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Puta - Capítulo IV

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CAPÍTULO IV

"De todo laberinto se sale por lo alto.”
Leopoldo Marechal

 

Por más aberrante que le resultara todo aquello, Daniela, volvió a preguntarse íntimamente qué sentido tendría negarse. Ella estaba aquí por el dinero, nada más. Y dinero era lo que le estaban ofreciendo. ¿Pero entonces el dinero lo era todo? ¿Eso le habían enseñado sus padres?

Justo cuando la angustia estaba a punto de abordarla; en medio del oscuro callejón sin salida en el que se convertía su mente, destelló una chispa lejana y Daniela se aferró a ella con fuerza:

-Ya sé que no tiene nada que ver en este momento, pero… Quiero contarte algo: Mañana me presento a concurso por un cargo de ayudante rentado en la cátedra de Díaz Duref.

-¡Díaz Duref! ¡No te puedo creer!- Respondió Carla con auténtica sorpresa.

-¿Por qué? ¿Qué pasa?

-Yo también estoy en ese concurso. Me presenté la semana pasada.

-¡Qué casualidad!

-Igual, Dani, yo no tengo muchas esperanzas. La cursé el año pasado y el tipo ni se acordaba de mí. No me fue muy bien. De mediocre para abajo, te diría. Si no le hubiera mostrado un poco las piernas a Díaz Duref habría recursado seguro. Me enteré de la vacante y me mandé, pero… Pero vos tenés grandes posibilidades, Dani. Tenés buen promedio, además de lindas piernas.- Bromeó Carla.

Pero Daniela no se lo podía tomar a risa. No en aquel momento.

-Ojalá. A veces pienso que es mi única esperanza.

Carla estaba sentada sobre la cama junto a Daniela, sus muslos semidesnudos se rozaban. Le pasó el brazo por detrás de la espalda. Daniela respondió apoyando la cabeza sobre su hombro.

 

Una imagen enternecedora, estimado lector: la conejita consolando a la colegiala.

 

-¿Estás arrepentida de haber venido?

-No se… -Hablaban casi en un susurro.

-Yo también estaba asustada la primera vez. Pero al día siguiente me di cuenta que todo seguía igual. Que nada había cambiado realmente para mí. Que podía seguir con mi vida, con mis cosas… Era la misma de siempre, aunque con más tiempo libre y menos preocupaciones.

-¿Estás con alguien, Carla? Digo... Además del trabajo.

-¿Un novio?

-Si… o algo así.

-Ahora no… Pero estuve con un chico, si. Mati. Duró unos meses.

-¿Y él sabía..?

-No. Él creía que me mantenían mis viejos.

-¿No pensabas contarle?

-En algún momento, supongo… Pero no hubo tiempo, cortamos antes. Él estaba a full con la merca. No la podía manejar. Cuando descubrí que había empezado a inyectarse, lo dejé de ver... No tengo buenos recuerdos… ¿Y vos?

-¿Yo?

-¿Estás con alguien?

-No… Bueno… Mañana me encuentro a almorzar con Marcos, un chico de la facu. El que te conté.

-¿El del parque? ¿El que se mojó los pantalones?- recordó Carla conteniendo la risa.

-¡Pobre Marcos! No te rías de él…

-¡Imaginate si te viera de colegiala, Dani! ¡Espero que acá causes el mismo efecto así nos vamos temprano!

Ahora sí, las dos rieron abrazadas y luego guardaron silencio por un momento. Daniela fue la primera en hablar. Sabía que tenía que tomar una decisión:

-Gracias, Carla.- dijo, simplemente.

Entonces levantó la cabeza y apoyó sus labios sobre la boca de su amiga. Tal como suponía Daniela, besarla no resultaba para nada desagradable.

Carla se dejó hacer. Sólo fue un beso tierno sobre sus labios sorprendidos, tibios y apenas entreabiertos. No había lujuria; solo ternura.

–Confío en vos.– Le susurró después.

Y así selló su destino.

 

No voy a indagar en las motivaciones ocultas que te han impulsado a tomar tal decisión, estimado lector; solo espero que sepas distinguir entre el vicio y el amor. Daniela necesita sentirse querida, contenida; y bien sabes que ha encontrado en la figura de Carla la seguridad y el cariño que tanto demanda nuestra jovencita. Espero que te sientas responsable de tus actos y que tengas el valor de acompañar a Daniela hasta el final de los acontecimientos que aquí se narran.Estaban las dos amigas codo a codo frente al espejo terminando de retocar algunos detalles del peinado, cuando sonó el celular de Carla. Era Jorge para avisar que todo estaba listo. Que debían bajar. Que comenzaba la acción.

-Estamos ahí en dos minutos.- respondió Carla. Luego cortó la comunicación y lanzó el movil sobre la cama. Allí estaba su bolso, de donde extrajo un pequeño monedero con flores rojas y amarillas. Como si actuara de memoria, lo abrió y tomó una tarjeta plástica que apresó entre sus dientes. Luego sacó un pequeño sobre de papel metalizado que abrió sobre la palma de su mano. Tomó la tarjeta y hurgó con uno de sus vértices sobre el papel. Finalmente levantó de allí un pequeño cúmulo de polvo blanco que se llevó a la nariz. Inhaló con fuerza y repitió la misma operación por segunda vez.

-¿Qué estás haciendo?- Preguntó Daniela con más tono de reprimenda que de curiosidad.

-¿Nunca probaste?

-No.

-Te da confianza y te mantiene alerta. Dos cosas muy útiles en este momento. ¿Querés?

Daniela se quedó sin respuestas. No tenía una idea obtusa sobre las drogas, de hecho había fumado marihuana de vez en cuando. Pero nunca antes había tenido contacto con la cocaína y era la primera vez que alguien le hablaba sobre ella desde una perspectiva positiva.

Confianza y alerta. Si alguien necesitaba una dosis extra de ambas cosas era ella y no precisamente Carla, pensó Daniela. De todas formas, se negó de plano.

-No gracias.- Dijo, dejando hablar al miedo antes que a su propia razón.

-No te voy a insistir en esto. Pero si te dan ganas, está acá.- Le enseñó el pequeño monedero floreado antes de volver a guardarlo en el bolso.- Ahora llegó el momento. No tengas miedo, Dani. Es muy fácil. Lo único que quieren estos tipos es pasarla bien, divertirse, nada más. No te van a tomar ningún examen.

La conejita rubia con cuerpo de modelo y la colegiala de escote exuberante, piel blanca y ojos de miel, salieron del cuarto rumbo a la planta baja.

Carla iba delante, ella la seguía. Bajaban escalón por escalón disminuyendo inconcientemente la marcha. Mientras descendían las escaleras, Daniela vivió un fugaz estallido de pánico escénico. Su cabeza imaginó una docena de viejos desnudos con las vergas tiesas aguardando en la sala, y dispuestos a saltarles encima. Pero la música que llegó a sus oídos la distrajo. Ambas reconocieron de inmediato los acordes de Smells like teen spirit de Nirvana que provenía de la sala. Daniela pensó en Mario. Él había elegido aquella canción.

Ninguna de las dos llevaba calzado, por lo que nadie advirtió inmediatamente su presencia al llegar al último peldaño.

Ante el primer golpe de vista Daniela se sorprendió al ver a una única persona sentada en el enorme sofá de pana blanca. Se alegró infinitamente de que no fuese el viejo inmundo dueño de casa y de que, quien fuera, llevaba sus ropas puestas. No era ninguno de los ya conocidos. Se trataba de un tipo de aproximadamente la misma edad que los otros; un sesentón,  semi calvo, delgado y con un bigote entrecano prolijamente recortado. Lo más curioso no era que permaneciera sentado sólo, en medio de un sofá de cuatro plazas, sino que llevara los ojos vendados.

El volumen de Smells like teen spirit se incrementó súbitamente. Entonces Daniela se dio cuenta que se había equivocado en su primera percepción. Si bien el centro de la escena era el tipo de la venda, todos pululaban por allí: Era Mario quien operaba el control del sonido, probablemente bajo las directivas de Ricardo que se encontraba a su lado; Jorge permanecía más alejado, de pie junto al ventanal que daba al parque, fumándose un cigarrillo. Todos ellos a varios metros de la escena para no disputarle protagonismo al recién llegado cuarto hombre, Humberto, el agasajado.

Carla, como era de esperar, tomó la iniciativa y se encaminó decidida hacia el sofá. Sabía lo que esperaban de ella. Daniela, obediente, siguió sus pasos. Cuando la rubia se sentó a la derecha del tipo, Daniela la imitó e hizo lo propio a su izquierda.

Al enceguecido Humberto no le costó nada adivinar la delicada presencia femenina a cada uno de sus lados, aunque no pudiera verlas. Ricardo y Jorge comenzaron a acercarse poco a poco sin intenciones de intervenir en la escena, por lo menos de momento.

Carla se había sentado de costado, casi sobre su muslo. Así dejaba a la vista de los afortunados espectadores su hermoso culo natural coronado por su divertido rabo de coneja intelectual. Daniela, por el contrario, sin ropa interior y con aquella diminuta falda tableada, no tuvo más opción que apoyar sus nalgas desnudas sobre el mullido sofá, cruzándose de piernas para no dejar su sexo completamente expuesto.

Carla capturó enseguida la atención de toda la sala, incluso de su compañera, cuando comenzó a besar el cuello de Humberto mientras desabrochaba su camisa y acariciaba su pecho.

El viejo se sobresaltó ante el primer contacto y su reacción inmediata fue apoyar su mano izquierda sobre el muslo de Daniela. La colegiala mantenía la vista clavada en su amiga y sus manos sobre el regazo. Estaba esperando una señal que le indicara el rumbo. Sentía la mano fría y húmeda de Humberto que había comenzado a acariciarla. Su corazón galopaba con fuerza en su interior. Estaba asustada y muy nerviosa, pero finalmente la señal llegó.

Carla tomó con suavidad una de las manos de Daniela y la posó sobre el tórax ya desnudo del viejo. Ahora ambas le acariciaban las tetillas y subían y bajaban desde el pecho hasta el abdomen.

Nirvana seguía sonando con fuerza pero no lograba acallar los excitados aullidos provenientes de Ricardo y Jorge.

La lengua de Carla buscó los labios del viejo y este respondió con ansiedad. Comenzaron a besarse obscenamente. Daniela podía observar en detalle la danza de sus lenguas mojadas enredándose y lamiéndose. Mientras tanto, el viejo, presa de la excitación, se aferró con fuerza a su muslo. Y no conforme con ello, intentó avanzar directo hacia su entrepierna. Su empresa se vio rápidamente frustrada al advertir que la chica mantenía las piernas firmemente cruzadas.

Daniela supuso que el avance sería inevitable tarde o temprano, por lo que optó por una maniobra distractora. Se le ocurrió que si tomaba la iniciativa, al menos demoraría las cosas. Entonces besó el lóbulo izquierdo de la oreja de Humberto con una dulzura tan artificial como convincente. Volvió a besarlo; a lamerlo con la punta de su lengua. Y comenzó a descender hacia su cuello.

Daniela, sin proponérselo directamente, había entrado en acción; había tomado su primera iniciativa.

Sintió que la mano del viejo abandonaba su muslo. Objetivo cumplido, pensó.

Pero ahora se había desviado hacia su cintura. Subió lentamente por su espalda hasta aferrarle la parte posterior del cuello. En un movimiento rápido el viejo se movió hacia atrás y las dos amigas quedaron enfrentadas, cara a cara y a escasos centímetros.

Daniela se dio cuenta que Humberto también tenía aferrada a Carla por la nuca. El fin era evidente. El show debía comenzar. Era la hora de interactuar.

Sus bocas de acercaron y sus lenguas comenzaron una danza húmeda y felina.

La conejita era quien tomaba la iniciativa, la que conquistaba territorio con su lengua. La que mordía con los dientes y con los labios; la que lamía y succionaba. Daniela sintió por primera vez el sabor de la saliva femenina dentro de su boca. Y no fue lo único que sintió. La mano del viejo desandaba camino bajando por su espalda hasta aferrarle el culo. Prefirió no pensar en ello. Cerró los ojos y se dio cuenta que solo quería  concentrarse en aquel beso. Podía responderlo y hasta podía gozarlo. Podía abstraerse de la mano indiscreta que había logrado colarse entre la pana del sofá y la tela de su falda, y había llegado hasta la piel desnuda de sus nalgas. Podía abstraerse del público y de sus aullidos enagenados, y sólo dirigir su atención al serpentear de aquella lengua inquieta dentro de su boca. Había algo extraño en su sabor, un dejo amargo que no le resultaba para nada desagradable.

No supo con precisión en qué momento Carla había liberado la bragueta del viejo, aunque no tuvo tiempo de pensar en ello. Carla aferró su muñeca con delicadeza y condujo su mano hacia abajo. Sus dedos memoriosos pudieron identificar rápidamente aquella textura suave y fofa tan peculiar. En seguida supo qué había exactamente entre sus dedos. Prefirió continuar con los ojos cerrados mientras masajeaba los acalorados huevos del viejo.

Los dedos de Humberto, apretados entre su piel y la pana, comenzaron a desplazarse con ansiedad hacía la zona prohibida. Uno de ellos, posiblemente el mayor, rozó triunfalmente la piel rugosa de su ano. Como un acto reflejo Daniela removió sus caderas intentando zafarse, pero la suerte le jugó en contra. Sin quererlo, dejó su madriguera indefensa y al alcance del experto predador.

Al sentir aquel dedo nudoso hundirse en su sexo, Daniela dio un respingo y ahogó un grito, mitad de sorpresa, mitad de dolor. Al abrir los ojos de golpe e interrumpir el prolongado transe con su amiga, notó que Carla la miraba extrañada sin entender qué había sucedido. También notó que mientras ella jugueteaba con los huevos de Humberto, Carla había comenzado a masturbarlo con delicada parsimonia.

Pero a Daniela no le importaba aquel tópico. Solo estaba pendiente de una cosa. Se sentó con fuerza sobre la mano de Humberto para evitar cualquier tipo de movimiento que éste intentara en su interior.

Por suerte para ella, la escena duró poco. Carla tomó las riendas del asunto y, dejando sus menesteres manuales para más tarde, susurró algo al oído de Humberto y luego le quitó la venda que lo cegaba.

El viejo vio por primera vez a las dos jovencitas que tenía a sus lados. A Carla le pasó lascivamente la lengua sobre los labios. Luego se volvió hacia la colegiala de piel blanca y ojos de miel:

-¿Puedo?- Le preguntó.

Daniela entendió y levantó levemente las caderas liberando la mano del viejo. La retirada fue mucho más lenta que su ingreso, pero finalmente salió.

Humberto reparó en el brillo húmedo de su dedo invasor y lo olfateó obscenamente.

-Me gustan las nenas limpitas.- Dijo. Y lo posó sobre los labios de Daniela. A quien no le quedó más remedio que probar el sabor de su propia intimidad. Se preguntaba cuántas cosas más que no había previsto tendría que probar aquella noche.

Humberto se había unido al grupo de Jorge y Ricardo que admiraban la escena desde el sofá de enfrente. Mario se había quedado de pie junto al equipo de audio musicalizando la escena, pero también pendiente del quehacer de las chicas.

Carla y Daniela se habían quedado solas en el sofá blanco. La colegiala introvertida miraba a su amiga sin saber qué era exactamente lo que vendría a continuación. Se la veía incómoda, turbada, intentando inútilmente esconder sus muslos estirando la brevísima tela de su minifalda de tablas. La conejita, con total dominio de la escena, se relamía los labios sin quitarle la vista de encima a Jorge, su mecenas, quien ya se removía en la silla producto de la presión creciente de su entrepierna.

Cuando Cobain punteó el primer arpegio de Lithium en su guitarra, Carla desvió completamente su atención hacia su inexperta compañera de facultad. Comenzó a desabrocharle los dos únicos botones que sostenían su camisa de solapas. Al soltar el último, los pechos prisioneros de Daniela rebotaron levemente hacia delante y la ridícula corbata escocesa se deslizó entre medio. Carla abrió completamente la prenda dejando ante la vista maravillada de todos, un espectáculo único. Los aullidos furiosos no se hicieron esperar. La piel rosada que rodeaba los pezones poseía una leve hinchazón natural que le brindaba a aquellos senos una exquisita topografía de triple relieve.

Carla, sabiendo perfectamente cuál era el foco de atención, pasó la yema de sus dedos por el contorno de una de sus gemas. Daniela sufrió un escalofrío. Entonces la conejita tuvo el impulso de besarla nuevamente y así lo hizo. Quería que su amiga se sintiera protegida. Y ella descubrió que también quería refugiarse en aquel beso. Ninguna de las dos era bisexual, pero se besaron con mucho amor. Se buscaron las lenguas y se mordieron con ternura; y se lamieron y se respiraron y se volvieron a lamer.

A partir de allí no hubo más show; no hubo más espectadores ni aullidos lascivos. Ambas se refugiaron en la ternura de aquel momento, por lo menos durante algunos minutos.

Carla se montó sobre el cuerpo de Daniela para besarla con mayor profundidad, luego fue bajando por su cuello hasta los pechos. Nunca había probado aquel sabor. La piel suave y tersa de los pezones parecía tensarse aun más dentro de su boca.

Daniela, por su parte, sentía pequeñas descargas eléctricas en cada fragmento de su piel por donde su amiga lamía. Sin advertirlo había comenzado a mover la cadera en círculos lentos sobre el sofá acariciando sus labios íntimos sobre la cálida y suave textura de la pana.

Carla lamió y succionó aquellos pechos generosos con ternura y dedicación hasta hacerlos enrojecer. Lentamente se deslizó hacia abajo hasta salirse del sofá y quedar de rodillas sobre la alfombra. El rabo artificial apuntaba hacia el techo y aquel culo artísticamente modelado por la naturaleza y la gimnasia, se ofrecía sugerente hacia su reducido público.

Daniela, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, parecía desmayada. Se había entregado completamente. Había dejado que su cuerpo actuara por sí mismo. Con un movimiento lento pero continuo, deslizó sus caderas hacia adelante y levantó sus piernas apoyando los talones en el borde del sofá. Su sexo se abrió como una flor llena de vida que vuelve a despertar en primavera después de un crudo invierno. El fuerte contraste entre el contorno blanco de su piel circundante con el rojo intenso de su intimidad, resultaba hipnótico.

Carla sintió el sutil aroma almibarado que emanaba aquella fruta jugosa y su boca se colmó de saliva. Primero besó la cara interna de uno de sus muslos hasta llegar a su ingle. Quería demorar unos instantes el plato principal, pero sintió que la mano de su amiga le acariciaba el cabello y se posaba decidida sobre la parte posterior de su cabeza, guiándola, pero sin darle chances a nada más.

Daniela sintió el calor de aquella lengua movediza escurrirse entre sus piernas. Primero describiendo pinceladas lentas y descendentes que partían desde lo alto de sus labios menores; pasaban por la entrada principal; y terminaban en su colita ajustada y sensible. Después, penetrándola no más de dos escasos centímetros, una y otra vez. Sentía que su cuerpo era un imán que atraía energía. Energía que se acumulaba en alguna parte de su bajo vientre.

Si Carla pudo sentir que la piel de los pezones de Daniela se tensaba al contacto con su lengua, ahora tenía la certeza de que el sexo tibio de su amiga se le derretía en la boca bañando su garganta de aquel elixir casi tan dulce como salado. Continuó bebiendo de aquella fuente hasta advertir los entrecortados espasmos que su actividad había comenzado a provocar en el excitado cuerpo de su amiga. Entonces jugó su última carta: atrapó su pequeño entre sus labios el pequeño rubí y presionó levemente.

Daniela había empezado a jadear y a sentir micro descargas. La energía acumulada en aquel reactor que era su propio cuerpo, había comenzado a provocar fallas por sobrecarga. Sentía que tenía que levantar todas las barreras al mismo tiempo y liberarla, dejarla fluir.

Y fue una auténtica explosión.

Cuando Carla besó su clítoris. Daniela se sobresaltó, quiso detenerlo. Pero ya era tarde, solo tuvo una fracción de segundo antes del final. Una fracción de segundo, una foto: Nirvana sonaba de fondo pero no alcanzó a distinguir qué tema; los cuatro espectadores se encontraban de pie, justo detrás de Carla, observando la escena de cerca; dos de ellos, Humberto y Jorge, se habían abierto la bragueta y se masturbaban con fascinada cadencia. Sus rostros estaban desencajados. Quiso aferrarse a aquel segundo y contenerse, quiso dar marcha atrás, pero… la reacción en cadena había comenzado.

Sintió como todas sus terminales nerviosas se contraían al mismo tiempo. Su espalda se arqueó y sus pechos se elevaron conteniendo la respiración. Dos segundos después, todo el aire de sus pulmones se transformó en un alarido agudo y prolongado que fue muriendo lentamente hasta transformarse en una respiración rítmica y profunda.

Aquel sabor complejo de su esencia se volvió más intenso y abundante, y Carla saboreó por primera vez el orgasmo de una mujer. Pero su transe duró menos que el de su amiga. Mientras todavía recibía la intensa corrida de Daniela dentro de su boca, sintió que un líquido espeso y caliente se derramaba sobre la zona lumbar de su espalda y sus nalgas. Se volvió sorprendida hacia atrás y vio a Humberto que se estaba masturbando a corta distancia y la había alcanzado con los tibios efluvios de su orgasmo.

Lo primero que vio Daniela al volver en sí fue la verga goteante de Humberto y los trazos de esperma sobre la espalda de su amiga. Después se enfrentó a aquellos tres rostros llenos de lascivia, de Humberto, Jorge y Ricardo, que la miraban borrachos de lujuria.

-Nunca había visto algo igual.- Se animó a articular Jorge con la pija tiesa todavía en la mano.

Daniela sintió que se le revolvía el estómago del asco y la vergüenza.

-Permiso… No me siento bien...- Atinó a decir. Y salió corriendo escaleras arriba ante la atónita mirada de todos, incluida la de Carla.

 

Estimado lector, si ha sido tu ánimo procaz -como creo que efectivamente ha sido-  quién ha elegido este camino en lugar de otros menos arriesgados, no busques en mí un cómplice de tus bajos instintos. Como dijera alguna vez el maestro Julio Cortazar: soy sólo el traductor de una historia que ya fue escrita. Y la historia de Daniela Szajha, la que tú has elegido para ella, ya lo está.  

 

Daniela se encerró en el cuarto principal y se largó a llorar. Se había dejado llevar por la situación. Una vez más había querido evadirse de la realidad y todo se le había ido de las manos. ¡Había tenido un orgasmo con una mujer! ¡Y nada menos que delante de cuatro hombres desconocidos de la edad de su padre! ¡Ella! ¡La niña modelo! ¡La de mejor promedio! ¡Incluso había gozado como la más sucia de las putas! Su sexo estaba empapado y aun vibraba en su cuerpo la potencia de aquel orgasmo. Sintió vergüenza y mucha culpa.

Entonces intentó desesperadamente secarse la entrepierna con las sábanas, entre sollozos, provocándose dolor, lacerando su propio cuerpo.

No habían transcurrido más de dos minutos cuando Mario abrió la puerta del cuarto y la encontró en aquel estado. Al verlo, Daniela corrió a su encuentro y lo aferró entre sus brazos. Todavía llevaba la camisa abierta y sus pechos desnudos se apretaron contra su cuerpo.

-¡Ayudame por favor…! Te juro que no soy una puta. Te lo juro…

-Ya lo se. No te preocupes.

-Me quiero ir.  No quiero que me toquen esos tipos. ¡No quiero!

Mario la tomó de los hombros y le besó la frente para tranquilizarla. Daniela lo miró suplicante, con los ojos enrojecidos. En ellos no había deseo, solo temor, pero sus pezones estaban duros y erguidos como dos olivas maduras.

-Quiero que me escuches y que hagas exactamente lo que yo te diga.- Dijo finalmente el hijo de Jorge, con aires de príncipe azul.

-Lo que sea.

-¿Alguna vez te provocaste arcadas metiéndote algo hasta la garganta?

-¿¡Qué!? ¿Qué clase de perverso sos?

-No… No es lo que estás pensando. Escuchame bien.

Cuando Daniela salió disparada hacia la planta alta la primera reacción de Ricardo fue meter la mano dentro del bolsillo de su pantalón para extraer una pastilla azul que ya tenía reservada para la ocasión. Inmediatamente se la tragó con la ayuda de su copa de champagne y se maldijo por no haberlo hecho antes.

-Yo voy a estar listo en media hora… Si alguien quiere ir “tomándole lección” a esa chiquita mejor que vaya ahora, porque cuando la agarre yo no le dejo un agujero virgen.

Entonces Mario tomó la iniciativa y salió disparado hacia arriba. No quería sexo, le preocupaba la muchacha.

Cuando llegó al cuarto y la encontró en aquel estado, supo que su intuición no había fallado. Entonces montó una escena propia del cine gore sobre la pulcra cama “California King” de Ricardo.

Después de varias arcadas violentas Daniela vomitó todo cuanto pudo sobre las inmaculadas y perfumadas sábanas. En diez segundos todo era un asco. Incluso también su propio cuerpo y su vestuario de furcia colegiala.

Siempre bajo las directivas de Mario se recostó sobre el hediondo lecho simulando estar desmayada. El hijo de Jorge, visiblemente nervioso pero sin titubear, revisó los cajones de la mesa de noche del dueño de casa hasta encontrar lo que buscaba: Un pequeño tubo cilíndrico de vidrio, algo más pequeño que un tubo de ensayo, lleno de polvo blanco.

Le quitó el tapón plástico y levantó una pequeña cantidad con la yema su dedo meñique para colocarlo sobre el bozo de Daniela. Luego volvió a dejar el recipiente en su lugar.

Cuando todo estuvo listo llamó a su padre al celular y le dijo que la chica se había descompuesto y estaba desmayada.

Jorge, Ricardo y Humberto entraron a la habitación unos segundos más tarde.

El agasajado, quién un momento atrás había ultrajado aquella pueril anatomía con se dedo mayor, al contemplar la nueva escena tuvo que retirarse inmediatamente del cuarto conteniendo un fuerte arcada. Jorge advirtió que lo chica tenía restos de droga en el rostro y se lo informó a Ricardo. El dueño de casa estaba alteradísimo y esta información lo perturbó aun más.

-¡¿Qué carajo hacemos ahora?! ¡Si llega a palmar acá, estoy listo! ¡Me hunde! ¡Encima no se si no es menor de edad! ¡La puta madre! ¡Esta pendeja falopera me va a arruinar!

Jorge intentó calmarlo diciéndole que llamarían a una ambulancia para que le dieran atención médica, pero esto lo puso aun peor.

-¡¿Estás demente, Jorge?! ¡Eso es lo último que vamos a hacer! ¿No te das cuenta? ¡Tenemos que sacar a esta piba de mi casa ahora mismo!

Mario se dio cuenta que había llegado el momento de intervenir y poner en práctica la segunda fase del plan. Primero le tomó el pulso al cuerpo inerte de Daniela -que estaba haciendo el mejor papel de su vida- y concluyó que le parecía normal. A continuación se ofreció a llevar a la chica hacia algún centro de salud donde pudieran asistirla. Jorge, y fundamentalmente Ricardo, aprobaron la oferta de Mario y lo ayudaron a cargar el cuerpo de Daniela hasta el auto.

Cuando Carla terminó de limpiarse el empastado presente que Humberto le había impregnado sorpresivamente en el culo, su amiga ya no estaba en la casa.

A Carla le agarró un ataque de nervios, pero Jorge minimizó la situación diciendo que se había descompuesto y que había preferido marcharse en compañía de Mario, ya que éste tampoco estaba de ánimo como para continuar con aquella velada.

-Seguro que se recupera en el viaje y se van a echar un polvo a un telo. Este Mario es medio tímido, pero me di cuenta como la miraba…

Carla intentó comunicarse con su amiga, pero el celular estaba apagado. Entonces no le quedó más alternativa que confiar en la palabra de su mecenas y terminar sola el trabajo de aquella noche.

Daniela estaba asustada. El coche se había alejado más de cien metros de la casa y ella aun permanecía fingiendo el desmayo. Recién abrió los ojos cuando Mario le tendió una manta para cubrir su cuerpo semidesnudo y hediondo de vómito.

-Se acabó por hoy.- Le dijo.

Daniela se envolvió en la manta para cubrir algo peor que su desnudez, su decencia.

-Gracias.

Luego permanecieron en silencio.

Al cabo de un rato arribaron a la casa de Daniela. Ella volvió a agradecer, turbada por la vergüenza y la humillación de que la vieran en aquel estado,  y se bajó del auto.

Cuando entró en su departamento no pudo contener un acceso de llanto hisérico. Todavía estaba envuelta en la manta. Y debajo estaba la puta colegiala que hedía a vómito rancio. Fue directo al baño y se desvistió completamente sin encender la luz. Quería evitar ver su propia imagen reflejada en el espejo.

El baño caliente logró tranquilizarla.

Por la mañana tendría que rendir un examen y no le quedaban muchas horas de sueño. Ya recostada y con su piel de porcelana exhalando el leve aroma de las sales de baño, los recuerdos de aquella noche comenzaron a quedar atrás, dejando paso al sueño reparador. Lo último que pensó antes de dormirse fue que ni siquiera había podido rescatar sus pantalones donde había guardado algo de dinero.

Todo había sido en vano, aunque sin dudas podría haber resultado mucho peor de no haber sido por aquel tipo, el hijo de Jorge.

Luego se durmió.

Soñó con Mario en algún tramo de aquella noche, pero nunca lo supo porque todo fue a parar a su inconciente. Sólo advirtió al despertar que sus pezones estaban duros como olivas maduras.

 

Estimado lector, aquí terminan los sucesos de aquella noche nefasta aunque fundamental, en la vida de Daniela Szajha. A modo de corolario vamos a concentrarnos en los pasajes más relevantes de su vida privada que tuvieron lugar a partir de este punto de inflexión.

 

Como siempre sucedía, Daniela estuvo perfectamente a la altura de aquel examen. Allí mismo le entregó en mano al profesor Díaz Duref un sobre con su CV tal como habían acordado.

Se sentía agotada física y mentalmente.  Había perdido buena parte del entusiasmo por aquel almuerzo pactado con Marcos a la salida del examen. Además tendría que esperar casi media hora en la puerta de la facultad, hasta la hora de la cita.

Mientras aguardaba de pie en la acera y se planteaba seriamente la posibilidad de marcharse, un auto se detuvo justo delante de ella. Era nada más y nada menos que Mario, el hijo de Jorge, quien la había rescatado del infierno de la noche anterior. Él recordaba su examen y su inscripción al concurso. Mario le propuso ir a almorzar y luego alcanzarla hasta su casa.

Aquella noche sonó su celular a eso de las diez. Daniela ya estaba profundamente dormida pero igualmente decidió contestar. Era Carla que se mostraba muy preocupada por su estado de salud. Daniela no se animó a revelarle la verdad; sentía que había abandonado a su amiga aquella noche. Pero Carla no parecía ofendida. De hecho le había informado que tenía su parte del dinero. Finalmente arreglaron para encontrarse a desayunar en un bar aquella misma mañana. Daniela cortó la comunicación y se volvió  a quedar profundamente dormida abrazada al cálido cuerpo de Mario que también descansaba a su lado.

El dinero recuperado de aquella noche le permitió a Daniela terminar de cursar el cuatrimestre sin sobresaltos económicos y pudiendo dedicarse full time a sus estudios. Incluso pudo enviar algo de dinero a sus padres.

Dos semanas más tarde de lo acontecido, Daniela se enteró que, lamentablemente, el cargo en la cátedra de Díaz Duref no sería finalmente para ella. Pero hubo dos razones que ayudaron a Daniela a no sentirse desanimada. En primer lugar, su idilio amoroso con Mario crecía día tras día; y en segundo lugar, increíblemente, había sido Carla quien finalmente se quedara con el cargo. Daniela celebró esto último como un triunfo personal. Sentía un gran aprecio por su amiga. Carla le prometió que abandonaría su trabajo de “acompañante”, aunque esto no incluía su vínculo con Jorge, quien representaba su principal fuente de ingresos.

De todos modos, Daniela solo tuvo que aguardar al siguiente cuatrimestre para comenzar su carrera académica como docente, aunque ya no en la cátedra del Dr. Díaz Duref.

Al comenzar su cuarto y último año de carrera, el dinero ya no representaba un problema. A poco de cumplir sus veintiún años, Daniela dejó su departamento de alquiler para irse a vivir a casa de Mario. Ambos estaban profundamente enamorados. Al cabo de los dos primeros meses de convivencia Mario todavía no había hablado con su padre de la relación. Finalmente decidió cencertar una cita con él para contarle la noticia, pero la reunión nunca se concretó. Veinticuatro horas antes Jorge sufrió un ataque cardíaco que terminó con su vida. El médico dijo que la mezcla de whisky y sildenafil había resultado un cóctel explosivo para su castigado corazón.

Carla quedó muy impresionada con la muerte de Jorge. Si bien le había tomado cierto aprecio, estaba lejos de sentir auténtico amor por su mecenas. Lo impactante para ella fue verlo exhalar su último hálito mientras el veterano vertía  el jarabe de la vida dentro de su boca. Todo sucedió en un segundo: Jorge ya había pasado al otro mundo cuando Carla todavía no había tomado el coraje suficiente como para ingerir todo aquello. Le llevó tiempo sacarse de la cabeza la morbosa idea de que Jorge ya estaba muerto cuando su verga aun descargaba semilla en su boca.

Una vez superado el trauma, Carla decidió retomar sus servicios de acompañante para complementar su tarea docente. Cuando se lo hizo saber a Daniela, ésta habló con su novio de inmediato. Entonces Mario le consiguió un puesto de secretaria en la consultora que él manejaba y Carla abandonó definitivamente la prostitución.

Un mes más tarde, Carla y Daniela se encontraron a tomar un café en la sala de profesores de la facultad de psicología, como lo hacían habitualmente.

-Daniela, te considero mi mejor amiga y necesito decirte algo que no puedo guardarme más. Algo que pasó hace un tiempo… Pero antes que nada quiero que sepas que estás en todo tu derecho a mandarme a la mierda. De odiarme para siempre.

-Por favor, Carla. No seas melodramática.

-Hice trampa en el concurso de Díaz Duref.

-¿Trampa?- Daniela estaba desconcertada.

-Si. Un día antes de que resolviera quién se quedaría con el cargo, fui hasta su despacho privado y lo soborné.

La primera reacción de Daniela fue contener un ataque de risa. Después preguntó con jocosa incredulidad:

-¿Te cogiste a Díaz Duref?  ¿En el despacho?

-Primero me dijo que me iba a hacer expulsar cuando le pregunté si hacía mucho tiempo que una alumna no se la mamaba. Pero después se la terminé chupando sobre el escritorio. Te pido perdón, pero era mi única alternativa.

Esta vez Daniela no pudo contener la risotada en plena sala de profesores. Después abrazó a su amiga y le confesó cuánto la quería. Ambas lagrimearon de emoción, pero luego Daniela se apartó y dijo:

-Todos tenemos un muerto escondido en el placar, amiga.- Y le contó toda la verdad sobre lo ocurrido aquella lejana y única noche en la que fue puta sin serlo.

 

FIN

(9,22)