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Los extraños anales de Júlia (4ª parte - Final)

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Fueron meses extraños, en los que me sentía confundida y triste, recurriendo a Jorge más o menos una o dos veces al mes para tener intensos encuentros sexuales, aunque ninguno de los dos queríamos volver. Ese verano fue, seguramente, el más triste de mi vida, pasándome el día tirada en el sofá viendo películas sola, masturbándome frecuentemente y recibiendo alguna visita ocasional de Jorge, que salía con una mojigata que solo se la chupaba si se corría fuera. Esos encuentros me dejaban muy satisfecha, pero triste, celosa o cabreada, según el día. Por todo esto y cansada ya de sentirme mal, me prometí que cortaría todo tipo de contacto con él al empezar en el nuevo insti, e intentaría ser mucho más precavida con las que serían mis nuevas amistades.

Quizá me pasé en mi actitud distante al comenzar con los nuevos compañeros, ya que me comporté fríamente a las primeras muestras de interés que tuvieron por mí. Pasé unas semanas bastante sola, aunque más tranquila por el cambio de aires. Ahí no iba a oír ningún comentario ni gracieta. En mis solitarios cigarrillos del recreo, sentada en las escaleras de la escuela, se me acabó acercando Susana, la "rara" de la clase, por lo típico de "¿tienes un piti?" o "¿me das fuego?". Era una de estas chicas extrañas, como medio punk o siniestrilla, viniendo a clase con ropa negra y rara, collares de tachuelas, piercings en nariz, lengua y decenas en las orejas, y pintura negra en los ojos, labios y uñas.

A pesar de su aspecto y su trato seco, congeniamos enseguida, y en unas semanas descubrimos que, pese nuestra apariencia y gustos musicales, teníamos muchas cosas en común. Agradecí que no me pidiera detalles sobre los motivos de mi cambio de instituto, comentándome solo que ella sabía también lo que era eso (supongo que por su carácter y aspecto), pero que había que pasar de todo, vivir la vida, y los demás que les den por culo. Me hacía mucha gracia su tosco y brutal sentido del humor, y supongo que ella se sentía bien conmigo.

Poco a poco empezamos a pasar mucho tiempo juntas, haciendo trabajos y estudiando, y saliendo con ella por ahí. Retomé con ella el gusto por la cerveza, pasándonos los fines de semana de fiesta, y jugando con que la una se iba a casa de la otra para pasar una noche de bares o discotecas, cosa que yo tenía prohibidísima a partir de las doce. Sus padres tenían una segunda residencia, por lo que a menudo también nos quedábamos en su casa. En esas noches juntas, empecé a fumar los porros que Susana me liaba con maestría. Nos sentábamos a beber y fumar, y fuimos intimando cada vez más. Nunca me había sentido tan segura y a gusto con una amiga, quizá sabiendo que ella no tenía a nadie a quién contarle nada mío. Pero, sobretodo, sabía que ella nunca haría eso, que me defendería ante cualquiera. Le confesé lo que me pasó en el instituto y, consecuentemente, los tipos de relaciones que tenía con Jorge. Se interesó mucho sobre eso, sorprendida de que siguiera siendo virgen, y contándome que se había acostado con cuatro chicos, pero que nunca se lo habían hecho por el culo. Ahora, decía, pasaba de tíos porque eran todos unos cabrones. Coincidí. Explicándonos las verdades más secretas de nuestras vidas en esas largas horas de charla, la conocí como pocas veces se conoce a alguien.

En nuestras alocadas salidas de fiesta, vi que tenía muchos conocidos, pero pocos amigos. Nos dedicábamos a pillar pedos, divertirnos, y provocar. Raramente nos enrollábamos con nadie, y las veces que pasaba no salía la cosa de morreos y metidas de mano. En cambio nos encantaba jugar a ser novias delante de los pesados que nos echaban los tejos (pese a la peculiar pareja que formábamos), agarrándonos delante de ellos, besándonos al principio con simples picos, y pasando a cortos morreos con las semanas. Lo sentía como un juego, pero no podía evitar sentir un escalofrío cada vez que rozaba sus labios con mi lengua, aunque nos partiéramos de risa después. Otras veces nos divertía dejar con cara de bobos a los tíos con estos juegos, pasándonos un cubito de hielo de boca a boca, o metiéndonos mano en el culo mientras bailábamos. Recordaba las tontas experiencias en la caseta del pueblo, y me empecé a plantear mis preferencias sexuales. Fueron las primeras veces que me masturbé pensando en una chica. Pero, pese a excitarme, no me sentía lesbiana.

Paralelamente a eso, en su casa descubrí internet. Nos conectábamos largas horas, para bajar música, ver páginas y chatear. Las horas en el IRC se pasaban volando, y alternábamos canales normales con los de sexo, dónde explicábamos locas historias para los pajilleros. El sexo casi era el núcleo de nuestras vidas, aunque en esos momentos ninguna de las dos lo practicaba con nadie, pero era el centro de las conversaciones. Que si me gusta tal cosa, tal otra nunca la haría, cómo serían nuestras relaciones sexuales dentro de diez años, que si a los tíos les gustan tales y cuales cosas... Las charlas guarras de chat, nos hicieron descubrir nuevas cosas de la gente y del sexo, y admito que el alguna ocasión disimulé mi excitación.

La navegación por internet nos dio acceso a sexo en grandes cantidades, en forma de relatos, fotos y vídeos cortos. Chafardeábamos estas cosas como de broma, y tuvimos contacto con escenas sadomasoquistas, zoofílicas, lluvia dorada y coprofagia... Poníamos una cara muy seria, comentándonos lo asqueroso que era eso y que ninguna de las dos quería hacerlo, pero seguíamos mirando. Aunque no fuera excitante, la curiosidad era mucha, y nunca habíamos visto a una mujer follándose a un perro, ¡ni mucho menos un caballo! Supongo que a todos nos gusta chafardear estas cosas (aunque no sea con placer sexual ni excitación), y si no, recordad la leyenda urbana de Sorpresa Sorpresa, con la niña de la Nocilla, su perro y Ricky Martin en el armario.

Fue hacia finales de primavera cuando cambiaron las cosas. Durante el cumpleaños de Susana, estuvimos bebiendo y fumando toda la tarde. Ya pasaditas, entramos en una discoteca para menores, hacia las ocho. En este tipo de locales, los menores de dieciséis años sólo podían tomar zumos y refrescos, y entre dieciséis y dieciocho, nada más fuerte que una cerveza o un Martini, pero eran condescendientes con las chicas, y no solían pedirnos el DNI en la barra. Bailamos, bebimos, fumamos... En una hora estaba en un estado nuevo para mí: absolutamente eufórica, totalmente mareada, con la cabeza perdida. Revoloteaba con un baile estúpido alrededor de Susana y un chico que tonteaba con ella, hasta que se empezaron a enrollar. No iba a permitir que se me chafara la fiesta quedándome sola, así que atraje a su amigo, me lo repegué bien agarrándolo del culo y le empecé a comer la boca como una posesa. No sabía realmente ni qué cara tenía, pero no importaba. Estaba feliz y cachonda, y necesitaba que alguien me magreara un poco. Cuando nos separábamos para encender un cigarro o ir a mear, miraba a Susana, morreándose como una loca, apretando al tío por el culo contra ella, que restregaba la pelvis por el paquete del tío. El chaval le sobaba las tetas a conciencia por debajo de la camiseta.

Acabé, entre una cosa y otra, muy colgada y cachonda, y a la hora de irnos no me habría importado irme con ellos, como nos propusieron. Pero Susana dijo que no, zorreándolos como otras veces, y les empezó a meter el rollo de que éramos novias, y que ellos solo habían sido una distracción. Seguidamente, esperaba el habitual beso, pero esta vez me cogió fuerte del cuello y me metió la lengua profundamente en la boca. Tras superar la sorpresa, correspondí efusivamente a su beso, enrollándonos ardientemente durante unos pocos minutos. Estaba tan caliente que ya nada me importaba. Me cogió con rudeza un pecho, y yo hice lo propio con su culo. Su lengua se enroscaba con la mía, y jugué, curiosa, con su bola metálica. Cuando nos despegamos, ninguno de los chicos estaba aún ahí, lo que nos hizo ir a casa partiéndonos de risa, tambaleándonos por la calle.

Empezamos a picarnos en broma, mientras Susana intentaba conservar el equilibrio para meter la llave en la portería. Que si que zorra que eres, que mira que le has dicho, pues anda que tu que has hecho tal... En el ascensor, la agarré del culo y la apreté hacia mi, y empecé a restregarle la pelvis, igual que hizo con el chico hacía una hora.

- Tú calla, putón, que ya he visto cómo calentabas a ése. Un poco más y te lo follas ahí mismo - balbuceé entre risas.

- Pues casi... - rió ella- Pero tú no hables, que ya te he visto lo cachonda que estabas con ese tío sobándote las tetas - y me las agarró. Yo seguía restregándome, y empezamos a hacer movimientos la una contra la otra, agarradas por las tetas y el culo, mientras gemíamos de cachondeo, como si estuviéramos follando. Empezamos a partirnos de risa, sin soltarnos, y nuestras bocas se acercaron. Nos fundimos en un beso desesperado, totalmente distinto a lo que hacíamos en las discotecas. Ahí era "de cachondeo", para calentar a los tíos, sacárnoslos de encima, rodeadas de gente y ruido. En cambio ahora estábamos solas, y el único ruido que se oía era el de nuestras bocas entrelazadas, resecas por el alcohol, tabaco y porros. Nos dimos cuenta entonces de que hacía rato que el ascensor había llegado a su piso.

Me pegué a su espalda, cogiéndole las tetas por detrás, mientras intentaba abrir la puerta de su casa lo más rápidamente posible. Con las bocas pegadas, nos atropellamos la una a la otra hasta su cama, dónde nos desnudamos mutuamente con desesperación. Sin decirnos nada, empezamos a acariciar por todas partes. Recuerdo haber sobado intensamente sus pechos, más llenos que los míos, y con unos pezones también mayores y sonrosados, que no pude evitar lamer y chupar cuando los tuve cerca. Entre gemidos y besos, restregábamos nuestros cuerpos, y empezamos a masturbarnos mutuamente. En un momento dado, Susana se deslizó entre mis piernas, y empezó a comerme el coño sin suavidad ni pausa. No me importó, ya que estaba deseando estallar desde hacía rato. Su lengua tierna y caliente me provocaba escalofríos cuando rodeaba mi clítoris con el piercing. Cuando miré hacia abajo y la vi, a Susana, mi amiga íntima, mi compañera de alegrías y penas, con la cara pegada en mi entrepierna, la nariz entre mis pelos, los ojos cerrados con gesto de concentración, y sus mejillas moviéndose al ritmo de las lamidas que me prodigaba, me corrí. La cogí de la cabeza, estrechándola aún más en mi intimidad, y empecé a mover las caderas arriba y abajo, restregándole mi coño casi por toda la cara mientras me vaciaba en un largo grito.

Me quedé sumamente relajada, casi ida. En cambio, Susana estaba llegando al paroxismo de la excitación, y me lo hizo saber lamiendo y mordiendo mi boca con desesperación, notando el sabor y olor de mi coño repartido por toda su cara. Seguro que si no hacía nada, se acabaría masturbando ahí mismo, así que la aparté de mi y me dirigí a su coño. Sentía una paz infinita, la borrachera y el colocón de porros aún latían con fuerza en mi cabeza, pero el orgasmo se había sumado a eso para dejarme en un estado de profunda calma. Contrastaba mi actitud, acariciando levemente su coño con la yema de los dedos, maravillada de poder ver uno tan de cerca y jugueteando con sus pelillos, con la suya, que empujaba las caderas a un lado y a otro sin control alguno. Acerqué mi cara a esa masa de carne rosa y arrugada, rezumante y caliente en extremo, y olí. Me recreé olfateando el peculiar aroma del coño de Susana, extrañamente dulzón e intenso, con algo de sudor.

- Joder, Júlia, cómemelo ya, que no aguanto - sus palabras desesperadas me devolvieron a la realidad, y dirigí mis labios a su sexo. Me deleité tranquilamente, paseando la lengua por sus labios y alrededor de su clítoris, maravillándome por la cremosa suavidad de la carne del sexo femenino. Susana, que gruñía un constante "joder, joder, joder..." mientras la lamía, se corrió retorciendo todo el cuerpo como una anguila, y emitiendo una especie de gemidos-quejidos muy agudos que me hicieron mucha gracia. Con una risa tonta, subí hasta sus labios, entreabiertos aún por sus jadeos, y les di un corto beso, estirándome a su lado en la estrecha cama.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme y verla recostada a mi lado, mirándome muy seria mientras fumaba un cigarrillo. Le gruñí que bajara la persiana mientras hundía mi cabeza bajo la almohada. La oí levantarse y bajarla, entonces me di la vuelta. Estaba de pie junto a la ventana, una silueta oscura, desnuda, que contrastaba la tenue luz que se filtraba por los agujerillos de la persiana.

- Buenos días... - susurré. Susana no contestó, lo que me hizo imaginar lo que debía estar pasando por su cabeza. La verdad, la resaca golpeaba fuerte detrás de mis ojos y en mis sienes, y no tenía ganas de una charla profunda. Había disfrutado la noche anterior, pero Susana seguía siendo Susana. Me incorporé un poco y me recosté en el cabezal, encendiendo un cigarrillo del paquete que encontré en la mesita de noche, junto a un cenicero. Dando la primera calada, palmeé el colchón junto a mi, y ella se sentó sobre sus tobillos, a mi lado.

- ¿Qué pasa, Susana? - le dije sonriendo, aunque la voz salió ronca.

- Yo no soy lesbiana - me espetó, muy seria. No pude evitar un estallido de risa, que la dejó desconcertada al principio, y después esbozar una sonrisa mientras decía: ¡No te rías, que no te lo digo de cachondeo! Además nunca me he liado con una tía...

- Perdona que te diga, pero lo hiciste anoche - le dije bromeando, mientras recuperaba el aliento.- Yo nunca me había comido unas tetas... o un coño. Y, ¿sabes? me encantó el tuyo -le espeté con una sonrisa maliciosa-, y a ti también...

- Bueno, pero tampoco creas que... -empezó, poniendo su cara de dura y aplastando el cigarrillo en el cenicero.

- ¡Y una mierda! ¿O no te acuerdas de tus "¡joder, joder, cómemelo, cómemelo!" - le dije con tono de broma, pero mirándola muy fijamente, meneando obscenamente las caderas y aguantando mi cigarro con la muñeca hacia atrás. Pese a su trato duro y tosco, la veía ahora insegura y dubitativa, y eso me hizo sentir más fuerte, más grande, más adulta. Sentí poder sobre ella.

- Vale, que si... -rió, pero inmediatamente se puso seria para repetir-, pero yo no soy lesbiana.

- ¿Eso significa que no querrás repetir? - susurré aspirando el humo del pitillo.

- No... -no pudo disimular su cara turbada ante mi pregunta, y lo repentinamente agitada que se tornó su respiración.

- ¿Y a qué esperas? -le sonreí mientras me estiraba en su cama abriendo las piernas.

Susana no dijo nada, y se dirigió a mi sexo seria y con las mejillas coloradas. Cerrando los ojos soltó abundante saliva sobre mi sexo (supongo que para suavizar el gusto que tendría después de tanta actividad sin un baño, aunque a mi si cabe me ponía más cachonda que me lo chupara estando sucia), y me lamió suavemente, con pausa y en silencio. Disfruté de la comida mientras terminaba el cigarro, deleitándome en la sensación de ver a mi amiga entre mis piernas, sin el frenesí ni la confusión alcohólica de la noche anterior. La animaba con palabras tiernas y sucias, lo que provocó que aumentara la intensidad de sus lamidas en mi coño. Empecé a apretarle la cabeza agarrándola del pelo, y cerrando los muslos contra sus mejillas. Susana empezó a jadear y gemir, y su cuerpo se tensaba y temblequeaba, agarrada fuertemente a mis caderas. Estaba tremendamente excitada comiéndome el coño, provocándome más placer, excitación y una extraña sensación de posesión. Sentía que Susana era mía, que haría lo que le pidiera, que la tenía a mi disposición. Enseguida siguieron frases del tipo: te gusta comerme el coño, ¿verdad?, pues cómetelo, guarra, vamos, que lo chupas genial, te gusta esto, ¿eh?. En esos momentos ella me chupaba descontrolada, mordisqueaba mis labios, me metía la lengua, lamía alrededor de mi coño con ansia, succionaba el clítoris con fuerza para hacer vibrar la lengua sobre él con aún más intensidad. Me provocó uno de los orgasmos más intensos que recuerdo.

Mientras recuperaba la respiración y me dejaban de latir las sienes, me encontré a Susana aún seria, con los ojos desorbitados mirándome fijamente. Me encendí otro cigarro y le dije:

- ¿Estás muy cachonda? ¿Quieres que te haga algo?

Sólo me dijo que sí, y cigarro en mano me senté entre sus piernas. Empecé a acariciárselo mientras fumaba, se lo abría con los dedos, y lo miraba. Era la primera vez que veía detenidamente un coño tan de cerca. Le frotaba suavemente el clítoris con el dedo índice, y esparcía sus abundantes fluidos por toda su entrepierna. Le decía mientras tanto lo mucho que me había gustado su comida, que se notaba que a ella también le había gustado comérmelo, y cosas de este tipo. No respondió nada, sólo gemía y se retorcía sobre las sábanas. No pude evitar meterle un dedo, y luego dos, maravillándome con la sensación de follarme un coño. Nunca había aventurado más de una falange en mi vagina, y no más de una docena de veces en toda mi vida, y me resultó increíble explorarla a ella por dentro. Notaba su suave carne muy prieta, extremadamente caliente y húmeda, mientras metía y sacaba los dedos. Dejándolos dentro, los empecé a mover como rascando hacia arriba, lo que aumentó sus movimientos y gemidos.

- ¿Te gusta así?

- Sí... mucho...

Seguí dándole caña con los dedos de esa forma mientras me abalanzaba sobre su clítoris con mi lengua. El sabor me chocó esta vez, mezcla de demasiadas cosas, pero aguanté, ya que Susana empezó con sus "joder, joder, joder...", acabando en un orgasmo devastador, gritando y aullando, y apretando la almohada contra su cara con fuerza.

Dormimos juntas un rato, y a mediodía nos duchamos. Recordándome viejos tiempos, repetimos en la ducha. Nos besamos bajo el agua, con los cuerpos enjabonados, metiéndonos mano por todas partes. Mientras la masturbaba, ella intentó meterme algún dedo, pero se los dirigí a mi culo, enjabonándolos. Me encantaba ver cómo crecía su excitación hurgándome el culo con un par de dedos, un poco temerosa al principio, y más valiente después, cuando acabó follándomelo rápidamente, oyendo los chasquidos de la palma de su mano en la base de mis nalgas. La hice arrodillarse para que me hiciera estallar con su lengua, y me di cuenta de cómo me fascinaba tenerla debajo, de rodillas o inclinada, lamiéndome.

Me dio un poco de miedo esta sensación al principio, pero acabé ahondando en ella en nuestros posteriores encuentros. Me encantó la manera en que llevábamos esa relación, que yo consideraba puramente sexual. Extrañamente, nos comportábamos exactamente igual que siempre, reduciendo nuestros encuentros sexuales a los fines de semana en los que nos quedábamos solas en su casa, y casi siempre al volver de fiesta, ya pasaditas de porros y alcohol. La enseñé a masturbarme el culo mientras me chupaba el coño, y consiguió en poco tiempo hacerlo con maestría. Conseguí vencer sus recelos, y comerle a ella el culo a menudo, y meterle algunos dedos de vez en cuando. Yo era la que llevaba la parte activa, lo que me hacía sentir poderosa, tanto durante el sexo, como luego en la calle. La ponía de rodillas para que me comiera de pie, recostada en una mesa, o sentada en el sofá con los pantalones bajados. La tumbaba en la cama, y me sentaba en su cara, restregándole mis fluidos, mientras me lamía, ansiosa. Ella, a su vez, se dejaba hacer, contra más se dejaba llevar, más cachonda se ponía. Nos gustaba hacer sesentaynueves, dónde generalmente yo estaba arriba, y nos metíamos dos o tres dedos por el culo mientras nos chupábamos, y yo a ella por el coño también.

Me acostumbré a la rara sensación de su piercing en mi clítoris, de la suave piel de una mujer, sus pechos grandes y tiernos, su boca gruesa. Pasada la novedad, me sentí totalmente a gusto entre sus piernas, bebiendo sus abundantes jugos. Lo empecé a vivir con naturalidad, aunque no nos prodigábamos mucho fuera de casa.

Tuvo la loca idea de ponernos un piercing en el pezón izquierdo (las dos en ese, no se el por qué de su elección) para celebrar el fin de curso, y lo hicimos, pese a pasar una semana un poco incómoda. El verano trajo mis peores notas hasta la fecha, y las discusiones con mis padres eran ya diarias. El año siguiente era el último antes de ir a la Universidad, y debía empezar a ponerme las pilas si no quería echarlo todo por la borda. Pero en esos momentos, me sentía la más fuerte, la más lista y la más sexy del mundo. Convencida de que jamás tendría un problema en mi vida, comencé el verano dispuesta a volver a comerme una polla desde hacía mucho tiempo.

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