que pedía más y más, Agustín se deleitaba mamándole el rabo y también metiéndole los dedos en la boca… y Herminio descubrió un nuevo mundo que no abandonaría fácilmente.

Todos disfrutaban del cuerpo de Emilio, sin límite alguno. El chico accedía a todo lo que se le pedía; y lo tenían para ellos, a veces, durante muchas horas. Hoy, por ejemplo, estarían toda la tarde y noche disfrutándo de él, porque Emilín no tenía que volver a su casa hasta la mañana siguiente.

—No le agobiéis, -dijo Agustín-

—A ver, -dijo Ramiro—colocadlo sobre esta mesa, bien abierto de piernas... hasta que nos toque. Y pensad lo que os gustaría hacer con el… ¿como os gustaría disfrutarlo?

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