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Fantasía de Navidad

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Hola a todos. Quiero compartir una de mis fantasías, la cual narrare como si ya hubiera pasado y con la mayor cantidad de detalles que me sea posible. Deseo que puedan imaginarlo tan bien como yo. Antes me presentaré; soy una chica de 22 años. Mido 1.71 m, considero que es una estatura media. Mi piel es blanca y hace muy buen juego con mis ojos cafés claro y mi cabello castaño, lacio y largo. Siempre me he considerado como una niña muy bonita. Cuando los muchachos terminan de verme el rostro, dirigen sus ojos a mi cuerpo; soy delgada pero mantengo una figura atractiva debido al ejercicio, lindas piernas, fuertes y tonificadas, pompas bien puestas y una cintura curvilínea. Pero mi mayor regalo al mundo son mis senos, redondos y firmes, simétricos y muy suaves y sensibles al tacto. No por nada me gusta usar escotes que permitan imaginar que hay más allá.

Mi fantasía se remonta una linda mañana de Navidad. Es un día muy bello que me trae muy lindos recuerdos de mi niñez. Me acuerdo de mi misma corriendo emocionada a abrir mis regalos y alegrándome por haber sido una niña buena todo el año. Ahora que he crecido, es cierto que las Navidades dejan de ser tan emocionantes, pues los regalos dejan de ser entregados por Santa y pasan a provenir de los padres. Sin embargo, esa mañana, sin saberlo, estaba a punto de recibir un gran regalo; un obsequio que solo había pedido en mi interior, un deseo tan profundo como íntimo.

Era la mañana de un día frio y acogedor, digno para pasar el día en casa descansando con la familia, con una rica pijama que ayudase con las bajas temperaturas y disfrutando deliciosa comida. Mi despertar fue borroso, no sabía que hora era ni cuánto había dormido exactamente. Recuerdo haber tenido una cálida cena familiar la noche anterior, dónde todos reímos y disfrutamos juntos, tomamos lindas fotos para recordar el momento. También recuerdo a las personas presentes y todas eran familiares.

Me levanté con una sensación extraña, como de desconocimiento. No me hallaba completamente en mi misma, como cuando uno siente que se encuentra en otra casa al terminar el sueño. Pero si estaba en casa. Mi caminar era un poco somnoliento, con los ojos aun entrecerrados. Sentía un extraño frío en mis piernas y en mis hombros. Me acerqué poco a poco un espejo que hay en mi habitación, alto y ancho que permite verme de cuerpo completo. Mi espejo era como un gran amigo y casi siempre me mostraba lo que yo quería ver... ya fuera vestida o no.

Vaya sorpresa me lleve al encontrarme completamente peinada y maquillada. Un maquillaje suave y discreto. Sombras rojizas y difuminadas sobre mis ojos y un labial intensamente escarlata. El contraste entre mi piel blanca y el rojo siempre me ha venido muy bien. Mi cabello, suave y planchado, caía libremente sobre mi espalda, ondulándose ligeramente al final. No entendía como era que había permanecido mi arreglo personal por tanto tiempo y, sobre todo, como había sobrevivido a mi encuentro con mi cama la noche anterior. Ni siquiera estaba segura de que aquel hubiera sido mi maquillaje para la cena de nochebuena.

Tanto tiempo pasé meditando al respecto de mi rostro y mi cabello, que no me había percatado ni siquiera de mi atuendo. Ropa que jamás había comprado. Que nunca me habían regalado. Vestimenta nueva, inapropiada para una noche en familia y mejor diseñada para una noche en pareja. Sin embargo, debo admitir que se veía divino en mi. Muy Navideño y seguramente, del agrado de Santa si pudiera verlo. Se trataba de un vestido corto de terciopelo rojo, ajustado a mi cuerpo. Llegaba tan solo a cubrir una pequeña parte de mis muslos y note que era posible ver el inicio de mis pompas por detrás. La parte inferior tenía un peluche de color blanco. Un cinturón negro con una hebilla dorada cuadrada apretaba mi curioso traje acentuando las curvas de mi cadera. Por arriba y como no podía faltar de haberlo elegido yo en un aparador, un lindo escote que permitía ver una parte de la redondez de mis gemelas. Dicha entrada daba vuelta por mis hombros en forma de tirantes y bajaban por la espalda hasta la mitad, dejando mi piel a la vista. Lo interesante de mi vestido, y en particular de mi escote, es que estaba tan ajustado que, aunado a la falta evidente de brasier, cubría mis pechos marcando su forma esférica completamente. También tenía guantes rojos y largos puestos en mis manos y llegaban hasta la mitad del brazo, pasando el codo y casi llegando a mis hombros; siempre había querido tener guantes así. El último detalle fué patrocinado por dos tacones altos, rojos y de charol.

Que pícara sonrisa me di a mi misma. Vaya que me quedaba bien dicho atuendo, seguro lo usaría para impresionar a algún novio en Navidad y seguro que estaría más que agradecido. Pero... ¿Por qué? ¿Cómo habría llegado a mi? y sobre todo, ¿quién me lo había puesto? pues quedaba claro que para ello era preciso desvestirme casi completamente en el proceso. Mis preguntas no iban a resolverse hasta salir de mi habitación a indagar por las respuestas. Así que, un poco ruborizada y algo emocionada, me dispuse a salir... ahí estaba yo, abriendo esa puerta.

La casa estaba muerta. No se escuchaba ningún ruido, ni de las habitaciones ni del piso de abajo donde estarían mis papas y mi familia festejando juntos. Para asegurarme, caminé por los pasillos con la esperanza de encontrar a alguien. Pero nada. Mi búsqueda fue en vano. La habitación de mis papas estaba vacía, ordenada y reluciente. Las cortinas abiertas dejando entrar la luz entre ellas. Los baños estaban solos, limpios, como si nadie los hubiera usado en mucho tiempo. Era increíble que la casa luciera lista para venderse. Cualquiera quedaría impresionado de ella, menos yo, que comenzaba a preocuparme. Si bien la situación no era tan rara; podía ser que mis padres hubiesen salido a hacer compras o a visitar a los vecinos y que mi otra familia aun no hubiese llegado.

Finalmente, me decidí a bajar la escalera lentamente para encontrarme con las respuestas que tanto deseaba. Las bajé lentamente, sosteniéndome con mis manos de las paredes. Llegaba a mi un delicioso aroma a pino de Navidad. Ese que a todos nos alegra percibir por tantos recuerdos que trae. Me llegaron a mi mente escenas en donde yo, siendo una pequeña niña, baja corriendo las escaleras para buscar mis regalos. Incluso me preguntaba si habría sido una buena niña este año, si acaso recibiría regalos si pudiera. Al llegar al último escalón, lo primero con lo que me encontraría sería con la sala, de sillones largos de color hueso con detalles verdes. Dos ventanales alumbraban naturalmente toda la habitación y esta era el lugar ideal para colocar el árbol Navideño, decorado con muchas esferas rojas y doradas junto con escarcha plateada y luces blancas. Era muy emocionantes encontrar la sala llena de personas, brindando y conviviendo por las fechas. La mañana de Navidad había estado llena de niños, mis primos y yo, disfrutando de los juguetes que Santa nos traía.

Pero ¿qué era lo que encontraría yo? ¿A mis padres, mi familia? Era incierto. Mi bajar por las escaleras era eterno. Me tomaba segundos realizar cada paso. Estaba a punto de dar vuelta para poder observar más de mi vacía casa. Ahí estaba la sala, aparentemente vacía. Notaba que las luces del pino estaban encendidas. Me animé a seguir bajando, un poco más aprisa en esta segunda ronda de escalones. Efectivamente, como me lo había esperado, no había nadie en la sala, ni en el comedor que se encuentra a un lado, tan solo separado por un muro y una puerta de madera oscura.

El sonido de un vaso golpeando una superficie llegó a mis oídos. Me quedé petrificada. La situación se estaba convirtiendo en la trama de una película de suspenso. Inmediatamente escuché risas. No muchas. Risas de hombre, como aquellas que se emiten al escuchar un comentario gracioso. Risas cortas, de voz varonil. Traté de imaginar a quién le pertenecían. ¿A mi papá? ¿A alguno de mis tíos? Era poco probable en tanto se oía que era una voz joven. Sin embargo, tampoco podrían ser las de alguno de mis primos, cuya voz era aún algo suave, diferente a las que yo escuchaba en forma de risa.

De repente, como si estuviese esperándome, alcancé a ver una nota pegada en una mesita junto a uno de los sofás de la sala. Me acerqué a ella y la tomé. Era una hoja de papel blanca. En ella estaba escrito un mensaje, al parecer dedicado a mi en la inconfundible caligrafía de papá:

"Sofi, tu madre y yo salimos a hacer algunas compras y a hacer algunas visitas. Decidimos dejarte dormir. La comida se retrasará hasta media tarde. Francisco y Agustín se quedan en casa contigo. Te quieren, papá y mamá. PD: feliz Navidad."

La carta me daba mucha tranquilidad. Ya sabía que mis padres estaban bien y la razón de su ausencia. Pero... ¿Quiénes eran Francisco y Agustín? Jamás había oído a mi papá mencionarlos y no tenía ningún amigo que se llamara por alguno de los dos nombres. Pero algo era seguro; se trataba de las personas que había en la cocina.

Me agaché a dejar la carta nuevamente sobre el brazo del sofá, cuando de repente la puerta del comedor se abrió saliendo los dos extraños sujetos que me visitaban aquel día. De inmediato recordé que llevaba aquel vestido y era obvio que haberme agachado daba una visión algo amplia de mi trasero, por lo que me enderecé de salto y me giré al instante. Me sentía apenada y noté el rubor en mis mejillas. Pero por fin conocía a los dos hombres mencionados en aquella nota.

Dos muchachos, jóvenes, de aproximadamente 25 años. Ambos altos, tal vez medían 1.80 m. Me sorprendía que fuesen tan buen ver. Los dos tenían una complexión atlética, con espaldas anchas. Vestían ambos con pantalón y camisa; ropa que se les veía muy bien pues eran de la talla perfecta para sus ejercitados cuerpos. El primero de ellos era de piel blanca, como yo, de cabello negro azabache y ojos verdes. Tenía una barbilla cuadrada y ancha. El segundo de mis acompañantes era un muchacho güero pero bronceado, de cabello café claro y ojos cafés. Usaba una atractiva barba corta. Ambos eran muy guapos y, aunque no los conocía, me sentía algo alegrada de que se tratase de ellos. Sin embargo, aún no entendía porque estaban ellos ahí y por qué mis padres sentían confianza en dejarme con ellos.

-¿Ust...ustedes son...?-Alcancé a comenzar mi preguntar con nerviosismo. Es inevitable para mi ponerme nerviosa ante chicos así, sobre todo si son mayores que yo.

-Perdón, somos Francisco y Agustín -dijo uno de ellos señalándose a sí mismo y a su compañero (Francisco era el muchacho de cabello negro y Agustín el de cabello café) -Discúlpanos por haberte espantado -me dijo muy amablemente.

-Y... perdón pero... ¿Quiénes son? -pregunté extrañada.

-Somos hijos de amigos de tus padres. Fuimos invitados a comer por Navidad pero nuestros padres salieron con los tuyos y nos dijeron que nos quedáramos para acompañarte cuando despertaras y no te llevaras un susto -me dijo Francisco con una amigable sonrisa.

Todo cobraba un poco de sentido. Recuerdo a mi papá hablando de dos muchachos, hijos de un amigo suyo, al que yo conocía. Me había dicho que querían presentarme con alguno de ellos puesto que podrían ser buen partido para mi y yo para ellos. La idea se me hacía algo absurda pues parecía que se me obligaba a que ellos me agradaran y sabía que eran mayores que yo, por lo que siempre lo ignoraba al respecto. La verdad es que nunca imagine que se tratase de dos chicos así.

-Oooh claro, claro... -decía yo mientras hilaba todo en mi mente- sí, ya lo recuerdo, creo que lo mencionaron.-mentí.

-Sí... espero que no te moleste que estemos aquí... y esperamos no haberte despertado, tratamos de ser silenciosos jaja -me dijo Agustín mientras se acercaba para darme su mano amistosamente. Accedí con cierta pena pero rápidamente.

-No te preocupes, no me despertaron jaja -decía yo mientras le daba la mano a Francisco ahora.

-Y bueno... la verdad no sabíamos que fueras tan linda... y te ves muy bien con ese vestido, ¿lo usarás para la cena? -me preguntó Agustín de forma ciertamente inocente, parecía que solo quería hacer plática. Sin embargo era obvio que le parecía poco apropiado para estar en una cena de Navidad.

-N...no, no planeaba usarlo... no es mío... -alcancé a decir titubeando.

-¿Esa es tu pijama? -Me preguntó Francisco curioso.

-No, tampoco... nunca había usado esto... -respondí. Todo era algo incómodo pues seguíamos de pie y mi vestido no me ayudaba mucho.-Creo que iré a tomar un baño -dije mientras me iba a la escalera para poder escapar, al menos por un tiempo. Pero...

-¿Bañarte? Pero si parece que ya te has bañado, incluso hueles muy rico a perfume -me dijo Francisco deteniéndome de mis hombros- ¿por qué no nos sentamos y charlamos un rato? Mi papá me dijo que estudias leyes, nosotros también estudiamos eso. -me dijo amablemente.

Parecía que no había escapatoria, y no veía ningún inconveniente en quedarme con ellos si no fuera por mi vestido. Ni hablar. Además la charla sería interesante. Mi padre es abogado y pronto yo lo sería y me llamaba la atención saber sobre la experiencia laboral de estos chicos. Así que nos dirigimos la sala. Yo fui al sillón más largo, que es mi favorito, esperando que ellos se sentaran juntos en el sillón doble. Pero para mi sorpresa, cada uno se sento a un lado mio. Me enrojecí enseguida, estaban muy cerca y yo vestida de esa manera.

Afortunadamente, la conversación fue realmente interesante y ellos eran muy respetuosos conmigo. Tanto que logré desinhibirme, pudiendo platicar y actuando con más confianza, como siempre lo hacía. Así estuvimos alrededor de 45 minutos. Cuando se sintió un silencio, breve pero algo incómodo.

-Y... oye... entonces, ¿a qué se debe ese traje? -me preguntó Agustín señalando con su dedo índice. Su seña fue de lejos pero recorrió de mi escote a mis piernas.

-Pues... tal vez no me crean pero desperté con este vestido puesto y no se de dónde salió-le respondí ya sin tanto nerviosismo como antes.

-Eso sí que es raro jajaja -rio Francisco -cualquiera pensaría que tratarías de impresionar a alguien-me dijo de forma halagadora.

-La verdad es que te queda muy muy bien...-añadió Agustín viéndome de arriba a abajo.

-Pues... muchas gracias chicos... aunque lo mejor será que me cambie ya...-dije tratando de levantarme.

Sin embargo no sería tan sencillo al parecer. Mi intento de irme fue en vano, pues ambos pusieron su mano. De forma aleatoria, uno de ellos me detuvo del hombro y el otro del pecho, por poco y llegando al escote. De igual forma Francisco puso su mano en mi pierna para detenerme.

-No tienes que apenarte con nosotros, creemos que te ves hermosa y preferimos verte en ese vestido.-me dijo sonriendo.

-Pues... gracias... pero... -dije indecisa.

-Anda, quédate así un rato, no siempre podemos ver a una chica como tú vestida así para Navidad, pareces un regalo jeje -me pidió Agustín de forma un tanto tierna.

Estaba considerando quedarme un rato, pero luego decidí lo contrario. ¿Qué tal si llegaban mis papás y los papás de los muchachos? ¿O mi demás familia? No me creerían mi explicación sobre mi atuendo. Pero antes de que pudiera siquiera hablar, volteé a ver a Francisco, quien se acercó y me plantó un beso en la boca. Sus labios quisieron apropiarse de los mios, pero no me lo esperaba y en realidad no estaba tan dispuesta, a pesar de tratarse de un hombre tan galán, por quien muchas matarían por besar. Pero como dije, yo no quería, y me zafé como pude. Por instinto giré a ver a Agustín, casi confiando que él actuaría a mi favor.

-Agust...-mención en voz ahogada.

De inmediato Agustín se lanzó a besarme también. Parecía que planeaban ahogarme a besos. Sin dejarme descansar para tomar ni un respiro. Quise resistirme por reflejo pero...que sorpresa, el beso de Agustín fue muy bueno; sus labios eran suaves, tibios, ligeramente húmedos y su lengua era muy sutil al buscar contacto con la mia. De inmediato mis ojos se cerraron y los músculos de mi cuerpo se aflojaron, pues seguían tensos aun tratando de impulsarme a escapar.

El beso terminó, y quedé contemplando el rostro de Agustín. Él no quitaba vista de mis labios. ¿Qué estaba haciendo? ¿Escapando de chicos tan guapos? No lo dudé y me deje llevar. Ahora fui yo quien le regresó el beso. Sin mover mi cuerpo, solo acerqué rostro al suyo, para besarlo de vuelta. Quería ahora ser yo quien pusiera en práctica mi técnica de besar, desarrollada por la disciplina de haber besado tanto en los últimos años. Nuestras lenguas ahora se conocían más, rodeandose en un baile apasionado dentro de nuestras bocas. Podía sentir caricias provenientes de Francisco sobre mi muslo y en mi hombro izquierdo.

El beso terminó. Dejé mi mirada hacia abajo, en señal de vergüenza por lo sucedido. Giré mi cabeza a Francisco, quien me miraba directo a los ojos. Esa mirada profunda e intensa, me llamaban. Era claro que no querían hacer fila, ni tomar turnos. Querían compartir, como buenos hermanos. Habiendo entendido yo eso, me acerqué a su boca para besarlo y disculparme de esa forma con sus labios y lengua por haber escapado anteriormente. Este fue un beso muy tierno, cálido y familiar. El ritmo era marcado por él, con su lengua juguetona.

Al terminar de besarme, ambos chicos pusieron una mano en mis piernas, acariciando mis muslos, sintiendo mi suave piel. Mis brazos estaban junto a mi cuerpo, mis manos las tenía sobre el sofá, sin poner ninguna resistencia. Lo que me pasaba era increíble. Mis padres me habían dejado sola en casa con dos guapos hombres y, por alguna extraña razón, yo era el regalo, juzgando por mi vestimenta que atrajo más que su interés personal.

Ambos muchachos me besaron la mejilla al mismo tiempo. Ese acto me hizo pegar una risa corta. Se me hacía muy chistoso y tierno. Pero la ternura terminó al sentir que sus labios se dirigían a mi cuello desnudo. Sentía las caricias de sus suaves labios sobre mi piel, que rápidamente se puso de gallina. Su aliento tibio me estaña hipnotizando. De repente Francisco se fue a mi oreja para dar suaves mordiditas y breves soplidos.

-Cuando me hablaron de ti, no creí que serías lo más bello que he visto.-Me dijo al oído. Vaya que eran políticos estos muchachos. Me encantó escucharlo y puso una sonrisa en mi rostro.

Preferí no hablar y disfrutar de las sensaciones. Sus besos en mi cuello ahora involucraban juguetonas lamiditas que ponían mi piel de gallina. Sentía mi cuerpo estremecerse; mis piernas temblaban y comenzaba a percibir humedad entre ellas. Estaba recibiendo placer de dos hombres al mismo tiempo; este era una fantasía oculta para mi... casi un deseo. Por fin, en Navidad se me cumplía.

Sus curiosas manos no tardaron en subir por mi pierna hasta el terciopelo de mi traje y subir hasta mi cintura. Aprovecharon para acariciarme y percibir mi cadera y abdomen. Nunca habia sentido tanto gusto de ser masajeada en esa parte. Mis ojos permanecían cerrados y mis rojos labios mostraban una sonrisa. Poco a poco, sus manos se aproximaron más y más a mi abultado busto.

Caricias superficiales recorrían mis senos por fuera. El terciopelo no era grueso y me permitía distinguir con facilidad su tacto. Me encantaba ser tocada en esa parte tan celosamente guardada pero que tan coquetamente disfrutaba que recibiera miradas. Mi parte favorita. De no ser por las reglas sociales, me encantaría poder salir a la ciudad con mis senos de fuera (esa es otra fantasía culposa). Y ahí estaba yo, con una mano de cada uno en seno más cercano para cada quien. Ahora cerraban su mano con suavidad, palmando por completo mis pechos, como quien sostiene una esfera de árbol de Navidad. La sensación era exquisita.

-Hmmm... hmmm... -suaves gemidos eran pronunciados por mi mientras mis acompañantes masajeaban suavemente mis senos aun por encima de mi vestido.

Mi entrepierna estaba más húmeda que antes y no pude evitar mover mis piernas debido al cosquilleo que iba apareciendo. Casi perdida en mi misma, decidí pasar mis brazos por detrás de la espalda de mis dos adoradores y estirarlos cómodamente. Así podía darles total libertad y disfrutar aun más de sus toqueteos.

Pasado un rato, las manos sobre mis gemelas se detuvieron. Podía sentir su excitación; mis pezones se sentían ya endurecidos y levantados. Un frío recorría mis piernas y erizaba mi piel. Entonces, sin esperar, mis muchachos desabrocharon la hebilla del caricaturesco cinturón negro, retirándolo del vestido. Ahora me daba cuenta de que mi traje debía su estallamiento gracias a ese accesorio. Ahora estaba muy flojo. También me di cuenta de que la prenda se cerraba por en velcro a un costado, dejándome muy claro que, al cerrarse de forma tan sencilla, jamás podía pensar en utilizarlo con fines sociales.

Agustín, demostrando un talento analítico y observador, encontró dicho suave cierre, y comenzó a despejar el velcro lentamente. Pronto mi vestido iba a ser removido y mi cuerpo quedaría casi desnudo, mostrando mi figura femenina a estos dos hombres. Con lo que me encanta ser vista desnuda, mi excitación aumentó, mi ritmo cardiaco y temperatura se elevaron drásticamente. Finalmente, el velcro quedó separado por completo y solo restaba desenrollar el vestido por el frente y quitármelo. Y así fue.

Levemente Agustín pasó la parte de enfrente a su hermano. Ambos veían con atención aquello que pronto estaría frente a ellos. Ahí estaban, mis desnudos pechos, mi abdomen y, para gran sorpresa, mi vagina. No había notado que no tenía nada de ropa interior puesta y creo que era es la explicación de mis fríos. Estaba ya completamente desnuda, a excepción de mis largos guantes rojos y de mis tacones de juego. Me vide pies a cabeza y jamás me había sentido tan sensual; mi desnudez combina con los guantes largos era lo más sexy que jamás hubiese usado.

-¿Podemos ir a otro lado? -me preguntó Agustín al oído. A lo cual le di un suave beso en los labios para después levantarme del sofá.

Ahora podían observar con todo detalle mi desnudo cuerpo. Es indescriptible el rostro que ponían ahora. Su excitación era máxima, estaban completamente apantallados por la imagen que tenían en frente. Ahora me sentía con algo de poder. Me giré coquetamente balanceándome sobre uno de mis tacones para que pudieran apreciar cada centímetro de mi piel desvestida. Estaba completamente ruborizada.

-¿Me acompañan, caballeros?-les pregunté de forma juguetona.

De inmediato les ofrecí a ambos una mano para levantarlos, y sujetada de ellas giré y comencé a caminar para que me siguieran. Usar tacones siempre es un placer de toda mujer, pues permite moverse de forma sensual y elegante mientras se pone a las pompas en movimiento. Subimos por la escalera. Disfrute inmensamente darles tal visión de mis pompas de mi vagina con cada paso que daba. Cada escalón contribuyó a humedecer aún más mi entrepierna deseosa.

Al llegar al pasillo de arriba, dudé a cual habitación ir. Pensé en la mía pero, siendo que mis padres me habían dejado sola en Navidad con dos chicos sin preocuparles lo que podría pasar, consideré justo que prestaran su habitación y su gran cama para mis actividades matutinas. Fuimos a su cuarto y al llega a la orilla de la cama, por fin me volteé, regalándoles de nuevo una espectacular vista de mi cuerpo de frente.

-Vaya que eres deliciosa-dijo Agustín tomándome de la cintura.

Me acercó a él para darme otro rico beso en la boca. Francisco aprovechó el momento para acariciar mi trasero e inspeccionar cerca de mi vagina. Las cercanías me dejaron sentir por primera vez aquello que pronto recibiría. Debajo de la cintura de Agustín se levantaba un gran bulto. Me empujaba, como enterrándose en mi pierna. Empecé a mover mi rodilla para empezar a complacerlo suavemente.

Al final de aquel caliente beso, los chicos me sentaron en la cama y me empujaron suavemente hasta recostarme. Acercaron una almohada para poner mi cabeza. Se integraron sobre la cama para empezar de nuevo su ronda de besos en mi cuello mientras sus manos acariciaban con suavidad mi abdomen. Pronto sus manos subieron hasta por fin tocar mis senos desnudos. Estaba necesitada de sentir su piel sobre ellos; ya quería que los disfrutaran. Y así fue: me acariciaron completamente, dedicando tiempo a mis aureolas color carne y mis erizados pezones. El placer era infinito. Sus dedos movían la punta del pezón como si se tratase de la palanca de un mando de videojuegos. Agustín era muy hábil recorriendo todo el contorno de mi pecho, masajeando mi piel con suaves roces. En cambio, Francisco se enfocó en mi pezón. Le daba pellizcos juguetones y lo jalaba con delicadeza. Me encantaba como disfrutaba de él.

-Ay... ah... así... aaaah... -solo podía emitir gemidos y suspiros en agradecimiento al placer que estaba sintiendo.

Ambos chicos me estaban complaciendo, y me encantaba que tenían estilos diferentes para hacerlo. Agustín era más tierno y delicado mientras que Francisco era más juguetón y fogoso. Pero ambos siempre caballeros, cuidando la mujer que en esos momentos era suya. Francisco acercó su cabeza a mis senos y comenzó a besar mi pecho hasta llegar al pezón. Lo introdujo a su boca, succionándolo y recorriéndolo con su húmeda lengua. La sensación era deliciosa.

-Aaaaah.... aaaaah... -mis gemidos eran más profundos, pero suaves y tenues.

Agustín decidió dejar a su hermano jugar con mis gemelas y decidió bajar sus manos y mirada por mi abdomen hasta mis piernas. Comenzó con caricias alrededor de mi zona íntima, casi evitándola pero aumentando mi deseo. Apretaba mis piernas debido al placer que se me estaba negando pero prometiendo. Al fin, mi muchacho posó su mano sobre mis labios vaginales y la dejó un momento. Pasados unos segundos, comenzaron los masajes de arriba a abajo. Con suavidad acariciaba mi vagina, rasurada y suave.

-Hmmmm... si.... aaaah... ay... -suspiraba.

La posibilidad de ser complacida por un hombre en ambas partes al mismo tiempo es reducida. Pero con dos... era hermoso. Mis senos se encontraban muy excitados recibiendo besos, caricias y masajes mientras que mi vagina se humedecía con las suaves manos de Agustín. No pude evitar arquear mi espalda por tanta sensación. Llevé mis brazos hacia arriba, estirándome completamente para dejarme embriagar por la rica masturbación que estaba recibiendo.

Mis ojos ya no veían. Solo podía sentir. Y claro que sentí cuando Agustín comenzó a besar mi vagina, dándome lengüetazos, tratando de abrirse camino a mi interior. Levantó mis piernas y las puso sobre sus hombros para darse espacio. Era un experto, era exquisito. Mis nuevos amantes me estaban llevando al cielo.

-Aaaaah... ah! Ay, aaah... -Ahora mis gemidos eran más altos y evidentes.

No tarde mucho en recibir un orgasmo como ningún otro. Mi cuerpo tembló en breves convulsiones y mi espalda se arqueó completamente. Mis senos no podían están más excitados, hasta el mínimo tocar del aire me haría apretar mis labios. Mi vagina no paraba de expulsar fluidos.

-Aaaaaah... -aquel suspiro dejó en evidencia mi complacido estado.

Ambos chicos pararon y regresaron a besarme tiernamente en la boca y mejillas. Se pusieron de pie y esperaron un momento a que me recuperara. Cuando eso ocurrió, me dieron una mano para sentarme a la orilla de la cama. Me quedé sentada pero apoyada hacia atrás con mis brazos. Me quedé viendo a mis chicos con una sonrisa de agradecimiento.

-¿Cómo puedo pagarles por eso?-les pregunté con mi voz más dulce.

-Abriendo tus regalos...-me dijo Francisco en tono pícaro.

Y comenzaron a quitar el envoltorio. Comenzaron por la camisa, deleitándome con sus hermosos cuerpos de hombre. Uno de ellos lampiño, con músculos marcados y visibles y otro con vello corporal, muy sexy y atractivo. Yo los miraba sonriente, mostrándome confianzuda y tranquila. Me cruce de piernas en signo de espera.

Ahora se quitaban los zapatos y calcetines. Una vez hecho eso, prosiguieron a los cinturones, dejando sus pantalones flojos al fin. Estos últimos fueron retirados con facilidad. Mis dos amantes quedaron solo portando sus boxers, negros y muy apretados. Sus bultos eran impresionantes. Francisco se notaba más grande que Agustín. Yo estaba fascinada y no quitaba la vista de sus entrepiernas.

-¿Te gustan? -me preguntó Francisco mirándome a los ojos con una sonrisa.

-Están bien... -le dije sonriente y guiñándole un ojo.-Vengan para acá. -les ordené-

Se acercaron a mí. Los miraba hacia arriba con cara de niña buena, esa que tanto me encanta. Puse mis manos en la pierna de cada uno y fui subiendo lentamente hasta tocar su abultada entrepierna. Posé mis manos encima y comencé a tallar con suavidad, para imaginarme la suavidad de su piel. Ambos cerraron los ojos en señal de placer. Mis caricias se volvieron apretones, para sentir su grueso. Yo estaba anonadada de su tamaño y su dureza. Eran muy bellos y no aguantaba por verlos.

-Habrá que verlos bien... -les dije.

Me giré un poco a Francisco. Quería dedicarme a él primero. Tomé el resorte de su bóxer con ambas manos y comencé a bajarlo lentamente, hasta que su pene salió de un salto. Que impresión. Estaba hermoso, largo y grueso, ya con mucha dureza y goteante de la punta. Abrí mi boca de la sorpresa. Mis ojos abiertos como platos no dejaban de mirarlo. Tenía que tocarlo. Llevé mi mano a él, no sin antes delicadamente retirar mi guante derecho. Quería poder sentir su piel con la mía. Y así, sujete su herramienta con mi mano, que apenas alcanzaba a cerrarse rodeándolo. Se sentía caliente. Comencé a acariciar de arriba a abajo, con mucho placer y detenimiento.

-Ufff-alcancé a escuchar de Francisco.

Permanecí un rato complaciéndolo mientras su hermano me miraba. Veía a una chica hipnotizada acariciando un hermoso pene. Me imaginaba a mi misma siendo complacida por tremendo miembro. Pero habría que esperar. Me detuve y me dirigí a Agustín, cuyo bulto ahora palpitaba debajo del bóxer.

-Ahora veamos el tuyo -le dije sonriendo.

Hice la misma actividad. Removí su bóxer jalando del resorte para dejar ver su hermoso miembro. El pene de Francisco estaba completamente afeitado... pero el de Agustín mostraba algo de vello en la base, que lo hacía ver muy sexy a pesar de que fuere ligeramente más pequeño que el de su hermano. Ahora me retire el otro guante, quedando al fin completamente desnuda ante ellos. Ahora me dispuse a complacer a Agustín.

Comencé a acariciarlo con suavidad y calma. Recorrí su piel de puna a base y le di masajes a la punta, esparciendo la gota que escurría de su interior. El disfrutaba y lo vi por la cara de placer que puso. Eso me encantaba, saber que tenía la capacidad de complacer a los hombres. Así seguí un buen rato, mientras la excitación volvía velozmente a mi cuerpo.

-Acuéstense boca arriba -les ordene al tiempo que me ponía de pie.

Ellos muy obedientes accedieron y se recostaron. Yo me puse de rodillas en medio de ambos y sujeté sus penes. Uno con cada mano. Y comencé a masturbarlos con mayor velocidad, disfrutando del tacto y de la vista. ¿Qué dirían mis padres si me vieran? ¿Qué pensaría Santa? ¿Diría que soy una niña buena? Yo creo que sí, por ser tan considerada con estos chicos.

Me acerqué al pene de Francisco para darle un beso, húmedo, en la punta. Mi lengua se encargó de limpia el líquido que brotaba de la punta. Tenía un sabor delicioso. Comencé a saborearlo de a poco, recorriendo su largo pene con mi tibia y juguetona lengua. Me encanta dejar los penes que pruebo muy húmedos. Para ello, lo introduje en mi boca, subiendo y bajando para acariciar con mis labios mientras mi lengua hacía su trabajo dentro de mi boquita.

-Aaaah... aah… -Francisco comenzó a suspirar con mayor intensidad.

Mientras lo hacía, apretaba mis senos con su pierna y me movía para disfrutar del placer que eso provocaba. Una vez dejado bien complacido al primer hermano, me despedí de su pene con una última lamida de base a punta y me fui con mi siguiente paciente. Nuevamente repetí mi tan famoso procedimiento. Recorría todos sus miembros con mi boca y lengua e incluso humedecía el bello de su base, pasando mi lengua por esa pequeña jungla. Me encantaba sentir la palpitación del miembro de Agustín dentro de mi boca.

Al terminar con él, me alejé de nuevo y ellos se levantaron. Había llegado la hora. Me iban a poseer finalmente. Estaba dispuesta a dejar que me hicieran el amor dos bellos hombres. Por fin se haría realidad mi fantasía. Mis muchachos me ayudaron a levantarme. Estaba muy curiosa por saber quién empezaría y cómo.

Francisco me llevó a la cama, recostándome boca arriba y abriendo mis piernas. Una posición tradicional pero infalible. Se acercó a mi para besarme en los labios y, sin avisar, comenzó a penetrarme, con suavidad pero a buen ritmo.

-Hmmm... aaaah... -gemí al termina el beso.

Su ritmo era delicioso. Me acariciaba mis senos mientras entraba y salía. Mientras tanto Agustín se masturbaba al lado. Le hice una seña para que me acercase su pene. Y así, comencé a felarlo mientras Francisco me hacía suya. Era delicioso sentir ambos penes dentro mío.

-Hmmmm... hmmmm... aaah... ay... -mis gemidos se dificultaban por tener el pene de Agustín en el interior de mi boca.

Francisco salió de mi y fue Agustín quien se recostó ahora. Francisco me ayudó a sentarme sobre él, mientras yo dirigía su pene a mi interior. Que delicia. Entró hasta el fondo, y yo no pude evitar cerrar mis ojos y abrir mi boca de placer.

-Aaaaaah...-que rico suspiro.

Francisco se paró frente a la cama para acercarme su rico y húmedo miembro, ahora mojado de mi. Mientras subía y abaja, comencé a chupar a mi anterior amante mientras Agustín complacía mis deseosos pechos, aún necesitados de manos de hombre. Me sentía como nunca, nada podía detenerme ahora. Que placer. Mi cuerpo ardía y mi corazón iba a reventar.

-Hmmm... aaah... ay... aaaah... me encanta sentirte dentro..-le dije a Agustín perdida en el éxtasis.

Después de un rato, Agustín salió de mi interior. ¿Qué planearían ahora? Lo descubrí pronto. Me pusieron de rodillas y apoyada sobre mis brazos, en posición de perrito para ser penetrada ahora por Francisco. Su largo y grueso miembro se adentró por completo:

-Aaaaaaah! aaaah... -grité. Una lágrima de placer escapó de mi ojo. -Soy suya... soy suya... háganme mujer... -decía yo. Me encanta hacer esos comentarios en la cama.

Que delicia. Agustín acariciaba mis pechos mientras Francisco me daba hasta donde nadie había llegado antes. Quería sentir ese miembro dentro toda la vida. Estaba lista para tener otro delicioso orgasmo y Francisco estaba pronto por terminar también.

-Acabame... acabame... -le supliqué, ahora agachando la cabeza ofreciéndole una vista increíble de mi trasero.

Y creo que eso bastó. Su semen caliente recorrió mi interior; una cantidad enorme de leche deliciosa. Salió de mi interior, quedando yo exhausta. Había tenido un orgasmo hermoso acompañado del orgasmo de Francisco. Pero sabía que no había terminado, pues me faltaba Agustín.

Me levante con dificultad y me senté recargándome sobre los cojines de la cama, acariciando mi vagina y mis pechos. Agustín se me acercó y me recostó en la cama, con la cabeza al aire en la orilla. Levantó mi pierna con su mano dejando la otra recostada, y comenzó nuevamente a atravesarme. Su deslice era suave debido a la leche que aún tenía dentro. Yo gemía, sin dejar de sonreír y sin abrir los ojos. Me sentía dichosa, amada, sensual y deseada. Viviría haciendo el amor a cada segundo si pudiera.

Agustín estaba más cargado que nunca. Me cargó con sus fuentes brazos para hacérmelo de pie. Yo me abracé de su cuello y con mis piernas rodeé su cuerpo, para dar paso a su rico miembro. Me pegó a la pared, haciéndome sentir lo frio de la pared, excitándome sobremanera.

-Mis pechos... tócalos... aaah... aaaah... -le rogué mientras me perdía en sus embestidas.

Francisco descansaba complacido en la cama mientras yo seguía teniendo el mejor sexo de mi vida. Me eché para atrás recargándome sobre la pared y así permitir que mi chico aprovechara y disfrutase mis senos. Era capaz de cargarme y balancearme solo con un brazo. Fue delicioso sentir como torcía mis pezones con sus dedos, amplificando mi placer al máximo.

-Aaaaah... aaaay... aaaaaah... -gemía y suspiraba.

Para su último acto, me dejo ponerme de pie y me puso de espaldas a él. Me llevó a la ventana, cerrada pero con cortinas abiertas y me empujó contra ella, oprimiendo mis senos contras el vidrio helado. Ahora estaba dispuesto a atravesar mi vagina desde atrás. Y qué gusto. Me encantaba sentir la posibilidad de ser vista. Cualquier vecino podría ver a Sofi, la linda chica de al lado, desnuda con un hombre.

-Aaah... aaaaaah... -mis gemidos se volvieron gritos.

Agustín estaba listo. Iba a terminar junto conmigo. Otra lágrima se escapaba de mis ojos. Al final, sentí de nuevo el caliente semen recorrer mi interior. Me deleité sentir su pene expulsándolo dentro mío.

-Aaaaaah!- grité de placer.

Mi espalda se arqueó hacia atrás y acerqué mi cara a la suya para darle un intenso beso, abrazando su cabeza. Su mano derecha daba las últimas caricias a mis pechos, extasiados de tan complacidos que habían quedado. Perdí fuerzas después del beso y caí desmayada, en brazos de mi Agustín.

Desperté, en mi cama, tapada. Me costó trabajo volver a mi y entender que había pasado. Me decidí a levantarme al fin, destapándome. Estaba desnuda, sin ninguna prenda. Generalmente no duermo desnuda mas que en verano. Esto podía ser explicado con la experiencia que había tenido. Al acercarme al espejo, no tenía ningún maquillaje rojo y mi cabello estaba despeinado. No entendía. ¿Había sido solo un sueño?

Fui a mi guardarropa y no hubo rastro de mi vestido rojo tan lujurioso. Me di cuenta que efectivamente, nada había ocurrido. Eran las 11:00 AM. Abrí la puerta lentamente para escuchar voces en la sala, de mis padres y mi familia. Era todo un sueño... un delicioso sueño.

Nada pudo explicar que despertase desnuda. Espero que quien me haya desvestido me haya hecho disfrutar un rato. Nunca olvidaré aquel sueño... después de todo, yo no era el regalo...el regalo era para mí.

Gracias Santa...

Sofi

(9,24)