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Caperucita y el lobo feroz

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El sol de la mañana entró por la ventana de la pieza para despertar a la hermosa muchacha que allí dormía. Todos la llamaban Caperucita Roja, ya que solía andar todo el tiempo con una que le había hecho su madre. Caperucita ¿cómo describir tanta dulzura? Su pelo era rubio como las margaritas, sus ojos celestes como el mar y su sonrisa grande como el cielo, si así era. Cuando pudo abrir los ojos, muy contenta se levantó de su cama pensando que tenía todo el día por delante para disfrutarlo. Llegó a la cocina de su humilde hogar y allí como todas las mañanas encontró a su madre preparando el desayuno

Hola mamá, muy buenos días, dijo jubilosa.

Hola Caperucita, ¿cómo has amanecido?

Mejor que nunca.

Oye, toma el desayuno y vístete rápido que debes llevar un postre que prepare a la casa de tu abuela.

Esta bien.

La abuela de Caperucita vivía algo lejos de allí, pero ella disfrutaba mucho ir a su casa ya que podía caminar por el bosque, sentir la brisa, hablar con los animales y oler las flores. Rápidamente fue a su pieza y tomó la ropa más bonita que tenía, una remera blanca junto con un corsé rojo y una pollerita del mismo color, botas marrones y como siempre unos suaves guantes que habían sido obsequio de su abuela. La madre de Caperucita le entregó la canasta que tenía que llevar, y antes de que se fuera le dijo atentamente

Ten cuidado por donde caminas y no hables con extraños.

La niña de rizos dorados entendió las palabras de su madre, la besó en la mejilla y comenzó el viaje a la casa de la abuelita. El día en verdad era acogedor, el clima era templado pero se podía sentir como el viento bailaba con cada hoja de cada árbol. Caperucita caminaba por los bosques cantando alegremente, cuando de pronto escuchó la voz de alguien que la llamaba

Caperucita, oye Caperucita.

Ella, curiosa por esa voz que no le era familiar, volteó hacia la persona que la estaba nombrando y gran sorpresa se lleva cuando ve a un gran lobo, muy grande. Este le dice

No deberías andar a solas por el bosque a estas horas...

¿Por qué no? preguntó curiosamente.

Pero niña, debes saber que este lugar está lleno de personas con malas intenciones... que podrían abusar de tú inocencia con propuestas como esta, ven vamos detrás de esos arbustos que voy a darte una demostración gratuita.

Caperucita sabía que no debía hablar con extraños, pero el lobo no parecía mal persona, por eso que lo acompañó detrás de los arbustos. Enorme fue el asombro de Caperucita cuando el lobo empezó a desatar los nudos que sostenían sus ropas, enfadada protestó

P...pero ¡¿qué hace?!

¿Ves? eso es lo que podría ocurrirte si no estuviera yo para protegerte.

¡Oh! ¡qué suerte haberlo encontrado!! dijo Caperucita más aliviada, pensando que el lobo solo tenía buenas intenciones.

Sí, es una verdadera suerte... pero prosigamos con la demostración. Anda niña, quítate la ropa.

No puedo, si mi madre se entera se enfadará conmigo, no deja que me desnude en público.

No te preocupes Caperucita, ella jamás se enterará, además puedes dejarte los guantes y las botas puestos.

Mmmm bueno, pero dese vuelta que me da pena.

Esta bien.

Caperucita comenzó a quitarse la ropa que a estas alturas le resultaba algo molesta. Su cuerpo siempre había sido exuberante, pechos sobresalientes, cola sólida y parada, piernas largas, cintura esbelta, toda una preciosura. Cuando por fin se quitó sus prendas (menos los guantes y las botas, claro) se dio vuelta y dijo

Ya está señor lobo.

En ese preciso instante Caperucita notó que el lobo estaba como hipnotizado con su cuerpo, con la boca bien abierta y los ojos saltones. Eso la hacía sentir avergonzada y acalorada, de manera que dijo

Ay señor lobo, no me mire de ese modo, pe...pero ¿que hace? súbase los pantalones...

La dulce chiquilla comenzó a pensar que las intenciones del lobo eran otras, que él quería aprovecharse de su inocencia. Pues mal por él, ya que ese era un juego que ella no pensaba jugar. Enojada decidió seguir su camino cuando algo le hizo reconsiderar esa idea, observó maravillada el instrumento del señor lobo que se hacía cada vez más grande. Su corazón empezó a latir muy fuerte y se sintió algo excitada.

No... ¡no! ¡no! ¡déjalos así! y acércate que quiero ver eso en detalle... pidió generosamente.

Caperucita nunca había visto algo tan semejante, no se parecía en nada al que su amigo le mostró ese día que estaban los dos solos en la casa, no no. Claro que ella sabía sobre sexo y esas cosas tan sucias, pero no estaba de acuerdo con su madre que siempre le decía lo prohibido y malo que era. Miles de veces se había tocado allí debajo y hasta un vez probó lo que era colocarse un miembro allí dentro, y aunque no lo crean le gustó mucho. Caperucita se acercó y con curiosidad tomó el pene entre sus manos para saber si era de verdad, y así era. Sin pedir permiso le dio un beso y no tardó en pasarle la lengua por alrededor de la gran punta, con el único propósito de saborearlo. Al lobo no pareció importarle, bien por ella.

Hmmmmm! que ricura... pensó mientras chupaba. ¿Lo hago bien?, preguntó la joven.

Lo estas haciendo muy bien, pero no pares, sigue, contestó el lobo muy a gusto.

Caperucita tenía un talento digamos innato en eso, no el que se consigue con la práctica ya que esta era la primera vez que hacía algo tan fuera de lugar, tan indecente. La niñita besaba con mucho dedicación esa cosa grande y solo dejaba de lamerlo para masturbarlo, luego lo metía en su boca de nuevo una y otra vez, todo gracias a las indicaciones del lobo. En cierto momento se detuvo.

Enséñame ahora como manejar esto, dijo señalando al miembro con los ojos bien grandes.

Como tu quieras, respondió el lobo ansioso.

Caperucita pensó que la mejor posición para hacerlo con el lobo era la del perrito, y no estaba equivocada. Apoyó sus manos y piernas formando un cuatro y levantó lo más que pudo su colita ofreciéndosela al lobo feroz. Este no dudo mucho y de un solo movimiento hundió su gran lanza dentro de la honrada chiquilla.

¡¡Aaaaahhhh!!, gritó Caperucita con fuerzas. Así lobito, ¡assssíii! ¡que barra de carne me esta metiendo!

¿Te gusta mi garrote? Eres una perra, decía el lobo malo.

¡¡Sí assssí asssí!! ¡como a un perra! ¡aaaaaahh! ¡¡cabálgame, síii, asssíii!!

Caperucita no podía describir lo bien que se sentía con todo eso adentro de ella, que vulgar y indecente era, tampoco no podía controlar su vocabulario... le fascinaba. Tanto que había perdido la noción del tiempo, ya no le importaba la abuela o su madre ni siquiera el bosque, solamente quería seguir sintiendo como el salchichón entraba y salía de su placentera abertura, llenándola de placer.

¡Aquí va mi leche zorra!, dijo el lobo ya a punto de acabar.

¡Oh, no! no me lo eche adentro por favor, derrame su leche en mi cara quiero sentirla, quiero verla... dijo ella con pocas fuerzas.

El lobo se levantó rápidamente mientras que Caperucita se sentaba y alzaba la cara para recibirla. El señor lobo se puso delante de ella y comenzó a mover su mano a lo largo del pene con muchas fuerzas hasta que este comenzó a escupir un líquido muy blancuzco, más de lo normal. El semen chocó contra la boca abierta de la pequeña rubia, quien no dejaba de mostrarse muy feliz y contenta por el gran favor que le estaba haciendo el lobo. Al final terminó con la cara llena de esperma y muy gustosa dijo

¡Oh! Así que esto es el semen... que calentito, aunque tiene un sabor algo amargo.

Espera, dijo el lobo, la demostración todavía no a acabado, déjame mostrarte otra cosa que podría pasarte Caperucita.

Esta bien lobito lindo ¿qué tengo que hacer?

Recuéstate allí con las piernas abiertas, confía en mí.

Caperucita tenía más de un motivo para confiar en el lobo, que tan bueno era al hacer todo esto por ella. No podía negarle nada ya que lo iba a hacer sentir mal, así que aceptó con gusto. El lobo se acercó y mostró por primera vez la gran lengua que tenía, larga, muy larga. Caperucita no estaba segura de lo que iba a hacer con eso, así que le preguntó

Señor lobo ¿qué piensa hacer con esa lengua tan larga que tiene?

¡Esto! Dijo el lobo en el momento que la paso por la dulce entrada de nuestra muchacha.

Mmmmmmm que rico, gimoteó Caperucita.

La lengua del lobo era muy escurridiza, además rasposa por lo que le causaba un goce intenso, tanto que no podía resistirse a quedarse quieta. Poco a poco fue sintiendo que le gustaba mucho lo que estaba haciendo el lobo, y lo hizo notar

¡Aaaaaahhh! ¡¡asssííí!! ¡¡me derrito de gusto!! síii... así no se detenga sigue... sigue lamiendo mi almeja...¡aaahhh, que lengua, animal!

El lobo sabía bien lo que estaba haciendo, ella pensó que ya le había dado consejos a otras niñitas que pasaban por allí para que tengan cuidado, por eso la experiencia. Caperucita veía y sentía asombrada como su vagina despedía fluido y más fluido, como nunca antes. El señor lobo tampoco parecía cansarse, al contrario, lo hacía cada vez más rápido y más profundo, más profundo, bien adentro. Caperucita sintió que ya estaba por venirse, con mucho entusiasmo y gemidos de por medio le gritó

¡Aaahh! ¡oughh! no puedo más... ¡no puedo más...! me viene.. me viene... ¡¡asssííí!! ¡¡¡aaahh!!! ¡¡¡aaaahh!

Su cuerpo comenzó a temblar sin control mientras que disfrutaba de un largo y delicioso orgasmo, en su vida se había sentido tan a gusto con algo semejante. Cuando pudo recuperar el aliento recordó los deberes que le había encomendado su madre de llevarle la canasta a la abuela. Entonces muy radiante se levantó y le dijo al lobo

Me gustaría quedarme para que me siga cuidando, pero se me hace tarde para ir a la casa de la abuelita y no quiero caminar por el bosque de noche.

¿Tú vas a la casa de la abuelita?, preguntó el lobo.

Sí.

Sabes, conozco un camino más corto que te llevará allí.

¿De veras? porque eso me ayudaría mucho.

Se que sí jeje, debes tomar ese sendero que empieza a la izquierda del gran árbol, sigue derecho por allí y no te perderás.

Muchas gracias señor lobo, que bueno fue conmigo hoy, dijo Caperucita mientras le daba un beso en la mejilla.

Nuestra protagonista se vistió apresuradamente, tomó la canasta y se encaminó por el supuesto atajo. Lo que no sabía era que ese no era ningún atajo, sino un camino más largo para llegar a la casa de la abuela, ¡el lobo la había engañado!. Él tenía pensado desde principio comerse a Caperucita después de darle la lección, pero cuando supo a donde iba ella pensó que también podía comerse a la abuela y esa era una tentación muy grande para dejar pasar. Sonriente por su malvado plan el lobo tomó otro camino que era más corto para llegar primero y así sorprender a Caperucita. Mientras tanto esta seguía por el camino que le había dicho el lobo, pero parecía que tardaba más tiempo en llegar que lo normal. Por un momento pensó que el lobo se había equivocado, pero no era posible, si él sabía muy bien lo que decía. No tenía mucha importancia para Caperucita, seguramente era su imaginación ya que no conocía muy bien esa parte del bosque, por eso le resultaba más grande. Por otro lado el lobo no tardó mucho tiempo en llegar a donde la abuela y con delicadeza tocó la puerta de la casa. La abuelita tardó unos momentos en responder, ya que era una señora muy viejita que no se movía muy rápido. Apenas abrió la puerta el lobo se la comió de un solo bocado, sin darle tiempo a reaccionar. Luego tomó algunas de sus ropas y se las puso para que cuando llegue Caperucita lo confunda con ella, era un plan perfecto. Pasaron algunas horas cuando Caperucita por fin vio a lo alto de la colina una casa que largaba humo por la chimenea. Enseguida supo que era la casa de su abuelita, quien siempre tenía prendido un fogón, por eso el humo. Aliviada por haber llegado entró a la casa y llamó a su abuela

Abuela, abuela, soy yo, Caperucita.

Estoy recostada querida, ven a la pieza, dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.

Caperucita se dirigió a la habitación muy contenta porque iba a ver a su nana, hacía tiempo que no lo hacía. Entró a la pieza saltando y riendo, cantando canciones que sabía. Allí en la cama vio a su abuela acostada ¡qué mala suerte la de Caperucita que no se dio cuenta que ese era el lobo ruin!. Pero esperen, Caperucita podría ser un tanto despistada pero igual notaba cierto cambio en su abuela, algo raro. Preguntó entonces

Abuelita, te ves diferente hoy.

Dime Caperucita ¿qué notas tan distinto?, cuestionó el lobo.

Bueno, tus orejas ¿Por qué las tienes tan grandes?

Son para oírte mejor.

¿Y tus ojos, por qué son tan grandes?

Son para verte mejor.

¿Por qué también tienes la nariz tan grande?

Es para olerte mejor Caperucita.

Pero abuela ¿por qué tienes la boca tan, tan grande?

Es para... ¡¡comerte mejor!!

De pronto el lobo se lanzó sobre Caperucita que gritó horrorizada por la situación, a causa del miedo no pudo escapar y así terminó siendo bocadillo de lobo. El rufián sintió en ese momento que había triunfado, así que se acercó a la canasta de Caperucita para averiguar que era lo que llevaba allí. Grande fue su sorpresa cuando encontró una gran torta, con crema, cerezas y toda la cosa. Muy goloso se la comió enterita, sin dejar nada de nada. Cuando se dispuso a irse sintió que no podía moverse. Ciertamente había comido demasiado y no estaba en condiciones de caminar. En ese momento llegó a la casa de la abuela un bondadoso leñador que daba la casualidad estaba por esos caminos buscando alimento. El macizo hombre tocó la puerta y esta se abrió sola ya que Caperucita había olvidado cerrarla con traba. Intrigado el leñador entró al acogedor hogar para ver si había alguien allí.

Hola ¿hay alguien en casa? preguntó pero nadie respondía, era todo silencio.

En su mente pasó la idea de que el dueño o dueña del hogar podría estar tomando una siesta. Sin hacer mucho ruido se dirigió a la pieza y allí descubrió al lobo tirado en el suelo, sin fuerzas para moverse. Este miró al leñador fijamente tratando de asustarlo mientras que decía

Te comería leñador pero ya estoy lleno, así que aprovecha para irte antes de que me recupere.

No te tengo miedo lobo, por eso voy a usar mi afilada hacha contigo, dijo el leñador sin titubear y tomando el hacha entre sus manos atacó al lobo que solo pudo quedarse viendo como llegaba su triste final. Fue entonces que, de el cuerpo sin vida del animal salió Caperucita roja junto a su abuela, por suerte sólo estaba inconsciente.

Muchas gracias, dijo la niñita al valiente leñador.

En verdad tuvieron suerte que pasara yo por aquí.

Dígame señor ¿es usted un cazador?

No, soy un leñador.

Muy bien señor leñador, ¿hay algo que pueda hacer para mostrarle mi aprecio?, le debo la vida por si no lo recuerda.

Quizás algo de comer ya que hace días que no como.

Mmmm creo que el lobo ya se comió lo que había traído para mi abuela, desgraciadamente.

Entonces podrías hacerme un pequeño... favor, dijo el leñador deseoso de otra cosa.

La chiquilla luego de pensarlo entendió a que se refería. Por supuesto que una comida no era suficiente recompensa por lo que había hecho el gran hombre, alto y musculoso, por eso sintió la necesidad de hacer algo más grande por su salvador. Así y todo había que entender al leñador, era un solitario viajero que hacía tiempo no estaba con una mujer y Caperucita parecía ser la indicada para calmar esas ansias. Sin perder tiempo Caperucita se arrodilló frente a él, desabrochó sus pantalones y los dejó caer para que este esté más cómodo. El leñador seguro podía conformase con ese agradecimiento, que era más de lo que esperaba. Luego suspiro de placer cuando su pene entró en la pequeña boca de Caperucita, que lo albergaba con mucha suavidad y lo trataba con sumo cariño. Ella en aquel momento emprendió el típico movimiento cuando se hace una fellatio, solo que esta vez también acariciaba los huevos (que eran más grandes que los del señor lobo, si señor). Su cabeza iba de atrás hacia adelante con mucha velocidad, se podía decir que era todo lo que hacía. El leñador no podía evitar moverse hacia adelante para meter su hombría más adentro de esa boca tan deliciosa que lo envolvía. Entretanto se escuchaba el chapoteo que causaban ambos, el sonido que llenaba la habitación slup! slup! cada vez más fuerte, era fantástico. Caperucita anhelaba poder sentir de nuevo un pene dentro de ella como lo había hecho con el lobo, por eso le urgía las ganas de terminar de chuparlo para pedirle amablemente que se lo meta. En cierto momento el leñador se puso duro como una piedra y con su respiración entrecortada chilló

¡Toma! ¡¡siente el jugo de mi amor!!

Caperucita no entendió lo que estaba pasando, entonces miro extrañada al leñador cuando de pronto el pene que no había dejado de frotar lanzó un chorro de semen directo a su cara, sorprendiéndola. Luego vino otro y otro más, que ensuciaron su ropa y su lacio pelo. Entonces el leñador más tranquilo y relajado le dijo

¿Viste que calentita que sale?

Si señor leñador, estaba muy calentita, míreme, estoy llena de leche...

Caperucita tomó su capa y se la quitó para limpiarse al menos la cara, ya que se sentía molesta con todo eso chorreando allí. De pronto el leñador la levantó con sus musculosos brazos para pararla, luego comenzó a besarle el cuello pasándole la lengua hasta llegar a su oreja. Caperucita se derretía de gusto con eso, que le besen la oreja era algo que le gustaba muchísimo. El leñador por otro lado comenzó a tocarle las tetas por sobre la ropa con mucho descaro, entonces Caperucita se apartó de él y le dijo

Espere señor leñador, déjeme quitarme la ropa para que usted pueda acariciarme mejor.

Esta bien niña, pero apúrate antes de que despierte tu abuelita.

Claro que sí.

Con algo de esfuerzo pero con muchas ganas Caperucita se quitó el corsé que llevaba y luego su remera blanca que estaba todavía manchada en la parte de adelante. El leñador vio el cuerpo de esa hermosa e impulsiva niña, entonces con toda sinceridad le dijo

Que buenas tetas tienes Caperucita.

¿Usted cree señor leñador, quiere tocarlas?, preguntó Caperucita pícaramente.

Por supuesto que sí.

El leñador entonces tomó con sus grandes manos los jóvenes senos y chupó los pezones que sobresalían duros y parados. Caperucita cerró los ojos y se dejó hacer mientras que suspiraba para liberar el encanto en el que estaba atrapada.

Ah aah mmmmmmm si señor leñador, siga por favor ahhhh

Repentinamente Caperucita sintió que algo le estaba rozando la entrepierna como si tuviese vida propia, entonces miró hacia abajo y vio el pene del leñador que luchaba con la prenda interior para poder conocer a su panocha. Caperucita muy segura de lo que quería sintió que había perdido la tolerancia y comenzó a ilusionarse con ese gran mástil.

Métamela por favor señor leñador que lo necesito... suplicó.

El forzudo hombre no se hizo esperar y con su mano empezó a tocar la entrepierna de Caperucita, sintiendo la humedad de su sexo, haciendo un trabajo delicado. Mientras la frotaba escuchaba la música de los gemidos de la muchacha, ciertamente el momento estaba por llegar. El leñador debía esperar hasta que ella se moje bien, para que su pene no le haga daño alguno (considerado de su parte). En cambio Caperucita no veía la hora en que deje de tocarla para que de una vez por todas le hunda su orgullo sin escrúpulos. Repentinamente él la animó diciendo

Así mi amor, déjame bajarte la bombachita que linda cosita que tienes allí.

Vamos señor leñador, no juegue más conmigo y hágame feliz de una vez.

Prepárate entonces Caperucita, porque allá voy.

Oh sí, métamelo, métamelo todo adentro.

El leñador abrió las piernas de la chiquilla y dejó que ella lo enterrara. Caperucita lo fue metiendo de a poco hasta que se le acabó la paciencia como un niño que abre un regalo, entonces se lo clavó de una hasta el fondo. Ambos gimieron de placer y algo de dolor, pero no importaba porque el placer era mayor.

Uy señor leñador, que bien me hace sentir con eso suyo... ¡aaahhhh...! digame ¿le gusta como me muevo...?, preguntaba Caperucita al dichoso leñador.

Si Caperucita, te mueves muy bien, estás muy apretada.

Que bueno que se sienta así señor leñador ¡aaahhh! ¡qué placer!

Él observó a Caperucita y al ver su cara de glotona junto a sus colitas de caballo sintió que no podía contener más la eyaculación, vaya eyaculación.

Perdón Caperucita... ¡no puedo aguantar más tiempo!

Caperucita no quería responder, pero también estaba a punto de acabar gracias al gran miembro que estaba llenándola por completo. Entonces su firme cuerpo se puso totalmente tieso y sintió como se desmayaba mientras que venía el orgasmo, junto con el del manso leñador

¡Toma, toma! ¡toma mi leche! ¡¡tomala bien adentro tuyo!!, exclamó el hombre de campo.

¡Oooh! siento como me llena de crema caliente!! ¡aahh! ¡que cantidad de leche me está echando señor leñador! ¡¡¡aaaah!!! ¡¡¡me estoy vaciando, me vacío!!! ¡mmmm, aaahhhh! ¡¡que puta soy!!

A estas alturas Caperucita lloraba del placer que estaba sintiendo, mientras que el leñador seguía bombeándola con todas las fuerzas posibles. La chiquilla enseguida después del orgasmo aflojó su cuerpo y se quedó quieta tratando de recuperar fuerzas. Entonces más lúcida se dio cuenta que su abuela seguía allí a su lado y podía despertar en cualquier momento. Con algo de miedo a ser descubierta le dijo al leñador

Señor señor, apúrese que mi abuela no tarda en despertar, no creo que nos quiera encontrar así.

Tienes razón.

El leñador se levantó apurado, totalmente satisfecho por el trato de Caperucita.

Tengo que darle las gracias de nuevo por los gestos que a tenido hacia mí señor leñador, en verdad me sentí muy a gusto, habló Caperucita.

No Caperucita, eres tú quien me ha hecho sentir muy a gusto, te lo devuelvo, respondió el leñador.

Tomó sus ropas, su hacha y se marchó contento de la casa no sin antes despedirse. Luego de unos minutos la abuela despertó y se encontró con su dulce nieta a su lado (quien ya se había vestido nuevamente)

¿Qué pasó Caperucita?, preguntó perdida.

Tuvimos suerte abuelita, un leñador muy bueno pasó por aquí y mató a lobo antes de que terminara de masticarnos.

Dime Caperucita, ese leñador ¿todavía está aquí?, quiero darle las gracias por tan grande favor.

Oh no, ya se marchó abuela. Pero no te preocupes, que yo le di las gracias por ambas... dijo con doble sentido, sabiendo que la abuela no debía enterarse lo que había sucedido allí. Miren si se lo contaba a su madre, ¡en que líos la metería!.

Fin

(9,33)