Nuevos relatos publicados: 7

Jimi y Betty, los campeones del ‘Maná’

  • 10
  • 6.402
  • 8,00 (5 Val.)
  • 0

Cuando Betty, la experimentada morena flaca y tetuda, e Irina, la carnosa y bien dotada doncella rubia, me estrecharon entre sus igualmente poderosos torsos me sentí inmensamente miserable. Llevadas por la euforia tras nuestra inesperada victoria en el concurso de tekoki del Maná, ambas me apretaron las costillas entre sus formidables pechos con tal entusiasmo que mis pies se despagaron del suelo. Betty estaba aún emplastada en los líquidos de Armando, y el sudor había convertido en transparente la tela de la camiseta de Irina, así que ellas me inmovilizaron en el doble apretón pectoral con el que yo había estado fantaseando toda mi vida sexualmente funcional, y yo me sentí miserable. Luna, mi motivadora, la razón de todo aquello, no estaba allí, se lo había perdido. Ella estaba del otro lado del océano mientras su chico, su criatura, la invención que sus robustas manos habían moldeado golpe a golpe, triunfaba por fin. No era justo.

Cuando sintió mi verga aprisionada abrasando su delicada piel Irina me soltó. Mi miembro escupió unos cuantos disparos de largo alcance más. Betty me retuvo en sus brazos por más tiempo –últimamente se había puesto en excelente forma física- besando mi cuello y los lóbulos de mis orejas mientras yo disparaba al público. Unas manos hábiles, no podría decir de quien, se afanaron para proporcionarme alivio, pero mi rigidez parecía incurable. Shae se levantó, mayestática, y abandonó la sala. La turba formada sobre el escenario me arrastró a los camerinos junto a Betty, dos gorilas, un par de espectadores anónimos de las primeras filas y tres strippers residentes. Irina, que nos alcanzó en el último momento, cerró la puerta tras de sí y pasó el pestillo. Betty nos asió a ella y a mí de la muñeca y nos arrastró a los servicios, donde tomamos una ducha que no consiguió enfriarnos.

....

Me desperté estornudando. La fina melena de Irina me cosquilleaba la nariz. El sol de mediodía proyectaba franjas de luz a través de las venecianas del apartamento de Betty, que descalza y con una toalla enrollada en la cabeza registraba los muebles de cocina en busca de lo necesario para prepararnos dos inmensas raciones de cereales ricos en fibra y zumo de pomelo recién exprimido. Vestía únicamente una camisa XXL que su ex había abandonado en su precipitada marcha. Andaba descalza y sus largas piernas huesudas se abultaban por distintos sitios conforme se estiraba o se agachaba para alcanzar los cacharros. Sus pies blancos parecían danzar un baile extraño, como de zancuda, sobre las frías baldosas, Me deslicé bajo el edredón con cuidado de no despertar a Irina, me puse unos deportivos de Betty –Betty y yo calzábamos el mismo número- y me reuní con ella tras la barra de la cocina. Tenía las uñas de los pies recién barnizadas y bolas de algodón entre los dedos. Le di un beso de buenos días en su largo cuello.

-Así que lo conseguimos!

Betty alzó su pinta de jugo de pomelo, Yo agarré la mía y brindamos.

-Por los campeones del Maná!

-Shhh- susurré señalando a la oronda bella durmiente que yacía boca abajo sobre un montón de ropa de cama arrugada, aplastando la almohada con sus caderas. Unas nalgas suaves y frías como la nieve coronaban las sábanas arrugadas.

-Descuida, tras lo de esta noche ni un escuadrón de tamborileros desfilando por el apartamento podrían despertarla. Ahora es una chica grande- bromeó Betty mientras el jugo de pamplemousse descendía por su largo cuello, fijando su mirada pizpireta en mi semirrelajado badajo. El caso es que lo que Betty no podía imaginar era que TAMBIÉN había sido mi primera vez. Luna había tenido otras parejas antes pero conmigo nuestros juegos de manos la satisfacían plenamente y ninguno de los dos había buscado otra cosa.

-No hay nada que ese infatigable juguetito tuyo NO le haya hecho.

-Ah sí? No estarás celosa? –sugerí con los ojos entornados tras dejar el vaso de lo que me pareció ácido sulfúrico sobre la barra para deslizar la mano bajo los faldones de la camisa de Betty buscando lo mejor de su anatomía; increíblemente duras para su edad y erguidas para su tamaño.

Betty arrugó la nariz y me miró con sus húmedos y francos ojos de rumiante. Estaba tan visiblemente orgullosa de mí que casi rompo a llorar. Sus pezones horadaron mis palmas. Me aparté y tomé asiento a su lado y ambos nos concentramos en nuestros gigantescos boles de cereales integrales,

-Llamó tu madre. Quería conocer tus progresos con el portugués.

Mis cereales sabían a paja deshidratada. Me levanté y busqué por las alacenas algo comestible, pero solo encontré barritas hiperproteicas, productos de dieta y porquerías similares.

-Conseguiste imitar acento portugués? –interrogué escéptico sobre el pretexto que nos habíamos inventado para ocultar mi estancia de entrenamiento en el apartamento de Betty, un imaginario curso intensivo de legua en la costa sur de Portugal. Desde luego yo estaba bajo entrenamiento intensivo, pero de una naturaleza ligeramente diferente y tan solo a unas manzanas de casa.

-Yo sólo soy la directora de la academia, no doy clases! El problema va a ser poner un poco morena esa carita pálida tuya, sino a ver quién se cree que estuviste tres semanas en Algarve! Ponte ropa de deporte de mi armario que salimos a correr un poco por el parque y tomar el aire.

-Ante nosotros el imperio de sol naciente!- declamó elevando el enorme vaso de zumo, tras lo cual lo hizo descender valientemente garganta abajo hasta rematarlo todo.

Solté la cuchara y corrí a revisar mis cosas que Betty había doblado sobre una silla.

-Buscar tu móvil? Tuve que apagarlo. Tienes 35 llamadas perdidas suyas.

Betty me echó una de sus miradas supuestamente serias, para lo que juntaba los labios y se ponía un poco bizca.

-Será mejor que la llames.

Corrí al baño con mi teléfono. Tecleé “ganamos” y una fina de emoticonos de celebración. Dos segundos más tarde el teléfono vibró y el display mostró la palabra Luna. Tragué saliva y apreté el botón verde. Se oía su respiración pero no hablaba.

-Hola cielo, que tal vas?

-…

-Lo conseguimos, ganamos el concurso.

-…

-no estás orgullosa?

-Lo estoy- contestó por fin, con una voz sorprendentemente fría.

-oh, cariño, me gustaría tanto que estuvieses aquí…

-quien es Mandy?

-…ERA una rival. La derrotamos y quiso convencerme para que dejase a Betty y siguiese en el concurso con ella.

-que guarra. Estás en casa?

-No, en casa de Betty. El curso de portugués se supone que aún dura una semana más, recuerdas?

-Alguien golpeó la puerta del baño.

-‘Abrre, por favorr, deprrisa’.

Era Irina, que parecía apurada y gritó aún más fuerte.

-qué es eso?

-…amigos de Betty, que vinieron a ver el concurso. Ahora tengo que cortar, Lu, te llamo luego desde un sitio más tranquilo.

-‘Déhame pasar. Jimi, m’ago piss’-chilló Irina, tan alto que su grito podría atravesar la puerta blindada del Banco Central. Acerté a colgar.

Ahora era Betty aporreando la puerta.

-Sal y ponte ropa de deporte.

Abrí. Llevaba un sweater de UCLA con la cremallera desabrochada y un sujetador deportivo de copas reforzadas amarillo eléctrico por debajo, con zapatillas deportivas y banda en la frente a juego. Los pantis estaban tan apretados que podían distinguirse los labios mayores de los menores.

-Hace bueno, vamos a correr un poco. Veinte vueltas al parque, una ducha fría y vuelta a las cosas serias - ordenó apuntando a la cama con la barbilla.

…..

-Dios, Bet, donde aprendiste esto? –protesté. Me estaba aplicando a velocidad de vértigo un devastador movimiento de remolino completamente nuevo en su arsenal.

-Tu madre ha vuelto a llamarme – contestó ignorándome pero con atisbos de evidente satisfacción – creo que sospecha, quizá mi acento portugués no da el pego.

Golpeé su muslo para pedir un break. Su nueva técnica era demasiado buena. Ella me clavó unos ojos rutilantes de orgullo que me obligaron a bajar la mirada. Tras tanto tiempo envuelta en relaciones miserables al fin había encontrado la actividad donde ella era la mejor, estaba en la élite, la creme de la creme a escala global…

Me soltó y sopló sobre mi verga al rojo vivo. Pasándome la tina de hielo puso en marcha el contador de cocina para uno de nuestros descansos oficiales de 6 minutos.

-Pero la llamada importante fue hace apenas media hora. Bruno. Lo pensaron dos veces y nos harán de esponsor, a los DOS, para el Yokohama pride. La jefa se rinde. Yo seré tu lechera, me cede el puesto. Ganamos otra vez, Jimi, Vamos a ganar ese torneo y a hacernos famosos en todo el mundo, la gente nos pedirá autógrafos por la calle, seremos estrellas como las de las películas.

-Es por eso que tu bombeo es tan bueno hoy?

-Soy la mejor, Jimi, puedo secar un batallón de sementales con mis manos desnudas- declamó mostrando sus diez dedos huesudos estirados como una gran mariposa depredadora- Vamos a destrozar a todos esos amarillos estreñidos - Luego se apretó un puño hasta hacer chascar los huesos.

-Nadie puede aguantar los dedos de Betty, la futura campeona del mundo de tekoki.

De pronto en mi móvil se iluminó el contacto de Mandy. Entonces cometí un serio error, acepté la llamada. Cuando controlaba su carácter Mandy sabía ser encantadora. Me felicitó por nuestro triunfo, me recordó nuestro fantástico encuentro en los baños del club, me contó que había roto con su última pareja, y me habló de un canal de internet especializado en paizuri, una técnica sexual japonesa en la que, como no, se había convertido en la mejor experta. Me engatusó con halagos, y entonces me soltó el desafío. Decía que podía hacer que me corriese en menos de 60 minutos tocándome sólo con las tetas. Nos reímos. Insistió. Tragué el anzuelo. Nos citamos en un motel de las afueras. Si lo lograba tendría que darle una segunda oportunidad.

Tan pronto como me metí en el taxi, tras mirar a los lados para comprobar que no pasase nadie conocido, supe positivamente que la estaba cagando, lo cual no impidió que en ese momento desease enfrentarme a Mandy más que nada en el mundo.

Me recibió de rodillas sobre la colcha, con un camisón de raso y encaje que me pidió desincrustase de su anatomía. Hacerlo bastó para ponerme en guardia. Usó sus propios jugos para lubricarse sus irreales tetas. Luego tomó el reloj sobre la mesilla y lo reseteó a las 12:00. Listo torito? Sus pechos tenían un tacto más suave que el raso italiano, sabían más dulce que a miel de orquídeas, pero apretaban más duro que un saco terrero del ejército. La mezcla de saliva y fluidos de su vulva conformaron un cálido fluido deslizante pero pegajoso, y sus tetas eran tan firmes que incluso podía bombearme sin apretarlas con las manos. Su movimiento estrella era el bozal del toro, una posición sin manos en la que se inclinaba hacia mi e insertaba mi verga entre sus pechos desde arriba, usando su peso corporal para obligarla a deslizarse bajo su esternón, empujando adelante y atrás mientras sus neumáticos senos me apretaban por los lados. Fue con ese movimiento con el que a las 12:52 acabó conmigo, haciéndome explotar más fuerte que la bomba de Hiroshima. Con los brazos en jarras me soltó su sonrisa malévola. Su rostro se había hecho de nuevo duro y anguloso, el de una chica mala maestra en proporcionar igualmente abundantes dolor y placer hasta que uno no puede distinguir una cosa de otra.

(8,00)