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Los extraños anales de Júlia (3ª parte)

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Nos acostumbramos a llevar un ritmo que se rompió cuando Jorge cayó enfermo. Esa semana faltó tres días a clase, y sólo le vi por las tarde en su casa, hecho una sopa en el sofá. Los días siguientes andaba algo debilucho aún, y aunque estuvimos juntos, pasamos las tardes tumbados mirando la tele, descubriendo una especie de lado maternal, al prepararle los medicamentos y la merienda, sin dejarle moverse del salón. Pese a esto, se despertó un poderoso deseo dentro de mi que intentaba reprimir, ya que no lo encontraba adecuado estando él enfermo, y me resistía a masturbarme, considerando esas aficiones como algo del pasado ahora que tenía novio.

Para colmo, el domingo fuimos a un cine que estaba lleno, y nos pasamos dos horas manoseándonos por encima de la ropa, tocando levemente nuestras entrepiernas, ya que había gente a nuestro lado. Salimos totalmente sofocados, necesitaba que me calmara, y le propuse irnos a un parque, o a los lavabos del centro comercial. Él me dijo que sus padres habrían salido ya a visitar a unos amigos, y que no volverían hasta después de cenar, así que fuimos a su casa. Al ver que su hermano tampoco estaba, nos empezamos a revocar entre risas en el sofá del salón.

Enseguida se empezó a encender la cosa, y liberé la potente erección que llevaba toda la tarde manoseando. Él me empezó a desnudar, y en un minuto estábamos completamente desnudos, con Jorge encima mío. Empujaba la pelvis hacia mi, frotando su polla en mis humedades sin llegar a meterla, ya que sabía que no lo aceptaría. Aún así, sus movimientos eran cada vez más rápidos y fuertes, que sólo frenó para acomodar la punta en la entrada de mi coño, provocando que me ardieran las mejillas. Estaba tan descontrolada que deseé que me cogiera las manos y empujara con fuerza, que me la metiera de golpe y me follara como un animal aunque le dijera que no, deseaba con todas mis fuerzas sentirlo dentro de mi. Pero eso él nunca lo haría. Nos mirábamos a los ojos, sabiendo que deseábamos dar un paso más, que él no lo daría sin mi consentimiento, y que yo no le diría que si. El aborto de Mónica apareció con fuerza en mi cabeza.

- Métemela en el culo... - susurré avergonzada.

- ¿Qué? - sabía perfectamente lo que le había dicho, así que lo repetí, esta vez con más convicción.

- Que quiero que me la metas en el culo.

- ¿Seguro?

-Métemela...

Se puso muy serio mientras se la cogía e intentaba encontrar el agujero, totalmente empapado por los flujos que se escurrían de mi entrepierna, pero era difícil. Sabía que si levantaba las piernas hasta mi pecho sería mucho más fácil, pero una gran vergüenza me impidió hacerlo. Pero a la vez la excitación me ofuscaba, y me sentía que debía hacer algo o aquello acabaría frustrándose.

- Espera - le dije, mientras le apartaba y me ponía a cuatro patas sobre el sofá. - Prueba ahora.

- ¿Seguro? - repitió, pero esta vez noté cómo apretaba el capullo en mi agujero del culo. Mi viejo compañero de inusuales masturbaciones iba a recibir su primera polla. Recuerdo la suavidad del capullo empapado en líquidos preseminales, lo caliente que lo noté, y las ganas que tenía de hacerlo, de saber cómo era una polla de verdad entrando dentro de mi. Empecé a dar pequeños empujoncitos de adelante a atrás, sintiendo como se me iba abriendo con la presión, y notando la tensión en la entrada del culo. De repente noté que me cogía de la cadera con una mano, y con la otra me apretó fuerte la polla, entrando el capullo de golpe. Pegué un grito por la sorpresa del dolor: ingenua de mi, con todo lo que había hecho con mi culo, creí que no me dolería. O no tanto, al menos. Pero dolió y mucho, sentí una dilatación demasiado fuerte de repente, lo que vulgarmente se conoce con romper el culo. Porque sentí que me lo rompía, pero cuando inmediatamente se retiró pidiéndome perdón y preguntando si me dolía mucho, me sentí responsable de todo, culpable si le hacía parar. Yo se lo había pedido, y ahora no podía echarme atrás. Iba a saber lo que era que me follaran el culo, y quería dárselo a él, así que le dije:

- Duele un poco, pero sigue. - Noté su deseo inmediatamente, ya que volvió a metérmela. Esta vez, un poco más despacio, pero más profundamente. A medida que entraba, me sentía más rota, más abierta. Me aferré a los cojines del sofá, y cerré los ojos con fuerza, mientras se me escapaban quejidos entre mis dientes apretados.

- Si quieres que pare, dímelo, ¿vale?

- No... Métemela... venga - jadeé. Y no recuerdo mucho más concreto, sólo que a partir de ahí me la metió entera, de golpe. Me sentí totalmente invadida, pero seguidamente me empezó a follar. La confusión de sensaciones me mareaba, pero lo que notaba por encima de todo era dolor. Me la metía cada vez más fuerte agarrado a mis caderas, consiguiendo rápidamente un ritmo brutal. Era como un animal descontrolado, perforándome el culo sin compasión, y yo gritaba con la cara pegada en un cojín, ya que no quería que me viese así, ni que me preguntara de nuevo si quería parar, porque no quería decirle que sí.

En unos minutos clavó sus dedos en mi culo y gimió con fuerza, mientras notaba las pulsaciones de su orgasmo en mis tripas, que ardían como si tuviera la polla en llamas. Se desplomó sobre mí unos momentos, y cuando me giró la cara para besarme, me vio los ojos rojos y empapados. Ni yo sabía desde cuando estaba llorando.

Se disculpó de mil formas, y aunque le insistí que estaba bien, siguió haciéndolo, lo que provocó extrañamente que me sintiera mal y avergonzada. Permanecimos un rato en silencio en el sofá, cuando empecé a sentir una extraña e incómoda sensación en mi culo, que se añadía al dolor y escozor: su semen empujando por salir. Como si fuera un incontrolable retortijón, apreté el esfínter con fuerza y di un salto.

- ¿Te vas ya? - me preguntó extrañado por el movimiento, con cara de cordero degollado. Aún no se por qué le dije que sí. Apurada por la sensación, recogí mi ropa, me vestí, y le besé en la puerta con una sonrisa, yéndome sin decirle nada. En el ascensor me arreglé el enmarañado pelo, e intenté abrir bien los ojos hinchados, para que no se notara tanto mi cara de llorar. Por la calle, tuve la sensación de que todo el mundo me miraba, que todos sabían que andaba raro porque me habían dado por el culo, que andaba deprisa porque lo tenía lleno de semen.

Saludé a mis padres con un grito mientras volaba al cuarto de baño, dónde cerré el pestillo. Sentada en la taza, no pude evitar llevar los dedos a la entrada de mi culo, mientras soltaba el semen en un extraño burbujeo. Al mirarme esos dedos, los descubrí llenos de su leche y algún resto de sangre, lo que me devolvió mentalmente al sofá de su casa. Empapados como estaban, introduje dos dedos en mi culo ardiente, y cerrando los ojos, emulé la penetración. A pesar del dolor y de la terrible experiencia, me noté totalmente excitada, y empecé a frotarme el clítoris, que encontré duro y empapado. Sorprendida por eso, y sintiéndome segura de controlar la situación, me follé nuevamente el culo aguantando el dolor, masturbándome rápidamente mientras imaginaba a Jorge sudado y descompuesto, con su dura polla sodomizándome con fuerza. Hacía meses que nada entraba en mi ano, y el orgasmo fue devastador: sentada como estaba, mordí con fuerza una toalla que colgaba del toallero para no delatarme.

Al día siguiente no esperaba su actitud distante. Apenas me miró en los pasillos ni el recreo, y no me dirigió la palabra hasta mediodía, convirtiéndose en la mañana más larga de mi vida hasta ese momento. Me dejó confundida y asustada, por si quería cortar conmigo. Cuando empezó a disculparse de nuevo, diciéndome que se había portado como un cabrón, y que si quería cortar con él que lo entendería, me alegré tanto que me tiré encima suyo, dejándolo a cuadros.

Pasada la reconciliación, hablamos del tema, confesándole que todavía notaba dolor al ir al baño, lo que le hizo sentir aún más culpable. Supongo que por eso no tuvo ni siquiera un amago de volverlo a hacer en toda la semana, limitándonos a nuestros habituales pero satisfactorios asuntos orales. Pero yo deseaba volverlo a hacer.

Sabiendo en temas anales más que él, pero sin atreverme a decirle nada, decidí que le daría una sorpresa diez días después, un fin de semana que mis padres estarían fuera con unos amigos. Le dije que avisara a sus padres que dormiría fuera, y que, sobretodo, me llamara antes de salir de casa. Durante unos días me hurgué el culo en soledad sin llegar a masturbarme, solo para habituarme e ir retomando la costumbre de tener algo entrando por ahí. El sábado a media mañana, cuando me llamó, corrí al baño a hacerme uno de mis enemas caseros con la ducha, y me empecé a meter dedos con algo de mantequilla hasta que llegara.

Cuando sonó el timbre, le abrí la puerta en albornoz, lo que le dibujó una sonrisa. Le paré los pies, diciéndole que si quería su sorpresa tenía que obedecerme en todo lo que le dijera, a lo que accedió de buena gana. De pie en el salón, me dediqué a calentarlo sin dejar que me tocara, y cuando tuve su polla en la boca vi que podía empezar a perder el control.

Me incorporé y, desnudándolo, hice que me siguiera a mi habitación. Allí, extendí el albornoz encima de la cama, quedándome totalmente desnuda, y me estiré. Sonriendo, me preguntó si quería que me comiera el coño.

- Ven - le contesté, simplemente. Cuando se estiró encima mío empezó a besarme dulcemente, y de nuevo noté su erección deslizándose arriba y abajo de mi mojada vagina, haciéndome estremecer. Esta vez, lo aparté un poco, levanté mis rodillas hasta mis pechos y, cogiéndole la polla la apunté a mi ahora cremoso y algo dilatado culo. Me miró interrogativamente, sin hacer nada.- Tranquilo. Tú sólo hazlo despacito, ¿vale?

Mirándome fijamente a los ojos, empezó a presionar muy suavemente el capullo. Lo hacía realmente despacio y suave, y con la mantequilla que lo rodeaba empecé a notar una suave relajación. Al oír mis primeros suspiros, acercó sus labios a los míos, y me besó profundamente mientras, ahora con firmeza, se introducía dentro de mí. Esta vez noté cada centímetro de su polla deslizándose suavemente en mis intestinos, sintiendo realmente un escalofrío de gusto, con una leve molestia. Le hice detenerse cuando la tenía casi toda dentro, y tan solo mantuvo un mínimo balanceo que provocó una súbita dilatación, que notamos ambos. Sin decirme nada y con sus ojos clavados en los míos, empujó hasta el fondo, notando sus huevos pegados en mi trasero. Me sentí llena, entregada totalmente a él y satisfecha, ya que oleadas de placer se esparcían desde mis tripas por todo mi cuerpo a cada movimiento suyo.

Entraba y salía lentamente, y me fascinaba la sensación de notarla, caliente y suave, dentro de mí. Cuando empezó a coger el ritmo, empecé a soltar fuertes gemidos.

- ¿Estás bien? ¿Te hago daño? ¿Quieres que pare?

- No, no, no... No pares... me gusta, sigue - le dije ansiosamente, retorciendo mi cuerpo para alcanzar su culo y empujarlo hacia mí. Esto lo descontroló, y empezó a follarme intensamente, besándome con fuerza y mordiéndome los labios, mientras yo lo apretaba entre mis brazos, gimiendo como una loca y pidiéndole más. Poco a poco me sentía cada vez más excitada, me notaba el coño inundado, en mi culo sólo notaba un placer intenso y, cuando se incorporó sobre sus fuertes brazos dejó espacio entre nuestros cuerpos, pudiendo ver una parte de su polla cuando se retiraba. Todo esto me dejó medio borracha de excitación, empezando a moverme, agarrarlo, gritar... Él, aún incorporado, me follaba el culo velozmente, oyéndose los chasquidos de su pelvis contra mis nalgas. Cuando empezó a correrse con guturales gemidos, me volví loca al notar que realmente podía sentir su semen derramándose dentro de mi cuerpo, y comencé a masturbarme con su polla aún latiendo en mis tripas. En unos segundos alcancé un intenso orgasmo, que nos dejó rendidos en la cama el uno junto al otro.

Todo fueron palabras dulces, besos, caricias, mientras esta vez dejaba que su semen se escurriera lentamente por mis nalgas. Recuerdo aquella vez como algo maravilloso. Fue intenso y apasionado, pero muy tierno a la vez. Estuvimos un rato así. Él estaba bastante sorprendido por mi masturbación y orgasmo, y muy interesado por si me encontraba bien.

Más tarde, me volvió a follar el culo mientras nos duchábamos. Con una erección enorme me enjabonaba todo el cuerpo, me quitó los restos de semen y me amasó los pechos, duros de excitación. Qué suave y maravillosa sensación... Empezó a meterme dos dedos enjabonados por detrás, comentándome lo suave y relajado que aún estaba mi culo.

- ¿Y a que esperas? - le dije sonriendo y dándole la espalda al apoyarme en la pared. Se echó gel en la polla y la introdujo suavemente en mi recto. Me folló a un ritmo suave y constante, agarrado a mis pechos, sintiendo los dos la suavidad de nuestras pieles mojadas rozándose, hasta que nuevamente se descargó dentro de mí. Esta vez no alcancé el orgasmo, pese a estar tremendamente excitada, ya que no me toqué el clítoris, y él tampoco me lo hizo. Hacia la mitad me empezó a escocer, supongo que por el jabón, pero no me molestó, ya que descubrí que en esa postura, su polla presionaba un punto dentro de mi que me hacía estremecer de gusto. Sin ninguna vergüenza, me puse en cuclillas delante suyo, y limpié mi culo con la ducha, expulsando su semen ante su mirada atónita.

Comimos hacia las cinco de la tarde, y salimos a beber a algún local con música. Por la noche, borrachos los dos, se la chupé intensamente, procurando empaparla bien, para que me follara en el sofá. Estuvimos alternando posturas, follándolo incluso yo a él, cabalgando en la butaca de mi padre. Después, de rodillas sobre ésta, y totalmente escocida por tanta actividad pero tremendamente excitada, le pedí que me masturbara mientras me sodomizaba. Alcancé el orgasmo enseguida pese a sus torpes caricias en esa postura, y varios pinchazos me avisaron de que mi culo se cerraba. Al haberse corrido un par de veces, estaba aguantando bastante bien, con lo que lo senté en la butaca y se la chupé, degustando en su polla el extraño sabor de mis tripas, hasta tragarme su leche. Ni él ni yo le dimos mucha importancia a esto, pero en años siguientes me encontré a muchos tíos que les daba especial morbo que se la chupara después de sacarla de mi culo.

Por la mañana, boca abajo y sintiendo el peso de su cuerpo, me penetró en la cama de mis padres, dónde pasamos la noche. Deslizando una mano bajo mi vientre, me acarició todo el rato durante la suave enculada. Por la tarde, con notables molestias y escozores ya, dejé que me follara nuevamente, untándome con mantequilla otra vez. Como sabía que no me correría ya que no lo disfrutaba demasiado (sin llegar a ser una tortura), aguanté el dolor e intenté hacerle disfrutar al máximo, darle todo el placer que pudiera. Empujaba con fuerza contra él, hacía círculos con mis caderas, y le animaba con palabras sucias, lo que le puso muy cachondo. Para rematarlo, le pedí que se corriera en mi cara, ya que sabía que le encantaba.

Después de descansar un rato, me lavé, y los dos recogimos la casa, cambiamos las sábanas, abrimos las ventanas y echamos perfumes para que no se notara el olor del tabaco... Entonces me quedé sola, me eché en el sofá, y, con los ojos cerrados y los pantalones por las rodillas, me masturbé suave y largamente. Me sentía fantásticamente, relajada, feliz. Notaba mi culo tremendamente irritado y devastado, con un suave dolor latente que me gustaba sentir. Sobretodo cuando, cenando con mis padres, les explicaba mi versión de lo que había hecho, mientras apretaba y cerraba el culo y pensaba: si vosotros supierais...

Aprendí después de eso nuevas posturas, a controlar mi culo, a empujar fuertemente el esfínter para acelerar la dilatación, lo que facilitó nuestros encuentros rápidos y furtivos. Me folló con su madre andando por casa, tapándome la boca con su mano para apagar mis gemidos, en el baño del instituto, en un parque cercano, en el desértico parking de un centro comercial en domingo... En esas ocasiones se la babeaba bien, y él me lamía el culo, tragándome en estos sitios siempre su semen para no tenerlo que aguantar durante un rato dentro de mí, aunque confieso que en el parking dejé que se corriera dentro, y solté la lechada en el suelo. Descubrí cómo me gustaba sentir su lengua adentrándose en mi ojete, ensalivándolo, recorriéndolo, penetrándome suavemente con ella. Comencé a dominar las presiones que podía hacer con mi culo sobre su polla, abriéndolo y cerrándolo a su paso, lo que nos provocaba un intenso placer a ambos.

Durante el verano alternaba mis días con Jorge en mi casa mientras mis padres trabajaban (ya sabían a esas alturas de su existencia, pero no creo que imaginaran lo que hacíamos), con salidas por las tardes con mis amigas, y borracheras en grupo los fines de semana. Salíamos por ahí juntos o separados, o nos apalancábamos en casa de alguien a jugar y beber. Aprovechó que no debía ducharme con las chicas de clase para afeitarme el coño cada tres o cuatro días. Me gustaba mucho sentir su lengua sin un pelo alrededor... ¡Era todo tan suave! Mis padres redujeron su estancia en el pueblo, ya que me dejaban quedar en Barcelona, pero no un mes entero. En esos diez días casi no salimos de mi casa, pasándonos las horas desnudos, follando y pillando alguna borrachera que otra.

A la reanudación todo siguió bastante igual, y me empecé a sentir agobiada por la rutina. Meses después, en invierno, todo empeoró. Mis amigas conocían perfectamente a Jorge, y que teníamos relaciones sexuales, pero nunca di a entender nada. Cuando salía el tema, hablábamos mucho, pero nunca les dije que me la metía por el culo, ellas lo daban por hecho, y cuando alguna hablaba de algo más específico, no la rectificaba. Pero en plena borrachera, de cachondeo y confesiones (a esas alturas casi todas, al menos, se habían comido una polla), les aclaré que seguía siendo virgen, ya que la penetración era siempre anal. Se monto mucho revuelo, preguntas, risas...

Al cabo de unas semanas, era la comidilla del instituto. Comentarios, bromas y miradas raras. Me sentí muy avergonzada, y rompí mis amistades, quedándome sola en clase. Encima, me molestaba bastante la indiferencia de Jorge en este tema. Sabía que era culpa mía, pero parecía que a él le daba igual, y se sintió más libre para explicar detalles e intimidades, cosa que nunca había hecho. Un mes de discusiones contínuas, y terminamos. Me sentí entonces tremendamente sola y perdida, y pedí a mis padres que me cambiaran de instituto al año siguiente, que comenzaba el bachillerato.

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