Era de noche, hacía frío en el bosque, y comenzaba a nevar. El calor de la chimenea abrazaba mi cuerpo desnudo. En el suelo una gran alfombra que hacía el ambiente era de lo más cálido, los muebles de madera rústicos, una gran cama de muelles, y de lo a gusto que estaba me quedé sólo con un tanguita puesto, lancé lejos la camiseta y los pantalones y me senté de lo más plácida en una gran butaca mientras comencé a tocar la guitarra fumando algo de hierba que había llevado para la ocasión.
Con mis pechos, bien pegados a la guitarra mientras tocaba algo de Pink Floyd, hacía excitarme, sentir las vibraciones de las cuerdas en los pezones, hacía que se me pusieran duros como piedras.
A cada nota sentía estremecerme, literalmente estaba follando con una cancón, sentía como mi coñito se empapaba por momentos, tocaba las cuerdas con delicadeza, como si me estuviera acariciando mi clítoris.
No pude más, agarré el vibrador que siempre llevo en mis viajes y me lo metí en lo más profundo de mi coñito, jugué un poco con él, hasta que me lo dejé y le puse en marcha
Volví a agarrar la guitarra… comencé a improvisar, a medida que sentía como me iba excitando, las notas sonaban fluidas, tersas y con ritmo dentro de mí. Mis pezones estaban durísimos, sentía el frío de la guitarra sobre ellos, mientras… seguía tocando cuando comencé a correrme, me tiré al suelo, me retozaba y gritaba de puro placer, me vino un orgasmo tras otro. Hasta tres, hasta que me quedé dormida en el suelo agarrada a la guitarra.