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La reeducación de Areana (6)

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De una olla sacó dos salchichas trozadas y algunas papas hervidas que puso en el comedero y después vertió un poco de agua mineral en el otro cuenco.

-Vamos, nena. –dijo imperativa. –En cuatro patas y a comer.

-No quiero comer, no tengo hambre. –contestó la jovencita con un hilo de voz y sin moverse.

-¿Qué dijiste, pendeja? –preguntó Milena poniéndose en cuclillas junto a Areana, que permaneció en silencio.

-Sos dura de entendedora. Imbécil, diría yo. Acabás de recibir la paliza de tu vida, tenés el culo a la miseria y seguís sin aprender que lo que vos quieras o no quieras no importa nada.

-Por favor… -murmuró la niña. -Téngame piedad, señorita Milena… Por favor…

-No se educa en la obediencia con piedad, nena. Oíme bien. En media hora vuelvo y pobre de vos si veo que no comiste. Te ponés en cuatro patas y tragás todo. ¡Todo! –concluyó la asistente y salió de la habitación dejando a Areana hundida en la angustia.

La niña se sentía agobiada por tantas sensaciones: un intenso y doloroso ardor en las nalgas y los muslos; miedo a ser nuevamente castigada tan duramente; turbadora conciencia de que había estado buscando, sin saberlo, que su madre la pusiera en vereda, que le marcara límites precisos; que la obligara a portarse bien y a ser obediente; la añoranza de esos chirlos recibidos sobre las rodillas de Amalia que le habían revelado un goce inesperado e intenso, tan voluptuoso como jamás lo hubiera imaginado. Pensó en su madre, mujer de carácter débil, incapaz de advertir y mucho menos de satisfacer el deseo y la necesidad de su hija, pero que, en cambio, la había entregado a Amalia para que le bajara los humos y la reeducara.

“Tengo que comer”, se dijo. “No podría aguantar un sólo azote más…” y con esfuerzo se puso en cuatro patas y se desplazó hasta los cuencos, uno con la comida, el otro con el agua. Tragar cada bocado le costó horrores, pero finalmente logró dar cuenta de las salchichas y las papas y también de toda el agua.

Mientras tanto, en el living, Milena informaba a Amalia de lo ocurrido con la pupila:

-No sé con qué me voy a encontrar cuando vuelva a verla, señora.

-Espero que haya comido todo, pero si no lo hizo la agarrás a bofetadas o le pinzás los pezones. Ni se te ocurra azotarla, no quiero que le lastimas esa colita ni esos muslos tan lindos que tiene. No quiero heridas. Sabés que ése no es mi rollo.

Sí, ya lo sé, señora.

-A partir de ahora, por unos días, hasta que se le curen esas partes, no la vamos a castigar a menos que se indiscipline y si lo hace le das una buena bofetada. Vamos a ver cómo reacciona después de la tremenda paliza que le di Tampoco la esposen ni le pongan los grilletes en los tobillos. Además, y esto te va a gustar, vos y Marisa tóquenla un poco, caricias, digo, sóbenle la cola, las tetitas, la concha, y fíjense si se moja. Quiero que se vaya aficionando a las caricias femeninas. No pasen de ahí, pero no le ahorren toqueteos. Yo haré lo mismo.

-Será un placer, señora. -dijo la asistente con los ojos brillantes.

-Y no se olviden de aplicarle la crema cada cuatro horas. –dijo Amalia y Milena se retiró para darle la buena nueva a Marisa. Minutos después ambas se  dirigían al encuentro de Areana, que luego de comer se había tendido en la cucha, boca abajo sobre la cobija. Oyó el girar de la llave en la cerradura y enseguida el diálogo entre ambas asistentes:

-¡Ah, pero mirá vos!. –dijo Milena. –La perrita tragó todo.

-Sí, tal vez ya entendió que le conviene portarse bien. –imaginó Marisa.

-A ver, vos, nena, salí de ahí. –le exigió Milena.

Areana obedeció y cuando estaba por ponerse en cuatro patas Milena le ordenó:

-Boca abajo en el piso.

Y la pupila adoptó esa posición.

Ambas asistentes, en cuclillas observaron el estado de sus nalgas y sus muslos. Las marcas rojas dejadas por la vara no se habían inflamado, lo cual las dejó conformes.

-La crema hace su efecto. -observó Marisa.

-Sí, evidentemente. -dijo Milena y deslizó sus dedos muy suavemente por las deliciosas y maltratadas nalguitas. Areana dio un respingo, inquieta, y entonces la asistente la tranquilizó:

-Calma, nena, calma que no te vamos a hacer nada. –y siguió acariciando la cola sin que Areana volviera a moverse. y mientras Marisa hacía lo mismo con la parte interior de los muslos.

-Abrí las piernitas, nena. –dijo Marisa y cuando Areana lo hizo comenzó a recorrer con su mano lenta y suavemente tan excitantes zonas de la anatomía femenina.

-Te vamos a enseñar que si te portás bien lo que te vamos a dar es placer, mimos, caricias… Así… -dijo Milena y continuó recorriendo muy suavemente con su mano la deliciosa colita de Areana mientras Marisa hacía lo mismo con los muslos.

-Te vamos a aplicar esa crema cada cuatro horas, bebota, y ya vas a ver que en dos o tres días estas lindas nalguitas van a estar como nuevas y tus muslos también…

De pronto ambas asistentes se miraron: la pupila había empezado a ronronear como una gata. Las caricias hacían su efecto.

-Te gusta, ¿eh, putita?... Te gusta esto que te hacemos… -arriesgó Milena.

-Sí… sí, señorita Milena, me… me gusta que me acaricien… -reconoció Areana.

-Agradecenos, entonces… -exigió la asistente.

-Gracias… gracias, señorita Milena… -ronroneó Areana.

-“Gracias, señora Marisa”… -dijo la mujerona.

Y Areana repitió:

-Gracias, señora Marisa…

En determinado momento ambas intercambiaron un guiño cómplice y Melisa le hizo un gesto con la cabeza a Marisa. Ésta comprendió y palpó los labios vaginales externos de la pupila, que se movió, sorprendida. Melisa la calmó y entonces la Mujerona entreabrió esos labios e introdujo un poco su dedo medio, que retiró bañado en flujo. Miró a Marisa con una expresión de triunfo y ésta, al comprender, se inclinó sobre la pupila y le murmuró con su boca pegada a una oreja de la jovencita:

-Mmmmhhhhhhh, la bebé esta mojadita… muy mojadita… Es que a la bebé le gusta lo que le estamos haciendo… la bebé se calienta con lo que le estamos haciendo… ¿Cierto, bebé?...

Areana sintió que sus mejillas ardían de vergüenza, pero era cierto. Se estaba mojando mucho con esas caricias que la excitaban sobremanera y no pudo negarse a si misma que deseó ansiosamente que ese dedo que se había aventurado en la entrada de su vagina hubiera seguido adelante.

Entonces las palabras escaparon a través de su boca sin que ella hiciera nada para deternerlas:

-Sí… Sí, señorita Milena, yo… yo me… me excito, me… me… me caliento con lo que ustedes me hacen… -y sus mejillas ya eran dos brasas encendidas por la vergüenza pero también por la intensa calentura.

No sólo Areana estaba sumamente excitada, sino también ambas asistentes, de cuyas conchas manaba abundante flujo.

No sin esfuerzo, Milena y Marisa se incorporaron respirando por la boca, agitadamente, y Marisa dijo:

-A la tarde venimos a ponerte otra vez la crema, perrita.

-Sí, señora Marisa. –dijo Areana. –Hasta luego.

-Hasta luego, bebota. –saludó Milena con una mano en la concha, por sobre el short.

-Hasta luego, señorita Milena. –respondió la pupila y ambas asistentes se dirigieron presurosas a informar a Amalia de todo cuanto había ocurrido.

La dueña de casa escuchó pletórica de entusiasmo el relato y luego dijo:

-Escuchen, ahora voy a almorzar y después a dormir la siesta. Tráiganme a la pendeja a las cinco.

Una hora antes, a las cuatro de la tarde, Milena y Marisa le habían hecho a Areana otra aplicación de la crema, entre sofocos y con el corazón latiéndoles aceleradamente.

-Dentro de una hora te venimos a buscar para llevarte ante la señora. –le anunció Milena y ambas se retiraron rumbo al cuarto de estar que compartían en los momentos de ocio.

Marisa preparó mate y mientras iban tomándolo conversaban respecto de la pupila y el proceso de su reeducación:

-Va muy bien la cosa. –opinó Milena luego de una larga chupada a la bombilla.

-¡Muy bien!. –coincidió Marisa. –Y te juro que no veo la hora de cogérmela.

-Y yo ni te cuento… ¡Qué buena está la pendeja!

-Sí, además cómo se amansó, ¡y qué rápido!

-Eso me llamó la atención. Está bien que la señora le dio mucho, pero incluso a otras anteriores les dio así también y costó quebrarlas. A mí me parece que esta cachorra ya era sumisa sin que ella lo supiera.

-Sí, puede ser, y bueno, habrá que aprovechar eso, jejeje…

-¡Qué hambre provoca esta pendeja!

-Sí, somos varias las que le tenemos hambre… Nosotras, la señora y me parece que también esa amiga de la madre… ¿Cómo es que se llama?...

-Ah, sí, Elena decís…

-Exacto, Elena, que dicho sea de paso está muy apetecible también…

-Che, vos no dejás títere con cabeza…

-¡Ojala!... Puedo comer solamente aquí… Afuera no ligo nada...

-Bueno, pero no te quejes. Por suerte aquí carne no falta nunca. Sin ir más lejos, en cuanto largamos a la perra anterior nos llegó esta pendeja.

-Eso es cierto…

-Además, ¿cuándo salimos de acá?, cada muerte de obispo. Oíme, la señora me dijo: “afuera no hay vida para vos.” Tiene razón y esto te cabe a vos también, Marisa. ¿O no?

-Sí, claro…

-No tenemos familia, amigos, nada.

-Es verdad, nuestra vida es este lugar.

-Este lugar y las perras… -dijo Melina en tono de broma, para disipar una cierta tristeza que se había adueñado de ambas. Y así charlando llegó la hora de ir a buscar a Areana.

Cuando ambas entraron en la habitación la pupila esperaba en cuatro patas y con la cabeza gacha, desnuda, como siempre y como siempre también, con su collar.

-Oíme, perrita, te mojaste con nosotras después del almuerzo, ¿Te lavaste la conchita? –observó Melina

-No, señorita Melina…

La asistente tomó entonces la cadena del collar y llevó a la jovencita al baño.

-Tomá el jabón, sentate en el bidet y lavate bien ahí.

La pupila obedeció y cuando había terminado le llegó otra orden que la hizo sonrojar.

-Ahora ponete jabón en la entrada del culito, enjabonate también el dedo medio, metelo bien adentro y movelo un poco.

Mientras cumplía con la orden, Areana se sofocó de excitación al intuir que tales preparativos se debían a que iba a ser usada por Amalia,

Ya con la conchita y el culito limpios, Milena la sacó del baño y junto con  Marisa la condujeron al dormitorio de la señora, que esperaba cubierta con una bata blanca, de seda transparente y calzada con chinelas de raso, también blancas.

-Retírense. –ordenó a ambas asistentes mientras devoraba con los ojos a su pupila. –Y vos, dulce, besame la mano, así es como debés saludarme.

Areana se adelantó en cuatro patas y besó esa mano fina, blanca, elegante, que reclamaba sus labios. Amalia respiró hondo y exhaló después el aire en un largo suspiro. Se sentó en el borde de la cama  y reclamó a la jovencita que girara:

-Quiero ver cómo evolucionan tus nalguitas y muslos después de esa dura paliza que te di con vara. –dijo y Areana se estremeció ante el recuerdo de ese suplicio que había padecido.

-Mmmhhhhhh, el culito va muy bien. ¿Te duele todavía?

-No, señora, sólo me duele si intento sentarme…

-Bueno, ahora parate de frente a mí con las piernas bien abiertas.

La pupila obedeció y Amalia dijo luego de observar el interior de ambos muslos:

-También las piernitas evolucionan bien… Sin duda la crema te está ayudando mucho. Ahora volvé a tu posición de perrita, porque eso sos, y contame qué estás sintiendo.

Areana permaneció en silencio, tratando de identificar cada una de sus sensaciones, y por fin dijo en voz baja:

-Siento… siento varias cosas, señora… Miedo de sufrir mucho en esa sala… Humillación… siento mucha humillación cuando tengo que comer en esos recipientes y llevando este collar de perro… Pero… me cuesta decir que… que también me siento… me siento muy excitada, señora… Todo eso que me humilla tambièn me excita… -y al decir esto sintió que las mejillas le ardían de vergüenza otra vez. -y prosiguió:

Cuando la señorita Milena y la señora Marisa me maltratan, cuando me pegan cachetadas o me dicen cosas, siento mucho miedo y… y también… también excitación… Cuando me dan órdenes me excito… Es terrible sentir todo esto, señora… Es terrible pensar que… que… puedo… que yo podría… ser lesbiana, porque cuando la señorita Melisa y la señora Marisa hoy me… me acariciaron, me tocaron, yo… yo me sentí muy excitada, señora…

Amalia había escuchado sumamente complacida la descripción de Areana; complacida y excitada, y dijo:

-No, querida, te comprendo porque estás apenas comenzando tu reeducación, pero si te excita ser humillada y maltratada y además si te mojaste sobre mis rodillas cuando te di aquellos chirlos, está muy claro que sos una sumisa, tesoro, aunque aún no lo tengas consciente.

-Areana sintió que sus mejillas le ardían cada vez más:

-¿Una… una sumisa?... ¿qué es ser una sumisa, señora?...

-Alguien como vos, bomboncito. –explicó Amalia: -Alguien que se excita cuando le dan órdenes y cuando obedece, cuando la humillan, cuando la maltratan, cuando la castigan y ese castigo tiene la proporción adecuada entre dolor y placer, placer y dolor.

-Como sus chirlos… -dijo Areana impulsivamente.

-Como mis chirlos, así es. Vos sos una sumisa, perrita, y aquí vamos a educarte como tal. Ser sumisa no está ni bien ni mal. Como no está ni bien ni mal ser morocha, rubia o pelirroja. Lo sí está mal es no ser uno mismo. ¿Se entiende, dulce?

Las palabras de Amalia –pronunciadas con voz acariciante- habían ingresado en la mente de Areana como una suerte de revelación. Así lo sentía la jovencita, que dejó entonces que esas palabras ingresaran sin trabas en su conciencia, y desde ese lugar preguntó:

-Sí, señora, entiendo y le agradezco lo que me ha dicho… Pero, cuando termine mi reeducación, tendré que obedecerle a mi mamá, ¿no es cierto?... Deberé portarme bien con ella…

-Cuando estés lista, es decir cuando hayamos terminado de reeducarte y seas una sumisa, claro que deberás obedecerle a tu madre, pichona, pero además deberás obedecerle a tus docentes y a toda persona que en cualquier circunstancia y lugar te ordene algo. Y eso no te va a costar, Areanita, porque para vos será un placer la obediencia.

-Sí, señora… -murmuró la pupila recordando el placer intenso y oscuro que había sentido varias veces, al tener que obedecer alguna orden de Milena.

-Y ahora basta de palabras, bomboncito… -dijo Amalia y se puso de pie para ordenarle a su pupila que se tendiera en la cama. Areana obedeció temblando de ansiedad y excitación, al imaginar las intenciones de su educadora. Temblaba de pies a cabeza y tenía la piel erizada. Trepó a la cama y se tendió de espaldas, obedeciendo una nueva orden de Amalia, que se quitó las chinelas y la bata, exhibiendo ante la jovencita su cuerpo opulento, de curvas amplias y carnes que resistían airosamente los embates del tiempo. Areana la miraba sin poder disimular su excitación y le costaba no empezar a tocarse. Amalia, tomó un pote de vaselina del cajón de su mesa de noche, subió a la cama, dejó a un lado el pote y le ordenó que encogiera las piernas y separase las rodillas y luego se arrodilló entre las piernas de su pupila, que había empezado a temblar ostensiblemente, con la respiración agitada y la mirada fija en el rostro de su educadora.

Amalia puso sus manos en el vientre de la jovencita, que dio un respingo. Después comenzó a mover las manos hacia arriba, deslizándolas sobre las palmas y a veces apenas sobre las yemas de los dedos mientras decía:

-Sos una muy linda perrita… una perrita de exposición… una perrita de raza… -y sus manos continuaban avanzado mientras Areana jadeaba y gemía con la boca muy abierta y los ojos cerrados. Por fin ambas manos llegaron a las tetas y bastó un breve jugueteo con los pezones para que éstos se irguieran, durísimos, en tanto Areana apretaba sus muslos contra el torso de su experimentada asaltante.

-No, chiquita, no cierres las piernas. –dijo Amalia recuperando su tono autoritario. –Quiero que te abandones a esa tensión erótica que estás sintiendo y si cerrás las piernas esa tensión se atenúa.

-Perdón… perdón, señora… -murmuró la pupila y volvió a separar las rodillas para abandonarse a esa tensión al mismo tiempo torturante y deliciosa que su educadora había identificado tan certeramente.

Esas manos en sus tetas la estaban volviendo loca de placer y se dio cuenta de que se estaba mojando. De pronto Amalia se inclinó hasta casi pegar su rostro al de Areana, aspiró el aliento cálido que brotaba de esa boca y luego rozó con sus labios los labios de la jovencita, que se estremeció y en medio de su estremecimiento sintió esa lengua avasallante que penetraba en su boca y daba con su propia lengua. Devolvió el ataque de esa lengua viboreante y ambas se abandonaron a un beso intenso y prolongado largamente, hasta que les faltó el aire.

-Me… me está… me está volviendo loca, señora… -gimió la jovencita y prolongó la frase en un grito ronco cuando Amalia comenzó a acariciarle la conchita sin abandonar, con la otra, la estimulación de tetas y pezones. Sus dédos experimentados abrieron los labios externos y dos de ellos, el ìndice y el dedo medio, se hundieron en ese sendero inexplorado hasta dar con el himen. Tentada estuvo de seguir avanzando y terminar con la virginidad de su pupila, pero se detuvo ante la idea de que semejante acontecimiento era merecedor de algún tipo de ceremonia. Areana gemía y corcoveaba mientras su vagina soltaba una catarata de flujo que bañaba los dedos de Amalia. Las piernas de la jovencita se habían vuelto a contraer y ceñían con fuerza el torso de la mujer. Amalia quitó velozmente sus dedos de esa conchita virgen, pegó su cara a la de la pupila y le dijo:

-Te ordené que no cerraras las piernas, putita, y sin embargo te estás atreviendo a desobedecerme…

Areana separó otras vez las rodillas rápidamente y murmuró con voz enronquecida por la tremenda excitación:

-No… no, señora, pe… perdón… por favor, perdóneme…

-Que sea la última vez, perra… -advirtió Amalia y aprovechó la pausa para untarse con vaselina los dos dedos que acababa de retirar de la vagina de su pupila. Los vio empapados de flujo y se los llevó a la boca, sorbiendo con fruición esos néctares, que encontró deliciosos.. Luego los envaselinó y le ordenó a Areana que se pusiera en cuatro patas, con la cara y las manos apoyados en la almohada. Cuando tuvo a la jovencita en esa posición admiró por un instante esa grupa que la posición ensanchaba y enseguida entreabrió ambas nalgas hasta descubrir el diminuto agujerito que era su objetivo. Metió primero el dedo medio, haciendo corcovear a la jovencita, más por la sorpresa que por desagrado.

-Quieta o te llevo directo a la sala.

-No… no, señora, no… a la sala no… ¡por favor, no!...

-Cerrá el hocico y no te muevas.

-Sí, señora… sí…

Ya con Areana inmóvil, Amalia dobló el dedo índice para de inmediato desplegarlo y hundirlo en el culito, junto al dedo medio. La penetración hizo gemir largamente a Areana, que había sentido algún dolor que no mucho después se disolvió para dejar su lugar al goce, un goce cada vez más intenso a medida que Amalia continuaba haciendo avanzar y retroceder sus dos dedos en ese estrecho senderito. Areana era la imagen misma del placer. Movía sus caderas de un lado al otro y también hacia atrás, como queriendo que ese doble pequeño ariete le entrada más profundamente, y gritaba, jadeaba y gemía alentando a su violadora a no detenerse.

Amalia tenía en su rostro una expresión perversa, al darse cuenta de que ya la captura de Areana era total, que no habría nada ni nadie en el mundo que pudiera arrancarle de las manos a tan exquisita presa. En esa certeza, pasó su mano izquierda por debajo del vientre de la adolescente, buscó el clítoris y comenzó a estimularlo hasta que, apenas unos segundos después, Areana se abandonó a gritos, convulsiones y corcovos que preanunciaban el orgasmo. Entonces se apartó, sus dos dedos abandonaron el culo y dejó de estimular el clítoris.

-¡¡¡Noooooooooo!!!... ¡No, señora, por favor, nooooooooo!!!... No me deje así… por favor, no me deje así… -rogó Areana, derrumbada boca abajo en el lecho mientras, en su desesperación, intentaba completar la obra que su educadora había dejado inconclusa. Al advertirlo, Amalia la puso de espaldas, se le sentó sobre el vientre, la aferró por ambas muñecas y le dijo:

-Todavía no te ganaste el honor de que yo te regale un orgasmo, perrita.

-Por favor… por favor… -rogaba Areana desde la más profunda angustia. –pero Amalia, lejos de conmoverse, le ordenó salir de la cama y que se pusiera en cuatro patas. Areana obedeció mientras se largaba a llorar desconsoladamente y la dueña de casa convocaba por el handy a Milena y se ponía la bata.

Cuando la asistente llegó, le dijo:

-Llevátela a la cucha y ponele las esposas y los grilletes. Y no olvides la crema de las ocho.

-Sí, señora. ¿Puedo preguntarle algo?

-Adelante. –concedió Amalia.

-¿Por qué está así?, llorando como loca.

Amalia emitió una risita malévola y explicó:

-Le dejé con hambre…

Milena sonrió, perversamente divertida.

-Mmhhh, entiendo. –dijo y se llevó a la desconsolada Areana.

-¿Así que te dejaron con las ganas, putita? Bueno, hacé méritos y ya vas a comer. –le dijo cruelmente en el camino.

(continuará)

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