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Alexia

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Hacía tiempo que pensaba en Alexia, mi ex novia, añoraba parte de la vida que tenía con ella, los mejores momentos y soñaba con volverla a ver. En demasiadas ocasiones de las últimas semanas, me había descubierto suspirando por mi joven morena.

Al final ocurrió, fue un reencuentro muy peculiar. Posiblemente fruto de la casualidad, o quizás no tanto. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos, el enfado mutuo presidió esa última cita, la relación había muerto y el dolor y la ira alienaron el espacio del deseo que siempre habían presidido nuestras citas.

El encontrarla a la salida del gimnasio, de sopetón, cuándo el bienestar post-deporte te embarga el cuerpo, y tener esa visión; Alexia con falda, top y tacones, tan bien y a la vez poco vestida tuvo un efecto inmediato en mi entrepierna. Ella lo supo enseguida, no pude reprimir una caricia en los hombros al darnos los dos besos de rigor. Supongo que la sorpresa fue palpable y la mirada de deseo que no pude evitar fue bastante transparente para ella. Tras los insufribles que tal estás y cómo te va la vida, gastamos un par de bromas y no pude evitar tomar la iniciativa:

- ¿te apetece una cervecita?

- pues mira, sí. Con el calor que hace y así además charlamos con más intimidad.

Tuve que haberlo adivinado con esa respuesta, Desde ese momento, sino antes, ya había sido devorado por su vasto atractivo. Los años la trataban bien, morena, fibrosa y con esa mirada y actitud felina que me hizo vivir, sufrir y gozar tanto en el pasado. Su pecho se mantenía firme y bastante a la vista con el breve top lila que lucía. Su tren inferior continuaba siendo impresionante, sin duda alguna seguía siendo el mejor culo del mundo, como muchas veces le había repetido, especialmente en los momentos que tuvimos de sexo sin restricciones. En su cabellera morena, y sus fantásticos labios finalizó mi rápido recorrido visual que lamentablemente no cumplió con el requisito de la discreción.

En el bar, la cerveza, la charla, nuestros motes cariñosos: pzonita y pzonito, las pequeñas puyas relativas al pasado, un roce involuntario de nuestras piernas, la sonrisa y el enlace de nuestras manos decidieron que tal inesperada situación merecía el homenaje de una comida regada con vino y risas.

En el restaurante nos colocaron en una mesa alejada y bastante íntima, el vino tinto crianza nos llevó en la conversación por la senda de la provocación verbal. Ella me hablaba de lo que le encantaba ir a la playa, hacer topless y que los hombres la miraran. Yo le recordaba las fantásticas felaciones que me había practicado en los ya lejanos viajes de vuelta de días de paella y playa que tuvimos. Como se dice en estos casos, una cosa llevo a la otra y el faldón del mantel ocultó su pie comprobando la dureza de mi erección y también protegió mi pie cuando comprobó cuan de escueto era su tanga.

Cuándo pedimos la segunda botella de vino, las risas ya nos habían hecho visibles al resto de comensales, pero ciertamente no nos importaba nada y ya atisbábamos en nuestros cuerpos el crecimiento del deseo y la necesidad de su culminación. Di un paso más cuándo le pedí que me mostrara un pecho, me dijo que si me había vuelto loco, pero lo hizo y contraatacó con la petición de que liberara mi miembro debajo del ya muy socorrido mantel, acepté y ella me dejó fuera de combate con su siguiente movimiento, se agachó a recoger un cubierto que previamente había tirado debajo de la mesa y aprovecho para facilitarme una intensa caricia. Obviamente estos hechos no pasaron desapercibidos a los clientes del restaurant que no nos quitaban ojo sin ya ningún disimulo y a nuestro camarero que acudió presto a sustituir el infortunado cubierto que tuvo que besar el suelo. La situación se tornó tremendamente morbosa y no conseguía relajar mi miembro para devolverlo a un lugar más púdico dentro de mis pantalones. Intenté equilibrar y le pedí el tanga pensando que se acobardaría. Fui un iluso, en 2 minutos lo tuve en mi miembro tras una breve y certera maniobra suya.

Finalmente la llegada del postre y de los carajillos de crema de whisky relajó mi tumescencia y me permitió recoger mi entrepierna a un nivel de pudor adecuado al espacio público que ocupábamos, aunque mi cabeza y mi deseo no me daban tregua. Le propuse algo… : ir al lavabo juntos y ella accedió, tras pagar el fantástico festín nos dirigimos al servicio en una maniobra que fue evidente para todo el mundo, nada más entrar, me arrastró al cuarto de mujeres, cerró y mientras me metía la lengua hasta la campanilla su experta mano liberó de nuevo mi otra vez erecto pene e inicio un enérgico masaje que me hizo gemir de lo lindo. No me conforme con ser el objeto y liberé sus pechos a los que empecé a masajear y pellizcar como un poseso.

Por supuesto no acabo el tema de esta guisa, ella se agachó e inició una magnífica felación, yo gozaba extraordinariamente pero unos inoportunos toques en la puerta del wc interrumpieron el momento. Nos recompusimos como pudimos, salimos con la cabeza gacha evitando mantener la mirada de una señora mayor y del gerente del restaurante que se hallaba presente también. No entiendo demasiado bien el cabreo e indignación de algunas personas por estos placenteros momentos que nos concede la vida, ignoro si es por convicciones morales o quizás y más probablemente por envidia de no ser el protagonista de similares placenteros encuentros.

Abandonamos el local con celeridad aunque sin pizca de vergüenza, creo que el deseo nos impulsó a salir y buscar nuestros labios y nuestros cuerpos nada más cruzar el umbral. Sin apenas mirar giramos a la derecha y encontramos el hueco de la entrada de un parking que tenía un pequeño recodo donde nos reencontramos con el hambre de nuestros cuerpos.

Supongo que el alcohol y la interrupción del lavabo había enervado nuestros cuerpos y ya no reparamos en nada, tan solo buscábamos la satisfacción. La giré y la puse mirando a la pared, le liberé los pechos, le subí la falda y le bajé el tanga, sin solución de continuidad dejé caer mis pantalones y la penetré mientras le retorcía las mamas con mucha energía, ella gritó, yo no le hice caso y empecé el movimiento de bombeo; ella recibía cada embestida con un grito, cada apretón en sus pechos con un gemido y cada palmeo en sus maravillosas nalgas con un respingo que multiplicaba mi placer. Tras un lapso indeterminado ella gritó más fuerte y llegó al orgasmo sorprendentemente antes que yo.

Conseguí reponerme un instante y dejé de bombear, me retiré esos semiglobos que siempre consideré como los más bonitos del mundo y le susurré ¿puedo?, ella aun jadeando asintió o eso me quise entender e inicié la acometida, introduje primero el índice, ella gimió, lo acompañé del corazón para que no estuviera sólo, ella gimió más, y tras unos rápidos vaivenes dentro suyo los retiré y aposente mi miembro en la puerta, empujé y entró. Ella gritó y me recriminó la brusquedad con un "cabrón, con más cuidado", gruñí a modo de disculpa, yo sólo tenía en mente bombear, bombear, y así hice durante un largo rato donde ella gemía y gritaba cuando yo acompañaba mis bombeos de pellizcos en sus pechos y caricias en su clítoris. Finalmente no pude más y me corrí dentro de su ano.

Nos vestimos de nuevo y decidimos que no podíamos pasar tanto tiempo sin vernos y rememorar… Me dijo que le encantaría que la acompañara la semana que próxima a comprarse ropa, que siempre había confiado en mi gusto y que la ayudaría mucho tener a alguien como yo en el probador. Su sonrisa no dejaba dudas y ya empecé a imaginarme, pero eso será en otra ocasión.

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