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Ana 6: desencadenada (Parte 2)

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Luego de hacer un rápido recuento de todos los hombres casados que conocía, llegó a la conclusión de que el ideal era Federico, el nuevo Vigilador del edificio. Le sorprendió que no se le hubiese ocurrido su nombre de entrada, pero concluyó a que eso se debía a la mala experiencia que tuvo con Germán el antiguo Vigilador del edificio (ver Ana 1). Este último fue uno de los tantos amantes de Ana, y fue también el responsable de que la vida de Ana se cruce con la de su vecino, pero en fin, es agua pasada y Federico era completamente diferente. Es extremadamente caballero, y nunca lo descubrió mirándola mientras le daba la espalda. De hecho, si no fuese por su sortija de compromiso, pensaría que es gay.

Federico tiene unos treinta años, es de piel blanca, siempre va bien afeitado y el pelo corto peinado a un costado siempre está prolijo. No es feo ni lindo, pero el uniforme de seguridad le da cierto atractivo. Había hablado poco con él, pero suponía que era un hombre tímido y de fuertes convicciones. Ya se encargaría de afirmar esa suposición.

De a poco se le fue acercando. Le buscaba charla cada vez que llegaba a la noche de algún concierto. Así lo conoció mejor, supo que no tenía treinta sino treinta y seis. No perdió la oportunidad de resaltar lo joven que parecía. Federico, siempre, en algún momento de la charla, nombraba a su esposa, como si con eso se protegiera de la creciente atracción que ya estaba sintiendo por Ana.

Paralelamente a esta conquista, la vida de Ana seguía igual. El vecino, por suerte, se había ido unos días para festejar navidad con sus padres. Los tres pendejos que la chantajeaban, todavía no tenían planes para irse de vacaciones, por lo que durante esa semana, entre que conoció al cadete del supermercado y comenzó a relacionarse con Federico, la contactaron para una nueva orgía. Esta vez sólo se presentaron Diego, y Juan. Lamentó que su violador preferido, Carlos, el más amable, no se presentara. “esperanos en pelotas en tu cama, con las piernas abiertas” le ordenaron vía WhatsApp. Los chantajistas, ya tenían llaves del departamento. El portero los conocía, porque desde hace un mes que venían todos los sábados, durante la tarde “a tomar clases de violín”. Por suerte dicho portero, nunca había reparado, mientras limpiaba el palier de los pisos, que la música que salía de ese departamento, las veces que la visitaba ese trío, provenía de un equipo de música que prendía Ana para apagar los gemidos que inevitablemente largaba.

Cuando Juan y diego abrieron la puerta, se fueron directo al dormitorio mientras escuchaban la suite número uno de Bach, donde encontraron a Ana tal como se lo habían ordenado: desnuda, con las piernas abiertas, un poco flexionadas, dispuesta a recibir aquellos falos que ya venían erectos.

—Que perra obediente — dijo Juan. Ella no dijo nada. Sólo los observó con la mirada carente de sentimientos.

De hecho, durante las dos horas que la poseyeron, no emitió palabra, ni modificó esa mirada apática, mientras la penetraban.

Los chantajistas no hicieron nada novedoso. Primero Juan se la cogió tal como estaba ella dispuesta sobre la cama. Le dio cierta repulsión notar como aquel joven rubio y alto, se excitaba aún más al observar el gesto carente de deseo de ella. Y luego siguió lo mismo de siempre. Embestidas violentas con ella en cuatro. Eyaculaciones sobre su cara, cachetazos en el culo, insultos humillantes, gemidos imposibles de reprimir… los despidió sin levantarse de la cama, con un beso en la mejilla, como si fueran compañeros de trabajo, que se despedían hasta la próxima jornada laboral.

Estaba harta de los hombres. Ya se vengaría de esos pendejos, pero mientras tanto se desquitaría con el santurrón de Federico. Se encargaría de hacer tambalear la vida pacífica que tenía con la pelotuda de su esposa.

Pero también estaba el cadete, Ramiro. Ya había pasado una semana de que hizo el pedido así que Ana hace nuevamente un encargo para llenar la heladera, y la alacena. Y obviamente, para calentarle la pija a Ramiro.

Se pregunta cómo hacer para asegurarse de que sea él quien le entregue el pedido. La página del supermercado no contemplaba la posibilidad de que el cliente prefiera a determinado repartidor, y en todo caso, eso sería exponerse demasiado. Así que simplemente hace el pedido esperando tener suerte.

Se vistió exageradamente elegante y sexy. Con una ceñida minifalda color crema, y una blusa blanca con escote pronunciado. Se puso la bijouterie que solo usaba para ir a lugares elegantes. Un par de aros grandes decoraban su cara, mientras un collar de perlas colgaba encima de sus tetas, y un reloj dorado adornaba su delicada muñeca.

Sonó el timbre. Abrió la puerta y se encontró con un ramiro que la observaba estupefacto, con los ojos desmesuradamente abiertos. Si estando vestida descuidadamente le pareció atractiva, ahora se sentía ante la presencia de un ángel.

—Hola. Pasá. — lo invitó. — ¿Cómo estás?

—Bien ¿vos? — dijo él mientras avanzaba con el carrito que llevaba la mercadería, en dirección a la cocina. — se ve que te vas a alguna fiesta.

—A la inauguración de un local de Palermo. — Miente ella. — tengo que ir bien vestida ¿Cómo estoy? — le pregunta, y hace un giro de noventa grados, como una modelo en la pasarela.

Ramiro se la come con los ojos. No puede creer que exista tanta belleza en un solo ser. Ana tiene un rostro blanco, impecable, nariz y orejas pequeñas. Sus rizos rubios están sueltos sobre el hombro. Siempre sonríe seductoramente, su trasero está bien parado, sus pechos, grandes, en ese diminuto cuerpo, sus piernas, perfectas sobre los tacos.

—Estás perfecta. — le responde mientras va colocando las bolsas sobre la mesada.

—Gracias, que caballero. — esta vez no le pregunta si le apetece coca fría, sino que va directo a la heladera y se la sirve en un vaso. — ¿hace cuánto que trabajás en el super? — le pregunta, entregándole el vaso.

—Hace un mes. Estoy a prueba.

—Bueno, si me preguntan a mí sobre cómo trabajas, voy a hablar bien de vos.

—Jaja bueno gracias. — una vez que el carrito queda vacío se dirige a la salida. Se da cuenta de que esa mujer nuevamente le produjo una erección, pero esta vez siente vergüenza, porque el miembro está acomodado de tal manera que queda parado en cuarenta y cinco grados, y no en noventa como de costumbre, y esto le produce un dolor considerable, y peor aún, lo expone a que todo el mundo note su calentura.

Ana mira la erección unos segundos y le sonríe con benevolencia.

—Acomodatelo tranquilo — le dice.

El cadete queda sorprendido por la naturalidad con que Ana le dijo aquello. Se da vuelta y con un par de movimientos, acomoda su tronco que sigue duro, pero que ahora en noventa grados, y con la remera algo larga, no es tan evidente.

—Perdón. — dice Ramiro, sonrojado, y acalorado.

—No pasa nada. — le responde Ana, quien está tan acostumbrada a los machos en celo, que ver un pito parado es lo mismo que ver una planta.

La actitud de Ana sólo sirvió para calentar aún más al cadete. Estando en el living, la agarró de la mano y la atrajo hacia él.

—¡No! ¿Qué te pasa? — se quejó Ana, aunque lo que quería era que el cadete la desnude y se la coja toda la noche.

Ramiro tironeó de nuevo, y teniéndola cerca la abrazó e intentó dar un beso que ella esquivó.

—¡ándate! — le ordenó. 

—Perdón. Es que sos muy hermosa. — se disculpó el chico. — perdón. Chau. — se despidió, perdiéndose de su vista.

Ana no lo podía creer ¿acaso los hombres eran idiotas? Sólo le faltaba un intento más para que ella aceptara ¿cómo el estúpido del cadete no se había dado cuenta? ¿y ahora qué? En su afán de decidir con quien se acostaba había bloqueado a todos sus amantes ocasionales de las redes sociales, y necesitaba coger con urgencia. ¿y si esperaba a las nueve de la noche que era el horario en que entraba el personal de seguridad y llamaba a Federico con cualquier excusa y se lo cogía? Imposible. Está muy caliente. Necesita una pija ahora mismo. De repente escucha unos sonidos en el pasillo. Son pasos chocando contra el piso, y luego llaves que abren una puerta. Es el vecino, que ya volvió de pasar el fin de semana de navidad con sus padres. Lo odiaba, pero en este momento no le queda opción. Salió al pasillo y le tocó el timbre.

El vecino salió a atenderla enseguida. Está barbudo y despeinado. También necesita una ducha.

—Hola. ¿estás sólo? — le pregunta ella.

El vecino sólo se sorprendió un momento, porque siempre era él quien debía buscarla, y en ocasiones, incluso debía obligarla. Sin embargo, sabe que no es una mujer que actúa con normalidad, así que a la pregunta de si estaba solo, le contesta haciéndose a un lado para dejarla entrar.

Esa noche estaba especialmente hermosa. Él estaba cansadísimo después del viaje, pero la presencia de Ana lo revitalizó. La abraza con ternura, ella entierra su cara en los pectorales del vecino, quien enseguida la toma del mentón y con las yemas de los dedos levanta con suavidad el rostro para besarlo apasionadamente.

—No sabés como te extrañé putita hermosa. — le dice.

—No quiero hablar. Solo quiero que me cojas. — le dice ella. Él le da otro beso.

—Vamos a hacer una cosa. — comenta el vecino. — vení.

La agarra de la mano y la lleva de nuevo hasta la puerta. La abre y la dirige hasta el palier de su piso.

—Ponete contra la pared putita.

Ella obedece. El vecino apoya ambas manos sobre la tela crema de la minifalda, apretándole el culo. “sos la puta más hermosa del planeta” le susurra al oído.

Ana reconoce que la idea de que alguien los pueda ver la excita. Si bien en ese piso sólo viven ellos dos, cualquiera podría decidir bajar por las escaleras, o incluso, escuchar sus gemidos desde los distintos departamentos o ascensores.

El vecino mete mano por debajo de la minifalda y le baja la tanga. Ella levanta una pierna y luego otra para que el hombre se apodere de la prenda y la guarde en el bolsillo como un suvenir de recuerdo. El vecino se acerca a su oído para susurrarle nuevamente:

—Así que querés que te coja.

—Sí.

—Me lo vas  a tener que pedir.

—Cogeme.

—No no no — le recrimina el vecino. — pedímelo bien.

—Por favor cogeme.

El vecino levanta la pollera y se agacha para darle un beso en el culo.

—Por favor cogeme. — reitera ella, ante la lentitud del vecino.

—Decime que sos mi puta. — ordena él.

—Soy tu puta. Por favor cogeme.  — dice ella, separando más las piernas, mientras él baja el cierre de su pantalón. Corre el calzoncillo para abajo, y la penetra sin preservativo.

—¿te gusta así putita? —Le pregunta mientras le da la primera estocada.

—Ay sí, cogeme, cogeme hijo de puta. — dice Ana, ya sin necesidad de que el otro se lo ordene. — sii, asiii, ¡aaaahhhh! — se le escapa un grito cuando el miembro la penetra por completo. — por favor no acabes adentro. — suplica, mientras comienza a menear el culo al mismo ritmo en que el vecino la embiste. — siii, por favor, aguantá más, cogeme más aaaahh aaaahhhh aaaayyaa aaah soy tu putita aaahhh.

El vecino arremete con más potencia. La abraza y estruja sus tetas. Da estocadas más cortas y rápidas.

—Ay ay ay aya si ay si así ay. — gime Ana, a punto de estallar, sintiendo como sus músculos se contraen y las llamas abrasan todo su cuerpo. Aaaaaaaaaaahhh aaaaaahhhhhh aaaaaaaaahhhh. — explota en un orgasmo, apretándose contra el cuerpo del vecino, aferrándose con las manos de las caderas del hombre, retorciéndose pegada a él.

Esa noche, llevó al vecino a su casa, cogieron hasta la madrugada y durmieron juntos. No sabía cómo se lo iba a sacar de encima, pero de momento estaba agradecida por apaciguar su calentura.

Continuará.

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