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Maduro busca amiga. La joven sentía arder su sexo, respondió al señor maduro

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El señor maduro encuentra el disfrute en la joven mujer, ella en la maestría y habilidad de él para el sexo, sobre todo de la forma de hacerla sentirse bien mujer, bien hembra, bien perra.

En casi todas las personas coexisten esas dos personalidades, en una nos mostramos socialmente correctos, en la otra, donde pocos tienen acceso, es la que nos permite expresarnos con la rebeldía de poder ser uno mismo, donde expresar nuestras propias necesidades y deseos con prescindencia de las conveniencias y de la autocensura. No siempre podemos hacerlo como nos gusta, para eso necesitamos encontrar el ámbito o el compinche que nos entienda, sin juzgarnos, que comprenda sin cuestionar, encontrar el espejo donde poder entender y ser entendidos.

Habiendo expresado el concepto y la esencia, solo me faltaba buscar la forma y el modo de plasmar esta búsqueda, luego esperar y tener éxito en recibir esa respuesta. Con ese leiv motiv, quien escribe bajo la piel del “lobo feroz” escribió un relato, donde se anunciaba como “señor maduro busca amiga”.

Ahora vuelvo a publicar el resultado de ese relato, esperando tener el mismo resultado, y al finalizar el mismo te reiteraré el pedido de este señor maduro que sigue buscando esa amiga que bien podrías ser tú, y de residir en la misma zona hasta… quien sabe que nos deparará el destino, bueno eso queda en tus manos al concluir la lectura del relato.

Este relato refleja un estado de ánimo, una sensación que trasciende los límites del deseo, ferviente fantasía que se hizo carne, venciendo los pudores pude exhibirlo y ahí comencé la búsqueda. El relato versaba sobre las necesidades de un hombre maduro que busca disfrutar y hacerse disfrutar por una mujer más joven que él.

La respuesta me llenó de sorpresas, por la rapidez y contundencia del contenido, solo un par de días mediaron entre la publicación del relato y la respuesta de Sonia.

Con una taza de café en mano me asomé a esta ventana y en un instante entrar a este mundo de contactos interpersonales, comunicación virtual con esa mujer desconocida, que a poco de transitar este camino de la virtualidad nos hacemos cómplices de una misma necesidad, hablar, comentar y hasta compartir, si se dan las condiciones, del tema que nos ocupa y preocupa: El sexo y el placer de realizarlo, sobre todo cuando tenemos como objetivo el gusto de sentirlo.

En el relato había mencionado la necesidad “maduro busca amiga”, y el relato versaba sobre esa temática, tal vez con poco de originalidad y mucho de expectativas, pero debe de haber sido que los astros estaban de mi lado y en dos días recibí la primera respuesta: “Soy una mujer como la de tu relato, que gusta disfrutar del sexo con un señor maduro. De momento estoy sola, pero me sentí como la protagonista de su relato y no pude dejar de estarme tocando mientras leía y releía las líneas donde describías esos momentos de pasión con tu mujer joven. Aun siento esa experiencia con un hombre maduro que me hizo sentir cosas que no volví a sentir con otros. Los siete orgasmos conseguidos con tu relato me impulsaron a escribirte. Soy Sonia, una mujer ardiente que quiere ser tu amiga…podemos platicar?”

Respuesta afirmativa, y en poco tiempo ese ida y vuelta, jugando a la escondida virtual nos convirtió por un momento en niños lúdicos, del lenguaje juguetón pasando por la insinuación atrevida y de doble sentido, la facilidad del whatsapp y del chateo por el hangouts de gmail nos facilitaba las cosas, nos permitía el contacto en un medio más personalizado, adentrarnos un poco más en la intimidad del otro.

De este modo el contacto fue creciendo, perdiendo pudores y ganando confianza, la complicidad se hacía más libre y permisiva, ella era siempre quien subía la apuesta, las expresiones exceden lo virtual, la fantasía excede el marco del texto, ella se atreve a mostrarse en una tímida selfie, como le gustó el comentario, siguió con otra y otra hasta que se mostró de forma que revelaba sus intenciones de salir del espacio virtual y trascender al conocimiento en vivo y en directo.

La propuesta fue germinando en un sentimiento de simpatía, deviene en afectuosa cordialidad hasta por fin decantar en intensidad que amerita el avance sobre el conocimiento personal. Los tiempos se acortan en la medida que el deseo del encuentro se hace carne. El mensaje ¿Y si nos vemos? Tuvo la respuesta simple y concisa: “Me parece bien”

Solo quedaba un obstáculo, la distancia, pero un nuevo Whatsapp de ella lo solucionó: - En la semana próxima tengo que viajar a Buenos Aires por un trámite, te parece si nos encontramos?

En sólo un par de líneas se acortaron los cuatrocientos kilómetros que recorríamos a diario en los mensajes del teléfono, ella había decidido conocer al señor mayor, o como daba a entender, conocerlo y algo más...

Me subí a la fantasía de que vendría por ese “algo más”. Los años y la experiencia de vida no sirven de mucho a la hora de la verdad. Ahora la cosa es cara a cara, el todo o nada, gustar o ser rechazado, me sentía como Julio César a la entrada de Roma, y como él me dije, “la suerte está echada”, entré al discreto barcito, ella eligió el lugar, yo la hora, la reconocí, me gusto, me gustó mucho, era mejor de la imagen que de ella tenía forjada en todas estas noches de diálogo. Ahora faltaba lo peor, me miró, nos miramos, me sentí rindiendo el más difícil examen de mi vida, no hubo respuesta, solo una sonrisa, sin dejar de mirarme en sus ojos, me senté, el momento de solicitar dos cafés al camarero sirvió para ordenarme y ver como afrontaba el minuto siguiente.

Saque mi vista de ella para mirar al camarero, era una forma de darle un respiro y que pudiera evaluar sin la inquisidora pregunta ocular de quien está siendo objeto de estudio. ¿Qué tal?, ¿te gusto?. Al devolverle la mirada me topé con una sonrisa cálida, había complacencia o resignación, pero al menos no rechazo de plano.

El calor de café parecía crear un clima más natural, más cálido y afable, frente a frente dos desconocidos, ella casi treinta él casi el doble, la diferencia fue el motivo y la tentación, la búsqueda de los objetivos de cada quien frente a frente, el conflicto de la búsqueda y el deseo.

De ahí en más, con el hielo del encuentro derretido, más alguna broma de circunstancia, la charla fue discurriendo por los carriles usuales de dos personas que saltaron el obstáculo de la primera vista. Departimos casi una hora, pasamos por varios tópicos de la actualidad y las circunstancias, sin entrar en esas intimidades que nos habían alentado a llegar a este momento. Obviamente que una cosa es el trato a través de una pantalla o del teléfono celular, y otra muy distinta el “vis a vis”, donde estamos rindiendo examen con cada gesto, con cada palabra, blanco sobre negro y mesa de por medio.

Como a ella se le hacía tarde para llegar a no sé qué lugar, pagué y salimos, me ofrecí acercarla en mi auto. Ahora en el ámbito intimista del habitáculo, y con, no recuerdo bien que excusa, detuve la marcha, mientras la suave música daba marco, iniciamos una nueva conversación, casi al descuido dejé que las manos se encontraran, el roce cómplice y las miradas perdidas, la de uno en el otro, fueron el escenario para llegar a un casto y seco beso. Contacto breve en tiempo e intenso en repercusión, separados brevemente fue como tomar impulso para otro salto al vacío, volviendo por mis deseos, propicié el acercamiento, ella consintió, las bocas se unieron en un beso.

Ahora el beso tenía contacto pleno, en extensión y contención, los labios ocupan más espacio, mi lengua inicia un tímido intento de exploración, ella accede, se deja, invita a pasar al interior de su boca. Las humedades se mezclan, las lenguas inician el ritual ancestral del amor, intercambio de caricias, abrazo íntimo de dos individualidades que se funden en una sola, dos cuerpos pegados que sueldan esperanzas, manos que amenazan convertirse en tenazas que aprietan el cuerpo incandescente y lleno de pasión adulta.

El cuerpo sabio y experimentado parece el de un inexperto muchacho en su primera cita. Nos estamos estudiando, recorriendo, reconociendo, aprendiendo el abc del leguaje cifrado de dos seres que buscan contención mutua, vasos comunicantes de un mismo sentimiento, fluye la pasión y el deseo a través de los labios, las manos son el nervio conductor del deseo y la pasión. El fragor generado en ese instante alcanzaba para incendiar un bosque, dos leños secos, con el ardor de la pasión estaban a punto de encender el fuego de sus vidas, inmolarse en la hoguera de la pasión descontrolada.

Agitados de pasión, nos separamos, no lo deseábamos, pero lo hicimos por el bien de ambos, era necesario una impasse a tanto fuego, generar un espacio físico y de tiempo para digerir los últimos e intensos momentos vividos. La despedida fue breve pero llena de sentimiento, cada gesto, cada mirada, cada silencio era una estridencia que nos llenaba la cabeza de música, los ojos de pasión y la boca de cálida humedad, recuerdo del contacto reciente.

Nos despedimos, no hubo promesas de encuentro, no hubo acuerdo de nada, para qué, ¿qué falta hacía? todo había sido dicho, todo había sido acordado, los cuerpos y el deseo eran sabios, no hacían falta más palabras para decir la necesidad harto manifestada en ese contacto, tan breve como pródigo en gestos y señales corporales.

No habían pasado más de quince minutos cuando estaba por tomar el celular para llamarla que, el bip bip electrónico me hizo atender, ¡Sí era ella!, se anticipó por un par de segundos a mi intención de hacer lo mismo. Después del ritual -¡Hola!, sabes que... –¡Si!, yo también...

Respondió con un sí a la nunca formulada pregunta, ambos coincidimos en volver a vernos, a revivir la misma experiencia de un momento antes. Desandar el corto trayecto al lugar del encuentro previo, como cábala, como para repetir los mismos instantes.

Había transcurrido muy poco tiempo, no más de quince minutos, era la pausa necesaria para calmar la timidez y darnos un tiempo de reflexión, ese momento a solas con uno mismo para digerir la emoción de conocernos, ahora era el momento de reencuentro, volver a vernos las caras, sin la ansiedad y la incertidumbre de hace tan solo un momento, ya no era la primera vez.

Nuevamente, en el mismo café, solo que ahora habíamos elegido un lugar más reservado, algo más íntimo, la infusión daba aromático marco a la charla, mezclando temas, lo trivial e intrascendente con otras de más sustancia, algo que tenía más relación con los motivos de volver a estar cerca. Mientras charlábamos nuestros ojos se llenaban de deseo, nuestras manos se fueron buscando, las de ella estaban húmedas se agitaban, denotaba cierta ansiedad que no podían esconder, las atrapé entre las mías, la paloma se deja enjaular, mansamente, disfrutando del encierro.

Terminamos el café, lentamente nos dirigimos al auto, sin preguntar, tome en dirección a un hotel de la zona, subimos a la habitación, tomados de la mano, dos pequeños amigos temerosos en el primer día de clases, como dos tórtolos, sin hablar, miradas furtivas que insinuaban todo sin decir nada. Ingresé tras ella, cerré, apoyando la espalda contra la puerta, haciendo contención con el afuera, dejar el recién para entrar en el ahora, nuestro primer momento de intimidad estaba poniendo en escena el deseo y la fantasía que devanaba nuestros sesos y consumía nuestros sexos.

Era ese momento, como un flash nos pasa todo, se detiene el tiempo, el corazón deja de latir, la imagen generada por mil palabras escritas y otras tantas sugeridas pasan a ser letra muerta, ahora es tiempo de amar, tiempo de poseer, momento de expresar esa pasión incontenible del mejor modo, avasallante, arrollador, tierno, dulce y contenedor. Era el momento, sentimientos encontrados, darle cauce al desborde del deseo de la mejor manera, sentir y hacerla sentir, canalizar la pasión, hacer imborrable ese momento mágico que irrumpe en nuestras vidas con la fuerza de un potro desbocado agitándose en el pecho, un ciclón de sentimiento.

El hombre maduro que ansía poseer a esa mujer joven como objetivo supremo, la mujer joven que busca en la experiencia del hombre ese placer que le recuerda ese primer hombre, el tío de una compañera que la hizo mujer, y que dejó la impronta del placer dentro de su cuerpo juvenil, ese placer que después no supo repetir en las relaciones con hombres de su edad, por eso mismo siempre quedó esa asignatura pendiente de volver a sentirse amada, contenida y gozada por un hombre mayor. Ese pensamiento estaba rondando su cabeza en esos momentos previos de la verdad revelada.

Registrar visualmente la amplia habitación, bonita y acogedora, sin exagerada decoración para el común de las de estos lugares, nada recargada de luces ni espejos, creaba un ambiente discreto y maravillosamente intimista. Ella de espaldas, al otro lado de la habitación, contra la pared opuesta parecía compartir mi evaluación, me sonríe, dulce y tímida. Se estaba gestando el marco propicio para nuestro encuentro sexual, excusa válida y propicia, fragua donde dos cuerpos serían una sola carne, la idealización de ese momento de nocturna soledad escribía el prólogo de la fogosa pasión.

Aunque demostraba seguridad y aplomo también estaba algo nervioso, ella aparenta desinhibida, se movía por la habitación como si fuera su reino, tal vez actuaba, al menos daba la impresión de parecerlo, la situación tenía magia, encanto por lo desconocido, parecíamos dos contrincantes midiéndose, evaluándose para la épica de la pasión.

Tome dos cervezas del frigobar, brindamos, un buen sorbo de cerveza helada fue bálsamo para el ardor interior, nos reímos, ella sentada al borde del lecho yo en un silloncito frente a ella, no hablábamos solo reímos. Hablamos de trivialidades sin dejar de sonreírnos todo el tiempo, casi sin notarlo, una segunda botellita nos fue poniendo en clima más acorde a la situación, momento propicio para un brindis por nosotros, por cómo se había dado la magia de encontrarnos y esta deliciosa locura del acá y ahora.

La rubia malta la había liberado, se dejó caer de espaldas sobre la cama, por momentos se miraba refleja en el espejo del techo como evaluándose los gestos que ensayaba, se lo hice notar y reía rodando en la cama, haciendo mohines y graciosos giros como una niña y sin dejar de sonreír, me aproximo a ella para hacerle un mimo, alarga los brazos y me toma, aprieta sobre su pecho y me da un profundo beso, lleno de humedad y promesas inconfesables.

El contacto con sus labios, húmedos y la lengua activa en mi boca, llenarme de su perfume, sentir su respiración agitada. Se dejó estar sobre el lecho, recostado a su lado contemplando esa espléndida mujer, su serena belleza, la expresividad de los ojos parecen indicar cierto grado de excitación, fija su atención en mí, dice: -Te dejé mi marca, tienes mi rouge en el labio y en la cara. –sonríe y con el dedo pulgar humedecido en sus labios trata de borrarlo.

 -Sabes una cosa... siempre fantaseo con estar con un hombre mayor, pero jamás me imaginé conocerlo de este modo, menos aún que llegáramos a esto, pero ahora quiero vivirlo, se ha producido como por arte de magia, producto de una lectura que me llegó muy hondo, que me hizo desear al hombre que buscaba una amiga. En un rapto de honestidad y deseo, me dije que yo podría ser esa amiga, por eso no demoré en escribirte, con las manos latiendo en la locura de ese orgasmo que me habías producido, estaba escribiéndote las sensaciones, buscando que me aceptaras, sentía la necesidad de ser esa mujer joven que deseabas, sentirte dentro de mí, gozar y ser gozada. No podría vivir sin sentirme tuya.

Enseguida me pides: -Sácate esto, tocando la camisa que tenía puesta, -¡Hazlo tú! -ordené

Comienza a desprender los botones, uno a una, lenta y perezosa tarea, abre y me besa el pecho, en gracioso y sensual gesto, lame mis pezones, gusta lamerme la piel, retribuyo la gentileza con mi mejor sonrisa. Me salgo de la cama, ella se queda expectante, desprendo del pantalón, mira el bóxer y nota lo excitado que estoy, aprecia el estado de mi erección y me regala una sonrisa de aprobación.

La despojo de su camisa de seda blanca, levanta los brazos ayudando, los pechos llenan totalmente el soutién, colman su capacidad y rebasa por encima, el delicado encaje no puede con la erección de los pezones, se marcan en la tela, presionando en busca de libertad, ahora es turno de la falda, suelto el broche y jalo hacia abajo, se tiende de espaldas, arquea la pelvis hacia arriba, la deja escapar, deslizar por sus piernas. Estamos en igualdad de condiciones, solo las íntimas prendas para acrecentar el sentido de intimidad, regodeo la vista en la contemplación de este soberbio ejemplar de mujer, ansiosa pero calma, caliente pero mesurada, anhelante pero cauta, deseo salvaje pero pudoroso recato, pasional deseo pero morosa en la entrega.

El sutil juego del cortejo entra en su etapa final, le gusta, disfruta la silenciosa admiración, nota que fijo mi atención en la bombacha de encaje negro, no era tanga pero igualmente pequeña, elogio lo bien que se luce en su graciosa figura -La compré para esta ocasión. ¡Es para ti, para que disfrutes sacándola!

La miré, no hubo palabras, solo abrazamos, sentirnos, deliciosa caricia la piel de uno frotando la del otro. Nos besamos, profundo intercambio de caricias y saliva. Dejé sus labios para besar sus pechos, chupar esos pezones, solo gemía y atraía mi cabeza hacia ella, luego su mano se metió en mi bóxer, tomó el pene, lo acaricia, estudia tamaño y consistencia, aprecia la dureza. Introduzco mi mano en su bombachita, dos dedos indiscretos se introducen en su sexo para robar la humedad que mana desde lo profundo de su calentura.

Seguí acariciando su intimidad, gemía, estaba en el trance de una creciente excitación, movimiento intenso y profundo, incluyendo al clítoris, se apretó contra mí, devino una intensa contracción y un profundo suspiro.

 -¡Ah!, ¡Ahhhhh! ¡Siii! -me besó en la boca. Ahogaba ese grito de amor comiéndole la boca.

Observaba esa transformación, maravillas del amor, hace poco menos de una hora me había extasiado viendo esa cara llena de formalidad, ahora era la antítesis, poseída por la lujuria, se acerca a mi gateando sobre el lecho, movimiento sinuoso como gata en celo, se deshace del bóxer, toma mi pene, agarra entre sus manos, me observa, se mira en mis ojos, y sin dejar de observarme, comienza a mamar la verga.

Sus gestos hablan del gusto que le produce hacerme gozar, sabe masajearlo, chupar, lento, despacio, rápido, violento, varía tiempos e intensidad, no pude precisar cuánto tiempo dedicó a mamarse al hombre mayor, deleitándose contenido en su cálida boca.

Ordené: - ¡Quiero sentirte bien perra!

Accede, obedece, parece saberlo todo, decodificar el mensaje, mirada espesa y sumisa, disfruta recibir las órdenes del hombre mayor, la entrega incondicional. Sus manos entienden el lenguaje de la calentura, continúa sacudiendo mi verga, siente la rigidez y los latidos que precede a la erupción, sin alterarse ni contraerse, se queda conteniendo al glande en su boca, lamiéndola. Se dejó hacer, el movimiento pélvico anticipa el momento supremo. El primer chorro ardiente golpeó en el fondo de su boca, un segundo y un tercero descarga mis ganas sobre su lengua. Un destello en sus ojos agradece el final feliz, me regala el placer de verla tragarse mi semen, relamerse los labios fue el plus del agradecimiento.

Sus ojos decían lo que no podían sus labios, prolongaba el placer, sentía y comprendía los latidos de la carne volviendo al estado de relax, apreciaba ese momento que el hombre se guarda para sí, quería compartir ese momento conmigo. Nos miramos, nos entendíamos como conocidos de toda una vida.

Me salí de ella, seguía arrobado por la expresión de sus ojos, con un dedo limpio el borde del labio, el color del rouge era solo un vago recuerdo, pero aún faltaba una caricia a mi ego de macho poderoso, el movimiento de la glotis al tragarse la esencia de mi masculinidad, degusto el licor del hombre mayor como el mejor y más delicioso elíxir.

Después del goce de ser mamado, fui al jacuzzy.

 - ¡Papi!, ¡no me invitaste! ¡Qué malo!

La invité con un gesto. Jugando en el agua burbujeante, como dos niños. En medio del juego, el miembro retomó protagonismo, se hizo notar, tan pronto lo notó se agachó y comenzó una caricia bucal, ¡Qué bien lo hace!, luego se levanta, arquea la cadera y se vuelca sobre el borde, apoyando las palmas, empinando las nalgas, ofreciéndose a su macho.

Los abundantes jugos, vaginales hacen todo fácil, solo necesite aproximarme y colocarla en la puertita, tomarlas de la cintura, afirmarme y en un solo envión entré todo en ella. Estaba preparada para una penetración intensa, el movimiento se torna por momentos convulsivo, nos sacudimos con el apremio del deseo.

Como el piso se pone resbaladizo, salimos de la bañera, la retuve de la cintura, apoyada contra el lavatorio, la curva pronunciada de sus caderas ofrece un nuevo ángulo de erotismo, nueva posición de ataque a su deseo. Nuevamente esa vibración de su cuerpo se transmite en ligeros latidos vaginales, suave balanceo que se agita hasta el gemido profundo que delata su primer orgasmo con el pene como artífice, no le aflojo al movimiento y deviene un segundo round en la intimidad de la hembra.

La humedad del piso y la posición pone en peligro la estabilidad de los danzarines, es prudente dejar ese escenario y continuarla en el tálamo del amor. Ella va delante, camina cadenciosa y sensual, promesa de nuevos placeres, llega, se deja caer de bruces sobre el lecho, tendida sobre la cama, el culo bien empinado, adoptó esa posición como leyendo mi mente, le acerco una almohada, acomoda debajo de su vientre, le permite estarse elevada con menor esfuerzo.

Entré en ella, se sacudió toda, la impulse hacia arriba, tal vez un poco brusco o la intensidad de la penetración fue la que desplazó su cuerpo en la cama, totalmente acoplados, enterrado en sus entrañas hasta donde lo permiten los límites de su anatomía. De ahí en más todo fue ritmo y movimiento continuo, entrar y salir, empujar y retroceder, se deja llevar por mi pasión y por la salvaje intromisión, se agarra a las sábanas, siente como se abre su sexo, sabe aprisionarme, hacerme sentir sus músculos en el ejercicio de mujer activa.

Su sexo me aprieta en la entrada y cede en la salida, el delicioso proceso del goce tiene un límite, el nuestro también. Se muestra dispuesta a llegar a la estación del éxtasis, espera el tren arrollador que se desliza por el túnel de su sexo, agita la bandera de aviso una vez, la maquinaria del amor está presta a arribar a la estación en el tiempo convenido.

Un solo gemido, gritado a dúo, festejó el arribo triunfal, la bienvenida de ella fue apoteósico, el espeso semen hizo sentir en sus carnes cuando sus gemidos de orgasmo se encuentran con el bufido del hombre que se vacía en su vagina.

Nos quedamos, quietos, muy quietos, hasta que los latidos de su vagina y del miembro fueron un recuerdo. Me dejé derrumbar de costado, a su lado, en silencio, en cucharita, sintiendo su espalda húmeda contra mi pecho, la convexidad de sus glúteos acoplados en la concavidad de mi pubis hasta que los temblores de la épica gesta fueran desapareciendo, los ritmos respiratorios y cardíacos a niveles normales. En silencio, cada uno en lo suyo estaba haciendo su viaje interior, memoria de los últimos momentos, un renovado placer nos embargaba al recordar las imágenes aún latentes en el sexo.

La ducha nos recibió, tomados de la mano entramos y gozamos de la caricia del agua, nos secamos el uno al otro jugando como dos novios. Una nueva cerveza nos acompañó en una charla matizada por besos, caricias y sonrisas.

Ella me volvió a confiar que jamás había pensado en hacer algo como esto, para nada lo había considerado como algo realizable, pero se había sentido seducida, contenida y cuidada que ante la insinuación de esta locura de amor, se colgó de la misma nube, se dejó llevar a mi fantasía, habitar mi isla solitaria, compartir mi tiempo, quedarse en ese espacio creado para nosotros. Agradecía volver a sentir esa misma ansiedad de aquella primera vez, cuando el tío de su amiga la llevó a su casa y le propuso hacerla mujer. Esa primera vez fue con un hombre mayor, muy mayor considerando sus pocos años, pero él la hizo sentir como nadie pudo volver a hacerla sentir, y desde ahí quedó con la fijación de volver a hacerlo con un hombre mayor, entregarse a él fue una fantasía que estuvo latiendo en sus sexo cada vez que lo hacía con alguno de sus novios o parejas eventuales sin volver a repetirse esa sensación que ahora acaba de renacer dentro suyo.

Estaba conmigo, gustosa de haberlo hecho realidad esa fantasía de sus pocos años, agradecida de haberla hecho sentirse tan mujer, de sentirse llamar perra como le decía cariñosamente el tío de su amiga, recuperar sensaciones olvidadas y descubrir inéditas formas de gozar y ser gozada.

La devolví donde la había recogido, nos despedimos con un beso tierno y apasionado, con promesas de repetirlo.

Fue un placer con sabor a poco, dejando espacio suficiente para una segunda vez.

Ahora es tiempo de volver a publicar el mismo anuncio: “busco amiga” para conocer si el relato de esa primera vez del anuncio vuelve a repetirse. Espero tu respuesta en [email protected] para que el Lobo Feroz pueda saber que su necesidad de hombre mayor buscando amiga tuvo respuesta…

Lobo Feroz

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