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Ana 7: cogiendo con desconocidos

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Desde hace varios días que Ana tiene una fantasía que no se puede sacar de la cabeza: salir a la calle y acostarse con algún desconocido al que se haya encontrado casualmente.

La idea le vino cuando un acosador la persiguió por varias cuadras, mientras le decía obscenidades. A ella siempre le pareció ridícula esa fantasía de los hombres de pretender llevarse a la cama a una mujer que se cruzaban por la calle luego de decirle un par de piropos subidos de tono. Sin embargo, se le ocurrió que para una mujer no sería nada difícil lograrlo.

Está caliente, pensando en esto. Se da cuenta que necesita coger cuanto antes, a pesar de que hace apenas unos días había tenido una noche ardiente con Federico, el Vigilador del edificio, al que le tenía ganas desde hace rato, y finalmente en la madrugada del año nuevo había logrado conquistar. Luego de tragarse su sabrosa leche, ella le hizo saborear su sexo. Ya estaba mojada cuando él acercó su cara, primero oliendo, luego probando los labios vaginales, para en seguida concentrar su lengua en la zona que rodea el clítoris. No aguantó mucho los masajes lingüísticos. Los músculos se contrajeron, las piernas apretaron la cabeza del hombre que la hacía gozar, y las manos arañaron el colchón a través de las sábanas. Intentó reprimir el grito, pero sólo pudo contenerse un instante, el aullido de gata en celo estalló entre las cuatro paredes.

Luego el Vigilador bajó a su puesto en la recepción del edificio. No podía estar mucho tiempo arriba con ella, debía cuidarse de que nadie notara su ausencia. Sin embargo, a la media hora Ana le toca el timbre de nuevo “¿qué, los vigiladores no hacen el culo?” lo provocó a través del intercomunicador. Federico no soportó la tentación, y fue corriendo a por ella.

Esa noche Ana acabó cinco veces. En los días siguientes, se lo cruzó en portería, pero para hacerlo sufrir no se lo llevó a la cama nuevamente.

Ahora, mientras empieza a tocarse, se arrepiente de no haberlo disfrutado más. Hoy Federico está de franco. Lo necesita más que nunca, pero debe estar con su mujer embarazada, esa perra que tanto odia.

Pero entonces la fantasía de coger con un desconocido la invade de nuevo, más potente que nunca.

Se da una ducha. Se perfuma y maquilla. Decide vestirse toda de negro. La calza le marca sus curvas generando la sensación de desnudez. Se pone una remera negra musculosa, una remera de noche. Los tacos la dan el toque que le faltaba para verse como una perra sedienta de sexo. Sale de su departamento y cuando llega al hall de planta baja, observa, triunfante, cómo el Vigilador suplente queda embobado al mirarla.

Es una noche muy tranquila en el barrio. Después de año nuevo, muchos se fueron de vacaciones. Es media noche, sólo algún auto pasa cada tanto por la calle. Ve venir un colectivo, no sabe a dónde va, pero con que la aleje del barrio es suficiente. Cuando el vehículo frena lee el cartel que dice Villa Devoto. El chofer le lanza una mirada con la que parece sacarle una radiografía. Los pocos pasajeros que hay se deleitan mirando a la rubia petisa. La observan de frente, mientras ella va al fondo para sentarse. Su carita de ángel malvado los obnubila, y cuando los deja atrás, se dan vuelta todos juntos, como zombis, para mirarle el culo escultural.

Podría llevarse a su casa a cualquiera de esos babosos, que cada tanto se daban vuelta para verla de nuevo, porque parecía que no podían concebir, que semejante belleza se desplace en colectivo. Pero ninguno llamó su atención.

Unos veinte minutos después, llega a Villa Devoto. El barrio es similar al suyo: pocos edificios, muchas casas elegantes, pero no ostentosas, y un silencio desolador.

No quiere ir a un bar. Ahí sería muy fácil encontrar a alguien dispuesto a coger, pero ella quiere ser más original que eso. De todas formas, tras caminar varias cuadras no ve señales de ninguno.

El único sonido que la acompaña es el de algunos autos, que se desplazan a varias cuadras; y el de sus tacos, que chocan contra el pavimento. Va hacía donde circulan aquellos autos, y se encuentra con la Avenida, que a excepción de la presencia de unos cuantos vehículos que se pierden enseguida, está tan triste como la calle por la que circulaba recién.

Acá hay más edificios, y varios locales, pero todos cerrados. Camina un poco por la Avenida. Alguno le toca bocina, pero desaparece enseguida. Un ciruja que está juntando cartones en una esquina, se queda hipnotizado, como si viera un ángel, mientras ella pasa a su lado y cruza la calle.

En la otra esquina encuentra el único local abierto. Es uno de esos quioscos que atienden durante las veinticuatro horas.

Desde detrás de las rejas del local, Maxi la ve llegar. Primero surge como una aparición: la oscuridad la envuelve mientras cruza la calle en dirección a él. Es una silueta negra que se desplaza, ruidosa, en la ciudad solitaria. Y luego, al llegar a la vereda, las luces artificiales la descubren por completo. Está acostumbrado a ver mujeres lindas todos los días. Capital está llena de ellas. Pero Ana lo deja sin aliento. Además ¿qué hacía una hembra tan hermosa dando vueltas sola a la medianoche?

Detrás de él está Juan Pablo ordenando una góndola. Es un amigo que ayuda por las noches, aunque más que nada va para hacerle compañía a Maxi para que la noche le sea leve.

Maxi se da vuelta y le silva a su amigo.

—Juanpi, vení a ver esto. —le dice. Juan Pablo atraviesa el largo del local para llegar hasta donde estaba su amigo. De noche ponen las rejas, por seguridad, y atienden detrás del mostrador, a través de un pequeño cuadrado también enrejado que se abre para pasar la mercadería. Ambos chicos se amontonan en el pequeño espacio para disfrutar de la vista. Ana ya está frente a ellos. Los escruta con la mirada, es casi tan obvia como los pasajeros del colectivo que no disimulaban al observarla. El que está más cerca es un muchacho de veintitantos años, rubio, delgado, de sonrisa atractiva. Al que está atrás no lo puede visualizar por completo, pero es de la misma edad que el otro, pero de hombros anchos, tiene una remera ceñida que le marca el físico ejercitado.

Esta clase de hombres, carilindos y musculosos no son los que más excitan a Ana, pero la verdad es que está caliente, y en definitiva, son jóvenes y atractivos.

—Hola ¿Cómo están? — saluda, con una media sonrisa. — ¿tenés Fernet?

—Si. — dice Juan Pablo, y se va rápido hasta la heladera para buscar la botella de bebida alcohólica. Ana puede verlo mejor. El cuerpo del chico se hace menos ancho por debajo de los pectorales, y tiene la cintura delgada. Ese cuerpo de nadador llama su atención.

—¿necesitabas algo más? — pregunta Maxi, deseando que la mujer de negro se quede el mayor tiempo posible.

—Si. Dame un forro. — dice Ana. —si tenés el extra lubricado mejor.

—Si, como no. — responde el rubio, ya un poco nervioso, porque percibe la sed de sexo de la hembra que tiene adelante y no quiere dejar escapar la oportunidad.

—Pobre, están enrejados. — comenta Ana como para que se animen a darle charla.

—Y si, es por seguridad viste. — le contesta Maxi, tiene una manera de hablar un poco afeminada, típica de los chetos de la Capital.

—¿y tienen que estar toda la noche acá? ¿No se aburren?

—Un poco — contesta Juanpi, que ya estaba al lado de su amigo poniendo el fernet en una bolsa. — En realidad él trabaja acá — comenta, señalando al rubio — yo sólo vengo algunas noches para hacerle compañía.

—Y para tomar. — interviene Maxi, y los tres ríen al unísono.

—Mirá vos, y yo iba a decir que sos un buen amigo jaja, y sólo venís para ponerte en pedo. — se burla Ana.

Los dos hombres ya están fascinados con Ana. No era común encontrar a una mujer tan atractiva y accesible para la charla.

—¿Y vos qué andás haciendo? —se anima a indagar Maxi.

—¿Yo? comprando alcohol para ponerme en pedo, jaja es que me peleé hace poco con mi novio y quiero dejar de pensar en él un rato. —miente Ana.

—¿vos podés creer Maxi, que haya un animal capaz de dejar a una hermosura como esta? — dice Juanpi.

—La verdad que ese tipo debe ser un idiota.— le sigue el juego Maxi.

—Bueno, gracias chicos — dice Ana fingiendo un poco de timidez, agachando la vista, corriendo el pelo a un costado. — ¿Cuánto es?

Maxi está a punto de decirle el precio del fernet y el preservativo, pero su amigo lo interrumpe.

—¿por qué no te quedás a tomar unos tragos con nosotros? Yo te invito el fernet. — dice.

—Mmm gracias, pero me tengo que ir, en realidad quiero dormir temprano. — dice Ana, esperando que insistan.

—Pero pasá un ratito nomás, dale. — insiste Juanpi, dando la vuelta por el mostrador para ir hasta la cerradura de la reja y abrirla. — dale, está todo bien. — le dice, serio, como si con esa seriedad demostraba ser una persona honesta.

—Mmm bueno, no debería hacer esto, pero me voy a arriesgar, espero que no sean unos violadores. — bromea.

—Jaja no, quédate tranquila que acá sabemos tratar bien a las mujeres. — dice Maxi.

Juanpi trae una silla del fondo para que se siente y la pone del lado del mostrador. Se sientan uno en cada lado de ella, rodeándola, apresándola. Recuerda haber vivido una situación similar hace meses, cuando su vecino y el gasista del edificio donde vive, la apresaron con sus cuerpos y se la cogieron toda la noche. Pero ahora era distinto, ahora ella quería estar ahí, y no veía la hora de que esos chetos lindos la arrinconen con sus cuerpos y la despojen de toda su ropa.

Se quedaron hablando un buen rato sobre cosas sin importancia. Ana le contó que era violinista. Ellos eran universitarios a punto de recibirse de contador y licenciado en comercio internacional. Le contaron que luego de medianoche, salvo los fines de semana, el barrio era la muerte, nadie andaba por ahí.

A Ana no le interesa nada de eso, sólo quiere ser penetrada. En un momento se paró para agarrar un paquete de pastillas de menta. Estaban tan juntos que, cuando lo hizo, rozó sus nalgas con el hombro de Juanpi. Él sintió el culo firme de ella, y mientras agarraba las pastillas no paraba de comerla con la mirada.

Maxi piensa que Ana es hermosa por donde la mire. La carita de nena inocente contrastaba mucho con ese cuerpo escultural, pero también era perfecta: blanca, sin imperfecciones, con solo verla se sentía su suavidad.

Tomaron varios vasos de fernet con coca y en un rato ya parecían amigos. En un momento Ana comenzó a sentir que unos dedos le acariciaban el culo. La silla era pequeña, así que una parte de las nalgas estaba en el aire, y cada tanto sentía la caricia casi imperceptible. Como ella no daba señales de sentirse molesta, Juanpi comenzó a tocarla con más frecuencia. Ese toqueteo le gusta. Maxi se da cuenta de lo que pasa y no queriendo quedar atrás, cada vez que habla, aprovecha para tocarle la pierna. La siente firme a través de la calza negra.

Pasan unos minutos con ese franeleo, rozándose, oliéndose, sintiéndose. Ana ya se siente mojada y cree que es hora de ir al grano.

—¿Qué pasa? — dice mirando a Juanpi — ¿tanto te gusta mi culo que no parás de tocarme? — habla con una sonrisa para que entiendan que no está molesta. — me habían dicho que no eran violadores eh jaja.

—No lo somos. — dice Maxi, que estira el brazo, para agarrarla de la cintura, y la atrae hacía él, arrastrando un poco la silla, para comerle la boca.

A Ana le gusta como besa el rubio, abriendo mucho la boca, cambiando el rostro de posición a cada rato. Entonces se paran y extienden el beso. Ana se cuelga de su cuello, incluso con tacos es más baja que él. Mientras saborea los labios de Maxi, siente el pellizco en el culo.

—Si, la verdad que me gusta mucho tu culo. — le dice Juanpi susurrándole al oído. Y mientras sigue masajeándole las nalgas, le corre el pelo a un costado y le besa la nuca. Maxi, va a su cuello de cisne para besarlo, y le frota las tetas con ambas manos.

—¿Así que sabés cómo tratar a las mujeres? —le dice Ana recordando lo que le dijo el rubio unos momentos antes.

Durante largos minutos Ana se ve envuelta en una sucesión ininterrumpida de besos y caricias en todas sus zonas erógenas. Las cuatro manos y las dos bocas, abarcan todo su pequeño cuerpo. Siente simultáneamente los besos en la nuca, el manoseo en el culo, la presión de un pene duro sobre su ombligo, los pezones presionados por dedos expertos, las manos que la tantean desde la pierna, pasando por la cadera, subiendo a la cintura, para ir a posarse en su teta, como dibujándola. Siente que el fuego se enciende desde adentro suyo, y el calor se esparce por todo su cuerpo. No sólo es su sexo, está caliente de pies a cabeza. A ninguno de los tres parece importarle que estén a la vista de todos, que cualquiera que pase pueda verlos a través de las rejas. Están borrachos de placer, abrazados, pegados como si fueran uno.

Un taxista los observa desde la avenida y comienza a tocar bocina como festejando el espectáculo. Sólo entonces salen de su paraíso diminuto, y vuelven a percibir el mundo que los rodea. Sin embargo, ninguno de los hombres se desprende de Ana, y ella tampoco da señales de querer librarse de ese nudo que formaron con sus cuerpos.

El taxista finalmente se pierde, engullido por la oscuridad de la noche.

—¿Tienen un lugar donde podamos garchar tranquilos? — pregunta ella.

Los hombres se sienten maravillados y violentados por el desparpajo de esa rubia descomunal.

—Sí. — Afirma Maxi — la llevan al fondo. Al lado de una heladera que está pegada contra la pared hay una puerta que no se ve desde cualquier ángulo. Maxi la abre.

Es un pequeño cuarto, con una cama hecha. Ana no puede reprimir la risa.

—Jajaja ¿a cuantas minas se cogen acá?

—La usamos para dormir un par de horas cada uno. — dice Juanpi, que ya está metiéndole mano de nuevo.

—Acá te vamos a coger ¿te parece? — dice Maxi.

—Donde quieran, pero cójanme ya. — pide Ana, sacándose la musculosa negra, y comenzando a deshacerse de los tacos.

—¿Qué hacemos? — le pregunta Maxi a su amigo. — ¿nos turnamos para que uno cuide el local, o nos la cogemos los dos?

—Mejor nos turnamos — Dice Juanpi. — a ver si justo viene un cliente.

Maxi es el primero en quedarse adelante a atender a los posibles clientes.

Juanpi se pone en bolas en un abrir y cerrar de ojos. Tiene un físico imponente: los hombros anchos y poderosos, los pectorales y las abdominales marcadas, las piernas gruesas, bien ejercitadas. La agarra de la cintura y la hace girar, dejándola de espaldas a él. Le baja la calza de un tirón. Tiene una bombachita negra con trasparencias, la única prenda que la cubre. Se arrodilla, le muerde el culo, y cuando sus dientes se cierran, tienen entre ellos la tela negra. La tironea para abajo, descubriendo el culo blanco y depilado, y sigue bajando para desnudarla por completo.

—Vení a la cama preciosa. — le dice, mientras se tira boca arriba sobre el colchón. El cuerpo vigoroso abarca toda la cama. Apunta el pene hacía arriba ayudándose con la mano.

Ana va por ese mástil venoso. Se tira arriba de Juanpi. Besa su pecho, durísimo.

—Que fuerte estás — le dice como ronroneando.

—Vos sos hermosa rubia. — le dice él acariciándole los pezones.

Ella vuelve a besarlo en el pecho, y baja hasta las abdominales también duras. Se mete el miembro a la boca, lo masajea con la lengua, pero sólo un rato, porque ya quiere ser ensartada. Saca unos de los preservativos que había comprado y se lo pone mientras lo pajea. Se para sobre el colchón, y va flexionando las piernas, bajando despacio, para que su sexo empapado se encuentre con la lanza carnosa. Se la introduce despacio, saboreando cada milímetro que su cuerpo es invadido, gimiendo de placer cada vez que la penetración avanza. Finalmente se traga la pija por completo. Comienza a hamacarse. Juanpi le estruja las tetas mientras ve el rostro hermoso con el pelo suelto que le cae a los costados. Ana tiene una sonrisa de placer que lo hace endurecerse aún más.

Maxi escucha los chirridos de los elásticos de la cama. Está muy excitado. La idea de turnarse ya no le parece buena. Para colmo, apenas pasaron diez minutos de que entraron al cuarto. No aguanta, se arriesga a dejar el quiosco desatendido y va con su amigo y Ana.

Los encuentra gimiendo, susurrándose palabras. Ana está arriba y parece dominar la situación, se hamaca a su gusto, le muerde los pezones y le besa el cuello, mientras él, solo se conforma con estrujarle las tetas mientras la penetra. Parecen no haber notado su presencia, pero al rato Ana gira, sin sacarse la verga de adentro, con aquel gesto de placer que sólo tienen las mujeres cuando son bien cogidas.

—Vení rubio, unite a la fiesta. ¿O no me digas que en villa devoto no hacen el culo?

Entonces Ana se inclina y se abraza a Juanpi, que la agarra de las caderas y comienza a penetrarla con estocadas cortas y rápidas. El culo de Ana quedó en la posición ideal para ser penetrada. Maxi se desviste rápidamente, agarra la caja de profilácticos, y se pone uno. Se sube a la cama de un salto. Ana hace movimientos más lentos para que pueda ensartarla con facilidad. Él se apoya en el culo y apunta su glande al ano. Lo mete con cierta brusquedad.

—Ay!! — grita Ana de dolor.

—Perdón — dice él.

—Cállate y metémela. — le ordena ella.

Ahora se la mete más despacio, pero avanza sin detenerse, hasta que la mitad del miembro está adentro de ella. Entonces Juanpi vuelve con sus penetraciones rápidas. Ana siente la doble dureza dentro de ella. Ambos la cogen, cada cual a su manera, con pericia: Juanpi lo hace al ritmo en que los hombres clavan un clavo, mientras que Maxi la penetra como si de un taladro se tratara, avanzando, lento, pero implacable.

Ana acaba en seguida, se abraza a Juanpi mientras suelta un grito desgarrador, como si la estuviesen matando, sus músculos se contraen y ambos hombres sienten la fuerza del pequeño cuerpo que tienen entre ellos.

Pero todavía están duros, así que siguen sacudiéndola. Ella se calienta de nuevo. Está agitada, los tres transpiran mucho y sus olores se entremezclan. Maxi la embiste ya con más fuerza, se sorprende de lo mucho que puede dilatarse ese ano. Juanpi le aprieta las tetas con fuerza. Cuando siente que ya no puede contener la eyaculación, explota de placer adentro de ella. Maxi tarda un poco más, lo suficiente para que Ana, previa estimulación del clítoris, alcance un segundo orgasmo, tan poderoso como el primero.

Los tres quedan extenuados, sudorosos, despeinados. Ana se viste rápido. Se acomoda el pelo como puede.

—¿Nos dejás tu número? — pregunta Maxi.

—¿para qué? ¿Para que vayamos al cine? — retruca ella. — cuando quiera coger vengo a visitarlos. — Les dice. Maxi la acompaña hasta la salida. Le abre la reja. Quiere saludarla con un beso, pero ella lo esquiva. Se queda mirándola mientras camina quien sabe a dónde, hasta que se pierde, engullida por la oscuridad. 

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