Nuevos relatos publicados: 9

Jenny y Soledad

  • 11
  • 11.765
  • 8,93 (27 Val.)
  • 0

Aunque parezca increíble, lo que voy a contarles me sucedió cuando tenía veintidós años.

En esa época estudiaba en la universidad, era flaco y había terminado con mi enamorada. En realidad, fue ella la que terminó conmigo, por mujeriego. Me descubrió besando a una de sus amigas. Nuestra relación quedó ahí entre gritos, llantos y arrepentimientos.

Ya tenía dos meses en los que sólo me masturbaba (aunque me gusta hacerlo hasta ahora, en ese momento ya estaba cansado, necesitaba de una mujer). Mis padres estaban fuera por el fin de semana y yo me acababa de despertar.

Como es bastante común en las mañanas, me levanté con una deliciosa erección. Mi primera reacción fue corrérmela. Aún entre las sábanas, con el sol del verano entrando a través de las cortinas abiertas empecé a jugar con mis bolas y mi pene, subiendo y bajando lentamente la mano, prolongando las sensaciones, acariciando mis testículos y perineo.

Pero a los pocos minutos ya estaba aburrido. Era más de lo mismo. No era suficiente el sentir como leche subía por la uretra en agónicos espasmos y ya no disfrutaba las contracciones de mis músculos cuando el semen era arrojado a mi pecho. Es decir, si me aliviaba pero no me satisfacía.

Me levanté irritado y decidí estar desnudo por la casa. Vi el reloj, eran las diez de la mañana me duche con agua fría, me sequé y fui a desayunar a la cocina.

Andaba entre el fastidio y la excitación. Mientras me preparaba un café jugaba con mi pene. Manteniéndolo erecto en todo momento. Sorbía de la taza y con la mano izquierda cogía mi pene y lo meneaba con cierto desgano. Lo mantuve así por un buen rato, mientras limpiaba la cocina. A través de las ventanas veía el caluroso día de verano que había tocado. El jardín trasero estaba iluminado y me llamaba a tirarme desnudo a broncearme. Dejé todo ordenado, subí a mi cuarto, me puse una bata encima, tomé mis cigarrillos y pensé en pasar el resto de la mañana tirado en el jardín.

Cuando vuelvo al primer piso suena el timbre de la calle. Me detuve entre sorprendido y avergonzado por que no esperaba eso, guardé los cigarrillos en el bolsillo de la bata y me acerque a la mirilla de la puerta.

Dos mujeres estaban afuera, una mayor, de casi cuarenta años y una más joven, quizás dieciocho. Mi pene se puso duro en ese momento, cerré la bata escondiéndolo de la mejor manera y abrí la puerta.

- Señor – dijo la menor - ¿Usted sabe que el fin de los tiempos se acerca?, ¿ha escuchado la palabra de nuestro señor Jesús?

Mientras ella hablaba las comparé. Ambas tenían la misma altura pero la mayor llevaba el cabello rubio de trazas negras recogido en una coleta. De rostro redondo se había quedado con la boca abierta cuando me vio salir. La menor hablaba de memoria, sin verme, llevaba también el pelo recogido en una coleta pero era de color negro azabache, de piel morena, labios carnosos y grandes ojos. Ambas llevaban largas faldas negras que las cubrían hasta un poco por encima de los tobillos y blusas blancas holgadas.

No pensé, ni siquiera podría decir que reaccione, estaba improvisando a ver que podía pasar.

- No - les respondí, me apartaba un poco y abrí más la puerta teniendo cuidado que no notaran que estaba desnudo – pero si me interesaría oír algo más, pasen por favor.

Cruzaron una mirada entre ellas, quiero creer que más pudo su deseo de convertirme que el morbo. Entraron pidiendo permiso y se quedaron paradas en medio de la sala.

Las hice sentarse en un sofá y yo me ubique cuidadosamente frente a ellas, con la bata cerrada y el pene duro pero oculto.

Empezaron su discurso, la mayor era la hermana Jenny y la menor la hermana Soledad. Ambas empezaron a hablarme de Dios, Jesús, la vida eterna y los tormentos del infierno.

Sólo las escuchaba y asentía con la cabeza. No tenía la menor idea de que hacer. ¿Irme directo a los labios de una y tocarle las tetas a la otra?, ¿hacer que una de ellas se vaya e insinuarme a la que se quedara?, ¿emborracharlas?

Luego de un rato sólo oía la voz de Soledad. Jenny me estaba mirando las piernas. La bata se había corrido un poco dejándolas parcialmente a la vista. Siempre fueron robustas y velludas, en esa época hacía mucho ejercicio y se notaban tonificadas y duras.

Ya tenía casi media hora oyendo a Soledad sobre El Salvador, Jenny seguía observándome las piernas con disimulo y yo cada vez más excitado.

- Podría ponerse algo más decente señor – dijo la menor. Se notaba algo incomoda.

Decidí jugármela del todo, saque un cigarrillo que estaba en el bolsillo de la bata lo prendí, le di una calada y crucé las piernas de tal manera que si ellas quisieran podrían ver mis testículos.

- ¿Qué piensas de la masturbación?

Soledad se quedó callada y Jenny abrió los ojos sorprendida. No se esperaban algo así. Yo tampoco para ser honestos, me desconocí en ese momento.

- Este… - balbuceó Soledad -es malo, es pecado

Jenny seguía sin hablar, pero en sus ojos me pareció detectar una señal de curiosidad, la achaque a mi excitación.

- ¿En serio? - respondí dándole otra pitada al cigarrillo – porque se siente muy bien, es algo delicioso y que a mí me relaja. Y se siente tan rico.

Me esforzaba para que cada palabra sonara lujuriosa, miraba directamente a los ojos de Soledad y vi como esta enrojecía. Jenny sostuvo mi mirada por más tiempo, pero terminó desviándola.

- Pero señor, eso es malo, es el demonio quien lo obliga a hacer esas cochinadas.

Me sentía diferente, me sentía como un ser poderoso que observa a su imperfecta y maleable creación.

Abrí mi bata y mostré mi pene en toda su erección. Duro, venoso, palpitante, deseoso de ser aliviado de cualquier forma.

Soledad se quedó sin palabras, insultada en lo más íntimo de su ser. Jenny era imposible de leer. ¿Asustada?, ¿excitada?, ¿ofendida?

Di una fuerte pitada al cigarrillo y empecé a jugar con mi verga.

- Me encanta pajearme – les dije – la sensación es deliciosa, dudo mucho que algo que produce tanto placer sea un pecado.

Soledad se puso de pie congestionada, tenía la cara roja de la ira, los puños cerrados y los ojos brillantes al borde de las lágrimas.

- Eres un cerdo – cada palabra sonó como un disparo de fusil – ojala te pudras en el infierno. Hijo de puta, como te atreves.

Yo la seguía mirando directamente a los ojos, mi mano jugaba suavemente con mi pene cada vez más duro. Jenny detrás de ella muda y mordiéndose los labios.

Puse el cigarrillo en un cenicero, me levanté dejando caer la bata al suelo. Desnudo y dueño del mundo pase al costado de una incrédula Soledad, tomé a Jenny de la coleta con la mano derecha, la puse de pie y metí la mano la izquierda dentro de su blusa. Unos senos medianos, suaves y de grandes pezones se escondían debajo del brassiere. Se le escapó un gemido de placer que nunca había escuchado antes.

- ¡Déjala mierda! - estalló Soledad y me empezó a golpear la espalda.

Mi verga seguía dura y enhiesta, Jenny tenía la cara convertida en una mueca de lujuria y lascivia. Sólo tuve que verla y sonreír para que se desatara.

Dio un paso hacia Soledad, la tomó de ambas manos y acercó su cara a centímetros de la otra. La miró por unos breves segundos.

Y la besó.

Fue un beso salvaje. Animal. El cuerpo de soledad se tensó como una cuerda de guitarra antes de reventar. Jenny le mordió los labios. Soledad retrocedió dos pasos y unas gotas de sangre se formaron en su barbilla. Sus ojos brillaban y su pecho se movía con rapidez. Ambas mujeres se vieron con furias diferentes. Una con deseo y la otra con espanto. Soledad se abalanzo sobre Jenny y le golpeo la cara. Me coloqué detrás de ella, pase mi brazo bajo su barbilla, tomándola de los hombros.

Jenny se acercó y empezó a acariciarla.

- Shhh pequeñita – decía suavemente – no te pongas así. Déjate llevar pequeña.

Mi pene seguía duro, la punta tocaba las nalgas de Soledad a través de la basta tela de la falda. Se sentía firme.

Jenny le dio un pequeño beso en los labios, como disculpándose. Luego otro y otro más. Soledad no los respondía, pero tampoco retiraba el rostro.

Empiece a soltar los botones de su blusa. No se resistió. La tela cayó casi sin ruido, no llevaba brassiere y vi unos senos pequeños, con unos grandes pezones endurecidos por la excitación. La gire con lentitud, Jenny le besaba el cuello, los hombros la espalda. A cada beso una corriente recorría su cuerpo estremeciéndola. Siguiendo el ejemplo de Jenny le empiece a dar pequeños besos alrededor del rostro, evitando a propósito sus labios. Bese sus pómulos, sus ojos cerrados, la frente, el cuello, fui bajando lentamente por sus hombros y aprisione su pezón derecho entre mis labios y mi lengua jugó con él.

El gemido que a duras penas contenía salió convertido en una aceptación de lo que vendrá después. Mientras yo disfrutaba de su piel, Jenny se desnudó mostrándonos un cuerpo resultado de la maternidad, de hermosos senos y una vagina delicadamente depilada. Entre los dos desnudamos a Soledad.

La muy puta no traía calzón.

Me abalancé hambriento sobre la mata de pelos que cubría la vagina de Soledad. Pasé mi lengua sin temor ni pudor, como un perro sediento, sintiendo como a cada lengüetazo sus labios se humedecían más y más. Las manos de Soledad atraparon mi cabello y acercaron más aún mi cabeza a su cuerpo. Pude sentir los labios de Jenny en mi espalda y mi cuello. Sus dedos me acariciaban las nalgas y masajeaban mis testículos.

Senté a Soledad en el sofá y tanto Jenny como yo empezamos a comerle la vagina. Soledad se abrió y levantó las piernas casi hasta la altura de su cabeza sosteniéndolas con sus manos. Sus jadeos a cada embestida nuestra nos excitaban más.

Me puse de pie y deje que Jenny le siguiera comiendo la la concha a Soledad. Me pare sobre el mueble, con Soledad entre mis piernas y enfilé mi pene, que ya estaba duro de la excitación, a su boca. Ella estaba con los ojos cerrados, gire la cadera para que la punta de mi verga la golpeara suavemente. Abrió los ojos, me miró con miedo y excitación, Jenny seguía lamiéndole el clítoris, Soledad se arqueó y abrió la boca gimiendo por el orgasmo que estaba a punto de llegar, aproveché y metí mi verga en su boca.

Empecé a bombear rápidamente y sentí el ahogado grito de placer que tuvo cuando se corrió. Su cuerpo se relajó y suaves espasmos recorrieron su piel.

Jenny y yo aún estábamos excitados. La puse en cuatro y la empecé a penetrar desde atrás. Mi pene entró fácilmente, su concha estaba que rezumaba de humedad. A la primera estocada vi como contrajo los dedos de los pies y estiró los de las manos. Ambos gemíamos como desesperados.

Le empecé a dar palmazos en sus nalgas. Jenny se excitaba más con cada golpe. Yo bombeaba fuerte y rápido. La tomé de las caderas empujé mi pene lo más profundo que pude. Jenny gritó, puteo, lloró y se vino copiosamente. Su vagina latía y succionaba mi pene. No duré mucho más, descargue mi leche en grandes chorros, uno tras otro, dentro de la hambrienta concha de Jenny. Caí sobre ella riendo y besándole el cuello. Ella reía y lloraba al mismo tiempo, Soledad nos miraba con envidia e insatisfecha.

Puse a Jenny boca arriba y le abrí las piernas. Le ordené a Soledad que le dejara limpia la concha. Ambas me hicieron caso sin dudarlo. Me puse de pie y encendí un cigarrillo. Todo había sido muy rápido. Aún no lo podía creer. Ahí estaba yo viendo a dos mujeres comerse el coño. La verga se me empezó a endurecer una vez más, deje el cigarrillo en el cenicero, me arrodille detrás de Soledad y mientras le lamia la concha a Jenny la penetré.

Lo hice despacio, casi dulcemente al contrario de lo que había hecho con Jenny. Acaricié sus nalgas pequeñas y duras jugaba con su ano sin meter el dedo, pellizcaba sus pezones. Cada vez que empujaba mis caderas lo hacía lentamente, para sentir su vagina húmeda. Ella empujaba hacia atrás el culo para que la penetración fuera más profunda. Jenny la trataba de puta y me exigía que se la metiera más y más. Poco a poco mis movimientos se hicieron más fuertes y rápidos, Ya las dos se habían corrido por una segunda vez y yo ya estaba a punto de hacerlo. Saqué mi pene y les dije que se arrodillaran delante de mí, ambas lo hicieron, Jenny con la boca abierta para recibir mi esperma caliente y Soledad con los ojos cerrados.

Las bañé a ambas. Tres chorros de leche cruzaron sus caras, Jenny tomó mi verga y empezó a limpiarla con su boca, Soledad lamió mis testículos hasta que ya no pudo salir nada más de ahí.

Los tres terminamos tirados en el piso de la sala, sudorosos, exhaustos, cansados, extáticos.

No nos dijimos nada por unos minutos, luego las ayudé a ponerse de pie. Las llevé a la ducha del cuarto de mis padres, nos duchamos los tres, acariciándonos, besándonos. Penetré a Jenny mientras Soledad lamía mis testículos y se masturbaba. Volvimos a la sala sin fuerzas, no podíamos ni hablar. Me coloqué la bata mientas ellas se vestían. Pude notar como ahora eran algo más que amigas, eran cómplices.

Las acompañé a la puerta, quedamos en que tendrían que volver otro día. Me quedaban muchas dudas que resolver acerca de la religión.

(8,93)