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Negación - Capítulo 4

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Miraba el techo. Llevaba un rato sin poder dormir. Mi mente seguía trabajando.

Me quedé en el paradero por un rato. Había un eco de su voz en mi mente que nunca cesaba, un remanente de la propuesta que acababa de recibir. Se repetía incesantemente. Cerraba los ojos y podía sentir su mirada en mí, su ira. Pensaba que había un trasfondo de odio en todo lo que hacía, en todo lo que decía. Bueno, si la intención fue insultarme, lo hizo. Si su intención fue humillarme, lo hizo. Si su intención fue hacerme sentir como mierda, también lo hizo. No lo detuve, tampoco. Pude intentar defenderme y no me atreví. Recibí su amenaza y la acepte, lo peor de todo, es que escuché su propuesta, y estaba por aceptar.

La idea de no verlo nuevamente, de cortar de raíz esta relación – falsa – me impulsaba a recibir la degradación, aceptar la consecuencia de lo que era y lo que hacía. Cuando inicié, me juré que no llegaría tan bajo, vendería mi cuerpo bajo mis propios términos. Aceptar, significaba negar esa parte de mí que creía intocable, inmutable. Le había prometido a Claudia que nunca, jamás trabajaría mi cuerpo sin protección. Intenté con todas mis fuerzas dejar libre una vía de salida, una puerta de emergencias que me permitiera abandonar todo si las cosas se me escapaban de las manos. ¿Acaso esto no se me había ido de las manos ya?, había hecho cosas de las que me había arrepentido luego, y lo superé. No entendía por qué esta vez me sentía distinto. Tenía un mal presentimiento respecto a la decisión que estaba por tomar.

Me debatía entre dos opciones. La primera era simple, cerrar el trato y cumplirlo. Debía formular un plan por supuesto. De alguna forma debía tener una parte del control de la situación. Había prometido dolor – más dolor del que ya había sentido – y yo sabía que existía una forma de luchar contra eso, era imperativo conseguir que Claudia me escuchara. Pero qué pasaba con lo otro, podía tolerar convertirme en un traidor a mí mismo, a mi propia conciencia. Traicionar a Claudia era harina de otro costal. ¿Sería capaz de mentirle?, mirarla a los ojos cuando me arrastrara asustado a pedir pruebas sanguíneas de detección de infecciones de transmisión sexual. No sabía a ciencia cierta en qué me estaba metiendo. Por supuesto que existían otras opciones, además de Claudia, pero cómo podría explicárselo a un extraño, ya me veía bajo el escrutinio de su mirada, mientras me juzgaba en el fondo de su mente. Esas eran las desventajas. Pero existía la ventaja, erradicarlo de mi vida para siempre.

Lo había imaginado en múltiples oportunidades, me imaginada una despedida limpia. Algo así como un trabajo realizado, y luego una ausencia de llamadas prolongada por su parte, eso me haría olvidarlo con el paso de los años - ¿Quién sabe? – o mi retiro. Era la otra situación en la que fantaseé más de una vez. No diría nada, simplemente desaparecería, no asistiría a una cita concertada, tal vez le enviaría un mensaje. ¿Qué escribiría?, “Lo siento” no parecía adecuado. “Para otra oportunidad”, “No estoy disponible, tengo a otro hombre encima en estos momentos”, “Disculpe las molestias, ano en mantenimiento, estamos trabajando por usted”. O algo por el estilo.

La segunda alternativa era diferente, por su mirada esta noche tenía la seguridad que no dejaría pasar la situación con facilidad. “Si aceptas, te prometo que nunca más te molestaré” había dicho. Era una promesa de doble filo, había una amenaza intrínseca. Si yo no aceptaba, él no se conformaría. Y para mí, el contacto esporádico que habíamos tenido durante estos dos años había sido suficiente, lo vi una o dos veces al mes en lo que duró nuestra “relación comercial”. Fui suyo por una hora durante esos encuentros. Y había sido suficiente para mí, al punto de que, con el sólo hecho de recibir un mensaje suyo, me recorría un dolor por la columna, que iba a dar directo a mi recto. Me había trastornado al punto de condicionarme al estrés. No era nada comparado con el dolor que me producía saber que nunca fui capaz de negarme. Hoy se presentaba nuevamente la opción, y tenía miedo de caer en picada. Despertando ahora en él la venganza.

Me giré en la cama. Miré hacía la ventana. Cavilaba en todo esto, en los encuentros, los dolores, los insultos, las humillaciones, los golpes, la sensación de ser expropiado de tu propio cuerpo, y el sentir que tu alma está tan manchada que has perdido la posibilidad de redención. Yo había comprado un pasaje directo al infierno, y me encontré con el diablo en el camino.

Desperté sobresaltado, con el corazón en la garganta, y una sensación de angustia en el pecho. Miré la hora, eran las ocho con doce minutos de la mañana. Volé al baño, me había quedado dormido.

Me duche rápidamente, haciendo hincapié en las partes más importantes de mi cuerpo, me sequé a toda velocidad y tomé el cepillo dental, me fui al vestidor al otro lado de mi dormitorio mientras me envolvía la toalla en la cadera haciendo un nudo. Comencé a cepillarme los dientes cuando mire el espejo en el lado lateral de la habitación. El hombre que me devolvía la mirada, no se parecía en nada al que usualmente entraba a esta habitación. Su aspecto físico seguía siendo el mismo, un metra setenta y dos, abdomen plano, brazos y piernas firmes, músculos definidos, cintura estrecha, pectorales definidos pero no exageradamente, tez blanca, como si nunca se hubiese expuesto al sol, rostro fino, labios rosados que contrastaban perfecto con la piel, cabello castaño oscuro, desordenado. Eran los ojos, café claro, los que se veían diferentes. Había pérdida en ellos, e inseguridad.

Dejé de mirarlo, esa persona no era yo. O al menos, no me sentía como él. Seleccioné la ropa de la jornada y volví al baño para terminar con mi higiene dental. Miré el reloj, tenía veinte minutos, adiós desayuno.

Llegue justo a tiempo, hoy tenía cuatro clases, cuatro exámenes había preparado, y me arrepentía de no haber confeccionado preguntas más difíciles, destilaba mierda por los poros, y si estos novatos pensaban que “El Cementerio” era un buen apodo, no habían visto nada. Notaron mi humor, y ni siquiera se quejaron cuando fui repartiendo los exámenes en sus pupitres, y controlé el tiempo en forma tan estricta. Disfrute el temor que inspiraba. En el fondo me sentía culpable. Estaba desquitando mi frustración en ellos.

Cuando dieron las once con treinta minutos, despaché al segundo grupo y me fui al baño. Lave mi cara mientras me miraba al espejo, estaba nervioso. Entre a uno de los cubículos y me senté. Tomé el celular entre las manos, no cría lo que estaba a punto de hacer. Escribí el primer mensaje.

Necesito verte, hoy en el bar a las 22:00 hrs. Iré con Miguel.

Se lo envíe a Claudia, rogando que un poco de la compasión que existía en ella se apiadara de mí y me ayudara. Ella era fundamental en lo que planeaba hacer. Si de verdad me amaba iba a comprender, y es más, estaba seguro que se alegraría que estuviera a un paso de deshacerme de él. – Aunque sea de ésta forma – pensé. Esperé ansioso su respuesta, y como siempre, no defraudaba. Diablos, amaba a esta mujer.

OK.

Sonreí por primera vez en el día. Teniendo a Claudia como aliada, podía enfrentarme a cualquier cosa, con su ayuda, la propuesta de él, no tendría el sentido que deseaba, si quería hacerme sentir dolor, yo tenía la forma como impedirlo. Ahora, con respecto al uso del preservativo… eso iba a tener que ocultárselo a Claudia, por el momento al menos. Nunca me dejaría hacerlo si se enteraba, y entre mis dos opciones, ésta era la mejor. Me enfrenté de nuevo al celular, y tecleé.

Trato.

Presioné enviar, y sentí el peso del cielo caer en mis hombros. Yo era Atlas y mi condena podía hundirme bajo la tierra en cualquier momento. Pero yo tenía la fuerza para hacerlo, y cuando todo terminara, la libertad retornaría. El teléfono vibró.

Bien. Espera instrucciones. Perra.

Suspire. Este maldito podía sacar lo peor de mí con una sola palabra, pero no me dejaría amedrentar. Deje de lado el teléfono, esperando que no me vencieran los deseos de responderle con alguna frase que probablemente lo alteraría, y terminaría armando un lio con el que no estaba dispuesto a lidiar hoy. Me quedé unos minutos más ahí pensando.

- - -

Me arreglaba para salir. Durante la tarde llamé a Brawny, le dije con palabras que le resultaron bastante cómicas, por la forma en la que me trató, que hoy quería emborracharme. Después de escuchar sus burlas por cinco minutos, decidimos que lo mejor era que él pasara a recogerme a casa, se quejó por supuesto, decía que le arruinaría la fiesta, pero conociéndolo como lo hacía, no me extrañaba  pensar que me enviaría de vuelta a casa solo y alcoholizado en el primer taxi que encontrara.

El resto de la tarde transcurrió con normalidad, cuando logré volver a mi centro, salí del baño. Almorcé, y comí como viviéramos el apocalipsis y el mundo tuviera sus horas contadas. Con los siguientes dos grupos me sentí un poco benevolente, incluso hice mi buena acción del día, devolviendo la evaluación a una estudiante que olvidó responder la última plana del examen. Su mirada fue épica. Actuó como si se comunicara con un extraterrestre que le ponía una trampa para consumir su cerebro. Con un “gracias” habría bastado. Para mala serte de ella sólo le quedaban treinta minutos, y se lo hice saber.

Bajaba las escaleras cuando golpeó la puerta. Abrí, y ahí estaba Miguel, lo miré, sin ropa deportiva lucía extraño. Llevaba unos vaqueros ajustados, con tajos en los muslos, lo que dejaba entrever su piel. Una camisa blanca y una chaqueta café, que con el cinturón y los zapatos del mismo color completaban el conjunto.

- ¿Qué haces Enano? – Entró a la casa, directo al leaving, donde se dejó caer sin ceremonia.

- Adelante – Le dije, aun sosteniendo la puerta, mirándolo. La cerré, y fui a sentarme junto a él.

- Así que… - empezó.

- ¿Qué? – dije a la defensiva.

- Relájate Enano – Notó mi estrés – sólo iba a preguntarte si de verdad nos vamos a emborrachar.

- “Nos”… me suena a multitud.

- Ja Ja. Muy gracioso, sabes que no te dejaría andar ebrio por la vida… estamos juntos en esto, así que cuenta conmigo – me dio su tradicional golpe en el brazo, que ya comenzaba a extraña.

- Como sea… esperaba que fueras el “Conductor Designado”.

- ¿¡Qué!?... No, imposible.

- Brawny…

- No me jodas, ¿Por qué no le dijiste a Clau?

- Tiene otros planes, estará con nosotros poco tiempo.

- ¡Clarooo!... ¿y a mí me arruinas la noche?, esperaba encontrar a alguien, tú sabes, tengo mis necesidades… - apunto con sus genitales con las manos.

- Eww… ya empezaste – me quejé.

- Hagamos un trato.

- ¡Otro más!, estoy harto de los tratos – murmuré.

- ¿Qué dijiste?

- Nada… ¿Qué propones?

- Vamos en taxi…

- Miguel, no creo que…

- Espera – me palmeo en la rodilla – Vamos en Taxi y luego volvemos acá… si siento que no estoy en condiciones para volver a casa, puedo quedarme acá… duermo en el sillón.

-  No creo que eso fun…

- Va a funcionar, deja de analizar las cosas…y “lánzate al vacío”.

- ¡Y aquí está la frasecita!... me preguntaba cuánto esperarías hasta decirla. – lo molesté.

- Mírenme soy el señor perfecto… el señor frio y calculador… el corazón de piedra… - comenzó a imitarme - Dime Enano… ¿Qué celebraremos hoy?

- Nada especial, el receso de la Universidad… ¿puede ser?

- Me vale verga la Universidad, te he dicho que estás trabajando demasiado.

- Browny, nos vamos a quedar aquí discutiendo mi vida laboral, o vamos a salir.

- Vamos a salir, y luego, seguiremos discutiendo tu vida laboral. – nos reímos.

- Gracias por la aclaración.

- Cuando gustes – hizo una pequeña reverencia.

- Llamaré al taxi, entonces.

- ¡Ese es mi Enano!... apura que las chicas nos esperan.

- Voy… voy… - lo dejé y fui a la cocina para hacer la llamada.

Minutos más tarde, íbamos en una Taxi camino a “Aries” uno de los mejores bares de la ciudad, a él concurrían en su mayoría jóvenes en busca de juerga, nos decantamos por esas idea, debido al objetivo de nuestra salida. El local contaba con tres ambientes en el invierno, la planta baja, donde había tres áreas, con diferentes estilos musicales, para los distintos tipos de conversación que allí se establecían. El más grande de estos tres sectores era el último, donde había una gran cantidad de mesas y su mayor atractivo era el escenario, lugar en el que además, los más atrevidos subían a cantar Karaoke, o en situaciones especiales podías escuchar la voz y el sonido de los artistas que el recinto invitaba. En el segundo piso estaba el VIP, muy parecido al primero, pero ofrecía mayor intimidad para las conversaciones largas, siempre había un músico tocando un instrumento diferente, que le daba al ambiente sofisticación. Por último, el tercer piso, ahí era donde se desataba el caos, allí se ubicaba la pista de baile, la barra, y la perversión. Durante el verano, habilitaban un cuarto espacio en el patio trasero, a la luz de las velas, era un lugar muy romántico para hablar bajo las estrellas, nunca había puesto un pie ahí.

Cuando llegamos, vi a Claudia esperándonos en la entrada. Miguel se encargó de pagar mientras me bajaba, corrí hacia ella extendiendo mis brazos, con la mirada fija en sus ojos, evaluando su respuesta. Se acercó y nos abrazamos. No podíamos estar enojados. Nos sentíamos incompletos. Cuando la vi, supe que lo de ayer quedó en el pasado. Me separé de ella y besé sus dos mejillas, vertiendo todo mi amor por ella en el gesto.

- Estás preciosa – le dije. Mirándola con detención por primera vez.

Llevaba unos botines negros con un taco aguja que parecían una trampa mortal, unas pantis negras a tono, y un vestido gris pálido que le llegaba hasta los muslos, revelando las curvas de su cuerpo. Sobre el conjunto traía una chaqueta de grises más oscuros, el pelo tomado y unos aretes que le iluminaban el rostro, parecía recién salida de una revista de moda.

- Y tú también, amiguito, tan guapo como siempre -  me sonreía y yo le sonreí de vuelta. Elegí algo simple para la ocasión, zapatillas, vaqueros y polera negra, y una americana celeste pálida que quedaba bien con la vestimenta.

- ¡Hola, hermosa! – Miguel dio un salto entre nosotros, alejándonos, tomo una de las manos de Claudia y la beso ahí, apasionadamente. Ella retiro la mano rápidamente, asqueada, y le dio un empujón en el hombro.

- Imbécil – lo saludó Clau.

Hace tiempo habían caído en una especie de relación de amor y odio, se toleraban y discutían por mí causa. Por una parte Clau regañaba a Brawny porque era según ella, una mala influencia. Miguel, por otro lado, se empeñaba en decir que Claudia era una arpía y la razón por la que yo era tan “cuadrado”, que no me daba “libertad”. Sus discusiones eran cómicas, y yo siempre terminaba atrapado en ellas. Parecían un matrimonio incapaz de ponerse de acuerdo en el estilo de crianza de sus hijos. Eran mi familia en esta ciudad, y los amaba a ambos, nunca se lo diría a Brawny por supuesto.

- Entremos – los arrastré a ambos al interior del bar, para evitar un conflicto bélico antes de que cumpliera mis dos objetivos esta noche. Tenía que pedirle ese favor a Claudia, pero debía ser cuidadoso en la forma en que lo planteara. Y después, me embriagaría hasta el coma etílico con Miguel.

El anfitrión nos guío hasta el VIP, dónde había hecho la reservación durante la tarde, nuestra mesa se ubicaba al lado de una ventana, con vista a los jardines traseros del Bar, observé la piscina ahora en desuso, la zona techada al este, dónde usualmente se bailaban lentos. Y el estacionamiento hacia el oeste. Por la cantidad de vehículos estacionados me percaté de lo concurrido que era este lugar, incluso cuando muchos de los estudiantes que venían a la ciudad por estudio, retornaban a sus hogares para aprovechar de pasar tiempo con sus familias en estas fechas. Me recordó cuando yo hacía lo mismo. Me fijé en el músico que tocaba hoy, era una elegante mujer tocando el arpa. La tranquilidad que le daba al ambiente era grandiosa.

- Sean bienvenidos, disfruten la velada – Se despidió, y le hizo señas a una de las garzones para que nos atendiera.

- Hace tiempo que no venía… - comenzó Claudia.

- Pensé que las “Arpías” salían de cacería todas las noches – Soltó Miguel.

- Mira “Imbécil” no voy a…

- Chicos… - los miré – tratemos de mantenerlo agradable, por favor.

- Bien – dijo Claudia con tono conciliador, y apunto a Browny con el índice - ¡pero no te metas conmigo!

-  Todo lo que tú quieras, mi amor – le dijo Miguel, cerrándole un ojo y lanzándole un beso. Claudia le mostro el dedo medio y se cruzó de brazo, mirando hacia otro lado. Le pegué a Brawny en el tobillo, bajó la mesa – ¡¡Auch!! Enano – me acuso.

-  Compórtate – lo regañe.

- Okey… Okey… Prometo paz… ¿Tregua? – Miró a Claudia, rogué para que lo aceptará, cada vez que alguno de los dos proponía estado de tregua, había paz en el reino.

- Está bien… Tregua – Le tendió la mano a Miguel, y este la recibió. Se dieron un apretón y me relajé. Las cosas podían ir bien.

- Hola, mi nombre es Johanna, los atenderé esta noche ¿Les ofrezco la carta? – nuestra garzona era joven, debía tener unos veinte años, llevaba el pelo pulcramente recogido en una tranza, era delgada, con un color de piel aún más pálido que el mío. Tenía unos grandes ojos celestes, y una sonrisa agradable. Vestía el típico uniforme de los garzones del local, pantalón negro, camisa blanca con líneas negras sin abotonar completamente, y un chaleco con el logo del bar y su nombre bordado.

- Hola Johanna – la saludé – Yo pediré, ¿Ustedes? – les pregunté a mis amigos.

- Cosmopolitan –  pidió Claudia con una sonrisa.

- Black Velvet para mí, encanto –  dijo Miguel mientras le guiñaba un ojo. La patada de advertencia se la dio Claudia esta vez.

- Para mí un mojito Johanna, por favor – la miré. Anotó en su libreta y se retiró apenada.

- ¡Yo la vi primero! – dijo Brawny mientras me daba una patada bajo la mesa.

- Idiota – refunfuñé mientras me agachaba a calmar el dolor de mi pierna.

- ¿Y, que tal van las cosas Miguel, cómo va el gimnasio, lo estás administrando bien? – raramente Claudia le preguntaba a Miguel sobre su vida laboral. Me detuve a escuchar con atención para saber a dónde nos llevaría esto.

- Va bien, no me quejo, nos mantenemos a flote a pesar de la economía, ya sabes. He tenido que ingeniármelas para hacer las cosas más atractivas para las personas. – ¿Estaba hablando en serio? – ¿Y tú, qué tal todo?

- ¡Bien!, tú sabes, siempre hay trabajo para mí, los bebés llegan a este mundo por toneladas. Lo que me recuerda… - me miró.

- ¿Qué?... ¡cuéntame! – hice un puchero.

- Sabes que no puedo, no debí haber dicho nada… ya se enterarán cuando llegue el momento.

- Claudia Bowen, suéltala.

- No puedo… no es ético… ¡no me hagas esto!, te vas a enterar en algún momento.

- Oh… no me…

- ¡Justo a tiempo! – me interrumpió Claudia, mientras veía como Johanna tría nuestros tragos y los iba dejando en la mesa - ¡Gracias! – le dijo casi bailando. Salvada por la campana.

Estuvimos alegremente conversando un buen rato. Miguel sacó a colación mi ajetreada agenda laboral y nos enfrentamos a un debate que se me hizo eterno. Hasta que Claudia sugirió que sería bueno que abandonara alguno de esos “proyectos”, sabía bien a qué se refería en el trasfondo, pero como el que no quiere la cosa, dije que podía dejar mis horas en el gimnasio, lo marcó un cambio rotundo en la argumentación de Miguel, quién pensaba que mi agenda era perfectamente equilibrada, lo que generó carcajadas. Fuimos por una segunda ronda y luego una tercera cuando Browny se excusó para ir al servicio de varones. Esta era mi oportunidad, esperaba que los Cosmopolitan hicieran algún efecto en el humor de Claudia para que me escuchara, y me hiciera el favor que estaba a punto de pedirle. Me lancé a la piscina.

- Clau… - le tome las manos sobre la mesa, y me acerqué a ella.

- Fabo – me decía así cuando estaba cariñosa… la tenía en la palma de la mano.

- Respecto al otro día… yo… yo lo siento.

- Lo sé, no te preocupes ya pasó – nos quedamos en silencio, tomados de las manos, mirándonos.

- Clau… - lo intenté otra vez.

- Fabián, ¿Qué quieres?

- Un favorcito… pequeñito, pequeñito… - fui al grano, y gesticulé con la mano, mostrándole lo diminuto que era lo que le pedía, y de verdad lo era.

- Te escucho – y aquí estaba el médico, retiro su mano de la mía y las cruzo sobre la meza.

- No sé cómo explicarte esto…

- Desde el principio, siempre es una buena forma – Tomé aire, miré en dirección a la sala, todos parecían absortos en sus conversaciones, y el lugar nos daba intimidad. Dirigí mi mirada a los baños, Miguel seguía allí. Hablaría.

-  El jueves por la noche… – empecé mal, volví a llenar mis pulmones de aire, lo liberé en un fuerte suspiro y volví a hablar – Pues verás, estaba terminando la clase en la Universidad, el jueves. Recibí un mensaje, de él. Me pedía una cita.

- Se la concediste – me reprochó.

- Sí, se la concedí, por supuesto que lo hice. Tú sabes que apoyo a mis hermanas, cualquier ingreso es bienvenido, más ahora que una de las chicas quiere comenzar a estudiar. Tengo que hacerlo.

- ¡Pero están casadas Fabián!, ya no son tu problema, son mujeres adultas, madres, de unos niños preciosos debo decir. Pero el punto es, que ellas hicieron sus vidas, eligieron un hombre, se casaron, tuvieron hijos. Dejaron de ser tu responsabilidad. Eres el menor de los tres, ¡Por Dios!

- Déjame terminar – le suplique – tú tienes un punto. Lo sé. Pero escúchame, sé que te va a gustar lo que te voy a decir… al menos el final.

- Sigue, pero… tú bien sabes que nada relacionado con lo que me estás diciendo me gusta, no te equivoques.

- Lo sé, bien… quedé en que accedí a la cita – asintió, ella sabía escuchar – me presenté y pasó, bueno… ¡entiendes! –me ruboricé.

- Sí… sí… ahórrame los detalles.

- Bueno, ese día en la noche, cuando iba devuelta a casa recordé algo… de hace tiempo… de esas primeras veces…

- Ni me lo recuerdes – cruzó los brazos en su pecho.

- Por favor… ¡ayúdame! – le supliqué.

- Aún no me dices qué quieres, no veo en que soy importante en este asunto… a no ser que tengas una fisura nuevamente… que no creo, te veo caminar perfectamente bien.

- No la tengo, pero podría tenerla… - murmuré, bajando la mirada.

- ¿A qué te refieres? – la miré nuevamente, estaba preocupada.

- Voy a dejarlo, voy a enterrar esta etapa de mi vida. Cuando esté listo volveremos a la tumba de mamá y te lo prometeré allí. Pero antes, voy a necesitar ayuda… técnica.

- ¿No estás jugando conmigo? – Negué con la cabeza – ¿Lo dices en serio? – Asentí – ¡Bien!... ¡Bien!… - se quedó callada un momento – no sabes lo feliz que me hace escuchar estás palabras… gracias… - Se llevó la cara a los ojos y comenzó a abanicarse los ojos llenos de lágrimas – Hormonas – me explicó mientras respiraba profundamente para controlarse.

- ¿Puedo seguir? – le pregunté cuando la vi más recompuesta, asintió – Verás, me voy a retirar, uno de estos días… ya no aceptaré más clientes… es decir, sólo uno más, por última vez.

- Explícate.

- Después de lo del jueves… me mandó un mensaje el viernes, no es lo que piensas – aclaré cuando vi su cara – nos juntamos a conversar, sólo eso. Me dijo que él cerraría el trato. Ya no quiere continuar con nuestros… encuentros – golpeé la mesa con los dedos – pero me puso una pequeña condición… y sé que tú me vas a ayudar… ¿lo harías?

- Sí lo que me pidas te saca de esa vida, cuenta conmigo – Estaba seria, era un hecho.

- Gracias… no te asustes, pero me hizo una pequeña amenaza – la mire fijo – de que lo haríamos una vez más… como una despedida… al estilo de los primeros días… como cuando…

- Te fisuró… - Terminó.

- Sí, cuando pasó eso, pero… - la detuve – yo pensé en una solución. ¿Recuerdas esos supositorios que me diste, de Lidocaína con Hidrocortisona?

- Entiendo, quieres usarlos…

- Quiero que trates de conseguirme algunos…

- ¿interrumpo? – Miré a Miguel, no lo sentí llegar. Vi que Claudia arrugaba la frente y comenzaba a ponerse de pie. Se iba.

- Sólo hablábamos – me puse rojo, sólo podía mirar a mi amiga, que se ponía en silencio la chaqueta, y tomaba su cartera.

- Es realmente tarde, debo irme. Discúlpenme – Besó a Miguel en la mejilla y me toco el hombro cuando pasó a mi lado, haciendo una leve presión.

- ¿Qué le dijiste? – me preguntó Miguel confundido.

- Nada. – La miré irse, mientras bajaba la escalera.

Nos quedamos un rato más mientras terminábamos nuestros tragos y subimos al tercer piso. Nos sentamos en la barra a seguir conversando, en la medida en pudimos por la intensidad de la música. Mientras, Miguel evaluaba prospectos con los que pasar el rato. En algún momento de la noche, comenzamos a beber tequila. Brindé a la salud de Claudia, mi amiga, que había escuchado y me ayudaría una vez más. Por esta noche me permití ser feliz, Brawny se percató del cambio de actitud, y se aseguró de que los cortitos de tequila que nos servíamos, no se acabaran. Llevábamos horas en la barra, cuando Gerardo, el Bartender decidió que ya no habría más alcohol para nosotros. Enojado, Miguel se fue a la pista de baile, allí conoció a una mujer rubia, alta y ahora se besuqueaban incesantemente. Mirándolo, supe que lo había perdido, y me alegré por él. Necesitaba orinar, así que me fui tambaleando al baño.

Por suerte, el sanitario no estaba lejos de la barra, así que no sufrí ningún accidente importante en mi trayecto. Yo no al menos, no puedo asegurar lo mismo de todas las personas que empujé mientras caminaba. Llegue al baño directo a los urinarios. Cuando terminé, me dirigí a lavabo, me eché un poco de jabón y me afané en el lavado de manos. Finalmente junté mis manos y me mojé el rostro, como no me incliné, en el proceso mojé también la polera. Me miré y me reí de mi torpeza. Respiré aire profundo y apoye las manos, me quede frente al espejo un momento, tratando de aclarar mi mente. El mundo estaba girando a mí alrededor.

Sentí la puerta de uno de los cubículos en mi espalda abrirse. Observé por el espejo que era un joven de unos veinte años quien salía apresuradamente, su cara se volvió un tómate cuando me vio. Detrás de él venía un hombre, alto, un metro ochenta por lo menos, me figuré que debía tener unos treinta años. El joven agachó la cabeza y se retiró velozmente. Me detuve en el hombre, su piel bronceada, el rostro cuadrado, angular, corte militar, un cuerpo perfecto y unos ojos que me sostuvieron la mirada a través del espejo con sorpresa. Me parecía ligeramente familiar.

- Pensé que no había nadie… - su voz era ronca, profunda, masculina. Dio un paso más y siguió mirándome.

- No.. tte preeoocupess – le dije, tratando de sonar lo más normal posible. Volví a cerrar los ojos.

- ¿Fabián? – dijo mi nombre sin vacilación, había sorpresa en su tono.

- Sip… esse ssoy yo – enfatice tocándome el pecho.

- ¿Cómo estás?

- Boorrrraccho, creo – le dije.

- ¡Eh! Mírame, ¿no me recuerdas?

- Nooooop – mantuve los ojos cerrados.

- Soy Eduardo… Putito – Abrí los ojos ante la mención de esa última palabra, y el mundo se enfocó. Abrí la boca. Y el espantó alejó lo peor de la borrachera.

- Eduardo. – Mi primer cliente.

- No pensé que frecuentaras estos lugar – Se acercó, quedando justo a mi espalda - ¿Andas buscando dinero? – Apoyo su mano derecha en mi trasero.

- Yooo… noo…

- Nunca más respondiste mis mensajes – con sus dedos, empezó a trazar un recorrido desde mi zona lumbar, pasando por mis glúteos, hasta el muslo, subía y bajaba. Tragué saliva, afectado.

- No podrías haber pagado el precio.

- Cuidado Puta… - puso sus manos en mis caderas y me apretó contra su miembro. Se sentía duro a través de la tela del pantalón apoyado en mi zona sacra. Lo miré desde el espejo. Mientras se restregaba en mí.

- Yooo.. Debería irme – traté de apartarme, pero su agarre era firme, y yo seguía embobado por la imagen de los dos hombres en el espejo.

- ¿Qué pasa? – Apretó más contra mi culo, la fuerza hizo que diera un paso hacia adelante – Ya no te gusta – Jadeé, cuando sentí la presión,

- Eduardo… - me di vuelta, quedando frente a frente a él, mis ojos a la altura de sus labios. Me esforcé por mirarlo a los ojos.

- ¿Qué tienes? – Me acarició el rostro, y algo brilló en sus ojos – ¡El Puto Fabián, se volvió Santo! - me abrazó acercando su cuerpo contra el mío, y bajó sus manos hacia mis nalgas, las apretó fuerte, haciendo presión hacia arriba, elevándome.

Puse mis manos en sus pectorales, tratando de apartarme. Rompí el contacto con sus ojos, me estaba excitando, me estaba invitando a ser parte de una fiesta a la que no quería ir. Empezó a frotar mis nalgas, a masajearlas, en forma brusca, desesperado.

- Déjame recordarte lo que eres, Puto – me giró nuevamente, y mire el espejo. Sus manos subieron por debajo de mi polera hasta mi abdomen, su miembro duro, comprimido contra mis nalgas, mientras se frotaba con energía y experticia.

Bajó un poco el cuerpo, dejando su boca al nivel del lóbulo de mi oreja, empezó a jugar con él, lo chupaba y mordisqueaba, y eso enviaba torrentes de electricidad a mi entrepierna, que sentía rígida y comprimida contra mi pantalón. Sus manos comenzaron a explorar, tocaban mi abdomen, llegaban al borde de mis pantalones, haciéndome desea que bajar y me tocara, y luego subían  nuevamente, trazando círculos, invadiendo todo.

- ¿Recuerdas ahora? – me hablaba al oído, sólo para mí, la presión de su pene era constante, no paraba de moverse, de frotarse contra mí, con deseo.

Sus manos subieron, y llegaron a mis pezones, los tomó entre sus dedos y comenzó presionar, estirándolos, la sensación hizo que arqueara mis espalda y echara hacia atrás mi cabeza, y el aprovechó su efecto en mí, expuse mis culo de tal forma que calzo perfecto en su cadera, sentía su dureza, su cuerpo despierto, desesperado por acceder a un lugar dentro de mí. Abandonó el lóbulo de mi oreja, y bajó hasta mi cuello, marcando el recorrido con su lengua, me besó apasionadamente ahí, llenándome de deseo. Mordió y succionó en la unión entre mi cuello y la clavícula, haciéndome gemir. Mi sentido del tacto estaba completamente despierto, lo sentía en mi trasero, en mi cuello, y en los pezones.

- ¿Recuerdas?

Volvió a hablarme en el oído, sin detener ninguna de sus otras caricias. Fije mi vista nuevamente en el espejo, el macho adulto se ceñía sobre el joven, moviendo las caderas contra él, las manos y antebrazos que se pedían al interior de la polera, dejando ver sólo el ombligo y un poco de piel. El macho joven se movía, al compás del movimiento de cadera de su depredador. Su boca estaba abierta. Y en sus ojos solo había excitación y deseo.

- ¿Recuerdas las cosas que me hacías con la boca?... te gustaba mamármela no es así… o cuándo estaba dentro tuyo ¿te acuerdas?, me volvías loco, y siempre quería más, Puto – Gemí.

Una de sus manos bajó, con habilidad desabrochó mi pantalón, e introdujo su mano a través de vaquero y el bóxer, apretando con fuerza mi miembro.

- ¿Quieres más? – Su boca se acercó a la mía y comenzó a besar en la comisura, no me volteé, lo dejé jugar.

Su cuerpo entero me tenía bajo su yugo, la mano dentro de mi pantalón comenzó a subir y a bajar al ritmo del movimiento de sus caderas, su mano en mi pecho no liberó la presión ni por un instante. Comencé a jadear cuando respiraba.

- ¿Quieres que me detenga Puta? – me preguntó, negué con la cabeza, incapaz de hacer la conexión entre mi cerebro y mi voz. Se rio. Y detuvo todos sus movimientos. Retiró la mano de mi entrepierna, y soltó mi pezón abruptamente. Dio un paso atrás. Y miré en todas direcciones buscando la causa que hizo que se detuviera.

Seguía con esa sonrisa petulante en la cara, se miró los zapatos por un segundo, y levantó la mirada. Todo el fuego que había hace unos instantes desapareció. Y fue reemplazado por una mirada fría, llena de odio.

- “Te voy a culear hasta que no puedas usar el ano ni para cagar, Enano” – Me dijo, y salió del baño riéndose.

Quedé en schock, sin saber qué hacer. Con la mente en blanco. Paralizado por unos minutos. Unas lágrimas se escaparon de mis ojos, me miré en el espejo, y comencé a arreglarme. Subí el cierre y abroche el botón del pantalón, alisé la polera, ordené mi pelo, y me lavé la cara. Sentía una tensión en la garganta, me ardían los ojos, y me dolía el orgullo. No había visto a Eduardo por más de un año. “Te voy a culear hasta que no puedas usar el ano ni para cagar”, esa frase… me recorrió un escalofrío por el cuerpo. Tenía que salir de aquí.

Encontré a Miguel sólo en la pista de baile, haciendo un tipo de danza que haría llover en cualquier momento dentro del recinto, si la situación fuera otra, me habría reído, pero me sentía observado. Eduardo me había llamado “Enano”, y sólo el hombre que parecía invocar lluvia a mi lado me llamaba así. Sacaría conclusiones más tarde. Arrastre a Eduardo a la entrada, no paraba de hablar de una tal Nancy, que había ido al baño y volvería, dijo que llevaba esperando diez minutos entre balbuceos inconexos. Nos subimos a un taxi. Alejándonos del Bar, y me entregué al miedo.

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