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Negación - Capítulo 8

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No daba crédito a lo que veía. Tenía la carpeta agarrada con fuerza, doblando las hojas, mis manos temblaban. Sentía sus ojos observándome, expectantes, sin perder detalle. El tiempo parecía estar detenido. Me hallaba inmerso en una vorágine de sentimientos que abarcaban desde la furia más sangrienta, hasta la vergüenza más profunda. Miré al hombre desnudo a mi lado.

- Es un regalo… una ofrenda de paz – explicó.

- Esto no puede estar pasando – murmuré, mi voz sonó desesperada.

- Tranquilo… si haces lo que te digo, nada malo va a pasar – una risa histérica escapó de mis labios. Me estaba volviendo loco. Bueno, lo estaba desde hace tiempo.

- Esto no puede estar pasando – repetí, tratando de convencerme de la realidad.

- Es una verdadera lástima, en otras circunstancias me habrías caído bien – comenzó a hablar, atrayendo mi atención -  Eduardo se estaba encariñando de ti, te iba a proponer algo más que una relación “comercial” cuando lo abandonaste, eso lo enfadó. Muy pocas veces lo había visto tan… decepcionado.

-> Nos conocimos hace mucho tiempo. Somos militares ¿sabes?, entramos juntos a la Escuela de Sub-Oficiales, y entablamos amistad de inmediato. Pronto nos hicimos inseparables. Teníamos novias en nuestros hogares, por supuesto, pero eso no nos satisfacía en la distancia, así que salíamos en busca de mujeres cada vez que podíamos. Juntos éramos legendarios, y lo seguimos siendo. No había coño que se nos resistiera. Cuando egresamos de la Escuela, empezamos a trabajar juntos, haciendo carrera. Nos desempeñábamos en el área de logística.

-> Luego descubrí el secreto de Edu. Lo encontré con un sub-alterno en la oficina. Me explicó las cosas que le gustaba hacerles a los maricones, como tú – me señaló, como si mi presencia fuera una ofensa –. No lo juzgué, era mi amigo, así que lo apoyé. Con los años, se volvió más indiscreto. Accedió a convertirse en Instructor de los nuevos cadetes solo para probar carne fresca. Mi carrera iba en auge, así que me distancié de él. Temía que la bomba en la que había estado trabajando hace tiempo estallara en su cara, y me arrastrara con él. Lo entendió. Pero no perdimos el contacto. Me contaba detalles de sus perversiones cada vez que se daba la oportunidad. Con el tiempo le llamó la atención un tipo de relación bastante particular, la Dominación. Elegía año a año al más sumiso de los reclutas como su favorito, lo entrenaba en su nueva costumbre sexual y lo castigaba.

-> Fue en una de esas sesiones de castigo cuando todo se fue a la mierda. Al muy imbécil se le pasó la mano y casi mata al pobre Puto. Lo amonestaron, reportamos el hecho como “entrenamiento excesivo”, y la sacó barata. Lo invité a trabajar conmigo, me habían ascendido a Capitán hace unos pocos meses, y esa era una de las libertades que me podía dar. Lo ayudé en cuánto pude, pero Eduardo parecía vivir únicamente para su estilo de vida. Comenzó a tener encuentros sexuales con jóvenes dispuestos a ser domesticados por él, mis “perros” los llamaba. Pero se aburría de ellos demasiado pronto. “Son voluntarios – me decía – y lo que yo necesito es quebrantar la voluntad de alguien”. Me comenzaron a llamar la atención sus prácticas después de escucharlo una noche. Nos habíamos ido a vivir juntos – aclaró -. Parecía que lo disfrutaban.

-> Hace dos años, me dijo que conoció un joven. Un amigo de él se lo presentó, era guardia de un bar. El chico parecía estar desesperado por dinero, y el aprovechó la oportunidad. Le ofreció una buena cantidad por un polvo. Eduardo quería saber que tan compatibles podían llegar a ser. “Es un diamante en bruto” me dijo cuando llegó esa noche. “Será el perro perfecto” – lágrimas silenciosas comenzaron a correr por mis mejillas – Trató de iniciarlo lentamente en su estilo de vida, el joven era inexperto y comenzó a entrenarlo, enseñándole las cosas que le gustaban. En tú desesperación aprendiste rápido – me dijo – Llevaban seis meses en ese sistema, y las cosas comenzaron a ir mejor, Edu era capaz de concentrarse en su trabajo, y estaba sexualmente satisfecho, esperaba ansiosamente la siguiente oportunidad de ver a su “Putito” hasta que lo abandonaste – su voz se llenó de rabia –. El hombre se desequilibró, nadie nunca lo había rechazado, y dijo que un “Perro” no abandonaba a su dueño, le heriste el orgullo. Quería venganza, quería destruir al maricón que prefirió la prostitución a una vida de lujos junto a él. Quería destruir al Puto del que se enamoró, pero prefería una vida llena de verga antes que una relación formal con él.

- Tú… - comencé.

- Yo fui parte del plan – explicó - De alguna forma, con el tiempo, Edu se recuperó, encontró un nuevo “Perro”, hace un año viven juntos y tienen una relación estable. Se las ingenian para mantener la “magia” viva. Desconocía su plan completamente. Ciego de venganza unos meses después de vuestra separación  me insinuó que quería contactarte indirectamente, saber cómo estabas, si seguías en el rubro. No fue fácil tomar una decisión. Como te decía, me había llamado la atención, quería experimentar, me estaba ofreciendo sexo gratis, así que finalmente acepté. Te contacté en Diciembre de ese año, me costó un infierno encontrarte.

- ¿Gratis? – pregunté extrañado ante la mención de la palabra, estaba desvariando, de toda las cosas que me había dicho, eso era lo que preguntaba, ¿en serio?

- Sí, gratis – me corroboró – No he gastado ningún peso en ti, todas las citas que hemos tenido en estos meses, han salido del bolsillo de Eduardo. La verdad es que él quería prolongar más la situación, pero decidí ponerle fin. Hace dos semanas dijo que te encontró en los baños de un Bar. Lo consideró un presagio, era tiempo de acabar contigo.

- ¿Van a matarme? – me daba miedo escuchar la respuesta, pero tenía que saber a lo que me enfrentaba.

- ¿¡Matarte!? ¡Estás loco! – se reía – No… tranquilo, nadie va a morir hoy.

- ¿Entonces… - no entendía qué estaba pasando, qué estaban planeando.

- Verás, Eduardo… quiere su despedida.

- No entiendo… - dije, pero en el fondo si sabía a donde se dirigía esto.

- Quiere follarte hoy, esta noche, conmigo… - lo miré, la comprensión reflejada en mi rostro – Sí, este es sólo el preámbulo, ambos prometimos romperte el culo ¿no es así?

Recordé mi encuentro con Eduardo en el baño del “Aries”. Ellos habían pronunciado las mismas palabras, y yo no uní los cavos sueltos. Me sentí estúpido y usado. Me deje caer en el suelo, apoyé mi cabeza en mis rodillas y lloré amargamente.

- No seas dramático, no es nada que no hayas hecho antes.

- Ustedes… ustedes están enfermos… – lo miré, con la cara empapada en lágrimas – No hecho nada para merecer esto… no entiendo, ¡No hice nada malo! – me defendí - ¡No he perjudicado a nadie, nunca!

- Di lo que quieras, eso no cambiará las cosas – frunció el ceño – Sabes… siempre me he preguntado por qué te prostituyes, no pareces un mal chico.

- Eso ya no tiene importancia, lo hecho, hecho está – dije tajante.

- Entonces… lo aceptas.

- ¿Aceptar qué?

- Ir a verlo… demás está decirte que si no vas, las horas extras que llevamos acá no te las pagaremos.

- El dinero no importa ahora.

- ¿No?... ¿y qué importa ahora entonces? – parecía confundido.

- ¡Esto importa! – le dije, levantando la carpeta, mostrándosela – lo que hay aquí… - mi voz se quebró – …lo que hay aquí no puede salir a la luz.

- No lo hará – se puso rígido – si haces lo que te pedimos, este será asunto olvidado. Te doy mi palabra.

- ¡Ja! Tú palabra pesa menos que una pluma – llené mi voz de odio.

- Oye… - pareció arrepentirse de lo que iba a decir -¿Qué propones?

Lo miré extrañado, sin entender qué había cambiado. Me puse de pie y tomé la carpeta, se la entregué. Me dirigí tranquilamente al baño, puse un pie dentro y luego vomité en el lavabo. Me miré al espejo, tenía las mejillas y la nariz roja a consecuencia de mi llanto. – El gordito llorón siempre aparece en los momentos difíciles – pensé. Me lavé la cara dejando que el agua me refrescara, y deseando que eliminara todo lo malo. Y luego entré a la ducha, para eliminar todo rastro de su cuerpo en mí. Estuve largos minutos sopesando mis opciones, analizando los pro y los contra de las alternativas que barajaba. – Aquí estás – me dije – te salió el tiro por la culata ¿No es así?, apostaste a ganador y te tocó perder. Asume cobarde – me reprendí – esto es el Karma. Estás viviendo las consecuencias de tus actos.

Volví al cuarto, y comencé a caminar desde la puerta del servicio hasta la puerta de salida en línea recta, sin parar. Estaba a punto de declinarme por una opción, y la descartaba, ideando un plan nuevo. En cada estrategia que formulé algo malo ocurría. Si no estuvieran las fotos esto habría sido muy diferente, la decisión habría sido simple: huir, desaparecer. Después de un rato lo escuché suspirar. Me detuve, resignado, asumiendo lo que trataba de negar, ellos ganaron.

- Las fotos… tienen que desaparecer. – murmuré al fin.

- Lo harán – dijo con solemnidad.

- No me acostaré con ambos a la vez – continué – y usaré preservativo.

- Mmm… - meditó – creo que eso no es transable.

- ¿Pensé que mis imposiciones importaban? – me quejé.

- En realidad no lo hacen – tuvo la decencia de parecer avergonzado – Sólo estoy tratando de hacerlo más fácil para ti.

- ¿Entonces qué sentido tiene todo esto? – lo miré.

- No tiene ninguno… yo lo lamento… – alcé las cejas, eso no me lo esperaba.

- ¿Qué lo lamentes me beneficia en algún sentido?

- No… tampoco lo hace – se miró los pies.

- ¿Por qué haces esto? – lo acusé – Ni siquiera me conoces.

- Antes… por curiosidad – dijo – Ahora… por placer.

- ¿Placer?... me suena a cliché… - le dije con sorna.

- Esto es totalmente diferente, lo que tú haces a lo que yo hago… - aclaró – Tú lo haces por dinero… yo lo hago porque quiero hacerlo.

- Yo tampoco quise hacerlo, pero nunca hubo otra opción – me abracé a mí mismo, sintiéndome pequeño.

- Esto es un punto muerto entonces – concluyó.

- Entonces van a… - tragué saliva - “me van a culear hasta que no pueda usar el ano ni para cagar” – dije, imitando el tono de su voz cuando pronunció esas palabras.

- Creo que por fin lo entiendes. Eduardo tiene una actividad muy divertida que quiere compartir con nosotros, y bueno, tu vendrías siendo algo así como el protagonista… Si hacemos esto – agregó – las fotos y todo quedará en el pasado, no nos volverás a ver en tu vida, ¿lo tienes claro, verdad?

- Es lo único a lo que me aferro – lo miré con repulsión.

- Bien… porque tengo muchas ganas de probar esa boca tuya – dijo, agarrando su miembro, llamándolo a la vida.

- No esperarás que…

- Conoces mis condiciones, si quieres decirle adiós a la carpeta me la vas a mamar, me daré una ducha e iremos a ver a Eduardo – esperó mi respuesta.

No pude decir nada más. Le había prometido a Claudia un final limpio. ¡Diablos!, me lo había prometido a mí mismo. Ellos sabían que lo haría, nada fue dejado al azar, midieron cada una de mis reacciones, todo fue orquestado para que yo hiciera lo que ellos querían, me tenían a su merced.

Me acerqué a él y me puse en cuclillas. Tomé su pene entre mis manos y elevé la cara, mirándolo, una sonrisa de suficiencia se dibujó en sus labios. Eso me provocó. Abrí la boca e introduje su glande en ella. Succioné lentamente y luego lo mordí. Sólo escuché su grito y la forma en la que me empujó haciéndome caer de espaldas, una carcajada se escapó desde lo más profundo de mí ser.

- ¡Maldito! – me gritó, retorciéndose de dolor. Seguí riéndome.

Lo miré, estaba sentado en el suelo, sus manos cubriendo sus genitales, su cara crispada de dolor. Creo que eso lo sacaba de ecuación, su pene no aguantaría otro asalto en esas condiciones. Joder, verlo ahí murmurando incoherencias, tratando de calmar el dolor, desnudo y apocado, iba a ser una imagen que me quedaría grabada para siempre en la memoria. De improviso, me miró con una furia asesina, eso disipó mi buen humor. Lo miré serio y así estuvimos hasta que hablé.

- Creo que sufriste un pequeño accidente – le dije, fingiendo pena.

- ¡Hijo de puta! – me grito, cabreado.

- Les voy a romper la verga hasta que no puedan usarla ni para mear – le prometí al tiempo que le mostraba el dedo medio.

Se quedó allí tratando de recobrar el control de su cuerpo, esperando que el dolor mitigara. No desperdicié la oportunidad, una vez que recobrara su capacidad motriz iría a por mí. Me puse de pie con agilidad, lo rodeé y llegue a la cama, donde estaba la carpeta. Lo sentía respirar trabajosamente a mi espalda, no le presté atención. Estaba fuera de juego por el momento. Agarré la carpeta y corrí hacia el baño. Me encerré ahí. Tomé las fotos y comencé a hacerlas picadillo dentro del inodoro, cuando terminé mi faena, tiré la cadena y las vi desaparecer. Sabía que era un acto infantil hacer esto, no me caía duda que había originales en formato digital, pero hacer desaparecer las copias hizo el problema menos real. Y ya tenía un plan para contra-arrestar ese asunto. Mi escudo se encontraba a varios kilómetros de aquí, sobre el velador. Si yo caía, los arrastraría conmigo.

- ¡Déjame entrar! – me pidió.

Tomé un respiro, y me acerqué a la puerta, la abrí. Y ahí estaba, apoyado sobre un codo en el arco, cubriendo sus ojos. No se veía bien. Me di unas palmaditas mentales en el hombro por mi logro. Había revertido los papeles, yo también era un cazador, y no solo la presa. Miré su miembro, estaba enrojecido y alarmantemente inflamado.

- Deberías pedirle a Roberto que revisara eso – le dije apuntando su pene.

- ¿Qué Roberto? – su voz era agónica.

- El Dr. Santibáñez, creo que lo conoces…

- Ah, ese Roberto… - dijo, y entró al baño tambaleándose, dio un portazo tras de mí.

Sentí la ducha y me pregunté qué repercusiones tendrían mis actos en mi futuro inmediato. Decidí que lo mejor era largarme ahora, podría lidiar con los problemas más tarde, con la cabeza más fría y sin esa sensación de malestar en el estómago que había empezado a invadirme. Rememoré el espanto en su voz cuando me sintió hincar los dientes en su virilidad. Su gritó fue el de un macho herido, agónico. Música para mis oídos. Yo también jugaría sucio.

Estaba por llegar a la puerta cuando sentí su celular vibrar, me acerqué rápidamente, mirando la puerta del baño, rezando para que no saliera en este preciso momento. Encontré el teléfono entre sus ropas, en el suelo. Era Eduardo, acepté la llamada.

- Tráelo. – fue todo lo que dijo y cortó.

Alejé el teléfono de mi oreja, y miré el aparato. Así que Eduardo estaba listo para jugar. Olvidé mi plan de escape y activé el plan de ataque. Los expertos en deportes no dicen que la mejor defensiva es una buena ofensiva. O algo así. No era muy culto en ese sentido, y no importaba, esa era mi estrategia. Aproveché de mirar la hora, las una con cuarenta y siete minutos. Llevaba casi tres horas fuera de casa. Sentí sonidos desde el baño. Recogí toda la ropa del suelo y la tiré sobre la cama. Iba a tener que agradecerme esta muestra de humanidad, el nunca hizo ese gesto conmigo cuando me dejaba con el trasero adolorido después de nuestras sesiones.

- Pensé que te habías ido – dijo cuándo me vio, se quedó parado en el acceso del baño.

- Sólo quería asegurarme que estuvieras bien – le mentí.

- Te voy a matar – me amenazó - ¿lo sabes?

- No creo que estés en condiciones – me encogí de hombros. Era verdad, si el trataba de atacarme en ese estado, lo mandaría a freír monos al África con una Mega-Patada-KameHameHa.

- Ahora no, pero siempre hay un mañana – puntualizó.

- No creo que estés pensando muy bien tu plan, ¿sabes? – le refuté – Siempre puedo poner una orden de alejamiento en tu contra, o escribir cartas que te apunten como culpable si algo me pasa. Así que… ahórrate el sicario y las amenazas y supéralo amigo.

- Eso si logras salir vivo de aquí – me congelé.

- No podrías ganarme, no en ese estado. El dolor te hará más lento – inventé, esperando que agarrara el anzuelo.

- Tienes agallas – me elogió. Hice un mohín, agarré sus bóxer y se los lancé, los atrapó justo a tiempo antes que golpearan su cara.

- Vístete – le ordené – tenemos que ir a ver a Eduardo, hace tiempo que no lo veo y quisiera decirle “Hola” y tal vez darle un beso.

- ¿Iremos a ver a Eduardo? – preguntó sorprendido.

- Por supuesto, lo extraño – ironicé al tiempo en que comenzaba a salir de la habitación, yo tenía un plan que ejecutar. Cuando llegué a la puerta me volví – Te espero abajo – dije, dejándolo atrás, solo.

- - -

Íbamos en silencio por la carretera. No nos habíamos vuelto a dirigir la palabra, tampoco me interesaba hablar con él. Tenía un plan en mente. Ya había dado el primer golpe, saqué al hombretón a mi lado del juego por un largo tiempo. Tenía que encargarme del otro bastardo. Si él me creía perdido, se equivocaba. Yo también puedo ser peligroso, el imbécil a mi lado era testigo.

Me sentaba en el lugar del copiloto. La tensión entre nuestros cuerpos era palpable, estábamos más cerca de lo que mi médico habría recomendado, sentarse al lado de éste tipo, con la ira que contenía, era un factor de riesgo para la vida de cualquiera, para mí era suicidio seguro. No me importó, tomé el riesgo sólo para marcar territorio.

Verlo llegar al auto fue… grandioso. No sé de donde saqué la seriedad necesaria para no reír a carcajadas. Cojeaba y hacía una mueca de dolor con cada paso que daba. Antes de poner un pie frente del otro parecía elevar una oración al cielo para que un ángel descendiera y le sanara la verga. Deseé haber estado al interior del recinto para verlo bajar las escaleras, seguramente lo hizo a rastras. El ápice de la diversión fue cuando se sentó en el auto. Juro que lo escuche sollozar. No pude aguantar, me reí descaradamente en su cara. No dijo nada, sólo me fulminó con la mirada, yo no me dejé amedrentar, el show fue bastante cómico, el actor merecía una ovación de pie. Chasqueó los dientes, apretó la mandíbula y nos pusimos en marcha.

Si no estábamos en medio de la nada, nos encontrábamos muy cerca. La lluvia no había cesado ni por un segundo. Habíamos dejado la carretera hace unos pocos minutos, nos hallábamos fuera de la ciudad, en lo que parecía ser una zona bastante rural. El camino se perdía allí donde las luces no alcanzaban a iluminar, alejado de los focos del vehículo, el mundo estaba sumido en la oscuridad más absoluta. De alguna extraña forma reconocía el camino, sabía que unos kilómetros más adelante nos encontraríamos con un antiguo puente de madera, y una vez que lo cruzáramos, el asfalto acabaría, dando lugar a un camino de tierra. Los árboles rodeaban la ruta formando una pesada pared de hojas negras, dándole un aspecto tétrico al ambiente.

Me quedé mirando por la ventana, absorto en mis pensamientos, ajeno del mundo que me rodeaba cuando el vehículo se detuvo. Miré a tientas, en la oscuridad, tratando de localizar a Eduardo. Los focos de un auto se encendieron frente a nosotros. Las luces me enceguecieron, instintivamente llevé mi antebrazo a los ojos para cubrirme. El haz de luz de los focos, dejaba entrever las gruesas gotas de lluvia que brillaban al caer, mientras refractaban la luz. Miré a mi acompañante.

- Llegamos – anunció.

- No me digas… pensé que aún faltaba camino – dije sarcástico.

- Bájate – respondió lacónico.

No necesité más invitaciones, si quería salvar mi pellejo, necesitaba ver a Eduardo. Distraerlo era la primera opción, si de alguna forma lograba estar frente a sus genitales, tendría el mismo destino que su amigo. Me había convertido en un come-verga letal. La segunda opción era un mano a mano, viéndolo de forma objetiva, yo era fuerte, tenía años de entrenamiento. Sabía algunas técnicas de combate, una vez entré a una clase de Defensa Personal, aprendí ciertos trucos como el hueso de la nariz que se incrustaba en el cerebro. Las patadas bajas. Los ganchos altos. Y los mordiscos de glande, aunque eso lo inventé hace poco. Con eso tenía. Aunque seguramente él sabía cómo defenderse, traté de no ir por ese camino, yo tenía el factor sorpresa. La tercera opción era el sexo, pero esa alternativa era imposible.

Desabroché el cinturón de seguridad, tomé el paraguas y salí del auto, él no se movió. Me sorprendió lo tibia que se sentía la noche, esperé la llegada de una ráfaga de viento que me congelara, pero nada pasó. Seguramente los árboles a mi alrededor generaban una especie de cortina que impedía que la fría brisa nocturna penetrara en el camino. La puerta del copiloto del vehículo frente a mí se abrió de par en par, dándome la bienvenida. Me acerqué, mientras en mi mente repetía incesante “Tú eres valiente, tu eres valiente”, como un mantra.

Eduardo se sentaba erguido, su rostro cuadrado no dejaba ver ninguna emoción, estaba impávido. Miraba al vacío, a un lugar lejano de donde estábamos él, su amigo y yo.  Me subí al auto, dejando un rastro de barro en la tapicería con mis zapatillas, no me preocupé. Cerré la puerta con fuerza y esperé a que él hablara.

- Fabián – me saludó, Manteniendo su vista al frente. Se me erizaron los vellos de la nuca cuando escuché mi nombre.

- Eduardo – le contesté.

- ¿Qué tal lo pasaste en el Bar? - preguntó con su voz ronca.

- He tenido borracheras mejores – una fugaz sonrisa cruzó su rostro.

- Así que… el musculoso… ¿Es tu novio? – le fruncí el ceño, sin saber a dónde quería llegar.

- Lo es – mentí.

- ¿Él acepta que… - se retractó - …tu trabajo?

- Lo hace - ¿Dónde quiere llegar?, pensé.

- ¿Sabe lo nuestro?

- No existe tal cosa como “lo nuestro” – me apresuré a contestar – Pero sí, no tengo secretos con él.

- Me gustó verte ese día… te veías dispuesto  – retomó.

- ¡Eres un maldito… - empecé.

- Cuidado, Fabián, no olvides con quién estás hablando – la ira explotó en mí.

- ¿¡Quién mierda te crees que eres!? – comencé a gritar - ¿¡Quién crees que soy yo, eh!? ¡Piensas que puedes llegar y hacer las cosas que deseas con mi vida por un poco de dinero! ¡Qué puedes jugar con mi vida! ¡Mi vida!... ¡Enviaste a Antonio a jugar conmigo! ¡Y le contaste “eso”!... ¿Tu entiendes verdad? Sabes, que lo que había en esa carpeta nos perjudica a ambos… ¿o qué? Piensas que esto me concierne sólo a mí… Yo tengo la forma de hundirte Eduardo, lo sabes muy bien, así que no juegues conmigo, porque te vas a quemar.

- ¡No me amenaces, “Perra”! – Su voz sonó imperiosa, opacando la mía.

Me quedé en silencio. Ahora solo nuestras miradas se confrontaban, buscando la debilidad de cada uno, evaluando la mínima vulnerabilidad que nuestros ojos pudieran reflejar. No dejaría que me apabullara, si apartaba la vista, estaría perdido. Su teléfono vibro. Lo llevó a su oreja lentamente, sin dejar de mirarme.

- Diga – ladró.

El azul de sus ojos adquirió diferentes matices en la medida en que su interlocutor le entregaba una información que no parecía agradarle. Pasó de un tono claro cuando lo invadió la sorpresa, a un azul eléctrico cargado de furia. Un parpadeo y el iris se volvó de un azul profundo, oscuro, como el océano. Con una furia asesina. No lo vi acercarse, solo fui consciente de su presencia cuando fue demasiado tarde. La puerta se abrió, sentí un tirón en el brazo y caí sentado en el suelo, mi espalda aún apoyada en el auto, aferrándome al asiento. Un sonido se escapó de mis labios producto de la sorpresa, pero me sonó distante, como si no fuera yo el que gritara.

- ¿Qué hiciste? – la voz de Eduardo estaba tensa, contenida.

- ¡Yo digo que matemos a la Puta! – Antonio hablaba a mis pies, lleno de furia, sus manos sujetando mis pies.

- ¿¡Qué!? ¡¡No!!... ¡¡Suéltame!!... – empecé a retorcerme, tratando de liberarme del agarre de Antonio.

Caí de bruces al suelo. Mi cara estampada contra el barro. Le había bastado otro simple impulso y salí eyectado del vehículo. Me puse de pie lentamente, enfrentando a mis adversarios. Eduardo había descendido del automóvil, caminaba lentamente hacia mi encuentro. Antonio se paraba a tres pasos de distancia, los ojos entrecerrados, las manos a sus costados, los puños apretados enviaban un leve temblor hacía sus extremidades, listo para liberar la energía contenida. La lluvia caía, al igual que mis lágrimas, lavando mi rostro.

- Arruinaste todo – susurró Eduardo, dándonos alcance, se detuvo frente a mí, a sólo unos centímetros.

- Te juro que no he hecho nada… - le imploré. Sintiéndome patético, ¿Acaso no era yo mismo el que consintió este encuentro? ¡Maldita sea!, vine en forma voluntaria.

- ¿Nada? – preguntó Antonio.

- Eso fue un accidente… – Solo sentí la fuerza del impacto y el dolor, que hizo que retrocediera unos cuantos pasos chocando contra un muro humano, me doble sobre mis rodillas en forma involuntaria, sin poder respirar. El golpe en la boca del estómago me dejó sin aliento.

- ¡No mientas! – Eduardo se acercaba a mí, con cada paso prometiendo otro golpe.

- ¡Me la vas a pagar Puta! Nunca debiste morder a mi “amiguito”… y nunca debiste venir acá – Antonio me tomó por el pelo, enderezando mi posición, y luego me hizo presa de su cuerpo. Pasó sus brazos por mis axilas y apoyó sus manos en mí nuca. Dejando mis brazos extendidos hacia los lados, convirtiendo mi cuerpo un blanco fácil.

Eduardo no se hizo de rogar, llevó sus manos a su pecho, las juntó y se estiro haciendo sonar sus huesos. Terminado el pre-calentamiento, se lanzó al ataque. Su primer golpe fue directo a mi cara, impactó en mi boca, sentí mis labios reventar y una corriente eléctrica en mis dientes, los que dejé de sentir al instante. La fuerza de su envite me habría hecho caer de espaldas si Antonio no me sujetara con tanta fuerza, aun así, el impacto me hizo retroceder un paso, haciendo que él se moviera conmigo.

Luego vinieron muchos, muchos más, cada uno dejando una estela de dolor a su paso, que era rápidamente silenciada por el siguiente. Sus golpes abarcaron todo mi tren superior, el abdomen, el pecho, y la cara. Los momentos más dolorosos fueron cuando se paró frente a mí y empezó a repartir ganchos altos consecutivos a la boca de mi estómago, impidiendo que ventilara. En cada golpe imprimió la misma cantidad de fuerza, con cada golpe algo se rompía en mi interior. No me quejé, no le di ese gusto, aguanté estoico, los únicos sonidos que proferí fueron los roncos carraspeos que emití cuando trataba de eliminar los cúmulos de sangre y saliva que obstruían mi garganta impidiendo que el aire ingresara en mis pulmones, cada vez que me fue posible respirar. A una señal que no escuché, Antonio soltó su presa y caí al suelo apoyado en mis rodillas y codos, jadeando.

Unos vaqueros se pararon junto a mi cara, sentí como Antonio se inclinaba, tomó mi pelo y me obligó a mirarle, mi visión estaba desenfocada, nublada, sentía los parpados hinchados, por lo que me costaba gran esfuerzo mantener los ojos abiertos.

- No te ves nada bien – dijo con una sonrisa maliciosa en la cara – deberías pedirle a un médico que te revisara.

Lo escupí en la cara, un hilo de sangre quedó colgando desde su ojo hasta la nariz. Cerró los ojos, el rostro crispado en furia. Haló con más fuerza mi pelo, inclinado aún más mi cabeza, mientras que con su mano libre limpiaba su rostro.

- ¿De verdad quieres morir? – susurró en mi oído – Pensé que eras un poco más listo que esto. De verdad pensaste… de verdad creíste que podrías enfrentarte a nosotros. ¡Ya estás medio muerto y sigues luchando!, ¡Eres increíblemente valiente o increíblemente estúpido! - me observó por un segundo, y luego me escupió en la cara.

Se puso de pie liberando su agarre en forma brusca, lo que hizo que mi cabeza se balanceara entre mis hombros, hasta que pude mantenerla fija mirando el suelo. Un material viscoso caía desde mi nariz hasta el barro, mezclándose.

- El Puto está listo para jugar contigo Eduardo.

No pude distinguir desde que punto me llegaba la voz de Antonio. Sí percibí gran diversión en ella, como si se tratara de un deporte que practicaban hace mucho tiempo, me pregunté qué tan cierta fue la historia que me contó en el Hotel, y cuántos habían estado en la misma posición en la que me encontraba. Esperaba que no hayan sido tan imbéciles como yo para ofrecerse de voluntarios a la muerte.

- ¿¡De verdad!? – Eduardo estaba fascinado.

Llegó rápidamente a mí lado, me agarró de un brazo, poniéndome de pie. Me desestabilicé, y estuve a punto de caer, cuando me tomó por los hombros, frente a mí, para evitar que cayera. Cuando me sintió seguro, liberó una de sus manos y la puso en mi barbilla, elevándola, un leve dolor irradió con su toque. Gotas de agua caían por su pelo, descendiendo por toda su cara. Una sonrisa de oreja a oreja se extendió por su rostro.

- Hola – dijo.

No contesté nada. Cerré los ojos. Quería imaginar que estaba en otro lugar. Un lugar soleado y no lluvioso, donde estuviera seco y limpio y no empapado y lleno de barro, y por sobre todo, un lugar donde cada respiración que diera, no enviara un grito de protesta que recorría todo mi cuerpo en modo de respuesta, idealmente un lugar donde nada doliera, y ellos no existieran.

Besó mis labios. Su caricia fue urgente, su lengua tratando de invadir en mí. Me separé abruptamente, pero cuando comprendí lo que había hecho y la reacción que mi acción iba desatar en él, lo miré con temor, esperando el nuevo golpe de dolor. Me observó unos segundos, en su boca había un rastro de sangre que era limpiado rápidamente por el agua que caía. Movió sus manos y me encogí ante su movimiento, pareció causarle gracia. Apoyó sus manos en mis hombros y me giró.

- Arruinaste el plan… – me susurró al oído – había algo muy divertido que quería probar contigo… – una de sus manos fue descendiendo por mi espalda hasta llegar al borde de mi pantalón – pero… - separó la tela de mi piel – Antonio era parte importante… - introdujo su mano siguiendo la línea de mi pliegue – Pero lo lesionaste… - uno de sus dedos comenzó a invadir, buscando mi entrado.

Me comencé a sentir asqueado, me mordía la lengua tratando de no gritar, de no llorar. Ya no quería más dolor, ya no quería más tormento. Pero prefería los golpes, los elegiría mil veces a tener que entregar mi cuerpo. El Puto había muerto, murió esta noche. Había claudicado entre una lluvia de golpes en una noche lluviosa en medio de la nada. Yo sobrevivía. Yo importaba.

Me alejé de su toque, subiéndome los pantalones mientras me giraba, vi por el rabillo del ojo que Antonio se acercaba a trote, bastante recuperado, nos había estado observando apoyado en su auto.

- No me toques – le dije a Eduardo, mirándolo.

- Tú me perteneces – dijo, acercándose.

- No te acerques – le volví a advertir.

No detuvo su andar, estaba a escasos centímetros. Actué de puro instinto, impulsado por la adrenalina y el odio, salté la distancia que nos separaba, y le di un rodillazo en los genitales, descargando toda la ira y el dolor contenido en el golpe, vengando al Puto que había nacido y muerto en las manos del maldito al que golpeé.

Lo escuché jadear y caer al suelo pesadamente. Una fuerza me propulsó hacía atrás haciéndome caer, un gruñido bajo se escapó de la garganta de mi atacante, rodé por el suelo. Miré la escena desde la distancia, Antonio se cernía sobre Eduardo que se hallaba tendido en el suelo, las manos en los genitales, lanzando improperios de dolor. Traté de ponerme de pie nuevamente, fue un trabajo arduo, pero lo conseguí. Vi a Antonio extendiendo la mano, ayudando a Eduardo a levantarse. Este último, se apoyó en sus rodillas recobrando la respiración.

Miré uno de los vehículos, eran mi única vía de escape, tenía que conseguir llegar a uno de ellos. Antonio pareció intuir mi plan.

- ¡No llegarás! - gritó, advirtiéndome.

Lo miré. Él tenía razón, si nuestra distancia fuera mayor, quizás lo lograría, pero aun estábamos demasiado cerca. Si Antonio no hubiera intervenido, habría prolongado el dolor de Eduardo. Quizás sería un homicida en estos momentos. ¿Quién sabe?

Vi a Eduardo mirarme, una determinación asesina cubría sus rasgos, comencé a retroceder lentamente, acercándome a los autos. Se miraron por un segundo, trazando un plan silencioso. Me aterré y corrí forzando a todos mis músculos a responder a esta llamada de auxilio. Escuché el sonido de sus zapatos impactar con el barro a mi espalda, a escasos centímetros de mí, me concentré en mi objetivo. Llegó por mi costado. Caí presa de un cuerpo más pesado que mío. Rodamos por el suelo, enfrascados en una danza de golpes.

Quedé bajo el pesado cuerpo de Antonio, traté de golpearlo pero retuvo mis manos con sus rodillas a mis costados. Comencé a respirar rápidamente. Ladeo la cabeza, sonriéndome, su respiración también estaba agitada por el esfuerzo físico.

- ¡Te lo dije! – dijo y me propino en golpe en la mejilla que me hizo girar la cabeza. El golpe sonó feo, como cuero desgarrándose.

Sentí que su peso me abandonaba, respiré profundamente y la primera patada llegó, dura en mi flanco, me retorcí de dolor, recogiéndome en posición fetal, cubriendo mi cabeza con mis manos. El dolor llegó de una forma diferente esta vez, porque ya no era uno solo mi atacante, ahora eran dos.

En algún momento dejé de pensar con claridad, en algún momento el tiempo perdió valor, y mi cerebro se desconectó de mi cuerpo, no hubo más dolor. Me fui hundiendo lentamente, la oscuridad anegándolo todo.

- - -

- ¡Mantente alejado! – una voz gritaba - ¡Julián! Mete a Eduardo al auto y sácalo de aquí.

- Déjame verlo – pedía una voz, llena de dolor.

- ¡Aléjate! ¡Tú hiciste esto! – Volvió a gritar la voz - ¡Dios por favor, por favor! – comenzó a rezar, sólo yo pude escucharla.

- ¡Andrea! – pidió de nuevo la otra voz.

- ¡Vete! ¿Está bien?... sólo vete.

- Necesito saber que está vivo… dime que no…

- Aún respira ¿Ok? – lo tranquilizó - ¿Suficiente?

Sentí su mano tocar mi frente, y descender hasta mis mejillas, comenzó a golpearme suavemente, llamándome a la vida.

- ¡Ey!... ¿me escuchas?… ¿puedes oírme?... ¡Por favor!... ¡Por favor! – rogó su voz, por la forma en que hablaba pude sentir que lloraba. Quise consolarla. “No llores por mí” quise decirle, “No vale la pena”, pero insistía - ¿Me escuchas?...

Con cada palabra que decía, parecía encender una luz que me sacaba de la oscuridad, no tenía fuerzas para hablar, no sabía dónde estaba mi boca, o mi garganta. Quise pedirle que me dejara, que no hablara más, que apagara las luces, porque la oscuridad era cómoda. Quise decirle que con cada luz que encendía, mi cerebro se reconectaba con mi cuerpo, enviando oleadas de dolor que me paralizaban.

- ¿Va a morir? – pregunto nuevamente la voz angustiada.

- ¡Lo hará! Pero no podemos hacer nada – dijo la mujer, su voz llena de dolor. Me recordó a Claudia, ella estaría muy triste también sin mí. Sólo nos teníamos el uno al otro.

- Cla… - traté de llamar a mi amiga, decirle adiós, decirle que la amaba. Pedirle que no llorara.

- ¡Está hablando!... ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!... – ella parecía llorar de felicidad ahora, pero yo necesitaba a Claudia, y necesitaba a Mamá.

- Clau – volví a llamar.

- Shhh… tranquilo, tranquilo… ¿todo va a estar bien, de acuerdo?... tranquilo… - pasó su mano por mi frente nuevamente, acariciándome. Su gesto me llenó de tristeza, yo no lo merecía.

- Claudia – le pedí.

- Ya viene… ya viene… quédate conmigo ¿está bien? – con su mano libre agarró una de las mías – quédate conmigo.

- ¡Tenemos que irnos! – urgió una voz diferente a las otras.

- Julián no podemos dejarlo acá… - dijo la mujer, apretando con más fuerza mi mano.

- Andrea… tenemos que irnos… llamé a la ambulancia, vienen en camino… si los encuentran acá…

- Nos quedaremos – dijo la otra voz llena de decisión.

- No podemos quedarnos… - concluyó Andrea – Julián tiene razón.

Lentamente liberó sus manos, acarició una vez más mi frente y se alejó. La escuché acallar un sollozo mientras se alejaba, dejándome solo. Gotas de agua comenzaron a caer en mi rostro, haciéndome pensar que ella había detenido la lluvia solo para mí, tampoco merecía eso.

- ¡Ey! ¡Ey! – una nueva voz me hablaba, no lo había oído acercarse, me golpeaba la mejilla – Óyeme… ¿Puedes oírme?

- Sí… - mi voz sonó forzada, de ultratumba.

- Bien… óyeme… cuando los policías pregunten, debes decir que te asaltaron ¿Está bien?...

- Sí… - repetí, pero esta vez apenas fue un susurro.

- Bien… te prometo que si dices eso, la carpeta… las imágenes desaparecerán ¿está bien?... sólo di que te asaltaron ¿Bien?... que te asaltaron… recuerda…

- Bien – traté de decir, pero no estoy seguro si el sonido alcanzó mis labios.

Luego se fue. Escuché sus vehículos alejarse, y me quedé ahí, en un mundo sumido en la oscuridad, con la lluvia revitalizándome, pidiéndome que viviera. Me quedé ahí, en la soledad absoluta.

(9,13)