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Negación - Capítulo 3

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Eran las cinco de la tarde y ya estaba enloqueciendo, faltaba media hora para que mi jornada de encierro dentro de estas cuatro paredes terminara. Aun no entendía bien que pasaba, me cuestionaba todo, a lo mejor había hecho, sin querer, alguna cosa que le desagradó durante la noche, o en la mejor de las situaciones, un ángel habló en sus oídos, cupido acertó el flechazo – en el momento en que me empalaba con su pene – y se dio cuenta que yo era una buena opción. O quería más, se cansó del sexo anal, y ahora quería que yo fuera más activo en la relación, la idea de poder mirarlo a la cara, sin pensar que estaba cometiendo un sacrilegio, me ilusionó. O poder besar sus labios… decidí no dirigir mis pensamientos por ahí. De nada servía excitarme en vano, terminaría en el baño masturbándome, imaginándolo tocándome… tocándolo… - ¡Mierda!

Comencé a preparar mis clases en el gimnasio. Si hace diez años me hubiesen dicho que terminaría siendo instructor de baile entretenido y Zumba Fitness, me habría reído en su cara y habría terminado de comerme un Hot-Dog en el proceso, está bien. No uno, sino varios. Desde que nací hasta que alcancé la pubertad lo que hacía era más rodar que caminar. Era una aspiradora humana, nada comestible estaba remotamente a salvo ante mi presencia. Fue la misma niñez la que me arrebató el gusto por la comida. A veces los niños pueden ser muy crueles con sus palabras, y sé bien, como una palabra inocente, o un apodo divertido, puede cambiar tu vida para siempre. Te hace sentir despreciable y comienzas a odiarte a ti mismo. Te miras al espejo y lo que ves no te gusta. No quise eso más para mí y tome las riendas de la situación.

Comencé a hacer deporte y eventualmente descubrí que podía coordinar mis brazos y piernas, me volví exigente, y para cuándo llegué a los dieciséis mi vida había dado un vuelvo, dejé atrás al gordito llorón. Y cambié los Hot-Dog por pesas de gimnasio. Estaba en la Universidad, y nuevamente fue mi ángel Claudia la que me incentivó, a prepararme como instructor de baile, y lo hice bien. Pronto tomé fama de ser un profesor exigente, pero carismático. Siempre supe que Claudia lo hizo como un intento de mostrarme que existían otras actividades alternativas a la prostitución, pero la solvencia económica que se alcanza no se compara ni por asomo. Llevaba un tiempo trabajando como independiente cuando recibí una oferta laboral de uno de los mejores gimnasios de la ciudad, necesitaban instaurar dos clases durante las tardes, a las dieciocho y veinte horas. Acepté y rápidamente mis clases se hicieron famosas.

Atribuía ese éxito más al carisma que al talento, aprendí a hacer que las personas, en su gran mayoría mujeres, se sintieran cómodas y seguras, y se olvidarán de la mancha de mostaza, lograba hacer que dejaran de pensar y yo también lo hacía,  estaba atento a las coreografías, pendiente de los cambios de ritmo, y contar – hasta para eso soy muy matemático – y ellas por otro lado, se preocupaban de seguir la clase y no perder el ritmo. Al final del día, tenía a un grupo de mujeres sudadas, liberando endorfinas. Deseaba profundamente que ninguna de ellas necesitara medicamentos inhibidores de la recaptura de la serotonina para manejar los trastornos propios de la vida.

Cuando el reloj marcaba puntualmente las diecisiete treinta, me dirigí al reloj control a marcar mi salida, esperaba toparme con Claudia, no la había visto durante el almuerzo – no pude comer nada – y deseaba irme sin el sentimiento de dolor en el pecho que me producía su enojo.

Reflexioné bastante durante el día mientras creaba logaritmos de programación. Probablemente Claudia tenía razón, y era egoísta al arrastrarla a esta parte tan oscura de mí. Pero sabía que estaba batalla no la ganaría solo, necesitaba su ayuda completa, si yo era Don Quijote, entonces ella era mi Sancho Panza. Y para ser sincero, yo estaba un poco loco.

Estaba por ir a los vestidores cuando la vi girar por el pasillo, la miré, y por su mirada supe que no había dejado pasar el intercambio de palabras de esta mañana. ¿Qué le pasaba, si ni siquiera fue una pelea?, habíamos intercambiado comentarios, sólo eso. Ella estaba sobre-exagerando la situación. Además, ni siquiera sabía el favor que necesitaba pedirle.

Entre al vestidor, no sin antes dirigirle una última mirada de cachorro abandonado, la que no tuvo ningún efecto en su corazón de piedra. Lo dejé pasar, pronto lo superaríamos, de alguna u otra forma, siempre lo hacíamos. Además, no tenía idea de lo que él necesitaba hablar, y eso podría cambiar muchas cosas. O tal vez no.

Me cambié ropa, ahora mi tenida era deportiva, acorde a las tres horas que me esperaban en el gimnasio. Salí al estacionamiento, y vi que mi amiga ya se había ido. Salí a toda velocidad de ahí, abrí la ventana y dejé que el aire limpiara mis pulmones. Cada hora que pasaba, cada minuto, cada segundo quemado, me llevaban a pensar en lo que fuera que él quisiera decir. Y en algún momento del trayecto, decidí que no importaba, sea lo que sea, seguiría adelante como siempre lo había hecho.

Cuando entré me llegó el fuerte olor a sudor y desodorante mezclado. En la recepción estaba Miguel, uno de los personal trainers, iba vestido de un buzo azul y una polera negra sin mangas ajustada al cuerpo, dejando ver eso brazos gigantes, como los troncos de un árbol, y unos pectorales prominentes. Usaba el pelo corto, con el típico corte escolar, que acentuaba sus rasgos infantiles, con sus hoyuelos en las mejillas, grandes ojos verdes con pestañas largas que los recubrían, y su nariz respingada. Era un metro ochenta de músculos y cara de bebé, que combinaban a la perfección. Era mi mejor amigo.

.- ¿Qué pasa Enano? – me dijo mientras me daba un golpe en el brazo izquierdo.

- Brawny – le dije a modo de saludo. Mientras llevaba mi mano derecha al lugar donde me golpeó.

- ¿Qué tal el día? – Me dijo mientras sonreía - ¿A cuántas te has tirado ya hoy? Eh… cabrón – me dijo riendo mientras me daba golpes en el estómago y yo me alejaba riendo.

- Déjame Brawny, no quiero empezar tarde…

- Seguro… – Me dio un medio abrazo y se inclinó un poco, dejando su boca junto a mi oreja, para hablarme en susurros – Haz ese paso donde haces que muevan el culo, por favor, iré a mirar la clase hoy… ¿siiiiii?

- Ja Ja – le dije mientras lo alejaba de un empujón – Ya preparé la clase, de seguro vas a poder distraer la vista con más cosas.

- ¡Ese es mi hermano! – me agarró dejando mi cabeza entre su brazo, mientras desordenaba mi pelo.

- Tranquilo, tranquilo – le dije riendo – Suéltame, o nunca llegaré y nunca verás nada.

- Tienes razón.

Una de las chicas, se acercó a pedirle consejos respecto a su rutina de ejercicios y aproveché el momento para hacer mutis por la escena, estaba por poner un pie en el pasillo, cuando me gritó.

- ¡¡Ey!! ¡¡Enano!! No te olvides… - sonrió y elevó una ceja, y su cara de niño bueno se había ido, había un demonio ahí. Negué con la cabeza mientras me volteaba y levante mi mano, mostrándole el dedo medio.

- Que mal Enano, que mal – Me gritó.

El salón de baile era amplio, una sala de espejos. La multitud que acostumbraba entrar a mis clases se encontraba sentada, separados en grupos de conversación, reían. Y eso me contagiaba de energías. Cuando entre todos miraron a la puerta. Extendí mis manos, como preguntando ¿Qué pasa aquí? todos se pusieron de pie. Me reí mientras me acercaba al equipo musical al otro lado de la sala. Mientras caminaba miré la cantidad de botellas puestas en el piso marcando territorio, me encantaba esa competencia que se generaba por ocupar los lugares cerca a los espejos, en especial las mujeres, que podían ser pretenciosas y competitivas a morir.

Comencé a prepararme, haciendo las conexiones necesarias, mientras mis “alumnos” más cercanos, venían a saludarme. Subí la intensidad del sonido y me dejé llevar por la música.

Eran las siete de la tarde cuando terminé la primera clase, estábamos haciendo ejercicios de elongación, cuando miré hacia la puerta. Miguel. Por un momento, perdí la concentración de lo que hacía, al ver lo emocionado que estaba, cado dos segundos me levantaba el pulgar, mostrando su aprobación por las posiciones que hacía adoptar a las chicas. Cuando las hice llevar sus manos a la punta del pie, lo miré, se mordía el labio inferior y entrecerraba los ojos. No aguante. Empecé a reír a carcajadas. Me apretaba el abdomen – Payaso – pensé.

Debido a mi frustrado intento de concentración di por finalizada la primera clase, muchas de los chicos se quedaban para repetir la clase de las veinte horas, otras tantas se retornaban a sus casas, me despedí de todos. Iba en busca de Brawny cuando Cecilia se me acercó.

- ¡Ceci! – La saludé – te abrazaría, pero estoy hecho sopa – mientras miraba mi ropa empapada de sudor.

- Fabito, ¿cómo estás?, gracias por la clase, estuvo excelente… como siempre – agregó.

- Soy el mejor, lo sé – le dije mientras me encogía de hombros. Ella se echó a reír. – Estabas perdida, ¿Dónde andabas metida, cochinona?

- Ridículo – se reía mientras sus ojos se achinaban, me encantaba la expresividad de su mirada, era una de las pocas mujeres en las que confiaba. En su mente no había maldad, no existían cosas turbias, y eso se reflejaba en sus ojos, la admiraba y quería por eso, y en el fondo, deseaba ser un poco como ella.

- ¿Has visto a Miguel?

- Si, iba a los camarines, creo – Esperó, y parecía incómoda.

- ¿Pasa algo?

- ¡Oh, no, nada! – abrió mucho los ojos y me extrañé de su reacción.

- Dime, ¿qué pasa?

-  Nada importante, la verdad.

- Segura – insistí.

- Segurísima – Y ahí estaba su sonrisa de nuevo – Tengo una buena noticia que contarte.

- ¡¡¡Ehhh!!! ¿Qué tan buena? Dime, dime, dime, dime, dime…

- ¡¡¡Trasladaron a mi Marido!!! se acabó la vida de soltera, ya no podremos irnos de parranda – se reía.

- ¡Ceci!, eso es genial, ya estaba bueno que ese hombre se comportara y volviera al nido, porque yo estaba a punto de ocupar el trono vacante.

Ella reía, y yo agradecía  que por fin haya pasado algo bueno es su vida. Ceci ha sido especial para mí en muchos aspectos, a sus treinta y tres años, luce estupenda, casi tan alta como yo lo soy, casi un metro setenta y dos como mí estatura, es delgada y curvilínea, con unas caderas de impacto, unos pechos y uno trasero generoso, tiene a todos los funcionarios del gimnasio babosos por ella. Con la complejidad, claro, de la argolla de matrimonio que luce orgullosa en el dedo anular de su mano izquierda.

Hemos sido muy cercanos desde que llegué a trabajar acá, por supuesto, nunca le he contado de mi homosexualidad, o del trabajo sucio – eso es algo que sólo Claudia sabe, y el secreto se irá a la tumba con nosotros – pero, siento que si existe alguien en este mundo que no me juzgaría, esa sería ella. Dentro de nuestras conversaciones hemos hablado de mucho, pero una de las grandes penas de su corazón es su soledad. El marido de Ceci, ocupa un cargo importante dentro de las fuerzas militares del país, tienen la misma edad, y su relación se remonta a sus tiempos de escolares. Es un amor de niños, un amor infinito. Por temas laborales, su esposo ha debido ir y venir para poder verla. Siempre le preguntaba a Ceci por qué no se iba, y seguía su vida junto a su señor esposo. El problema, por llamarlo de alguna forma, era que ella se rehusaba a dejar a sus padres. Yo respetaba eso. Su marido también lo hacía.

Que el volviera no me sorprendió, era parte del plan, hace tiempo venían arrastrando con la idea. El deseo más profundo de Ceci, era que sus padres pudieran conocer a uno de sus nietos, dos abortos han vivido, y Ceci sigue en su lucha, la he visto caer y volver a ponerse de pie, una y otra vez. La última vez pasó mientras estábamos juntos un domingo tomando un café, yo sólo reaccioné en llamar a Claudia, la ayudó, y recogió los pedazos de Ceci tras ese segundo intento frustro. Desde ese momento Claudia, o la Dra. Bowen como la llama Cecilia, se hicieron, médico y paciente, unidas por un lazo de amistad, del que yo era espectador.

- Sí – me dijo Ceci, devolviéndome a la realidad – Verás, va a tener que estudiar.

- ¿Cómo?

- Sí, me lo han devuelto con el compromiso de que curse una carrera universitaria. Va a tú Universidad.

- ¿En serio?... Vaya, vaya, por fin vamos a conocer a ese patán – le dije riendo.

- No seas muy duro con él, por favor, está oxidado.

- ¿A qué te refieres? – No entendía que me decía.

- Va al programa Vespertino, estudiará Ingeniería ahí, ¿no eras docente?

- ¡Ah!, Sí, sí…

- Tendrá Matemáticas, Álgebra y Cálculo contigo, no lo destroces… se bueno, los rumores corren sabes, y todos dicen que eres un genio sin corazón cuando haces clases… – Me reí.

- No te preocupes – la tranquilicé.

- Es que nos llegó un rumor… – y sentí como la sangre se iba de mi cara.

- ¿Qué…qué ru…Qué rumor? – Perdí la voz - ¿Qué se decía de mí en la Universidad?, ¿Alguien sabía algo? – Era imposible.

- Bueno… dicen… es que… disculpa. – Se cortó.

- Ahhh… - fue lo único que logro salir de mi boca, y ella vio mi cara de duda.

- Te dicen “El Cementerio” – Soltó. La miré, y sus ojos me miraban sondeándome, evaluando mí reacción. Pestañe una vez, dos veces.

- ¿¡Qué!? – Grité, mi voz era más aguda de lo que recordaba, todos en el pasillo se voltearon a mirarnos.

- “El Cementerio”, ya sabes, porque estás lleno de cadáveres – susurró, tratando de explicar. Se veía apenada. Me relajé y me reí por reacción inicial, no había ninguna cosa que hiciera sospechar a alguien.

- Podrían haberlo hecho mejor – me quejé.

- ¿Cómo?

- El apodo, podrían haberlo hecho mejor… Tranquila, si estudia, todo ira Okidoki – le guiñe el ojo, puse mis manos en sus hombro, me acerque, le bese la mejilla – cuidando de no tocarla - y me fui en busca del maldito Miguel.

Lo encontré en los vestidores del personal, en el segundo piso. La habitación estaba dividida en dos partes, en la derecha se encontraban los casilleros, me dirigí al mío, mirando a Miguel de soslayo. Puse mis dedos en mis ojos y les direccioné hacia él, repitiendo el gesto. Se sentaba al otro lado de la habitación, en uno de los dos sillones que se habían instalado nuestro descanso. Eran dos, ubicados en forma de ele, entre ambos había una encimera con un cactus. Frente a los sillones había una pequeña mesa de centro, y pegado a la muralla, un televisor.

El muy… cabrón. Se sentaba con los pies apoyados en la mesita, donde estaba el control remoto de la TV. Con los brazos en la nuca, levanto las cejas.

- Gracias por el show.

- Como sea – lo mire con tolerancia, mientras buscaba una polera seca para cambiarme.

- ¿A qué hora va la siguiente clase?

- A las ocho, ¿Qué pasa?, ¿Quieres bailar?

- Ja Ja… Que gracioso, Enano.

- ¿Entonces?

- Solo preguntaba… para cerciorarme de que estás haciendo bien tu trabajo.

- Brawny…

- Ya sé… ya sé…

- Es solo que…

- Tranquilo…

- Pero…

- Enano, tranquilo, todos sabemos que el mejor culo de todos es el tuyo – Me miro y apuntó con su mano mi trasero. Como si eso explicara todo.

- ¿Qué mierda? – Le dije, rojo, sólo Miguel conseguía hacerme perder la razón así. Me acerque hasta detenerme frente a él.

-  Enano… tienes un culo para morirseeeee… - me tiré encima, golpeándolo. Browny puso sus manos en la cabeza en forma defensiva, y empezó a reírse a carcajadas. A reírse de mí.

- Cuantas. Veces. Te. He. Dicho. Que. No. Me. Digas. Culón – le di un golpe por cada palabra, y solo sirvió para que riera más fuerte.

Me fui refunfuñando hasta el casillero, y saqué una polera verde, me saqué la que está usando y se la lancé a Miguel, quién la agarró con sus manos, la tomo con sus dedos índice y pulgar, y la alejó mientras apretaba sus nariz, en un gesto dramático.

- Eww… Enano sucio. – Me reí.

- Jodete – Me puse la polera limpia, y cuando la pase por mi cabeza, la polera negra, empapada, me dio de lleno en el lado de la cara. Lo miré, mientras se contorneaba de la risa, Apretándose el abdomen. Tenía una risa contagiosa. Terminé riéndome junto con él, mientras me agachaba para recoger el arma mortal que había sido impactada en mi cara.

Me fui a sentar, ocupe el sillón lateral.

- ¿Qué vemos? – le pregunté.

- Un culazo – me respondió, buscando molestarme otra vez.

- Ja Ja Ja… ¿en serio vamos a seguir?... Orejón…

- Yaaaaaaa…. – cruzó los brazos sobre su pecho como un niño.

- No te gusta… - Iba a iniciar la afrenta, pero recordé que teníamos a diario este tipo de discusión, y la verdad no recuerdo haber ganado alguna vez, así que lo dejé ir. Tenía otras preocupaciones hoy -  ¿Qué vemos?

- Mmm no sé... basura… ¿Qué quieres ver, Enano?, quedan 45 minutos para tu próxima clase.

- Lo sé.

- Mmmm… Cochino… ¿Quieres ver porno?

- Yo no… - suspire, siempre lo mismo.

- Amigo, no me quejo, pero déjame decirte que eres un pervertido, además de un irresponsable, estamos trabajando, no lo olvides. T-R-A-B-A-J-O.

- ¡Muy Bien! – Lo aplaudí – Sabes deletrear. No sabía que hicieras eso, deberían aumentarte el sueldo. – Se quedó callado, buscando en su mente algo para atacarme. Y luego comenzó a reír nuevamente.

- Y dime… ¿Qué tal es… lo hace rico? – lo miré atento, no podía seguirle el paso, su mente trabajaba en forma contraria que la mía… por eso nos llevábamos tan bien. Era mi hermano mayor – ¡Cecilia!... Suertudo – Pero a veces, era una mierda tenerlo cerca. Lo miré con incredulidad.

- En serio…

- No te la tiraste – me acusó.

- Está casada…

- Hermano, tu eres el que tiene más opciones, al resto ni nos mira… tienes que conseguir…

- ¡Para! – lo interrumpí, y estoy seguro que vio en mi cara que había excedido los límites.

- Ya, tranquilo, sólo bromeaba, en serio… esta jodidamente casada, pero no muerta…

- Aquí vamos de nuevo – y cerré los ojos. Lo único bueno del idiota que se sentaba a mi lado, era que cuando estaba a su lado, mi mente podía estar en blanco. Me dejaba llevar.

Miguel siguió hablando de todas sus fantasías sexuales con Cecilia y con las otras chicas del gimnasio y las cosas calientes que les haría si tuviera la oportunidad de abrir sus piernas. Como si ellas lo permitirían. Ya se había hecho fama de chico de una sola noche. Lo dejé seguir en sus divagaciones, pensando en las horas que quedaban para que llegara la hora de mi cita. ¿De qué quería hablar?, la duda me mataba.

- Enano… Enano! – sentí un golpe suave en la cara. Me había dormido. Eso era raro, jamás me había quedado dormido aquí. Enfoque la cara de Miguel, me miraba asustado – ¿Te sientes bien?

- Estoy bien Browny… creo que me dormí un poco tarde anoche, tranquilo. De verdad. – Mi miro… y una sonrisa comenzó a extenderse por su rostro.

- Entiendo… tuviste sexo toda la noche y ¡no me invitaste!...

- ¡Ay Dios! Dame paciencia…

- Vamos campeón, tienes cinco minutos para llegar a tu clase, y no te lleves a ninguna muñeca sin mi aprobación… lo que hiciste ayer no está bien, debiste avisarme… - Me tendió la mano y me ayudo a ponerme de pie, cuando le di la espalda me dio una fuerte palmada en el trasero que envío punzadas de dolor por todo mi cuerpo – Sexy culito, Enano.

Salí rápido del camarín, y cuando estuve fuera fui libre de calmar el dolor de mi trasero, si el cabrón supiera lo que hice anoche, me mataría. Miguel es pura testosterona, está orgulloso de su masculinidad, y bueno yo era yo. Tomé otro Ibupofeno antes de iniciar la siguiente clase, iba a tener que preguntarle a Claudia en algún momento, cuál era la dosis indicada para un día, porque con todos los que había tomado hoy para mitigar el dolor, seguramente me encontraba muy próximo al nivel de toxicidad.

La siguiente clase transcurrió con normalidad, por suerte, esta vez Miguel no se apareció en la puerta. Tampoco Cecilia estaba, por lo que pude relajarme, no sería objeto de las bromas de Brawny por lo que quedaba del día. Cuando finalicé la clase, me sentí cansado. El trasnoche me estaba pasando la cuenta. Eran las nueve de la noche, y la jornada aun no terminaba, en treinta minutos debía dar inicio a la última clase de mi cátedra de este semestre en la Universidad. Lo mejor de todo, es que hoy era día de tortura, y el examen que había preparado iba a cortar más de una cabeza, y dejaría sangrando a muchos otros. Seguía pensando que el “El Cementerio” era quedarse corto ante mi nivel de maldad.

Me ofrecieron el puesto a finales del año pasado, cuando estaba egresando de la Universidad, mi amor a las matemáticas me había abierto las puertas como catedrático, inicié a principio de año con mano dura, y los estudiantes resintieron el cambio, del anciano bonachón al joven inconmovible. Sin embargo, les enseñe y ellos aprendieron. Esa era la ecuación más fácil de mi vida. La docencia no tomó nada de mí salvo tiempo. Tiempo que antes empleaba usando atendiendo a mis clientes. Cuando me volví más exigente y exclusivo muchos de ellos terminaron por abandonar, no sólo porque el costo fuera mayor, sino que el acceso era distinto, ya no tenía tiempo para atenderlos, y la verdad, es que terminaba el día rendido. Por lo que más que lamentar las pérdidas, las agradecí.

Entre al camarín, a toda velocidad y me fui al baño, Miguel estaba en la ducha contigua, podía oírlo cantar, me dieron ganas de grabarlo, pero no tenía tiempo, me desvestí rápidamente, me saque la polera, y buzo, estaba agachado, con los bóxer en los tobillos, cuando escuche un silbido que venía de mi espalda, me erguí rápidamente.

- Wow Enano, tú no te andas con rodeos, ¿verdad? – su voz sonaba burlona.

- Muévete – le dije mientras corría a la ducha. Entré al agua sin prestarle atención.

Cuando salí él todavía estaba ahí, llevaba unos pantalones negros, el torso desnudo. Miré los hombros anchos, los bíceps, los pectorales, el abdomen, los oblicuos.

- Te conservas bien, anciano - le dije riendo, mientras le daba la espalda para secarme, dirigiendo al banco donde estaban mis pertenencias.

- Culón.

- No se te ocurre nada más – comencé a vestirme, me puse unos bóxer negros, y luego me volteé.

- Hmmm… - lo miré, se veía… afectado. Me reí.

- ¿Qué haces?

- Nada, miraba un buen pedazo de...

- Suficiente por hoy… - tomé mis cosas y terminé de vestirme en la sala.

Me vestí rápidamente y fui a despedirme de Miguel, se había vuelto a meter a la ducha.

- Brawny… ¿Estás bien?, ¿Qué pasa?...

- Nada… es que vi un culazo y me calenté… necesitaba agua fría.

- ¡Orejón Hijo de Puta! – le grité. Solo lo escuché reírse. Y salí de ahí.

- - -

Por fin estaba en casa, sentado en la cocina mientras me tomaba un vaso de leche. Estaba de buen humor. Era satisfactorio ver la cara de terror de mis estudiantes cuando me presenté en el salón. Uno de los chicos incluso se persignó, mientras rezaba fervientemente a no sé qué santo, pidiéndole el milagro que necesitaba para salvar la asignatura – Cómo si fuera suficiente – pensé.

No era que me agradara ser malo, pero era joven, y esa fue razón suficiente para que algunos de mis alumnos no me tomaran en consideración. Me di cuenta la primera semana de clases, cuando traté de ser carismático y comprensivo, que la cosa no iba por ese lado. Estuve las dos horas que duran mis clases, explicándole a las paredes, y desarrollando operaciones matemáticas en el pizarrón para el mobiliario. Cuando comprendí su falta de interés era porque no me veían como una figura de respeto, cambié la estrategia. Y funcionó.

Muchos de mis alumnos eran mayores que yo, desarrollaba la matemática fundamental que necesitaban los estudiantes de primer y segundo año de Ingeniería del programa vespertino de la Universidad. Mis estudiantes eran en su mayoría adultos trabajadores que deseaban continuar sus estudios o perfeccionarse. Era jodidamente bueno con los computadores, pero los números eran mi pasión. Venia aquí de lunes a viernes desde las veintiuna treinta a las veintitrés treinta, dónde terminaba mi jornada semanal, y luego, los días sábados en una jornada más extensa, desde las nueve de las mañana a las dieciocho horas. Si consideraba el Servicio de Salud como mi lugar oficial de trabajo, el gimnasio era una distracción, y la Universidad, un hobby. Y tenía la energía suficiente para hacerlo,  me encantaba el cansancio que sentía al llegar a casa. Así como los suculentos cheques que recibía todo los meses.

 Apuré el vaso de leche y miré la hora. Era media noche. Miré mi celular y vi el último texto que recibí hoy. Estaba a mitad de la tortura y diversión – viendo la cara de mis alumnos, con sus caras de concentración en sus exámenes, mientras me paseaba por el aula para asegurarme que no copiaran – cuando recibí un mensaje de Miguel.

Enano… vamos al bar?

Le devolví el mensaje, disculpándome por tener que rechazar su invitación, prometiéndole que el sábado por la noche nos iríamos de juerga juntos. E invitaría a Claudia. Pareció agradarle la idea. Porque su respuesta fue una mano con el pulgar arriba. Cuando di por terminado el examen, despache a los alumnos deseándoles un buen descanso durante el receso de invierno, e informándoles que enviaría el resultado de las evaluaciones lo antes posible para que pudieran relajarse. Descansar por dos semanas de la docencia le haría bien a mi cuerpo.

Fui mi habitación a buscar un abrigo para la noche. El sweater que llevaba no me protegería del frio que seguramente hacía afuera. Baje las escaleras y decidí caminar al paradero de la avenida, dónde nos juntábamos siempre que él requería mis servicios.

Salí con mucho tiempo de anticipación. Desde mi casa al paradero eran casi veinte minutos andando. Así que caminé lentamente, observando la vida nocturna que estaba comenzando los diferentes bares de la ciudad. Miré los autos pasar, mientras relajaba mi mente. Perdía los sentidos cuando estaba cerca de él. No pensaba con claridad. Puse los audífonos en mis oídos reproduciendo el playlist de mi banda musical favorita.

Fue uno de mis primeros clientes, había hecho un pequeño anuncio en una típica página web, enfatizaba en que la discreción era mi principal prioridad en el asunto. Coloqué algunas fotos de mi cuerpo, cerciorándome que mi rostro estuviera siempre oculto. No establecí tarifas, las debatiríamos personalmente si se daba la ocasión. Me mandó un mensaje una tarde de verano, cuando había perdido toda esperanza, y me decidía a abandonar la Universidad para comenzar a producir dinero, y de alguna forma ayudar a mi familia.

Solicitaba una cita, y al igual que hoy, sólo hablamos. Cuando lo vi, me pareció despampanante. No le habría cobrado nada, si me lo hubiera pedido amablemente. Pero desde el momento en que me miró, solo se dedicó a insultarme con sus ojos que me miraban con asco, y su boca que me hacía sentir humillado con cada palabra que decía.

Faltaban quince minutos cuando llegué al paradero. Me senté y esperé. Miré a los aislados transeúntes que pasaban a esta hora de la noche. Supongo que sus caras de curiosidad eran un reflejo de la mía al verlos, algunos me observaban como si yo fuera un lunático o un extraterrestre, que decidió pasar la noche sentado en un paradero.

Minutos más tarde, vi su auto llegar y sentí un nudo en el estómago, todo mi control se esfumó. Le vi estacionar en un parquímetro, unos metros más allá. Apagó el motor, y las luces se fueron. Me saqué los audífonos, la música había dejado de hacer su efecto ansiolítico. Esperé.

Cruzó la calle con ese caminar tan suyo, como si fuera superior a todo el resto de las especies que habitábamos este mundo. Era alto, cerca del metro noventa. Vestía unos zapatos negros, con unos vaqueros que se ajustaban perfectamente a su cuerpo, revelando unos muslos gruesos, y unas piernas arqueadas. Subí la vista, temeroso de hacía dónde podían llevarme los pensamientos de seguir mirando. Me fije en su cuello y la forma en la que se marcaban los músculos ahí. Era ancho de espaldas, pero tenía una cintura estrecha, lo que le daba cierta elegancia a su cuerpo perfecto. Me atreví a mirar su cara. Era… maldita sea, era guapo.

Cada vez que lo miraba era una nueva revelación, la masculinidad de su cara cuadrada, la forma en que el arco de su mandíbula se marcaba, sus labios generosos, la nariz perfecta, los ojos… esos ojos que te atrapaban y no dejaban entrever nada al azar. El dominaba todo. Se acercó más y decidí escapar de su mirada, de pronto mis manos tenían toda mi atención.

Sentí su aroma, y decidí que era momento de cerrar mi mente. Empujar la puerta y ponerle seguro, antes de que hiciera algo que me costara un ojo morado. Se sentó a mi lado. Y respiré por primera vez desde que había visto llegar su coche. Nos quedamos sentados, en silencio por unos minutos.

- Se acabó – su voz era grave, hablaba en forma pausada, pero había un frio calculador detrás de todas las cosas que decía. Esta vez no fue la excepción.

- ¿Se acabó? – No entendía lo que oía, no tenía sentido.

- Eres sordo, además de Puto – Y hasta ahí llego la tregua. Y sus palabras comenzaron a tomar forma en mi mente… No había más trato, seguía mirándome las manos, sin dar crédito a lo que escuchaba. Sin saber por qué, ni de dónde vino el sentimiento, me sentí aliviado, ligero.

- Perfecto – la palabra salió de mi boca antes de que la filtrara, y cuando lo dije sonó extraño, dejándome un sabor a barro en la boca. Lo miré, para ver la reacción ante esa simple palabra, que daba por finalizado el contrato. Arqueo las cejas, sorprendido ante mí declaración – ¿Qué esperaba, llanto? – pensé.

- Pero no tan rápido… - aclaró rápidamente, ahora era oficial, no entendía nada. Lo vio en mi cara - … vamos a tener una despedida como corresponde… te voy a culear hasta que no puedas usar el ano ni para cagar.

Tragué saliva. Lo dijo como si estuviera comentándome el clima, como si fuera la actividad más cotidiana de la vida. Y yo no podía entender nada. Me reí por lo bajo y volví a poner atención a mis manos. Mientras negaba con la cabeza.

- Te gustó la idea, ¿A qué no, Puta? – Su última palabra era un insulto.

- No hay trato – le dije, mi mirada fija en mis manos, sentí mis mejillas ardiendo, la ira se abría camino.

- ¿Cómo que no hay trato? – su voz… bueno, creo que no era el único que se estaba empezando a molestar con la situación. Yo sabía jugar este juego, y lo haría.

- Eres sordo, además de Idiota – le espeté. Y ahí estaba… lancé la bomba. Lo miré desafiante. Mientras me iba poniendo de pie.

- Cuidado… - Me advirtió, y sentí el peligro, su mano estuvo en un segundo en mi cara, comprimiendo ambas mejillas, la palma de su mano apoyada en mi mentón. Miré su cara, había odio ahí. Supe que si era entre él y yo, no había ninguna posibilidad de ganarle, o defenderme. Era más alto, más fuerte, y más rápido - lo acaba de descubrir - Cerré fuerte los ojos, esperando sentir el primer golpe. Me soltó.

- No seas insolente, Puto, o además de romperte el culo, te sacaré uno o dos dientes a golpes – me amenazó – Pídeme disculpas.

Lo miré. Analizando la situación, lo mejor era darle lo que quería, siempre podía aceptar lo que quisiera hoy, y no responder mañana, el acuerdo era de palabra, y yo estaba cansado, la condescendencia era mi mejor opción. Le diría lo que quería escuchar y me iría. Y esperaba no volver a verlo más.

- Dis… Disculpa – mi voz sonó más débil de lo que esperaba.

- Qué lástima… tenía ganas de romper esa cara de come-verga tuya – me miro… con asco y algo más que no podía descifrar, y me dio una media sonrisa que me encandiló.

- Disculpa – repetí, aclarándome la garganta.

- Sólo los imbéciles repiten dos veces la misma cosa, Puto… ¿o qué, tanta verga te trituró lo sesos? – se mofó.

No diría nada más. Sólo respire, en algún momento se acabarían los insultos y yo podría irme a casa, y regocijarme en el arrepentimiento de haber venido aquí esta noche. El percibió mi cambio de humor, y habló con fastidio, como si le hubiese arrebatado un juguete que comenzaba a disfrutar.

- Como sea… yo te avisaré el día y el lugar, y tú vendrás, te abrirás de piernas y te dejarás coger como lo has venido haciendo todo este tiempo. ¿No es por eso por lo que te pago? – No esperó mi respuesta – Si puedes o no caminar después de lo que te espera, ese no es mi problema Putito.

Al ver que no respondía, aplaudió frente a mi cara velozmente.

- ¿Y? – Se impacientaba, esperaba mi respuesta.

- Está bien, supongo – Me miré los pies. Iba a necesitar ese favor de Claudia después de todo.

- Una cosa más.

- Dime – Me apresuré a decir, quería irme luego a casa.

- Sin condón ésta vez.

- Pero… - iba a comenzar a debatir.

- Te daré el doble, ¿dime si no es un buen trato?

- Lo siento, en eso no puedo tranzar, lo sabes – esa era la frase más larga que había dicho esta noche. Bueno, que él me había permitido decir. Y yo podría haber dicho muchas cosas.

- No seas quisquilloso Puto, te estoy ofreciendo todo lo que una persona como tú desea, y pones condiciones.

- Pero…

- Hagamos un trato ¿te parece?, yo te doy verga, y considero la opción de no romperte el culo, o al menos dejarlo funcional, y ¡además te pago! – Puntualizó - y tú, bueno, tú te abres de piernas – como si te molestara – y me dejas llenarte el culo de leche…

- No. Hay. Trato – Nunca faltaría a la promesa que le hice a Claudia, y para ser sincero, la idea no me tentaba. Mi trasero ya había pagado la cuota de dolor que traía aceptar un acuerdo con este hombre. El ardor en mi ano me pedía a gritos que no claudicara. Y no iba a hacerlo.

- ¿Estás seguro?, te estoy haciendo una oferta generosa. Podría encontrar algo mucho mejor que tú, por un menor precio. Y que estaría agradecido de…

- Pues hazlo, busca “algo” mejor, y déjame en paz… - lo interrumpí.

- Mira, Puto, me estás haciendo perder la paciencia de nuevo, vamos a hacer esto… lo haremos por última vez. Piénsalo, terminemos esto como corresponde. – Se detuvo un momento – Si aceptas, te prometo que nunca más te molestaré. Tienes hasta el mediodía para decidir.

Lo vi marcharse, y me quedé de pie, en el paradero, solo. Y en mi mente había estallado una bomba atómica.

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